Kitabı oku: «Ha Caído Un Piloto En Mi Jardín», sayfa 4
IV
La cena
Se habÃa hecho de noche poco tiempo antes. La luz del crepúsculo, esos dÃas, era persistente. Carlotta acababa de encender las cuatro velas, colocadas a los lados de la veranda, cuando oyó el ruido de un coche que se paraba delante de la casa. Fue a la puerta peatonal del jardÃn.
âBienvenido.
âBuenas noches, Carlotta ârespondió Edoardo. Se inclinó para darle un beso en la mejilla, y después le dio un ramo de floresâ. Para ti. Espero que te gusten.
âEs muy bonito. ¿Cómo lo has hecho? Las floristerÃas están cerradas a estas horas.
âCon nuestros horarios, estamos acostumbrados a prepararnos con antelación. He llamado a una tienda de Casteggio y he pedido que me lo llevaran a la base del helicóptero. Lo he comprado por teléfono, fiándome de las explicaciones que me daban.
âLo has hecho muy bien âdijo Carlotta. Después, señalando la botella que Edoardo tenÃa en la mano, añadióâ: ¿Y eso?
âUn brut de pinot de la zona, para el aperitivo. âEnseñó la etiqueta, y luego continuóâ: He pensado que podrÃa estar bien. Está a la temperatura justa. âLa sonrisa de Edoardo hizo desaparecer las últimas reservas de Carlotta.
âHay vasos encima de la mesa en la veranda. SÃrvelo tú, que yo tengo que volver a la cocina. âDesapareció en el interior de la casa.
Cogió la botella de tomate triturado que habÃa preparado en agosto del año anterior: tomates de distintas variedades, sal, unas hojas de albahaca y nada más. Puso una buena cantidad en una cazuela que puso a fuego bajo. Sacó el bloque de mantequilla que habÃa comprado esa mañana de la nevera y lo dejó sobre la mesa. Una cazuela casi llena de agua puesta a calentar completó el principio de la preparación.
Volvió al porche. Edoardo habÃa cogido los vasos y habÃa preparado la botella del brut espumoso de pinot.
â¿Estás lista? No podré retenerlo mucho más. âCon una presión ligerÃsima sobre el tapón lo hizo saltar, y salió un chorro de espuma, que dirigió al interior del vaso de champánâ. Sé que no deberÃa salir disparado, pero es mucho más divertido. âLe dio un vaso a Carlotta y lo tocó con el suyoâ. A ti, a nosotros, a la noche de San Juan.
âSà âdijo Carlottaâ. A nosotros y a esta noche de San Juan. âBebió echando la cabeza hacia atrás. Su pelo se alejó del cuello, descubriéndolo. Edoardo tuvo el impulso de ir a besarlo.
«Tranquilo, Edoardo, ¿no has visto nunca un cuello de mujer?»
âPero ¡estas son mis Ray-Ban!
âLas encontré en el jardÃn. No están rotas, y las he limpiado. âCarlotta se sentó de lado encima de Edoardo, cogió las gafas y se las puso, dejándolas sobre la punta de la nariz, para poder mirarlo a los ojos de cerca. Le susurróâ: Dan suerte. Acuérdate de llevarlas siempre; tienes que ver el mundo a través de ellas.
Le dio un beso suave. Edoardo sintió los labios húmedos refrescados por el espumoso. Notó cómo el cuerpo de ella se apoyaba contra el suyo, y sintió el perfume proveniente de sus senos cálidos.
«Oh, dios mÃo... peor que el cuello...».
âEs un vino que nos sostendrá con su fuerza: me gusta esta referencia a la fuerza que da la madre tierra a sus hijos âdijo Carlotta, leyendo el nombre de la etiquetaâ: Anteo. âDespués siguió leyendo las caracterÃsticasâ: Método Martinotti [06], efervescencia fina; color amarillo pajizo con reflejos brillantes; buqué fresco y elegante con notas iniciales de pan fermentado y finales de cÃtricos; sabroso, equilibrado, con buena persistencia. Es lo mÃnimo que podemos esperarnos de un producto de la tierra con este nombre âañadió Carlottaâ. Tomaré un poco más, tengo que ser fuerte.
Edoardo llenó los vasos. Bebieron mirándose a través de las burbujas.
âVoy a buscar el primer plato. âCarlotta le dio otro beso y se levantó, recorriendo la cara de Edoardo con una caricia de su mano. VeÃa claramente el efecto que habÃa provocado y eso la hacÃa feliz. Edoardo sintió indistintamente cómo le subÃa el pulso. La miró alejarse y después se sirvió otro vaso de espumoso.
Sacó los tortelloni de la nevera y los echó en el agua salada que hervÃa. Apagó el fuego de la cazuela con el tomate triturado y añadió un trozo generoso del bloque de mantequilla. Después de unos minutos los tortelloni estaban listos; los recogió con la espumadera y los depositó en una sopera junto con la salsa de tomate y mantequilla. Cogió un plato, en el que colocó un trozo de queso parmesano curado y un rallador. Llevó todo al porche.
âAquà estoy âdijo Carlotta, satisfecha. âCogió un cucharón para servir y puso una docena de tortelloni en el plato de Edoardoâ. Tortelloni de requesón condimentados con mantequilla y oro, Bononia docet [07]. El parmesano está a parte, puedes rallar la cantidad que quieras, pero se aconseja que sea entre poco y nada. Para el vino, podemos seguir con tu brut; en mi opinión, es perfecto.
Edoardo habÃa trabajado todo el dÃa y solo habÃa comido un bocadillo a mediodÃa. Se lanzó sobre los tortelloni con la misma energÃa que la que dedicaba a volar con el helicóptero sobre los viñedos. Y con la misma energÃa se los comió todos.
âBuenÃsimos. ¿Me equivoco, o hay una nota de ajo? Una maravilla.
âEsperaba que te gustaran con el ajo âdijo Carlotta.
â¿Es una broma? Me encanta el ajo, y... las mujeres que huelen a él. âDejó de hablar y se desplazó hacia Carlotta, que estaba a su derecha en la mesa, que habÃa puesto para que comieran en dos lados adyacentes. Hizo un gesto como si la olfateara y luego la besó. Pasó su lengua sobre los labios de ella, como para limpiarlos. Puso un dedo en la sopera, recogió un poco de salsa y lo puso en la boca de ella, que la cerró a medias para permitirle meter el dedo lo mÃnimo para que ella pudiera chuparlo. Le dio un beso largo con la lengua, que movió junto a la suya en esa mezcla de mantequilla y oro.
âTienes un sabor buenÃsimo âdijo.
âTú también âdijo Carlottaâ, y yo puedo decirlo con conocimiento de causa.
La alusión, directa y maliciosa, tuvo un efecto demoledor sobre Edoardo. Se levantó, encontró el interruptor de la luz al lado de la veranda y la apagó, dejando que la única iluminación fuera la de las débiles llamas de las cuatro velas en las esquinas. Volvió al lado de Carlotta y dijo:
âEsta es una condición de desigualdad que tiene que ser corregida inmediatamente.
Giró su silla, de manera que no estuviera mirando a la mesa, se arrodilló delante de ella y metió las manos bajo la falda, subiendo desde las pantorrillas hasta los muslos y más arriba aún. Sintió que Carlotta separaba las piernas para facilitar sus acciones. Se dio cuenta de que no llevaba ropa interior. Llegó con las manos hasta la cadera y tiró de ella hacia sÃ, haciéndola adoptar una posición medio tumbada en la silla. Subió la falda hasta la cintura para descubrir su sexo, que se abrió rosa y húmedo en medio del negro del pelo exuberante. Edoardo sumergió su boca en él y lo probó, adaptándose a los movimientos que ella imprimÃa a su cadera.
Sintió sus manos sobre la nuca y oyó sus palabras:
âQuerido... querido. Bebe de mÃ... tendrás sed de mÃ.
Después, las mismas manos lo detuvieron.
âYa está bien. Ahora que conoces mi sabor, podemos comer el segundo plato. ¿Qué te parece?
Edoardo la miró y sonrió.
âEs un placer mirarte desde esta perspectiva âdijo.
âDespués podrás mirarme desde todas las perspectivas que quieras ârespondió Carlotta, dándole un golpecillo sobre la nariz con su dedo Ãndice.
Se levantó y se fue a la cocina. Sacó las botellas de vino de la nevera y las acercó a la puerta:
âAbre el vino, uno de los dos, que se ha acabado el brut y, de todas maneras, ahora es mejor cambiar.
Edoardo eligió una botella y dejó la otra en una mesa de servicio que estaba cerca. La destapó y la puso en la mesa.
Carlotta encendió un fuego fuerte bajo la pintada. TenÃa que calentarla un poco. Después de calentarla rápidamente, apagó el fuego. Decidió llevarla a la mesa directamente en la cacerola.
Edoardo habÃa llenado dos copas de vino hasta la mitad.
«Buttafuoco» [08] con la pintada âdijoâ. Esta es mi elección.
â¿Te has dado cuenta de que lo he enfriado ligeramente? Espero que no te moleste, a pesar de que los expertos lo desaconsejan.
âEs una buena idea. Solo está un poco más frÃo de la temperatura aconsejada.
â¿Por qué has elegido el Buttafuoco?
âMe ha hecho pensar que tiene algo de tu impresión.
â¿Mi impresión? âCarlotta cogió la botella y encendió la luz que Edoardo habÃa apagado.
Giró la botella y leyó la etiqueta.
âDe color rojo rubà vivaz con reflejos violáceos. âMiró a Edoardoâ. DirÃa que, por su aspecto, deberÃa ser más bien un rosado.
âHe dicho de tu impresión, no de tu aspecto ârebatió Edoardo con tono serio.
âEn nariz âcontinuó Carlottaâ, buena intensidad, penetrante, con una nota ligera de regaliz, mermelada de grosellas con matices especiados. ¿Entonces?
âBuena intensidad, penetrante, matices especiados y una nota de regaliz. Confirmado. No me acuerdo de cuál es el perfume de las grosellas, asà que sobre eso no me pronuncio. Si tienes jugo podré comprobarlo.
Carlotta siguió leyendo.
âEn boca: completo, redondo, robusto. âLo miró con esa expresión que solo las mujeres saben adoptar. Esa mezcla de inocencia y malicia que impide dormir a los hombresâ. Ahora sà que puedo afirmar que me recuerda a ti.
Cogieron las copas. Ãl lo olió y dijo:
âMmm... es justo asÃ: impresión de regaliz. Ella bebió un sorbo y añadió: âMmm... es justo asÃ: completo y robusto. âRieron los dos y se sirvieron tanto trozos de pintada como vasos de vino.
¿Desde cuándo eres piloto? ¿Te gusta? ¿Dónde vives? ¿Estás casado? ¿Dónde trabajas normalmente? ¿No preferirÃas volar para llevar de paseo a los ricos? ¿Es peligroso volar sobre los viñedos? ¿Tienes novia? ¿Con cuántas mujeres has estado? ¿Tus padres?
¿Por qué vives sola? Sé que estás casada, pero ¿dónde está tu marido? ¿Dónde has aprendido a cocinar tan bien? ¿Tienes hijos? ¿Sabes que eres guapÃsima? Casi, casi, doy gracias de haber tenido el accidente, si no, no te habrÃa conocido. ¿Has estado con otros hombres?
Las tÃpicas preguntas que se hacen al principio de una relación que se percibe como importante. Con la disminución de la pintada en la cacerola y del Buttafuoco en la botella aumentó, en proporción inversa, el conocimiento que cada uno tenÃa del otro. O, mejor dicho, el conocimiento de todos los hechos y situaciones que definen la imagen que los demás se hacen de otra persona. No hablaron de sus aspectos más Ãntimos, más protegidos. Esos, apenas habÃan empezado a explorarlos con sus relaciones sexuales.
âNo he entendido bien cuántas novias has tenido. ¿O a lo mejor lo has dicho y no lo he oÃdo? âpreguntó Carlotta.
âPocas, se cuentan con los dedos de una mano.
â¿Usando una calculadora?
âNo, mujer... no me acuerdo bien, pero habrán sido dos o tres.
En realidad, Edoardo jugaba con el significado legal de noviazgo, y no lo entendÃa (o no querÃa entenderlo), según el sentido de la pregunta, es decir, con cuántas mujeres habÃa flirteado, o con cuántas se habÃa acostado.
âY tú âcontinuó, fiel a la teorÃa de que la mejor defensa es un buen ataqueâ, me has dicho que, además de tu marido ha habido otros, pero decir que has sido evasiva es poco. ¿Puedes contarme algo más?
âTe lo diré en cuanto pueda. Dame tiempo y sabrás todo de mÃ. âLa expresión de Carlotta y su tono de voz se habÃan vuelto serios, y Edoardo no quiso insistir. Asà evitó también entrar en el asunto del número de sus novias.
Volvieron, podrÃa decirse que de común acuerdo, a la comida que estaba en la mesa. Empezaron a comer con las manos. El buen sabor de la carne de la cazuela, comida asÃ, realzaba todo su valor. Edoardo no se retuvo y usó un trozo de pan de miga blanda para rebañar el jugo delicioso del fondo de la cazuela.
âLlévatela, por favor. SerÃa capaz de secarla âdijo, chupándose los dedos para quitar los restos de salsa.
âSupongo que podemos pasar al postre âdijo Carlottaâ. Sigue haciendo de invitado y trae el vodka que está en el congelador.
â¿Vodka? ¿Con el postre?
âYa verás.
Carlotta volvió con los dos vasos llenos de mascarpone y mostaza, colocados en medio de un plato en el que habÃa puesto también una pequeña rodaja de gorgonzola fresco y suave, y algunos trozos de nueces.
Edoardo, que la habÃa seguido hasta la cocina, sacó la botella de vodka y los vasos de licor del congelador.
âLa combinación con la mostaza era muy difÃcil. He pensado en el sabor simple, limpio y fresco del vodka Moskovskaya y a su carácter suave y envolvente, carente de aspereza. Te propongo que seas mi cobaya en este experimento.
âMe encantará ser el cobaya de todos tus experimentos. ¿Cómo piensas usarme esta noche? ¿Tienes en mente experimentos muy cientÃficos?
Carlotta sonrió y se acercó para besar a Edoardo. Fue un beso largo.
âVamos con el postre, que dentro de poco van a ser las doce âdijo.
â¿Por qué? ¿Tienes que marcharte a medianoche, antes de que la carroza se transforme en calabaza? Déjame ver tus escuderos âdijo Edoardo, haciendo como que iba hacia la huerta.
âNo, no hay nada especial. Solo, que habÃa pensado hacer el amor contigo a medianoche ârespondió, sonriendo, Carlotta.
âEntonces, vamos. Démonos prisa. No podemos faltar a nuestras obligaciones âdijo Edoardo, con énfasis.
Llenó una cuchara con mascarpone y mostaza. La metió en la boca, y quedó maravillado por la armonÃa de los sabores que probaba por primera vez. Con el vaso de vodka congelado, los sabores se diluyeron, dejando la boca preparada para la siguiente porción.
Después de dos cucharadas de mascarpone con mostaza, probó, en la siguiente, a añadir un trozo de gorgonzola y uno de nuez, aportando una variedad sorprendente a los sabores, y predisponiendo de nuevo la boca a la limpieza con el vodka. Con el tercer vaso de vodka acabaron el postre.
âMira las hogueras de los campesinos âdijo Edoardo, señalando una serie de fuegos que veÃan brillar dispersos por todas partes, en la oscuridadâ. Estas viejas costumbres son hermosas âcontinuó.
âSà âdijo Carlotta. Después, acercó su silla y apoyó la cabeza sobre su hombroâ. Yo también la hago todos los años. Le he pedido al campesino que me ayuda con el jardÃn que me prepare una. Es hora de encenderla. ¿Me ayudas?
En el centro del césped habÃa una pequeña pira formada por ramas secas de varios tamaños. Carlotta se levantó, cogió una de las velas, y se dirigió hacia la pira protegiendo la llama con la mano. Se inclinó sobre la pira y encendió unas hojas de papel y unos trocitos pequeños de leña en la base del montón. Poco después, una llama enorme iluminó esa zona del jardÃn. Edoardo no pudo evitar ver que se encontraba justo donde él habÃa caÃdo con el helicóptero.
âQué curioso, el otro dÃa estaba mi helicóptero en el sitio de la hoguera. Menos mal que no se incendió. Mejor quemar la leña del jardÃn.
âSÃ. Este año ha habido muchas coincidencias âdijo Carlotta.
Edoardo sacó un cigarrillo del bolsillo de su camisa. Le habÃa gustado el puro Toscano, pero preferÃa el humo más suave y aromático de sus pitillos holandeses. Lo encendió con la llama de un trozo pequeño de madera. Carlotta observó cómo realizaba ese gesto simple.
Es guapo, y me está destinado.
âVen, vamos a buscar hierbas para quemar.
âHabÃa comprendido que el programa era distinto.
âVen a la huerta, hay hierbas aromáticas.
Edoardo la siguió, divertido. Le gustaba esa chica, esa mujer. Y, cuando era misteriosa, le atraÃa todavÃa más.
âAnda, toma: un ajo, un cebollino, menta, una ramita de romero, verbena, un poco de ruda y, por supuesto, hipérico, que crece espontáneamente en los bordes de mi jardÃn.
â¿Hipérico?
âSÃ, la hierba de San Juan, para ahuyentar a los diablos.
Carlotta le frotó las flores en la nariz. Se quitó las sandalias y siguió andando descalza. Edoardo estaba fascinado por esa imagen, que lo excitaba. SabÃa que no llevaba ropa interior, y se la imaginaba desnuda bajo la falda. La camiseta blanca dejaba entrever unos senos bastante grandes y sostenidos. Los pezones, que se habÃan endurecido, se estampaban insolentes contra la tela ligera. Su manera de andar sin las sandalias le daba un aire selvático que lo embrujaba.
âAcércate âdijo Carlotta.
â¿Por qué quemas las hierbas?
âPara que sigamos teniendo buena salud, realicemos nuestros deseos y ahuyentemos a los diablos. Todos menos uno.
Se rio, pero estaba seria. Al menos, él tuvo la sensación de que hablaba con ligereza de cosas importantes.
Carlotta habÃa cogido la mano de Edoardo y se habÃa sentado en la hierba con las piernas cruzadas, como los indios. Le invitó a que se sentara igual que ella, a su lado. Lentamente, cogÃa las hierbas del racimo y las tiraba al fuego. Después dijo, o más bien recitó:
âPido que no se canse de mÃ, pido que me busque siempre, pido que no tenga más mujeres que yo.
Edoardo no dijo nada. Daba pequeñas caladas al cigarrillo, dejándose envolver en su aroma del humo. La miraba fascinado y ligeramente asustado. La mujer, cuyo semblante estaba iluminado por las llamas de la hoguera, parecÃa estar envuelta en un aura misteriosa, y la atmósfera lo tenÃa intrigado.
âPido que se cierre el cÃrculo. Pido que se acabe la persecución y que sea libre de amar âcontinuó Carlotta, tirando las últimas hierbas en las llamas.
Edoardo no entendÃa el sentido de esas palabras, pero sintió cómo la atracción por ella se extendÃa por todo él. Tiró el cigarrillo a la llama de la hoguera, la abrazó y la besó, mucho rato. Degustó sus labios, su lengua. Le besó el cuello y los hombros. Le acarició el rostro, los costados. La hizo tumbarse sobre la hierba al lado del fuego, le levantó la falda y siguió besándola el vientre y los muslos. Le desabrochó la camisa y besó sus senos y sus pezones. Se puso de pie, se quitó los zapatos y la camiseta y se bajó los pantalones y el bóxer.
Carlotta miró cómo se erguÃa frente a ella: la mitad del cuerpo estaba roja por las llamas y la otra mitad, negra, por la oscuridad de la noche. El destino habÃa hecho que llegara hasta ella. Vio la expresión de deseo en su cara, vio que su sexo estaba listo para ella. Tendió los brazos y abrió las piernas, esperándolo.
âVen, amor, entra en mà âdijo.
Edoardo se tumbó encima de ella; mantuvo y alimentó el deseo con movimientos fuertes y profundos, veloces y controlados, dulces y sensibles, hasta que lo hizo irrumpir, cuando ella le susurró en el oÃdo:
âAhora, amor. Ahora. âÃl sintió las manos sobre sus riñones, reteniéndolo, acogido en un lecho de movimientos liberadores y contracciones que lo acariciaban.
Carlotta oyó claramente, mientras la esencia de Edoardo entraba para encontrar la suya, un campanario, a lo lejos, que daba las doce.
El fuego se redujo poco a poco hasta convertirse en brasas, con los dos amantes tumbados cerca.
â¡Qué frÃo! âCarlotta se levantó y se puso la ropa.
â¡Qué picaduras! âse lamentó Edoardo, intentando rascarse la espalda donde los mosquitos se habÃan invitado a sà mismos para cenar.
âPropongo que sigamos en mi cama âdijo Carlotta.
âEstoy de acuerdo ârespondió Edoardo, recogiendo sus pantalones y su camiseta.
Mientras andaban hacia la casa notó una mancha de color iridiscente en el arbusto de helechos que crecÃa en el rincón más húmedo del jardÃn.
âNo habÃa visto esa flor roja antes. Mira cómo brilla, envuelta en la luz de la luna.
âEs de esta noche. Ha florecido para nosotros ârespondió Carlottaâ. La ciencia afirma que los helechos no producen flores, pero yo sé que, una vez al año, durante la noche del solsticio de verano, florecen, y que la flor muere pocos minutos después. Es un privilegio verla, y los pocos que tienen la suerte son besados por la fortuna.
âQué amable âbromeó Edoardo, que no habÃa comprendido completamente la naturaleza de la florâ, besado por Carlotta y por esta señorita de la suerte.
Llegaron a la habitación y se dejaron caer en la cama. Se hicieron algunas caricias y después se sumieron en un sueño profundo.
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