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Kitabı oku: «Antología portorriqueña: Prosa y verso», sayfa 9
¡PUERTO RICO!
¡Borinquen! nombre al pensamiento grato
Como el recuerdo de un amor profundo,
Bello jardín, de América el ornato,
Siendo el jardín América del mundo.
Perla que el mar de entre su concha arranca
Al agitar sus ondas placenteras;
Garza dormida entre la espuma blanca
Del níveo cinturón de tus riberas.
Tú, que das á la brisa de los mares
Al recibir el beso de su aliento
La garzota gentil de tus palmares;
Que pareces en medio de la bruma
Al que llega á tus playas peregrinas,
Una ciudad fantástica de espumas
Que formaron jugando las ondinas.
Un jardín encantado
Sobre las aguas de la mar que domas,
Un búcaro de flores columpiado
Entre espuma y coral, perlas y aromas.
Tú que en las tardes sobre el mar derramas
Con los colores que tu ocaso viste
Otro oceano de flotantes llamas;
Tú que me das el aire que respiro
Y vida al canto que espontáneo brota,
Cuando la inspiración en raudo giro
Con sus alas flamígeras azota
La frente del cantor; ¡oye mi acento!
El santo amor que entre mi pecho guardo
Te pintará su rústica harmonía;
Por tí lo lanzo á la región del viento,
Tu amor lo dicta al corazón del Bardo
Y el Bardo en él su corazón te envía.
¡Óyelo, patria! El último sonido
Será, tal vez, de mi laúd; muy pronto
Partiré á las regiones del olvido.
Mi juventud efímera se merma,
Y ya en su cárcel habitar no quiere
Un alma melancólica y enferma.
Antes que llegue mi postrero día
Y mi cantar se extinga con mi aliento,
¡Toma, patria, mi última poesía!
¡Ella es de mi amor el testamento!
¡Ella el Adiós que tu cantor te envía!
Tres siglos ha, que el hombre
Encerrado en el viejo continente,
Ni en tí pensaba ni soñó tu nombre.
Tu ser fué una bellísima quimera
Á los que vían el confín del mundo
De Thule en la fantástica ribera;
Pero sonó una hora en el gigante
Reloj que marca su existencia al orbe,
Y abrió sus ondas el airado Atlante.
El dedo del destino
Tocó de un hombre en la ardecida frente,
Y entre las ondas le mostró un camino.
Él tan sólo quería,
Cruzando las regiones de Occidente
Volver al sitio donde nace el día;
Al viento del azar tendió sus velas
Desde el confín del túrbido oceano,
Y la suerte llevó sus carabelas
Á chocar con el mundo americano.
De ese mundo, bellísimo fragmento
Eres ¡oh patria! que en el mar lanzara
Un cataclismo al estallar violento;
Mas trajiste tan sólo su belleza,
Sin copiar del inmenso continente
La pompa y el horror de su grandeza;
Ni el Tigre carnicero,
Ni el León, ni el Jaguar en tu montaña
Lanzan su grito aterrador y fiero;
Ni el Boa se retuerce en la llanura.
Ni entre las aguas de tu manso río
Turbar el onda transparente y pura
Se ve al Caimán indómito y bravío.
Ni arrojas al Atlante
De la playa pacífica, el inmenso
Rey de los ríos, Marañón gigante.
Ni tus montes con ruido subitáneo
Estremecidos en su base crujen,
Cuando con ronco respirar titáneo
El Orizaba y Cotopaxi rugen.
Y no estremece un Niágara tu suelo
Al desplomar la inmensa catarata,
En la que el Iris, el pintor del cielo,
Une á las franjas de luciente plata,
Oro, y carmín, y púrpura, y topacio,
Mientras en los cristales se retrata
Fiero el Condor, monarca del espacio.
Tienes… la caña en la feraz sabana,
Lago de miel que con la brisa ondea,
Mientras su espuma, la gentil guajana
Como blanco plumón se balancea.
Y la palma, que mece en el ambiente,
Encerrada en el ánfora colgante,
La linfa pura de su aérea fuente;
Y de tus montes en el ancha falda
Donde el Cedro y la Péndola dominan,
Luce el Cafeto la gentil guirnalda
Del combo ramo que á la tierra inclinan
Las bayas de carmín y de esmeralda.
Tú tienes, sí, tus noches voluptuosas
Que amor feliz al corazón auguran,
Y en un verjel de lirios y de rosas
Manantiales de plata que murmuran.
Tórtolas que se quejan en los montes
Remedando suspiros lastimeros,
Palomas y turpiales y sinsontes
Que anidan en floridos limoneros.
Todo es en tí voluptuoso y leve,
Dulce, apacible, halagador y tierno,
Y tu mundo moral su encanto debe
Al dulce influjo de tu mundo externo.
Por eso, en aquel día
Que abordaron las naves castellanas
Á tus bellas riberas, patria mía;
Tus tribus aborígenes,
Dominado el temor que las llevara
Al seno oscuro de tus selvas vírgenes;
Tranquilas contemplaron
Regresando apacibles á tu orilla,
Cómo los brazos de la Cruz se alzaron
Bajo el rojo estandarte de Castilla.
Pura amistad vehemente
Unió los hombres que aportó el abismo,
Del indio rudo en la tostada frente
Cayó el onda sagrada del bautismo.
Después ya roto del temor el dique
La llama del amor lució esplendente,
La dulce hermana del primer Cacique
Llamó su esposo al paladín de Oriente.
Y tú fuiste el joyel que traspasaba
El casto beso de su amor primero.
Del señorial cintillo de Agueynaba
Á la corona del monarca ibero.
Y después… y después… nunca mi canto
Pinte el hondo luchar de las pasiones,
Ni el exterminio, la crueldad, y el llanto,
Mancha de los humanos corazones.
Borremos del error las hondas huellas
Que á la infeliz humanidad desdoran,
Porque hombre soy… y me avergüenzo de ellas.
Llegó un día fatal de horror y duelo,
Que en el del oro tras el torpe lucro
La vil esclavitud manchó tu suelo;
¡Y el huracán del golfo americano
Dejó las naves abordar tranquilas
Á las riberas del jardín indiano!
Y tú, ¡patria! la perla de Occidente,
No te volviste al seno de los mares
Para lavar la mancha de tu frente!
Mas no en vano en Judea
Corrió la sangre de Jesús, sellando
El triunfo santo de su santa idea,
Mas no en vano anhelante
Camina el mundo por el ancha vía
Del progreso, adelante;
Brilló una aurora de feliz memoria
En que cesaron lágrimas y duelos
Borrándose una mancha de la historia,
Y mil y mil acentos,
Dieron tu nombre ¡Libertad sagrada!
Á los montes, los valles, y los vientos.
¡Y ni una sola represalia impía!
Ni una venganza profanó tu suelo!
¡Bendiciones y cantos, patria mía,
Perdiéronse en las bóvedas del cielo!
¡Extraño cuadro! que en el ancha tierra
Al vencer la opresión en lucha santa,
De entre el lago purpúreo de la guerra
La libertad sangrienta se levanta.
Dios debió sonreír viendo á su hechura
Hacer del paria hermano cariñoso,
Y del ángel tomar la investidura
Al realizar un acto tan hermoso.
Y bendecirte conmovido y tierno,
Porque sólo en tu suelo hospitalario,
Al dulce influjo de tu mundo externo
Se vió la Redención sin el Calvario.
Otro paso adelante; sin que vibres
El arma fratricida.
En el concierto de los pueblos libres
Se levanta tu voz; savia de vida
Y juventud circula por tus venas,
Cuando la noble España conmovida
Quebranta del colono las cadenas.
Ya no eres, patria, un átomo perdido
Que al ver su propia pequeñez se aterra,
Ni un jardín escondido
En un pliegue del manto de la tierra.
Eres el pueblo que su voz levanta
Si la justicia y la razón le abona,
Que las exequias del pasado canta
Y el himno santo del progreso entona.
