Kitabı oku: «El corazón de la pastoral», sayfa 2
Buena muerte o mala muerte,
eso es todo, compañero.
Hay que ensayarla despacio,
día a día y tiento a tiento.
Tomás Moro lo explica con la imagen del salir de casa: «Si estuvieras saliendo de una casa, ¿estarías saliendo solamente cuando tu pie está en el mismo borde del umbral, con tu cuerpo ya medio fuera de la puerta, o más bien cuando das tu primer paso adelante para salir, sea cual sea el lugar de la casa en el que te encuentras cuando decides salir? Yo diría que estás saliendo de la casa desde el primer paso que das hacia adelante para marchar».
Es verdad que, al salir de casa, al viajar, día a día, vamos con más proximidad a nuestro «final terrenal», por así decir. Pero, en realidad, lo ideal sería que cielo y tierra estuvieran más unidos o, como titula su obra –Mar i cel– el genial dramaturgo Àngel Guimerà: lo del mar –lo cotidiano, nuestras luchas, preocupaciones, alegrías y sinsabores– está unido al cielo, que simboliza la unión con Dios y el deseo de su presencia, la fiesta, el banquete de bodas. Es decir, la línea del cielo y la del mar se unen en el horizonte. Y ya no sabemos bien qué es cielo y qué es mar. Porque ambas realidades han de confluir en una dirección que lleva del mar al cielo.
Mª Dolores López Guzmán es autora de un libro muy recomendable, Aquí en el cielo, que gira en torno a este asunto. Esta tierra nuestra ha de aproximarse más al cielo. Lo del cielo no es para después. Vivir las bienaventuranzas, acoger a los excluidos, promover la justicia, atacar la corrupción, que nos duelan nuestros hermanos, es algo para el ahora. De ahí que ella afirme que «una seña de identidad inequívoca de que las fronteras del paraíso se han agrandado en nuestro mundo sería la cercanía infinita entre unos y otros, que tiene en el abrazo una expresión visible y explícita». También Javier Garrido barrunta desde esta clave el primer momento de su cielo: «Conozco el abrazo de un padre y su hijo, o el abrazo de la pareja, o el abrazo de la amistad, y a veces, puntualmente y de paso, el abrazo de la comunión en la eucaristía, tan único e íntimo, incomparable».
La eucaristía, compendio celestial
El sacramento que liga perfectamente el cielo y la tierra, que se convierte en lugar privilegiado, antesala celestial: la eucaristía. «Un auténtico compendio de sensaciones –subraya Mª Dolores López Guzmán– para ser percibidas por los sentidos y adentrarnos en lo que nos aguarda. “Venid, reuníos para el gran banquete de Dios” (Ap 19,17)».
Habría que plantearse cómo vivimos y celebramos las eucaristías, qué grado de interés y conexión se ve en las homilías, cuántos jóvenes se animan a participar en la vida parroquial y celebrativa. Es verdad, estamos desde hace tiempo dando vueltas a todos estos asuntos que son esenciales para la transmisión y celebración de la fe.
Veamos un ejemplo concreto en el que, a pesar de la dificultad, se puede transformar lo feo, deforme, sin esperanza, en algo que atisba el Reinado de Dios en medio del mundo. En la lejana isla de Molokai, donde encarcelaban a los leprosos en un aparente paraíso natural, el padre Damián creó una banda de música y una coral con sus fieles pacientes para animar las celebraciones. Con humor le escribía a su hermano Pánfilo: «Te invito a que vengas a oír cantar a mis muchachos en misa mayor. Dos se sientan al teclado del armonio y se ayudan para el acompañamiento, pues ambos han perdido algunos dedos. Cuatro manos enfermas ejecutan piezas que vuestros grandes organistas tocan con dos manos sanas. Son muy hábiles. Pedro se va defendiendo con su clarinete. A los ojos del mundo, una escena patética, poco atractiva; a los ojos de Dios, una muestra entrañable de amor y de fe en la que lo más importante no es nuestro amor, sino el suyo. Eucaristía viva y celestial». Comentaba además san Damián que los entierros eran una auténtica fiesta de liberación para los enfermos en los que la música, los ritos y la procesión jugaban un papel destacado. Fijémonos en que, cada año, la colonia de entre setecientas y ochocientas personas era testigo de unas ciento cincuenta a doscientas muertes, una cifra altísima. Transformar muerte en vida, otro milagro de la fe y de los santos.
