Kitabı oku: «180 días en Siria», sayfa 3

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—¿De verdad lo dices? —preguntó Will.

—¡Sí, de verdad!

—Bueno, gracias por tus palabras, Farah.

—De nada, Will...

—¿De dónde vas a empezar? —preguntó el niño rubio—. Digo, a contarme tu historia.

—Em, ¿desde el principio?

—No sé... es tu historia, dime —respondió Will.

—Bueno... podríamos ubicarlo cuando decidimos mudarnos de Turquía a Siria.

—A ver. ¿Cómo fue? —preguntó William.

Ya estando segura que recordar prácticamente todo y de que ya podía confiar en William, había un vínculo de confianza fuerte y mutuo. Sabían que se necesitaban mutuamente y por eso decidió empezar a cotarle en profundidad lo que fue su vida, o más que su vida, lo que fue su vida a lo último, lo que fue el principio de su fin, quizás sería triste, e incluso muy difícil. Ella pensaba que su vida había sido una desgracia pero también sabía que William no la iba a juzgar, por el solo hecho de que si él decidió olvidar quería decir que su vida no había sido mucho mejor, pero ya era hora de decir todo y no callar nada, ya no estaba para esos juegos infantiles ni inmaduras vueltas, ya no las necesitaban ni nunca más las necesitarían... ni Farah ni William y así comenzó...

Capítulo II: Estambul

Como todas las mañanas mamá me despertó para ir a la escuela, como tenía que ir más temprano de lo normal, salí un poco antes y me crucé con toda la gente que va a su trabajo y hacer sus actividades... ¡qué mal que se viaja en Estambul!

La casa de Farah se encontraba en un típico barrio clase media en Estambul, Turquía, para puntualizar más en una esquina, en donde se encontraba la puerta principal de la casa sobre la calle Mehmet Aga Cd. y sobre la calle Gokce Sk. Se encontraba el garaje, en donde los padres de Farah guardan sus respectivos autos. Era una casa con un feo y muy llamativo frente amarillo chillón, el cual podía divisarse a kilómetros de distancia si uno se lo proponía. En la planta superior había 3 habitaciones, y el baño principal de la casa, las piezas se dividían en una para Farah con ventanas que daban a Mehmet Aga Cd. (al igual que la pieza de sus padres), una para los 2 hermanos, la ventana de esta daba a la otra calle de la casa y la habitación restante para los mayores de la casa. El hogar en su respectiva planta baja, para mayor puntualidad en el living, contaba con una sencilla escalera de estilo moderno, de escalones separados entre sí y con una baranda aún más simple a la derecha se iba al baño, después de haber esquivado los sillones y a la izquierda se iba al garaje, todo esto sobre un muy elegante piso de parqué, el cual cambiar por la gastada alfombra que estaba antes (cuando compraron la casa) le costó mucho dinero al padre de Farah, siguiendo unos pasos hacia delante, se encontraba la cocina comedor y como broche de oro, lo que la hacía un hogar... A las 6 de la mañana podían escucharse los gritos desde afuera.

—¡Farah, vamos! Despierta que se hace tarde para la escuela... —dice gritando a través de las escaleras la madre de Farah, Annesa.