Tú no serás la nave prepotente
Que armada en guerra al huracán retando
Conquista el puerto, impávida y valiente
Las ondas y los hombres dominando;
Pero serás la plácida barquilla
Que al impulso de brisa perfumada
Llegue al remanso de la blanca orilla;
Que ése es, patria, tu sino,
Libertad conquistar, ciencia y ventura,
Sin dejar en las zarzas del camino
Ni un jirón de tu blanca vestidura.
Y, patria… Si me engaño.
Si me reserva mi destino impío
Llorar tu ruina y contemplar tu daño;
Si he de escuchar tus ecos
Devolverme entre lágrimas y horrores
El ronco acento de los bronces huecos;
Si fuera mi laúd el destinado
Para cantar tu pena y tu agonía…
¡Ah! que le mire pronto destrozado
¡En mis trémulas manos, patria mía!
Y antes que el mal en tu recinto nazca
Y contemplarlo con espanto pueda…
¡Que disponga el Señor cuando le plazca
De este resto de vida que me queda!
Mas si Jehová le concedió al poeta,
Al cantar á su patria y su destino,
La doble vista del veraz profeta;
Si ha de unirse mi nombre con tu historia
Para ser el cantor de tu alegría,
Para ser el heraldo de tu gloria;
Dios me conceda al verte
De venturas y triunfos coronarte,
¡Una vida sin fin para quererte!
¡Y una lira inmortal para cantarte!
FRANCISCO ÁLVAREZ
Si faltaran ejemplos para demostrar el maravilloso poder de la vocación y los prodigios de la constancia y de la voluntad, muchos y excelentes pudieran encontrarse en la vida y en las obras de este infortunado poeta.
Nació en Manatí á mediados de Diciembre del año 1847. Sus padres, don Manuel Álvarez y doña Carmen Marrero, eran pobres y no pudieron dar á su hijo más que una instrucción elemental muy defectuosa é incompleta.
Murió el padre de Francisco Álvarez cuando éste llegaba apenas á los trece años, y le quedó por herencia una enfermedad de la sangre, de imposible curación, según el parecer de los médicos que le asistían. Débil, enfermo y sin poderse valer á sí mismo, tuvo que acudir al trabajo para vivir y auxiliar en algo á su madre achacosa y de escasas energías.
Recurrió al trabajo personal como dependiente en una pequeña tienda del campo, fundada para recolectar y preparar frutos para el mercado. Trabajó con gran diligencia y honradez, y obtenía una retribución insignificante; pero le alentaba la idea de ser útil á su madre, á la que profesaba un gran cariño.
Pero bien pronto se vió atormentado por dos grandes inquietudes: su enfermedad y su inspiración. Se agravaron sus males físicos, y en medio de las fiebres que amenazaban aniquilar por grados aquella naturaleza endeble, se sintió poeta.
No es fácil formar una idea exacta de las angustias de aquella alma privilegiada que propendía á subir, á elevarse, á dominar las alturas, aprisionada en un cuerpo mezquino, doliente, lacerado, que se movía con dificultad y se inclinaba á la tierra, amenazado de muerte prematura. Otro conflicto mental, derivado del anterior, le atormentaba también: sentía bullir en su cerebro y palpitar en su corazón un mundo de ideas generosas y de sentimientos poéticos, que no lograba exteriorizar por falta de expresión adecuada, de vocabulario, de forma estética, de cierta preparación literaria que le permitiera vestir decorosamente aquellas ideas y aquellos sentimientos.
Así empezó á escribir sus primeros ensayos, que rasgaba y destruía después, avergonzado del desequilibrio enorme que notaba entre lo que concebía y lo que lograba expresar.
Renunció á su colocación mercantil, aprovechando la mejoría de salud de su madre; pidió libros prestados, y pidió consejos á las personas de alguna instrucción literaria, que iba conociendo; leyó con avidez, compuso y destruyó muchos de sus ensayos poéticos, hízose agente y corresponsal de algunos periódicos, y por último fundó y dirigió uno, titulado "La Voz Del Norte," en el que publicó sus primeros ensayos poéticos.
