Kitabı oku: «De la venida de los españoles y principio de la ley evangélica», sayfa 2
DÉCIMA TERCIA RELACIÓN DE LA VENIDA DE LOS ESPAÑOLES
Y PRINCIPIO DE LA LEY EVANGÉLICA
Fernando Alva Ixtlilxúchitl
Túvose noticia de la venida de los cristianos por algunos mercaderes que habían ido a las ferias de estas costas de Xicalanco, Ulúa y Champotón, especialmente cuando rescataron con Grijalva; y así tenían por muy ciertas las profecías de sus pasados, que esta tierra había de ser poseída de los hijos del sol, de más de las señales que hallaban en el cielo, de lo cual estaban todos con grandísima pena en considerar que se les acercaban sus trabajos y persecuciones, acordándose de aquellas crueles guerras y pestilencias que tuvieron los tultecas sus pasados cuando se destruyeron, y que lo mismo sería con ellos, aunque de todo esto no le daba mucha pena a Mocthecuzoma por hallarse en el mayor trono que jamás él y sus pasados se habían visto, y tener debajo de su mano todo el imperio, porque lo que era de Tezcuco y sus reinos y provincias lo mandaba todo, porque el rey Cacama era su sobrino y puesto por su mano, y el de Tacuba era su suegro y hombre muy antiguo, y que ya no tenía fuerzas para poder gobernar, y así con este gran poder que tenía, no creía que pudiese ser súbdito de ningún príncipe, aunque fuese el mayor del mundo. En el año de Ce Acatl, caña, número primero, y a la nuestra 1519, que es en el que señaló Netzahualcoyotzin que se había de destruir el imperio chichimeca, envió Teopili, gobernador de Mocthecuzoma que era de Cotozta, sus mensajeros por la posta, que en un día y una noche trajeron una pintura con el aviso de la venida de los españoles, y cómo querían verle, que venían por embajadores del emperador don Carlos nuestro señor; y en la pintura venían pintados los trajes y la traza de los hombres y la cantidad de ellos, armas y caballos y navíos con todo lo demás que traían. Mocthecuzoma, visto lo que enviaba a decir Teopili, envió un presente a Cortés y muchas disculpas y ofrecimientos, y no le cuadró mucho que los hijos del sol querían venir a México a verle, y así les envió a decir que era trabajoso el camino y otros mil inconvenientes, lo cual no fue bastante, sino que antes animó más a los españoles para ver a Mocthecuzoma, especialmente cuando supieron por el señor de Zempoalan cómo había bandos en esta tierra, y asimismo cómo se le ofreció el señor de Zempoalan darle su favor y gente de socorro; y de aquí vinieron a Quiyahuiztan y otras partes hasta ponerse en Tlaxcala, y por todas partes que llegaban, los naturales los recibían con mucha alegría y regocijo sin ninguna guerra ni contraste, y si alguno hubo, fue dándoles ocasión para ello. Y finalmente, después de otras muchas cosas que sucedieron y los nuestros pasaron hasta Ayutzinco, en donde les salió a recibir el rey Cacama ofreciéndoles su ciudad de Tezcuco si querían ir a ella, los cuales, especialmente el capitán Cortés se lo agradeció mucho, y le dijo que por entonces no había lugar, que para otra vez le haría merced, porque iban por la posta a ver a Mocthecuzoma, y así Cacama dio la vuelta para Tezcuco, y desde aquí se embarcó para México, y llegado que fue dio razón de todo lo que había visto, y cómo los españoles estaban ya muy cerca porque ya en esta ocasión estaban en Iztapalapan. Mocthecuzoma entró muchas veces en consejo, si sería bien recibir a los cristianos, Cuitlahua su hermano y otros señores fueron de parecer, que por ninguna vía no convenía, Cacama fue de muy contrario parecer,diciendo que era bajeza de príncipes, no recibir los embajadores de otros, especialmente el de los cristianos, según ellos decían que era el mayor del mundo, como en efecto lo era el emperador nuestro señor, aunque esto antes de ahora