Kitabı oku: «El primer engaño», sayfa 2

Yazı tipi:

La muerte en las Escrituras

Como cualquier lector de las Escrituras pronto se da cuenta, la Biblia rara vez presenta algo de manera sistemática. Narra historias, deja que los salmistas expresen sus sentimientos y provee sermones proféticos y cartas de asesoramiento pastoral. Leer estas cartas a veces es como escuchar solo un extremo de una conversación telefónica. A menudo, tienes que leer entre líneas para reconstruir los antecedentes del tema en discusión.

Ni el Antiguo Testamento ni el Nuevo Testamento describen sistemáticamente cómo es la condición humana en la muerte. Debes reconstruir la creencia bíblica sobre la muerte a partir de alusiones dispersas. Pero, aunque algunas de las declaraciones pueden ser desconcertantes, notamos ciertas posiciones o conceptos generales. Por ejemplo, la Biblia establece limitaciones definidas sobre hasta dónde podemos llevar las metáforas que utiliza para hablar sobre la muerte.

La muerte en el Antiguo Testamento

Las antiguas culturas semíticas retrataron sus ideas de la vida futura a través de metáforas como la oscuridad, el silencio y el polvo. La Biblia, especialmente el Antiguo Testamento, a veces usa imágenes similares cuando habla de la muerte y de los muertos. El Antiguo Testamento a menudo refiere que los muertos están en el sheol. El sheol puede indicar el reino de los muertos o el poder detrás de la muerte.4 Las Escrituras representan al sheol como un lugar:

1 Oscuro (Job 10:21; 17:13; 18:18; Sal. 88:12; 143:3; Lam. 3: 6).

2 Polvoriento y seco (Job 17:16; 21:26; Sal. 7:5).5

3 Silencioso (Sal. 31:17, 18; 94:17; 115:17; Isa. 47:5).

El Antiguo Testamento presenta al sheol como la morada tanto de los justos como de los impíos (Job 30:23). Solo una vez habla del sheol en el contexto limitado de los malvados muertos (Sal. 9:17). Aunque los muertos pueden estar en el sheol, no están más allá de la presencia de Dios (Sal. 139:8; Prov. 15:11; Job 26:6; Amós 9:2). El Señor puede rescatar del sheol a los muertos y restaurarlos a la vida física (Sal. 16:10; 30:3; 49:15; 86:13; Job 33:18, 28-30). Los escritores de la Biblia representaron al sheol en las profundidades de la tierra (Sal. 88:6; Eze. 26:20; 31:15; Amós 9:2). Podría ser personificado como una bestia hambrienta (Prov. 27:20; Isa. 5:14; Hab. 2:5) con la boca abierta y un apetito insaciable, recordando una de las descripciones del dios cananeo de la muerte, Mot.6

En cuanto a los propios muertos, lo más que podemos inferir del Antiguo Testamento es que son representados como poco más que sombras. Pero como veremos más adelante, las limitaciones fundamentales que el Antiguo Testamento les impone hacen que incluso esa opacidad sea imposible.

Ten en cuenta que incluso estas imágenes aparecen como breves alusiones en pasajes poéticos, advirtiéndonos no llevar su literalidad demasiado lejos. El mismo principio se aplica a los pasajes más extensos.

En Isaías 14:9 al 20 y Ezequiel 32, por ejemplo, los escritores representan a los muertos como si hicieran comentarios sobre el fallecido recién llegado. Los autores bíblicos probablemente están usando la tradición semítica del más allá para ridiculizar las actitudes de las culturas circundantes. Ninguno de los dos capítulos tiene como objetivo una descripción formal de la morada de los muertos. La intención parece ser la simbolización de la impotencia de los enemigos de Dios. Estas representaciones son recursos literarios que entenderían tanto israelitas como no israelitas, no exposiciones sistemáticas de doctrina. E incluso así, la vida después de la muerte que describen es bastante diferente de la comprensión popular de un infierno de fuego proyectado sobre ciertos pasajes del Nuevo Testamento o la dicha del cielo imaginada por muchos hoy.

Los escritores del Antiguo Testamento pueden haber empleado imágenes familiares y generalizadas de culturas circundantes que creían en una vida consciente posterior. Pero lo hicieron con su propio giro particular, una perspectiva que nos ayuda a comprender tanto lo que querían decir como lo que no tenían la intención de decir. Hace algunos años, Alexander Heidel comparó lo que el Antiguo Testamento dice sobre los muertos con los conceptos mesopotámicos de una vida futura.7 Encontró una serie de diferencias fundamentales que nos ayudan a interpretar las declaraciones bíblicas sobre la muerte (la religión egipcia compartía algunas características con la de la Mesopotamia). Los contrastes entre la religión bíblica y la pagana incluyen:

1 La religión mesopotámica afirmaba que los dioses crearon la muerte como una parte natural del orden de las cosas para los seres humanos. El Antiguo Testamento enseña que Dios creó a los seres humanos con la intención de hacerlos vivir para siempre. La muerte no formaba parte del plan de Dios para ellos (más adelante veremos la explicación bíblica del origen de la muerte).

2 La religión mesopotámica tenía dioses especiales que gobernaban el mundo de los muertos. El Dios de Israel gobierna tanto a los vivos como a los muertos.

3 Los mesopotámicos consideraban que tanto los vivos como los muertos dependían unos de otros. Los vivos tenían que alimentar a los muertos, y los muertos a su vez podían ayudar o dañar a los vivos, porque sabían lo que estaba sucediendo en el mundo de arriba. El Antiguo Testamento claramente enfatiza que los muertos no saben nada de lo que les sucede a los vivos (discutiremos esto un poco más tarde).8

4 La religión mesopotámica no mencionaba nada sobre el concepto de resurrección del cuerpo. Mientras que un dios (como Baal) podría escapar del inframundo, ningún ser humano lo hizo. Sin embargo, en los libros de Daniel e Isaías se presentan los primeros indicios importantes de la doctrina de la resurrección (el tema de la resurrección se examinará más adelante).

“Estas diferencias –concluye Heidel–, establecen que la escatología de los mesopotámicos y la de los hebreos están tan alejadas como lo está el Este del Oeste”.9

Además de estas diferencias, el Antiguo Testamento impone limitaciones estrictas a los muertos. Estos límites, a todos los efectos prácticos, nos hacen imposible interpretar las imágenes que usan los escritores del Antiguo Testamento como algo más que vehículos literarios para presentar un punto o enseñanza del autor. No describen la realidad, excepto en el sentido más general de la lección que intentan transmitir. Cualquiera que sea el destino de los muertos, de acuerdo con las Escrituras, no puede violar los siguientes criterios:

1 Los muertos no recuerdan nada de su vida humana (Sal. 6:5; 88:12).

2 Los muertos no tienen pensamientos (Ecl. 9:10; Sal. 146:4).

3 Los muertos no hablan (Sal. 31:17; 94:17) ni tampoco alaban a Dios (Sal. 6:5; 30:9).

4 Los muertos no saben nada de lo que sucede en el mundo de los vivos (Job 14:21; Ecl. 9:10).10

5 Los muertos ya no pueden trabajar (Ecl. 9:10).

6 Los muertos ya no pueden participar en la vida humana ni influir en lo que ocurre entre los vivos (Ecl. 9:6).

7 Los seres humanos y los animales perecen de la misma manera (Ecl. 3:19-21).11

Joel B. Green lo resume sucintamente: “Para las Escrituras de Israel, la muerte nunca se trata simplemente de un cese biológico. Aunque los libros del Antiguo Testamento proporcionan alguna variación en sus perspectivas sobre la muerte, podemos hablar de algunos denominadores comunes. Esto incluiría al menos tres afirmaciones: primero, la existencia humana está marcada por la finitud; segundo, la muerte es absoluta; y tercero, la muerte es considerada como la esfera dentro de la que se pierde la comunión con Jehová”.12

Si los muertos no piensan, no hablan, no recuerdan y no saben nada, entonces no pueden tener ninguna forma de conciencia que podamos comprender. Por lo tanto, ¿Cómo podemos decir que ya no tienen una forma significativa de existencia?

Ten en cuenta que muchos de los textos citados provienen del libro de Eclesiastés, que tiene un enfoque bastante pesimista. Algunos intentan minimizar las declaraciones del libro sobre la naturaleza de la muerte al manifestar que los pasajes son solo quejas de un individuo quizás deprimido. Eclesiastés es sombrío a veces, mientras su autor lucha con preguntas profundas y complejas. Pero si los muertos no están realmente inconscientes y desconocen la vida en la Tierra (Ecl. 9:5, 6), si los justos y los malvados no comparten el mismo destino al morir (Ecl. 6:6; 9:2), y si los seres humanos y los animales no tienen la misma condición al morir (Ecl. 3:19-21), las comparaciones del Predicador (como se llama a sí mismo; Ecle. 1:1) no tienen sentido y sus argumentos colapsan. Sin embargo, el autor está presentando una realidad y verdad fundamental. De lo contrario, ¿por qué está Eclesiastés en la Biblia?

