Kitabı oku: «Miradas prospectivas desde el bicentenario»
Miradas prospectivas desde el bicentenario: reflexiones sobre el desarrollo humano en el devenir de doscientos años /compiladores Fabio Orlando Neira Sánchez, Jorge Eliecer Martínez Posada. wBogotá: Universidad de la Salle, 2011.
276 p. ; cm.
Incluye bibliografías.
ISBN 978-958-8572-44-4
1. Desarrollo humano- Colombia- 1810-2010 2. Desarrollo social-
Colombia- 1810-20103. Colombia - Historia -1810-2010 I. Neira Sánchez, Fabio Orlando, comp. II. Martínez Posada, Jorge Eliécer, comp.
303.44 cd 22 ed.
A1321864
CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango
Cátedra Lasallista 2010
Miradas prospectivas desde el bicentenario:
Reflexiones sobre el desarrollo humano en el devenir
de doscientos años
©Universidad de La Salle
ISBN: 978-958-8572-44-4
Bogotá, Colombia, 2011
Compiladores
Jorge Eliécer Martínez Posada
Fabio Orlando Neira Sánchez
Guillermo Alberto González Triana
Director Oficina de Publicaciones
Sonia Montaño Bermúdez
Coordinadora editorial
María Andrea López
Corrección de estilo
Mauricio Salamanca
Diseño y diagramación
Javier Torres
Fotografía de carátula
ePub por Hipertexto / www.hipertexto.com.co
Introducción
En el marco de las celebraciones del Bicentenario de la Independencia de Colombia, la Universidad de La Salle se pregunta por el devenir del Desarrollo Humano a partir de este acontecimiento.
La pregunta que se plantea, a manera de puerta de indagación, a un problema del presente que es posible rastrear desde el acontecimiento mismo de lo que hoy llamamos Colombia es: ¿Cómo se ha dado el desarrollo humano en el acontecer de 200 años de historia de Colombia para pensar nuestro presente y proyectar nuestro futuro?
Al preguntarnos por el Bicentenario como un acontecimiento, este se presenta como una irrupción histórica que marca una diferencia con los momentos anteriores del territorio que hoy poblamos, y permite ver la diferencia en lo que hoy somos como colombianos, para indagar cuáles son las prácticas que nos permiten actualmente hablar de lo que somos, pensamos y decimos como sujetos y así proyectar lo que seremos, pensemos, digamos y hagamos en el futuro de nación que queremos construir.
Inquirir por el valor del acontecimiento Bicentenario es, a su vez, preguntarnos por nuestro presente, y es, por lo tanto, indagarnos por el mismo a la luz de las prácticas y de los discursos que acompañaron ese momento de la Independencia, para la toma de conciencia de sí mismos, como país que se nombra como nación y que se sitúa en el pasado para pensar su presente y proyectar su futuro. De ahí que el movimiento de interrogación sobre el desarrollo humano es preguntarse, en un primer momento, por la libertad.
Así, el desarrollo puede concebirse “como un proceso de expansión de las libertades reales que disfrutan los individuos. El que centremos la atención en las libertades humanas contrasta con las visiones más estrictas del desarrollo, como su identificación con el crecimiento del producto nacional bruto, con el aumento de las rentas personales, con la industrialización, con los avances tecnológicos o con la modernización social” (Sen, 2006 p. XX).
Asimismo, el desarrollo puede ser visto desde una perspectiva distinta al crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) o a la ampliación de las posibilidades de acción mediante recursos tecnológicos. Tal perspectiva considera al desarrollo como un aumento de las “libertades reales”, como la educación, el acceso a servicios de salud, el hábitat, la distribución equitativa de los recursos, la libertad de expresión, entre otros; y de las cuales disfrutan las sociedades capitalistas contemporáneas. En tal sentido, “el desarrollo exige la eliminación de las principales fuentes de privación de la libertad: la pobreza y la tiranía, la escasez de oportunidades económicas y las privaciones sociales sistemáticas, el abandono en que puedan encontrarse los servicios públicos y la intolerancia o el exceso de intervención de los estados represivos” (Sen, 2006, p. 19).
Lo que importa en esta revolución que se dio hace 200 años, por un pueblo colmado de ánimo, no es solo la separación del gobierno extranjero sino es el grito de libertad, es el signo de que “los hombres quieren darse la constitución política que les convenga y que quieren” (Foucault, 2009 p. 36); por eso, esta revolución de 1810 es un acontecimiento que no se puede olvidar, porque revela que el desarrollo de un pueblo depende del valor que este dé al marco de sus libertades para dirigir sus acciones, es decir, gobernarse.
El Bicentenario, como celebración de la Independencia, es nombrar la revolución de 1810 como acontecimiento que se enuncia en el pasado; pero, que constituye una vitalidad permanente para nuestro presente y futuro, y que al reflexionarla desde las preguntas actuales del desarrollo, garantiza el no olvido y la continuidad de una marcha por lo humano.
Por lo tanto, preguntarnos por el Bicentenario de la Independencia es la pregunta por las libertades reales de los hombres y mujeres, jóvenes, niños y niñas de esta nación; es interrogarse por esta actualidad desde un marco histórico de un proceso de esas libertades que se dio desde un acontecimiento en 1810; pero, que reclama en el hoy la pregunta por las libertades actuales que nos permitan decir Independencia como horizonte permanente en la construcción del proyecto de nación.
Así pues, el abordaje de la pregunta se hace desde una mirada inter y transdisciplinar que, a manera de indagación, ponga en la escena de la academia un hecho histórico que sigue significando y que debe significar como proyecto de nación, de sociedad y de individuo; y para el que el hecho educativo debe constituirse en un instrumento de interlocución, cuestionamiento y proyección válido desde el cual sea posible repensarnos y rehacernos en el sentido pleno que las demandas históricas colocan a los sujetos y a las sociedades en su tiempo presente.
El resultado de esta indagación está recopilado en lo que se denominó la 3a Versión de la Cátedra Lasallista titulada: “Miradas prospectivas desde el Bicentenario: reflexiones sobre el desarrollo humano en el devenir de doscientos años”; un ejercicio reflexivo de las distintas unidades que constituyen el corpus académico de la Universidad de La Salle en el que se pensaron a sí mismas en este devenir, de la mano de la voz externa de connotados expertos nacionales e internacionales que ampliaron el horizonte en la discusión.
Es una mirada al Bicentenario no como un hecho histórico de simple recordación o rememoración; sino como un punto de mira en el cual la academia de la Universidad interpela críticamente su papel histórico y su contribución al mismo; intentando constituir una dinámica trascendente que efectivamente se ponga al servicio para la solución de las necesidades coyunturales del país en una apuesta enraizada en los orígenes, consciente de los impactos y desarrollos culturales que el devenir de los tiempos han constituido como nuestra forma de ser y estar en el mundo.
Los campos disciplinares que abordaron la propuesta fueron:
La Ingeniería y las Ciencias del Hábitat
El Agro y las Ciencias de la Salud
El Humanismo y la Ciencia
La Filosofía y las Ciencias de la Educación.
Las Ciencias Económicas y Sociales, y las Ciencias Administrativas y Contables.
Ponemos, entonces, al servicio de la academia, la cultura y el proyecto de país estas disertaciones desde las cuales una comunidad universitaria se piensa; no con un propósito homogeneizador sino como una invitación para seguirnos pensando desde las distintas realidades; para hacer el ejercicio de resignificar la historia con el respeto que le son peculiares, pero con el compromiso fehaciente de contribuir en la implementación de un sentido de patria más envolvente, incluyente y potenciador de las diferencias; donde independencia no signifique individualismo y desarticulación; donde revolución impulse la no conformidad frente a las nuevas formas de opresión y potencie la cohesión; donde la identidad que nos constituye nos evidencia como una comunidad de sujetos que han sido capaz de ser y hacerse a su medida.
Los compiladores.
Cátedra Lasallista 2010
Prospectivas desde el desarrollo humano: una
mirada desde las libertades para la formación humana{1}
JORGE ELÍÉGER MARTÍNEZ POSADA{*}
FABÍG ORLANDO NEIRA SÁNCHEZ{**}
Si centramos la atención, en última instancia, en la expansión de la libertad humana para vivir el tipo de vida que tenemos razones para valorar, la contribución del crecimiento económico a la expansión de estas oportunidades ha de integrarse en la comprensión más fundamental del proceso de desarrollo como la expansión de la capacidad humana para llevar una vida que merezca la pena y más libre
SEN (2006)
La pregunta que se plantea a manera de puerta de indagación a un problema del presente que es posible rastrear desde el acontecimiento mismo de lo que hoy llamamos Colombia es: ¿cómo se ha dado el desarrollo humano en el acontecer de 200 años de historia de Colombia para pensar nuestro presente y proyectar nuestro futuro?
