Kitabı oku: «Abraham hace camino al andar», sayfa 3
Abraham en la tentación
P. Hernán
¿Dios tentador? Si la respuesta es positiva, ¿qué pasa? En verdad me siento limitado en argumentos para responder, pero no quiero perder la oportunidad de intentarlo. Quizá la escena de Gn 22, cuando el Señor le pide a Abram sacrificar a su hijo Isaac, nos pone delante del momento culmen de una tentación1.
El denominado sacrificio de Isaac, o la prueba o tentación para Abraham, es un relato bastante conocido y comentado en la literatura universal, incluso tiene variadas representaciones en pinturas2. En sentido estricto, el pasaje no habla de la fe, sino del “temor de Dios” (22,12). Uno de los primeros aspectos discutidos es la orden divina: ¿puede el Señor pedirle a un padre ofrecer a su hijo en sacrificio? En Gn 22, Isaac es el hijo prometido y dado por Dios a Abram y Sara3. Por este motivo, la orden divina aflora absurda.
Algunos de los comentarios postulan aquí la aparición de una clara voluntad de abolir los sacrificios humanos4, en especial de los primogénitos, por considerarse un uso bárbaro, aunque era una praxis conocida en el mundo antiguo en torno al mar Mediterráneo5. Abraham descubre que Dios no pide el sacrificio de su hijo, ni de seres humanos, sino un sacrificio de sustitución: en este caso, un carnero6.
Pero en los comentarios más recientes, y para pensar sus preguntas, Memo, el relato se centra en la prueba, en la tentación (Gn 22,1), pues el versículo 1 admite la traducción “el Señor tentó a Abraham”7. Como usted bien lo sabe, el verbo hebreo nasáh significa al mismo tiempo “tentar” y “poner a prueba”. En todo caso, Abraham vive una situación dramática: él se arriesga a perder a su hijo Isaac, su futuro está en vilo y su memoria será llevada por el viento8.
Me atrevo a decir, con temor a equivocarme, que esta escena refleja muchos momentos de la vida de los pueblos, cuando están amenazados de desaparecer, como en los tiempos de las invasiones o de los exilios. Imposible pasar por alto, en este momento, los textos en los cuales la ciudad de Jerusalén es comparada con la imagen de una madre privada de sus hijos9. Permanecer sin descendencia era una maldición para la mentalidad bíblica10. Abram e Israel se encuentran, por lo tanto, en una situación semejante: se arriesgan a permanecer sin posteridad, sin futuro, y a desaparecer de la historia sin dejar ninguna huella.
Pero la lectura y la meditación orante de Gn 22 abren al lector del relato, individual o comunitario, a una nueva perspectiva: aprender a vivir las experiencias dramáticas, incluso aquellas en las cuales podemos desaparecer, como una prueba, una tentación, la ocasión cierta para hallarle sentido a la existencia, saber que el camino es la respuesta a las preguntas, la tentación es un reto para purificar las intenciones11. La experiencia es capaz de conquistar un significado: “En los momentos de tentación y de prueba, Dios quería saber cuáles eran las motivaciones del corazón de Israel” (Dt 8,3 y Gn 22,1-12).
La prueba o la tentación purifican la fe, la fidelidad, la confianza en la locución de Gn 22,12 “temor de Dios”, porque ellas acompañan el sendero para atravesar y superar la crisis12. En el lenguaje actual equivale a decir que en la tentación está en juego la capacidad y la oportunidad de darle sentido a una experiencia que a primera vista no lo tiene. La tentación permite saber más de ella, del misterio de la existencia, y hallar el modo de suscitar una continuidad a través de las laceraciones inevitables de la experiencia humana.
En verdad, el texto no se preocupa por explicar por qué Dios pide a un padre sacrificar a su hijo (Gn 22,12). Y este hecho nos pone delante de una imagen de Dios. Sin embargo, cuando el relato se mira desde el análisis narrativo, esta ausencia de explicación forma parte de las convenciones de la narración bíblica. Dios es aquí la representación de una imagen importante para una historia escrita según los criterios y los acuerdos literarios de la época, no es el Dios de las teologías de hoy, y esta constatación no se debería olvidar.