Otros podrían argumentar que la literalidad de los textos poéticos y sapienciales no debe ser llevada demasiado lejos. Si bien eso es cierto, nuevamente, el mensaje del salmista no tendría sentido si no hubiera ninguna verdad en sus comparaciones y figuras retóricas. Debemos tomar en serio lo que la Biblia menciona acerca de las limitaciones que poseen los muertos.

A diferencia de las elaboradas representaciones del inframundo que se encuentran en las pinturas y los rollos de tumbas egipcias y en los documentos mesopotámicos, la Biblia casi no tiene nada que decir sobre el sheol.13 Este hecho debería advertirnos contra el uso de sus pocas alusiones a los muertos para construir una doctrina detallada de la vida futura. Los escritores de la Biblia parecen estar más interesados en lo que no son los muertos que en cuál podría ser su existencia. Aún más importante, se centran en lo que deben hacer los vivos para relacionarse con Dios antes de morir.

Muchos eruditos, a pesar de que pueden creer personalmente en una vida futura consciente, tienen cuidado de dejar en claro que el Antiguo Testamento no enseña la comprensión cristiana popular de a dónde van las personas después de su muerte. Recuerdo que el notable sacerdote y erudito católico Roland Murphy, antes de una presentación sobre la literatura sapiencial (Proverbios, Eclesiastés, Job y libros similares) de la Biblia, enfatizó que, si bien uno podría mantener los puntos de vista cristianos tradicionales sobre el más allá, también debe reconocer que el Antiguo Testamento simplemente no los enseñó.

Otros se sienten incómodos con las restricciones que el Antiguo Testamento impone sobre los muertos. Como ejemplo, Robert A. Morey se quejó de la “dependencia indebida de los textos del Antiguo Testamento” por parte de aquellos que rechazan un estado consciente de los muertos.14 Argumentó que la revelación progresiva significa que debemos interpretar los pasajes del Antiguo Testamento a la luz del Nuevo Testamento, que tendría una mayor comprensión sobre este tema. Pero el Antiguo Testamento eran las Escrituras de Cristo y de la iglesia cristiana primitiva y, como veremos, el Nuevo Testamento está más en armonía con el Antiguo Testamento en su perspectiva de la muerte de lo que la mayoría está dispuesta a reconocer.

El origen de la muerte

El Antiguo Testamento describe la naturaleza o condición de la muerte solo brevemente, y menciona de manera sucinta su origen. En lugar de entrar en detalles, se limita a narrar una historia simple pero profunda, y luego permite al lector reflexionar sobre sus implicaciones.

Después de que Dios creó a los primeros seres humanos, les dio un lugar especial para vivir: el Jardín del Edén. Todo en él les pertenecía, excepto una sola cosa. “Puedes comer libremente del fruto de cualquier árbol del huerto, excepto del árbol del conocimiento del bien y del mal. Si comes de su fruto, sin duda morirás” (Gén. 2:16, 17, NVI). Dios les había permitido el uso de cada parte de su buena creación, y solo estableció que no podían comer del fruto de un solo árbol; difícilmente algo que ellos no pudieran cumplir.

Las Escrituras no entran en extensas explicaciones teológicas o científicas de lo que sucedió en el árbol del bien y del mal. El Génesis dejó mucho para que la revelación posterior desarrollara, y seguiremos sin conocer muchos detalles hasta que nos encontremos con Dios cara a cara.

Génesis 3:1 dice que “la serpiente era el más astuto de todos los animales salvajes que el Señor Dios había hecho”. El autor bíblico no explica cómo un ser que formaba parte de una creación física a la que Dios gozosamente llamó “buena” (Gén. 1:31) podría volverse contra su Creador. Tampoco nos dice cómo y por qué llevó a la pareja humana, que se suponía que tenían dominio sobre ella, a la desobediencia. El Nuevo Testamento ofrece pistas sobre el accionar de una serpiente mayor, pero Génesis está más interesado en cómo la pareja se lanzó voluntariamente a la rebelión contra el Creador.

La mujer (que todavía no ha recibido nombre) se encuentra con la serpiente un día.

“¿De veras Dios les dijo que no deben comer del fruto de ninguno de los árboles del huerto?” (vers. 1), afirmó la serpiente.

Por supuesto, el Creador nunca había dicho tal cosa. La serpiente utiliza una gran mentira para engañar a la mujer. Hace una distorsión tan grande en una dirección, que la mujer –sin darse cuenta– se balancea hacia el otro extremo en su esfuerzo por corregirla.

“Claro que podemos comer del fruto de los árboles del huerto –contestó la mujer–. Es solo del fruto del árbol que está en medio del huerto del que no se nos permite comer. Dios dijo: ‘No deben comerlo, ni siquiera tocarlo; si lo hacen, morirán’ ” (vers. 2, 3).

La mujer agregó elementos al mandato de Dios, haciéndolo más estricto de lo que era. La tergiversación por parte de la serpiente del mandato de Dios sembró en la mente del ser humano la posibilidad de hacer algo diferente de lo que su Creador les había pedido que hicieran. Si la pareja hubiera obedecido el mandato divino, habrían sabido lo que era confiar en Dios. En cambio, al escuchar a la serpiente y luego hacer lo que sugería, llegaron a conocer solo la desconfianza.

A primera vista, lo que dice la serpiente a continuación parece cambiar el tema. Pero esa era realmente la meta hacia la que todo el tiempo se había estado dirigiendo. La criatura le dijo: “¡No morirán!15 Dios sabe que, en cuanto coman del fruto, se les abrirán los ojos y serán como Dios, con el conocimiento del bien y del mal” (vers. 4, 5).16

La pareja humana comió la fruta prohibida, especialmente porque el fruto del árbol “era deseable para adquirir sabiduría” (vers. 6, NVI). El hombre y la mujer ansiaban sabiduría, pero solo obtuvieron vergüenza y miedo (vers. 7, 8). Nuestros primeros padres anhelaban ser dioses, pero solo causaron que la imagen de Dios –que ya poseían (Gén. 1:27)– resultara trágicamente dañada. Habían usado su libertad, parte de esa imagen, y la habían transformado en desobediencia y esclavitud al miedo y a la muerte. Habían pecado. El pecado conduce al desorden y al caos en todos los aspectos de la vida. Y la muerte es el desorden supremo.

La muerte en el Nuevo Testamento

El resto del Antiguo Testamento, aunque reconoce en Génesis 2 y 3 que la muerte no formaba parte del plan original de Dios, sigue considerándola una conclusión normal de la vida, a pesar de que hemos visto algunas excepciones, tales como Eclesiastés 9:3.17 La gente disfrutaba de una buena vida, honraba a Dios y era enterrada con sus antepasados. Las Escrituras hebreas rara vez aluden a la posibilidad de la resurrección. Era importante que haya descendientes para mantener vivo el “nombre” de la familia, ya que nadie regresaba de la tumba (Núm. 27:4; Deut. 25:6).

Sin embargo, en el Nuevo Testamento se considera la muerte con mayor horror. Los discípulos gritan con miedo a la muerte durante la tormenta en el Mar de Galilea (Mat. 8:23-27; Mar. 4:35-41; Luc. 8:22-25). En Mateo 4:16 y Lucas 1:79 se emplea la frase “sombra de muerte” en un sentido negativo. Jesús resucita a los muertos pero llora por la muerte de Lázaro (Juan 11:35). Cristo se acerca a su propia muerte con angustia (Mat. 26:36-44; 27:46; Mar. 14:32-39; 15:34; Luc. 22:39-44). Los escritores del Nuevo Testamento elaboran más completamente la idea de que Dios no creó a la humanidad para morir. La muerte nos acecha por el pecado humano y la falta de obediencia: “La paga que deja el pecado es la muerte” (Rom. 6:23). Adán fue el causante de traer la muerte sobre la raza humana (Rom. 5:16, 18; 1 Cor. 15:21), y finalmente ella se cierne sobre todos (Heb. 9:27). El Nuevo Testamento también la vincula con el Juicio, especialmente el que deberán afrontar los impíos (Rom. 2:1-11; Apoc. 20:6; 21:8).

Pero si bien la muerte no estaba en los planes iniciales, Cristo vino a traer la solución. Él revirtió la maldición que Adán infligió a la humanidad (Rom. 5:10) y obtuvo para nosotros la vida en lugar de la muerte (vers. 18). Su crucifixión destruyó “el poder del diablo, quien tenía el poder sobre la muerte” (Heb. 2:14). El Nuevo Testamento asocia estrechamente a Satanás con la muerte. Y mientras que el Antiguo Testamento conectaba al pecado con la muerte (Eze. 18: 4, 20), el Nuevo Testamento explica más detalladamente esa relación (Rom. 3:23; 5:12-21).

Pero va todavía más allá: ve a Cristo como la solución a ambos problemas. Su muerte no solo nos trajo perdón por nuestros pecados, sino que también “destruyó el poder de la muerte e iluminó el camino a la vida y a la inmortalidad por medio de la Buena Noticia” (2 Tim. 1:10).

A diferencia de la de los seres humanos caídos, la muerte no pudo retener a Jesús en su tumba (Hech. 2:24). Por su muerte y resurrección victoriosa, Cristo adquirió el derecho a ser “Señor de los vivos y de los muertos” (Rom. 14:9). Porque experimentó la misma muerte, hoy tiene “las llaves de la muerte y de la tumba” (Apoc. 1:18).

Quizás lo más importante de todo es que el Nuevo Testamento reconsidera a la muerte dentro –ahora– del contexto de la victoriosa resurrección de Jesús. El adjetivo griego para “muerto” es nekrós. Setenta y cinco veces nekrós es el objeto de egeiro (“despertar”) o anastasis (“resucitar”). El Nuevo Testamento describe a Cristo como “el primogénito de entre los muertos” en el sentido de que fue el más importante en levantarse de la tumba (Col. 1:18; Apoc. 1:5). Incluso si llegamos a morir, la muerte no nos separa de Cristo (Rom. 8:38, 39). Así, Pablo puede comparar metafóricamente la muerte con estar “en el hogar celestial con el Señor” (2 Cor. 5:8), o afirmar que la muerte es “ganancia” (Fil. 1:21, RVR), y como “partir y estar con Cristo” (vers. 23).

En cada caso, Pablo está diciendo que no debemos preocuparnos por la muerte, ya que ni esta ni nada en la vida puede interponerse entre nosotros y Dios. Es su manera de describir su confianza en Cristo y su plan de salvación, no alguna hipotética etapa intermedia entre la muerte y la resurrección. “En pocas palabras, Pablo describe que la muerte del cristiano no es amenazante ni implica el final de la existencia”.18 Esta es una imagen que no debe ser forzada, especialmente no en una doctrina que contradiga el resto de la enseñanza bíblica sobre la naturaleza de la muerte y de los muertos. Sin Cristo, la muerte es amenazante y definitiva.

¿Qué pasa con un pasaje como 1 Pedro 3:19, que afirma que Cristo “fue a predicarles a los espíritus encarcelados”? La tradición ha sostenido durante mucho tiempo que Cristo fue al infierno durante su entierro y predicó a los muertos allí. Paul J. Achtemeier, sin embargo, presenta un creciente consenso académico de que la proclamación de Cristo en este pasaje no tuvo lugar entre su muerte y su resurrección, sino después de haber resucitado. Los “espíritus” no fueron las almas de los muertos, sino poderes del mal, y Cristo no les predicó el evangelio, sino que los juzgó a la luz de la Cruz.19

Además, Achtemeier considera a los muertos de 1 Pedro 4:6 como cristianos que habían aceptado el evangelio antes de su muerte, y la Cruz les asegura que ellos resucitarán en el futuro y vivirán con Dios.20

El Nuevo Testamento también utiliza la muerte como símbolo del pecado y sus efectos. Uno puede estar “muerto en pecado” (Efe. 2:1; Col. 2:13; Apoc. 3:1) o ser prisionero del poder del pecado (Rom. 7:24). La conversión a Cristo, la liberación de la esclavitud del pecado, se convierte en un nuevo nacimiento (Rom. 6:5-11; Gál. 2:20).

Pero aunque todos enfrentamos la perspectiva de la muerte hasta el regreso de Cristo, aquellos que están “en Cristo” tienen la promesa del don Dios de la inmortalidad. Es una esperanza maravillosa (Rom. 8:31-38; 1 Cor. 15:58; 1 Tes. 4:18), porque sabemos que recibiremos “vida nueva” (1 Cor. 15:22). Así, el foco deja de estar en la muerte para concentrarse en la resurrección, en el poder de Cristo para vencer la muerte; y también en la necesidad del creyente de ser fiel a Cristo.

Ücretsiz ön izlemeyi tamamladınız.

₺198,09

Türler ve etiketler

Yaş sınırı:
0+
Hacim:
151 s. 2 illüstrasyon
ISBN:
9789877983418
Yayıncı:
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi:
Metin
Ortalama puan 0, 0 oylamaya göre