Eran éstos muy deficientes al principio, pero mejoraban notablemente cada día, por efecto del estudio incesante y del ejercido metódico y razonado del autor.
Una de estas composiciones, dirigida á un amigo suyo pidiéndole libros, terminaba así:
¡Dadme libros, dadme libros
que templen mis hondas penas,
y esta sed que siente el alma
de arte, luz, verdad y ciencia!
De este modo fué Francisco Álvarez enriqueciendo su mente y perfeccionando su dicción, hasta llegar á escribir un libro de versos muy estimables y un drama en dos actos, titulado Dios en todas partes, que se representó en Manatí, el 19 de Febrero de 1881, tres semanas antes de su muerte.
Hay en sus obras una gradación notable, que indica al observador los progresos que iba realizando en lucha con tanta desgracia y con su propia decadencia física, y que permite calcular hasta dónde hubiera llegado en la perfección de sus producciones si hubiera vivido algún tiempo más. Por desgracia falleció el día 4 de Marzo de 1881, á los treinta y dos años de edad, en plena florescencia de su ingenio, retardada por la enfermedad, y cuando iba logrando dar forma literaria á sus pensamientos, á favor de esfuerzos admirables.
Sus poesías más celebradas son: Á América, Meditación Nocturna, La Primavera y Últimos Cantos.
El pueblo de Manatí ha honrado merecidamente la memoria de este poeta mártir, que dejó en sus obras, aunque imperfectas, muestras muy valiosas de su ingenio, de la bondad de su alma y de su cristiana resignación.
Á AMÉRICA
¡Cuántas veces, oh América, he templado
Mi inacorde laúd para cantarte,
Y cuántas ¡ay! mi plectro ha vacilado!..
De admiración absorto al contemplarte,
Por tan rara belleza fascinado,
Nunca pudo mi acento consagrarte
El himno de mi amor grande y profundo;
Canto digno de tí, virgen del mundo.
Y decía mi mente contristada:
¿Cómo, al concierto universal que brota
De esa región espléndida, encantada,
De mi plectro uniré la débil nota,
Si yo, cual avecilla en la enramada
Que aun es al valle su canción ignota,
No tengo voz par elevar cantares
Á esa ondina que flota entre dos mares?..
Mas hoy resbala en el laúd mi mano,
Y no me es dable contener mi acento;
Y desde el mar de Atlante al Oceano
Que apenas riza el aura con su aliento,
Del Hudson hasta donde el araucano
Libre habita, mi voz el raudo viento
Lleve en sus ondas, cual la esencia pura
De la humilde oración lleva á la altura.
Y al ensalzar la mágica belleza
De ese edénico mundo rico, ingente,
Evoque mi memoria la grandeza
Del genovés intrépido y sapiente,
Que realizó la sin igual proeza
De arrancar al abismo un continente;
Y al nombre de Colón, que mi estro inspira
Adune el de Isabel mi pobre lira.
Y si tú, grave Musa, inspiradora
De Herodoto, de Tácito y Mariana,
Ocultas á la mente escrutadora,
De la bella región americana
El prístino existir, deja en buen hora
Á mi entusiasta inspiración, que ufana
Pida á la egregia Erato noble aliento,
Que dé vida á mi pobre y rudo acento.
Y escalando la andina, enhiesta cumbre
Mi osada fantasía, el panorama
De mi soñado edén ledo columbre…
¡Oh!.. ya en lecho de flores, que recama
Natura, y abrillanta fébea lumbre,
Contemplo á la deidad, de quien es fama
Que un tiempo fué cacica, ¡cuyo imperio
Trocó el conquistador en cautiverio!
Mas vedla: ya no es india desgraciada:
Es la vestal ceñida de azahares
Que en ropaje de flores recatada,
Entre plátanos, cedros y palmares
Se mira muellemente reclinada;
Y extendiendo por brazos los dos mares,
Brinda amorosa, en fraternal exceso,
Próvido asilo al hombre y al progreso.