Amartya Sen (2006, p. 19) establece una definición inicial de “Desarrollo”, conectada con las posibilidades de acción, propias de democracias capitalistas occidentales. Para este autor, el desarrollo puede ser visto desde una perspectiva distinta al crecimiento del Producto Interno Bruto (PIB) o a la ampliación de las posibilidades de acción mediante recursos tecnológicos. Tal perspectiva considera al desarrollo como un aumento de las “libertades reales”, como la educación o el acceso a servicios de salud. En tal sentido, “el desarrollo exige la eliminación de las principales fuentes de privación de la libertad: la pobreza y es que esta es “privación de las capacidades básicas”” (Sen, 2006, p. 20).
Esta noción de desarrollo económico desafía abiertamente la indiferencia de la economía clásica por los códigos de comportamiento. Por ejemplo, el llamado método económico, “exige que el analista contemple las conductas en función de la búsqueda inteligente del propio interés, evitando las exigencias deontológicas que plantean juicios y valores morales” (Sen, 1999, p. 124).
Deontológicas se refiere al conjunto de obligaciones morales que una propuesta de economía debe tener en cuenta. En la teoría económica clásica, “la moralidad puede ser buena para nuestras almas, pero [...] no resulta especialmente útil para los negocios o la economía” (Sen, 1999, p. 124). Sin embargo, argumenta Sen, si se revisan los primeros escritos sobre economía estos se ven directamente relacionados con cuestiones éticas, es decir, con valoraciones y normas que buscan lo mejor para la vida de cada quien y de la sociedad en la que se vive. El rompimiento del vínculo se atribuye a Adam Smith, quien según los supuestos de los economistas clásicos, convirtió la economía en una ciencia, cuya pretensión de objetividad no necesitaba ya tales valoraciones subjetivas.
¿Qué impulsa los intercambios económicos? una respuesta y un lugar común en economía clásica es que es el interés egoísta de aquellos que ofrecen productos y servicios (Ley 115). Pero, ¿puede, en efecto, asegurarse que es de tal interés egoísta del que dependen estos intercambios?
Consideremos el argumento. Quien ofrece un producto o servicio persigue un interés, de eso no hay duda. Pero, ¿es ese interés puramente egoísta? El ofrecimiento se hace en un marco social y valorativo que le da validez y que le permite existir. Para Sen, sin la libertad de ofrecer, sin la libertad de mercados, no podría perseguirse, ni resolverse, tal interés. Precisamente, fue Adam Smith quien insistió en esto. Incluso Marx, anota Sen, valoró como efecto positivo del capitalismo su capacidad de ampliar la libertad de oferta de trabajo. De esta manera, una condición ética y valorativa determina las posibilidades de desarrollo económico de una sociedad. Los modelos de desarrollo económico tradicionales desconocen esta condición, argumenta Sen, y esa es la razón para que, al mismo tiempo que tenemos niveles nunca vistos de opulencia, coexista con ella altísimos niveles de pobreza. Incluso, las sociedades más “desarrolladas” (las comillas tienen su sentido)” como la europea o la norteamericana, muestran niveles de pobreza superiores a sociedades del tercer mundo.
Lo que significa, entonces, que el desarrollo económico no solo depende de variables éticas y políticas, sino que incluso puede “medirse” en estos términos. Como lo propone Sen, se trata de la ampliación de las libertades “reales”, disponibles en la sociedad. Sin ellas, los procesos económicos no tendrían lugar, ni tendría objeto establecer relaciones comerciales o posibilidades de transacción económica. Si cada quien persigue su interés, y nada más que el suyo, olvida que ese interés es posible porque una sociedad le da lugar, lo valora, lo regula y lo transforma.