La madre de Farah, Annesa Smith era nieta de un militar británico al que en la Primera Guerra Mundial lo habían mandado junto con escuadrón de 200 soldados a atacar una fábrica de municiones que se encontraba en las afueras del Imperio otomano —actual Turquía— durante los primeros días del mes de septiembre del año 1918, unas pocas horas antes de efectuar el ataque, fueron sorprendidos en una emboscada sangrienta por soldados del Imperio, de 200 solo sobrevivieron 20, de los cuales 16 murieron al caer la noche debido a las grandes heridas provocadas durante el ataque, de los 4 pobres hombres sin rumbo que quedaban, estaban entre intentar entrar al país, a través de la frontera o intentar escapar a algún país aliado, pero bien sabían ellos que eso era un suicidio ya que atravesarían toda la zona donde la guerra estaba al rojo vivo. Sin más remedio, decidieron entrar a Turquía e intentar mimetizarse con la gente de aquel —para ellos— lejano país hasta que termine la guerra, que para sorpresa de ellos, eso sería unos meses después, una vez terminado el conflicto bélico, ya podían andar libremente por las calles, se fueron a Estambul y 3 de los hombres decidieron volver a Londres. Víctor Smith se quedó, toda su familia había muerto en la guerra y él creía que en Inglaterra ya no había nada para él, en su infancia, antes de unirse a las Fuerzas armadas británicas, había pasado gran parte de su tiempo en una bicicletería, por lo que como era un gran conocedor del tema, decidió abrir una en Estambul, a los pocos años conoció a la mujer que sería su esposa y la madre de sus 2 hijos, Oscar y Nadia. La niña con un prodigioso oído para la música sería concertista en la ópera de Estambul y el joven Oscar sería arquitecto y posteriormente padre de 2 hijas, Annesa y Malak. La mayor de las hermanas, Malak, se convertiría en abogada, mientras que Annesa, mujer realmente hermosa hasta para el ojo más exigente, una piel morena que rozaba la perfección, ojos verdes que había heredado del inglés, de altura promedio pero de largas piernas. Fanática de los idiomas, a sus 22 años ya hablaba con fluidez el alemán y el inglés. La historia mundial y en especial de la Europa medieval habían sido el motivo de su vida, y por eso se las dedicó a la hora de elegir la docencia orientada a la Historia pero lo que podía enloquecerla era unas buenas pastas, siempre y cuando estén bien preparadas y algo mucho muy importante, que sean acompañadas con un vino francés, si usted no había probado vino con las pastas que se comen en los restaurantes de Estambul, usted entonces nunca había tomado vino —o eso decía ella— siempre había mostrado inclinación a la ayuda al prójimo y a la enseñanza, a finales de 2012 estaría cumpliendo sus 45 años.

—¡Ahí va, ma! —dice repetidas veces Farah, en la oscuridad de su cuarto y tapándose la cara con la sábana y con un enojo que fácilmente podía distinguirse.

Farah responde aun sin encender la luz de su habitación y aún un poco dormida se para en el frío piso de alfombra, el cual ella ya había pedido a su padre que sacara porque la hacía estornudar mucho, procede a vestirse y ponerse algo especial, estaba entre un vestido elegante que tenía o un jean con una camisa que a ella le gustaba mucho, pero termino decidiéndose por una pollera a cuadros roja con una camisa y, por ser un evento especial, no la obligaban a ir con el uniforme, ese día tenía una importante presentación ante sus compañeros y sus profesores de historia, geografía y alemán.

—¿Ya me hiciste el desayuno, ma? —pregunta Farah bostezando mientras baja las confusas escaleras caracol de bronce, recientemente colocadas.

—¿Te lavaste los dientes? —le responde su madre a los gritos desde la cocina, su voz desgastada por años de tabaco y alcohol atravesaba toda la casa.

—Eh... no. La embobada adolescente gira sobre su propio eje, teniéndose de las barandas, vuelve a subir en dirección al baño, con cerámicas azules en sus paredes y un llamativo blanco y negro en el suelo, adornado con un muy lujoso espejo y un lava manos sobre lo que había sido una cómoda de algarrobo.

—¡Ah! Y de paso despierta a tus hermanos —exclama la estresada mujer a los gritos desde abajo.

—Bueno, ahí va....—la adolescente ya más despierta que dormida vuelve a subir las escaleras caracol de su casa, una vez arriba entra a la habitación de sus hermanitos y los despierta.

—¡Khan, Abdel! Son las 6:30... DESPIERTEN QUE YA ES TARDE —grita con enojo y nada de paciencia en la pequeña habitación color celeste y con una cama cucheta, la de arriba de Abdel, el privilegio se debía por ser el mayor de los hermanos varones.