¡Salve, aurora del mundo bendecida,
Que á los caducos pueblos del Oriente,
Cual amante esperanza concebida,
Te muestras en tu alcázar de Occidente;
Y luces cual tu hermana, que ceñida
De rosas, al Ofir brilla riente;
Ella brindando luz á la mañana;
Tú, albor de paz á la familia humana!
Que tú, precioso búcaro esmaltado,
Que del amor universal la esencia
Ocultas en tu seno perfumado;
Oasis, que creó la Providencia
Para el pueblo infeliz, que fatigado
Sufre tal vez, errante, la inclemencia
De la bárbara guerra maldecida…
¡Tú eras la amada tierra prometida!
Que allá, cuando del arte el férreo brazo
Dome el ítsmico, ingente promontorio,
Y Anfitrite y Neptuno en tierno abrazo
Celebren en tu suelo el desposorio;
Cuando de paz y libertad el lazo
Una á tus hijos; tú, virgen emporio
De belleza y de amor, el casto beso
Recibirás del inmortal progreso.
Y en ese fausto día en que las fiestas
Celebren de tu dicha, alborozadas
Las Driades en tus bosques y florestas,
En tus ríos las Náyades sagradas,
Y en tus valles las Ninfas más apuestas;
Un coro se alzará de bellas Hadas,
En Sorata4 y en Sierra Verde altiva,
Ceñidas de laurel, mirto y oliva.
Será la excelsa pléyade que alienta
Los más preclaros hechos de la Historia;
Concurso de vestales que sustenta
El sacro fuego de la patria gloria;
Legión que en su estandarte al orbe ostenta,
De universal progreso la victoria…
Hosanna, ellas dirán en sus canciones,
Proclamándote emporio de naciones.
Sin savia entonces, juventud ni vida
Los pueblos del Oriente, mi estro abona
Que desde el viejo mundo, conmovida
De maternal orgullo, una matrona
Elevará su voz de gloria henchida;
Será la ilustre España, que á tu zona
Este acento enviará de amor profundo:
"¡Yo fuí tu madre, emperatriz del mundo!"
Yo entonces, en el lecho del olvido,
En rincón apartado y silencioso,
Moraré con las sombras confundido;
Mas al oir el eco misterioso
Por la brisa en mi tumba repetido,
Se exaltará mi espíritu, orgulloso
(Aun de la muerte en el oscuro arcano)
De haber sido español y americano.
MARIO BRASCHI
Aunque no dejó libro ninguno que dé á las nuevas generaciones idea clara de su talento y de su estilo, no sería justo prescindir en esta Antología de un luchador por la cultura y las libertades públicas tan ardiente y asiduo como Mario Braschi.
Nació en Juana Díaz, el 19 de enero de 1840, y en ese mismo pueblo recibió la instrucción primaria.
Su vocación por las tareas periodísticas le llevó en los primeros años de su juventud á Ponce, y empezó á publicar crónicas y artículos varios en los periódicos de aquella ciudad, con el transparente seudónimo de Riomar, que después cambió por el más expresivo de Cantaclaro. Había ya en estos trabajos cierta tendencia incisiva y mortificante para la administración y el gobierno de la colonia, y el censor de imprenta hacía con frecuencia destrozos en los artículos del novel escritor.
Vino luego con la Revolución española de 1868 mayor actividad en la lucha política y más amplitud en la legislación de imprenta, y Mario Braschi fundó y dirigió entonces en aquella misma ciudad, un semanario satírico titulado Don Severo Cantaclaro, que hizo campañas vigorosas en favor de la abolición de la esclavitud, contra el restrictivo régimen colonial, y contra los excesos del clericalismo. En este semanario colaboraba desde San Juan el poeta Gautier Benítez.
La reacción que siguió á la caída de la República española en 1874 mató á este valiente periódico, y Mario Braschi ocupó, algunos años después, una plaza de redactor en un periódico trisemanal titulado El Pueblo, fundado y dirigido en Ponce por don Ramón Marín.
