Kitabı oku: «De la idealización estética al paisaje crítico», sayfa 2

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Naturaleza, independencia y nación: la huella ubicua de Humboldt

Il nous faut des topographes qui nous fissent

narration particulière des endroits où ils ont esté.

Michel Montaigne

Puissent ces faibles travaux avoir contribué

en quelque chose à dissiper les ténèbres qui

couvrent depuis des siècles la géographie

d’une des plus belles régions de la terre!

Alexander von Humboldt

En La invención de América, Edmundo O’Gorman, partiendo de un postulado de Heidegger –sólo lo que se idea es lo que se ve; pero lo que se idea es lo que se inventa–, desentraña el complejo proceso ideológico a través del cual pudo descubrirse América. De acuerdo con el historiador mexicano, América debió gestarse primero como idea para que, luego, fuese posible su descubrimiento. Según O’Gorman, el nacimiento de América tuvo lugar como consecuencia de la redefinición de la manera en que se concebía el mundo en el horizonte cultural europeo de la época. Las evidencias que proveyeron las navegaciones acabarían por sepultar las anquilosadas nociones del aristotelismo cristiano que habían determinado la mente y los ojos de Europa durante la edad media. Así, puede decirse que Europa no descubrió América, sino que la inventó:

La vieja imagen medieval ha tenido que ceder ante las exigencias de los datos empíricos e incapaz, ya, de admitirlos con una explicación satisfactoria, surge la necesidad de concederle un sentido propio a esa entidad que allí está reclamando su reconocimiento y un ser específico que la individualice. […] Cuando esto acontezca, América habrá sido inventada (O’Gorman 36).

Durante los años que median entre la publicación del mapa Waldseemüller (1507), donde América aparece –por primera vez– singularizada como “cuarta parte” del mundo, y los albores del siglo XIX,1 el imaginario y, en sí, gran parte de lo que atañía a la representación del nuevo continente, bebían de las fuentes de un horizonte cultural de tardía raigambre medieval2 y, más tarde, imantado por la antigüedad clásica grecorromana.3 Lo hiperbólico, lo maravilloso, lo excéntrico con respecto al modelo discursivo europeo definían a América y lo americano. Al momento de inventar a América, Europa decidió interpretarla como todo cuanto se alejaba de su moderación, templanza y mesura. El gran ejercicio de imaginación que supuso la invención de América se basó en una operación de metonimia como la aludida por Stephen Greenblatt. Por tanto, es posible afirmar que la aprehensión europea del Nuevo Mundo descansaba sobre una reducción del mismo y no sobre su conocimiento profundo:

El descubridor sólo ve un fragmento y entonces imagina el resto en un acto de apropiación. El complemento que la imaginación provee a la visión expande el campo perceptivo, abarcando las lejanas colinas y valles o toda una isla o un continente entero y, entonces, lo poco que de verdad se ha visto se convierte por medio de metonimia en una representación completa.4

La expedición que, en 1799, emprendió Alexander von Humboldt por las principales posesiones de la Corona española en el nuevo continente marcó el inicio, tanto para la América española como para la portuguesa, de un proceso que pondría fin a la inercia de la metonimia en la comprensión del Nuevo Mundo por parte de Europa.5 La redefinición de lo que era América se producía ante el empuje de una nueva épistème6 que forjaba en Europa Occidental la conjunción de la ilustración con la revolución industrial.7 Ahora bien, ¿cuál fue la contribución del viaje de Humboldt en el forjamiento de esa nueva mirada hacia América en el plano literario? ¿Qué hizo al mismo Simón Bolívar definir a Humboldt, años más tarde, como alguien que “ha hecho más bien a América que todos los conquistadores” (Bolívar 820-821) o referirlo como el “descubridor del nuevo mundo” (822)?8 Ésas son algunas de las cuestiones que me propongo resolver en este capítulo.9