—Bien, iré a lavarme los dientes y terminar de vestirme —diciéndose a sí misma las cosas que tenía que hacer y decir en unas horas, Farah estaba haciendo todas las primeras actividades del día.

—Nena, ¿de qué es el trabajo ese que das hoy? —pregunta el padre de Farah mientras se abrocha la corbata y toma su café, el cual como para no machar el mantel de la mesa principal, decidió apoyarlo sobre su diario impreso hacía pocas horas.

—De la Segunda Guerra Mundial, pa, causas, consecuencias, conflictos y las características en general, y como está el profe de alemán y creo que el de francés, así que por las dudas, muchos nombres me los tengo aprendidos en alemán.

El padre de Farah, hijo de un matrimonio con creencia religiosa cristiana, y de ahí su fe en esta religión, el cual le incorporo a sus 3 hijos a través del bautismo y la comunión. Murat Pamuk de 45 años, 1,70 de altura, relativamente flaco pero ancho de hombros, de morena piel y ojos oscuros como la noche. Hombre de moral inquebrantable y de ideología marxista en lo económico y social pero se contradecía a sí mismo con su creencia religiosa y, por motivo de esto, muchas veces no era tomado en serio, tanto en la iglesia como en los lugares de debate donde le gustaba ir. Fanático del buen fútbol, de la caza, era un admirador incansable de las armas, tanto que a sus 18 años intentó enrolarse en el ejército, pero su pie plano le imposibilitó su sueño, ante esta decepción, decidió seguir una carrera universitaria en el extranjero. Había obtenido un máster en gerencia y contaduría en sus años de juventud, cuando estudió en una universidad en España, más puntualmente en Madrid, de ahí su facilidad para hablar el español y el inglés, ya que también lo había estudiado. Es el mayor de 3 hermanos, uno murió de joven debido a una grave enfermedad, que en su época era incurable y su otro hermano, Onur Pamuk de 39 años, se había inclinado de joven a la mecánica y como decía su madre "desarma todo lo que encuentra" y a eso le dedicó su vida, estudió ingeniería mecánica y dejó la carrera en 4.to año, por motivos del repentino embarazo de su novia y la que hoy sería su esposa y madre de sus 2 hijos.

—Ah, bien, no es tan difícil... ¿o sí?

—No, para nada... —responde Farah con mucha confianza mientras come algo de pan.

—Farah, ¿por qué no vas a ver por qué tus hermanos todavía no bajaron?

—Es cierto, ya deberían haber bajado... espera que me voy a fijar.

Mientras Farah se aleja de la cocina, escucha a Annesa preguntarle al elegante hombre de traje con su café y su diario.

—¿Cómo vamos a decirles, Murat? Farah vaciló un poco en seguir o detenerse unos segundos a escuchar la conversación a escondidas, pero lo consideró bastante descortés y asumió lo obvio, que sería una estupidez lo que a alguien tenían que decirle y decidió seguir su camino, subir por segunda vez las escales y ver por qué sus hermanos aún no había bajado.

—Farah... ¿Qué hora es? —pregunta Khan, su hermano de 11 años.

—6.45, nene... APURATE, ¿y Abdel?

—Ya se levantó y vistió, está en el baño —responde el joven niño mientras abrochaba su blanca camisa planchada cuidadosamente la noche anterior por su madre.

—¿Por qué gritas tanto, Farah? Qué ruidosa sos... —le dice desde atrás su hermano Abdel, de 14 años.

—Mira, no me enojo más, solo porque ya estás totalmente vestido...

No muchos minutos más tarde ya estaban los 5 integrantes de la familia en la mesa desayunando, cada uno contando lo que iba a ser su día, en lo que Farah corta la conversación con una pregunta algo incómoda a su padre.