estaba ya edificado y así otro día salió Mocthecuzoma con su sobrino Cacama y su hermano Cuitlahua y toda su corte a recibir a Cortés, que ya a esta ocasión estaba en donde es ahora San Antón, que después de haberlo recibido lo llevó a su casa, y lo esperó en las casas de su padre el rey Axáyaca, y le hizo muchas mercedes, y se ofreció de ser amigo del emperador, y recibió la ley evangélica, y para el servicio de los españoles pusieron mucha gente de Tezcuco, México y Tlacopan, y después de cuatro días que los españoles estaban en México muy contentos, servidos y regalados, por no sé qué achaque prendió Cortés a Mocthecuzoma, y en él se cumplió lo que de él se decía, que todo hombre cruel es cobarde, aunque a la verdad era ya llegada la voluntad de Dios, porque de otra manera fuera imposible querer cuatro españoles sujetar un nuevo mundo tan grande y de tantos millares de gente como había en aquel tiempo. La gente ilustre y los capitanes de mexicanos todos se espantaron de tal atrevimiento, y se retiraron a sus casas y el rey Cacama mandó a su hermano el infante Nezahualquentzin con otros principales que tuviesen grandísimo cuidado de los cristianos, y les diesen todo lo necesario para el sustento de sus personas, y si pidiesen oro y las demás cosas se lo diesen, porque los demás mexicanos y tecpanecas visto a su rey preso y de aquella manera, no quisieron acudir más al servicio de los españoles. Y cumplidos cuarenta y seis días que los españoles estaban en México, Cortés rogó a Cacama que diese licencia a ciertos españoles que los quería enviar a su ciudad de Tezcuco para verla con algunos caballeros criados suyos, porque los de la ciudad no les maltrataran. Cacama se holgó mucho de esto, y así mandó a dos hermanos suyos que fuesen con ellos, que era el uno Nezahualquentzin y el otro Tetlahuehuezquatitzin, y que los regalasen mucho y no los enojasen en cosa ninguna, y que les diesen una caja o petaca grande, de dos brazos de largo y uno de ancho y un estado de alto, de piezas y joyas de oro para ellos y para su capitán, los cuales ya que llegaban a la albarrada para embarcarse junto los palacios de Nezahualcoyotzin, alcanzoles un criado de Mocthecuzoma que les enviaba a rogar, que procurasen con brevedad de despachar aquellos españoles y les diesen todo el oro que quisiesen, porque quizás con esto su capitán le soltaría, y se volverían a sus tierras. Uno de aquellos españoles, como vio hablar a Nezahualquentzin con el criado de Mocthecuzoma, entendió que trataban de matarlos; dio de palos a este infante y lo llevó preso a Cortés, el cual sin haber hecho cosa digna de castigo ni ofensa lo mandó ahorcar públicamente; de lo cual se enojó mucho el rey Cacama, y si no fuera por Mocthecuzoma que le rogaba con hartas lágrimas que no hiciesen cosa ninguna, sucedieran algunas desgracias; y así disimuló Cacama cuanto pudo, y envió con estos españoles que eran por todos veinte, a otro hermano suyo llamado Tocpacxuchitzin para dar el recado que los españoles le pedían; y así les dieron la petaca llena, y se volvieron a México. Cortés dijo que era poco, que trajeran más, y así tornó a enviar a Cacamatzin y trajeron otra arca llena. Y visto por Cortés el tesoro que le habían traído, y habiéndole informado del mucho poder y grandeza del rey de Tezcuco, mandó prender por engaños al rey Cacamatzin por orden de su tío Mocthecuzoma, y preso lo puso a buen recaudo con muchas guardias, y le dijo que lo soltaría si mandaba traer algunos señores del linaje hermanos suyos en rehenes y algunas hermanas, el cual así lo hizo. Le dio en rehenes a cuatro infantas hermanas suyas con otros caballeros deudos suyos, y algunos de sus hermanos, y lo mismo hicieron los de México y Tlacopan entendiendo que por aquí los asegurarían.
