Sadece LitRes`te okuyun

Kitap dosya olarak indirilemez ancak uygulamamız üzerinden veya online olarak web sitemizden okunabilir.

Kitabı oku: «La alhambra; leyendas árabes», sayfa 3

Yazı tipi:

VI
EL REY NAZAR VISTO POR EL LADO HISTÓRICO

Mohammet-ebn-Abd-Allah-ebn-Juzef-ebn-Al-Hhamar-al Nazar11, el vencedor y el magnífico, sultan de Granada, era un poderoso rey, valiente y justiciero, que habia logrado reunir dentro de los muros de Granada, de la ciudad rival de Damasco, todos los restos dispersos del pueblo moro español, que las conquistas del santo rey Fernando III habian arrojado sucesivamente de Sevilla, de Córdoba, de Ubeda, de Baeza y de Jaen.

Granada, pues, habia reconcentrado en una reducida estension de terreno una poblacion inmensa: sus villas se habian ensanchado; la Vega, las vertientes de Sierra Nevada y las Alpujarras, se habian salpicado de aldeas, alquerías y castillos, y la misma Granada habia visto aparecer rápidamente sobre las laderas de sus montes, los barrios del Zenete y del Albaicin, fundados por los fugitivos de Baeza.

Granada en un dia de combate arrojaba por sus puertas ochenta mil ginetes, que juntos con los caballeros y gente ligera de la Vega y de las montañas componian un ejército de doscientos mil hombres fuertes y prácticos en la guerra contra el cristiano.

Fernando III, por la parte de Castilla y Andalucía, y don Jaime de Aragon por la de Valencia y Murcia, se vieron contenidos por aquella última barrera en que habian concentrado su pujanza los restos vencidos de los moros españoles.

Como cabeza de este reino de esta última esperanza de los moros en España, se veia al poderoso Ebn-Al-Hhamar-al-Nazar.

Digamos algo de este rey, el primero de la dinastía Nazerita, y fundador de la Alhambra.

Al-Hhamar era descendiente de la tribu de los beni-al-Ansari12, un pariente ó sobrino de un Ansari que acompañó á Mahoma en su fuga de Medina á la Meca, llamado Ebada, habia venido de la Arabia á establecerse en España en los tiempos de la conquista de los árabes sobre la Península. De este Ansari, pues, descendia Al-Hhamar.

Pero fuese por las vicisitudes de la fortuna ó por otra causa cualquiera, los padres de Al-Hhamar eran labradores de Arjona, entonces populosa y rica villa de la Andalucía oriental.

A pesar de la escasa fortuna de sus padres, Al-Hhamar fué educado ventajosamente.

Era de despierto ingenio, y le enviaron á la universidad de Córdoba.

Gallardo, galan, fuerte y valiente causaba ya en su mocedad temor á los alentados, y habiendo demostrado aficion al ejercicio de las armas; su padre le dió una bolsa, una lanza y un caballo, le predicó un sermon que duró una hora larga acerca de la generosidad, del valor y demás deberes de un caballero, y le envió á buscar fortuna por el mundo.

Fuése á Córdoba con algunas cartas de recomendacion que habia recogido de sus parientes de Arjona y hubo de resignarse, por el momento, no á entrar con un cargo en el ejército, sino á desempeñar algunos oficios administrativos. Al fin, aprovechando las disidencias y las guerras civiles en que habia caido el califato de Córdoba, bajo el gobierno de los emires sucesores de Juzef-Amir Al-Mumenin, sirviendo ya al uno ya al otro, pero atendiendo siempre á la justicia de la causa á cuya defensa se decidia; ganada una y otra victoria, adquirió muy pronto en el ejército el dictado de Al-Nazar13 que debia dar nombre á la dinastía fundada mas tarde por él.

Empezaba á menguar la sangrienta luna de los almoravides14; el califato de Córdoba se habia hundido; la guerra civil le despedazaba: los Almohades15 predicando su doctrina religiosa que los almoravides llamaban herética, habian irrumpido de Africa sobre España, y Lotawak-Aben-Hud, último de los emires almoravides, luchaba con todas sus fuerzas.

Al-Hhamar sirvió á Aben-Hud, pero muy pronto volvió las armas contra él: tomó á Jaen por asalto, se apoderó de Arjona, de Guadix, de Baeza, y se hizo proclamar en los pueblos sujetos á su señorío, sultan y altísimo emir de los fieles16.