—Pa... ¿a quiénes les tienen que contar algo importante? —pregunta la curiosa joven, simplemente la curiosidad había sido más fuerte que ella y prefirió quedar mal ante sus padres que quedarse con la duda.

La madre de Farah algo molesta interviene en la conversación.

—¿Estabas escuchando la conversación nuestra a escondidas? Nosotros no te hemos enseñado eso hasta donde yo recuerdo.

—No, Annesa, no hace falta el enojo... aparte me preguntó a mí —con bastante calma Murat maneja la situación—. Mira, lo que pasa es que en la empresa van a despedir a unos empleados y como soy el gerente de la sucursal de Estambul, el que les tiene que dar la mala noticia soy yo.

—¡Murat! ¿Me bajas las galletas? No llego. —La madre de los 3 niños golpea sus dedos uno por uno en señal de espera, del meñique al índice, repetidas veces contra la mesada de mármol negro—. Te dije que había que bajarla, la pusiste muy alta, ninguno de tus hijos llega...

—Ahí va, Annesa, ahí va... por Dios.

Cuando Murat deja su café sobre la mesa, el viento que provocó el flamante y recién ascendido gerente de la compañía Textiles Robbinson S. A. deja volar unas hojas del diario y Khan llegó a leer un fragmento de noticia.

11 de noviembre de 2011

Luego de las protestas en Siria con motivo de manifestar el desencanto con el régimen del presidente Al-Asad (asumido a través de un referéndum a principios de este siglo), dichas protestas llevan ya varios meses, dándose en distinta intensidad y en focos concentrados por cada rincón del país, el gobierno nacional en temor a un golpe de Estado, lleva reprimida cada una de estas protestas y como los manifestantes, en un importante número son guerrilleros, se arman pequeñas guerras en cada ciudad. Se estima que en lo que va del año los muertos superan el centenar de personas, aunque Naciones Unidas, pocos días después del paquete de sanciones impuesto por la Unión Europea en mayo de dicho año, asegura que los muertos rondan cerca de los 900, tanto civiles como paramilitares, provocando millones de dólares en pérdidas al Estado y al sector privado y el destrozo de la identidad que tiene este golpeado país y la deslegitimación del gobierno central.

El Gobierno en constate estado de sitio y aplicando la ley marcial, sigue en duda de qué hacer con los miles de detenidos políticos que lleva en este año, mientras que en la cumbre de G-8 siguen analizando el accionar militar contra del régimen [...]

—No leas cosas que a tu edad no vas a entender, hijo... —El padre le agarra la mano al niño y con la otra mano, le saca el diario y lo arruga—. De verdad está todo bien, preocúpate por tus cosas que nosotros con esta guerra no tenemos nada que ver.

—¿Están matando gente a solo unos kilómetros de acá? —pregunta el confundido niño con algo de incertidumbre y un tímido miedo,

—Seguramente y como en todos lados, pero nosotros no podemos hacer nada...

—¿De qué hablan? —mira extrañado Abdel a su padre y hermano.

—De nada importante, hijo, no te preocupes, ¿o no, Khan? —aprovechando que hacía unos instantes le había agarrado la mano, se la aprieta para que este, captara la indirecta bastante directa y no dijera nada.

—Pa... ¿Por qué van a echar gente? —pregunta Abdel sentado en la fina silla de roble que había sido un regalo por parte de su tío "el mecánico" como cariñosamente lo llamaban de cuando compraron la casa.

—Porque quieren abrir un nueva sede en Alepo, y bueno... hace falta desviar fondos —mira para abajo el señor Murat, quizás por algo de vergüenza o porque sabía que él iba a ser cómplice de que por intereses de personas que ni conocía iba a dejar a cientos de familias sin un plato de comida y sería el verdugo... toma su caliente café—. Lo más triste es que eran hombres con familia e hijos, pero bueno... a estos empresarios solo les importa sus ganancias, y que no son nada chicas.

