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El “bombero” versus el “techista/plomero/peluquero”

Hicimos alusión indirectamente, en el apartado reciente, a la indudable importancia que tienen los factores mentales en el desarrollo del juego. Observamos de modo permanente que son estos los más mencionados por el mundo deportivo en general antes y después de una competencia, y paradójicamente los que menos se entrenan (al menos, hasta el momento).

Frases habituales que solemos escuchar o utilizar, tales como “el try del rival al principio del partido fue como un baldazo de agua fría”, “tuvimos algunos minutos de desconcentración y lo pagamos caro”, “perdimos la concentración en el segundo tiempo”, “no pudimos recuperarnos de la expulsión de tal jugador”, “el equipo tuvo algunas lagunas de desconcentración” o “siempre nos pasa lo mismo en el primer tiempo” (o en el segundo), “nuestra confianza fue la clave del partido”, entre muchas otras, manifiestan a las claras la búsqueda de respuestas en razones de índole psicológica a las diferentes performances deportivas que se suelen obtener.

A pesar de ello, no buscamos trabajar estas situaciones por otra vía que no sea a través de seguir entrenando y entrenando insistentemente los aspectos físicos, técnicos y táctico-estratégicos (nada más errado es pensar que “solamente” la repetición garantiza el éxito deportivo).

La pregunta inevitable es: Si las razones a las que hacemos alusión están en relación con factores mentales…, ¿no habrá llegado el momento de darles la verdadera importancia que merecen? La mayoría de los deportistas de elite del mundo trabaja los aspectos mentales con profesionales especializados en la disciplina deportiva, tanto en forma individual como grupal.

Los ejemplos son innumerables (tenistas, golfistas, polistas y futbolistas, entre varios otros), y para gran parte de los equipos y los seleccionados de elite (de los que no son obviamente la excepción las principales potencias rugbísticas a nivel mundial) el trabajo mental es moneda corriente, y es implementado a través del programa de entrenamiento psicológico correspondiente.

Sin embargo, en la Argentina, aún somos contados los profesionales a los que se nos incorpora para trabajar con el rugby como deporte en forma específica. Tal vez el prejuicio o tabú al respecto pase por asociar la intervención del psicólogo con un posible problema o padecimiento mental (tal como supuestamente ocurre con el psicólogo clínico y los pacientes de consultorio), ya que la pregunta que muchas veces suelo escuchar al respecto es: ¿Para qué tengo que hablar con un psicólogo si no tengo problemas?

Esto es porque, de alguna manera, la palabra psicólogo se asocia a solución de conflictos o problemas, y no a la prevención y la optimización de conductas. No se asocia a la actuación del psicólogo con un rol preventivo u optimizador del resto de las variables del juego, sino con la función del bombero que apaga incendios, al que se recurre cuando ya no queda más nada por intentar.

¿Cuantos problemas se evitarían si se comprendiese la importancia de nuestra labor desde lo preventivo? ¿Cuántos beneficios se obtendrían fácilmente en relación con la optimización de los aspectos físicos, técnicos y táctico-estratégicos si tan solo tomáramos en cuenta que no existe actividad motriz posible sin pensamiento?

El proceso conductual de comportamiento humano se basa en la por demás reconocida premisa “pienso/siento/actúo”. Por lo tanto, en función de cómo piense, sentiré y, en consecuencia, actuaré. La base de todo pasa por cómo nos conviene pensar para lograr encontrarnos en el estado emocional óptimo que nos permitirá desarrollar así nuestra mejor actuación deportiva. Si trabajásemos en técnicas y herramientas específicas para manejar nuestros pensamientos a voluntad y, por lo tanto, sentir en función de ello, podríamos rendir, como consecuencia, al máximo de nuestras capacidades.

En la práctica habitual de nuestra profesión, sucede esto de llamar al psicólogo cuando ya se está incendiando todo o como ley de último recurso (para decirlo de alguna manera); y, más allá de que uno como profesional opte por ponerse el casco y utilizar la manguera, comprometiéndose a intentar apagarlo, se impone a priori la explicación de que lo que está sucediendo se podría haber evitado actuando preventivamente en el momento oportuno, sin dar lugar a secuelas o residual alguno.

¿Por qué esperar a que distintas situaciones lleguen al límite de la dificultad para llamar a un profesional idóneo? Lamentablemente, parecería ser que nuestra idiosincrasia nos llevara a llegar al límite de las situaciones, y recién a partir de allí buscar la ayuda necesaria, cuando la realidad se nos impone, de tal manera que ya es innegable el hecho de que no sabemos cómo buscarles la vuelta a cuestiones que se nos escapan tan solo por la lógica de la falta de conocimiento.

El hecho de contar con un simple asesoramiento puede prevenir distintas situaciones, lo que, a su vez, permite obtener grandes beneficios, en lugar de llegar al punto de tener inevitablemente que reconstruir a partir de las cenizas del incendio apagado, tal vez la tarea más difícil, por las frustraciones, las decepciones y las faltas de credibilidad acarreadas como consecuencia de esta inútil espera.

Ejemplos de esto sobran en nuestra sociedad y cultura, por ejemplo: esperar a que se corte la luz o a inundarse para hacer obras; llegar al último día para estudiar para el examen; esperar a trabajar sobre determinadas destrezas u otras cuestiones en el entrenamiento recién cuando comprobamos que nos fue mal en el partido anterior, etc. Estamos acostumbrados a correr detrás de las cosas en lugar de prevenir y anticiparnos.

Otro de los tabúes habituales es el prejuicio de que los aspectos mentales se trabajan “haciendo grupo” y que el psicólogo pretende encargarse de esto, lo que constituye una especie de amenaza, ya que el manejo del grupo lo tengo yo como entrenador.

Esto implica, sin duda alguna, otra interpretación equivocada de nuestra profesión, ya que hacer grupo ni siquiera alcanza para comenzar a trabajar todo el abanico de aspectos mentales individuales y grupales que intervienen en la práctica de nuestro juego. Por otra parte, el manejo del grupo siempre estará a cargo del entrenador, y desde nuestro rol solo desarrollamos determinados trabajos con los jugadores y/o staff, que estarán en relación con que ambos puedan volcar en el juego el máximo de sus capacidades (tal como hace el preparador físico con la parte física del entrenamiento). Es por demás obvio que gran parte de estos trabajos son de carácter grupal, por la inherente condición del juego mismo.

Más allá de todo esto, en conclusión, es fundamental comprender la tarea del psicólogo deportivo como optimizador del resto de las variables y desde su rol preventivo. Es de lógica tan sencilla como pensar que, así como las cuestiones técnicas y táctico-estratégicas deben estar en manos de los entrenadores; la preparación física, a cargo del preparador físico; las lesiones, a cargo del médico y kinesiólogo; los planes de alimentación, del nutricionista; la preparación mental debería estar a cargo del psicólogo especialista.

El célebre refrán de origen griego Ne sutor ultra crepidam (algo como “zapatero a sus zapatos”) se hace indudablemente presente en este caso en particular. Tal vez la lógica resistencia que a veces puede conllevar la falta de conocimiento de algo fuera de lo habitual en relación con que sea vivido, según la personalidad de cada actor, como una amenaza a sus hábitos y costumbres, hace que la función del psicólogo deportivo no sea aún tomada en cuenta como una prioridad, y no cuente con la predisposición necesaria para trabajar con los profesionales del área como un miembro más del equipo de trabajo.

Sin duda alguna, algo de lo generacional también está en juego, ya que, por lo general, la predisposición, la aceptación y la demanda por parte de los jugadores son significativamente mayores que las de sus entrenadores. Los jugadores demandan frecuentemente nuestra ayuda, con una especial y cálida confianza, apodándonos “techistas” (porque nos ocupamos de la azotea), “plomeros” (porque manifiestan necesitar de nuestra ayuda cuando sienten que están fatigados mentalmente o que “no les sube el agua al tanque”) o “peluqueros” (cuando creen necesitar de un cambio en la cabeza).

Simpáticas metáforas todas, que denotan indirectamente, en forma inconsciente, la importancia de las habilidades mentales, que deberían entrenarse como cualquier aspecto de índole físico, técnico y/o táctico-estratégico; y esto requiere un profesional especializado a cargo (psicólogo, especializado a su vez en deporte, y luego específicamente en rugby, condiciones las tres que hoy en nuestro país, lamentablemente, tampoco abundan) que esté apto para realizar un diagnóstico a nivel individual, y grupal, tomando en cuenta el sistema en general y cultura donde está inmerso.

Retomando la metáfora comparativa de nuestra labor con la del profesional estilista, podemos decir que es descabellado pensar el rugby u otros deportes de alto rendimiento de hoy en día pretendiendo dejar los aspectos mentales librados al azar (cuestión inimaginable para los seleccionados de potencias del rugby y otros deportes de alto rendimiento).

Tampoco sería algo serio, responsable ni sustentable en el tiempo intentar hacer este trabajo vía coaching o por medio de algunas otras alternativas relacionadas con este (hoy populares y en boga), ya que cada jugador tiene su particularidad según su perfil psicodeportológico y el puesto que ocupa en cancha (puesto que, a su vez, tiene su especificidad desde lo mental, de acuerdo con cada deporte en particular).

La concentración y otras habilidades mentales dependen, entre otras cosas, de estas dos variables, y no pueden trabajarse para todos por igual, como muchos pretenden querer dar a entender. No hay fórmulas mágicas al respecto, más que la investigación, el conocimiento, la experiencia, el trabajo y la pasión por lo que uno hace.

Haciéndonos el bocho

Antes de introducirnos en el presente tema, considero imprescindible que podamos romper previamente con el facilismo de pensar que todo depende de la mente. Suelen escucharse expresiones al respecto, tales como “todo está en el bocho” (entre varias otras), o a diferentes autores que escriben y detallan porcentajes tales como “el 80% es mental, el 10% es físico, el 5% es técnico, y el resto es táctico-estratégico” (entre muchos otros porcentajes designados).

Más allá de que cada interlocutor posee claramente el derecho de asignar porcentajes según lo que considera de mayor o menor importancia, debemos aclarar la obviedad de que el ser humano es una totalidad y, en consecuencia, todos los aspectos son de fundamental importancia para la práctica deportiva. No tiene mayor sentido esta asignación de porcentajes, ya que todas estas variables interactúan y se necesitan mutuamente, en forma permanente, para alcanzar el óptimo rendimiento deportivo.

Por lo tanto, y en última instancia, si quisiésemos traducir estas variables en porcentajes, inevitablemente tendríamos que asignarles a todas proporciones equivalentes. A propósito, intentaré transcribir una breve conversación con el miembro del staff (M) de un seleccionado nacional que acudió a consultarme (P):

M: ¿Para vos lo que pasó en el partido fue un tema mental?

P: ¿Qué les preguntaron al respecto a los jugadores?

M: Nada, sólo les fuimos preguntando a algunos referentes lo mismo que te pregunto a vos…

P: ¿Y?

M: Es que para algunos fue una cosa y para otros fue otra.

P: Tal vez la pregunta no esté del todo bien formulada y tendrían que reunir a todos los jugadores del equipo y al staff, y pedirles que describan por escrito, a modo de análisis, los aspectos favorables y desfavorables del partido (en forma individual, pero en grupo), desde todos los aspectos (físicos, técnicos, táctico-estratégicos y mentales), para poder analizar así los denominadores comunes y a posteriori poner el foco del trabajo en ellos en forma conjunta.

Como vemos, tendemos a pensar en términos de “fue una cosa o fue la otra” y, más allá de que el disparador fuese o no mental, debemos trabajar, además de ello, en todos los aspectos implicados. No estamos conformados por compartimentos estancos, ya que somos una totalidad, y todas las variables están en permanente interrelación. Por otro lado, no solo los referentes juegan los partidos y, si no buscamos las explicaciones y las soluciones en forma conjunta, será muy difícil llegar a las conclusiones adecuadas que nos permitirán modificar el rumbo en tiempo y forma.

Retomando algo dicho en el apartado anterior, los factores mentales son aquellos que habitualmente más menciona el mundo deportivo en general antes, durante y después de una competencia, aunque paradójicamente los que menos se entrenan hasta el momento.

Es común observar con cierta frecuencia que la mente dé vuelta situaciones físicas adversas, aunque es muy improbable que ocurra lo contrario. Muchas veces, recurrimos a las frases “nos ganaron con la cabeza” o “la diferencia estuvo en lo mental”.

Un ejemplo al extremo esclarecedor al respecto, al que suelo habitualmente recurrir en las clínicas, fue el combate que se llevó a cabo el 10 de diciembre de 1994 en Monterrey, México, donde se enfrentaron golpe a golpe, en una contienda salvaje, Jorge Locomotora Castro y John David Jackson.

La hazaña inigualable que logró nuestro boxeador en el noveno round es un ejemplo claro de la fortaleza mental en el deporte, ya que combatió frente a un atleta que lo superaba física y técnicamente en todos los aspectos y el cual le propinó una paliza terrible a lo largo de toda la pelea. Probablemente cualquier otro hubiera abandonado la contienda mucho tiempo antes frente esta situación. Sin embargo, Castro era el único convencido de que iba a salir victorioso, cuestión que no se cansó de repetir durante los día previos a la contienda.

Es menester comprender que esta fortaleza mental puede trabajarse y desarrollarse, y que, así como cada músculo puede ser llevado al límite de sus capacidades, también podemos lograr lo mismo con cada aspecto mental. La clave inicial pasará por insistir en adquirir el hábito de trabajar la mente.

Así como podemos lograr el desarrollo muscular apropiado para cada deportista, según lo requiere cada deporte en particular, por medio de un programa de entrenamiento físico adecuado, podemos también lograr el desarrollo mental apropiado para cada deportista y/o grupo con el programa de entrenamiento psicológico correspondiente.

Podemos definir sencillamente la psicología deportiva como la psicología del hombre que interviene en la práctica deportiva. Por lo tanto, se ocupa de los procesos mentales y emocionales individuales y grupales de todos los participantes de esa práctica, incluyendo también a entrenadores y miembros del staff, directivos, árbitros, referees, etcétera.

El objetivo primario de la psicología deportiva es optimizar el rendimiento del resto de las variables (físicas, técnicas y táctico-estratégicas) para llevarlas al máximo de sus posibilidades, actuando como un “facilitador” o “fluidificador” de éstas (a modo del aceite lubricante del motor que hace al perfecto trabajo de todas sus piezas). Por lo tanto, es una herramienta más de la que disponen entrenadores y deportistas para optimizar el rendimiento del equipo, pero de la que no podemos darnos el lujo de prescindir.

En rigor de verdad, no existen deportes individuales o grupales (salvo en el instante mismo de la ejecución de la práctica competitiva correspondiente a cada uno), ya que detrás de cada atleta hay un grupo de personas que lo respalda y trabaja en función de él. Esto significa que, de alguna manera, todos los deportes son grupales (hay un grupo de trabajo por detrás, y hasta una familia que contiene a cada uno, o no); cuestiones ambas que son de importancia fundamental para tener en cuenta a la hora de trabajar con los deportistas.

Algunos autores ejemplifican al rendimiento deportivo utilizando metafóricamente un automóvil con sus cuatro ruedas. Si bien el automóvil puede circular de alguna manera sólo con tres ruedas en perfecto estado, y la última pinchada o desinflada, nunca lo hará de la mejor forma como en el caso de que lo hiciese con sus cuatro ruedas en perfecto estado.

La psicología deportiva se ocupa de esta última cuarta rueda (la variable mental), que es fundamentalmente importante para lograr una óptima performance deportiva.

El Síndrome de Popeye

Si no conocemos en profundidad con quiénes trabajamos…, ¿cómo pretendemos trabajar de la mejor manera? Para toda disciplina, es fundamental conocer las generalidades del contexto, las circunstancias, la idiosincrasia y la cultura del campo (en este caso, de los jugadores) al que va a ser aplicada. Es decir, los factores situacionales y circunstanciales que determinan las mejores formas de aplicación.

Es por esta razón por la que creí indispensable, hace ya tiempo, poder contar con un perfil psicodeportológico generacional de nuestros jugadores en general, que hará a conclusiones diagnósticas que nos permitirán utilizar las herramientas adecuadas para alcanzar nuestros objetivos. Vale aclarar que decimos “en general” porque no son condiciones absolutas de toda la población de nuestros jugadores y clubes, aunque son generalidades fácilmente observables con las que podemos encontrarnos con cierta habitualidad.

Es común que los jugadores de nuestros clubes cuenten con cinco factores determinantes que hacen a su motivación para la práctica del rugby, relacionados con el perfil mencionado:

1 Una importante presencia de factores motivacionales centrados en beneficios externos o extrínsecos (jugar por fines socializadores, por estatus, por reconocimiento, etc.), tal como podemos observar lógicamente en las primeras etapas de iniciación deportiva, aunque también en menor proporción, a veces, en etapas posteriores. Sin embargo, observamos a su vez, como contrapartida, una…

2 Ausencia o carencia de factores motivacionales centrados en beneficios internos o intrínsecos, que serían los valores deficitarios o en déficit (relacionados con dar lo mejor de uno mismo, el desafío personal, las ansias de superación y los sentimientos de pertenencia e identidad, entre otros). Se suman a estos dos factores las…

3 Características generacionales generales (que están en relación con la cultura del “si lo querés, lo tenés”, el “llame ya”, “lo más rápido”, “lo de más fácil acceso”, “las compras por delivery, vía internet o celular”, la “comida rápida”, etc.) que hacen a la rápida satisfacción, lo velozmente conseguible, lo reemplazable, descartable y pasajero, que muchas veces está en relación y vemos reflejado, a su vez, en la falta de compromiso con lo afectivo (las relaciones de noviazgo o de pareja poco duraderas o pasajeras de hoy en día, que nos hablan de la falta de compromiso necesario y suficiente para mantener una relación afectiva permanente, cuestiones que podemos traducir en forma equivalente en la falta de amor y compromiso necesario para con la propia camiseta). Nos encontramos, con cierta frecuencia, también con…

4 Un nivel socioeconómico medio-alto (no es hoy condición general, aunque aún es frecuente) que puede favorecer a una predisposición o tendencia a distorsionar el equilibrio del esfuerzo. El intentar conseguir objetivos con ansiedad, buscando saltear los pasos necesarios para su obtención es una constante de esta generación; cuestión que, sin duda, puede verse facilitada muchas veces por la holgadez económica de muchos de nuestros jugadores.Un ejemplo claro de esto es fácilmente observable en la insistente búsqueda, por parte de algunos de nuestros rugbiers, de la ingesta de suplementación sin respetar a priori los momentos recetados para ello o una adecuada alimentación previa, con la finalidad de obtener rápidamente los objetivos deportivos deseados (y, lo que es aun peor, en algunos casos, recurriendo a sustancias prohibidas).Denominamos a este último concepto “Síndrome de Popeye” (ver Eduardo Kalina, Adolescencia y drogadicción), el cual implica el pensamiento mágico de suponer que, al ingerir la suplementación, como la espinaca de este superhéroe, se logrará en el acto la fuerza necesaria para afrontar la batalla (actuando bajo el formato indiscutible de la sugestión, ya que esta acción no cuenta con sostén científico alguno); sin comprender demasiado el hecho de que la obtención de logros es el resultado de un trabajo previo serio y responsable, y que la suplementación, tal como su nombre lo indica, sirve para completar este proceso previo e indispensable.Marca este hecho, sin duda, el debilitamiento de valores fundamentales para con nuestro deporte (relacionados con el esfuerzo, la dedicación, el trabajo, la paciencia, etc.).

5 El último factor determinante con el que nos encontramos con la misma habitualidad es la presencia de prejuicios inconscientes que se presentan a modo de “palabras frase” en las que, muchas veces, nuestros jugadores, u otros miembros de la familia rugbística, nos amparamos para justificar el bajo rendimiento o performance deportiva. Prejuicios que hacen a generalizaciones que podemos escuchar a menudo en frases tales como “es tan sólo un juego y no hay por qué tomarlo tan en serio”, “es amateur y no me pagan por esto”, “al final el entrenador va poner siempre a los mismos, y no vale la pena el esfuerzo”, “históricamente nos pasó lo mismo”, etc.

Estas generalizaciones denotan una construcción mental de la realidad que se les impone y que no toleran; por eso, utilizan estos mecanismos como defensa para justificar y deslindar responsabilidades personales relacionadas con el esfuerzo y el empeño requeridos para conseguir las tan ansiadas performances deportivas.

Como psicólogo deportivo, acostumbro a dar vueltas alrededor de la cancha y del club, en la previa y durante el partido mismo, para recolectar esta enriquecedora información que nos permite aproximarnos con mayor exactitud a la famosa mentalidad de cada club en particular en donde nuestros jugadores interactúan. Hablamos de mentalidad ya que son frases que se repiten a modo de denominador común en directivos, entrenadores y jugadores de todas las divisiones, como así también en los socios y el público en general.

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