En este enfoque, se considera que la expansión de la libertad es 1) el fin primordial y 2) el medio principal del desarrollo. Podemos llamarlos, respectivamente, papel constitutivo y papel instrumental de la libertad en el desarrollo. El papel constitutivo está relacionado con la importancia de las libertades fundamentales para el enriquecimiento de la vida humana. Entre esas libertades se encuentran algunas capacidades elementales como, por ejemplo, poder evitar privaciones como la inanición, la desnutrición, la morbilidad evitable y la mortalidad prematura, o gozar de las libertades relacionadas con la capacidad de leer, escribir y calcular, la libertad política y la libertad de expresión, etc. Desde esta perspectiva constitutiva, el desarrollo implica la expansión de estas y otras libertades básicas. Desde este punto de vista, el desarrollo es el proceso de expansión de las libertades humanas, y su evaluación ha de inspirarse en esta consideración” (Sen, 2006, p. 55).
Sin embargo, una posición pesimista diría que la libertad y sus posibilidades se “compran”, es decir, se amplían solo en la medida en que la riqueza es mayor. Se generaría una especie de ecuación según la cual “a mayor riqueza entonces mayor libertad”. Sen argumentará, con Aristóteles, que alguien podría disfrutar de grandes niveles de riqueza, pero eso no garantiza su acceso a ciertas libertades ni el desarrollo de ciertas capacidades.
En la Ética a Nicómaco y en La Política, Aristóteles señala que la riqueza no se desea por sí misma, sino en función de otra cosa. Desde su perspectiva, la riqueza no puede ser el bien humano por excelencia, puesto que se desea ser rico no para serlo, sino para alcanzar otras posibilidades. Su comprensión es tan radical, que incluso entenderá la vida de lucro como “antinatural”. Sin embargo, nadie podría conseguir con su riqueza, por ejemplo, una mejor vida, sino que la riqueza es un medio para alcanzarla, pero depende del carácter de quien maneja la riqueza y no de la riqueza misma (Sen, 1999, p. 24).
En un ejemplo que tiene una relevancia fundamental para el análisis que se propone en este trabajo, queda claro que la riqueza por sí misma no impulsa la generación de libertades y capacidades en el individuo que la disfruta. Podría decirse que no debe preocuparse porque puede “pagar” a otros que tienen esas capacidades. Y aunque pudiera hacerse, como, por ejemplo, en el caso específico de un director o administrador que pague asesores o contadores para que resuelvan sus cuestiones financieras, eso no genera el desarrollo de esas capacidades ni promueve la ampliación de las posibilidades de acción de quien “paga”. Desde otra perspectiva, podría reflexionarse sobre el sentido de disfrutar de riqueza pero no de algunos derechos fundamentales, como la libertad de expresión, la participación en decisiones políticas o la construcción de un modo de vida digno y respetable.
Aunque suele considerarse que el capitalismo es un sistema que sólo funciona gracias a la codicia de todo el mundo, el funcionamiento eficiente de la economía capitalista depende, en realidad, de poderosos sistemas de valoraciones y normas. De hecho, ver en el capitalismo nada más que un sistema basado en una acumulación de conductas avariciosas es subestimar la ética capitalista, que tanto ha contribuido a los imponentes logros conseguidos (Sen, 2006 p. 314).
Si se mantiene el argumento de que cada quien persigue su interés egoísta en el capitalismo, ¿cómo podría explicarse la confianza que depositan las partes en un conjunto de normas que regulan la transacción? Por ejemplo, ¿qué sostendría las diversas modalidades de contrato, o la emisión de papel moneda o de títulos de valor? La persecución de la resolución del interés egoísta no resuelve satisfactoriamente estos requerimientos del sistema.
Lo que indica que el capitalismo depende de unas valoraciones que le permiten funcionar. Es conocido que la democracia contemporánea evolucionó a la par con el sistema capitalista, hasta el punto que en la actualidad no pueden entenderse el uno sin la otra. Asimismo, se asume que la democracia contemporánea permite la valoración positiva de derechos nunca antes imaginados. La interacción entre capitalismo y democracia es posible porque sus valoraciones se refuerzan mutuamente. La valoración ética y política más fuerte de las democracias contemporáneas tienen que ver con la libertad que tienen los sujetos para decidir en aspectos relevantes del orden político mediante sistemas de elecciones populares y de representación en los estamentos de poder.