—¿Cuándo la van a instalar? —Annesa pregunta mientras pelea con la canilla de la cocina que no quería andar, giraba para un lado, giraba para el otro y era inútil, el agua no quería salir—. Murat, Dios mío, tienes que hacer algo con esta canilla, desde la semana pasada te lo vengo diciendo y te haces el sordo.

—Ya sé, Anna... Dame tiempo por favor, estoy con todo con el tema de la empresa, la nueva sucursal y el tema de la pobre gente que van a echar, teneme paciencia unos días más. —Murat suspira por el golpe de estrés que había tenido—. Ehhh, no sé, no estoy muy seguro... En teoría, para febrero del año que viene ya está todo listo para trabajar... iba a estar lista para julio de este año, pero la situación inestable de ese país del demonio no lo permitió, así que siendo sincero, si te digo, te miento. —Murat no había mentido en ninguna de sus palabras, le estaba dedicando todo su empeño a la empresa, ya que él tenía un pensamiento muy lógico, "yo soy un trabajador más, para ellos soy un sueldo más que pagar... no tengo ningún valor, es feo pero es la verdad, y si echaron a 400 personas y dicen que según como se pinten los números podrían echar más, ¿qué hago si me echan a mí también? Tengo una familia que alimentar, hijos que ni siquiera terminaron la escuela, jamás permitiré que mis hijos tengan que salir a ganar el pan que yo no pude darles, que tengan que mendigar comida por la calle... TENGO QUE HACER TODO LO QUE ESTÉ A MI ALCANCE PARA QUE ESTO NO PASE". El pobre hombre trabajaba sus 8 horas reglamentarias diarias y a eso le sumaba otras 2 horas extras que las trabajaba gratis para darle buena impresión a sus jefes, él buscaba tanto esto a tal punto que, sin tener la necesidad de hacerlo, porque esa tarea no le corresponde a él, iba a poner la cara para los despidos de sus compañeros de hace más de 15 años... y en lo otro tampoco había mentido, en realidad no iban a echar a nadie y la nueva fábrica debía estar ya funcionando a su máxima capacidad hacía varios meses, pero para variar, nunca nada sale como uno lo planea y los platos rotos, también para variar, los paga el que no tiene nada que ver. Él bien sabía que le había vendido su alma al diablo, pero sus opciones a la hora de barajar eran realmente pocas...

—Y si es inestable... ¿Por qué tu empresa va?

—Como la inestabilidad provocó que muchas empresas privadas se vayan del país y la mayoría de las nacionales quebraron... quieren aprovechar la brecha y el mercado básicamente sin competencia alguna para meter sus productos por la fuerza. ¡Y sí, por la fuerza! Si hay un maldito monopolio a la gente no le quedará otra que comprarles y para maximizar aún más sus ganancias, hicieron un contrato con el gobierno para fabricar los trajes de los soldados del ejército y a cambio este le va a dar toda la protección necesaria, aparte de las enormes ganancias, claro.

—A vos no te van a mandar... ¿no? —La agotada mujer se agarra la pera con la mano derecha y lo mira fijamente a su esposo—. No vaya a ser cosa de que nos lleves a una guerra, solo por un buen empleo... —Annesa se prende un cigarro por el momentáneo estrés que generó esa pequeña reflexión—. Prefiero morirme de hambre acá en Turquía a vivir bien en el medio de una guerra.

—No, amor, por supuesto que no, aparte para los cargos importantes ya tienen todo elegido, y los obreros van a ser personas de Alepo... para propagandear que le dan trabajo a la gente de ahí, el gobierno de allí tiene que hacer buena imagen a como dé lugar, no puede permitirse perder el poco apoyo que le queda.

—Ma, es muy temprano todavía... no fumes que te va a hacer mal —exclama Farah moviendo la mano en el aire para desviar el humo producido por el cigarro recién encendido.

