Kitabı oku: «Introducción a los escritos de Elena G. de White», sayfa 7
Desarrollo de las escuelas primarias adventistas de 1880 a 1910
Año | Escuelas | Maestros | Alumnos |
1880188518901895190019051910 | 13918220417594 | 151535250466758 | 151253508955.0007.34513.357 |
Los consejos sobre educación de Elena de White dados en Australia en relación con la enseñanza secundaria y superior, tuvieron también un impacto inmediato en los Estados Unidos y en las escuelas de misiones de la iglesia. Se diseminó entre las iglesias un movimiento de reforma de los planes de estudio, en un intento por concederles un lugar más destacado al estudio de la Biblia y a las materias prácticas. Varias instituciones (entre ellas el Colegio de Battle Creek) vendieron sus terrenos en las ciudades y optaron por adquirir grandes propiedades en zonas rurales, de acuerdo con el modelo de Avondale.
En resumen, es posible que los consejos de la Sra. de White sobre educación en la década de 1890 hayan despertado una reacción más ferviente, inmediata y extensa que ninguna otra de sus iniciativas. Sin duda, esta fue una de las contribuciones más importante de su ministerio en el Pacífico Sur.
La promoción de la obra entre los afroamericanos en los Estados Unidos
Un aspecto de los consejos de la Sra. de White que no recibió una respuesta inmediata fue su exhortación a prestarle más atención al evangelismo entre la gente afroamericana del Sur de los Estados Unidos. En marzo de 1891, ella leyó una apelación bastante específica sobre el tema delante de los líderes de la Asociación General. “El pecado descansa sobre nosotros como iglesia –dijo a los delegados– porque no hemos hecho un esfuerzo mayor por la salvación de las almas entre la gente afroamericana”. Ella decía que “hombres y mujeres de la raza blanca debieran prepararse para trabajar entre la gente afroamericana” (The Southern Work, pp. 15, 16). Tales misioneros no solamente necesitaban llevar a Cristo a sus hermanos y hermanas afroamericanos, sino también educarlos para que ocuparan un lugar más responsable en la sociedad y fueran misioneros entre los de su propia raza. Algunos de sus consejos fueron bastante avanzados para su época. Por ejemplo, ella defendía el hecho de que las dos razas deberían tener su feligresía como iguales en la misma iglesia (ibíd., p. 15).
Aunque sus consejos se imprimieron en un folleto de 16 páginas, cayeron en oídos sordos; lo cual es comprensible, ya que sus lectores eran blancos del norte de los Estados Unidos y porque las relaciones interraciales en el sur eran complejas y espinosas.
Pero la persona menos probable rescató la apelación aparentemente desoída de Elena de White para realizar una obra más agresiva entre la gente afroamericana: su inquieto y problemático hijo mayor, James Edson White.
Edson había logrado poco en los primeros 44 años de su vida. Pero eso empezaría a cambiar en agosto de 1893, cuando declaró haberse rendido completamente a Cristo. En poco tiempo, no solo había dejado, según sus palabras, “las diversiones y placeres que constituían la suma de mi vida” (J. E. White a Elena de White, 10 de agosto de 1893), sino que había descubierto en un depósito de la sede de la iglesia el consejo de su madre sobre el evangelismo y la educación a favor de la gente afroamericana.
El resultado fue una de las maravillosas aventuras reales de la historia adventista. Edson y otro joven recién convertido al adventismo fabricaron una embarcación misionera, llamada “Morning Star”, que tenía camarotes para vivir, salones para culto o enseñanza y una imprenta. El plan era llevar la misión adventista a la descuidada gente afroamericana que vivía en el corazón del Sur y su primer objetivo fue Vicksburg, Misisipi.
En 1896, Edson y sus colaboradores ya habían organizado la Sociedad Misionera del Sur, la cual llegó a ser el brazo principal del adventismo para establecer iglesias y escuelas para la población negra del Sur, hasta que las asociaciones adventistas absorbieron dicha función.
Regreso a los Estados Unidos y llamado a la reorganización eclesiástica
A mediados de 1900, Elena de White tuvo la convicción de que debía regresar a los Estados Unidos a fin de proporcionar orientación con respecto a varias situaciones que se habían producido en la iglesia y que estaban alcanzando proporciones críticas. Aunque su intención original era permanecer solamente dos años en los Estados Unidos y luego regresar a Australia, decidió quedarse en su tierra natal el resto de su vida por varias razones. Su centro de operaciones durante los últimos quince años de su vida estuvo ubicado en el Valle de Napa, al norte de California, en una casa de campo que ella llamó Elmshaven.
Una de sus más importantes contribuciones a la iglesia después de su regreso de Australia, fue un llamado a la reorganización de su estructura. En 1901, la iglesia llevaba casi quince años tratando el asunto de la reorganización, pero nada sustancial había ocurrido, aunque se habían sostenido muchas discusiones sobre el tema. Mientras tanto, la complejidad geográfica e institucional del adventismo había sobrepasado en muchos aspectos la capacidad de la eficiente estructura de organización utilizada desde 1863, cuyo poder estaba centralizado en unas poca personas en las oficinas principales de Battle Creek. En abril de 1901, la iglesia necesitaba, más que charlas sobre el tema, urgente acción.
Como resultado, un grupo de dirigentes se reunió en la biblioteca del Colegio de Battle Creek el día 1o de abril. Siendo que al día siguiente empezaría a sesionar el Congreso de la Asociación General, querían preparar el camino para la reunión de apertura escuchando a Elena de White hablar sobre ciertos desafíos que afrontaba la iglesia.
Después de hacer algunas observaciones, Arthur G. Daniells –que presidía la reunión– se volvió a la Sra. de White y la invitó a hablar. Ella dijo que prefería no dirigir las reuniones, ni esperaba hacerlo. Pero como los líderes parecían estar de acuerdo en escucharla antes de empezar a deliberar, ella aceptó pronunciar lo que llegó a ser uno de los discursos más importantes de su largo ministerio.
En términos bastante explícitos, Elena de White señaló las debilidades del sistema de organización existente y dijo a los delegados que el Señor “demandaba un cambio”. Y ese cambio no iba a ser pequeño. Por el contrario, “hay necesidad de poner una base diferente al fundamento establecido en el pasado”. En términos claros ella pidió “sangre nueva” y “una organización completamente nueva” (Manuscrito 43a, 1901).
El primer día del congreso oficial de la Asociación General, Elena de White hizo nuevamente un llamado a la reorganización, el cual cayó en suelo fértil. El pastor Daniells recomendó que la sesión pusiera a un lado sus asuntos de rutina y que la reorganización ocupara el lugar principal en la agenda. Como resultado, se efectuó la reorganización estructural más completa jamás experimentada por la iglesia.
Es importante reconocer que el papel de Elena de White en la reorganización fue de naturaleza facilitadora y a través de la exposición de principios básicos. Fueron los dirigentes de la iglesia quienes desarrollaron la estructura actual.
La principal preocupación de Elena de White era que la organización resultara funcional para el cumplimiento de la misión de la iglesia. Más que cualquier estructura en particular, para ella el elemento más importante era la eficiencia funcional. Desde su perspectiva, la estructura no era un fin en sí mismo. Más bien era un medio para cumplir con la misión mundial del adventismo. Como tal, el principio básico detrás de su llamamiento a la reorganización es que las estructuras de la iglesia necesitan cambiarse o modificarse siempre que se juzgue que dichos cambios son aconsejables.
Conflicto en Battle Creek y restablecimiento del programa médico
No todo el mundo se sintió feliz con el llamamiento a la reorganización. Uno de ellos fue el poderoso líder de la obra médica de la iglesia: el Dr. J. H. Kellogg. El brazo médico del alcance misionero de la iglesia, antes de 1901, había sido independiente y de grandes proporciones. De hecho, empleaba un 25 por ciento más de obreros que todas las otras ramas de la obra adventista combinadas.
Cuando, en su discurso del 1º de abril sobre la reorganización, Elena de White pidió que el programa médico se uniera a la estructura general de la iglesia ella propició que se produjera una serie de acontecimientos que, con el tiempo, condujo al rompimiento de Kellogg con el adventismo. Durante el proceso, él se llevaría la porción más grande del programa médico de la iglesia.
El cisma resultante produjo dos efectos en la vida de Elena de White. Primero, la obligaría a ayudar a establecer una nueva generación de instituciones médicas. Segundo, la conduciría a una serie de desafíos en relación con su papel y autoridad. Esos desafíos la impulsaron a esclarecer aspectos importantes de su ministerio, de manera que todos pudieran ver y evaluar su labor de un modo más claro.
Los años de 1902 a 1907 fueron testigos de una batalla intensa entre el médico más prominente de la iglesia y los dirigentes de la Asociación General. De esa forma, Kellogg se enzarzó en una lucha de poder con A. G. Daniells (presidente de la Asociación General en aquellos momentos) y con W. W. Prescot (vicepresidente). Al principio, Elena de White trató de permanecer neutral para poder comunicarse con ambas partes. Pero lo acontecido en 1903 y 1904 la obligó a tomar partido en contra de Kellogg, quien finalmente fue desfraternizado de la iglesia de Battle Creek, en noviembre de 1907. Pero el médico no salió solo de la iglesia. Otros destacados médicos también se fueron con él, así como dos de los más influyentes predicadores del adventismo: A. T. Jones y E. J. Waggoner, los mismos hombres que se habían unido a Elena de White para exaltar a Jesús ante la iglesia en el Congreso de la Asociación General de Minneápolis, en 1888.
Además de la pérdida de estas destacadas personalidades, estaba la pérdida de la institución médica más grande de la iglesia, el imponente y mundialmente reconocido Sanatorio de Battle Creek y nuestra única escuela de medicina, el Colegio Misionero Americano de Medicina. Por eso, a principios del nuevo siglo la iglesia enfrentaba la necesidad de restablecer su programa médico.
Elena de White desempeñó un importante papel en ese proceso. La primera etapa fue la adquisición de tres propiedades en el sur de California: el Sanatorio de Paradise Valley (1904), el Sanatorio de Glendale (1905) y el Sanatorio de Loma Linda (1905). La Sra. de White estuvo al frente en la adquisición de dichas propiedades y en la recaudación de fondos para su compra. Algunos de los líderes de la iglesia no aprobaban su entusiasmo, dado los riesgos implicados, pero ella afirmó que “se le había mostrado” que esa era la voluntad de Dios. Con tal seguridad, ella insistió en seguir adelante con fe para adquirir dichas propiedades en esa zona del sur de California en crisis económica, y donde la mayoría consideraba que no valía la pena invertir. El tiempo ha demostrado el valor de su visión y del riesgo tomado. Esas instituciones –que son ahora prósperos hospitales– formaron la base de la resurrección del sistema adventista de salud.
Entre las instituciones del sur de California, la propiedad de Loma Linda era de especial importancia. Ya en 1905, Elena de White había escrito que la iglesia debía preparar médicos en ese lugar. Pero la mayoría de los dirigentes de la iglesia creía que eso requeriría más recursos de los que podrían recaudar. Además, el momento no resultaba propicio para empezar una nueva escuela de medicina. En esa misma década, la Asociación Médica Americana estaba creando normas que forzarían a cerrar definitivamente a más de la mitad de las escuelas de medicina de los Estados Unidos. Quizá, sugirieron algunos, Elena de White se refería a una escuela bíblica donde los estudiantes aprendieran a dar tratamientos médicos sencillos. Otros sostenían que al hablar de una “escuela de medicina” ella tenía en mente una escuela de medicina completamente equipada donde también se enseñara Biblia.
Para aclarar el asunto de lo que Elena de White quiso decir por educación médica en Loma Linda, un grupo de dirigentes adventistas la requirieron por escrito.
Ella contestó que “la escuela de medicina de Loma Linda ha de pertenecer a la categoría más elevada”. Los jóvenes de la iglesia, dijo ella, deben tener acceso a “una educación médica que les permita pasar los exámenes que la ley exige a todos los que ejercen como médicos regulares”; “debemos proveer lo que sea necesario, a fin de que estos jóvenes no necesiten verse obligados a ir a las escuelas de medicina dirigidas por hombres que no son de nuestra fe” (Consejos para los maestros, cap. 67, p. 465).
Elena de White no dejó lugar a dudas de que la iglesia debía establecer una escuela de medicina totalmente desarrollada a pesar de las enormes dificultades, aparentemente insuperables, que había que afrontar. Actualmente, esa escuela (facultad) forma parte de la Universidad de Loma Linda.
Hay otro punto que debemos notar antes de abandonar esta sección. El consejo de Elena de White sobre la educación médica no solo apuntaba al desarrollo de una escuela de medicina completamente acreditada, sino que también estableció el curso a seguir para el establecimiento de escuelas adventistas de enseñanza secundaria y superior que llegaran a ser instituciones de saber de amplias bases, en lugar de escuelas o colegios bíblicos limitados. Cuando escribió que los jóvenes adventistas “deben poder obtener en los colegios de nuestras uniones todo lo que es esencial para entrar en una facultad de medicina” (ibíd., p. 464), ella preparó el escenario para el desarrollo de escuelas secundarias y colegios superiores de artes liberales acreditados que prepararan a los jóvenes para el mundo del siglo XX, que sería más complejo y exigente en el aspecto educativo.
Conceptos inadecuados de inspiración
La lucha en torno al Dr. Kellogg no solo propició el establecimiento de la renovada obra médica en California, sino también despertó un mundo de críticas en relación con Elena de White y su obra. El Dr. Kellogg concordaba con Elena de White y sus escritos siempre que estos favorecieran su posición. Pero cuando ella se le opuso en la lucha del poder eclesiástico, él empezó a pronunciarse contra la validez de su obra. En ese movimiento, para desacreditar a Elena de White, el médico contó con un compañero influyente en A. T. Jones.
En abril de 1906, el asunto se había puesto tan serio que Elena de White hizo circular una carta dirigida “a los que están perplejos con respecto a los testimonios relacionados con la obra médica misionera”. Ella pidió a los dirigentes que le confesaran sus “perplejidades” en relación con su papel, a fin de poder responder a sus interrogantes (Carta 120, 1906).
Muchas de las dudas tenían sus raíces en conceptos erróneos de la inspiración. Algunos, por ejemplo, veían la inspiración como algo verbal o incluso mecánico, en la cual el Espíritu Santo dictaba cada palabra al profeta.
El doctor David Paulson, fundador del Sanatorio de Hindsdale, cerca de Chicago, tenía una cantidad de conceptos errados en relación con la inspiración de Elena de White. El 19 de abril le escribió lo siguiente: “Me vi persuadido a concluir y creer con toda firmeza que cada palabra que usted pronunció en público o en privado, que cada carta que usted escribió en cualquier circunstancia y todas ellas fueron tan inspiradas como los Diez Mandamientos. He sostenido esa idea con absoluta tenacidad frente a innumerables objeciones presentadas por muchos que ocupaban posiciones prominentes en la causa” (D. Paulson a Elena de White, 19 de abril de 1906).
“Mi hermano –respondió ella–, usted ha estudiado mis escritos diligentemente, y nunca ha encontrado que yo haya pretendido algo semejante, ni tampoco encontrará que los pioneros de nuestra causa jamás pretendieran eso”. Ella siguió explicándole que en la inspiración había tanto elementos divinos como humanos y que el testimonio del Espíritu Santo es “llevado a todo viento en el vehículo imperfecto del idioma humano” (Mensajes selectos, t. 1, cap. 2, pp. 27, 29).
Otros, incluyendo a A. T. Jones, declararon que si ella fuera una profetisa, sus palabras serían infalibles en el sentido de que sería imposible que ella cometiera un auténtico error. De nuevo, ella negó tal afirmación.
Jones también enseñaba que no era necesario examinar el contexto histórico y/o literario de un pasaje inspirado. De manera que él muchas veces torcía sus escritos escogiendo algunas declaraciones aquí y allí para hacerle decir a Elena de White exactamente lo opuesto de lo que ella había querido decir. Como podría esperarse, ella reaccionó enérgicamente ante esa conducta irresponsable. Una de las citas escritas por Elena de White que a Jones le gustaba interpretar fuera de contexto era una declaración que ella hizo en 1904, en la cual dijo: “No pretendo ser profetisa” (ibíd., p. 36). Para Jones, esta era la prueba definitiva de que ella no hablaba de parte de Dios. “En cuanto a que ella quiso decir otra cosa en lugar de lo que dijo –decía él a su audiencia–, deben preguntarle a ella. Pero en cuanto a lo que ella dijo, es suficientemente claro. Ella dijo: ‘No soy profetisa’. Yo lo creo” (Some History, p. 62).
La Sra. de White le contestó a Jones aclarándole que lo que tenía en mente cuando hizo tal declaración, era que no pretendía el “título de profeta o profetisa” (Mensajes selectos, t. 1, cap. 2, p. 39). Y no lo hacía por dos razones: Primera, y más importante, su responsabilidad en guiar a la iglesia era mucho más amplia de lo que muchos consideraban que era la obra de un profeta, aunque incluía las funciones de un profeta. Segunda, muchos que en el siglo XIX habían pretendido arrogantemente ser profetas, habían traído oprobio a la iglesia. Elena de White nunca dudó de que ella tenía credenciales divinas, pero prefería el título de “la mensajera del Señor” para su papel, en lugar de ser llamada profetisa; aunque no tenía problema alguno con quienes así la consideraban (ibíd., pp. 36, 37).
Lamentablemente, sus argumentos no hicieron impacto en el rígido Jones que hacía un uso legalista y literario del idioma. Vez tras vez, durante su ministerio, Elena de White había advertido a sus lectores que, al usar sus escritos, tomaran en cuenta el contexto y la intención del pasaje, pero repetidamente ese consejo caía en saco roto entre quienes querían que ella usara su autoridad para probar las ideas de ellos, aun cuando sus interpretaciones fueran diametralmente opuestas a lo que ella quiso decir.
Los intentos de Elena de White para explicar la naturaleza de su obra en la confusión de la controversia con Kellogg, tuvo resultados variados. Algunos, como el doctor Paulson, reconocieron sus deficiencias en su comprensión de la inspiración, reafirmaron su fe en el don profético y permanecieron fieles al adventismo; pero otros, como Jones, permitieron que su interpretación equivocada y su rigidez los llevaran al rechazo. Este curso de acción se ha repetido muchas veces con aquellos que han leído inflexiblemente a Elena de White mediante el uso literal de sus palabras, en vez de mostrar un genuino interés en entender su espíritu e intención.
Es de suma importancia comprender correctamente el papel del profeta y la naturaleza de la inspiración. El lado positivo del conflicto con Kellogg es que le brindó a Elena de White la oportunidad de presentar de modo más completo para la iglesia la naturaleza de la inspiración y de su obra. En el tomo 1 de Mensajes selectos (caps. 2-4, pp. 27-66) se encuentran algunas de esas explicaciones.
Otra excelente exposición hecha por Elena de White sobre la naturaleza de su obra aparece en el tomo 5 de Testimonios para la iglesia (pp. 615-647). Aunque esta selección surgió de preguntas asociadas con su papel en ocasión del Congreso de la Asociación General de 1888, celebrado en Minneápolis, y no con la crisis provocada por Kellogg, nos proporciona percepciones invaluables. Todo el que trate de entender la obra de Elena de White debería leer las páginas mencionadas en ambas obras.
¿Qué podemos aprender de todo esto? Una lección muy importante; es decir, Dios puede hacer surgir cosas buenas de acontecimientos malos. Concretando, aunque Elena de White no tenía la costumbre de defenderse a sí misma, lo hizo de vez en cuando. Como resultado, algunos de sus mensajes más incisivos en relación con la inspiración y la naturaleza de su obra surgieron de sus dificultades con “los hermanos” en el período de 1888 y durante la crisis provocada por Kellogg.
Otro asunto que surgió en torno a la situación de Kellogg fue la relación de Guillermo C. White con su madre. Algunos se preguntaban qué papel desempeñaba él en la actividad literaria de ella.
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