Pasados algunos meses que los españoles estaban en México, Cortés tuvo nuevas que al puerto habían llegado ciertas naos y comunicólo con los dos reyes Mocthecuzoma y Cacamat zin, diciéndoles que le convenía irlos a ver personalmente, y que le diesen cantidad de gente de guerra para [ver] las causas por qué, y a esto respondieron, que como fuese contra cristianos que no la podían dar en ninguna manera, si no fuese para otras naciones, que entonces le darían cuanto hubiese menester; si no es que los cristianos, los que habían venido, le hacían guerra que en todo lo favorecerían, y avisarían a sus gobernadores para que le diesen socorro si lo hubiese menester, y que para otro efecto no le podían dar sino gente de servicio y carga para todo el camino. Lo cual visto por Cortés, tomó los peones y gente de servicio que se le dio, y mandó llevar alguna parte del tesoro que se le había dado y se fue para el puerto, y dejó en su lugar al capitán Alvarado. Y antes que se fuese le dijo Mocthecuzoma, que a los mexicanos se les ofrecía una fiesta muy solemne de Tóxcatl, que lo tuviese por bien, a lo cual respondió Cortés que hiciesen lo que quisiesen pues estaban en su patria, y se holgasen que también él se holgaba mucho. Dio parte Mocthecuzoma a Cortés de esto porque los días pasados les había derribado sus ídolos, y les había dicho que no sacrificasen más, para que avisara a los demás españoles no se escandalizasen, que todo lo hacía por complacer a sus vasallos y darles gusto, porque todos estaban afrentados en ver que sus reyes estaban en son de presos por cuatro extranjeros. Ido que fue Cortés y llegada la fiesta, que cae a 19 de mayo, y principio de su cuarto mes llamado del propio nombre Tóxcatl, la noche antes pusieron grandes luminarias y tocaron sus instrumentos, como lo tenían de costumbre, y el día de la fiesta hicieron su baile que llaman Mazehualiztli. En todo salieron más de mil caballeros en el patio del templo mayor, y sobre sí [traía] cada uno de ellos las mejores joyas y preseas que tenían, sin armas ni defensa ninguna. Los tlaxcaltecas que había en la ciudad, acordándose de los tiempos atrás, que siempre en estas fiestas les solían sacrificar millaradas de ellos, fueron al capitán Alvarado y levantaron un falso testimonio a los mexicanos diciendo, que aquello hacían para juntarse y matarlos. Alvarado lo creyó, y fue para el templo para ver si era así y si andaban armados, el cual aunque los vio todos desarmados y muy quitados de tal cosa, con la codicia del oro que sobre sí traían, puso en cada puerta diez españoles armados, y él con otros entró por el patio y templo, y mató casi cuantos había dentro, y les quitó lo que traían sobre sí. Los ciudadanos viendo sus señores muertos sin culpa apellidaron y dieron tras ellos hasta meterlos en palacio, en donde se hicieron fuertes; y cierto que de esta vez los mataran sin que escapara ninguno, si Mocthecuzoma no les aplacara su ira. Cortés dio la vuelta para México y entró por la ciudad de Tezcuco, en donde lo recibieron algunos caballeros, porque a los hijos de Nezahualpiltzintli, los legítimos, los tenían escondidos sus vasallos, y los otros en México que los tenía rehenes. El cual entró en México con todo el ejército de españoles y amigos de Tlaxcala y otras partes, día de San Juan Bautista, sin que nadie se lo estorbase.
Los mexicanos y los demás, aunque les daban todo lo necesario, con todo esto, viendo que los españoles ni se querían ir de su ciudad, ni querían soltar a sus reyes, juntaron sus soldados y comenzaron a dar guerra a los españoles otro día después que Cortés había entrado en México, y duró siete días; que al tercero de los cuales Mocthecuzoma, viendo la determinación de sus vasallos, se puso en una parte alta y reprendioles, los cuales lo trataron mal de palabras, llamándole de cobarde y enemigo de su patria y aun amenazándole con las armas, en donde dicen que uno de ellos le tiró una pedrada de la cual murió, aunque dicen sus vasallos que los mismos españoles lo mataron y por las partes bajas le metieron la espada. Al cabo de los siete días después de haber sucedido grandes cosas, los españoles con sus amigos los tlaxcaltecas, huexotzincas, y demás naciones, desampararon la ciudad, y salieron huyendo por la calzada que va a Tlacopan, y antes de salir de la ciudad mataron al rey Cacamatzin y a tres hermanas suyas y dos hermanos que hasta entonces no estaban muertos según don Alonso Axayaca y algunas relaciones de los naturales que se hallaron personalmente en estas dos ocasiones, las cuales al tiempo que se retiraron murieron muchos españoles y amigos, hasta un cerro que está adelante de Tlacopan, y desde aquí dieron la vuelta para Tlaxcala.
Idos los españoles a Tlaxcala juraron por su rey a Cuitlahuatzin, hermano de Mocthecuzoma, que ya habían pasado veinte días después de su muerte, el cual preguntó a los Grandes del reino de Tezcuco, a quién le venía de derecho aquel reino, lo jurasen ellos. Le respondieron que aun no era tiempo, demás de que era muy mancebo Yoyontzin el menor de los hijos legítimos de su rey Nezahualpiltzintli, así mandó que Cohuanacochtzin, uno de los hijos legítimos, gobernase y comenzaron a juntar gente de guerra para si volvían otra vez los españoles. El rey Cuitlahua no gobernó más que cuarenta días, porque luego murió de unas viruelas que pegó un negro, y luego juraron los mexicanos por su rey a Quauhtemoctzin, hijo del rey Ahuitzotzin y de la heredera de Tlatelulco. Después de haber estado Cortés muchos días en tierras de Tlaxcalan, convaleciendo de los trabajos pasados, con ayuda de los señores de Tlaxcalan, Huexotzinco y Cholula, tuvo algunas guerras contra los de Tepeaca, Itzotcan, Quauhquechulan y otras partes sujetas a las ciudades de Tezcuco y México, el cual fácilmente los sujetó y atrajo a su devoción, y viéndose con grandísima suma de amigos y que casi toda la tierra era de su parte, acordó de venir sobre México, el cual salió de Tlaxcalan el día de los Inocentes y trujo consigo cuarenta de a caballo y quinientos y cuarenta de a pie y veinte y cinco mil tlaxcaltecas, huexotzincas, cholultecas, tepeacanenses, quauhquecholantecas, chalcas y de otras partes que fueron los que él escogió, que no quiso traer más porque Tecocoltzin, hijo del rey Nezahualpilt zintli, que era uno de los rehenes que le dio el rey Cacama, le dijo a Cortés que en Tezcuco hallaría toda la gente que hubiese menester, demás de que por ciertos mensajeros de Tezcuco, especialmente por Quiquizcatzin de parte de los infantes Ixtlilxuchitzin, Tetlahuehuezquitzin, Yoyontzin y los demás sus hermanos se le enviaba a ofrecer y dársele por sus amigos, no embargante que Cohuanacochtzin, su hermano, era señor de Tezcuco y amigo de los mexicanos, el cual vuelto Quiquizca a Tezcuco para dar razón de su embajada, le mandó matar Cohuanacochtzin. Y llegado que fue Cortés a Cohuatépec, tres leguas de Tezcuco, le salieron a recibir cuatro caballeros muy principales de parte de Cohuanacochtzin, y le dieron en señal de paz un pendón pequeño de oro con otras muchas joyas, y le dijeron cómo su señor les enviaba a rogarle que fuese muy bien venido, y que se fuese con todo su ejército a aposentarse en su ciudad que allá sería muy bien hospedado y servido. Cortés respondió muy enojado, según don Alonso y Chichinchicuatzin, gran capitán y uno de los embajadores que se halló presente y a quien Cortés le tuvo algún respeto, que no quería tenerlos por amigos si no le daban primero lo que habían quitado, a cuarenta y cinco españoles y trescientos tlaxcaltecas que mataron, los cuales les respondieron que su señor Cohuanacochtzin ni su ciudad y reino no tenían ninguna culpa de esto, porque los que lo hicieron fueron ciertos criados del rey Cacama por vengar a su señor que estaba entonces preso, y para que se satisfaciese se los entregarían presos. Tornó a replicar Cortés que también sabía muy bien que Cohuanacochtzin era de la parte del rey Quauhtémoc y había mandado matar a su hermano Quiquizca, porque había ido de parte de sus hermanos a Tlaxcalan a ofrecer su amistad, con otras muchas razones que oídas por los embajadores dieron la vuelta a Tezcuco, y dieron razón de todo a su señor, el cual vista la determinación de Cortés, se embarcó con toda la gente que pudo y se fue a México para favorecer a Quauhtémoc.
Cortés ya que llegaba cerca de Tezcuco, le salieron a recibir algunos caballeros, y entre ellos el infante Ixtlilxúchitl con los demás sus hermanos que allí estaban, el cual se holgó de verlos, y allí le dieron aviso de todo lo que había y cómo su hermano Cohuanacochtzin se había ido a México; y llegados dentro de la ciudad los aposentaron en los palacios del rey Nezahualcoyotzin, en donde cupo muy a gusto todo el ejército, y se les dio todo lo necesario este y los demás días que en la ciudad estuvieron. Este mismo día que Cortés llegó a Tezcuco fue avisado cómo todavía los ciudadanos se iban saliendo de la ciudad y pasándose a México en muchas canoas, el cual mandó a ciertos caballeros que los llamasen y hiciesen volver, que no cuidasen de Cohuanacochtzin, pues estaban con él los demás infantes sus señores y el haría jurar por su rey y señor natural al que más de derecho le viniese o al que ellos gustasen. Fue esto muy a gusto de todos, y luego casi todos se volvieron a sus casas y ciudad, y a pedimento de todos hicieron por su señor a Tecocoltzin aunque hijo natural del rey Nezahualpiltzintli, porque de los legítimos no osaban decir cuáles fuesen hasta ver en lo que paraban estas cosas. El cual comenzó a gobernar con gran prudencia, y envió sus mensajeros por todos los reinos y provincias sujetas al reino de Tezcuco, especialmente las que él sabía que no eran de la parte de los mexicanos, y estuvo ocho días después al todo referido fortaleciendo la ciudad por si los enemigos los quisiesen cercar, al cabo de los cuales quiso Cortés ver si podía ganar a Ixtapalapan, lugar muy fuerte y que fuera de mucha consideración para lo que él pretendía, y así salió con hasta quince de a caballo y doscientos españoles, y seis mil aculhuas, tlaxcaltecas, y otras naciones de amigos. Llegados que fueron a Ixtapalapan, que ya los mexicanos estaban apercibidos, le salieron al encuentro y tuvieron aquel día una reñida y cruel batalla; mas como los de Ixtapalapan tenían sus casas en isletas y dentro del agua, no les pudieron sujetar y hacerles ningún mal; quisieron quedarse en la noche, mas no los dejaron los mexicanos, porque rompieron la calzada que tenía mucha agua represada, y si no salieran tan presto se ahogaran allí todos, y al retirarse los siguieron y mataron muchos de los amigos por ir ellos guardando las espaldas a los cristianos; solo un español murió que se quiso aventajar más que los otros. Aquí se señaló mucho Ixtlilxúchitl que iba por general de los aculhuas, y mató con su propia persona a muchos capitanes, de lo cual fue avisado el rey Quauhtémoc y le dio mucha pena en saber que uno de los infantes legítimos del reino de Tezcuco se señalese tanto, considerando que sería de mucho efecto a los cristianos y daño para los mexicanos; demás de que en Otumba, Atenco, Cohuatlychan, y otras partes que habían querido los mexicanos destruir y ganar estos lugares, castigándoles porque favorecían a los cristianos, se había opuesto contra ellos defendiendo varonilmente estos lugares, y así por esto y por las demás cosas referidas, mandaron el rey Quauhtémoc y Cohuanacochtzin a sus capitanes los más valerosos que el que lo prendiese o matase le harían grandes mercedes, a lo cual se determinó y dio la palabra a los reyes de llevarlo preso a México un caballero muy valeroso descendiente de la casa de Ixtapalapan. Tecocoltzin mandó hacer muchas colchas, rodelas, flechas, macanas, lanzas arrojadizas, y otros géneros de armas y munición, así para los suyos como para los españoles, y juntar mucho maíz, gallinas y lo demás necesario para el sustento de los ejércitos, y asimismo apercibió a todos sus vasallos para que estuviesen aparejados el día que fuesen llamados, y en el ínterin que mandaba y hacía todas estas cosas Ixtlilxúchitl fue avisado cómo aquel valeroso capitán de Ixtapalapan había dado la palabra a los señores de llevarlo preso a México, de lo cual se sintió mucho, y lo envió a desafiar, y en los campos de Ixtapalapan salieron a pelear los dos, tan que ninguno de los soldados de los ejércitos se entremetiese, y diose tan buena maña Ixtlilxúchitl que venció a su contrario y lo ató de pies y manos, y después mandó traer mucho carrizo seco y se lo echó encima y lo quemó vivo, y dijo a los mexicanos que dijeran a su señor Quauhtémoc y a su hermano Cohuanacochtzin que así los había de hacer primero, antes que lo prendiesen, como había hecho a su capitán.
En el ínter que sucedieron todas estas cosas murió Tecocoltzin, el cual fue bautizado, y se llamó don Fernando, que fue el primero que lo fue [bautizado] en Tezcuco, con harta pena de los españoles porque fue muy nobilísimo y les quiso mucho. Fue don Fernando Tecocoltzin muy gentilhombre, alto de cuerpo y muy blanco, tanto cuanto podía ser cualquier español por muy blanco que fuese, y que mostraba su persona y término descender y ser del linaje que era. Supo la lengua castellana, y así casi las más noches después de haber cenado, trataba él y Cortés de todo lo que se debía hacer acerca de las guerras, y por su buen parecer e industria se concertaban todas las cosas que ellos definían. Luego los aculhuas alzaron por su señor a Ahuaxpiczactzin, que después se llamó don Carlos, uno de los infantes hijos naturales del rey Nezahualpiltzintli, el cual gobernó muy pocos días, porque luego a pedimento de Cortés y los demás hicieron señor a Ixtlilxúchitl por ser tan valeroso y uno de los hijos legítimos, a quien todos los naturales le tenían grande respeto por la calidad de su persona que, como tengo dicho, por ser legítimo sus vasallos no habían querido hasta ahora; el cual acabó de hacer lo que había comenzado su hermano Tecocoltzin, y hizo la zanja para los bergantines con sus vasallos y ayudó para acabar de hacer los bergantines que se trajeron parte de ellos de Tlaxcalan, con hasta veinte mil hombres de guerra. De allí a cuatro días, después de que vino el ejército de los veinte mil hombres de los tlaxcaltecas, huexotzincas y cholultecas, en compañía de la madera que se trajo a Tezcuco para los bergantines, acordaron Cortés y Ixtlilxúchitl y los demás señores, en el ínter que se hacía la zanja, de ir a dar una vista a México, y ver si Quauhtémoc y Cohuanacochtzin y los demás se querían dar de paz, y así Ixtlilxúchitl tomó hasta sesenta mil hombres de sus vasallos, y Cortés hasta trescientos españoles y los veinte mil tlaxcaltecas, y fueron por Xaltocan, lugar sujeto a la ciudad de Tezcuco que estaba rebelado y era de la parte de Cohuanacochtzin, y lo sujetaron de camino, y pasaron por Tultitlan, Tenayuca y Azcapotzalco con muy poca resistencia hasta Tlacopan que ya era el tercer día que salieron de Tezcuco. Los de esta ciudad que ya estaban apercibidos, les salieron al encuentro, y tuvieron una muy cruel batalla, mas los nuestros se dieron tan buena maña que vencieron a los tepanecas y ganaron la ciudad de Tlacopan, matando a cuantos pudieron haber a las manos, y viendo que se acercaba la noche, se recogieron en tiempo en los palacios del rey Totoquihuaztli, primero de este nombre, y en amaneciendo saquearon la ciudad y quemaron las mejores casas y templos que pudieron. Seis días estuvieron aquí, en donde salían todos los días a pelear y escaramuzar con los mexicanos, procurando siempre si podían ver al rey Quauhtémoc para tratar con él si quería darse de paz, y visto que no había lugar, se volvieron para Tezcuco casi por el mismo camino por donde fueron; y dos leguas más allá de Tlacopan, en unos llanos, entendiendo los mexicanos que iban huyendo de ellos, los vinieron a alcanzar y tuvieron otra batalla muy reñida, mas luego los vencieron y les hicieron volverse más que de paso a México; y con esto pasaron adelante hasta Aculma en donde durmieron esta noche, y otro día llegaron a Tezcuco en donde los veinte mil hombres de Tlaxcalan y otras partes pidieron licencia a Cortés y se volvieron a sus tierras muy ricos de despojos que era lo que siempre ellos procuraban más que otra cosa. Los de Chalco entraron a avisar a Ixtlilxúchitl cómo los mexicanos los pretendían destruir, por ser lugar muy importante para el sustento y otras cosas necesarias a la ciudad de Tezcuco y españoles, y que les enviase algunos capitanes y gente y socorro para ampararlos pues eran de su señorío, y pidiese a Cortés les enviase asimismo algunos españoles, el cual avisó luego a Cortés de esto, y envió luego con Gonzalo de Sandoval trescientos españoles y quince de a caballo, con ocho mil aculhuas sus vasallos, y por general de ellos a Chichinquatzin, gran capitán. Y llegados a Chalco, que ya los de esta provincia estaban apercibidos y en su favor, los de Huexotzinco y Quauhquecholan se juntaron con los españoles y aculhuas y fueron a Huaxtépec en donde estaba el ejército de los mexicanos, y antes que llegasen a este lugar les salieron al encuentro y pelearon valerosamente, mas luego los nuestros los sujetaron, y se metieron dentro de este pueblo, adonde los cogieron y mataron grandísima suma de ellos, y se apoderaron de todo el lugar; y estando algo descuidados, tornaron los mexicanos a querer cobrar este pueblo, especialmente los huextepecas, y se metieron hasta la plaza principal queriendo echar fuera a los españoles y aculhuas, los cuales salieron a ellos y pelearon hasta echarlos fuera y seguirlos una gran legua en donde mataron a muchos de ellos. Estuvieron en Huaxtépec dos días, y luego pasaron a Acapachitlan, lugar muy fuerte en donde estaba un grueso ejército, y llegados a este lugar, pelearon con los enemigos después de haberlos requerido con la paz, y con harto trabajo así de los españoles como de los naturales amigos. Ganaron este lugar y mataron de los enemigos, a muchos de ellos, y otros que se despeñaron a un río que por Acapachitlan pasa. Y ganado este lugar, se volvieron todos a sus tierras, y Sandoval con los españolos y algunos aculhuas a Tezcuco, porque los demás se quedaron en Chalco. Quauhtémoc, viendo que no podía sujetar a los de Chalco, acordó de juntar un grueso ejército y antes que los chalcas tuviesen socorro dar sobre ellos y destruirlos; los cuales con los aculhuas que quedaron con ellos y otros sus circunvecinos, aunque ya muy tarde, supieron cómo los mexicanos venían sobre ellos, se juntaron y les salieron al encuentro, y pelearon con ellos hasta vencerlos, y mataron grandísima suma de ellos; prendieron a cuarenta capitanes y el general que prendieron los chalcas. Todas las ciudades, pueblos, y lugares de Xochimilco, Cuitláhuac, Mizquic, Coyohuacan, Culhuacan, Ixtapalapan, Mexicatzinco y los demás que eran de la parte de México, juntaron más de sesenta mil hombres de guerra, y fueron otra vez sobre Chalco para ver si podían acabar le de destruir. Los de esta provincia, como tuvieron aviso de esto, se apercibieron de todo lo necesario; enviaron a avisar a Ixtlilxúchitl y a los españoles para que los favoreciesen, y así fue necesario ir personalmente Cortés con trescientos compañeros y treinta de a caballo, e Ixtlilxúchitl con más de veinte mil hombres de sus vasallos y algunos tlaxcaltecas que allí se hallaron a mano, y fueron a dormir a Tlalmanalco, frontera en donde estaba el ejército de los chalcas, y otro día llegaron otros casi cincuenta mil hombres que Ixtlilxúchitl había enviado a llamar de las provincias más cercanas sujetas al reino de Tezcuco; y el día siguiente después de este, salieron, así como oyeron misa, contra sus enemigos, que estaban en un peñol muy alto y áspero; las mujeres y niños en la coronilla de él, los soldados y gente de guerra en las faldas; y luego acometieron por tres partes, y los delanteros corrieron mucho riesgo, porque los de arriba les echaron muchos peñascos y derrocaban los que querían subir, ganaron dos vueltas del peñol que no pudieron subir más por la mucha dificultad que había de peñas, murieron muchos de los nuestros y dos españoles y quedaron heridos más de veinte, y queriendo proseguir más adelante, viéronse cercados de otros muchos que cubrían el campo para favorecer a los cercados, y así les fue forzoso volverse hacia los de abajo, y tuvieron con ellos otra cruel batalla, mas luego los vencieron y se fueron a dormir a otro peñol que allí cerca estaba, y tenía algunos lugares alrededor que también hallaron en alguna resistencia, mas luego echaron a huir los que allí estaban, y así durmieron aquí esta noche; y el día siguiente fueron otra vez al peñol primero en donde estaba la mayor fuerza de los enemigos, y en pocas horas reconocieron muy bien por dónde les podían ganar. Subieron hasta la cumbre del peñol y los enemigos se rindieron y pidieron perdón y así sin hacerles ningún mal los perdonaron, y ellos mismos enviaron a decir a sus amigos que se diesen a los cristianos y aculhuas, y así lo hicieron. Estuvieron en este lugar dos días; enviaron los heridos a Tezcuco y partiéronse para Huaxtépec en donde estaba un grueso ejército de enemigos, y llegaron ya noche a una huerta y casa de placer muy grande, en donde hicieron noche, y los de este lugar, como estaban descuidados, echaron a huir por la madrugada. Fueron tras ellos los nuestros hasta Xilotépec en donde mataron muchos de los enemigos, que estaban todos muy descuidados; y visto esto, los de Yauhtépec se dieron de paz a los nuestros, y desde Xilotépec fueron sobre Quauhnáhuac, lugar muy fuerte y grande; y Ixtlilxúchitl, como eran sujetos a su señorío y estaban rebelados contra él, y eran de la parte de su hermano Cohuanacochtzin y mexicanos, los envió a requerir que se diesen de paz, los cuales no quisieron sino guerra, y así se les dio, entrando por un lugar áspero y trabajoso, que no había otro mejor, y en poco rato los vencieron, y los que pudieron huir se fueron a una sierra que cerca de allí estaba, y les quemaron los mejores lugares y casas que había. Y visto el señor de esta provincia y los demás sus vasallos que ya estaban vencidos, vinieron a Ixtlilxúchitl a pedirle perdón, y que lo alcanzase de los cristianos que les perdonasen, que ellos serían en su favor contra los mexicanos pues había obligación.
Ixtlilxúchitl se holgó mucho y los perdonó, y llevó ante Cortés para que los tuviese por sus amigos, que ya estaban arrepentidos de lo que habían hecho. Y pasado todo lo referido, dieron la vuelta para Xochimilco, y al segúndo día llegaron cerca de la ciudad que era muy grande y bien fortalecida y cercada de agua. Los vecinos y mexicanos que estaban en su favor alzaron los puentes y abrieron las acequias, y pusiéronse a defender su ciudad, entendiendo que por ser muchos y en buena parte no serían vencidos. Comenzaron los nuestros a darles guerra, y diéronse tan buena maña que ganaron la primera albarrada hasta el puente principal y más fuerte que había en la ciudad. Los xochimilcas se metieron en las canoas y pelearon hasta la noche, en la cual pusieron en cobro sus mujeres, viejos y otras cosas que tenían; y otro día siguiente les quisieron quebrar el puente, mas luego dieron tras ellos hasta sacarlos fuera de la ciudad, y allí en un campo pelearon valerosamente como gente belicosa, y pusieron en grandísimo aprieto a los nuestros, y por poco prendían a Cortés que cayó su caballo de cansado, y llegaron luego los españoles y aculhuas y los demás en su favor, que luego echaron a huir los enemigos, y no les siguieron, sino que tornaron a su ciudad para aderezar las puentes, cerrándolas con adobes y piedras. Cuando llegaron hallaron dos españoles muertos que se habían desmandado a robar. Quauhtémoc, sabiendo esto, envió luego más de quince mil hombres de guerra por agua y tierra. Pelearon con ellos fuertemente y los vencieron, y quemaron las casas y templos de la ciudad; y al cuarto día que estaban en ella, sucedieron las cosas referidas y otras muchas que quedan en silencio. Salieron de esta ciudad y se fueron para Culhuacan que estaba dos leguas hacia la parte de México, y en el camino les salieron los xochimilcas y pelearon con ellos, mas luego los sujetaron, y llegados a Culhuacan, halláronlo despoblado sin gente. Estuvieron dos días aquí descansando, y al cabo de los cuales, después de haber visto muy bien este lugar para cercar por aquí a México, y quemado los templos y algunas casas principales, dieron vista a México. Combatieron con la primera albarrada y la ganaron con harto trabajo, en donde murieron muchos naturales y hirieron hartos españoles, y desde aquí se volvieron a Tezcuco, después de haber reconocido muy bien por dónde podían entrar a ganar la ciudad y la disposición de la laguna para los bergantines. Otras muchas cosas sucedieron en esta jornada en donde murieron otros aculhuas y los demás amigos por ser los delanteros.
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