—Cuando llegues a mi edad, vas a entender lo que es soportar todo lo que tengo que soportar... ¿ya desayunaron todos?

—¡Sí! —dijeron todos al mismo tiempo.

Uno por uno, del más grande al más chico y del más chico al más grande comenzaron a pararse y organizar qué iban a llevar y qué no, Abdel (el del medio) guardó sus cosas de dibujo, ya que tenía una presentación con los profesores de arte, Khan (el más pequeño de los 3 hermanos) ordenó su mochila. Él no tenía nada importante que hacer o presentar ese día, para él era un día más. Pero para Farah no, guardó los mapas y láminas, mientras que por celular, arreglaba con sus amigas en cómo iban a dar la presentación ya que daban en la primera hora y debían organizarse qué decir cada una, el padre por su parte estaba terminando de apretar en nudo de su elegante corbata azul, procurando que esta no le quede ni una molécula de polvo o que no quede por debajo del cinturón, lo consideraba en extremo descuidado y la madre guardando unos libros de cuentos, ya que ella daba clases de primaria en un colegio cercano al que asistía Farah y así comenzó el día de cada uno... Los dos niños, por su parte, como iban juntos al mismo colegio, pero este distinto al que iba Farah, viajaron juntos y fueron en una dirección distinta al resto de la familia, el padre por su parte subió a su nuevo auto... un Mercedes gris que enamoraría a cualquiera ya que, según su opinión, el puesto que tenía requería un mejor auto... ¡Él no podía ser menos a la hora de ostentar! Y por último las dos mujeres de la familia, Annesa y Farah, como el auto de Annesa estaba en el taller mecánico del tío de Farah —Onur—, estas se vieron obligadas a tomar el transporte público y con todo lo que esto conllevaba, ya que la escuela de Farah se encontraba a unas pocas calles del Gran Bazar, al igual que la escuela donde Annesa daba clases al 3.er grado y a la tarde daba Historia a la secundaria.

—¡Qué mal se viaja en Estambul! —Farah no podía dejar de decirse eso a sí misma y a su madre, que estaban viajando paradas en el tranvía, el estar apretadas podía vencer el frío del invierno que aún no había llegado pero les estaba pisando los pies—. No conozco el camino con el tranvía, ma, siempre que vengo, viajo en auto o en bus... ¿Falta mucho?

—No, hija, en unos 15 minutos estamos —o eso creía ella—... paciencia. ¿Por qué no repasamos la lección mientras tanto? ¿Qué te parece? Al menos hablando, el viaje se hará más llevadero y de paso pueda ayudarte.

—Buena idea, ma. —La adolescente de 17 años abrió entusiasmada los ojos todo lo que pudo y movió la cabeza de la felicidad, ya que tenía muchas ganas de demostrarle a alguien, quien fuere, todo lo que sabía y había estudiado—. ¿Por dónde quieres que empiece?

—¿Por dónde quieres que empiece? Nena, ¿vos te volviste loca? ¿Cómo vas a empezar una lección con una pregunta? Ojo con esos descuidos, que según el docente que te toque, si es uno que tuvo un mal día puede pedirte que le hables del tema más difícil de todos y con eso perdiste.

—Mmm, ahora que lo pienso, tienes razón, ma... —dice riendo Farah en el incómodo asiento de cuerina verde.

—Obvio que la tengo... acordate que yo soy docente y por mi carácter, soy propensa a tener malos días. Sé cómo funcionan estas cosas y no quiero que te pasen a vos.

—Bueno. ¿Puedo, "señora profesora", empezar por los motivos de la guerra y cómo fue la preguerra? —pregunta Farah ironizando a su madre.

—¡Sí! "Querida alumna", puede empezar tranquilamente por ahí...