La comunidad que celebra la eucaristía pone en sus labios la experiencia sin titubeos de Marta: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo» (cf. Jn 11,1-45). Es la fe la que nos abre a una existencia nueva que no tiene fin. Jesús, con su propia vida, nos rescata para siempre de la muerte. Por eso la actitud del cristiano ha de ser de profunda esperanza, porque nuestra vida está en las manos de Alguien que no deja que caigamos en el abismo del sinsentido y de esa muerte que tanto amenaza el futuro de aquellos que no se han encontrado con el Mesías.
Además, en la eucaristía, junto con el pan y el vino nos estamos donando y entregando junto al Señor, estamos participando de su misterio pascual. Adelantamos lo que un día físicamente viviremos al ofrecernos como el grano de trigo, que cae en tierra, muere y da mucho fruto (cf. Jn 12,24).
Evangelio vivo
He de confesar que uno de los momentos de acompañamiento y celebración de la muerte que más me han afectado en los últimos meses ha sido el de José y Belén, dos alumnos de 2º de Bachillerato del madrileño colegio de Nuestra Señora del Recuerdo.
Maite López Martínez, profesora y pastoralista en dicho colegio, ha escrito bellamente lo inenarrable. ¡Qué manera tan bonita de acompañar! El colegio entero, con los religiosos jesuitas a la cabeza, se ha convertido en lugar, comunidad de acogida, de abrazos, de silencios, de símbolos que se entregan, de llorar juntos y celebrar la fe en Cristo resucitado. Impresionante. Con esta mirada lo comunica:
La familia cercana de José y Belén se ha convertido en Evangelio vivo para quienes hemos podido estar a su lado estos días: sus padres, otros «Jairos» rotos por el dolor («al verlo se postró a sus pies»); sus hermanos, hermanas de Lázaro («si hubieras estado aquí...»); sus madres, «Marías» al pie de la cruz.
Relata además los elementos que han beneficiado; entre otros «ha ayudado el silencio respetuoso, ese que surge cuando nos asomamos al Misterio. Y han ayudado, por encima de todo, las miradas, los apretones de manos, los abrazos, las lágrimas».
¿Qué queda al final de esta intensa experiencia? «El sabor que queda, en el fondo, es el de la experiencia pascual, el de habernos encontrado con Jesús gracias a José y Belén. Han sido y son buena noticia. Ellos, como los discípulos de Emaús, caminaron juntos (y enamorados), acompañados por el Señor resucitado». Precioso.
Al final de la eucaristía, los primos del joven José cantaron esta canción. La música, como en Molokai, como en tantos lugares, ayudó a elevar la oración a Dios: «Me tengo que ir, me llaman de arriba. Es muy difícil, lo sé. Mejor que sea breve. No intentéis entenderlo, no dolerá menos. Me tengo que ir. Llevo compañía. No me voy solo. Me voy con quien quiero. Y ya volamos juntos, directos al cielo...».
Y todo lo que se ha vivido en el colegio del Recuerdo es, además, Evangelio vivo, porque ha interpelado a muchísimas personas. En su columna en XL Semanal, Carmen Posadas relataba un encuentro casual con los padres de José en el propio centro educativo. Fijaos cómo se ha sentido hondamente interpelada: «Mostrar entereza, dignidad y serenidad frente a las adversidades ayuda a sobrellevarlas. Claro que lo que más ayuda es una gran fe, como la de los Amián. Pero ese es un apoyo que muchos hemos descartado, sin saber, me temo, lo que realmente estábamos desechando».
«¡Sal de donde te han metido!»
¡Qué contrastes! Puede haber situaciones muy dolorosas vividas con paz y otras en las que el dolor se expresa de otro modo. Es verdad que a los sacerdotes se nos puede criticar por la manera de actuar, predicar o celebrar, pero hemos de reconocer que con la variedad de personas, contextos y ambientes a los que nos hemos de enfrentar, a veces no resulta fácil. Por eso es bueno también un poco de humor, que es una magnífica expresión del amor.