Fundó allí también Mario Braschi El Heraldo del Trabajo, en el que agitó briosamente varias cuestiones sociales de importancia, y fué más tarde redactor de la Revista de Puerto Rico, fundada por don Francisco Cepeda, que produjo una gran agitación política en Ponce, á raíz de los sucesos lamentables del año 1878. Fué también redactor principal de un semanario titulado La Juventud Liberal, y director de una revista masónica, titulada El Delta.
Por último fué llamado á Mayagüez para que dirigiera y redactara el valiente periódico La Razón, que había fundado y dirigido el Sr. Freyre, y después de realizar allí una buena campaña en favor del régimen autonómico para su país, contrajo la enfermedad que le produjo la muerte en 19 de diciembre de 1891.
Era un escritor muy activo y animoso, gran agitador de ideas liberales, patriota decidido y leal, y amigo consecuente hasta la abnegación.
Periodista de batalla, no tuvo nunca tiempo ni paciencia para perfeccionar su estilo ni para dar forma muy académica á sus trabajos. Escribía con gran rapidez, y no revisaba lo escrito sino después de haberlo dado á la imprenta.
Sus párrafos eran muy cortos, como los versículos hebreos y la prosa rápida y enérgica de Victor Hugo, forma que se adapta mejor á la estructura del idioma francés que á la flexibilidad y gallardía del castellano.
De aquí la dificultad de elegir un trabajo suyo que pueda servir literariamente de modelo á la juventud estudiosa. Todo en Mario Braschi fué excelente y ejemplar, excepto su estilo de escritor.
Era en él instrumento de combate antes que ostentación decorativa.
El siguiente artículo suyo forma parte de la colección publicada con motivo de la muerte de Gautier Benítez:
¡EN EL INFINITO!
Á La Memoria del Malogrado Poeta Portorriqueño
D. JOSÉ GAUTIER BENÍTEZ
Los genios suelen descender de las alturas á la tierra, así como descienden los ígneos rayos del soberano de la luz: éstos, la calientan y fecundan; aquéllos abren á la humanidad senderos de fe, de esperanza y de amor. En su paso, son breves como la aurora.
I
Una tumba… y una lira…!
Una tumba…! es decir, la eternidad…!
Una lira…! es decir, el arte, la poesía, el genio. Lo misteriosamente grande, lo bello, lo inmortal: he ahí lo que ahora contempla mi espíritu.
En ese sublime consorcio de lo infinito y de lo imperecedero, está envuelta una memoria para Puerto Rico; esta dulce patria de nuestros amores.
Una memoria tan querida, como es querida una esperanza hermosa.
La memoria de uno de sus poetas que, con el corazón enfermo, así enfermo, palpitaba por ella: era JOSÉ GAUTIER BENÍTEZ.
Poeta de cuya alma brotaban raudales de sentimiento, como de los espacios brota la luz.
Poeta de mente soñadora, de inspiración ardorosa, de fibras delicadas; que se olvidaba de sus dolores, y cantaba.
Cantaba, como canta el ave en las enramadas del bosque donde está su nido.
Puerto Rico era su bosque idolatrado, y referíale sus cuitas en armoniosos trinos.
Alma modelada en el sufrir, su acento era, á veces, un quejido.
Alma centelleante de amor y de poesía, también derramaba ternuras y bellezas al son de las cuerdas de su lira.
El sentía palpitar, dentro de su ser, las aspiraciones de los espíritus elevados.
El amaba y perseguía, con afán febril, el ideal de los genios.
Vivía en la tierra y en el infinito.
Era hombre y era idea.
Sus cantos á Dios, son como el incienso de la fe más pura.
En ellos, su alma de poeta, sube hasta la esencia de lo Absoluto; comprende toda su grandeza; la desvela de la sombra de los errores terrenales, y la proclama, envuelta en mil resplandores.
Sus cantos á la patria, en los que pide á ese mismo Dios, para celebrarla en sus glorias y alegrías, una vida sin fin y una lira inmortal, son lo sublime en la inspiración y en el amor. En el amor de lo bello y de lo grande.