El erudito prusiano zarpó hacia la América española desde A Coruña en una corbeta cuyo nombre –Pizarro– habría de probar ser bastante significativo tanto para los propósitos que animaban el viaje como por la valoración y la simpatía de las que, con el tiempo, gozó la labor científica de Humboldt entre los letrados del Nuevo Mundo,10 de quienes debe decirse delineó trazos a través de su trabajo. La declaración del motivo de su expedición, según se asienta en el pasaporte que expidió con autorización real Mariano Luis Urquijo11 –el entonces secretario de estado de Carlos IV– es característico del espíritu ilustrado y, sin embargo, entraña, al mismo tiempo, una extrañeza. Por un lado, se aduce el progreso de las ciencias naturales como fin último de las investigaciones de Humboldt en los dominios españoles:

[Se autoriza a Alexander von Humboldt] para que acompañado de su ayudante o secretario don Alexandro Bonpland, pase a las Américas, y demás posesiones ultramarinas de sus dominios a fin de continuar el estudio de las minas, y hacer colecciones, observaciones, y descubrimientos útiles para el progreso de las ciencias naturales (Humboldt 1956, 220).

No obstante, por el otro, se destaca ostensiblemente el estudio de las minas al lado de una vaga generalización de procedimientos propios de lo que, entonces, se entendía como quehacer científico. Hay dos perspectivas del todo complementarias para leer lo anterior. Primeramente, podemos entenderlo como una aclaración que intentaba alejar cualquier tipo de desasosiego entre los súbditos americanos dada la inusual condescendencia que la Corona mostraba hacia Humboldt en lo referente a las minas, un área en la que tradicionalmente se manifestó intransigente con los extranjeros. Asimismo, podríamos concebirlo como una condición que –motivada por el estado desastroso de la economía– estableció la monarquía en la espera, tal vez, de algún tipo de propuesta o evaluación que optimizase su ya de por sí sobreexplotada industria minera en América.12 De hecho, es fundamental recordar que ya desde el principio del pasaporte se puntualiza que la profesión del prusiano es la de “Consejero Superior de Minas de S.M. el Rey de Prusia”.

Al lado de las afinidades personales y de formación entre Humboldt y el ministro de Carlos IV o el espíritu iluminista de la época, la consideración de la inminente ruina económica de la Corona contribuye a dilucidar mejor las razones que explican la extrañeza referida en el pasaporte. Todo ello en su conjunto llevó al gobierno español a expedirle un pasaporte a Humboldt y, a la vez, explicaría su consiguiente relajamiento y el énfasis con que en el documento se detalla el permiso para estudiar la explotación minera en el nuevo continente. Así, pues, albergue o no sinceridad alguna la declaración visionaria del Estado español de su apoyo al “progreso de las ciencias naturales” al autorizar el viaje de Humboldt, lo cierto es que en ella se reconoce tácitamente la necesidad de una importación de saber –en tanto capital intelectual–, la cual, sin embargo, no redundó en muchos beneficios para la metrópoli y sí, como veremos más adelante, derivó en no pocos perjuicios.13

La importación de dicho saber tenía lugar en un escenario donde era evidente el rezago de España con respecto al avance del discurso cientificista y la tecnología en el norte de Europa. De allí que el memorial14 que escribe Humboldt para presentarse ante la Corona se construya tomando como punto de partida un postulado que hacía atractiva la importación de su saber: el científico que ponía su conocimiento al servicio del progreso y fortalecimiento del estado. A mi parecer, es a la ejecución de ese breve relato autobiográfico al que Humboldt debe el beneplácito de la monarquía española con respecto a su expedición a América. En él, el barón se figura como un funcionario en potencia del Rey español al presentar como antecedentes su brillante carrera como ingeniero y experto en minas en su país, al tiempo que destaca su labor como funcionario del reino de Prusia en favor del mejoramiento de los procesos de la explotación minera: “el inmerecido éxito que tuvo mi primera obra sobre las montañas basálticas del Rhin, motivó que el jefe de nuestras minas, el barón de Hernitz, deseara que me destinaran a su departamento” (217). Una y otra vez, a lo largo del texto, Humboldt apunta cómo sus observaciones –que, por lo general, acaban por publicarse en forma de libros– le acarrean el reconocimiento de su gobierno, pero sobre todo, contribuyen al progreso de su país:

Aprendí la práctica de las minas en Freiberg y en el Harz. Habiendo hecho algunos experimentos útiles para ahorrar combustible en la cocción de la sal y habiendo publicado una pequeña obra, relativa a este tema (traducida al francés por Coquebert), el rey me envió a Polonia y al mediodía de Alemania para estudiar las minas de sal gema de Vieliecza, Hallein, Berchtusgaden. Los planos que levanté sirvieron para los nuevos establecimientos de las salinas de Magdeburgo.15

No es de extrañar, pues, que haya una referencia ininterrumpida a lo largo del memorial de la constancia de Humboldt en la búsqueda de métodos para mejorar la extracción de los minerales o, bien, facilitar la labor de los mineros. No obstante, es importante destacar que todo ello descansa sobre una concepción utilitaria de los recursos de la naturaleza que, a su vez, redunda en el enriquecimiento de las arcas reales:

Pese a haber servido en ese momento sólo ocho meses, habiendo reunido Su Majestad a la Corona a los Margraves de Franconia, me nombró director de las minas de esas provincias, donde la explotación se había descuidado desde hacía siglos. Permanecí entregado a la práctica de las minas durante tres años, y el azar favoreció de tal manera mis empresas, que las minas de alumbre, de cobalto y hasta las de oro de Golderonach, comenzaron rápidamente a engrosar las cajas del rey. Contentos por este progreso, se me envió por segunda vez a Polonia, para dar informaciones sobre el partido que se podría sacar de las montañas de esa nueva provincia que a partir de ese momento se llamó Prusia Meridional. Al mismo tiempo levanté planos para el mejoramiento de las fuentes saladas situadas a orillas del Báltico. Durante esta continua estadía en las minas hice una serie de experimentos bastante peligrosos respecto a los medios de que los aires mefíticos subterráneos fueran menos perjudiciales y que pudieran salvarse las personas asfixiadas. Conseguí construir una nueva lámpara antimefítica, que no se apaga en ningún gas, y la máscara de respiración, instrumento que sirve al mismo tiempo al minero militar cuando el contra-minero impide sus trabajos por camuflajes. Este aparato contó con la aprobación del Consejo de Guerra y por su simplicidad gozó inmediatamente de gran acogida en el extranjero.16

La descripción que hace Humboldt de sus servicios al rey prusiano desde las minas sugiere la existencia en Prusia de una alianza entre el imperio y la ciencia, cuyo peso en la España de Carlos IV, según los historiadores,17 no era siquiera comparable.18 En momentos, el despliegue que hace Humboldt de su saber en beneficio del engrandecimiento nacional de Prusia parece apuntar a la plausibilidad de una relación similar con la Corona de España. De hecho, hacia el final del memorial, el barón señala que se encuentra alejado de sus funciones públicas en Prusia. Sin embargo, al mismo tiempo, externa su propósito de utilizar parte de su fortuna en el estudio –exclusivo, subraya– de la naturaleza:

[L]levado por un ardiente deseo de ver la otra parte del mundo bajo el aspecto de la física general, de estudiar no solamente las especies y sus caracteres (estudios a los cuales dedico excesiva exclusividad hasta el momento), sino también la influencia de la atmósfera y su composición química sobre los cuerpos organizados, la construcción del globo, la identidad de las capas [geológicas] en los países más alejados unos de los otros, y, en fin, las grandes armonías de la naturaleza, hice el propósito de dejar por algunos años el servicio del Rey y sacrificar una parte de mi pequeña fortuna al progreso de las ciencias.19

Al final, el texto del pasaporte habría de ignorar esa excesiva exclusividad que Humboldt pensaba dedicar al estudio de las ciencias naturales en América y, en su lugar, se le adjudica como primera ocupación y propósito del viaje la continuidad de su estudio sobre las minas.20 Así, pues, funcionario encubierto, o no, de la Corona española, Humboldt, a diferencia del conquistador extremeño del Perú –cuyo nombre identificaba la goleta que lo llevaría a Sudamérica– que había llegado a América hacía casi tres siglos en busca de fama y minas de oro, navegaba hacia allá con el propósito de estudiarlas. La España que, tres siglos atrás, comenzara a importar metales preciosos a través de soldados y mercenarios, ahora autorizaba la importación de saber para optimizar la explotación mineral.21 Siguiendo los postulados de O’Gorman, los hombres del tiempo de Pizarro habían llegado a América con ideas a priori, a despecho de lo afirmado por Daniel J. Boorstin: “[C]uanto más lejos se aventuró el hombre en altamar, hubo menos oportunidad y tentación para dejarse seducir por las fuentes literarias”.22 Humboldt, por el contrario, traerá sus instrumentos, ante cuya descripción y utilidad no escatima espacio en su referido memorial:

[R]euní una escogida colección de instrumentos de astronomía y de física para poder determinar la posición astronómica de los lugares, la fuerza magnética, la declinación y la inclinación de la aguja imantada, la composición química del aire, su elasticidad, humedad y temperatura, su carga eléctrica, su transparencia, el color del cielo, la temperatura del mar a una gran profundidad […] y encontré, durante mi permanencia en Salzburgo, un nuevo método para analizar el aire atmosférico, método sobre el cual he publicado una memoria con Vauquelin. Terminé al mismo tiempo la construcción de mi nuevo barómetro y de un instrumento que he llamado antracómetro porque mide la cantidad de ácido carbónico contenido en la atmósfera (Humboldt 1905, 221-222).23

La presencia de Humboldt en América inaugura una nueva mirada de Europa sobre ella. Esta vez, no era la mirada de los conquistadores, determinada por libros como Il Milione de Marco Polo o El libro de las maravillas de Mandeville o por la amplia tradición popular del viejo mundo, la que describiría al nuevo continente. Con Humboldt –como también lo constata su pasaporte– llega la mediación del empirismo y el discurso científico:

Ni le impidan [a Humboldt] por ningún motivo la conducción de sus Instrumentos de Física, Química, Astronomía, y Matemáticas, ni el hacer en todas las referidas posesiones las observaciones y experimentos que juzgue útiles, como tampoco el colectar libremente plantas, animales, semillas, y minerales, medir la altura de los montes, examinar la naturaleza de estos, y hacer observaciones astronómicas (Humboldt 1956, 220).

Las descripciones de cuanto fenómeno natural se proponga estudiar el barón pasarán por el estrecho tamiz de una pretendida exactitud y objetividad científicas. Números, cálculos, correcciones, ajustes, acumulación y contraste de datos e, incluso, proyecciones suplantan, la mayor parte de las veces en el trabajo de Humboldt, las descripciones donde, otrora, se favoreciera la tiranía de las ideas a priori o la inercia de la metonimia. Es, pues, como afirman Leopoldo Zea y Mario Magallón: “El hombre ilustrado que carga sus instrumentos de medición por todos los rumbos de la Nueva España, es un ilustrado que busca la verdad a través de la empiria, del experimento, que investiga y descubre cosas nuevas impelido por la avidez de saber” (6).

Aunque haya en Humboldt una consciencia de su posible falibilidad en el manejo de los instrumentos científicos hay, también y sobre todo, una firme declaración de fe en lo que atañe a la utilidad de los resultados obtenidos a través de su expedición para el bien nacional, tal y como lo apuntara en el memorial que había presentado a Carlos IV y, asimismo, en la oración que cierra la dedicatoria del Essai politique sur le royaume de la Nouvelle Espagne a dicho soberano español: “¿Podría un trabajo como éste desagradar a un buen rey, cuando el mismo se refiere al interés nacional, al perfeccionamiento de las instituciones sociales y a los principios eternos sobre los cuales reposa la prosperidad de los pueblos?”.24

Más allá del valor científico contenido en la treintena de volúmenes que conforman Le voyage aux régions equinoxiales du Nouveau Continent25 sobre su estancia en Sudamérica, considero que es en Essai politique sur le royaume de la Nouvelle Espagne y en Essai politique sur l’ilê de Cuba,26 donde la pluma de Humboldt traza un parteaguas para la historia literaria de la América española. En esos textos, el naturalista prusiano elabora mapas –no únicamente cartográficos–27 para dar forma a la realidad americana de acuerdo con los modelos de la nueva épistème decimonónica. Tales mapas serían, a su vez, la matriz de otros mapas que, elaborados por los letrados, habrían de sucederse en una suerte de genealogía que definió y redefinió lo que era América. Lo anterior representó no sólo uno de los primeros pasos en la historia literaria de la América española y portuguesa en el siglo XIX, sino un consistente leitmotiv a través de toda ella.

Paradójicamente, en las páginas que Mary Louise Pratt dedica al estudio de la obra de Humboldt, tanto al Ensayo político sobre el reino de la Nueva España (ENE) como al Ensayo político sobre la isla de Cuba (EC) quedan relegados a un segundo plano por razones geográficas y, según aduce la propia Pratt, por la índole de su contenido:

Dado que estoy interesada en las representaciones de Sudamérica, no discutiré el famoso Ensayo Político de Humboldt sobre el reino de la Nueva España (México) y su compañero el Ensayo Político sobre la isla de Cuba. Estas obras se acercan a la sociedad humana a través de descripciones estadísticas y demográficas y de un análisis social basado en el determinismo ambiental. A diferencia de los textos sobre la naturaleza, no dan lugar a un mito; sin embargo, comparten dos aspectos con lo mítico: la ahistoricidad y la ausencia de la cultura.28

A diferencia de lo que afirma Pratt y debido a la naturaleza del campo en que ubico mi discusión, considero que ambas obras son fundamentales para entender el devenir de la literatura latinoamericana. Como veremos, la lectura de ambos ensayos no sólo dio lugar a una larga genealogía de obras que se extenderían hasta bien entrado el siglo XX,29 sino que también inauguró no un mito, sino el arquetipo que grandes figuras actualizarían en el seno de las letras latinoamericanas: el del letrado al servicio del estado.30 En lo que respecta a su supuesta ahistoricidad y ausencia de la cultura [absence of culture] es una obviedad necesaria anotar que es, quizás, en estos dos textos donde se aprecia un cambio más notable en lo referente a la concepción de América y su naturaleza con respecto al período colonial. Ni los datos estadísticos ni las precisiones demográficas, ni ninguna otra información que ofrece Humboldt en ambos ensayos pueden descalificarse –ya sea por su morosidad o la molestia que implica leerlos–, como claves valiosas que determinarían la reinvención de América no sólo en dichos textos, sino en los que en ellos se inspirarían.

Desde el prefacio que abre ENE, Humboldt subraya ya la peculiaridad de la Nueva España –que, de hecho, lo hace dedicarle una obra aparte– con respecto a las otras dependencias españolas que había visitado en Sudamérica. En especial, llama la atención, en este preludio, la oposición que se sugiere ya entre civilización o cultura y naturaleza y que habrá de convertirse años más tarde en la dicotomía estructural del Facundo de Sarmiento:

Tras de haber llevado a cabo algunas investigaciones en la provincia de Caracas, en las riberas del Orinoco, del río Negro y del Amazonas, en la Nueva Granada, en Quito y en las costas del Perú, debí sorprenderme por el contraste que existe entre la civilización de la Nueva España y la poca cultura de las porciones de la América meridional que acababa de recorrer. Este contraste me excitaba a la vez al estudio particular de la estadística de México y a investigar las causas que más han influido en los progresos de la población y de la industria nacional.31

Así, en ENE se adjudica, en parte, a la naturaleza el secreto de la prosperidad de una región. Sin embargo, no se trata solamente, como afirma Pratt, de un mero determinismo ambiental puesto que Humboldt expone a conciencia en los cuatro volúmenes de los que consta ENE una compleja red de factores que lo ayudan a explicar la supremacía de la Nueva España en el concierto de toda la América española. No hay, pues, un determinismo ambiental, sino una mente que intenta sistematizarlo todo para, así, explicarlo. En ese sentido, en ENE, Humboldt inaugura y anticipa una línea interpretativa que culminará en Facundo, del cual Doris Sommer, señala una vocación de totalidad que ya se advierte en Humboldt: “El exceso es precisamente lo que caracteriza la escritura de Sarmiento sobre ello en su texto exorbitante, mitad ficción [sic], mitad biografía, mitad historia política, mitad manifiesto, un libro genéricamente excesivo que obviamente es mucho más que uno”.32