Del mismo modo, puede considerarse el marco de derechos de los que disfrutan los ciudadanos. Pero, para Sen, el desarrollo económico depende de las libertades que promueve más de lo que podría suponerse a primera vista. Sin ellas, el desarrollo termina convirtiéndose en una versión de la opulencia que no permite la calidad de vida de los componentes de la sociedad, lo que repercute, a su vez, en los índices de productividad y creatividad.
Por norma, se acepta el hecho de que el derecho a realizar transacciones económicas tiende a ser un gran motor del crecimiento económico. Pero aún hay otras muchas conexiones que no se reconocen suficientemente y que deben tenerse en cuenta en el análisis de la política económica y social. El crecimiento económico puede contribuir no sólo a elevar la renta privada sino también a permitir que el Estado financie la seguridad social y la intervención pública activa. Por lo tanto, la contribución del crecimiento económico ha de juzgarse no sólo en función del aumento de la renta privada sino también en función de la expansión de los servicios sociales (incluidas en muchos casos las redes sociales) que el crecimiento económico puede hacer posible. Así mismo, la creación de oportunidades sociales, por medio de servicios como la educación y sanidad públicas y el desarrollo de una prensa libre y muy activa, puede contribuir tanto a fomentar el desarrollo económico como a reducir significativamente las tasas de mortalidad (Sen, 2006, p. 60).
Así, la interacción entre las libertades sociales favorece el desarrollo económico, al tiempo que este puede servir como medio para ampliar las libertades y, con esto, favorecer un desarrollo que puede llamarse Desarrollo Humano. Está en el interior del sistema capitalista un conjunto de valoraciones capaz de generar unas libertades, mantenerlas y expandirlas; libertades que a su vez terminan promoviendo nuevas posibilidades de desarrollo económico, al impulsar habilidades y creatividad, aspectos que son el motor de la productividad y la efectividad.
La libertad de expresión y de participación son aspectos altamente valorados del sistema capitalista y su interacción con la democracia. Es conocido, por ejemplo, el impulso social que estas dos libertades permitieron y permiten en las sociedades del primer mundo. En el caso norteamericano, por ejemplo, estas libertades fueron la base de un sistema político que sostiene la mayor economía del mundo. Sin los periódicos de la época de la Independencia y sin el esfuerzo por la igualdad que se consagró luego de la Guerra de Secesión, difícilmente podrían pensarse otros logros sociales, como la emancipación de la mujer o el reconocimiento de la diversidad racial y cultural. Y aunque deba reconocerse que estos procesos históricos incluyeron violencia, también es necesario reconocer que se convirtieron en derechos que hoy se asumen como inviolables y sagrados. Esas mismas libertades favorecen la construcción de un sistema de intercambio económico que puede ir más allá de la construcción de la opulencia para unos pocos y ofrecer oportunidades sociales para la mayoría, al tiempo que con esto favorece sus propias posibilidades de expansión y mantenimiento.
La noción de capital humano surgió desde la analogía de la acumulación física de capitales, con el depósito de creatividad o competencias que tiene una persona en particular. Si se atiende a las definiciones de las teorías contemporáneas sobre el aprendizaje, la inteligencia consiste en la capacidad que tiene un sujeto de resolver un problema. Y esa capacidad es clave cuando se trata de procesos de producción. El énfasis en este capital humano, como aspecto central del aumento de la productividad, es el responsable de la constitución de una relación entre educación y productividad empresarial, inherente a las propuestas de Educación Superior contemporáneas.
En los análisis económicos actuales se ha dejado ver en gran medida la acumulación de capital en términos físicos y se concibe como un proceso en el que interviene íntegramente la calidad productiva de los seres humanos. Por ejemplo, por medio de la educación, el aprendizaje y la adquisición de cualificaciones los individuos pueden ser mucho más productivos con el paso del tiempo, lo cual contribuye de forma extraordinaria al proceso de expansión económica. En algunos estudios recientes del crecimiento económico (en los que ha influido a menudo las interpretaciones empíricas de los casos de Japón y del resto del Este asiático, así como de Europa y Norteamérica), se pone mucho más énfasis en el “capital humano” de lo que solía ponerse no hace mucho tiempo (Sen, 2006, p. 260).