Ellos son como una harmonía celestial, que resonará al través del tiempo, infundiendo, en los pechos indiferentes, el calor del elevado patriotismo.
El patriotismo de la fe en el progreso; de la fe en la ciencia; de la fe en la libertad.
El los llamó su testamento; y más que un testamento, son la apoteosis de su genio.
El "Encargo á Mis Amigos," brilla, sobre su sepultura, con esa indefinible melancolía del último rayo de sol que se hunde en el horizonte.
Es una melodía cantada por el poeta en instantes solemnes.
En los instantes lentos en que iba á dormir, no el sueño de la muerte, sino á vivir en la inmortalidad.
¡Dejadle gozar de su nueva existencia!..
II
Mientras lejos de la patria su espíritu vaga por la región de las eternas armonías; mientras se inunda de nueva luz, y de las alturas, aun contempla su bella patria, virgen inocente; cubierta de guirnaldas; besada por los céfiros; y embriagada siempre por la sonrisa de un cielo azul, purísimo; llévele esa patria, doliente, coronas á su última morada.
Los vates que á su lado dieron sus notas al viento, enviénle sus recuerdos de amor al compañero ausente en el infinito.
Á todos los que en esta tierra amamos las letras; á todos los que en esta tierra sentimos nobilísimo orgullo con el talento que brilla, la memoria de JOSÉ GAUTIER BENÍTEZ nos impone el gratísimo deber de honrarla.
Sí; honrar el genio que, como la rápida exhalación que cruza el éter, deja una estela luminosa en las regiones intelectuales, es practicar el culto que más engrandece á los hombres y á los pueblos.
El culto del recuerdo, consagrado á los seres en cuya frente el pensamiento lanzó rayos de luz.
¿No se ciñen coronas á las sienes del guerrero, se inmortalizan sus hazañas y se cantan sus glorias?
Pues el poeta es también un guerrero, y el más egregio.
Un guerrero no cargado con el peso de las armas que dan la muerte, sino con la irradiación de las ideas que dan la vida.
Luchar y vencer: tal es su destino.
En la lucha, hiere; pero, como el Dante, hiere al mal, al error, á las pasiones.
Su victoria tiene un nombre: se llama regeneración humana.
Que no hubiese un solo poeta en la tierra, cuyo idealismo desentrañase la belleza que se oculta en el fondo de su espíritu; que con sus armonías no despertase el sentimiento que duerme; que con su lira, cual divina paleta, no dibujase los sublimes cuadros que su fantasía vislumbra en el infinito, y la tierra y la vida y el alma humana, se agitarían en el aislamiento y en el vacío.
Faltaríales algo de lo que es esencial en su existencia.
¿Qué es el idealismo?
Es la tendencia del espíritu humano á buscar la verdad absoluta; la belleza y el bien absolutos, sin poder realizar jamás su afán.
Si no existiese el amor, ha dicho Victor Hugo, se apagaría el sol.
Si no existiese el idealismo, digo yo, modestamente, no existiría el progreso de la existencia.
III
JOSÉ GAUTIER BENÍTEZ, vivía en la región del idealismo.
Bajo este concepto, él también contribuía á desarrollar el progreso.
Y, como todos los que se agitan en ese otro mundo que el ser humano lleva dentro de su alma, al descender á la realidad, sentía que los abrojos le herían sin piedad.
Amar, pensar, buscar lo bello; recorrer la vida sin contaminarse con el mal, nada de esto puede hacerse sin sufrir.
El no fué más que una estrella que apareció, iluminó breves instantes el cielo de la patria, y luego fué á perderse, donde se pierde la luz: en el insondable infinito.
¡Sí; allí; allí vive… allí está…!
Su tumba y su lira, legadas á la patria, señalan dos grandes verdades: las transformaciones de la materia y de la vida en la creación, y la inmortalidad del genio…
Para honrar su memoria, poco digno de cuanto ella merece, puedo ofrecer sólo estas líneas; que si dan pobre idea de mi aun más pobre ingenio, son testimonio fiel del cariño y la admiración que siempre le consagré.