Y así en lo que restaba del viaje iban hablando sobre la Segunda Guerra, hasta que la madre bajó en la parada a la vuelta de su colegio, Farah ya sola en el colectivo, sacó sus apuntes y libros para ponerse a leer las partes que ella consideraba que tenía medio flojas, los 15 minutos restantes del viaje Farah se lo pasó leyendo, hoja por hoja, año por año, parecía estúpido todo lo que habían pasado tantas personas, tanto dolor... y ella solo se preocupaba por pequeñeces como la nota de su trabajo, pero a los 17 años aún no había aprendido a ver lo importante de la vida, corta y miserable, por eso que obliga a vivirla, la hermosa joven, perdida en su amor por los fríos libros que tanto tenían para ofrecerle, pasó por alto que se había pasado dos paradas de la suya, detalle que notó cuando levantó la vista.

—¡Uy! ¡Me pasé! —soltó un fuerte grito que hizo que todos se voltearan a verla—. ¡Chofer, parada por favor! —Farah guardó rápidamente todos sus libros en su mochila y bajó del colectivo.

Mientras Farah caminaba apurada por las largas y bastante transitadas calles del centro de Estambul, prácticamente más a trote ligero que a caminata, esquivando a todas las personas. —¡Perdón! ¡Disculpe! —, la niña ya corría toda despeinada por hacer esas 4 cuadras que parecían el doble. ¡Quizás el triple!, cuando estaba a solo 2 cuadras, nota que algo vibra en su bolsillo derecho, al principio pensó que era un síntoma de la adrenalina por correr, pero como ese incómodo cosquilleo no se detenía, se decidió a parar, y al apoyarse la mano en la pierna, notó que su celular estaba vibrando locamente.

—¿Quién será? —se preguntó Farah hacia ella misma... al sacar el celular, por el apuro se le cayó—. ¡Pero la puta madre! ¡No me sale una bien! —gritó Farah con todas sus fuerzas.

Como el celular era de buena calidad no se desarmó, ni se hizo nada, más de una persona que pasaba caminando la miró con algo de desprecio por la mala palabra que esta señorita acababa de decir, sin más remedio Farah se agachó, recogió el pequeño aparato electrónico y al abrirlo vio que tenía 6 llamadas perdidas de sus amigas, 4 de Elif y 2 de Aysel, mientras estaba sacando las notificaciones del celular, ya caminando de nuevo, Elif la vuelve a llamar.

—¿Hola? —dice Farah por teléfono, mientras esquiva gente, en su mayoría compañeros de ella, que atinaban a saludarla, pero poca atención ella les daba.

—¡Hola, Farah! Soy yo... ¡Elif! ¿DÓNDE ESTÁS?

—Estoy casi en la puerta, espérenme 2 minutos más. —Farah estaba mintiendo, ya que todavía le faltaba una cuadra.

—Bueno, pero apúrate porque ya rendimos. —Elif sin ton ni son le cortó el teléfono.

Farah, ya en la puerta de su colegio, el cual era un colegio religioso, antes había sido un iglesia y hoy era uno de los colegios con mayor renombre de todo Turquía. Enorme y muy antiguo, una entrada que parecía la de un castillo medieval, de corte neogótico, con puertas de más de 5 metros de altura por 3 de ancho de la mejor madera, tallada a mano hacía varios siglos, podía notarse a simple vista, en el descanso de la entrada, Farah se detuvo unos segundos a recuperar su aliento. —Qué enojona es esta chica... —La apurada joven, pero ya sin demasiadas ganas de apurarse más, estaba entre su taquicardia y un poco de risa por la situación, decidió entrar caminando, por fin a la escuela, con un enorme hall, saludó a los porteros sentados en una mesita en frente de la puerta, a su izquierda tenía la dirección y a la derecha el largo pasillo que la llevaba la primaria, a la derecha del pasillo a primaria, una extensa y lujosa escalera, con su baranda en el más fino roble, la cual era la que debía tomar Farah para llegar a su salón de clases, y opuesto a esto estaba la salida al patio del colegio, no muy grande, pero lo suficiente para las actividades que se hacían en él. Farah siguió de largo hacia la escalera, apurada subía escalón por escalón, 14 para ser exactos, el largo tiempo que ella llevaba ahí le fue suficiente para saber la cantidad de escalones, 14 escalones, descanso y 9 escalones más y ya estaba en el primer piso, solo hacía falta repetir lo mismo para llegar al segundo y último piso, en el cual se ubicaba el aula de Farah, contado de izquierda a derecha, era la sexta aula.