Además, la gran mayoría de las luces, en el escenario, iluminan a Abram y no tanto al Señor. Como lectores somos invitados a compartir, incluso mejor, a “condividir” el drama de Abraham y a comprender con él sus sentimientos, ese universo interior próximo al colapso. Esta situación nos lleva también a valorar los silencios dentro del texto13. Así, la escena invita a la oración creyente. Estamos delante de un relato muy famoso, en el cual reluce con luz propia “la sobriedad bíblica”: la secuencia narrativa ni siquiera se detiene en los pensamientos o en los sentimientos de los personajes. Y ese aparente vacío es una manera de introducirnos en el relato: debemos, como lectores, formular la pregunta “¿por qué Dios tienta?” y, a la vez, hallar la repuesta.
Además, el relato no se agota en los sentimientos ni en las reacciones de los personajes. También cabe mirar las actitudes de Isaac y sus preguntas, y cómo van apareciendo los elementos necesarios para el sacrificio de una manera gradual. Las conversaciones entre los personajes son interesantes (con los siervos y entre Abram e Isaac): siempre queda una puerta abierta en el suspenso de la situación para comprometer al lector y captar el sentido profundo de este anuncio. Se destacan, a la vez, las acciones de Abram (Gn 22,3): él en verdad decide emprender el camino para ir al monte donde debe sacrificar a su hijo. ¿Por qué Abram obedece la orden divina?
Tal vez una forma de asumir la imagen de Dios en este relato implique valorar, al final, la intervención del Ángel del Señor (Gn 22,11-12). En muchos momentos de la Biblia, el Ángel del Señor es una manifestación del mismo Dios y no un ser distinto de él (Gn 16,7; Ex 3,2)14. Pero en Gn 22,1-2, Dios asoma como un personaje misterioso, mientras “el Ángel del Señor” en Gn 22,11 es una manifestación de un Dios cercano, que atiende a los suyos, que se hace cargo de sus temores. Vale la pena comparar los versículos 2 y 12 en Gn 22.
Quizá el “temor de Dios” excluye “el amor del hijo”; y aquí podría quedar un interrogante abierto. Además, una frase de la primera carta de Juan entraría en juego: “No hay temor en el amor [en griego, agape], pues el amor que va hasta el final echa fuera el temor, porque el temor supone un castigo, y quien teme no ha sido completado en el amor” (1Jn 4,18). Este temor se puede desplazar hacia la prueba de la libertad (hay una tentación), pero en el relato cabe descubrir el respeto de Dios por la persona y la libertad de Abraham, especialmente en la forma como termina la tentación. La libertad del ser humano es un sacramento (algunos dirán misterio) delante de Dios15.
La conclusión de esta prueba (Gn 22,13-14) y la promesa divina (Gn 22,15-18) afirman la importancia de seguir caminando. La vida continúa, ahora con una ratificación de una presencia cercana, y Dios custodia nuestro trasegar: nunca se debería dudar de esta compañía cierta. Un lector moderno puede preguntar “por qué en el relato no aparecen palabras o acciones de alivio de parte de Abram y de Isaac luego de la intervención del Ángel del Señor”. Este relato no se centra en las emociones y en los sentimientos, al menos no en primera instancia. El pasaje se centra más en las acciones. La promesa divina responde en parte a cuanto podría pensar Abram sobre su futuro.
En síntesis, Memo, esta tentación o la prueba presente en Gn 22, para este caso particular, es un momento privilegiado de crecimiento, en el cual se evalúan las certezas, los logros y las dificultades para renovar el camino. Es una ocasión para revisar las motivaciones del corazón. Pero la reflexión más impactante, para mí, es esta: la tentación es la ocasión de dar un salto de calidad16. El Señor nos quiere con la estatura necesaria para estar en la historia, y la prueba nos ayuda a crecer.
Memo
Nasáh es poner algo o a alguien a prueba. Si analizamos lo que es una tentación, resulta teniendo el mismo sentido: es lo que nos pone a prueba, lo que trata de sacarnos de nuestros fundamentos. El que cede cambia de camino; quien no, se mantiene firme y ya sabe que hay un elemento falso que puso en peligro su fundamentación. Pero lo que nos tienta no nos define, solamente nos confronta, nos detiene en el camino y nos ofrece otra ruta. Así, las tentaciones son experiencias que nos ponen a prueba y nos hacen ver y saber cuál es nuestra fortaleza, o cuál nuestra debilidad. Y como dice el baal Shem Tov, el gran rabino jasídico, es propio de D’s el estar probandonos17. Si no lo hiciera, el hombre perdería la noción de D’s, que en última instancia es la voluntad buena, la que no permitió el error. Si D’s no nos probara, ¿cómo saber que vamos por el camino correcto?
Bien sabemos que con el casi sacrificio de Isaac, el ser humano deja de sacrificar seres humanos (al menos el ser humano que construye la Biblia), y pasa a sacrificar animales18. Y si bien Abraham fue puesto a prueba, una prueba (podría llamarse así) no llevada a cabo lo mejoró como hombre. Se dejó tentar de D’s, diría, para no dejarse engañar a sí mismo. Abraham, en todo su recorrido, se está encontrando con D’s; algunas veces se le ha perdido (por ejemplo, Abraham obliga a Sara a presentarse como su hermana ante el faraón), pero ha retomado el camino. Hay que tener en cuenta que es un hombre que viene de Caldea, que allí pasó su niñez y que algunos de los valores con los que se mueve provienen de la casa paterna. Abraham no es una persona que haya borrado su pasado, sino que lo está cuestionando. Y así, mucho de lo vivido se le aparece de nuevo, como pensamiento o como acto. Y, en este punto, se confronta: si está avanzando, no puede retroceder. Y más cuando avanza para no seguir cometiendo errores, para ser más él en un D’s que carece de figura y de nombre, que lo ha creado todo, lo que se ve y lo que no, y a la par ayuda a descubrir lo necesario para vivir sin temor.
La gran prueba de ese Ser que se le insinúa es poner en manos y conciencia de Abraham lo que sería su pasado sin D’s: matar al primogénito sería el final de los dioses de barro (un último sacrificio bárbaro), pero, a la vez, es también un presente que indica un principio en el que aparece la conciencia de la vida en calidad de reemplazo sobre la tierra, de inicio de la muerte del padre mientras el hijo toma su lugar19. De aquí que Freud en sus teorías psicoanalíticas, quizá con base en la imagen de Abraham sacrificando a Isaac, establezca aquello del temor al padre, que representaría alguien en posición permanente de sacrificar a quien es su carne y su sangre20. Claro que esto que especulo también es susceptible de ser tomado del paters familias romano: esta figura podía vender o disponer de la vida de su hijo cuando quisiera.
Pero no enredemos el asunto y planteemos el hecho no como algo histórico, sino como metáfora21. En Abraham (al que le agrego ya su calidad de padre de pueblos) todavía hay memoria de su crianza en Harán. Según la tradición de esa ciudad (y de muchas de los alrededores), los primogénitos eran sacrificados a los dioses22. Esa idea la tuvo el patriarca desde niño, y no como imaginación, sino en calidad de hecho, sabiéndolo quizá por su familia o por los que compraban dioses de barro a Téraj. Además, los segundos hijos lo contaban: habían escapado al sacrificio. Y si bien la Biblia no cuenta lo que digo, hay rastros arqueológicos que lo certifican, como bien lo presume el arqueólogo Leonard Woolley, que entre 1922 y 1934 excavó esa zona. Woolley fue financiado en esta tarea por el Museo Británico y la Universidad de Pensilvania23. Pero esto viene poco al caso, pues Bereshit (Génesis) no es un libro de historia, sino uno doctrinal, que pone ejemplos para que haya una reflexión válida que mejore al hombre24. Como metáfora (o glosa, si se quiere, o parábola), entonces, el asunto es otra cosa: Abraham, que todavía conserva raíces, quizá tomó al hijo para seguir la tradición pagana, pero desistió de ella y creó una ruptura: no habría más sacrificios humanos.
Este acto de conciencia lo pone ante un D’s nuevo, que no reclama la sangre del hombre, sino sus actos buenos, esos que no causan dolor y conducen a la belleza. Y en esta conciencia, D’s lleva a que el hombre mismo se cuestione y dé una respuesta adecuada. Lo que Abraham entiende del mundo no solo le llegará de D’s. Llegará también de su criterio, de los juicios que haga y de lo bueno en sí y para sí que logre: esto será lo que le ofrecerá a D’s. En esa conciencia de lo adecuado, Abraham conoce la libertad del obrar bien, del evaluar lo malo como error y tomar lo que es bueno como acierto; en este caso, la vida que, para él y Sara, ha sido un milagro. En uno de sus aforismos, Franz Kafka dice: “Cuando todo parece terminado, surgen nuevas fuerzas, esto significa que vives”. Y esa tentación de D’s es la renovación, el camino que se abre y lleva al valle y al curso del río.
Siguiendo lo anterior, que D’s tiente es bueno, pues su tentación lleva al orden, a la nueva esperanza y al agradecimiento. Y si algo podemos decir de Abraham, que en el camino yerra, se levanta y cae, es que es un hombre agradecido y en este agradecer levanta un altar como señal; altar que es un desapego de su pasado en Harán y un paso adelante en la concepción de D’s. Diría que D’s es una conciencia que da conciencia a sus criaturas, acercándolas a él, acogiéndolas25. Y en esta acogida, en los sitios donde Abraham pone su altar, ya D’s hace más parte de él. Y no para ser D’s, sino para tener claridad en la vida y no temer a la muerte.
Nasáh es poner a prueba. Y es este ponernos a prueba lo que valida nuestro paso por la tierra y nos lleva a ser la vida misma a través de la pregunta. En su trasegar, Abraham se fue haciendo vida, de aquí sus altares, y ser vida con sentido fue y es la tentación de D’s.
De su exposición, padre Hernán, me gusta mucho aquello de las preguntas de Isaac. Hablemos de estas preguntas.
P. Hernán
Las preguntas de Isaac. Según el relato de Gn 22,4-8, al tercer día de haber iniciado el camino, Abraham divisa el lugar a donde quieren llegar, en la región de Moria, y, en ese instante, decide seguir él con su hijo Isaac; los siervos se quedan en este punto del camino con el burro e Isaac es cargado con la leña, mientras Abraham lleva el fuego y el cuchillo. En ese momento, cuando padre e hijo están solos, Isaac pregunta: ¿dónde está el cordero para el sacrificio? Se podría parafrasear “papá, ¿adónde nos dirigimos nosotros dos solos?”.
Me parece una osadía citar un comentario del “Midrash Wajosha’ (&1)”, porque usted, Memo, es el especialista en estas fuentes26. Ahí, en este espléndido texto de la tradición judía, hay unas frases conmovedoras, en las cuales se integran la gran sabiduría del relato y los silencios estremecedores de la narración bíblica. El Midrash retoma a su modo lo dicho antes, pero quiero ser fiel al texto:
Abraham se levantó muy temprano a la madrugada, cargó el asno y tomó consigo dos siervos y a su hijo Isaac (Gn 22,3). Entonces dijo Isaac a su padre: “¿Papá, a dónde vamos nosotros solos?”. Abraham le dice: hijo mío, allí, a un lugar cercano. Y el texto sigue: Abraham tomó la leña del sacrificio y la cargó sobre Isaac, él tomó en su mano el fuego y el cuchillo, luego siguieron juntos y unidos los dos (Gn 22,6)... en ese momento cae un gran terror sobre Isaac, porque, en esas condiciones, él no ve qué se pueda ofrecer en sacrificio, su padre no lleva nada en sus manos. Ahora Isaac pregunta: si tenemos el fuego y la leña, ¿dónde está el cordero para el sacrificio? (Gn 22,7). Y sigue el Midrash, de inmediato, tembló Isaac y se estremecieron todos los miembros de su cuerpo, porque captó el pensamiento de su padre; pero no se calló, tuvo fuerzas para decirle a su papá: “Si el santo me ha elegido, entonces mi vida será donada a él”. E Isaac aceptó con paz su muerte, para cumplir el precepto del creador. Dijo Abraham: “Hijo mío, yo sé que no te opones a la orden de tu Creador, ni a mi orden. Respondió Isaac a su padre: ¡Padre mío, hazlo cuanto antes! Cumple la voluntad de tu Creador, y él cumplirá tu voluntad”.27
Según el Midrash, luego de superar las insidias de Satán, quien quería obstaculizar el camino suscitando dudas sobre aquellos que iban a cumplir, Abraham e Isaac llegaron al lugar indicado por Dios. Luego de preparar el sacrificio, Isaac anima a su padre: “Papá, sé valiente, desnuda tu brazo, ata bien mis manos y mis pies, porque soy un joven de 37 años, y tú eres mayor. Que cuando vea el cuchillo en tu mano no me agite por el temor y no te golpee, que mi espíritu no se rebele y me culpe a mí mismo, mientras me debato en angustia y sea indigno del sacrificio. Te pido, por favor, Papá, hazlo pronto, cumple la voluntad de tu Creador, no tardes”28.
Cuando Abraham se inclinó sobre Isaac para sacrificarlo, el Santo de los Santos vio cómo ambos eran un solo corazón. Se mezclaron sus lágrimas, las de Abraham cayeron sobre Isaac, y las de los dos cayeron sobre la leña, que quedó inundada, padre e hijo fundidos en un mismo corazón. Y cuando Abraham extendió su mano con el cuchillo para sacrificar a Isaac, su hijo, el Señor les dijo a sus ángeles: ¿han visto a Abraham, mi amado, cómo ha confesado la unicidad de mi nombre en el mundo? En la creación ustedes preguntaron: ¿qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para que lo visites? (Sal 8,5), ¿quién podría confesar la unicidad de mi nombre en este mundo como Abraham? Y lloraron los ángeles, y sus lágrimas cayeron sobre el cuchillo que blandía Abraham, y de inmediato se paralizó. La vida volvió a Isaac, se puso de pie y entonó esta bendición: “Bendito eres tú, Señor, que das la vida a los muertos”29.
Las preguntas de Isaac no son por él, son para revelar los sacramentos escondidos en Abraham, su padre, y en el Señor. La poesía del Midrash señala la “resurrección” de Isaac, la cual marcará escenas posteriores y pinturas floridas de la Edad Media. Por este mismo sendero asoma una conexión entre l’‘aquedah y la fiesta de la Pascua, porque en la sangre del cordero (Ex 12,13.23), el Señor dice ver la sangre de Isaac (Mekilta de-rabbi Jishma‘el 8), y puede verse también El poema de las cuatro noches (Targum neofiti a Ex 12,42, la segunda noche es l’‘aquedah)30.
Pero cabe otra anotación a las preguntas de Isaac: ellas posibilitan ampliar el impacto de la alianza. Hasta ese momento, Dios había suscrito la alianza solo con Abraham, pero en ese pacto, fruto de las escenas de Gn 22, entra ahora Isaac. Ya Abraham no camina solo con Dios (Gn 17,1): a partir de ese momento debe ir con el paso de Isaac, y el hijo debe ir con el paso del padre (Gn 22,6.8), juntos llevan lo necesario para el sacrificio y ambos deben cumplirlo. Ambos son obedientes, ambos padecen juntos, com-patior en latín, reflejo del vocablo “compasión”, y del rostro compasivo de Dios.
“La epifanía del rostro es ética”, decía Emmanuel Lévinas31, y esta frase puede responder al significado de las preguntas formuladas por Isaac en Gn 22. En el rostro de Isaac, Abraham descubre el rostro de Dios, todos somos creaturas de Dios, somos todos de Dios. En el rostro de Isaac, Abraham descubre la fuerza y la verdad de un mandato: “No matarás” (Ex 20,13; Dt 5,17). En el rostro de Isaac, su hijo, la mano de Abraham queda paralizada. Cuando Abraham tomó el cuchillo para sacrificarlo, de sus ojos cayeron las lágrimas de la misericordia paterna: cayeron en los ojos de Isaac (Génesis Rabbah 56,8)32.
Abraham, como Dios, se conmueve, sus lágrimas, unidas a las de Isaac, descubren el sufrimiento de ambos, y cuando se sufre “juntos”, con el otro, se comprende que toda violencia se queda sin fundamento porque Dios quiere la vida en abundancia para todas sus creaturas. El amor entre Abraham e Isaac evoca la con-cordia, con-cors, con-cordis en latín (desde el corazón, con el corazón), entre Dios y sus creaturas. En la región de Moriah, el corazón de Dios, de Abraham y de Isaac asoman estrechamente unidos.
Y termino mi sencillo aporte notando otro particular en el final de esta narración sobre las preguntas de Isaac. En Gn 22,5, Abraham dijo a los siervos: “Volveremos a ustedes”, es decir, Abraham e Isaac, pero en Gn 22,19, según el texto, Abraham regresa solo. E Isaac ya no volverá a aparecer en el Génesis sino dos capítulos después. Las preguntas de Isaac revelan el corazón de su padre.
Abraham no se guardó a su hijo, no lo retuvo para sí mismo, renunció a apropiarse del don de Dios. En una figura simbólica, pero a la vez teológica, Abraham cortó el vínculo que lo unía a su hijo. Isaac irá siempre con su padre, tendrán la misma mente, el mismo corazón, al mismo Dios, la misma alianza, pero cada uno será libre frente al otro; estarán unidos, pero no uniformados, porque cada uno, a su modo, deberá confiar solo en el Señor. Solo en la libertad crece el amor desprendido. Amar implica la capacidad de volverse a donar a los demás33. Solo pertenecemos al Señor.
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