Kitabı oku: «El león y el unicornio y otros ensayos», sayfa 3

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Toda literatura de esta clase es en parte plagiaria. Sexton Blake, por ejemplo, empezó por ser con toda franqueza una imitación de Sherlock Holmes, y todavía se le parece demasiado: tiene rasgos aguileños, vive en Baker Street, fuma sin cesar y se pone un batín cuando necesita sentarse a pensar. Gem y Magnet probablemente deben algo a los autores de la vieja escuela que estaban en pleno florecimiento cuando las dos revistas iniciaron su andadura, Gunby Hadath, Desmond Coke y los demás, pero es mucho mayor su deuda con los modelos decimonónicos. En la medida en que Greyfriars y St Jim sean auténticos colegios, se parecen mucho más al Rugby de Tom Brown que a cualquier moderno colegio privado. Ninguno de los dos, por ejemplo, tiene un director de estudios; los deportes no son de práctica obligatoria, a los chicos se les permite vestir como quieran. Pero no cabe duda de que el origen fundamental de ambas publicaciones se halla en Stalky & Co. Es un libro que ha sembrado una influencia enorme en la literatura juvenil, uno de esos libros que tienen una suerte de reputación tradicional entre personas que ni siquiera han visto nunca un ejemplar. En más de una ocasión, en los semanarios juveniles, me he encontrado con referencias a Stalky & Co., aunque allí se dijera “Storky”. El nombre del profesor más cómico de Greyfriars, el señor Prout, está tomado de Stalky & Co., al igual que buena parte del argot coloquial que se emplea: “jape”, “merry”, “giddy”, “bizney” (“business”), “frabjous”, “don’t” por “doesn’t”, etc., todos ellos vocablos desfasados cuando comenzaron a publicarse Gem y Magnet.12 Hay también huellas de orígenes anteriores. El propio nombre “Greyfriars” probablemente se haya tomado de Thackeray, y Gosling, el portero del colegio en Magnet, habla en una imitación del dialecto de Dickens.

Con todo esto, el presunto glamour de los colegios privados se pone en juego al máximo de sus posibilidades. Aparece toda la parafernalia al uso: los encierros, el pase de revista, los enfrentamientos entre equipos del colegio, los abusos, los secretarios de clase, las agradables meriendas en torno a la chimenea, etc., etc., y hay constantes referencias a la “vieja escuela”, a las “viejas piedras grises” (ambos colegios se fundaron a comienzos del siglo xvi), al “espíritu de equipo” de los “hombres de Greyfriars”. En cuanto al atractivo de lo esnob, es completamente desvergonzado. En cada uno de los colegios hay un muchacho que tiene título nobiliario, o tal vez dos, cuyos títulos al lector se le arrojan constantemente a la cara; otros muchachos ostentan los apellidos de familias aristocráticas conocidas de sobra, como los Talbot, los Manners, los Lowther. En todo momento se nos recuerda que Gussy es el Honorable Arthur A. D’Arcy, hijo de Lord Eastwood; que Jack Blake habrá de heredar “anchurosos terrenos”; que Hurree Jamset Ram Singh (apodado Inky) es el nabab de Bhanipur o que el padre de Vernon-Smith es un millonario. Hasta hace relativamente poco, las ilustraciones de ambos semanarios siempre representaban a los chicos con una vestimenta que imitaba a la de Eton; en los últimos años, los de Greyfriars han pasado a llevar chaqueta azul cruzada y pantalones de franela, si bien St Jim sigue con la chaqueta de Eton, y Gussy no ha perdido su sombrero de copa. En la revista del colegio, que sale todas las semanas como sección añadida de Magnet, Harry Wharton publica un artículo en el que comenta el dinero de bolsillo que reciben los “compañeros en la distancia”, y revela que algunos reciben nada menos que cinco libras por semana. Se trata de una incitación intencionada y directa a las fantasías de riqueza. Y en este punto vale la pena reseñar, aunque sea un hecho harto curioso, que el relato de temática colegial es algo peculiar y privativo de Inglaterra. En la medida en que alcanzo a saber, hay poquísimos relatos de tema colegial en lenguas extranjeras. La razón, obviamente, estriba en el hecho de que en Inglaterra la educación es ante todo una cuestión de estatus. La línea divisoria más definitiva entre la pequeña burguesía y la clase obrera es que la primera paga por su educación, y dentro de la burguesía existe otro abismo insalvable entre el colegio “privado” y el colegio “público”.13 Salta a la vista que son decenas, por no decir veintenas de miles, las personas para las que cada detalle de la pijería del colegio privado, de la vida que en él se lleva, resulta apasionante a la vez que está cargado de romanticismo. Son personas que se hallan fuera del mundo místico de los cuadrángulos claustrales y de los escudos y colores de cada casa, pero que anhelan todo eso, sueñan con ello, lo viven mentalmente a veces durante muchas horas seguidas. La pregunta, así pues, es ésta: ¿quiénes son esas personas? ¿Quién lee Gem y Magnet?

Obviamente, nunca se puede estar seguro en este tipo de cosas. Lo que sí puedo decir, a partir de mis propias observaciones, es que los chicos que tienen la probabilidad de ir a un colegio privado leen por lo general Gem y Magnet, pero casi siempre dejan de leerlos a los doce años más o menos. Tal vez sigan haciéndolo por la fuerza de la costumbre un año más, pero ya sin tomárselo en serio. Por otra parte, los chicos internos en los colegios privados más baratos, los colegios pensados para las personas que no pueden permitirse un colegio privado, pero que consideran los colegios municipales “una vulgaridad”, siguen leyendo Gem y Magnet durante unos cuantos años más. Hace pocos años fui profesor en dos colegios de este tipo. Descubrí que no sólo prácticamente todos los alumnos leían Gem y Magnet, sino que se los seguían tomando muy en serio entre los quince y los dieciséis años de edad. Aquellos chicos eran hijos de tenderos, oficinistas, pequeños empresarios, profesionales, y es evidentemente esta clase la que tienen por lector ideal tanto Gem como Magnet. Sin embargo, también leen ambos semanarios chicos de la clase obrera. Están por lo común en venta en los barrios más pobres de las grandes ciudades, y sé con certeza que los leen chicos a los que cualquiera consideraría inmunes al glamour del colegio privado. He visto por ejemplo a un joven minero, un chaval que ya había trabajado un año o dos bajo tierra, leyendo con ganas las páginas de Gem. Hace poco ofrecí un montón de periódicos británicos a los legionarios ingleses de la Legión Extranjera francesa en el Norte de África; lo que primero escogieron fue Gem y Magnet. Ambos semanarios tienen también numerosas lectoras,14 y la sección de cartas de los lectores de Gem demuestra que se lee en todos los rincones del Imperio Británico: hay cartas de australianos, canadienses, palestinos, judíos, malayos, árabes, chinos, etc. Los responsables cuentan evidentemente con que sus lectores ronden los catorce años de edad, y la publicidad (chocolate con leche, sellos, pistolas de agua, curas para el sonrojo, trucos de magia casera, polvos para el picor, etcétera) indica más o menos esa misma edad; también están los anuncios del Almirantazgo, que convocan a reclutas de diecisiete a veintidós años. Y no cabe duda de que también los leen los adultos. Es frecuente que quien escribe una carta al director diga que ha leído todos los números de Gem o de Magnet durante los últimos treinta años. He aquí una carta de una señora de Salisbury:

Puedo decir de los espléndidos relatos sobre Harry Wharton y compañía, de Greyfriars, que nunca dejan de alcanzar un altísimo nivel. Son sin duda las mejores historias de este tipo que hay en el mercado, y esto es mucho decir. Parece que nos pusieran cara a cara con la Naturaleza. He leído Magnet desde sus comienzos, y he seguido las aventuras de Harry Wharton y compañía con embeleso e interés. No tengo hijos, pero si dos hijas, y siempre hay enfados por ver quién será la primera en leer el grandioso semanario. Mi marido también era un lector empedernido de Magnet hasta que nos fue repentinamente arrebatado.

Vale la pena hacerse con unos cuantos ejemplares de Gem y de Magnet, sobre todo del primero, y echar un vistazo a la sección de cartas. Lo asombroso de veras es la intensidad y el interés con que se toman los lectores los más mínimos detalles de la vida en Greyfriars y en St Jim. He aquí una muestra de las preguntas que remiten los lectores:

“¿Qué edad tiene Dick Roylance?” “Qué antigüedad tiene St Jim?” “¿Me podría dar una lista de los Shell y de sus estudios?” “¿Cuánto costó el monóculo de D’Arcy?” “¿Cómo es que individuos como Crooke son de la Shell, e individuos decentes como tú estén sólo en cuarto?” “¿Cuáles son los deberes del capitán de cada curso?” “¿Quién es el profesor de química en St Jim?” (de una lectora). “¿Dónde está situado St Jim?” “¿Podría indicarme cómo llegar? Me encantaría ver el edificio. ¿Es impresión mía o son todos los chicos unos falsos?”

Está claro que muchos de los chicos y las chicas que escriben estas cartas viven inmersos en una fantasía absoluta. A veces, un chico escribe, por ejemplo, y da su estatura, su peso, sus medidas de perímetro torácico y de bíceps, y pregunta qué miembro de la Shell o de cuarto curso es el que más se le parece. La petición de una lista de los cursos de estudio de la Shell, con relación exacta de quién integra cada uno, es muy corriente. Los responsables del semanario, como es natural, hacen todo lo posible por mantener la ilusión. En Gem, Jack Blake presuntamente escribe a sus corresponsales; en Magnet se dedican siempre dos páginas a la revista del colegio (el Greyfriars Herald, que edita Harry Wharton), y hay otra página en la que escribe uno u otro de los personajes. Los relatos son cíclicos, con dos o tres de los personajes en primer plano durante varias semanas seguidas. Primero se suceden algunas aventuras disparatadas, con los cinco de la Fama y Billy Bunter; luego, una serie de relatos sobre el tema de la identidad equívoca, con Wibley (el mago) en el papel estelar; viene después una serie de corte más serio, en la que Vernon-Smith parece al borde de la expulsión. Y aquí encontramos el verdadero secreto de Gem y de Magnet, y la probable razón por la cual continúan leyéndose a pesar de estar tan obviamente desfasados.

Se trata de que los personajes están cuidadosamente graduados, de modo que dan a todo tipo de lectores la posibilidad de identificarse con uno u otro. Esto es algo que hacen casi todos los semanarios juveniles, y de ahí el muchacho ayudante (el Tinker de Sexton Blake, el Nipper de Nelson Lee, etc.) que por lo común acompaña al explorador, al detective, o lo que sea, en sus aventuras. Pero en estos casos sólo hay un chico, por lo común del mismo tipo. En Gem y en Magnet hay un modelo prácticamente para todo el mundo. Está el muchacho normal, atlético y animoso (Tom Merry, Jack Blake, Frank Nugent), una versión algo más encanallada de este tipo (Bob Cherry), una versión más aristócrata (Talbot, Manners), otra más apacible y más seria (Harry Wharton) y una versión estulta, tipo bulldog (Johnny Bull). Luego está el muchacho intrépido, sin miedo a nada (Vernon-Smith), el inteligente y estudioso (Mark Linley, Dick Penfold), el excéntrico al que no se le dan bien los deportes, aunque tiene un talento especial (Skinner, Wibley). Y está el becado (Tom Redwing), figura importante en este tipo de relatos, porque hace que sea posible para los chicos de familia más pobre proyectarse en el ambiente del colegio privado. Además hay que contar a los chicos de Australia, Irlanda, Gales, la isla de Man, Yorkshire y Lanca­­shire, con los que se aprovecha el patriotismo local. Pero la sutileza de la caracterización va mucho más allá. Se estudian las secciones de cartas, se ve a las claras que seguramente no hay un solo personaje en Gem o en Magnet con el cual no se identifique tal o cual lector, con la excepción de los más cómicos y chabacanos, como Coker, Billy Bunter, Fisher T. Fish (el norteamericano que roba dinero), y los profesores, claro está. Bunter, aunque su origen probablemente esté en deuda con el muchacho gordo de Pickwick, es una creación auténtica. Los pantalones ceñidos, contra los cuales golpean cada dos por tres las botas de los otros, o las fustas, su astucia en la búsqueda de alimentos, su paquete postal que nunca llega le han hecho famoso allí donde ondea una bandera británica. Pero no es propenso a causar ensoñaciones en los lectores. Por otra parte, otra figura graciosa como es Gussy (el Honorable Arthur A. D’Arcy, “el orgullo de St Jim”) goza de evidente admiración. Al igual que todo lo demás en Gem y en Magnet, Gussy está al menos treinta años desfasado. Es el dandi de comienzos del siglo xx, e incluso de finales del xix (aunque hable con un marcado acento rural), el idiota del monóculo que sirvió con hombría en las batallas de Mons y Le Cateau. Y su manifiesta popularidad viene a demostrar qué hondo es el atractivo esnob de este tipo. Los ingleses tienen un cariño inagotable por el asno que tiene título nobiliario (por ejemplo, lord Peter Wimsey, que siempre juega una baza ganadora en los momentos de apuro). He aquí una carta de una admiradora de Gussy:

Creo que sois demasiado duros con Gussy. Por el modo en que lo tratáis, me sorprende que siga existiendo. Es mi héroe. ¿Sabíais que escribo poemas, letras de canciones? ¿Qué os parece ésta? Va con la melodía de “Goody Goody.

Voy a pillar mi máscara de gas,

me sumo a las baterías antiaéreas,

porque sé cómo parar las bombas que me tiráis.

Me voy a cavar una trinchera

dentro del jardín.

Voy a sellar las ventanas

para que no pueda entrar el gas.

Voy a plantar mi cañón en la acera

con una nota para Adolf Hitler: “¡No molestar!”.

Y si jamás caigo en manos de los nazis

a mí ya me es suficiente.

Voy a pillar mi máscara de gas,

me sumo a las baterías antiaéreas,

PS. – ¿Te llevas bien con las chicas?

Lo cito por extenso porque (con fecha de abril de 1939) es interesante, por ser probablemente la primera aparición de Hitler en Gem. En este semanario también hay un chico gordo con trazas de héroe, Fatty Wynn, contrapartida de Bunter. Vernon-Smith, un personaje de hechura byroniana, siempre al borde de la expulsión, es otro de los grandes preferidos. E incluso algunos de los bellacos tendrán a sus seguidores. Loder, por ejemplo, “la podredumbre de sexto”, es un bellaco, pero también es intelectual, y propenso a hablar con sarcasmo del fútbol y el espíritu de equipo. Los cinco de la Fama lo consideran tanto más bellaco por eso, pero habrá seguramente un determinado tipo de muchacho que se identifique con él. Los propios Racke, Crooke y compañía gozan de probable admiración por los más pequeños, los que piensan que fumar es algo de una perversidad diabólica. (Frecuente pregunta en la sección de cartas: “¿Qué marca de tabaco fuma Racke?”.)

Como es natural, el sesgo político de Gem y de Magnet es conservador, aunque totalmente al estilo anterior a 1914, sin tintes fascistas. En realidad, las suposiciones políticas de fondo son dos: nunca cambia nada; los extranjeros son graciosos. En los números de Gem de 1939, los franceses siguen siendo “sapos” y los italianos “dagos”. Mossoo, el profesor de francés en Greyfriars, es el gabacho típico de tira cómica, con barba puntiaguda, pantalones don dobladillo, etc. Inky, el chico de la India, aun cuando sea un rajá, y por tanto posea atractivo esnob, es asimismo el babú cómico de la tradición de Punch. (“Las ganas de pendencia no son el remate adecuado, mi estimado Bob –dijo Inky–. Que se deleiten los perros con sus ladridos y sus mordiscos. La respuesta blanda es la jarra rajada que más lejos llega al ave en el matorral, como quiere el proverbio inglés.”) Fisher T. Fish es el viejo yanqui arquetípico (con marcado acento y modismos estadounidenses) que data de un periodo de intensos celos mutuos entre Inglaterra y los Estados Unidos. Wun Lung, el chino (últimamente apenas aparece, sin duda porque algunos de los lectores de Magnet son de las colonias de China), es el chino clásico de pantomima decimonónica, con sombrero de plato, coleta y un inglés inefable. En todo momento, la suposición es no sólo que los extranjeros son cómicos y que aparecen donde aparecen para que nos riamos de ellos, sino que además se les puede clasificar igual que a los insectos. Por ese motivo, en todos los semanarios juveniles, y no sólo en Gem y Magnet, un chino es retratado invariablemente con coleta. Es el rasgo por el cual se le reconoce, como la barba del francés o el organillo del italiano. En publicaciones de este tipo ocasionalmente sucede que, cuando un relato se ambienta en el extranjero, se hace algún intento por describir a los nativos como seres humanos, pero por norma general se da por supuesto que los extranjeros, sean de la raza que sean, son todos iguales y se conforman con más o menos exactitud a los siguientes patrones:

Francés: irascible. Gasta barba, gesticula mucho.

Español, mexicano, etc.: siniestro, traicionero.

Árabe, afgano, etc.: siniestro, traicionero.

Chino: siniestro, traicionero. Lleva coleta.

Italiano: irascible. Toca el organillo o lleva una daga.

Sueco, danés, etc.: amable, estúpido.

Negro: cómico, muy fiel.

La clase obrera sólo tiene entrada en estas publicaciones en calidad de cómicos o semivillanos (corredores de apuestas, etcétera). En cuanto a las fricciones de clase, el sindicalismo, las huelgas, las crisis económicas, el fascismo y la guerra civil, ni siquiera una mención. En algún momento, a lo largo de los treinta años de ambos semanarios, tal vez sea posible hallar la palabra “socialismo”, pero sólo después de mucho buscarla. Si se hace alguna referencia a la Revolución Rusa, será de manera indirecta, mediante la palabra “bolshy” para designar a una persona de costumbres violentas y desagradables). Hitler y los nazis empiezan a asomar en la clase de referencias que cité antes. La crisis del estallido bélico en septiembre de 1938 causó la impresión suficiente para que se publicase un relato en el que el señor Vernon-Smith, el millonario que es padre del personaje, se beneficia del pánico generalizado comprando casas de campo para venderlas como “refugios de crisis”. Pero eso es probablemente la máxima constancia que dejarán Gem y Magnet sobre la situación europea, al menos mientras no empiece la guerra.15 Eso no significa que ambas publicaciones sean antipatrióticas. Antes bien, muy al contrario. A lo largo de la Gran Guerra, Gem y Magnet fueron quizá las publicaciones más insistente y animadamente patriotas de Inglaterra. Prácticamente todas las semanas, los chicos cazaban al espía o alistaban en el ejército a un objetor de conciencia, y durante el periodo del razonamiento aparecía el rótulo “comed menos pan” impreso en todas las páginas con un cuerpo de letra generoso. Sin embargo, su patriotismo no tiene nada que ver con la política del poder ni con la guerra ideológica. Es algo emparentado más bien con la lealtad familiar, y de hecho proporciona una clave muy valiosa en torno a la actitud de la gente corriente, sobre todo el bloque inmenso y apenas tocado que forma la clase media y las capas superiores de la clase obrera. Se trata de patriotas hasta la médula, aunque no entiendan que lo que sucede en otros países sea de su incumbencia. Cuando Inglaterra está en peligro, acuden a defenderla como si tal cosa; mientras tanto, no les interesa. A fin de cuentas, Inglaterra siempre lleva la razón e Inglaterra siempre triunfa, de modo que ¿para qué preocuparse? Ésta es una actitud que se ha resquebrajado un tanto durante los últimos veinte años, aunque no hasta el extremo que a veces se da por supuesto. No entenderlo tal como es constituye una de las razones por las cuales los partidos de izquierda rara vez son capaces de forjar una política exterior aceptable.

El mundo mental que prima en Gem y en Magnet viene a ser por tanto como sigue:

El año es 1910, o 1940, pero eso es lo de menos. Nos encontramos en Greyfriars. Uno es un mozalbete de catorce años, de mejillas coloradas, con ropa de buen corte hecha por un sastre de los mejores. Está sentado en su estudio, en un ala del colegio, tras un apasionante partido de fútbol que se ganó por un solo gol logrado en el último minuto. Arde un fuego acogedor en la chimenea, fuera sopla el viento. La hiedra recubre con gran espesor las antiguas piedras grises. El rey sigue en su trono y una libra vale una libra. Por toda Europa, los cómicos extranjeros gesticulan y balbucean, aunque los adustos barcos de guerra de la flota británica guardan el canal de la Mancha, y en las avanzadillas del Imperio los ingleses con monóculo mantienen a raya a los negracos. Lord Mauleverer acaba de recibir otras cinco libras, y todos nos disponemos a merendar opíparamente, a base de salchichas, sardinas, panecillos, carne enlatada, mermelada y rosquillas. Después de la merienda seguiremos sentados en el estudio, riéndonos a gusto con Billy Bunter y comentando el equipo que formaremos en el partido de la semana que viene contra Rookwood. Todo está en orden, un orden sólido e incuestionable. Todo seguirá igual por siempre. Ése viene a ser, más o menos, el ambiente.

Dejemos ahora Gem y Magnet y pasemos a otros semanarios que han aparecido después de la Gran Guerra. Lo verdaderamente significativo es que tienen más similitudes que diferencias con Gem y Magnet. Pero mejor será considerar primero las diferencias.

Hay ocho publicaciones de este tipo, a saber: Modern Boy, Triumph, Champion, Wizard, Rover, Skipper, Hotspur y Adventure. Todas ellas han nacido después de la Gran Guerra, pero con la sola excepción de Modern Boy ninguna tiene más de cinco años de antigüedad. Dos semanarios que habría que reseñar aquí, aunque no pertenezcan estrictamente a la misma clase que los demás, son Detective Weekly y Thriller, ambos propiedad los dos de Amalgamated Press. Detective Weekly se ha hecho con el personaje de Sexton Blake. Ambas publicaciones dan cuenta de un cierto interés en cuestiones sexuales, y aunque no cabe duda de que las leen los muchachos, no están destinadas a ellos exclusivamente. Todas las demás son semanarios juveniles, tal cual, y son tan semejantes que se pueden considerar en bloque. No parece que haya diferencias notables entre las publicaciones de Thomson y las de Amalgamated Press.

Basta con echar un vistazo para captar la superioridad técnica que tienen estas publicaciones con respecto a Gem y Magnet. De entrada, cuentan con la ventaja de que no están escritas solamente por una persona. En vez de un relato largo y completo, un número de Wizard o de Hotspur consta de media docena de entregas parciales, ninguna de las cuales se dilatará eternamente. Por consiguiente, hay mucha más variedad y mucho menos relleno, a la vez que desaparece la cansina estilización y la comicidad ramplona de Gem y de Magnet. Veamos dos extractos a manera de ejemplo:

Billy Bunter soltó un gruñido.

Había pasado un cuarto de hora de las dos horas a que estaba castigado Bunter para estudiar francés.

¡En un cuarto de hora sólo había quince minutos! Pero todos y cada uno de esos minutos se le hacían larguísimos a Bunter. Parecían avanzar al ritmo de un caracol cansado.

Viendo el reloj del aula número 10, el Búho grueso a duras penas podía creer que sólo hubieran pasado quince minutos. Más bien se le antojaba que hubieran pasado quince horas, y quince días incluso.

Otros alumnos estaban castigados a estudiar francés en esas horas, igual que Bunter. A ellos les daba igual. A Bunter sí que le importaba.16

Tras un ascenso terrible, picando la lisa pared de hielo para crear asideros en todo momento, el sargento Corazón de León, Logan, de la policía montada, se hallaba como una mosca humana, pegado a la cara de un acantilado de hielo, liso y traicionero como una inmensa lámina de cristal.

Una ventisca procedente del Ártico soplaba con toda su furia y zarandeaba su cuerpo a la vez que le arrojaba cegadores copos de nieve a la cara, como si quisiera arrancarle los dedos de los asideros y precipitarlo a una muerte segura, contra los afilados cantos que yacían al pie del acantilado, treinta metros más abajo.

Agazapados entre los cantos se encontraban los once tramperos, los once villanos que habían hecho todo lo posible por abatir a tiros a Corazón de León y a su compañero, el comisario Jim Rogers, hasta que la tempestad ocultó a los dos policías montados de la vista escrutadora de los malhechores.17

El segundo extracto impone una cierta distancia entre el lector y el relato, mientras el primero necesita un centenar de palabras para decirnos que Bunter está castigado. Por si fuera poco, al no concentrarse solamente en historias de colegio (rasgo predominante en todas estas publicaciones, con la excepción de Thriller y Detective Weekly), Wizard, Hotspur, etc., tienen de largo mayores probabilidades de incurrir en el sensaciona­­lis­­mo. Basta con ver las ilustraciones de portada que tengo ahora encima de la mesa. En una, un vaquero se sujeta al ala de un avión con la punta de los pies, a la vez que dispara contra otro avión. En otra, un chino nada como un poseso para salvar la vida en una cloaca en la que nadan también docenas de ratas hambrientas que lo persiguen. En otra, un ingeniero prende la mecha de un cartucho de dinamita mientras un robot de acero lo sujeta con las garras. En otra, un tipo con atuendo de piloto lucha desarmado contra una rata más grande que un burro. En otra, un hombre semidesnudo, de terrorífico desarrollo muscular, acaba de sujetar a un león por la cola y lo va a lanzar a treinta metros, por encima de la muralla del circo, diciendo: “¡Quedaos con vuestro maldito león!”. Es evidente que ningún relato de ambiente colegial puede competir con este género. De vez en cuando, los edificios del colegio pueden incendiar­­se o el profesor de francés ser el cabecilla de una banda internacional de anarquistas, pero por lo común todo el interés ha de centrarse en torno al críquet, las rivalidades con otros colegios, las bromas de mejor o peor gusto, etc. No hay sitio para las bombas, los rayos mortales, las ametralladoras submarinas, los aviones, los purasangres, los osos pardos o los gángsteres.

El examen de un gran número de estas publicaciones demuestra que, dejando a un lado los relatos de colegio, los temas preferidos son los siguientes: el Salvaje Oeste, las regiones polares, la Legión Extranjera, los delitos (siempre desde el punto de vista del detective), la Gran Guerra (fuerzas aéreas o servicio secreto, no la infantería), el motivo de Tarzán en distintas formas, el fútbol profesional, las exploraciones tropicales, las aventuras históricas (Robin Hood, los Caballeros de la Tabla Redonda, la guerra civil del siglo xvii, etc.) y las invenciones y descubrimientos científicos. El Salvaje Oeste sigue siendo el predominante, al menos en tanto ambientación, si bien los pieles rojas parecen ir a la baja. El único tema realmente nuevo es el científico. Los rayos mortíferos, los marcianos, los hombres invisibles, los robots, los helicópteros y los cohetes interplanetarios son abundantes: aquí y allá aparecen incluso rumores acerca de la psicoterapia y las glándulas sin conducto. Así como Gem y Magnet proceden de Dickens y Kipling, Wizard, Champion, Modern Boy, etc., están en deuda con H. G. Wells, quien, en mayor medida que Jules Verne, es el verdadero padre de la “ciencia ficción”. Naturalmente, el aspecto más explotado de la ciencia es el mágico, el de los marcianos, aunque hay uno o dos semanarios que también publican artículos serios sobre temas científicos, además de gran cantidad de retales de información. (Ejemplos: “Un árbol del Kauri, en Queensland, Australia, tiene más de doce mil años de antigüedad”; “A diario tienen lugar casi cincuenta mil tormentas con aparato eléctrico”; “El helio tiene un coste de una libra por 90 metros cúbicos”; “Hay más de quinientas variedades de arañas en Gran Bretaña”; “Los bomberos de Londres emplean seiscientos treinta millones de litros de agua al año”, etcétera.) Hay un notable progreso en el campo de la curiosidad puramente intelectual y, en líneas generales, en las exigencias que se plantean a la atención del lector. En la práctica, Gem y Magnet y los semanarios de posguerra son leídos en gran medida por el mismo público, aunque la edad mental a la que están destinados en principio estos últimos parece haberse incrementado un año o dos, mejora que probablemente se corresponda con la mejoría de la educación elemental a partir de 1909.

La otra cuestión surgida en los semanarios juveniles de posguerra, aunque no en la medida en que cabría suponer, es la adoración de los abusones y el culto a la violencia.

Si se comparan Gem y Magnet con un semanario genuinamente moderno, lo que de inmediato nos llama la atención es la ausencia del principio de liderazgo. No existe un personaje central y dominante; al contrario, habrá quince o veinte personajes, todos ellos más o menos en pie de igualdad, con los que pueden identificarse toda clase de lectores. En los semanarios más modernos no suele ser así. En vez de identificarse con un colegial de su misma edad, el lector de Skipper, Hotspur, etc., es llevado a la identificación con un espía, con un soldado de la Legión Extranjera, con alguna variante de Tarzán, con un as de la aviación, con un explorador, con un pugilista en cualquier caso, con algún personaje singular y poderoso, que domina a quienes están a su alcance y que pone por método para resolver problemas un buen directo a la mandíbula. Este personaje está trazado como un superhombre, y como la fuerza física es la forma del poder que los muchachos mejor entienden, por lo común es una especie de gorila humano; en los relatos del estilo de Tarzán, a veces llega incluso a ser un gigante, de tres metros de altura. Al mismo tiempo, las escenas de violencia en casi todas estas historias son notablemente inofensivas y poco o nada convincentes. Hay una gran diferencia de tono entre los semanarios ingleses más sangrientos y las revistas baratas norteamericanas, Fight Stories, Action Stories, etc. (que no son estrictamente semanarios juveniles, aunque en gran medida las lean los jóvenes). En las revistas norteamericanas hay auténtica sed de sangre, descripciones horripilantes y detalladas peleas con abundantes patadas en los testículos, escritas en una jerga que han perfeccionado quienes nunca dejan de meditar sobre la violencia. Una revista como Fight Stories, por ejemplo, tendría muy poco atractivo salvo para los sádicos y los masoquistas. Salta a la vista la relativa bondad de la civilización inglesa por el tono de aficionado con que se describen siempre las peleas de boxeo en los semanarios juveniles. No existe un vocabulario especializado. Veamos estos cuatro extractos, dos ingleses y dos norteamericanos.

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