Kitabı oku: «La Argentina después de la tormenta», sayfa 3
Sección II
CAPÍTULO 2
LIBERALES PROGRESISTAS Y CONSERVADORES POPULARES
Si bien el conservadurismo popular aún no ha llegado a la Argentina, este movimiento ya ha transformado la vida política de numerosos países. En este capítulo presento aquellas notas en las que describí su surgimiento, su evolución y, en particular, su rechazo a las élites gobernantes. Las asocia al liberalismo progresista y las culpa por haber dejado de defender los valores a intereses de sus sociedades. Algunos de sus referentes son Vladimir Putin de Rusia, Narendra Modi en India, Jair Bolsonaro en Brasil y el expresidente de los Estados Unidos, Donald Trump.
También veremos en este capítulo que el conservadurismo popular no solo afecta a la política doméstica sino también a la política exterior. Por un lado, porque sus líderes tienden a ser más nacionalistas que sus predecesores, lo cual dificulta la colaboración internacional, pero también son más realistas. Esto último puede traer mayor estabilidad al sistema internacional.
Algunos de los temas que trato a continuación son la posible transformación del conservadurismo popular en algo más peligroso, es decir, en algún tipo de neofascismo. También me pregunto si este fenómeno, junto con la ola nacionalista, llegará en algún momento a la Argentina y, si esto sucede, cómo deberíamos reaccionar. Por último, menciono el crecimiento del movimiento evangélico como un factor clave a la hora de entender las transformaciones políticas que están ocurriendo en América Latina. Esta revolución silenciosa es, de hecho, uno de los pilares sobre los que se sostiene el conservadurismo popular en nuestra región.
Un mundo menos liberal y más conservador
El mundo ya no es lo que era y esto afectará la vida de los argentinos. ¿Cuáles son algunos de los cambios que han tenido lugar y qué debería hacer la Argentina para enfrentar las amenazas y aprovechar las oportunidades que le presenta el nuevo sistema internacional?
Un primer cambio ha sido el surgimiento de una nueva camada de líderes conservadores que está modificando la política doméstica de sus países. Si bien Trump, Bolsonaro, Putin, Erdogan, Modi y Netanyahu, para mencionar tan solo algunos casos, pueden ser calificados como “conservadores”, ellos presentan una serie de novedades. A diferencia de los conservadores del pasado, no se muestran respetuosos del principio de moderación ni de las jerarquías sociales establecidas. Al contrario, cuestionan fuertemente a un establishment “liberal y progresista” que, según su visión, ha dejado de defender los intereses y los valores de sus poblaciones.
El nacionalismo de estos líderes también ha puesto en crisis a los organismos internacionales que, para su buen funcionamiento, necesitan que los Estados les cedan cierto grado de soberanía. La ONU, la Unión Europea y la OMC son algunas de las instituciones que han perdido influencia en años recientes. Esto significa que será más difícil coordinar el accionar de los Estados para combatir amenazas como el calentamiento global o el creciente proteccionismo comercial.
Por otro lado, el realismo de los conservadores populares en política exterior ha llevado a que se acelere un conflicto estratégico entre China y los Estados Unidos que, por ahora, viene dándose en el campo político, económico y tecnológico aunque, si no es manejado de manera prudente, podría trasladarse al plano militar.
Pero también el mundo le presenta oportunidades a la Argentina. Entre estas, podemos mencionar el incremento de los lazos económicos que nos unen con otras naciones. Los posibles acuerdos –como el del Mercosur con la Unión Europea– tienden a fomentar la llegada de inversiones debido al establecimiento de reglas de juego más claras y estables.
La Argentina de hoy enfrenta un escenario más complejo que en el pasado porque, si bien siguen existiendo oportunidades, los costos de llevar adelante una política exterior cambiante y poco clara serán mayores de lo que fueron durante el orden liberal que lideró los Estados Unidos.
¿Qué debemos hacer? En el corto plazo, hay que implementar políticas públicas que fortalezcan las capacidades estatales en áreas clave, como son la educación pública y la defensa nacional, generando al mismo tiempo las condiciones para que el sector privado gane competitividad. Si se piensa en el largo plazo, tendremos que formar una nueva clase dirigente que, a través de los lazos de confianza y una visión compartida de país, pueda no solo impulsar la inserción exitosa de la Argentina en el mundo sino también su desarrollo económico y social.
El conservadurismo popular en su mejor momento
En 2019 publiqué el libro La rebelión de las naciones. Crisis del liberalismo y auge del conservadurismo popular, (2) donde argumento que gran parte de los cambios que estábamos observando en el escenario internacional se debían al surgimiento de un nuevo movimiento político: el conservadurismo popular. ¿Cómo le ha ido a este movimiento a partir de entonces?
En primer lugar, repasemos cuáles son algunas de sus principales características. Como su nombre lo indica, el conservadurismo popular continúa con la tradición conservadora, por lo cual no debe extrañarnos que algunas de sus banderas sean la defensa de la religión, la nación y el modelo tradicional de familia. Si bien los conservadores populares son capitalistas, están dispuestos a subordinar la eficiencia económica a otros objetivos, como son la estabilidad social o la seguridad nacional. Asimismo, su política exterior tiende a ser realista.
Lo que diferencia a los conservadores populares de los conservadores tradicionales es que carecen de moderación y son profundamente antielitistas. De hecho, denuncian a las clases dirigentes actuales (progresistas en lo social, liberales en lo económico y cosmopolitas en lo internacional) por haber dejado de representar los intereses y los valores de sus pueblos. Esto ha llevado a algunos de sus líderes a promover una forma de democracia más directa, alejada del modelo republicano liberal.
En dicho libro menciono la experiencia de algunos conservadores populares. Entre ellos Vladimir Putin en Rusia, Recep Erdogan en Turquía, Benjamin Netanyahu en Israel, Donald Trump en los Estados Unidos, Narindra Modi en India, Jair Bolsonaro en Brasil y los líderes de Polonia y Hungría. Incluso sostengo que Xi Xinping, líder de China, posee algunas características que lo acercan al conservadurismo popular.
Del otro lado del debate están los liberales progresistas, defensores del orden liberal que se consolidó luego de la caída del Muro de Berlín y que se sostiene sobre tres pilares: la promoción de la democracia liberal, la globalización y las instituciones internacionales. Algunos de sus representantes en aquel momento eran Emmanuel Macron, en Francia, y Justin Trudeau, en Canadá.
Repasemos lo que sucedió durante el último año donde, como anoté en el capítulo anterior, numerosos conservadores populares incrementaron su poder en las urnas. Con un 64 % de los votos, Modi logró imponerse en India por un margen más amplio que en la elección anterior, y lo hizo con un discurso aún más nacionalista. En Gran Bretaña, Boris Johnson no solo ganó la elección sino que transformó su partido, de conservador tradicional a uno conservador popular. En Brasil, Bolsonaro tiene hoy el mayor nivel de aceptación desde el inicio de su mandato. Putin logró la aprobación, con casi el 80 % de los votos, de una reforma constitucional que seguramente le permitirá ganar su reelección con comodidad. En Polonia, Andrzej Duda consiguió la reelección y en España surgió el Vox, partido que alcanzó el tercer lugar en las elecciones realizadas a fines de 2019.
El mayor golpe que ha sufrido el conservadurismo popular fue fruto de la debilidad de Trump, quien perdió la elección presidencial. Si bien esta debilidad es más un producto de su manejo de la pandemia que de sus ideas, esta derrota electoral es probable que marque un cambio de tendencia a nivel global debido a la importancia que tiene Estados Unidos.
Por otra parte, el liberalismo progresista continúa a la defensiva. Macron parece haber modificado algunas de sus posturas y se abraza a un discurso más cercano a la derecha tradicional francesa, gaullista, que al liberalismo progresista. Probablemente esto se deba a la pérdida de respaldo que su visión original sufrió luego de la aparición de los chalecos amarillos. Y, como dijimos, sería un error creer que el triunfo de Joe Biden es una clara victoria del liberalismo progresista. Como dijimos, el Partido Demócrata no solo se fue hacia la izquierda sino que los liberales progresistas han perdido influencia en la cultura de su país, cediendo espacio a una nueva generación de intelectuales que prioriza el feminismo, la lucha contra el racismo y otras causas, en lugar de defender el pluralismo y la libre discusión de ideas. Solo en el Partido Laborista en Gran Bretaña el liberalismo progresista ha podido tomar el control de la mano del moderado Keir Starmer.
En definitiva, el conservadurismo popular no solo ha logrado sobrevivir la pandemia sino que parece haber ganado fuerza. Por este motivo, resulta fundamental estudiar un fenómeno que, probablemente, también llegue a nuestro país.
Ante el posible (pero evitable) resurgimiento del fascismo
Tengo la sensación de que gran parte de los cambios políticos que tendrán lugar como consecuencia de este nuevo coronavirus serán el resultado de lo que suceda en la derecha. Más precisamente, de la interna que tenga lugar entre las diversas tradiciones que la conforman. ¿Cuáles son estas tradiciones?
El lado más oscuro de la derecha lo representan los movimientos nacionalistas que surgieron a principio de siglo XX en Europa. En su momento, estos movimientos fueron revolucionarios, ya que, si bien buscaron inspiración en el pasado mítico de las sociedades, eran esencialmente modernos. El fascismo, por ejemplo, vio en el Estado al único representante de un pueblo supuestamente homogéneo. Proponía abandonar la democracia liberal para elegir, por aclamación, a un hombre fuerte que pudiese hacer uso del aparato estatal para guiar al pueblo a un destino de gloria. Semejante concentración de poder devendría en el totalitarismo y en un nacionalismo que, una vez llevado al campo de la política exterior, fomentó el expansionismo territorial. Como sabemos, este experimento culminó con la caída de los gobiernos nacionalistas de Alemania y Japón al final de la Segunda Guerra Mundial.
Quizá la vertiente más conocida de la derecha sea el liberalismo. La mayoría de los liberales valoran, ante todo, al individuo y a la razón. Promueven las libertades individuales, el estado de derecho y el equilibrio de poderes que tiene lugar gracias a las instituciones republicanas. Por el contrario, suelen desconfiar del rol que las religiones juegan en la vida pública y se oponen, mayoritariamente, a todo tipo de nacionalismo. En el plano económico defienden al capitalismo, a la competencia y a un Estado que se limite a cumplir ciertas funciones básicas. En política exterior, suelen promover la democracia liberal, los organismos internacionales (como la ONU o la OMC) y el libre comercio. Con la caída del Muro de Berlín, las ideas liberales pasaron a dominar el discurso político y económico, siendo la globalización uno de sus principales resultados.
Por último, los conservadores buscan alcanzar un equilibrio entre el individuo, el Estado y la sociedad civil. Dentro de esta última, aprecian el rol que juegan las pequeñas comunidades, las familias y las religiones. Si bien el conservadurismo valora la nación, considera que lo que une a sus integrantes no es una etnia en particular (como lo hacían el nazismo y otros movimientos nacionalistas) sino una historia y una cultura en común. Finalmente, los conservadores suelen oponerse al relativismo moral, algo que ven reflejado, en mayor o menor medida, en el resto de las ideologías modernas.
Dado que ya he escrito sobre el tema, no me detendré aquí a discutir sobre la naturaleza del conservadurismo popular. Tan solo diré que si bien este movimiento continúa con la tradición conservadora, se diferencia de esta en un aspecto central: es antielitista. En efecto, el conservadurismo popular ataca a las clases dirigentes actuales, a las que considera liberales y progresistas, porque no representan los intereses y los valores de sus pueblos. Donald Trump lo fue, mientras que Recep Erdogan, Narendra Modi, Jair Bolsonaro, Vladimir Putin y Boris Johnson son algunos de los líderes que pertenecen a un movimiento que hoy en día se encuentra en plena expansión.
Pensando a futuro, creo que uno de los mayores peligros que enfrenta el mundo es el resurgimiento del fascismo. El liberalismo y el conservadurismo son moral y políticamente aceptables, pero el fascismo claramente no lo es.
¿Cómo podría ocurrir ese resurgimiento? Mediante la transformación del conservadurismo popular en un movimiento similar al fascista. En principio, esto parece poco probable dado que las diferencias entre el conservadurismo y el fascismo son considerables. Mientras que el primero valora la religión, desconfía del Estado y es realista en política exterior, el segundo defiende las posturas opuestas. Sin embargo, y al igual que ocurrió en la Europa de principios del siglo XX, los temores a los enemigos externos e internos del pueblo podrían llevar a que las sociedades, y los conservadores en particular, crean que la solución se encuentra en un Estado y un líder todopoderoso. De hecho, en su defensa de un modelo de democracia más directa, el conservadurismo popular ya presenta ciertos rasgos autoritarios. También debemos considerar la posibilidad de que, enfrentados con el posible ascenso al poder de la izquierda, muchos liberales opten por apoyar una versión aggiornada del fascismo.
Debemos velar por que esto no ocurra, en especial en momentos en que la proliferación del Covid-19 está generando gran temor en las sociedades. Los mejores representantes del conservadurismo y del liberalismo tienen por delante la responsabilidad de establecer una clara línea entre lo que es aceptable y lo que no lo es. Nuestro futuro puede depender de ello.
El conservadurismo popular, en ascenso: ¿llegará a la Argentina?
Pocos libros marcaron tanto una época como El fin de la historia, de Francis Fukuyama. La tesis central de esta obra, publicada en 1992, es que con la caída del Muro de Berlín la lucha entre las ideologías había llegado a su fin. Si bien a partir de ese momento podrían producirse retrocesos, lo cierto es que la democracia liberal junto al capitalismo finalmente habían triunfado y se expandirían por todo el mundo. Por otra parte, sus grandes rivales, el comunismo y el fascismo, habían fracasado.
