Kitabı oku: «Aprender a rezar en la era de la técnica», sayfa 18

Yazı tipi:

LA IMPORTANCIA DE UN DEDO

3

En casa de Lenz Buchmann –que en realidad se ha convertido ya, y desde hace mucho, en la casa de Julia– aquél que porta el mismo nombre de su padre, Gustav Liegnitz, entra en la habitación del moribundo. Lenz, con los ojos despiertos, lo recibe con una mueca que recuerda vagamente una sonrisa y que, de hecho, es un intento de sonreír.

En cierto sentido, Buchmann trata todavía de dirigir la operación. Es él quien manda, es él quien tiene el control de la situación en sus manos, y eso es lo que intenta transmitir con la mirada y los gestos mínimos que aún logra hacer. Con un leve movimiento del dedo índice de la mano derecha señala el cajón, pero en vano, pues Gustav sabe de sobra dónde está la pistola. Aquel dedo es tan sólo un intento de seguir mandando, de seguir ocupando el centro.

Gustav saca la pistola del cajón.

Más despacio aún de lo que le impone la enfermedad, para que el sordomudo comprenda (¿de dónde salía aquel sordomudo, quién era? No lo recuerda, pero su cabeza retiene la imagen de que el sordomudo está allí para hacer aquello), Lenz le pide entonces que le sujete el arma, tan sólo eso.

Gustav, el sordomudo, actúa según lo acordado: coge la mano derecha de Buchmann, una mano que nota leve, como si no pesara nada en absoluto, y le dobla los dedos, dirigiéndolos de modo que encajen en la culata de la pistola.

El doctor Buchmann tiene la mano derecha –todos sus dedos– alrededor de la culata pero no logra hacer presión alguna; es Gustav quien sujeta la mano para que no se le caiga.

A continuación, el sordomudo, evitando con una de sus manos que la de Buchmann se desplome, utiliza la otra para colocar el dedo índice de aquella mano pasiva, vacía, sobre el gatillo. Gustav Liegnitz coloca el dedo índice de Buchmann en el lugar adecuado.

Siempre sujetando aquella mano dócil, la dirige ahora, a la mano y al arma que la mano blanda ha dejado ya inclinar demasiado, de tal modo que, por fin, la mano de Buch­mann apunte con el cañón del arma a su propia cabeza.

Gustav se limita a sujetar la mano de Buchmann con sumo cuidado para que ésta no se desvíe.

Poco después se hace visible que, apoyado en el gatillo, el dedo índice de Lenz Buchmann intenta hacer algo. El sordomudo ve claramente unos pequeños movimientos, una ligera contracción del dedo. Pero no es suficiente.

Hace falta que el dedo se contraiga, se doble y luego, manteniendo la misma dirección del movimiento, empuje el gatillo hacia atrás. Hace falta eso, parece pensar Gustav, de lo contrario la bala no saldrá.

El sordomudo repara ahora en la expresión facial del doctor Lenz Buchmann. Un rostro que casi no existe ya, en el que apenas queda carne, se esfuerza, hace incluso un esfuerzo sobrehumano, eso es evidente y Gustav lo percibe. Todas las fuerzas que le quedan a Buchmann se hallan concentradas allí, no sólo en aquella situación sino específicamente en aquel dedo, en aquel único dedo. Ya ni siquiera importa el resto de la mano.

Buchmann ha comprendido ya que el sordomudo se mantiene firme y no le dejará caer la mano. Más aún: la firmeza del sordomudo es tal que la mano de Buchmann casi no oscila. Sin embargo, lo demás es cosa suya. Es cosa de aquel dedo único, del índice. Todo está a la espera del dedo, y Lenz –así lo demuestra su rostro, inexpresivo desde hace mucho, y ahora súbitamente angustiadoestá dándolo todo, está concentrando toda su energía en un sólo dedo.

Y el dedo, de hecho, vuelve a moverse, ahora en un movimiento más perceptible. Ha empujado el gatillo, pero no ha sido precisamente un empujón, sino más bien un toque. Hace falta más fuerza, doctor Buchmann, más fuerza.

Lenz Buchmann hace un último intento, pero con resultados todavía menos exitosos que el anterior. Incluso a una escala tan ínfima, era evidente que había rebasado cierto punto: sus fuerzas se estaban agotando; era irreversible.