Quedóse aislado Aben-Hud.

En aquellas circunstancias los reyes de Castilla y de Aragon, don Fernando el Santo y don Jaime el Conquistador, emprendieron á un tiempo su espedicion de conquista sobre los moros, el uno por la parte de Andalucía, el otro por la de Valencia.

Sorprendida Córdoba en una lluviosa noche de invierno, por Domingo Muñoz, alcaide de Andujar, vé ocupado su barrio de la Ajarquia17 sin poder echar de él á los audaces cristianos que se han fortalecido dentro de la ciudad. Avisan á Aben-Hud para que acuda con su ejército, pero ha acudido antes el rey de Castilla. La traicion de un prisionero castellano que Aben-Hud envia á reconocer al ejército enemigo, le hace creer que las fuerzas de este son infinitamente superiores á las suyas, y se retira dejando en libertad á Fernando de estrechar á Córdoba entregada á sí misma.

En su retirada encuentra Aben-Hud á un mensagero del emir de Valencia que le pide auxilio contra el rey de Aragon que le estrecha; se decide Aben-Hud á prestárselo, pero en el camino, una noche en el castillo de Almería, es ahogado por el walí Abderraman, que proclama á Al-Hhamar.

Huérfana Granada asimismo de emir por la muerte de Aben-Hud, proclama al afortunado caudillo, y encuéntrase por lo tanto Al-Hhamar, rey del estado mas considerable de la dominacion musulmana sobre España, despues del califato de Córdoba.

Esta ciudad, Valencia, Murcia y despues Sevilla, han caido en poder de los cristianos, lo que resta á los moros en España, es ya la única y esclusiva monarquia del rey Nazar.

Sin embargo, se vió obligado á aliarse con Fernando III, á ayudarle con un cuerpo de caballería á la conquista de Sevilla, á declararse su vasallo rindiéndole pleito homenage y á pagarle un tributo anual.

Esto no aconteció sino despues de haberse visto obligado Al-Hhamar á rechazar una entrada de los cristianos, y hacer despues levantar el estrecho sitio que puso sobre Granada el mismo Fernando III18.

Tal era la historia del rey Nazar. Valiente, sabio, religioso, defendió su reino, fundó en él escuelas y mezquitas, y se dedicó á la proteccion de las artes y de la industria.

Sin embargo, este gran rey moraba aun en la antigua casa del Gallo de viento; no tenia un alcázar digno de su grandeza y de su poder; Al-Hhamar-al-Nazar antes que en la suya propia, habia pensado en la felicidad de sus vasallos.

VII
EL REY NAZAR VISTO POR EL LADO DE ADENTRO

Habia nacido Al-Hhamar en Arjona, el miércoles 9 de la luna de Xaban19 del año 591 de la hegira20; contaba pues, cuarenta y cinco años en el momento en que le presentamos á nuestros lectores.

Era sin embargo, muy hermoso; sus cejas estaban negrísimas y pobladas y en su larga barba bermeja, semejante al oro, no asomaba una sola cana; sus megillas blancas y brotando el color de la salud, no tenian arrugas; sus ojos brillaban con la fuerza de la juventud y tenian el reflejo de la prudencia: la toca blanca que envolvia su cabeza, dejando ver las puntas de oro de su corona, y su largo caftan negro, daban una gran magestad á su aspecto.

El rey Nazar era todavía hermoso, y sino era jóven no parecia viejo.

Aun podia pensar en el amor.

En amores habia sido muy desgraciado Al-Hhamar.

Su primera esposa, Zobeya, madre del príncipe Mohammet-ebn-Abd-Allah, habia muerto al dar á luz á este príncipe.

La segunda, que no habia sido su esposa, sino su cautiva, su esclava, la princesa Leila-Radhyah, habia desaparecido dejando un rastro de sangre en la casa de Nazar.

La tercera, Wadah, era una muger terrible, una africana hermosísima, madre de su segundo hijo el príncipe Juzef, de la cual hacia mucho tiempo que le tenia apartado una repugnancia invencible, una antipatía mortal.

Wadah, la soberbia africana, le amaba; y sus celos eran un continuo tormento para Al-Hhamar.

Y sin embargo, Wadah no tenia razon alguna para tener celos del rey Nazar.

No amaba á ninguna muger.

Ni aun pasaba de las puertas de su harem.

El rey Nazar hubiera podido pasar por un morabitho21 á no ser por sus academias con sus sabios y poetas, ó por sus continuas escursiones por sus estados para asegurar con su presencia el amor de sus vasallos y la fidelidad de sus alcaides y walíes.

Gozaba Nazar de una profunda paz como rey: en su reino todo florecia: sus ejércitos eran inumerables: tenia satisfecha su ambicion.

Pero como hombre estaba en una contínua guerra con un deseo misterioso, con una sed no satisfecha: estaba solo en el mundo: el amor de sus hijos no era bastante para satisfacer aquel deseo.

Necesitaba otro amor.

La sultana Wadah no podia tampoco satisfacerlo: un contínuo y sombrio disgusto que se veía impreso en su semblante, y su soberbia siempre provocadora, siempre agresiva, la separaban del rey.

Y luego habia dos fantasmas ardientes en forma de muger que se levantaban dentro de su alma.

Lejano, perdido allá en la inmensidad de los recuerdos el uno; cercano, candente, abrasador, el otro.

La una muger era la sultana Leila-Radhyah.

Al-Hhamar no habia podido olvidarla.

Podia decirse que la sultana Leila-Radhyah habia sido su primer amor.

La habia buscado en vano, en vano habia gastado sus tesoros para descubrir su paradero.

Una circunstancia terrible le hacia recordar de una manera sombría su pérdida.

Durante sus amores con Leila-Radhyah, Al-Hhamar habia contraido con Wadah uno de esos casamientos que se llaman de conveniencia. Wadah era poderosa.

Se la atribuia un poder mágico.

Ya hemos dicho que los moros son muy dados á la supersticion.

Cuando conoció Al-Hhamar á Leila-Radhyah, mejor dicho, cuando se apoderó de ella, era simplemente walí22; su cautiva era una doncella de sangre real hija de un poderoso emir de Africa.

Al-Hhamar que al verla habia sentido por ella un amor voráz, necesitando de consuelo por la muerte de su esposa Zobeya, madre del príncipe Mahommet, ni se atrevió á devolver la doncella real á su padre, porque esto era perderla, ni á casarse con ella, porque sabia demasiado que el rey de Tlemcen no se avendria á dar por esposa á un simple walí una sultana hija suya.

La ocultó, pues, en su casa, gozó sus amores, é hizo feliz durante algun tiempo á la pobre jóven que le amaba y todo lo posponia á su amor.

Pero llegó un dia en que Al-Hhamar se casó con Wadah, quedando reducida Leila-Radhyah á la posicion de una concubina, de una esclava que ningun derecho tenia.

Poco despues desapareció como hemos dicho Leila-Radhyah, dejando en su aposento sangrientas señales. El rey la creyó muerta y la lloró.

Aquella misma noche, Al-Hhamar escuchó en las habitaciones de su esposa, la hermosísima Wadah, terribles gritos, gritos semejantes á rugidos de leona.

Cuando entró en aquellas habitaciones, encontró á Wadah medio desnuda, destrenzados los cabellos, delirante, frenética, buscando acá y allá, levantando tapices, asomándose á los ajimeces, mirando al oscuro fondo de los patios y gritando sin intermision:

– ¡Asesinos! ¡asesinos! ¡asesinos!

Wadah mostraba en sus manos un pequeño lienzo cuadrado de seda manchado de sangre.

Cuando vió á Al-Hhamar, guardó el paño entre sus ropas descompuestas y lanzó una horrible carcajada.

En vano la preguntó Al-Hhamar acerca de sus gritos, de aquel lienzo ensangrentado, de aquel desvarío: Wadah guardó el mas profundo silencio.

Al dia siguiente Al-Hhamar supo por los alcaides de su harem, que dos esclavos habian desaparecido.

El uno era Leila-Radhyah, el otro un cautivo cristiano.

Wadah desde aquella noche no volvió á sonreirse ni á hablar: amaba á Al-Hhamar con delirio, pero le rechazaba con horror; algunas veces en el mismo punto en que se estremecia de placer entre sus brazos le rechazaba gritando:

– ¡Asesino! ¡asesino! ¡asesino!

Al-Hhamar habia llegado á sentir horror hácia Wadah, y á recordar con mas intensidad á su perdida Leila-Radhyah.

La otra muger cuyo recuerdo se levantaba próximo, ardiente, tentador en el alma del rey Nazar era Bekralbayda.

Desde tres dias antes que la habia visto en las fiestas de Alhama no habia podido olvidarla.

Nunca habia sentido un deseo mas exigente.

Aquella niña llenaba su alma, pero sin destruir el amor que sentia hácia Leila-Radhyah.

Habia llamado en vano á Yshac-el-Rumi.

Yshac le habia contestado:

– Aun no es tiempo.

– ¿Pero de qué familia es esa niña?

– No es tiempo, replicaba Yshac.

– ¿Es libre ó esclava? añadia el rey.

Y como si solo se hubiera provisto de una sola respuesta Yshac, repetia:

– Aun no es tiempo.

Y sin pronunciar otra palabra el sabio se despidió del rey, dejándole envenenada el alma.

Por eso el rey se paseaba triste, sombrío, apenado, por una de las estensas y sonoras cámaras de su palacio del Gallo de viento.

Por eso de tiempo en tiempo murmuraba exhalando un profundo suspiro:

– ¡Aun no es tiempo que yo sea feliz!

VIII
LA VENTA DE UNA MUGER

Era ya tarde.

En medio de su distraccion escuchó el rey Nazar el ruido sonoro de las pisadas de alguno que se acercaba.

Entonces compuso su semblante para que nadie pudiese comprender por él lo que pasaba en su alma.

Levantóse el tapiz de una puerta, y un esclavo negro magníficamente vestido con un sayo de escarlata y con una argolla de oro al cuello, se prosternó y dijo con voz gutural y respetuosa:

– ¡Magnífico sultan de los creyentes! un viejo enlutado solicita arrojarse á tus plantas: dice que vá en ello mas de lo que puede pensarse.

Al oir el rey Nazar que le buscaba un hombre enlutado, se apresuró á mandarle introducir, lo que en aquella hora no hubiese hecho por nadie, ni aun por sus mismos hijos.

Entró en la cámara algun tiempo despues un hombre alto, pálido, enteramente cubierto por un turbante blanco, y por un ancho alquicel, blanco tambien, sin dejar descubierto mas que un semblante huesoso en cuyas profundas órbitas se revolvian dos ojos brillantes como carbunclos.

Aquel hombre no se prosternó ante el rey Nazar: por el contrario adelantó hácia él, rígido, enhiesto, sin producir ruido al andar, como un fantasma, y con la mirada candente y fija en el rey Nazar, que retrocedió.

– ¡No me conoces, Al-Hhamar, el vencedor y el magnífico! dijo deteniéndose á poca distancia del rey.

– Tú eres el viejo que acompañaba á la doncella blanca, dijo el rey Nazar sin poder dominar su fascinacion.

– Sí, yo soy el astrólogo Yshac, contestó aquel hombre permaneciendo inmóvil en el sitio donde se habia parado.

– Tú eres el que me dijiste, cuando yo te ofrecia montañas de oro por la doncella blanca: aun no es tiempo.

– Yo soy.

– ¿Y á qué vienes?

– Vengo á venderte á Bekralbayda.

– ¡A vendérmela! pide cuanto desees, cuanto quieras.

– Yo no quiero dinero.

– ¿Qué quieres pues?

– Dos cosas solas.

– Habla.

– Quiero que Bekralbayda sea doncella de tu esposa.

– ¡Ah! ¡poner junto á la terrible Wadah, á ese arcángel del sétimo cielo! ¿Sabes tú quién es Wadah?

– Soy astrólogo y mago: lo sé.

Tembló imperceptiblemente el rey Nazar.

Ni uno ni otro se habian movido del sitio donde se habian parado.

Vistos á cierta distancia parecian dos sombras; la una blanca, y la otra negra, que no se atrevian á unirse, que se rechazaban.

– ¿Sabes que la sultana Wadah está loca?

– Lo sé.

Por un cambio natural en la disposicion del ánimo del rey, preguntó con ansia á Yshac.

– ¿Sabes por qué causa está loca la sultana?

– Sí.

– Dímelo.

– Aun no es tiempo.

El rey se estremeció de nuevo.

– ¿Y sabiendo que está loca la sultana quieres poner á su lado á Bekralbayda?

– Sí.

– ¿Pero cómo pueden satisfacerse mis amores estando Bekralbayda al lado de la sultana?

– Ese es negocio tuyo.

– ¿Y qué mas quieres para entregarme esa doncella aunque sea de ese modo?

– Ser tu astrólogo: vivir en tu alcázar.

– ¡Y nada mas pides! esclamó con asombro el rey Nazar.

– Nada mas quiero, contestó con voz cavernosa el astrólogo.

– Puedes traer mañana á Bekralbayda al alcázar.

– Pues bien; mañana la traeré. A Dios.

Y salió tan silenciosamente como habia entrado, dejando fascinado y mudo al rey Nazar.

IX
DE CÓMO EL PRÍNCIPE MOHAMMET ESTUVO Á PUNTO DE SER AHORCADO POR LADRON

Bekralbayda era feliz.

Es verdad que aun no sabia el nombre de sus padres, pero sabia el de su amado.

Las sombras y el silencio habian protegido el delirio de sus amores con el príncipe.

El príncipe, por su parte no podia ser tampoco mas feliz: la muger de su amor era suya en cuerpo y en alma.

Los dos amantes se habian separado antes del amanecer, dándose cita para la noche siguiente.

Yshac-el-Rumi habia pasado la noche en vela, inmóvil, apoyado en el alfeizar del ajimez.

La dama blanca habia dado salida al príncipe por el portillo de una cerca.

Bekralbayda, embellecida por un nuevo encanto, se habia dirigido á su retrete, se habia arrojado en su lecho y habia dormido un sueño de amores.

El príncipe se habia encaminado á la Colina Roja, y se habia ocultado en las ruinas del templo de Diana.

Pero antes de entrar en ellas, habia arrojado una mirada al frontero Albaicin á la casa del Gallo de viento, y habia esclamado al ver el reflejo de una luz en un ajimez del retrete del rey Nazar:

– ¿Porqué velará á estas horas mi padre?

Pasó el dia: un diáfano y radiante dia de primavera.

Llegó la noche.

Una noche serena, lánguida, tranquila, sin luna, pero dulce y misteriosamente alumbrada por los luceros.

El príncipe salió de las ruinas del templo, bajó á la márgen del rio y se encaminó á la casita blanca del remanso.

A la casita donde, sin duda, impaciente y estremecida de amor como él, le esperaba Bekralbayda.

Pero esperó una hora y nada interrumpió el silencio y la soledad de aquellos lugares.

Pasó aun mas tiempo y nadie vino á llevar al príncipe junto á su amor.

Encaminóse á la oscura gruta y penetró en ella, pero en vano procuró dar con la pendiente entrada por donde habia resvalado la noche antes, y que le habia llevado al palacio de la dama blanca.

Por todas partes, en todas direcciones, encontraba la roca tajada, áspera, húmeda y nada mas.

– ¿Me habré engañado? se preguntó.

Y volvió á salir.

Pero aquella era la estrecha grieta cubierta de maleza por donde habia penetrado la noche anterior.

Para confirmarle en ello estaban allí las ramas que habia cortado con su yatagan para abrirse paso.

Sin embargo, aunque penetró una y otra vez, solo halló una estrecha escavacion en la roca, en la cual no habia ninguna abertura.

Desesperado, abandonó aquel lugar y subió á las cortaduras del rio y rodeó por los cármenes, buscando el postigo por donde le habia dado salida la dama blanca.

Pero no halló la cerca.

En cambio se perdió en un laberinto de enramadas, que se intrincaban mas á medida que el príncipe se revolvia mas en ellas.

Llegó un punto en que quiso salir y no pudo. No encontraba la salida, ni aun lograba dar con el rio cuya corriente le habia guiado.

– ¿Habrá aquí algun encantamento? dijo.

Y apenas habia hecho esta esclamacion, cuando oyó un ronco ladrido, y poco despues se vió acometido por un enorme perro campestre y por una ronda de labradores armados de chuzos, uno de los cuales llevaba una linterna.

Cuando esto acontecia habia pasado ya largo tiempo. Era la media noche.

– Hé aquí el ladron de nuestras hortalizas…

– El talador de nuestras flores.

– El caballero que se divierte en matar nuestros perros y seducir nuestras hijas, esclamaron en coro aquellos hombres, con gran sorpresa del admirado príncipe.

La verdad del caso era, que como aquellos honrados labriegos tenian mugeres y parientas hermosas, algunos jóvenes caballeros habian dado en la flor de ir á meterse en vedado por aquellos frondosos cármenes, pisando las flores que encontraban á su paso, pero con la cautela y la malicia del ladron, favorecidos por alguna de las flores pisadas, y el príncipe Mohammet pagaba sin culpa las culpas de otros.

– ¿Qué decis de vuestras flores y de vuestras hijas? dijo el príncipe: yo no vengo ni por las unas ni por las otras: me hé perdido en vuestros cármenes y os ruego que me saqueis de ellos.

– ¿Qué te saquemos? pues ya se vé que te sacaremos: esclamaron los rústicos, pero será para llevarte preso al rey que nos hará justicia.

Estremecióse el príncipe.

– Vosotros no hareis eso, dijo, cuando sepais quién soy yo.

– Seas quien fueres, por ladron te tenemos ¿no has pasado nuestros términos de noche sin nuestra licencia?

– Yo no he encontrado cerca alguna.

– Tu has escalado la cerca: por lo mismo morirás ahorcado.

En efecto el príncipe habia saltado una pequeña tapia.

– ¿Y para qué queremos llevarle al rey? dijo otro: nosotros podemos ahorcarle, ¿acaso no es un ladron armado? ¿no sabeis que el que coje á un ladron armado puede ahorcarle allí donde le pille?

– Pero yo no he hecho resistencia: esclamó el príncipe.

– ¿Y quién sabe si la has hecho ó no? ¿lo dirás tú despues de muerto?

– Si vosotros me ahorcárais, mi padre os descuartizaria vivos, contestó con altivez el príncipe.

– Es que nosotros tenemos un padre que nos defenderá del tuyo por poderoso que sea: porque nuestro padre es el poderoso y justiciero rey Nazar.

– Pues bien de rodillas ante su hijo el príncipe Mohammet, dijo con altivez el jóven.

– ¿Tú el príncipe Mohammet, el valiente y virtuoso hijo del rey Nazar? dijeron los rústicos: no puede ser; ¿qué tiene que buscar nuestro buen príncipe por estos sitios y á estas horas?

– Es un mal caballero que miente por salvarse.

– Un burlador de la justicia del rey y de nuestra honra.

– Un libertino.

– Un infame.

– Ahorquémosle.

– No; casémosle con la muger que vendrá á buscar y que sin duda es hija de uno de nosotros.

– Yo no conozco á vuestras hijas: os repito que soy el príncipe Mohammet.

– Pues bien; te llevaremos al rey, y el rey dirá si eres príncipe ó no.

Y arremetiendo á él, y sin que el príncipe pudiera valerse, le arrastraron consigo, le llevaron al otro lado del rio, y por el camino y la puerta de Guadix le metieron en el Albaicin.

11.Este largo nombre significa: Mahomet, hijo del servidor de Dios, hijo de Juzef, hijo del Rojo, el defensor: los árabes al nombrarse solian remontarse en su genealogia al cuarto abuelo y aun mas arriba, segun se vé en muchas inscripciones, singularmente en las sepulcrales, y los moros tomaron esta costumbre de los árabes.
12.Ansari, compañero medinés del profeta.
13.El defensor.
14.Al-Morabethin, religiosos ó hermitaños.
15.Al-Mohahedyn, bi-Ilah los dirigidos por Dios.
16.Sultan; scultan tala amir al Mumenyn.
17.Del oriente.
18.Se convino entre ambos reyes en que Al-Hhamar conservaría el reino de Granada bajo la soberania y la proteccion del rey de Castilla, á quien pagaria un tributo anual de ciento cincuenta mil doblas, y acudiria con hombres de guerra cuando como vasallo fuese requerido: bajo este concepto ayudó Al-Hhamar á don Fernando en la conquista da Sevilla.
19.Entre los árabes el órden de los meses que llamaban lunas es el siguiente: Muharram, Safer, Rabié primera, Rabié segunda: Regeb, Jaban, Ramazan, Xawal, Dilcada y Dilhagia: cada mes se cuenta desde la aparicion de una luna nueva hasta la aparicion de otra luna, y este intérvalo nunca pasa de los treinta dias ni baja de los veinte y nueve, y así los computan alternadamente: pero el último mes en el año intercalar siempre tiene treinta dias.
20.19 de julio de 1195.
21.Ermitaño.
22.Capitan de soldados, ó gobernador de distrito.
Yaş sınırı:
12+
Litres'teki yayın tarihi:
27 eylül 2017
Hacim:
691 s. 2 illüstrasyon
Telif hakkı:
Public Domain