—Por fin estoy acá.

Farah se para en la puerta de su aula, para el tipo de edificio que era, las puertas de las aulas eran relativamente sencillas, pintadas de verde, madera bastante finita, abren hacia afuera por cuestiones de seguridad en caso de que todos los alumnos tengan que salir rápido, con una ventana que ocupaba aproximadamente 1/3 de la puerta y esta se encontraba en su parte superior, el final de la ventana estaba justo a la altura de la hermosa cara de Farah, lo cual esto le permitía ver lo que estaba ocurriendo adentro, y para suerte de ella y de sus compañeras aún era temprano, estaba rindiendo el grupo anterior a ellos y por lo que podía observarse, ya no les faltaba mucho. Sin mucho más pensamiento ni análisis se aventura a entrar...

—¡Buen día! —exclama Farah en voz baja para no llamar mucho la atención pero saluda igual ante las dudas por si le decían algo, muy despacio cierra la puerta y se dirige hacia donde estaban sus amigas.

—Buenos días, señorita Murat... ¿Le molestaría decirme el motivo de su llegada tan tarde? —El profesor de Historia de Farah la increpa y avergüenza frente a toda la clase.

—Disculpe, profe... es que mi papá tuvo unos problemas con el auto y tuve que venir en el transporte público y vivo muy lejos y es un viaje largo y encima el colectivo no venía y —el profesor la corta.

—Bueno, bueno, muchos "y" para una sola oración... Está bien. No pasa nada, ve a sentarte.

—Muchas gracias, profe... —Tarkan, el profesor de historia que les había tocado ese año, era conocido en la escuela como uno de más exigentes y duros, aunque se le tenía que reconocer que sabía explicar muy bien y llevar una clase como muy pocos pueden hacerlo pero a veces se le iba la mano con las exigencias. Por eso la benevolencia que había mostrado en ese momento le llamó la atención a Farah y a cualquiera que lo conociera al menos un poco.

—¿DÓNDE DEMONIOS ESTABAS? —preguntó Aysel tapándose la boca para hablar lo más bajo posible.

—Tardó mucho el transporte... no es mi culpa. Perdonen.

—Bueno, no pasa nada. Lo importante que llegaste a tiempo... ¿Preparaste bien todos los temas por las dudas?

—UY, NO... SOLO PREPARÉ 3 DE LOS 10.

—¿Me estás jodiendo? —le reclama Aysel sin nada de paciencia y agobiada por los nervios por aquel importante examen.

—¿Cómo voy a bromear con esto? —La joven quería aprovechar los nervios de la amiga para gastarle una broma pero pensó que quizás en ese momento no era lo más sensato, ya que eran más los nervios que su sentido de humor, que si bien por lo general era bueno, pero esta vez este parecía no existir—. Bueeeno, sí. Era una bromita de último momento —dice entre risitas en voz baja Farah.

—¿Qué tanto hablan por allá atrás? —La clase se detiene, los alumnos del quinto año dejan de dar la lección y se quedan mirando al profesor esperando su orden de seguir o de callar, pero este parecía estar interesado en el descontrol y desconcentración de los alumnos, entre ellos Farah que estaba hablando sin escuchar a sus compañeros.

—Eh, no, no, solo que, no... —tartamudea Elif sin saber bien qué decir. Por eso interrumpe Aysel que era más rápida a la hora de pelear, o defenderse.

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