En una parroquia popular gaditana, un hermano de mi congregación, Poldo Antolín, se encontró con que tenía que celebrar la misa por Paco, que estaba de cuerpo presente en la iglesia parroquial. Antes de comenzar se acercó para saludar a la viuda, de unos cincuenta años, y a la familia. La mujer, visiblemente no aceptaba la muerte del marido. Cuando ya había comenzado la liturgia exequial, esta mujer grita llamando al esposo fallecido: «¡Paco, sal de donde te han metido!». Imaginaos cuál fue el pensamiento interno del sacerdote que presidía la eucaristía, que más tarde nos confesaría, para rebajar la tensión vivida: «¡Ay, Paco, no le hagas caso!». Poco a poco, la buena mujer se fue calmando, pero después de la comunión se desmayó. Una persona que estaba cerca de ella cogió el acetre con el agua bendita y se la echaron para que reaccionara.
A mí también me ha pasado que, en un entierro de una persona que se había suicidado, con el calor de agosto en una iglesia pequeña, varios asistentes al acto litúrgico comenzaron a desmayarse durante la homilía. Puse enseguida a la asamblea en pie e invocamos a la Virgen María. Luego tuve que ir abreviando como pude.
Homilías e imágenes
Y el humor, cómo no, lo ponen sobre todo los santos. Hay anécdotas ciertamente deliciosas. Al igual que nos pasa a nosotros, también ellos han sufrido las malas predicaciones y las homilías aburridas. Durante unos ejercicios espirituales, el padre predicador, experto en el efecto seguro que supone hablar de la muerte, aborda este punto. San Pío de Pietrelcina, que se encuentra entre los oyentes, no puede evitar la sonrisa. Algunos se dan cuenta, excepto el orador, que se halla inmerso en su tono melodramático. Al final del sermón, un fraile capuchino pregunta al santo: «Padre, ¿por qué se reía usted durante la predicación sobre la muerte? El tema era bastante serio». A lo que respondió el padre Pío: «¿Y qué podía hacer yo? No he podido contenerme. Ciertas predicaciones te dan ganas de reír incluso ante la muerte».
Para el papa Francisco, el problema de las homilías aburridas es tan serio que, en la Exhortación apostólica Evangelii gaudium dedica 25 de los 288 números a las homilías. Por eso viene bien leer y aplicar este documento. El papa indica algún recurso práctico y eficaz:
Uno de los esfuerzos más necesarios es aprender a usar imágenes en la predicación, es decir, a hablar con imágenes. A veces se utilizan ejemplos para hacer más comprensible algo que se quiere explicar, pero esos ejemplos suelen apuntar solo al entendimiento; las imágenes, en cambio, ayudan a valorar y aceptar el mensaje que se quiere transmitir. Una imagen atractiva hace que el mensaje se sienta como algo familiar, cercano, conectado con la propia vida (EG 157).
Me viene a la memoria una homilía en San Fernando (Cádiz) en la que el sacerdote utilizó la imagen de las redes para enlazar el Evangelio con la vida del difunto, que se llamaba Antonio y había sido pescador. Mientras vivió era conocido porque remendaba ese tejido en la cochera de su casa, a la vista de la gente que pasaba por la calle. Se proclamó, con muy buena dicción, el evangelio de la llamada a los apóstoles:
Pasando junto al lago de Galilea vio a Simón y a Andrés, el hermano de Simón, echando las redes en el lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo:
–Venid conmigo y os haré pescadores de hombres.
Al instante dejaron las redes y lo siguieron. Fue más adelante y vio a Santiago, el de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también dentro de la barca, remendando sus redes, y al punto los llamó. Ellos, dejando a su padre Zebedeo en la barca con los jornaleros, le siguieron (Mc 1,16-18).
Y el celebrante destacó en la homilía cómo ahora, en el momento de la muerte, el Señor había llamado a Antonio, como también llamó a los apóstoles, a vivir una vida en plenitud.
El Centre de Pastoral Litúrgica de Barcelona ha desarrollado un gran esfuerzo en las últimas décadas a la hora de proporcionar material homilético para sacerdotes, diáconos y otros ministros. Por poner un caso, en el libro Exequias. Celebración, lecturas y homilías se dan cita una gama amplia de homilías: para todo tipo de asambleas (con algunas para tiempo de Cuaresma y Pascua), para una muerte sentida, ante una muerte después de una larga enfermedad, ante una muerte inesperada y trágica, en la muerte de un joven, en la muerte de un joven en accidente de tráfico, etc. Y realmente están muy bien estructuradas y elaboradas. Pero luego nadie nos puede quitar el esfuerzo de personalizar la predicación. Necesitamos, para llegar a la gente, elementos que les vinculen con sus vivencias, con su historia, con su dolor, con su familia... Eso no lo puede brindar, obviamente, un recurso de revistas especializadas o libros.