Fue entonces que Lenz pidió a Gustav de forma explícita que disparara; él no podía hacerlo. Que el sordomudo apretara el gatillo. Fue esto lo que Buchmann pidió hablando con gran dificultad debido al cansancio. El sordomudo no comprendió las palabras concretas, pero no era difícil entender lo que quería Buchmann. En un primer impulso, la mano derecha de Gustav se movió, pero muy lejos todavía del gatillo –de nuevo a esta escala–, se detuvo.

A continuación, sus dos manos reaccionaron al mismo tiempo, casi por instinto, y abandonaron con desprecio, con asco incluso, la tarea de soporte que habían realizado. Sin el sostén de las manos de Gustav, la mano derecha de Buchmann cayó al instante, y de este modo, casi al unísono, ocurrieron tres cosas: el sordomudo apartó las manos de todo aquello, el brazo de Buchmann cayó desamparado, la otra mitad en el colchón, mitad fuera, y justo después el arma cayó al suelo de la habitación, produciendo un pequeño ruido, un estrépito inesperado e inofensivo.

ÚLTIMO INTENTO DE HACER OÍR LA PALABRA
SOLIDEZ Y RESISTENCIA

1

Faltaba poco para que Lenz alcanzara la edad a la que su hermano Albert había muerto, pero, ¿cómo iba él a acordarse de eso ahora?

Lenz Buchmann seguía perdiendo la memoria, día tras día, a un ritmo galopante y aterrador. Sin embargo, no bien entró aquel hombre, con el modo delicado y ceremonioso de arrastrar los pies con que se avanza en la habitación de un moribundo, Buchmann tuvo la sensación de que lo reconocía. Cabe señalar que, para no asustar (¿por consejo de Julia, acaso?, no se sabe), el hombre se presentaba sin su, llamémosle así, equipamiento moral. Iba vestido de civil y nada en él delataba su condición, a no ser (pero tal vez fuera ya demasiado) la cruz que lucía en la parte exterior de la ropa.

Sin embargo, no se trataba de ocultar lo que había ido a hacer allí, sino sencillamente de no causar un sobresalto nada más entrar, de entrar como quien no quiere la cosa, con ropas comunes y no con la vestimenta del hombre que va a intentar arrancar de quien se muere la última voluntad benigna. Pero Lenz, como se ha dicho ya, lo reconoció al instante.

¿De dónde? ¿Quién era?

A continuación, llegaron las palabras tranquilas, pero que sólo tranquilizaban a quien las pronunciaba, pues Lenz pensaba en otra cosa.

Mientras tanto, aquellas palabras fueron avanzando y avanzando, unas tras otras, en un discurso que Buch­mann empezó también a reconocer, como si le recordaran una canción olvidada de la niñez, una canción cuya melodía se recupera muchos años después.

Era un cura, y estaba allí para darle la extremaunción, hete aquí que la situación se hace evidente para Lenz.

Pero, ¿qué cura era aquél? ¿No se habrían visto con anterioridad? Buchmann, en un súbito acceso de memo­ria, algo cada vez más raro en él, recordó con nitidez la conversación que en cierta ocasión había mantenido con un sacerdote en la propia iglesia; cómo lo había amedrentado y cómo había notado el miedo en él, en el sacerdote. ¿Sería el mismo? ¿O no? ¿Cómo saberlo? Para Lenz, todos eran iguales. ¿Cómo iba él, en la situación en que se hallaba, a recordar el rostro de un hombre al que no había concedido la menor importancia? ¿Cómo iba a recordar un rostro al que había inspirado temor?

Recordaba con nitidez, eso sí, el rostro de los dos o tres hombres que, en momentos concretos de la vida, lo habían amedrentado a él: un profesor de la escuela, lo recordaba perfectamente, y también el loco Rafa, cuyo rostro veía de pronto con toda claridad. Había tenido miedo del loco; por fin lo comprendía.

Sí, esos rostros los recordaba bien. Pero ¿cómo recordar los cientos de rostros que, por el contrario, había asustado él, Lenz Buchmann?

De todos modos, sabía que, fuera o no el mismo sacerdote, estaba allí sin duda para vengarse de la derrota sufrida en otros tiempos.

El cura estaba ya en pleno proceso, inmerso en un discurso ininterrumpido, un discurso sólido hasta el punto en que parecía componerse de una sola palabra. Allí estaba, amedrentándolo. Aquí y allá, iban surgiendo las pala­bras cielo, infierno, y a veces, varias veces, la palabra demonio.

ACÉRQUESE, POR FAVOR

2

Mientras el sacerdote seguía hablando, Buchmann únicamente pensaba en el momento en que se quedaría a solas con Julia y la insultaría por aquel atrevimiento estúpido, por aquel paso de más que había dado sin su permiso. En aquel momento, sin embargo, lo urgente era resolver lo que estaba allí, a poco más de metro y medio de su cráneo cansado: aquella cara grotesca, hipnotizada y tratando de hipnotizar. Un hipnotizado que intenta hipnotizar, pensó Lenz con claridad sobre el sacerdote.

Era de aquel loco de quién debía librarse lo antes posible, pues ya no soportaba el sonido de aquellas palabras, la repetición, la insistencia, sus fuerza que no tenía más que uno o dos argumentos y que los repetía hasta la saciedad, avanzando por un lado, luego por el otro. Intentando –así lo entendía Lenz– hallar el punto de su cuerpo que, aunque sólo fuera por cansancio, dijera: Sí, tres veces sí.

Sin embargo, Buchmann, sin saber a ciencia cierta lo que estaba diciendo el sacerdote en aquel momento –parecía tener en la boca la palabra o el vocablo más largo del mundo–, sin escucharlo ya, Buchmann pensaba en decir No, No, en voz alta. Pero no tardó en comprender que se habría esforzado en vano. No lo lograría. Y por eso hizo otra cosa. Con un pequeño gesto, dio a entender que quería que el sacerdote, que ya estaba casi encima de él, se acercara todavía más.

POR UN LADO SE PIERDE, POR EL OTRO SE GANA

3

Así pues, Lenz le habló por señas al sacerdote y éste, solícito, acercó enseguida su rostro al de Lenz, preparán­dose para inclinar ligeramente el cuello con tal de oír lo que al parecer Lenz deseaba susurrarle al oído. Pero antes de que se produjera esa ínfima rotación del cuello, Lenz, reuniendo en aquel momento todas las fuerzas que tenía en el interior de la boca, lanzó un escupitajo. Había sentido primero cómo ganaba impulso y luego salía de su boca, o al menos lo intentaba, porque debido a su debilidad y a la posición en la que estaba su cuello (la nuca completamente apoyada sobre el colchón), lo que ocurrió fue que la saliva no llegó a proyectarse. Lo que desde dentro de su cuerpo había parecido un fuerte escupitajo arrojado a los ojos del sacerdote, se había visto desde fuera, desde el exterior de aquel cuerpo, como un descuido involuntario, un descontrol que había he–cho que su rostro –el de Lenz Buchmann– se ensuciara con su propia saliva, justo por encima y por debajo de los labios, y también en la barbilla. Y sólo alguna que otra salpicadura, casi inmaterial, había alcanzado el rostro del sacerdote. Al instante, como solía hacer, Julia le había limpiado la saliva de la comisura de la boca y de la barbilla.

Minutos después el sacerdote abandonó la habitación del doctor Buchmann, haciendo con respeto, antes de salir de la estancia, la señal de la cruz.

La nueva señora de aquella casa, Julia Liegnitz, se despidió de él en la puerta, de un modo muy cordial, aunque ambos manifestaran tristeza por el estado irreversible del enfermo y por la apatía de éste ante las palabras del sacer­dote y su último intento de reconversión. Sin embargo, ni el sacerdote ni ella habían percibido la menor hostilidad en el modo en que Buchmann había recibido aquella visita. El insultante salivazo a los ojos del representante de la Iglesia sólo había ocurrido en la cabeza y en el interior del cuerpo del doctor Buchmann, que por entonces –el testamento en el que donaba todos sus bienes a Julia Liegnitz había sido ratificado de forma definitiva días atrás– ya era solamente el anterior propietario de casa.

La nueva casa, la de Julia Liegnitz, y ella misma en cuanto propietaria, siguiendo una antigua tradición de los Liegnitz, estaban del lado de la Iglesia, a la que mira­ban con ojos atentos y respetuosos. La Iglesia tenía allí una nueva conquista y, pese al aparente fracaso de aquel intento, la satisfacción del sacerdote al despedirse de Julia y de Gustav, que mientras tanto había aparecido, era más que evidente.

EPÍLOGO
LA LUZ

1

Lenz Buchmann cierra los ojos a veces, pero los vuelve a abrir al instante. Toda la superficie de su cuerpo descansa cómodamente sobre el colchón. Sólo la cabeza se halla levemente elevada, pues reposa sobre la almohada. Esta posición de la cabeza le permite ver la televisión pese a estar acostado.

En realidad, Lenz Buchmann ya no ve las imágenes. Ya no alcanza a comprender, ni a nivel mental, ni siquiera visualmente, lo que ocurre, lo que está ocurriendo en aquel aparato, su contenido propiamente dicho. Lo mismo daba que proyectara imágenes de una trágica inundación o de un concurso infantil, pues no lograría distinguir lo uno de lo otro.

Lo que ve en ese momento es tan sólo una sucesión de fogonazos de luz, fogonazos que parecen proyectarse hacia él. Ve la luz que aparece, desaparece y vuelve a aparecer. Ve también que la luz no siempre tiene el mismo color: a veces es más oscura, otras veces azul, otras más clara.

Se trata de una luz extraña, que no parece pertenecer a la misma familia que la luz eléctrica de las bombillas. Es una luz totalmente distinta. Lo que parece estar ocurriendo en aquella televisión, él así lo cree, es una avería: algo ha fallado y ya no se ve el mundo, sino sólo un foco de luz que se enciende y se apaga.

Se le ocurre llamar a alguien para solucionar aquello, aquella avería. ¡No se ve nada!, gritaría si tuviera fuerzas para hacerlo. Pero no las tiene. Y, en el fondo, lo que estaba ocurriendo le resultaba grato: la televisión desprendía una tranquilidad nada habitual. No había ningún sonido y, de todos modos estaba tan concentrado en la luz que, por más que alguien gritara desde el interior de la casa, él no lo oiría. Ahora sólo estaban los ojos. Sólo ellos habían quedado atrás, formando la última resistencia, la última barrera.

Lenz Buchmann estaba absolutamente inmóvil; sólo sus ojos parpadeaban de vez en cuando. La luz que llegaba del televisor era innegablemente fuerte, pero el placer que proporcionaba a Lenz no paraba de aumentar. Nunca se había sentido así: cómodo, protegido. Bajo aquel haz de luz, nada podría ocurrirle.

Hacía mucho que esperaba aquello, pensó, y se le ocurrió que sería buena idea pedir que le llenaran la habitación de televisores.

En aquel instante sintió ganas de llamar a alguien, pero ningún nombre le vino a la mente.

Los dos tonos de luz se sucedían, pero dentro de aquella variación, en apariencia agitada, Buchmann había encontrado ya –había localizado con los ojos– una línea constante, otra luminosidad de la pantalla que se mantenía independiente del movimiento de luz más superficial.

Lenz Buchmann comprendió entonces que, al tiempo que lo tranquilizaban, aquellos haces de luz lo estaban llamando por su nombre.

Posadas sobre el colchón, sus manos le transmitían levedad. Se habían liberado de la carga de tener que sujetar cosas, y sus dedos, todos y cada uno de ellos, parecían sentir esa libertad y esperar, con una serenidad total. El resto del cuerpo no existía. Cuando menos, no lo sentía. Había desaparecido.

Así pues, estaba sólo. Lenz Buchmann se había quedado atrás, sólo, con sus ojos.

La luz, eso sí, no paraba de llamarlo. Quería sentir odio, pero no podía. Ella lo tranquilizaba y lo llamaba.

Después tal vez haya habido una pausa, y de nuevo la televisión proyectó una luz fuerte que lo llamó por su nombre. Y esta vez acudió a la llamada; se dejó llevar.

ÍNDICE

PRIMERA PARTE: FUERZA

APRENDIZAJE

1. EL ADOLESCENTE LENZ CONOCE LA CRUELDAD

2. LA CAZA

UNA CANCIÓN NADA APROPIADA

1. VEAMOS QUÉ HACE LENZ

2. CONTRATOS Y SUMAS

3 EL CEREBRO

4. SE PIDE MÁS PAN

EL MÉDICO EN LA ERA DE LA TÉCNICA

1. UNA MANO QUE SOSTIENE EL BISTURÍ

2. EXPLOSIÓN Y PRECISIÓN

3. LA COMPETENCIA NO SE DEFINE CON EL CORAZÓN

UNA EXPLOSIÓN

1. LA EMBRIAGUEZ DE LOS QUE SOBREVIVEN

2. MOVIMIENTO E INMOVILIDAD. ATAQUE Y DEFENSA

3. HAGA EL FAVOR DE SALIR ESTE NO ES SU SITIO

VUELTA A LA TRANQUILIDAD

1. CAPAZ DE ODIAR A LA NATURALEZA, CAPAZ DE SER ODIADO POR ELLA

2. ¿QUÉ IMPORTA UN DEDO?

EL HERMANO

1. ALGO QUE LLAMA DESDE EL OTRO LADO

2. RADIOGRAFÍA Y PAISAJE

RADIOGRAFÍA Y DESEO

1. RITUAL Y RUTINA

2. MEDIR EL MAL

3. CINEMA

REFLEXIONES SOBRE LA ENFERMEDAD

1. NEGRA FLOR

2. ESTRATEGIA DEL MAL

3. DOS BANDOS EN LUGAR DE UNO

4. ACERCARSE A LA MONTAÑA

UNA ANÉCDOTA CON UNA ENFERMA TERMINAL

1. LA PETICIÓN

2. LA CARTA

3. TODO EL MUNDO TIENE DERECHO A DESPEDIRSE

4. NATURALEZA Y OTRA FORMA DE ORACIÓN

5. EL REINO

MOMENTOS DECISIVOS

1. LA MUJER MUERE, PERO ANTES PIDE

2. EL ÚLTIMO BUCHMANN

EL FUNERAL DE ALBERT BUCHMANN

1. UN MECANISMO QUE FUNCIONA

2. LO QUE SE PUEDE DESCUBRIR POR EL RABILLO DEL OJO

3. UN CAMBIO FUNDAMENTAL EN LA POSICIÓN DEL ESPÍRITU

ALGUNAS ANÉCDOTAS DE LA FAMILIA BUCHMANN

1. DE CÓMO LENZ CRECIÓ Y SE HIZO FUERTE

2. NO HAY ORDEN EN LA NATURALEZA

3. ¿POR QUÉ MOTIVO NO LOGRAN HABLARSE COSAS TAN CERCANAS?

INGRESO EN EL PARTIDO

1. PRIMERAS REACCIONES. PEQUEÑO Y GRAN MUNDO

NUEVA POSICIÓN EN EL MUNDO

1. EL NÚMERO DE PERSONAS QUE TE RECONOCEN CUANDO CRUZAS LA CALLE

2. MEDICINA Y GUERRA: DOS FORMAS DE UTILIZAR LA MANO DERECHA

3. UN SUICIDIO QUE LENZ NO OLVIDARÁ

POSICIONES EN EL MUNDO (INVENTARIO)

1. ORDEN Y DINERO EN LOS BOLSILLOS

2. NO ESTAR NUNCA TAN CERCA

3. UNA CONFESIÓN QUE TENDRÁ INNUMERABLES CONSECUENCIAS

LA BIBLIOTECA

1. ¿CÓMO DOMAR A UN ANIMAL SIN TENER EL PULSO FUERTE?

2. ¿CÓMO SE SEPARAN DOS ENERGÍAS QUE YA NO SE VEN?

3. RECUPERAR LA POTENCIA INICIAL: NO TODOS SOSTIENEN DEL MISMO MODO

4. OLVIDOS Y DEUDAS IRRISORIAS

5. UNA PEQUEÑA DEBILIDAD DE LENZ BUCHMANN

SOBRE LOS HOMBRES

1. JULIA Y GUSTAV LIEGNITZ

2. SALVAR MENDIGOS

3. ¿QUÉ VES CUANDO MIRAS HACIA DONDE MIRAN TODOS?

4. ESTRATEGIA Y ANATOMÍA

5. LA SEÑAL DE LA CRUZ Y LA OTRA MARCA QUE LENZ SUEÑA DEJAR

6. ¿PODEMOS HABLAR A SOLAS?

DIÁLOGO ENTRE DOS HOMBRES FUERTES

1. BAJANDO HACIA LO QUE QUEDA DE LA NATURALEZA

2. RECORRIENDO LAS CALLES DE LA CIUDAD Y CRUZÁDOSE CON UN LOCO

3. EL LOCO RAFA DIVIERTE A LA CIUDAD

4. NI DEMASIADO, NI A MEDIAS

5. ESPÍRITUS DEL BOSQUE

6. QUE NADIE SE QUEDE FUERA

7. NO MIRES DOS VECES HACIA ALGO PELIGROSO

EL HOMBRE PÚBLICO

1. LA MANO DE LENZ BUCHMANN

2. TRASPASO DE CAPACIDADES DE LA MEDICINA A LA POLÍTICA

3. UN PIE EN LA IGLESIA

4. LAS RELACIONES POSIBLES ENTRE EL CUERPO DEL HOMBRE Y EL ESPÍRITU SANTO

5. LA IMPORTANCIA DEL TIPO DE SUELO PARA EL FUNCIONAMIENTO DE LAS COSAS

6. NO PESCAMOS, SINO QUE HUNDIMOS LOS BARCOS

LOS LIEGNITZ Y LOS BUCHMANN

1. LAZOS QUE NO SE CORTAN

2. JULIA APRENDE A ESCRIBIR CORRECTAMENTE

LOS NOMBRES

1. DOS NOMBRES QUE HAN ACUMULADO FUERZA DURANTE SIGLOS SE PREPARAN PARA UN DUELO

2. EL ALFABETO COMO FORMA DE ALLANAR EL MUNDO

PELIGRO BAJO EL SUELO

1. ÉSE AL QUE TEMES PODRÁ SALIR DE CUALQUIER PUNTO

EL ENCUENTRO CON GUSTAV LIEGNITZ

1. UNA CARCAJADA PRECIPITADA

OTRO DIÁLOGO ENTRE BUCHMANN Y KESTNER

1. LA ARTICULACIÓN ROTA

2. HUIR HACIA LA BASTILLA A CAUSA DE LA LLUVIA

UNA REFLEXIÓN

1. PERDERLO TODO: PERDER LA RAZÓN PERDER EL DOMINIO

TOMAR LA PARTE DE DENTRO DE LAS LEYES SIN QUEMARSE LOS DEDOS

1. DENME UNA RAZÓN PARA NO MATAR A LOS MÁS DÉBILES

EL DESEO

1. Y UNA MOLESTIA

BREVÍSIMAS CONSIDERACIONES SOBRE GUSTAV LIEGNITZ

1. LOS SORDOMUDOS NO SIEMPRE SON AMABLES

EL LOCO SE PRESENTA EN EL LUGAR EQUIVOCADO

1. POR LA MAÑANA, EN LA SEDE DEL PARTIDO

2. ES PREFERIBLE VER DESDE ARRIBA QUE SER ARRASTRADO HACIA ABAJO

INDICIOS DEL NACIMIENTO DE UNA NUEVA CIVILIZACIÓN

1. NO ESCUCHES LO QUE DICEN LOS SACERDOTES

2. NO LA TOTALIDAD, SINO UN BRAZO DEL MUNDO

3. ESPECIALISTAS AMEDRENTADOS POR UN UNIVERSALISTA

4. LA IMPORTANCIA DE LA ELECTRICIDAD

5. EL PAPEL DE LOS NIÑOS

¿CÓMO CAZAR PRESAS GRANDES?

1. DISTANCIA Y COMPETENCIA

2. ELOGIO DE LA LENTITUD

3. DE MOMENTO, NO

4. DOS MIEDOS

5. EL EJEMPLO DE LA CAZA

6. OTRO AVISO AL QUE NO SE PRESTA ATENCIÓN

ESPECTADORES Y ESPECTÁCULO

1. ¿CUÁNTOS ESTÁN DE TU PARTE?

2. ¿AQUIÉN ELIGES COMO ESPECTADOR?

UN HECHO TRÁGICO

1. EL ESPECTADOR LEVANTA LA CABEZA

2. LA NOTICIA LLEGA A LA CIUDAD

MÁS FUERZA AÚN: UNA EXPLOSIÓN EN EL TEATRO

1. FABRICAR EL PELIGRO, PERO NO INDUSTRIALIZARLO

2. EL PRIMER MIEDO; APRENDER EN EL BOSQUE, APLICAR EN LA CIUDAD

MÁS ARRIBA TODAVÍA

1. LA BIBLIOTECA AUMENTA SU FUERZA

2. MIENTRAS MIRAS HACIA OTRO LADO, GOLPES EN LA CABEZA

3. LA VICTORIA INACABADA

EL DIAGNÓSTICO DE LA ENFERMEDAD

1. MIRARSE A UNO MISMO DE UN MODO DISTINTO

SEGUNDA PARTE: ENFERMEDAD

DESPERTARSE ENTRE MÁQUINAS Y SENTIR GRATITUD

1. LA MANO PIERDE PESO

UN NUEVO CUERPO REGRESA A UNA NUEVA CASA

1. CAMBIOS ÍNTIMOS

2. DOS NUEVOS INQUILINOS VIENEN A AYUDAR

3. LA ARMONÍA NO ES POSIBLE, PERO PODEMOS INTENTARLO

4. DE SUCESIVAS INUNDACIONES DISCRETAS SE AHOGARÁ EL MUNDO

LA EXISTENCIA DE UN ROBO, PERO LA AUSENCIA DE UN LADRÓN

1. ALTERACIÓN DE LA VISIÓN Y DEL OBJETO OBSERVADO

LA IMPORTANCIA DE LOS NOMBRES

1. BORRANDO COSAS QUE SE PUEDEN BORRAR

2. AL FIN HIJO ÚNICO

¿DE QUÉ METAL ESTÁN HECHAS LAS MANOS?

1. EL OLVIDO DE UN NOMBRE

ESCONDER LA BASURA DE LA CIUDAD

1. HAY MUCHOS MÁS SONIDOS EN LA TIERRA DE LO QUE SUPONEN LOS HOMBRES

2. ¿POR QUÉ HABLAN ENTRE SÍ LOS BASUREROS?

3. EL PRESIDENTE KESTNER SIGUE MOSTRÁNDOSE COMPRENSIVO

UNA TAREA NOCTURNA

1. QUE LAS CAMPANAS SUENEN CON EL MOVIMIENTO DE MI MANO

CONSULTAR EL HORARIO

1. ¿PERDER EL CONTROL O CREAR UN MUNDO?

EN LA ESTACIÓN DEL TREN

1. LA CONSTATACIÓN DE QUE NO RECIBIMOS LAS MIRADAS DE LOS DEMÁS DEL MISMO MODO QUE ESTOS LAS EMITEN

2. DEL ANDÉN DE LA ESTACIÓN AL ASIENTO EN EL VAGÓN; O DOS TIEMPOS QUE NO SIEMPRE COINCIDEN

EL REGRESO A LA TUMBA DEL PADRE

1. DIÁLOGO SIN TESTIGOS. ¿DE QUÉ SE HABRÁ HABLADO? ¿QUIÉN HABLÓ?

2. PEQUEÑOS MOVIMIENTOS QUE SE PIERDEN EN UN PEQUEÑO VIAJE

UNA INTIMIDAD IMPREVISTA

1. JULIA

CAMBIOS SIGNIFICATIVOS EN LA CASA

1. EL MUNDO NO SE DETIENE

AVANZAR HASTA EL FINAL

1. LA CERRADURA

LA COMPASIÓN ES ETERNA

1. LA LIMOSNA NO

NO OLVIDAR LO QUE NO PUEDE CAER EN EL OLVIDO

1. APRENDER A LEER

EL CENTRO SE DESPLAZA

1. HASTA EL SORDOMUDO QUIERE PARTICIPAR

2. BROMAS QUE SE LE PUEDEN HACER A QUIEN HA PERDIDO LA RAZÓN

UNA SORPRESA DETRÁS DE LA ESPALDA

1. ESTIRAR Y ALARGAR

ÚLTIMO EXAMEN

1. BUSCAR COSAS GRANDES

2. EL MARTILLITO DE JUGUETE

3. EL PESO QUE LA MANO SOPORTA (PREGUNTAS DIFÍCILES)

TERCERA PARTE: MUERTE

EL SUICIDIO SE PREPARA

1. DE TAL PALO, TAL ASTILLA

2. O TÚ O YO

JULIA SE PASEA POR LA CIUDAD

1. ¿QUÉ ESTARÁ OCURRIENDO EN LA CASA DE BUCHMANN?

2. ¿HABRÁ OCURRIDO ALGO YA?

3. LA IMPORTANCIA DE UN DEDO

ÚLTIMO INTENTO DE HACER OÍR LA PALABRA

1. SOLIDEZ Y RESISTENCIA

2. ACÉRQUESE, POR FAVOR

3. POR UN LADO SE PIERDE, POR EL OTRO SE GANA

EPÍLOGO

1. LA LUZ

Not available
This book is not available in your country. If you are using VPN, please disable it

Türler ve etiketler

Yaş sınırı:
0+
Hacim:
242 s. 5 illüstrasyon
ISBN:
9786078667499
Tercüman:
Telif hakkı:
Bookwire
İndirme biçimi: