Kitabı oku: «La última Hija de la Luna», sayfa 2

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—Ma-Kanki, todo estuvo delicioso –dijo Regildo tomando la mano derecha de la mujer para besársela.

—¿Y a mí? –gritó sonriente Neyhtena levantando su pequeña mano.

—Todo un placer, aparte… no quiero que me embrujes –Regildo recogió con gentileza su manita y se la acercó a sus labios.

—¡Jamás te voy a hechizar, sos mi caballero! Ahora a Yllawie… besa la mano de Yllawie.

Lonkkah se puso de pie interponiéndose en su camino:

—Niños, ma-Kanki no ha terminado de hablar, la han interrumpido groseramente –dijo sin dejar de mirar a Regildo.

—Hijo, ¿puedes sentarte? –intervino Kanki acariciando los cabellos despeinados de Lonkkah–. Tienes razón, no he terminado. Regildo, ve con tu abuelo, sos muy amable, pero ahora tengo que arreglar unos asuntos con los niños. –Y se le acercó para devolverle un dulce beso en la frente.

—Permiso, ma-Kanki, niños… –dijo con amabilidad y se despidió realizando un ademán de cortesía con su cabeza.

—Regildo, devuélveselo –exclamó sonriente Neyhtena– o dámelo a mí, yo lo guardo.

Él detuvo su marcha sin voltear, pero continuó caminando dubitativo hacia la cocina, sorprendido.

—Lonkkah, ¡por favor! Debes dejar de actuar así, él no es el enemigo –pronunció Yllawie con rigor.

—¡Nadie lo es! –interrumpió Kanki–. Nadie es nuestro enemigo, lo que hacen ustedes tres… eso sí lo es, están desafiando a nuestro futuro. Mis hijos y toda la generación de últimos padres y madres se están esforzando para que esta conciliación funcione junto a los padres de ellos –dijo señalando en dirección a la cocina–, aun así, sabemos… sabemos que todos ellos están esperando nuestra decadencia, esperan pacientes que todos y cada uno de nosotros… –No lo pudo decir, esas palabras quemaban en su garganta.

—Ma-Kanki, no llores –dijo Chayhton–, no vamos a desaparecer, míranos… somos la predicción que todos intentan ocultar, tenemos los ojos de cenizas –susurró, aunque la tonalidad de sus ojos era lo más alejado al grisáceo de las cenizas o al opacado brillo de algún cristal.

—¡Basta, Chay! ¿De qué hablan todos, futuro? ¿Qué futuro…? –gritó exasperado Lonkkah–. Nacimos condenados, navegantes que llegaron a estas tierras para arrasarlo todo y sanguinarios todavía más devastadores que nos aniquilaron sin piedad. Nuestra estirpe es… ¿qué es? Unos y otros nos odian, la violencia fue entre ellos y eso es lo que somos para ellos, una consecuencia denigrada. Y para colmo de todos los males, dicen que una Hija de la Luna nos ha condenado, eso es lo que somos, una raza sin origen y sin…

—¡No! –gritó Kanki y llevó sus manos temblorosas a sus labios, cerró sus ojos e inspiró profundo–. No quiero que lo repitas. –Tenía sus ojos inundados de rabia, impotencia… desilusión.

—¡Ma, querida ma! –murmuró Lonkkah y abrazó a su abuela con todas sus fuerzas, la sobrepasaba por una cabeza y le bastaba uno solo de sus brazos para envolver a aquella frágil mujer–. No es lo que yo pienso, mejor que nadie sabes lo que siento… Sé que no estamos predestinados, pero también sé que no encajamos aquí, con ellos, no de esta manera –dijo en voz alta casi desahogándose con el destino, luego vociferó furioso–: ¡No de esta manera… no así!

Wayhkkan se levantó, cruzó su dedo índice sobre sus labios cerrados y colocó su otro índice en los labios de Lonkkah, después tomó las manos de su abuela e hizo que lo mirara, el niño realizaba gestos y señas, sus hermanos comenzaron a interpretarlo en voz alta.

—Fuimos a buscar a los otros dos, los collados nos están llamando –comenzó “a traducir” Neyhtena–, algo sucedió esta mañana, fue como una bocanada que nos empujó –dijo la niña– lo sentimos los tres al mismo tiempo y… la bocanada también los alcanzó a ellos…

—Somos los cinconiños ojos de cristal, ojos de cenizas –continuó Chayhton, aunque sus ojos eran como el musgo añejado de los árboles, estas palabras ya no perturbaban Yllawie, las había escuchado tantas veces que terminó acostumbrándose a ellas–. Por eso quisieron eliminarnos –expresó el niño.

Wayhkkan no había soltado la quijada de Kanki, luego se señaló en el centro de su pecho y rozó con su índice su cicatriz.

—«Comenzaron conmigo» –murmuró la niña interpretando a su hermano.

—Sus gritos y alaridos, antes de enmudecer para siempre, nos salvó a los demás –dijo por sí mismo Chayhton–. No teman por lo que nos pueda pasar, ese día, un niño atrevido como nosotros que había salido a cazar con su abuelo, nos encontró porque así debía ser. –Sonrió mirando a Lonkkah, Wayhkkan cruzó sus brazos sobre su pecho y señaló al muchacho.

—Y se convirtió en nuestro hermano porque su abuelo nos amparó y ahora es nuestro pa-Xunnel –concluyó la pequeña.

—Solo estaban ustedes tres, no cinco, Ney, ningún otro rastro… ni de su madre ni de... Ya les he contado esa historia –suspiró Lonkkah ofuscado–, fue el pu’rumá, pa-Xunnel siguió los rastros de la bestia, rastros que se perdieron entre las malezas y las rocas de aquella cueva. Nadie comenzó con vos, Kkan… Y soy yo el que los protege –dijo mirando con ternura a la niña–. Ven aquí –murmuró, la levantó con sus brazos para sentarla sobre su cuello, las piernas quedaron colgadas sobre su pecho–, deja de decir que ese navegante es tu caballero, ¿caballero? Estúpida palabra de navegante… soy tu hermano, tu caballero si quieres, tu protector, no vuelvas a partirme así el corazón.

—Ese día… las voces te llevaron a encontrarnos –dijo la niña que había arqueado su espalda para susurrárselo al oído, un sudor frío corrió por el cuerpo del muchacho–. Esas mismas voces vinieron por nosotros hoy, estábamos en las colinas… y las escuchamos.

—¡Lo único real aquí y ahora es…! –interrumpió enérgicamente Kanki luego de secarse las lágrimas–. Es que el “poderoso señor del fuego” va a limpiar lo que ha quedado de este desayuno, con “sagrada actitud” te ayudará Kkan –continuó irónica, y, dirigiéndose hacia la niña, le sugirió–: fíjate si encuentras “algún hechizo” que los haga terminar rápido porque antes de que la sombra del bebedero llegue a la cocina, tu abuela y tus hermanos debemos emprender la marcha. ¡Vamos, vamos…! Hay que alimentar a los animales, de prisa, se aproxima el intercambio, los bolsos no se arman solos.

—Ma-Kanki, es… es demasiado, yo los ayudo –dijo Yllawie compadeciéndose de sus pequeños hermanos, Wayhkkan la tomó del brazo y negó con su cabeza, juntó sus cinco dedos, besó las puntas y abrió su mano sonriendo.

—Es nuestra tarea –suspiró Chayhton– no te preocupes, es tu día de celebración, recogeremos todas las flores y las llevaremos a tu habitación.

—Gracias, Chay –respondió Yllawie antes de besar su tierna mejilla. Después se inclinó, tomó las manos de Wayhkkan y también besó sus mejillas–: Gracias, Kkan, son bellísimas, quiero que las coloques en mi almohada. –Sus manos apartaron una de las flores y, mirando a los niños, rogó–: Obséquienle ésta a Satynka cuando le lleves el desayuno.

Luego se incorporó para besar a la niña que continuaba sobre los hombros de Lonkkah.

—Vamos, un beso para Ney también –dijo él desafiándola con picardía.

Lonkkah se acercó a Yllawie y tuvo que flexionar una de sus rodillas para quedar frente a su rostro, la amaba y amaba hacer estos juegos para ella, aunque siempre recibía una actitud apática de su parte, continuaba haciéndolo a pesar de que esa indiferencia era una daga sin filo que laceraba su pecho desvalido.

Yllawie también adoraba estos juegos, casi podía sentir cómo se detenía su corazón cada vez que él la miraba, pero ella jamás había exteriorizado el estremecimiento que él provocaba en todo su ser, entendía que no debía sucumbir ante estos “impuros sentimientos”, palabras que su familia navegante había marcado con fuego en su espíritu. Kanki sonreía pues conocía lo que habitaba en esos dos corazones. Yllawie, impasible, tomó a Neyhtena quitándola de los hombros de Lonkkah y con sumo cuidado la mantuvo en sus brazos:

—No lo vuelvan a hacer, por favor, hermaney –le suplicó.

—No puedo prometer lo que no voy a cumplir, hermawie, ustedes son nuestro refugio, pero allá nos necesitan como nosotros a ellos.

Los niños irrumpieron en la cocina con los trastes sucios, Neyhtena acercó el banquillo hacia la pileta para pararse sobre él y poder alcanzar el fregadero, los navegantes habían hecho silencio al verlos ingresar. Chayhton, ignorándolos, se dirigió directo hacia la bomba de agua que se encontraba en el patio, regresó con el balde y comenzó a lavar los recipientes junto a su hermana. Wayhkkan y Neyhtena cruzaron miradas, ella le hizo un gesto y él abordó su tarea de resguardar los alimentos frescos antes de llevarlos al almacén de las provisiones.

—¿Cómo está tu mano, Tonia? –preguntó la niña casi sin interés, intentó tocar los dedos de Eleutonia, pero la joven navegante se los apartó.

—Ella está bien, Ney –respondió Enufemia ante la apática expresión de Eleutonia–. Apenas enrojeció, la sábila ya la refrescó, eres muy gentil en preguntar.

—Primas queridas, vamos a cambiarnos, hay que alimentar a los animales y llevar el ganado al pastoreo antes de partir –intervino Regildo intentando encontrar una excusa para retirarse.

—¿Tú también vas, Yllawie? –preguntó burlona Eleutonia–. Acabas de regresar el bimestre pasado, ¿crees que ya te extrañan?

—¡Basta, Tonia! –la reprendió su hermana–. Lawy, no le hagas caso, mamá y papá siempre aguardan por ti, lo sabes.

—Femy tiene razón, Lawy –agregó Regildo, le recogió el mechón ondulado que había quedado suelto en su rostro y deslizó sus manos acariciándole la mejilla, ella le sonrió, luego él miró a su abuela–. Abusilia, ¿vamos?

—Voy en un instante, amado nieto, quiero servirme un poco de agua, vayan ustedes, Kanki y yo asearemos el resto de la casa –respondió Beasilia e intentó brindarles la mejor de sus sonrisas, aunque sus manos temblorosas no se podían aquietar, ella se mantenía cabizbaja para tratar de ocultar la hinchazón en su ojo izquierdo.

—Toma, Abusilia –dijo Neyhtena acercándole agua fresca. Eleutonia recogió el vaso y arrojó el líquido por la ventana, luego sonrió y se retiró hacia las habitaciones.

—Esto deberías colocar en tu ojo también –dijo Chayhton interponiéndose entre ambas para calmar la situación, había colocado en las manos de Beasilia el resto de sábila del tazón, ella no pudo evitar llorar.

—Está bien, tranquila… un poco de agua interior ayuda a acarrear el sabor amargo que ahoga –la consoló Neyhtena–, pero un día debes dejarla salir… toda el agua de mar que llevas dentro, debes dejarla salir y vas a ver, Abusilia, será una ola fantasma que arrasará con todo lo que te oprime.

Los niños disfrutaban de la compañía de Beasilia, trataban de consentirla y mimarla hasta donde la mujer se los permitía a pesar de su apatía. La mujer escuchó en silencio las palabras de Neyhtena, su corazón siempre libraba una lucha interna ante la presencia de aquellos niños, en especial la pequeña; los triniños no habían cumplido aún los doce ciclos solares, pero esa especie de sabiduría que llevaban dentro ya no sorprendía a los integrantes de la casona, aunque nunca se hablaba al respecto, muchos ya consideraban la posibilidad de su naturaleza ancestral y casi que sí podían ser los niños de las predicciones.

Neyhtena preparó en una pequeña bandeja de madera, el modesto desayuno para Satynka, aunque sabía que apenas iba a comerse la mitad.

—No le gusta el cacao –dijo Yllawie.

—Ya lo sé, solo llevo las cortezas, aunque detesta el sabor, le agrada sentirlo, le voy a refregar las manos, el aroma la animará –respondió la niña con una sonrisa.

—Todos sabemos qué o quién es el único que puede hacerlo –suspiró Beasilia e instintivamente se tapó los labios.

—No te preocupes, Abusilia, puedes hablar tranquila con nosotros –agregó Chayhton mientras ordenaba los utensilios en la mesa para poder guardarlos en sus correspondientes lugares.

—Se asustó por mí –dijo Lonkkah parado en el umbral de la puerta que conectaba la cocina con el salón–. No soy el de temer, Abusilia. –Se acercó a ella, levantó su quijada para observar de cerca su hinchazón–. Si fueras mi abuela… ¿Y tu amado nieto que hace al respecto… y el otro, el cobarde?

Neyhtena acarició el rostro de su hermano mayor y su temple se apaciguó, luego Wayhkkan lo tomó por el brazo y comenzó a mover su dedo índice.

—Es cierto, deja las preguntas de lado, a un alma deshecha no se le hacen preguntas –dijo Kanki–, el alma partida no tiene respuestas, un fragmento quiere una cosa, otro fragmento quiere otra… y espera, siempre espera. –Wayhkkan armó una esfera de aire con sus manos.

—Cuando te vuelvas a armar y seas un todo… vas a encontrar la claridad, querida Abusilia –le susurró Neyhtena.

Beasilia se incorporó cabizbaja, acarició los largos y desprolijos rizos de Wayhkkan, le dio un beso a Chayhton e hizo un delicado mimo en la quijada de la niña, no se animó a mirar a Lonkkah que había exhalado un ruidoso suspiro de fastidio, la mujer navegante tomó la mano de Kanki y esforzándose por sonreír les dijo:

—Comenzaré con el aseo de las habitaciones. –Yllawie intentó decir algo, pero Beasilia se anticipó–: No te preocupes, niña, mis nietas van a ayudarme, tú y Kanki prosigan con el comedor, ya está casi todo listo, ojalá pueda acompañarnos Satynka, necesitamos todas las manos ahora que Rufanio no está.

Yllawie aprovechó el momento para recoger los elementos de limpieza y dirigirse a la sala, pasó delante de Lonkkah simulando ignorar su presencia, caminó hacia la mesa y comenzó a recoger el mantel blanco… se detuvo para acariciar sus bordados casi sin querer tocarlos, su mente comenzó a visitar tiempos pasados.

—No te entiendo –dijo Lonkkah deteniendo las imágenes que danzaban en aquella cabeza–, adoras todo lo que pertenece a su mundo, te hacen daño y… Al menos quisiera saber si así también extrañas el brazalete que te regalé, la verdad no… Yllawie, no lo entiendo.

—Y no lo vas a entender, he nacido y he crecido entre ellos, sus padres me recogieron como suya. No me hacen daño, es un juego fraternal. Ustedes son… quiero decir, ustedes llegaron después, pa-Xunnel, ma-Kanki, tus padres, tus hermanos, vos y esos maravillosos bebés… –Suspiró melancólica dándole la espalda–. Eran y siguen siendo una sola y encantadora familia. En cambio, yo… yo ya era parte de la de ellos. –Prosiguió mientras dirigía su mirada hacia la ventana–. Yo era parte de otra familia, no menos encantadora que la tuya…

—¿«Tus padres»? ¿Así te refieres a…? –reclamó ofuscado y desilusionado, era una discusión que nunca tendría fin.

—Lo siento, tienes razón, no quiero…

—Está bien, Lawy, lo entiendo, entiendo que llegamos a tu vida después, pero ¡por favor! ¡Nunca has sido parte de los mugrosos navegantes! Nosotros jamás te hubiéramos abandonado, ellos… ellos…

—Lonkkah, hemos tenido esta conversación miles de veces, es imposible que lleguemos a un acuerdo.

—Les inventas apodos, ¿Reshi… Reshi? ¡Estúpido apodo! ¿Trenzarte tus cabellos de noche y soltarlos por la mañana? ¿Crees que por tener más rizado tu cabello te vas a parecer a ellas? No son tus hermanas ni lo van a ser, ¿qué sigue? –Tomó las manos de la joven con firmeza, pero sin ejercer presión–. ¿Vas a teñir tus manos y tu rostro con carbón?

—Tienes que llevar las ovejas al pastoreo, se hace tarde, déjame terminar aquí –respondió tranquila, sus palabras la lastimaban.

—Lawy, quédate conmigo. La última vez, esa ciudad… la última vez…

—Insistes en involucrarlos, Lonkkah, deberías asumir tu responsabilidad como yo he asumido la mía.

—¿Qué culpa, Lawy? ¡Fueron ellos, lo sabes! –Lonkkah había golpeado la mesa, furioso, impotente–. Colocaron sus pócimas en nuestras bebidas y casi… ¡Quédate, por favor…!

—Lo siento, no soy como vos y no pienso lo mismo que vos, ellos no son lo que crees –insistió ella–, bebimos pencamiel y casi nos ahogamos, acéptalo.

—Está bien… –concedió frustrado, luego miró a su alrededor, pasó sus dedos sucios por el delicado mantel y sujetó las manos de Yllawie–. Adoras este salón y todo esto –dijo mirando en dirección a los libros. Suspiró abatido y después vociferó–: ¡Eso que está ahí no es tu historia!

—Vete –pronunció casi susurrando y deslizó sus dedos con delicadeza para desprenderse de su “captor”.

Lonkkah se retiró empujando una de las sillas contra el mobiliario de los libros, uno de los ejemplares se había estampado contra el suelo; Yllawie esperó a que él se retirara para acomodar aquél pequeño desorden sin dejar de mirar los libros. Beasilia le había enseñado el contenido de casi todos, su favorito era uno de los más nuevos, uno que no había cruzado los mares como la mayoría sino que había sido escrito en estas tierras, aquél cuyas páginas relataban que desde el comienzo de los tiempos conocidos, había existido una continua y casi interminable beligerancia entre navegantes y sanguinarios, razas que se auto consideraban supremas y que se respetaban como iguales; casi por la mitad, la historia narraba sobre un inesperado suceso que trazaría una nueva línea en sus destinos: una misteriosa “ola fantasma” había arrasado aquellas tierras de mar a mar y a partir de ese fatídico evento, los barcos habían dejado de arribar a sus playas, desabasteciéndolos de hombres y armas, fatal acontecimiento que condujo a los navegantes a una etapa de debilitamiento ante los despiadados ataques de sus enemigos. Ahí comenzaba el capítulo que capturaba su corazón, el que narraba cómo las nuevas generaciones de navegantes advirtieron la posibilidad de forjar coaliciones con los (sorprendentemente organizados) terrinos, precarias alianzas que luego dieron origen a “Los Pactos de Conciliación”, tratados que resultaron una vacilante, pero muy necesaria solución que no solo salvaguardó la supervivencia de los navegantes, sino que trazó un nuevo y fascinante cambio de rumbo en el destino de los terrinos.

Familia

El salón ya estaba aseado y los elementos de limpieza continuaban en las manos de Yllawie al igual que las palabras de Lonkkah persistían dañinas e intrusas en su corazón, había logrado acomodar los muebles sin poder ordenar la tempestad en su alma, quizá porque esas palabras contenían destellos de una verdad que se negaba a aceptar. Su sentido de pertenencia había sucumbido en alguna luna brillante, en una de las que traen grandes cambios; miró hacia las habitaciones y recordó sus angustiantes noches cuando de niña maldecía su “desencajado” color de piel. Volteó hacia la cocina al escuchar voces amigables y la nostalgia la condujo a pensar que desde su retorno después del abandono que había mencionado Lonkkah, todo lo que ella había considerado “su vida” parecía haberse esfumado en aquellas turbulentas aguas, como si esa niñez nunca hubiese existido. Lonkkah acababa de retirarse no sin antes haberle arrojado rocas a su pacífico mar en reposo. Beasilia irrumpió en el salón y, como una cachetada en las mejillas, Yllawie regresó a su presente donde el tiempo apremiaba y las tareas aún estaban a medio realizar; observó los gestos de esfuerzo en el rostro de la mujer y dedujo la pesada carga de aquél bolso, por lo que, con gentileza, se lo quitó de las manos obsequiándole una sonrisa.

Chayhton y Wayhkkan se disponían a revisar las cercas de la huerta, pues ya habían limpiado el gallinero; Lonkkah y Regildo cumplían con sus tareas en el corral, en silencio y sin mirarse, cada uno conocía su función, las diferencias quedaban fuera de las cercas cuando de responsabilidades se trataba, respetar el acuerdo para beneficio de todos por igual regía como regla inquebrantable. Serjancio ensillaba los caballos, la carga la habían preparado la noche anterior, la temporada de esquila había sido buena, muy buena. Los productos de la huerta y del pequeño corral ofrecían el sustento diario para los integrantes de la casona, no así el resto de la producción que estaba destinado para el intercambio de las regiones.

La cría de ovejas fue una eventual y muy provechosa consecuencia resultante de la unión de estas dos familias cuando, casi por casualidad, el destino de Xunnel y Kanki terminó desembarcando presuroso y accidentado en las tierras de Serjancio y Beasilia. Lo que debió de ser un refugio temporal para estos terrinos, concluyó en una prolongada y permanente estadía gracias a la intervención de las mujeres que tuvieron la iniciativa de proponer la conformación una “Familia de Conciliación” y así cumplir con la tan exigida ley que obligaba a todo habitante a integrar una. Por aquel entonces, las pertenencias de Xunnel incluían un pequeño rebaño de ovejas cuya raza supo adaptarse al nuevo ambiente. Serjancio sabía de cría, técnicas de esquila, de cuidados y alimentación que Xunnel desconocía, quien solo mantenía a esos animales para los propósitos del consumo leche y carne de cordero. Un par de años bastaron, casi sin proponérselo, para convertirse en excelentes criadores. Sus principales productos para las jornadas de intercambio, eran la carne de cordero, los quesos y diferentes tipos de ahumados, pero una vez al año, terminando el mes de N’ubro, producían la tan preciada lana, considerada excelsa y ávidamente esperada en Refugio del Mar para la elaboración de múltiples y variadas prendas de vestir.

En el patio cercano a la cocina, poco a poco, la caravana comenzaba a completarse con el resto de los integrantes. Chattel, el mayor de los hermanos, acompañado de su mujer y del hermano de ésta, se acercó sonriente al resto de su familia reunida cerca del bebedero de los animales; aceleró sus pasos para ayudar a Yllawie con el pesado bolso de Beasilia, ella se lo cedió aliviada.

—¡Feliz celebración, mi pequeña Lawy! –exclamó él y la sujetó a la altura de sus muslos para hacerla girar. Yllawie extendió sus brazos a más no poder mientras cerraba sus ojos con su rostro al cielo.

—Ya están grandes para esos juegos –escupió Danhola mostrando el malhumor que le provocaba el vínculo entre ellos–, ya no tienen cinco años.

—Te amo, Yllawie –dijo él y le dio un sonoro beso en la mejilla.

—Yo te adoro, hermano, te he extrañado en el desayuno –lo reprendió. Yllawie también había ignorado la presencia de Danhola, no le molestaba que haya ignorado el saludado por su celebración, nunca habían congeniado entre ellas.

—Dana no se sentía bien, pero festejaremos con mamá y papá, te lo prometo. –Trató de excusarse y luego pronunció alegre–: ¡Están bastante retrasados! –Su potente voz predominaba por sobre los demás ruidos mañaneros–. No me sorprende si estás a cargo –dijo empujando el hombro de Lonkkah, aunque intentaba bromear, sus burlas siempre sucumbían ante ese particular y estrepitoso tono de voz.

—¡Buena mañana, mi bella herma’a! –dijo Lonkkah, ignorando de manera divertida y maliciosa, a su hermano mayor; ya le había propinado su habitual golpe de puño en el brazo. Se dirigió hacia Danhola y vociferó–: Todavía no sé qué le has visto a este grandote inútil bueno para nada. –Y repitió el puñetazo en el mismo lugar.

—¿Hay mosquitos aquí? –bromeó Chattel mientras se sacudía a la altura de los golpes como limpiándose una mancha de barro, tomó por la muñeca a su hermano y torció su brazo por detrás de la espalada.

—Niños, niños… ¡esta fruta no madura más…! –exclamó Kanki sonriente.

—¡Voy con los caballos! –dijo Lonkkah trotando de espaldas sin dejar de mirarlos.

—¿No hay abrazo para esta vieja? –preguntó la mujer, Chattel extendió sus brazos, la apretó contra su pecho y la levantó, los pequeños pies de su abuela quedaron colgados al aire y en esa posición la hizo girar al tiempo que ella no cesaba de reír, pero el festejo del encuentro apenas habría de durar un breve instante, ambos enmudecieron al advertir la presencia de Satynka.

—Saty, ¿qué haces? –preguntó preocupada su abuela.

—Yo voy, necesitamos estar todos… y también quiero verlos –respondió casi sin aliento, su aspecto anémico dejaba ver las oscuras aureolas alrededor de sus ojos esmeraldas, apenas podía elevar sus pies para caminar, levantó uno de los bolsones, pero el esfuerzo la obligó a sentarse, aunque intentaba disimular, su respiración era agitada–. Buena mañana para vos, Dana.

—Hola, Satynka –respondió con soltura su herma’a–, te ves mejor… un poco demacrada, no esperaba verte de pie.

—Hola, ma-Kanki… ¡Feliz celebración, Lawy! –gesticuló un tímido Xukey, se acercó a ella para darle un beso en la mejilla, miró por encima de su hombro buscando otros ojos y los encontró, cruzó miradas con Satynka, pero obviaron intercambiar saludos entre ellos.

—Chattel –murmuró Satynka–, necesito que me ayudes a guardar mi bolso.

—Hermanynka, es un viaje largo aún si el cielo despejado nos acompaña… lo sabes, ¡por favor! –exclamó Yllawie que también estaba preocupada por su salud.

—Mis padres solo esperan por Chattel y por mí, también esperan a Danhola y, sin contar a los niños, al único al que van a extrañar es a Lonkkah –le contestó Satynka sin mirarla mientras se esforzaba por cerrar con el estambre, la bolsa que tenía entre sus piernas–. Ya se hartaron de vos, no es asunto tuyo, no tienes que ir. Yllawie, hablas y parece que ya no sabes lo que significa el reencuentro para nosotros.

«Ya no soy su hermawie» pensó con tristeza. Miró a su abuela, recordó que debía terminar de preparar sus elementos para el viaje y con elegancia, le solicitó:

—Ma-Kanki, voy a mi habitación, ¿me das tu permiso? –Su abuela asintió cerrando sus ojos, Yllawie se dirigió hacia las habitaciones con la punzante sensación de que su presencia sobraba en ese lugar.

—No necesitas pedir permiso, niña –gritó burlona Danhola, pero Yllawie ya estaba demasiado lejos como para escucharla–. Debería quitarse esas cosas de navegantes de la cabeza –vociferó y, arqueando sus labios hacia abajo, gesticuló despectiva–: Hermawie… hermanynka… ustedes me marean.

Ya en su habitación, Yllawie comenzó a guardar sus pertenencias y a ordenar su cama; recogió la bandeja de desayuno de su hermana y el aroma a cacao abofeteó sus recuerdos para transportarla a aquella noche en la que ambas idearon ese singular código de nombres. «Ya no soy su hermawie» se repitió angustiada. Un inocente y apacible invento con el que su hermana terrina, entre risas y picardías, había conquistado su corazón hasta hacerla olvidar lo que acababa de suceder; recuerdos que, a pesar de los ciclos y de los cambios de luna, siempre encontraban la manera de regresar a su alma para llevarla a esa noche cuando Serjancio, sin alguna razón que pudiera comprender, le prohibía regresar a su habitación que compartía con las niñas navegantes y, aunque no recordaba la humedad en el aire ni el suelo pedregoso de aquélla mañana de todo ese fatídico día, sí podía volver a sentir el dolor y la perturbación del ataque sufrido.

Lo que ella desconocía en esos tiempos, era que los adultos de su familia de navegantes, habían minimizado los hechos apoyándose en la conjetura de que todo había sido el resultado de un juego de chicos salido de control; también desconocía que, muy por el contrario, los otros adultos de la familia de Xunnel, sí comprendieron los hechos tal como habían sucedido y por lo cual, se vieron obligados a tomar la drástica decisión de enviar a la niña muy lejos de su atacante, a quien el resto de los convivientes se empeñaba en ver como a un chico aturdido. Lo único que ella entendió aquella vez, fue que el inesperado acontecimiento del ataque y posterior desalojo, le habían provocado en su inocente y aturdido corazón, una aguda impronta de desconsuelo y desilusión, mucho más profunda que la huella de dolor todavía latente por su abandono, otros recuerdos que se atropellaban por ingresar en su mente y que había sucedido bajo el cuidado de su familia de navegantes en ocasión de un viaje hacia las playas de piedras cuando ella tenía apenas ocho ciclos solares, había transcurrido casi un ciclo solar “a oscuras” y a nadie pareció importarle; aunque sabía que ella misma se había arrojado al mar de las furias, a su regreso, nunca le había reconfortado el relato de Beasilia sobre cómo ellos, sus cuidadores, se habían visto forzados a retornar a sus tierras sin ella. “Sus días dormidos” eran como una ventana golpeándose una y otra vez dentro de un infinito torbellino de dudas y desilusiones que siempre impedían a sus postigos cerrarse.

El aroma a cacao había abierto esa frágil ventana y casi por instinto, llevó su mano hacia su curiosa y vieja herida en el brazo, pero era la otra cicatriz en su mente, tan invisible como infinita, la que comprimía las vivencias que más ansiaba recordar. A pesar de todo, aún abrigaba una extraña y poderosa conexión con su familia de navegantes, su corazón se negaba a romper el fraternal vínculo que sentía hacia Enufemia y Eleutonia y era ese enorme deseo de retornar a lo que alguna vez fue, lo que le impedía ver o sentir el perdurable y sincero amor que le brindaban la extensa familia de Xunnel y Kanki, quienes nunca dudaron en ampararla como suya desde el primer momento que había llegado a sus vidas. Algunas lunas brillantes habrían de pasar antes de que ella pudiera comenzar a aceptar la complejidad de los cambios y fue precisamente el día del desalojo, la primera de las lecciones aprendidas. Satynka conocía las llagas más profundas de Yllawie y, cuando se lo proponía, siempre sabía cómo y dónde hurgar aquellas heridas.

—¿Es cierto? Satynka, ¿qué haces, qué crees que haces? –vociferó ofuscado Lonkkah secándose el sudor con el revés de su mano, tenía el rostro sucio por el barro. El profundo verde en los iris de sus ojos irradiaba rabia e impotencia contenidos, acababa de enterarse de que su hermana preparaba sus enseres para viajar.

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9789878713694
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