Sin embargo, en el marco de la propuesta de Desarrollo Humano, Amartya Sen distingue entre “capital humano” y capacidad humana. En el primer concepto, las habilidades particulares pueden emplearse como capital en la producción. Es decir, la creatividad, por ejemplo, de un sujeto productivo se usa ahora como insumo para el aumento de la productividad. En el segundo, se trata de reconocer que estas habilidades o cualidades no solo deben usarse a modo de inversión para la producción, sino también para mejorar las libertades que disfruta quien posee esas capacidades. De ahí que pueda distinguirse entre capacitación y educación. Para quienes se inclinan por la visión del capital humano se asume que todo proceso educativo es, en último término, una inversión que una persona hace sobre sí misma en tanto que agente productivo. En el enfoque del Desarrollo Humano lo que esa persona hace es ampliar sus posibilidades de disfrutar de tales cualidades, de hacer de su vida una vida más digna de vivirse y de gozar de una calidad de vida superior: “Existe, de hecho, una diferencia valorativa crucial entre el enfoque del capital humano y el de las capacidades humanas, diferencia que está relacionada en cierta medida con la distinción entre los medios y los fines” (Sen, 2006, p. 320).
El reconocimiento de la contribución de las cualidades humanas al fomento y el mantenimiento del crecimiento económico -con todo lo trascendental que es- no nos dice nada sobre la causa por la que se busca el crecimiento económico para empezar. En cambio, si centramos la atención, en última instancia, en la expansión de la libertad humana para vivir el tipo de vida que tenemos razones para valorar, la contribución del crecimiento económico a la expansión de estas oportunidades ha de integrarse en la comprensión más fundamental del proceso de desarrollo como la expansión de la capacidad humana para llevar una vida que merezca la pena y más libre (Sen, 2006 p. 353).
La diferencia es relevante porque de ella depende el sentido de un modelo económico. Si se pregunta ¿cuál es el propósito de un sistema económico?, queda claro que en el marco de la interacción capitalismo- democracia, tal sistema no tiene por objeto garantizar la esclavitud de unos muchos para el goce opulento de unos pocos. Es más, la prodigiosa idea de la igualdad de derechos, deberes y oportunidades, considerada como el núcleo de los derechos fundamentales de toda democracia digna de llamarse así, desafía esta pretensión dominadora, que es para muchos connatural al capitalismo. Así, el cultivo de las capacidades propias debe tener por objeto el aumento de la productividad, siempre y cuando, supere un nivel puramente instrumental, para convertirse en el eje de las posibilidades de construir una vida digna de ser valorada y gratificante.
Aunque las reflexiones teóricas de Amartya Sen no se agotan en estos puntos, sí queda clara la noción de Desarrollo Humano y su relación con las libertades reales de las que gozan o pueden gozar los individuos. En sus propios términos, existe una gran diferencia entre elegir ayunar, o hacer una dieta, y no tener las posibilidades de resolver necesidades básicas y vitales. Al mismo tiempo, queda claro que la vida no puede concebirse únicamente como un fenómeno orgánico cuyo centro sea la productividad, sino que esa productividad tiene por objeto mejorar las condiciones y las posibilidades vitales. Y en esta interacción entre producción y valoración moral, el Desarrollo Humano propone una posibilidad de crecimiento económico que consiste en ampliar las libertades como medio y como fin del mismo.
El pensar, por lo tanto, prospectivamente las Humanidades desde el lasallismo implicará mirar las diferencias de los sujetos y, por ende, pensar una pedagogía que permita vislumbrar sus subjetividades desde las preguntas por lo humano que, si bien son preguntas individuales, permiten tener una mirada global de la humanidad; y es que toda cultura que alcanza cierto desarrollo, le urge hacer uso de la educación para asegurar a la posteridad una herencia cultural. La educación es el principio mediante el cual la comunidad humana conserva y trasmite su peculiaridad física y espiritual. El hombre puede propagar y conservar su forma de existencia social y espiritual mediante las fuerzas por las cuales las ha creado, es decir, mediante la voluntad consciente y la razón. El hombre crea condiciones para el mantenimiento y la transmisión de su ser y exige organizaciones físicas cuyo conjunto denominamos educación. En la educación, tal como la practica el hombre, actúa la misma fuerza vital, creadora y plástica, que impulsa espontáneamente a toda especie viva al mantenimiento y propagación de su tipo (Jaeger, 1985).
La educación no es una propiedad individual, sino que pertenece, por su sentido mismo a la polis; es decir, a la ciudad y, por ende, la educación es Política. El carácter de la polis, de la ciudad, se imprime en sus miembros individuales. La estructura de toda sociedad descansa en las leyes y normas escritas o no escritas que la unen y ligan a sus miembros. Así, toda educación es el producto de la conciencia viva de una norma que rige una comunidad humana, lo mismo si se trata de la familia, de una clase social o de una profesión, que de una asociación más amplia, como una estirpe o un estado.
La educación participa en la vida y en el crecimiento de la sociedad, en su destino exterior como en su estructuración interna y en su desarrollo espiritual, de ahí que se haga necesario partir de un nuevo concepto y de un nuevo enfoque en educación que, si bien reconoce este punto normalizador, también puede establecer que los individuos construyen en ellas sus subjetividades desde múltiples posibilidades, y que al llegar a los niveles superiores de formación universitaria, en su pliegue interior presentan, una formación que les da un estilo en su existencia.
Es aquí donde Edgard Hengemüle f.s.c. en su texto Educar en y para la vida dice: “En búsqueda de soluciones eficaces para las necesidades de los niños y de los jóvenes, La Salle obró de dos maneras: partiendo de la vida de ellos y preparándolos para la vida en general y especialmente par al vida de cristianos, de ciudadanos y profesionales” (Hengemülle, 2009, p. 154), es decir, la formación lasallista está abierta a la integralidad de los sujetos que pretende formar en su diferentes dimensiones tanto individuales como sociales; pero, esta es fundamentalmente para la vida y en la vida lo ciudadano y lo profesional, y no asumiendo que la vida es el trabajo o pensando que al formar para el trabajo forma para la vida. Por lo anterior, la formación lasallista en posgrados pretende reflexionar la vida en todas sus dimensiones para que desde ella se piense lo profesional pero en la vida y no en la profesión, pues esta es solo un medio para llevar a cabo la vida pero no el único y es que “La Pedagogía Lasallista está enraizada en la vida” (Hengemülle, 2009, p. 155).
La educación en la formación humanística en la actualidad es un reto para las instituciones de educación superior, esta no solo debe formar en lo específico de las disciplinas sino contribuir en la formación de sujetos ético-políticos con responsabilidad social y capaces de asumir los retos de la profesión en las actuales circunstancias económico-políticas de la nación en el marco de la globalización.
Cuando la Universidad de La Salle asume esta tarea dentro de su compromiso por el desarrollo humano integral y sustentable desde los valores cristianos inspirados por San Juan Bautista De La Salle está asumiendo una dimensión política: la de agenciar espacios de humanismo que no sean lecturas para la producción de subjetividades cognitivas, morales y autónomas para el capitalismo sino el asumir discursos-prácticas que generen pensamiento crítico y creativo. Recordando que el primer lugar de la transformación es la crítica. Pues, esta es “el movimiento por el cual es sujeto se atribuye el derecho de interrogar a la verdad acerca de sus efectos de poder y al poder acerca de sus discursos de verdad; La Critica será el arte de la incertidumbre Voluntaria, De la Indocilidad reflexiva” (Foucault, 2009). Por lo tanto, las humanidades en su mirada presente es Critica y sus prospectiva es utópica porque se instaura en el análisis del presente desde la lectura de estos doscientos años para proyectar su futuro. Las humanidades pretenden generar el movimiento de Indocilidad reflexiva ante la privación de las libertades Humanas de las que anteriormente hablamos. Las Humanidades en la Universidad de La Salle, desde el Departamento de Formación Lasallista, asume que el desarrollo humano es la expansión de las libertades y reconoce que hay otras posibilidades de formación humanística en la estética, en la cultura, en la formación para la vida y no para el trabajo capitalista únicamente “pues la vida misma no es trabajo”, es “voluntad de poder”, es “deseo” es “potencia de obrar”. El trabajo no es solo producción capitalista, pues como Hannah Arent argumenta en el trabajo se produce la transformación del mundo. Así, la Universidad y en ella las Humanidades deben formar para el trabajo, deben formar para la transformación, procurando dar vida al proyecto educativo universitario (PEUL) en su compromiso con la formación de profesionales con sensibilidad y responsabilidad social, desarrollo humano integral y sustentable, la democratización del conocimiento, la generación de conocimiento que transforme las estructuras de la sociedad colombiana.