¡Es tan importante cuidar la homilía! Hace unos meses –no localizaré el lugar– me encontré con un cristiano comprometido en una parroquia, de cuarenta y tantos años, que hacía algunas celebraciones exequiales en un tanatorio. Con toda sencillez me dijo que la predicación no era lo suyo, que él tenía una homilía aprendida y esa era la que iba repitiendo, que precisamente él estaba más inclinado a la acción social y a Cáritas, pero le habían pedido ese servicio y, como se estaba preparando dos asignaturas por año para el diaconado permanente, había aceptado, por echar una mano en su diócesis. La buena voluntad es muy valorable, pero en estas celebraciones nos jugamos mucho, porque nos llegan unas personas cuyo único contacto con la Iglesia es precisamente ese. También esta anécdota nos revela un conocido y preocupante dato sobre el descenso de las vocaciones al ministerio ordenado.
Estación final
Y, para concluir, volvamos al «tren azul» con una imagen de Consuelo, la madre de Javier, un hermano que ha estado muchos años de misionero en África. Ella se imagina la muerte como si el Padre Dios nos estuviera esperando ansioso en la estación a que lleguemos después del viaje de la vida. Esta buena madre dice comprender la impaciencia y la alegría del Padre comparándolo con lo que ella siente cuando va a la estación a esperar a su hijo (cosa que ha tenido que hacer muchas veces en su vida, cuando él estaba en África y también después). De esa manera, más que acentuar la pena de la separación con los que siguen viviendo en la tierra, esta metáfora pone el acento en la alegría del encuentro con Dios Padre.
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LA MOCHILA DEL OBISPO.
PISTAS PARA PREPARAR –BIEN– LOS SACRAMENTOS
Parece cosa sabida, sin embargo conviene subrayar que, para celebrar los sacramentos con sentido, se requiere prepararlos adecuadamente, con ganas, implicando a los que van a participar en ellos, sabiendo y sintiendo que conducen al encuentro con Cristo. No pretendemos dar lecciones, únicamente compartir algunos testimonios y reflexiones al hilo de la experiencia acumulada en dos décadas de ministerio sacerdotal. Continúo en la línea del «Pliego» del n. 3056 de Vida Nueva, que llevaba por título «El tren azul. Consideraciones pastorales en torno a la muerte». Ahora la motivación viene por lo vivido en torno a la celebración del sacramento de la confirmación. Este texto viene originado, como veremos, por el bisbe Toni Vadell, obispo auxiliar de Barcelona y presidente del Secretariado Interdiocesano de Catequesis de Cataluña y las Islas Baleares.
No nos vamos a quedar únicamente en el sacramento de la confirmación y apuntaremos algunas perspectivas, ilustradas con ejemplos, para el resto de sacramentos, excepto el del orden sacerdotal, que, al ir dirigido a los ministros ordenados y ser menos frecuente, lo dejamos para que se anime algún teólogo u obispo.
La carta del bisbe
El bisbe Toni ha venido un par de veces en los últimos meses por el col·legi Padre Damián SS.CC., de Barcelona. Primero ha tenido un encuentro con los alumnos de 2º de Bachillerato, que le han formulado preguntas de todo tipo. Él ha ido respondiendo con naturalidad y cercanía a los jóvenes, a los que ha animado a que no busquen como primer valor el éxito, porque «si se cuidan, la realidad puede superar sus mejores sueños: ese es el verdadero éxito».
El bisbe deja en la secretaría del colegio la mochila negra que trae. Es una mochila de ordenador, pero que le va muy bien para llevar la mitra, el solideo y el báculo portátil. Así viaja discretamente en metro y autobús por Barcelona. Después de visitar a nuestros alumnos tiene una confirmación en una parroquia cercana. Pero en la mochila no hay solo objetos litúrgicos episcopales, va cargada de ideas, ilusiones y creatividad pastoral de un joven y entusiasta pastor.
En su segunda visita ha conocido y dialogado con los que se van a confirmar, haciendo hincapié en que en la confirmación recibirán el regalo más grande: el Espíritu Santo, «la presencia viva del Señor habitará en tu corazón y te acompañará el resto de tu vida. No es que ya no goces del Espíritu. Evidentemente, desde el bautismo, pero a través del sacramento de la confirmación lo queremos celebrar nuevamente, acentuando especialmente que el Señor te da el Espíritu para enviarte en misión: vivir el Evangelio en medio del mundo, entre tus amigos, familiares, sobre todo entre los más alejados, los que están en la periferia, como dice el papa Francisco».
Les ha explicado también la significación del crisma; para ello ha diferenciado entre el maquillaje y la crema. Los jóvenes han indicado que el maquillaje oculta la realidad, la disfraza de algún modo, mientras que la crema hidrata, protege, penetra, fortalece el rostro o el lugar donde se aplica. Recibir el santo crisma es contar con la fortaleza de la acción del Espíritu de Jesús en nuestra vida. Maquillaje y crema se les ha quedado bien grabado en la mente a este grupo. Son imágenes que ayudan y que se retienen.
Después de este encuentro, el obispo ha enviado a cada uno de los jóvenes una carta por correo electrónico que han de responderle. Es una tarea para prepararse a recibir el sacramento y así poderlos conocer mejor. Los confirmandos han de responderle a estas tres preguntas a su dirección de correo electrónico:
– Preséntate. ¿Quién eres? Indícame algunas características que creas interesantes de ti.
– ¿Cuál ha sido tu historia cristiana hasta hoy? Haz una breve síntesis y cuéntame tu vida cristiana, recordando sobre todo las experiencias que has tenido y a las personas a las que estás especialmente agradecido porque te han transmitido la fe.
– ¿Por qué necesitas a Dios dentro de tu vida? ¿Cómo vives este momento de recibir el sacramento de la confirmación? ¿Qué significa este sacramento para tu fe en Jesús?
Después de ir recibiendo las cartas, Mons. Vadell ha ido respondiendo personal y brevemente a cada uno de los jóvenes. A Guille le escribe: «Me encanta lo que cuentas de tu historia de fe y cómo has continuado fiel a la opción que hicieron tus padres pidiendo el bautismo para ti en el año 2000. Y agradeces a la vez al padre Edu... qué grande es el Señor, que nos pone a personas que nos ayudan a vivir la fe». Anna quiere ser maestra. El bisbe se alegra de su elección: «Gracias por comentarme cosas de tu vida, que quieras ser educadora. Eso me parece interesantísimo, porque estoy convencido de que la educación es apasionante. Te felicito por tu vocación». Y hay un mensaje que suele remarcar: «La confirmación es un gran sí tuyo y, a la vez, del Señor, que te confirma, que te dice que te quiere mucho».
En la homilía de la celebración de la confirmación se ha referido a algunos de los aspectos que los confirmandos le habían comunicado en esta original correspondencia epistolar. Además ha subrayado cómo el Señor los quiere a cada uno y que no se sientan solos, porque él les ama. Los ha animado a ser testigos y les ha puesto una tarea misionera, que es contar el secreto de su vida, cuánto les ama Dios, a siete personas de su entorno. Ha ungido a cada uno de los jóvenes impregnándolos bien en la frente con el crisma; se convierten en «otros Cristos», y luego les ha dado un sentido abrazo de paz, mientras les dice: «Dios te ama».
Después de la misa, Anna ha ido a abrazar al bisbe, porque se sentía emocionada con todo lo vivido. Toni ha compartido un rato con las familias y con los jóvenes. Después ha cogido su mochila, se ha despedido y ha tomado el metro para regresar a casa. Iba feliz. Ese día cumplía el vigésimo aniversario de su ordenación sacerdotal.
El «encalijo» y otras prácticas
Para prepararnos bien al sacramento del perdón no hay como releer e interiorizar las parábolas de la misericordia del capítulo 15 de san Lucas. No obstante, después de seguir los diferentes pasos que marca el ritual del sacramento del perdón podemos echar mano de la simbología para celebrar el sacramento, sobre todo con jóvenes o en una comunidad participativa donde queramos compartir algo del misterio de Dios, que se hace presente en su perdón.
Durante varios años trabajé pastoralmente en el colegio de Ntra. Sra. del Carmen, que tienen las religiosas carmelitas vedrunas en San Fernando, Cádiz. Allí, en el equipo de pastoral, había un grupo creativo de profesores, entre ellos Jesús Chozas, que siempre busca cómo conectar con los alumnos del colegio. Sus dinámicas luego podía trasladarlas a las celebraciones que tenía en la parroquia del Buen Pastor.
Veamos algunas pistas para posibles celebraciones.
– El «encalijo». Esta es muy andaluza. En el centro de la capilla se colocaron varios objetos relativos a algo muy asociado al blanco de Andalucía: la cal, pintura, brochas... Los niños se sorprendían al ver los preparativos para una pintura o limpieza general. Se decía en la monición: «Seguro que vuestras abuelas os habrán contado que, en sus tiempos, todos los años, en una determinada fecha, encalaban sus casas, hacían la limpieza general. Pero antes de seguir hablando os voy a pedir que me digáis qué simbolizarán todos estos objetos. ¿Por qué celebramos la fiesta del “encalijo”?». Y ahí comenzaba un diálogo que iba de la limpieza de la casa a la limpieza del corazón y de la propia vida.
– Las ataduras. Esta vez, delante del altar hay una cuerda que tiene varios nudos. Atar significa unir, enlazar. Nos atamos a nuestras amistades, atamos nuestro futuro, nos atamos a nuestra pareja... Atarse es bueno, gratificante, el hombre no nació para vivir solo. Pero también nos atamos al ordenador, solo a nuestra pareja y olvidamos a los amigos, nos atamos a la moda, al móvil... «Como símbolo de nuestra intención de ser mejores vamos a cortar cada uno de nosotros un nudo y vamos a pedir perdón por...».
– Los clavos. Contamos la siguiente historia, que circula en varias versiones por Internet:
Un adolescente tenía muy mal carácter. Su padre le dio una bolsa de clavos y le dijo que, cada vez que perdiera la paciencia, debería clavar un clavo detrás de la puerta.
El primer día, el muchacho clavó treinta y siete clavos detrás de la puerta.
Las semanas que siguieron, a medida que él aprendía a controlar su genio, clavaba cada vez menos clavos detrás de la puerta. Descubrió que era más fácil controlar su genio que clavar clavos.
Llegó el día en que pudo controlar su carácter durante todo el día. Después de informar a su padre, este le sugirió que retirara un clavo cada día que lograra dominar su carácter. Los días pasaron y el joven pudo anunciar a su progenitor que no quedaban más clavos para retirar de la puerta.
Su padre lo tomó de la mano y lo llevó hasta la puerta. Le dijo:
–Has trabajado duro, hijo mío, pero mira todos esos agujeros en la puerta. Nunca más será la misma. Cada vez que pierdes la paciencia dejas cicatrices exactamente como las que aquí ves.
Tú puedes insultar a alguien y retirar lo dicho, pero según cómo se lo digas podrá devastarlo, y la cicatriz perdurará para siempre. Una ofensa verbal es tan dañina como una ofensa física.
Por favor, perdóname si alguna vez dejé una cicatriz en tu puerta.
Después de la lectura se invitaba a los participantes a pedir perdón y a clavar un clavo en una tabla de madera. El sacerdote invitaba a ello: «Veis ya de qué son símbolos los clavos, ¿verdad? Es bueno que tengamos en cuenta esta historia, porque, aunque es verdad que el Señor perdona siempre, la huella del daño que hacemos a las personas es difícil de eliminar. Mirad, ahora vamos a pensar en esas veces que hemos ofendido a los demás y vamos a confesarlo públicamente. A medida que lo vayáis reconociendo, vais a clavar un clavo en esta tabla, diciendo: “Yo he ofendido...”».
Después de la confesión sacramental, cada uno iba retirando el clavo que había colocado en la tabla.
– El reloj. Se coloca un gran reloj en un sitio visible. La celebración gira en torno a cómo aprovechar, agradecer y dar fruto con el tiempo que se nos regala. Se ambienta con la canción Tiempo, del grupo «Ciento ochenta grados», que recoge el capítulo 3 del libro del Eclesiastés. Se hacían algunas peticiones de perdón de este estilo:
• Porque no aprovechamos bien el tiempo, regalo que tú nos das, ¡Señor, perdónanos!
• Porque a veces somos egoístas, no compartimos nuestro tiempo y solo lo empleamos en nosotros mismos, ¡Cristo, perdónanos!
• Porque escurrimos el bulto, echamos la culpa a los demás y buscamos muchas excusas para no hacer nuestro trabajo o cumplir con nuestras obligaciones, ¡Señor, perdónanos!