La novedad e importancia de este texto de Humboldt dentro de la producción literaria sobre la América española radica en su orientación bidireccional y en su carácter no conclusivo. Humboldt lo entiende como un tratado que tanto intenta remediar el desconocimiento que privaba en Europa sobre las cosas de la Nueva España, que como una invitación a los novohispanos mismos para completar su trabajo a través del rigor de la ciencia y auxiliado por la objetividad de sus instrumentos. Es decir, presupone la existencia de lectores americanos además de los europeos, al tiempo que deja abierta la puerta a nuevos estudios que pudiesen corregir sus planteamientos. A pesar, pues, de las actitudes de imperialismo cultural que, tradicionalmente, han solido enfatizarse en su obra,33 en ENE, Humboldt contempla a los americanos como lectores de sus investigaciones. A contramano de una larguísima tradición colonial donde emisor y receptores sobre las cosas de América era el letrado de la metrópoli, Humboldt delega en las plumas americanas la labor de esclarecer bajo el auxilio de la ciencia las imprecisiones que existían sobre su tierra, a la que denomina ya “patria”, en el más puro espíritu romántico de la época en Europa:

[P]odría ser acogida con interés, en una época en la que América, más que nunca, llama la atención de los europeos […] A pesar de la atención extremada que puse en la verificación de los resultados obtenidos, quizá haya podido cometer algunos errores bastante graves, que serán corregidos a medida que mi obra excite en los habitantes de la Nueva España el estudio sobre la situación de su patria.34

El énfasis de Humboldt en la medición científica como base de su ensayo, lo hace incluir en ENE, bajo el título de “Introducción geográfica”, un largo apartado donde detalla una serie de consideraciones sobre los instrumentos, materiales y la metodología utilizados en la elaboración de su ensayo. Son alrededor de ciento cincuenta páginas en las que se detiene el autor para subrayar tanto la novedad como la precisión de sus observaciones:

Debo revelar a los astrónomos y a los físicos los materiales de los que me he servido para la ejecución de este trabajo [...] Es siguiendo este camino que las diferentes partes de mi obra, las Estadísticas de México, la Relación Histórica del Viaje a los Trópicos y los volúmenes astronómicos, todos servirán, me jacto, para demostrar que el deseo de precisión y el amor a la verdad me guiaron durante el transcurso de mi viaje.35

El proceder de Humboldt da cuenta de lo que José Miranda identifica como el característico entusiasmo inquisitivo del espíritu ilustrado hacia la ciencia que, al someterlo todo al escrutinio de la verdad y la exactitud, hacía posible tanto su sistematización como su entendimiento:

No faltaban razones para tan arrebatado optimismo. Ahí estaban los frutos recogidos bajo la rectoría espiritual de la Ilustración: la ciencia se había constituido en gran parte de sus ramas –física, química, botánica, etcétera–, y se desenvolvía con sorprendente rapidez; la economía entraba por la puerta grande de las disciplinas del saber; la técnica creaba medios mecánicos, las máquinas hidráulicas y de vapor principalmente, que comenzaban a revolucionar la industria; y las exploraciones geográficas y científicas por remotos mares e ignorados continentes dilataban enormemente las esferas de los conocimientos humanos y las posibilidades de los pueblos civilizados (13).

Es, precisamente, este haz de disciplinas aludidas por el crítico hispano-mexicano la base sobre la cual se construye ENE. Humboldt entiende su ensayo como una gran disquisición que se propone dilucidar o echar luz sobre las tinieblas –para servirse de la retórica ilustrada– que se cernían sobre la Nueva España: “¡Ojalá que estos insignificantes trabajos puedan contribuir algún tanto a disipar las espesas tinieblas que hace siglos oscurecen la geografía de una de las más hermosas regiones de la tierra!”.36

Para convocar la luz, el método de Humboldt recurre al mapeamiento de cuanto existía en la imprecisión. Frente a la necesidad que imperaba en la Nueva España de un mapa que reuniese la ubicación de todos los centros mineros que se explotaban, Humboldt hace suyo el desafío de producir uno de la totalidad del territorio novohispano previendo, al mismo tiempo, los efectos que ello significaría para su administración y mejoramiento:

Una obra de esta naturaleza era realmente necesaria, tanto para la administración de este país como para aquellos que desean conocer la industria nacional [...] Habiendo calculado en la misma Ciudad de México la mayoría de mis observaciones astronómicas para tener puntos fijos sobre los cuales apoyar otros, viendo a mi disposición una cantidad considerable de materiales y mapas hechos a mano, concebí la idea de ampliar el plan que originalmente me había trazado.37

Es por ello que en Humboldt el maridaje entre la investigación geológica y la dirección del estado es esencial en la nueva mirada que, entiende, debe dirigirse hacia América: “La constitución geológica de estas tierras es un objeto de estudio de igual importancia tanto para el estadista como para el naturalista viajero”.38 En el marco de los beneficios que derivarían de este consorcio entre la ciencia y el estado, Humboldt considera inconcebible el desconocimiento que priva sobre las tierras americanas tanto en la propia América como en Europa y urge, por lo tanto, a posar una mirada científica sobre ella. Así, en una parte de la “Introducción geográfica”, el naturalista observa, con sorpresa, que la cuantía de las remesas que enviaba la Nueva España a la península no era directamente proporcional a las representaciones cartográficas que se hacían de tales tierras en el viejo continente:

En vano se busca en la mayoría de los mapas publicados en Europa el nombre de la ciudad de Guanaxuato, la cual tiene 70 000 habitantes, tampoco allí pueden encontrarse las famosas minas de Bolaños, Sombrerete, Batopilas y de Zimapán. Ninguno de los mapas que hasta ahora se han publicado, muestran la posición de Real de Catorce, en la intendencia de San Luis Potosí, una mina de donde se ha obtenido plata anualmente por el valor de veinte millones de francos.39

Al referir y singularizar –a través de la mención de sus nombres– los orígenes geográficos de la riqueza mineral de la Nueva España, Humboldt reclama un espacio para dichos sitios en la mente europea y, al mismo tiempo, esgrime el gran valor de América para Europa. No es difícil imaginar, entonces, el beneplácito que posteriormente con el que se leyeron las letras de Humboldt entre los lectores americanos; entre ellos, el propio Simón Bolívar. Nombrar en Humboldt es traer a la existencia y, por ende, (re)crear la imagen de lo americano tras siglos de imprecisión y poco conocimiento del continente por parte de los europeos.40 Así, podría decirse que el acto de Humboldt sigue los postulados empiristas de John Locke para quien “Tener la idea de una cosa en nuestro espíritu no prueba su existencia” (1). Humboldt prueba la existencia de América, la reinventa, a través de operaciones de mapeamiento que se fundamentan en observaciones bajo el auxilio de mediciones científicas. Al llamar la atención sobre la importancia de estos pueblos ignorados por la cartografía en Europa –a pesar a su importancia en tanto productores de metales preciosos–, el prusiano crea para lo americano un espacio en el universo europeo desde el ámbito de la valoración de la naturaleza y, también, renueva in loco –en el plano de la enunciación–41 el debate de lo que era América. Tal vez es el hecho de que dicha reivindicación tenga lugar desde el plano económico lo que ha provocado que mucha de la crítica –como ocurre con el estudio de Pratt– haya centrado su lectura de esta obra en las supuestas implicaciones imperialistas que tiene, para los lectores de nuestra época, su visión de la naturaleza americana.42 Desde el punto de vista literario, la afirmación de Humboldt inaugura la búsqueda por definir la identidad americana desde la propia América y bajo las lentes de la ilustración y el sentir romántico. Es en la escritura de Humboldt donde nace la fértil idea de fundar lo americano en la naturaleza del continente.

La renovación que supuso la escritura de Humboldt para la gestación de una identidad literaria americana no sólo descansa sobre el planteamiento de una ecuación que vinculaba la naturaleza con las señas de identidad de América. Hay también en ENE una autorización y alineamiento con los productores de saber locales; es decir, el aparato argumentativo del ensayo refrenda el trabajo de los letrados novohispanos que escriben sobre la materia que ocupa a Humboldt. El prusiano no sólo admite ser lector de tales fuentes producidas por los súbditos de la Corona en América –otros tantos en la península–, sino que las utiliza en la elaboración del gran mapa que es ENE: