Kitabı oku: «En vivo y en directo»
En vivo y en directo Una historia de la televisión peruana
Fernando Vivas Sabroso
Colección Investigaciones
En vivo y en directo: una historia de la televisión peruana Primera edición digital: noviembre, 2017
© Universidad de Lima
Fondo Editorial
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Urb. Fundo Monterrico Chico, Lima 33
Apartado postal 852, Lima 100
Teléfono: 437-6767, anexo 30131
Diseño, edición y carátula: Fondo Editorial de la Universidad de Lima
Versión ebook 2017
Digitalizado y distribuido por Saxo.com Perú S. A. C.
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Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro, por cualquier medio, sin permiso expreso del Fondo Editorial.
ISBN versión electrónica: 978-9972-45-424-0
Índice
Presentación
Capítulo 1. Ensayos, debut y primeros pasos
La prehistoria
Los signos del optimismo (1958)
Canal 4. Debut de la televisión comercial
El 13 de la buena suerte
Canal 9: Caso cerrado
Años de tanteo (1960-1965)
Canal 2, en dos tandas
Capítulo 2. La historia continúa
Canal 4: La audacia no es el juego
Del 13 al 5
Un canal en el campus
Desde 1965 hasta 1971
Capítulo 3. Carrera industrial, parada militar y devolución a color (1972-1980)
Parametrajes
El segundo debut (1980)
Colores tardíos pero oportunos
Capítulo 4. Histeria del humor (1980-2000)
Vuelta de tornillo
El papá de las risas
El único jefe
Derivados
Competidores (y digresiones sobre nuestro humor)
Las tribulaciones de Camotillo
Las concesiones de Álvarez
JB: Solo un remedón
La salsa de los noventa
Risa partida
El sendero del humor
Las polleras de Chabuca
La frustración de las sit-coms
Payasos en on
Capítulo 5. A contar de nuevo
Pantel y los cineastas
Gamboa y las calles de Lima
La historia que siempre termina
Rouge en las mejillas
Los cineastas insisten
Ficciones al margen
La venganza de la iguana
Vuelven las minis
La telenovela arribista
Los sapos y los mongos
¡...cha, qué malditos!
El espejo de la iguana
Gorriones, vicuñas y enamorados
El latin-pudding
Capítulo 6. Noticia, humo y verdad
El periodismo se rearma
Hildebrandt en persona
Corregido y aumentado
Uno más uno = dos
Baraja noticiosa
Los mañaneros
De magazín
Panorama dominical
Contrapunto de voces
Pasando revista
Capítulo 7. Conversando y jugando
Adiós Kiko y Pablo
Descubriendo a Ferrando
Otros adioses
Habla Belmont
Mucho juego
¿Quién habla?... Gisela
Señoras útiles
... Más útiles todavía
El único juego en la ciudad
Tardes felices
Más juegos
Los niños crecen
La gran nube
Musicalísimos
Platos cuadrados
Como en botica
Tómenlo deportivamente
El insumo más barato
Primeras charlas
Un mundo para JB
Últimas charlas
Beto sin veto
Debate sobre el debate
Tal como allá
Laura y los otros
Mónica y los caseritos
Chisme y comunicación
Capítulo 8. Agua a los canales
Concertando a Fujimori
Canal 5
Canal 4
Canal 7
Canal 2
Canal 9
Canal 11
Canal 13
El cable y la UHF
Desregulados pero obedientes (a modo de conclusión)
Post-scriptum
Capítulo 9. Hacia las bodas de oro (2001-2008)
Traumas y perdones
Narrar a pesar de todo
Risas ante el espejo
En la variedad está el gusto
Viejos y nuevos monstruos
La noticia manda
Canal por canal
Algunas conclusiones
Anexo estadístico
Bibliografía
Índice onomástico
Presentación
La televisión hecha en el Perú ha desafiado todos los enfoques corrientes en el mercado teórico de las ciencias sociales y de la comunicación. Ha hecho patinar a políticos, legisladores, sociólogos, censores y críticos. Ha puesto bajo sospecha a todos sus agentes: se discute la responsabilidad criminal de sus conductores, la moralidad de sus anunciantes, la precisión de sus empresas de sondeo, la salud mental de quienes la vemos ¡Se ha procesado a sus dueños por complicidad en peculado y asociación ilícita para delinquir! Es una televisión en clave alta que cuando no traiciona la realidad, la redunda. De ahí el empleo de una frase reiterativa, un pleonasmo abusado por varias generaciones de comunicadores, “en vivo y en directo”.
En sus cinco décadas, la televisión peruana ha pasado por todas las fases económicas y por todos los estados de ánimo. Ha sido pionera con mercado en expansión, madura y con mercado estrangulado, libre, autorregulada, desmelenada, políticamente sobornada y estatizada. La curva de la producción nacional se empinó durante los sesenta, llegó a su clímax con el hit mundial de Simplemente María, cayó en el enorme bache del controlismo militar y, con la apertura liberal de los ochenta, se volvió parkinsoniana y agónica.
Es en estas explosivas circunstancias que terminé, en febrero del 2001, la primera edición de este libro, asustado y a veces fascinado por el monstruo autófago que raja de sí mismo, se muerde la cola, somatiza sus miedos ante el chantaje político, se excita ante sus relaciones peligrosas con el poder, se jala las mechas y divide sus pocas energías para prender la chispa de un boom.
El texto es el resultado de una vocación por el cine y por su crítica desviada hacia una línea paralela. Llegué en 1990 a la revista Caretas a hacerme cargo de una sección de televisión con el supuesto de que un crítico de películas era apto para verse con la televisión menuda. Inevitablemente, la pantalla chica me quedó grande. Nunca estuve dispuesto a pasar ante ella más del tercio del tiempo libre (aproximadamente tres horas y media al día), que según estadísticas universales y locales el ser humano le dedica a su principal medio de entretenimiento y socialización virtual.
Casi dos décadas después, mi disponibilidad no ha cambiado —visiono mucho menos de lo que debo— pero me hago cargo de ciertos requisitos indispensables para poder “cubrir” la televisión periodísticamente y si el “cierre” de edición lo permite, balbucear un análisis: ver más televisión abierta que pagada, no perderme los estrenos, hojear las secciones de televisión de los periódicos, recordar las promociones de sus programas, conversar con sus protagonistas, atender la novedad mientras zapeo, picture in picture, sobre terreno conocido.
Por supuesto, estas previsiones no fueron suficientes cuando me acerqué en 1994 a la Facultad de Comunicación de la Universidad de Lima a plantear proyectos de investigación referidos al cine. El entonces decano Isaac León me sugirió que dichos proyectos no tendrían la acogida de, por ejemplo, una historia de la televisión. Tuvo razón. El Centro de Investigación en Comunicación Social (Cicosul), dirigido por José Perla Anaya, acogió la idea que esbocé con ingenuidad metodológica. Calculé que en un año, a lo sumo dos, podría entrevistar a pioneros, estrellas y directores, leer copiosas fuentes periodísticas y sentarme a escribir.
La demora se debió a la complejidad del tema y a que lo ataqué solo. La lectura de periódicos, día por día, desde 1958, tomó demasiadas horas, pero ella es la base más confiable e importante de todo lo escrito sobre los sesenta, setenta y ochenta. A los asistentes con los que me apoyó el Cicosul los abrumé obligándolos a transcribir decenas de casetes de entrevistas. Todas las otras fases y aspectos —y gazapos— de la investigación son de mi entera responsabilidad.
A partir de los noventa, las fuentes sí son de toda condición y grado de confiabilidad, pues son estas últimas décadas las que me han cogido de crítico de televisión, entrevistando a los protagonistas coyunturates, asistiendo a conferencias de prensa y eventos marketeros, pisando sets de grabación y de talk-shows en vivo. Periodista opinante ante un medio obligado a hacer política oficial, la polémica de la televisión nacional me ha tomado muchas horas extras. A veces fui convocado a debatir sobre el monstruo, en vivo, a sus mismísimas entrañas.
Esta historia tiene un sesgo. El historiador es más improvisado aun que el crítico de televisión y este último se ha extendido abusivamente sobre temas y temporadas que ni siquiera registra su memoria (mis coartadas para tal abuso son que he visto fotos, recabado testimonios, leído comentarios de la época y visto temporadas posteriores de programas y personajes que no conocí en su fase pionera). Hoy no quiero asumirme ni crítico ni historiador, en primera instancia, sino televidente que lanza una mirada retrospectiva a los productos de la televisión peruana, con algunas herramientas sociológicas, de las ciencias de la comunicación, del periodismo y del sentido común. Tal el punto de vista ideal.
Tampoco busquen en este libro largas y densas notas aclaratorias sobre el contexto histórico de los cincuenta años de televisión. Ni un balance ni perspectivas con sentencias y pronósticos sobre la televisión nacional. El recuento histórico está más o menos desnudo de esos enfoques que, porque me parecieron impositivos o porque no tenía las condiciones para extenderme en ellos, los reduje a su mínima expresión: sentido de la cronología tomando como unidad los quinquenios de gobierno, avatares de la historia que marcaron —con programas y rating— la producción, crisis económicas que limitaron la inversión de los teleastas y, solo en el caso del período militar, me extiendo sobre los esbozos del único plan estatal sobre la televisión peruana.
El abocarme exclusivamente a lo producido en casa deja de lado en este libro al mercado internacional de la televisión y al complejísimo fenómeno de la recepción. Llegan a haber hasta cinco millones de lecturas simultáneas (audiencia ideal que puede atender un programa local) de la televisión nacional, pero en este libro solo se harán una idea de la recepción televisiva de los entrevistados, de las fuentes citadas y de quien escribe. Tampoco, insisto, me detengo en predicciones del futuro. El panorama del cable está apenas esbozado. En compensación, sí me explayo en ítems como Risas y salsa, las telenovelas de Iguana Producciones y Michel Gómez, los reinados del mediodía, el debate dominical y su parodia de rigor, o en fenómenos más recientes como el boom del gossip. Tengo la corazonada de que eso es lo que realmente interesará a la mayoría de lectores.
La principal fuente de esta historia, repito, es el periódico. Las entrevistas son la gran fuente secundaria. El desprestigio académico de la televisión ha hecho que muchos actores y directores la releguen en su memoria ante sus recuerdos del teatro, el cine o de su vida familiar. Establecer fechas, créditos y nombres exactos es muy riesgoso cuando el entrevistado confiesa no poder evocar con celo su pasado. En estos casos, el periódico manda. Por supuesto, entre las decenas de entrevistados encontré prodigios de mnemotecnia junto a escandalosos olvidos. A la mayoría entrevisté en sus casas, ayudado por la grabadora; pero en la fase final el teléfono y una libreta de apuntes me sirvieron para consultas precisas que acabaron en largas charlas.
El libro, escrito en varias temporadas, tiene una superficie irregular. Hay una deliberada desproporción cronológica que hace que me detenga en los años pioneros, pase veloz revista a los sesenta, descuide los parametrados setenta, me interese un poco más por los ochenta y me detenga a opinar más de la cuenta en los noventa. El crítico imprudente acabó venciendo al improvisado historiador.
Con los géneros he tratado de ser condescendiente y respetar la importancia que les atribuye el mercado televisivo: historiar sobre todo la telenovela; después el humor; luego los concursos, talk-shows y programas periodísticos. Me detengo en los programas y personajes más populares e influyentes. No creo que alguien objete estos desvíos animados por personajes tan atractivos como Kiko, Ferrando, Gisela o César Hildebrandt.
Agradezco inicialmente a los entrevistados. Algunos ya nos dejaron como Luis Álvarez, Augusto Ferrando, Kiko Ledgard, Pepe Ludmir, Pablo de Madalengoitia, Guido Monteverde, César Miró, Vlado Radovich y Eduardo San Román. Gracias también a Eduardo Adrianzén, Federico Alarco, Michelle Alexander, Carlos Álvarez, Fernando Ampuero, Isaac Aquise, Mauricio Arbulú, Cusi Barrio, Carlos Barrios Porras, Ricardo Blume, Augusto Cabada, Daniel Camino, Rodolfo Carrión, Luis Carrizales, Bianca Casagrande, Eduardo Cesti, Adolfo Chuiman, Hugo Chauca, Mabel Duclós, Julio Estremadoyro, Fernando Farrés, Jorge Ferreyros, Rafaela García, Doris García, Carlos Gassols, Nicanor González, Fernando Herrera, César Hildebrandt, Baruch Ivcher, Saby Kamalich, Mario Kaplún, Ofelia Lazo, Tulio Loza, Alberto Llanos, Arturo McKay, Jesús Morales, Remigio Morales Bermúdez, Mario Mori, Hugo Muñoz de Baratta, July Naters, Camucha Negrete, Juan Ojeda, Carlos Oneto, Franco Palermo, Delfina Paredes, Ángel Parra, Luis Ángel Pinasco, Humberto Polar, Augusto Polo Campos, Gustavo Quintanilla, Rulli Rendo, Manie Rey, Rodolfo Rey, Bernardo Roca Rey, Hernán Romero, Rafael Roncagliolo, Guillermo Rossini, Rómulo Rubatto, Fernando Samillán, Alberto Sánchez Aizcorbe, Sonia Seminario, Fernando de Soria, Augusto Tamayo, Antonio Tineo, Guillermo Ubierna, Osvaldo Vásquez, Julio Vera Abad, Sergio Vergara.
Sin ser entrevistados específicamente para este libro, han contribuido en las conversaciones que hemos sostenido Jaime de Althaus, Federico Anchorena, Jimmy Arteaga, Jaime Bayly, Jorge Beleván, Juan José Beteta, Laura Bozzo, Eduardo Bruce, Montserrat Brugué, Roxana Canedo, Hugo Coya, Rosana Cueva, Rolando Chumpitazi, Raúl Dávila, Gustavo Delgado, Genaro y Manuel Delgado Parker, Mónica Delta, Marco Aurelio Denegri, Maritza Espinoza, Mauricio Fernandini, Iván García, Guillermo Giacosa, Alejandro Guerrero, Eduardo Guzmán, Gilberto Hume, Luis Iberico, Baruch Ivcher, Francisco Lombardi, Nicolás Lúcar, Martha Luna, Iván Márquez, Mariela Massey, Humberto Martínez Morosini, Magaly Medina, Milagros Mejía, Miguel Mejía Regalado, Beto Ortiz, Domingo Palermo, Verónica Palomino, Carlos Paredes, Ernesto Pimentel, Giovanna Pollarolo, Benito Portocarrero, Gonzalo Quijandría, Gladys Robles, Raúl Romero, Ximena Ruiz Rosas, Patricia Salinas, Ernesto Schutz, Gisela Valcárcel, Cecilia Valenzuela, Mónica Vecco, Fernando Viaña, José Watanabe, Samuel Winter, Mónica Zevallos, entre otros. También agradezco a Enrique Zileri y a la revista Caretas por prestar su valioso archivo fotográfico, así como al archivo fotográfico de El Comercio y a quienes prestaron fotos que ilustran su paso por la historia de la pantalla. Gracias a los amigos que colaboraron de impensadas maneras y a mi madre. Finalmente, agradezco a las diversas instancias de la Universidad de Lima por las que pasó este proyecto convertido ahora en libro.
Sobre la segunda edición
No han pasado muchos años —apenas siete— desde la primera edición, pero sí ha pasado el más grande ampay de la precaria industria televisiva: la difusión de los vladivideos que provocó un trauma general en el gremio y una profunda desconfianza del público que ha afectado, irónicamente, más a la ficción que a la noticia. Además, hubo mucha telenovela corta y miniserie larga, remedo, bronca, homenaje forzado, reporte duro y reality amañado.
A todo eso he pasado revista, deteniéndome rápidamente para no perder el ritmo acelerado, en algunos programas y en los monstruos que los animan. El empleo de este término no es injuriante, es asombro ante la capacidad dramática y la chispa de sus estrellas, y es también solidaridad con la masa que desconfía y empieza a dar señales de capacidad organizativa para reclamar reformas de contenido.
Verán, pues, que mi acercamiento al aparato es ambivalente como las mejores horas de nuestra tele, y que más que una proximidad ocasional es un seguimiento constante a la pantalla, que desde noviembre del 2003, tras dejar la revista Caretas, lo he continuado, en El Comercio. En el diario, el intenso ritmo me hizo reducir mi paseo por el medio pero incrementé mis entregas, a tres y hasta cinco columnas semanales. Por eso, para el capítulo 9 aumentado en esta segunda edición, más que observaciones in situ y entrevistas en persona, abundan llamadas telefónicas a amigos de la pantalla y amables figuras de esta. La memoria del medio suele ser frágil e imprecisa, pero la disposición para contribuir a un recuento y reflexión histórica es grande. (Eso sí, no puede ser del todo reconocida pues algunas revelaciones de los últimos años se deben a fuentes que no pueden ser citadas. Por esa razón, hacia el final del libro hay muy pocas notas a pie de página.).
A nadie escapará que la principal razón para reeditar hoy este libro es que la televisión peruana cumple sus bodas de oro. A la vez que aprovechar la efemérides para ganar la atención de los lectores, quiero contribuir a que se reconozcan hitos, tradiciones, manías, perversiones, picos creativos, que se suman a los descritos en la primera edición. A los nuevos lectores les digo que aunque algo encontrarán de referencias de rating, líos societarios, casos judiciales y la compleja relación de la televisión con otros poderes, esta es una historia escrita desde los contenidos de la pantalla. Esa es la sustancia y no podría ser otra para un crítico de televisión cercano a cumplir veinte años en el oficio y algunos más como crítico de cine.
A la nueva historia antecede una revisión de lo escrito en la primera edición, sin cambiar su contenido. Apenas he corregido algunas erratas, resuelto algunas imprecisiones, reagrupado capítulos y procurado nuevas fotos, que se reúnen en cuatro cuadernillos en un nuevo formato bien ejecutado por los profesionales del Fondo Editorial de la Universidad de Lima, a quienes agradezco su paciencia y rigor al volver sobre terreno conocido.
A diferencia de las páginas que lo preceden, el capítulo aumentado “Hacia las bodas de oro”, ofrece algo menos de información sobre cada programa. La razón es práctica: en los años recientes la Internet abunda en entradas sobre espacios y personajes. Fuera de las miles de entradas a foros y blogs de poca confiabilidad como fuente, hay notas periodísticas con mayor rigor que las viejas secciones de espectáculos, y está el informativo periódico de la asociación Valores Humanos, que más que ponderarlos manifiesta su rechazo moral a contenidos de la tele, pero es acucioso al registrar los datos básicos y describir cada edición. También uno se topa con entradas específicas en dos grandes bases de datos universales que registran algunos títulos y nombres de la televisión peruana: el muy organizado International Movie Data Base y la muy irregular Wikipedia que tiene algunas sorpresas de exhaustividad.
Reitero una advertencia obligada: esta no es ni en rigor ni en justicia una historia de la televisión peruana, porque todo está visto desde Lima. Tampoco exploro las redes y cadenas alternativas. Pero me atrevo a usar en el título la referencia del Perú pues mucho de lo que se hace en Lima tiene difusión nacional. Qué tanto tiene de placer o de malestar, de provechoso o de perverso, ustedes podrán juzgarlo, espero, con la ayuda de estas páginas.