Una fiesta de cumpleaños
El franciscano Javier Garrido señala que, «según se prepara una fiesta, así es valorada la celebración de la eucaristía. Para nosotros, cristianos, no hay mayor fiesta que esta, banquete del amor de la alianza eterna con nuestro Dios». Así que desde que salimos de casa comenzamos una peregrinación hacia la iglesia, donde el corazón se va ambientando en aquello que vamos a celebrar.
En el colegio María de la O, en el barrio de chabolas de Los Asperones (Málaga), los catequistas han tenido que inventarse una manera atractiva de transmitir a niños y padres en qué consiste la eucaristía. Claro, teniendo un catequista tan imaginativo como el dibujante Patxi Velasco, «Fano», se les ha ocurrido plantear la celebración con una fiesta de cumpleaños. En primer lugar, el saludo. Cuando nos invitan a una fiesta de «cumple», saludamos a la gente al entrar. En la misa también. Y lo hacemos: «En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo».
Cuando vamos a una fiesta, elegimos un traje limpio en vez de sucio, al igual que en la eucaristía pedimos perdón al Señor para que limpie lo que nos aleja de su amor. Es decir, revisamos nuestra vida y vemos aquello que no va del todo bien, lo que nos aleja de Jesús y de nuestros hermanos. Una de las cosas por las que podemos arrepentirnos es por nuestro orgullo. Cuando solo nosotros queremos ser los protagonistas, nos creemos el centro de todo, los importantes y no tenemos en cuenta a los demás.
Estamos atentos a la oración colecta, que es la primera que se hace en la eucaristía. Imaginemos que podemos juntar, recolectar, buscar y hacer un ramo con todas nuestras necesidades y también las de los demás. Ese «ramo de flores» con lo que hay en nuestro corazón y en el de nuestros hermanos es lo que recoge el sacerdote en nombre de todos los que celebramos la eucaristía y se lo presenta a Dios Padre. Es tan importante que estamos de pie, en silencio, para que nuestra oración se junte con la de los demás desde el corazón y la elevemos así al Padre.
En una fiesta, uno habla con sus amigos y también los escucha. Eso sucede cuando se proclama la Palabra de Dios: oímos lo que Dios nos quiere decir. Sobre dos mesas gira la celebración de la eucaristía: la mesa de la Palabra y la mesa propiamente eucarística. La mesa de la Palabra nos convoca a la escucha atenta de la primera lectura, que los domingos está tomada normalmente de algún libro del Antiguo Testamento, donde se nos cuenta la relación de Dios con su pueblo escogido. Luego el salmo responsorial y alguna carta del Nuevo Testamento normalmente. A través de la escucha de la Palabra nos sorprendemos por lo que Dios desea comunicarnos. La mesa de la Palabra tiene un «plato fuerte»: el evangelio, el más destacado de esta mesa. Cuando escuchamos en comunidad la Palabra, adquiere un valor especial, ya que la fuerza del Espíritu la hace penetrar en nuestros corazones para que la hagamos vida.
En las fiestas de cumpleaños hay un momento en que se dan los regalos. En la eucaristía damos lo que tenemos: el pan y el vino que Jesús transformará en su Cuerpo y su Sangre. En la consagración, con las palabras y gestos que hace el sacerdote, vivimos un momento muy importante de la eucaristía, con silencio, en oración y unión de corazones. Se renueva la entrega del mismo Cristo en la última cena, cuando con el pan y el vino ofreció su Cuerpo y Sangre y se lo dio a los apóstoles. Y les encargó conmemorar ese momento tan especial. Estas palabras, con la acción del Espíritu Santo, son el punto más destacado de la misa. No son la narración de un hecho del pasado sin más. Jesucristo mismo, con sus gestos y palabras, hace realmente presente su paso de la muerte a la resurrección.
Y uno de los momentos más esperados en el cumpleaños es la tarta. En la eucaristía, este momento es cuando comemos el pan del Señor. El pan del Señor no es pan de panadería. Es un pan que nos da la Vida. «Yo soy el pan de vida» (Jn 6,35). En el momento de la comunión nos acercamos a participar del banquete de la mesa del Señor. Él mismo se nos entrega como comida que sacia, que nos quita el hambre, que nos hace alimentarnos de su propio Cuerpo, del alimento de su vida. Jesús se nos da para estar más íntimamente con nosotros y convertirse en nuestro impulso y fortaleza. Son momentos especiales de intimidad y de gratitud. Nos sentimos satisfechos de recibir al que lo entrega todo por nosotros, por amor.