Pero la historia nos da sorpresas. El análisis de Fukuyama había dejado de lado otra visión de la sociedad: la del conservadurismo. Esta tradición de pensamiento y gobierno es alimentada por diversas corrientes, entre las que se encuentran la doctrina de la Iglesia católica, el pensamiento del filósofo alemán G. W. F. Hegel y el del británico Edmund Burke. Para los conservadores, el bienestar de los individuos y de la comunidad depende, en gran medida, de la fortaleza de la sociedad civil y de los grupos intermedios que la componen, siendo las familias y las agrupaciones religiosas los más importantes. El Estado y las libertades individuales son aceptados, pero únicamente como parte de una organización social más amplia y profunda que, según el conservadurismo, promueve la buena vida.
Durante el conflicto entre Occidente y la Unión Soviética, conservadores y liberales, que históricamente habían sido rivales, conformaron una alianza intelectual y política que tuvo como principal objetivo enfrentar al comunismo. Pero una vez finalizada la Guerra Fría, el liberalismo se alejó de las posturas que defendieron dirigentes como Ronald Reagan y Margaret Thatcher para adoptar aspectos del ideario progresista, como son la agenda de género o el rechazo a todo tipo de nacionalismo. Emergió entonces el liberalismo progresista de nuestros días, aquel que defienden políticos como Trudeau y Macron. En parte por convicción y en parte por conveniencia, el liberalismo progresista se terminó convirtiendo en la ideología de gran parte de las élites, aquellas que defienden al liberalismo en lo económico (como globalización y libre mercado) y al progresismo en lo social (donde están el secularismo y el feminismo).
Si en su momento el triunfo de la democracia liberal fue el gran catalizador de la historia, hoy parece serlo el rechazo al liberalismo progresista y a las élites que lo postulan. Cuando recorremos el mapa del mundo, observamos el surgimiento de una nueva camada de líderes políticos que a las posturas tradicionales del conservadurismo le suman un fuerte elemento antielitista. Entre ellos se encontraba Trump en los Estados Unidos, y perduran Putin en Rusia, Boris Johnson en Gran Bretaña, Modi en India, Erdogan en Turquía, Bolsonaro en Brasil y Netanyahu en Israel.
¿Qué características tienen estos líderes y su ideología, a la que denomino conservadurismo popular? En primer lugar, son nacionalistas. También son capitalistas, pero desconfían de la versión más ambiciosa de la globalización. Rechazan, por ejemplo, la libre migración y están dispuestos a imponer barreras al libre comercio para incrementar los ingresos de algunos sectores de la población o ejercer presión sobre otros Estados.
Se oponen a la agenda progresista y llaman a defender el modelo tradicional de familia. Celebran, por otra parte, la participación de la religión en la esfera pública y suelen formar alianzas con las instituciones religiosas de sus países. En política internacional son realistas. Por lo tanto, evitan ideologizar la política exterior y no buscan expandir un determinado modelo de gobierno alrededor del mundo. Otras características son su lenguaje “políticamente incorrecto” y su hábil manejo de las redes sociales, a las que utilizan para “saltearse” a los medios tradicionales de comunicación.
Mientras que los conservadores tradicionales se mostraban moderados y respetaban las jerarquías sociales, los conservadores actuales atacan al establishment porque consideran que, debido a su progresismo y liberalismo, ya no representa los intereses y los valores de sus sociedades. Esto los ha llevado a cuestionar ciertas instituciones republicanas y a promover una forma más directa de democracia en la que ganan protagonismo los hombres fuertes y los plebiscitos, como el que definió la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea.
En la actualidad, el conservadurismo popular se encuentra en plena expansión. Johnson ha transformado al Partido Conservador británico en un partido conservador popular, y Modi instaló exitosamente el nacionalismo hindú en India. En nuestra región, los índices de aprobación de Bolsonaro han subido. Por lo contrario, liberales progresistas como Macron y Trudeu sufren bajos niveles de aceptación y enfrentan a conservadores populares en sus países.
Las implicancias del auge del conservadurismo popular son enormes y afectan la vida de millones de personas. Modifican, por tomar un caso, las relaciones entre los Estados. Por un lado, facilitan la estabilidad del sistema internacional, puesto que las guerras causadas –o justificadas– por motivos ideológicos se han vuelto menos habituales. Pero, por otro lado, dificultan, debido al mayor nacionalismo, el tipo de cooperación que resulta necesario para combatir el calentamiento global o establecer políticas comerciales y monetarias que eviten una nueva crisis económica global.
En definitiva, el ascenso del conservadurismo popular es el tema de nuestro tiempo. ¿Llegará en algún momento a la Argentina?
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