Kitabı oku: «Inspiración y talento», sayfa 3
¡A viajar!
El primer consejo que daba la cronista a sus admiradores era claro: «¡A viajar!». Así que se lo aplicó a sí misma y volvió a París en el verano de 1910. En esta nueva estancia en París, el crítico y diplomático Enrique Gómez Carrillo, casado con la escritora Aurora Cáceres (y más tarde con Raquel Meller), propuso a Rubén Darío que Colombine colaborara en Mundial Magazine y se encargara de la edición de Elegancias, una revista destinada a la mujer que necesitaba introducir artículos de mayor calado. Gómez Carrillo y Aurora Cáceres solían ser sus anfitriones en la capital francesa y Carmen de Burgos empezó a colaborar en Mundial Magazine, pero no hubo tiempo de concretar su participación en Elegancias. Además de hacer acopio de material para futuros libros, sus crónicas parisinas no faltaron en su cita en El Heraldo. A sus colaboraciones habituales sumó, desde 1911, una nueva columna en Nuevo Mundo: en ella, bajo el título de Mundo Femenino, volcaría sus impresiones viajeras y el estilo de vida de los países que visitaba. Con razón Gómez de la Serna escribiría de ella en el número XXXV de Prometeo: «Carmen de Burgos, esa admirable mujer que trabaja a todas horas». Y la evocaría en sus memorias como el complemento perfecto de una soledad enclaustrada y productiva: «Ella de un lado y yo del otro de la mesa estrecha escribíamos y escribíamos largas horas y nos leíamos capítulos, crónicas, cuentos, poemas de la prosa». Hasta que finalmente, tras el enclaustramiento compartido, «iban cayendo las cuartillas en los cajones de la mesa».
Sus vivencias en Bélgica, Holanda y Luxemburgo quedaron plasmadas en Cartas sin destinatario (1912). Pero alimentaron también su vuelta a la narrativa en Siempre en tierra (sobre un París ahíto de novedades en el que los primeros vuelos de aviones concitaban numeroso público) y La indecisa, centrada en una mujer abocada a elegir entre un gran amor ideal y su propia carrera, un dilema que la escritora vivía en carne propia. «¿Libros? Muchas traducciones, muchos prólogos, muchos arreglos… muchos… trabajo de hojarasca para ganar el sustento», se sincera en la autobiografía enviada a Ramón Gómez de la Serna para el número X de Prometeo. «Baste decir solo que hasta que he recibido todas las lecciones de la vida y llevo tantos años de escritora no me he atrevido a escribir mi primera novela», añade. «Miro la novela con miedo. Es la diosa de la Literatura».
A la vuelta de las vacaciones estivales le esperaban nuevos cambios de domicilio en Madrid. Se había mudado recientemente a la calle de la Madera y de esta pasó a la de Divino Pastor, todas ellas dentro del barrio de Maravillas. Como si a pesar de su fama y su productividad sintiera que pisaba arenas movedizas y no encontrara el hogar definitivo. Los años de destierro en Toledo, sin embargo, quedaron atrás, al conseguir el traslado a Madrid. Su hija tenía ya 14 años y, aunque pocas jóvenes de su edad contaban con un bagaje cultural y viajero como el suyo, la madre quiso que fuera a estudiar al innovador Instituto Internacional.
En 1913 viajó a Argentina, primera etapa de un periplo de seis meses a América, pensionada por la Junta de Ampliación de Estudios. De este viaje trufado de conferencias y encuentros con otras mujeres avanzadas, surgieron los escenarios de nuevas tramas narrativas: Malos amores, ambientada en un barco que hace la travesía España-Buenos Aires, y Sorpresa, el retrato de una pareja poco convencional que contiene claves de su propia relación con Gómez de la Serna. En el viaje de vuelta hizo escala en Canarias y sus conferencias a favor de la educación y los derechos de la mujer tuvieron un eco destacable. Se había convertido en un referente de la emancipación femenina.
La generación del 14, con Ortega a la cabeza, representaba un punto de inflexión en el terreno de las ideas. El modernismo quedaba atrás, y se imponía la estética novecentista. Colombine no fue inmune a esa atmósfera, pero sin dejar atrás sus anteriores influencias. Dentro del ciclo dedicado a Rodalquilar, en 1914 publicó Frasca, la tonta (y en 1918, El último contrabandista y Venganza). Escritora y periodista versátil, en 1914 inició su colaboración en una publicación que acababa de salir, La Esfera, con Mundanidades. Sus nuevos compromisos no le impidieron emprender ese verano un ambicioso viaje a los países nórdicos y Rusia que acabará siendo accidentado. Visitó hasta los recónditos paisajes noruegos y admiró su organización social, pero el estallido de la Primera Guerra Mundial frustró sus planes de llegar a Rusia. Viajando en un tren alemán, al enterarse de que la escuadra rusa en el Báltico había sido aniquilada, pecó de imprudente y manifestó su pena por razones humanitarias, pero otros pasajeros se sintieron molestos. Ella y su hija sufrieron su rechazo y en un cambio de tren fue acusada de espía rusa. Consiguieron salir de Alemania, no sin dificultades, en el mercante español Ciscar con otros compatriotas, pero las peripecias no terminaron hasta llegar a Londres, desde donde, ya a salvo, regresaron a España. La aventura fue narrada en El Heraldo y La Esfera y acabaría registrada en un nuevo libro.
Si años antes la columna encarnaba su principal discurso, ahora el vehículo elegido es la novela corta —inspirándose en realidades o ambientes conocidos—. En Ellos y ellas, o ellas y ellos aborda la homosexualidad en una atmósfera mundana y nocturna. En El abogado muestra la parálisis de la justicia ante una mujer que demanda a su amante, tras ser abandonada, para que reconozca la paternidad de su hijo. Pero el amante soborna al abogado de ella y entre ambos dilatan los plazos. Esta ficción le valió que un amigo abogado se querellase contra ella por sentirse retratado. Por fortuna, la escritora demostró ante los tribunales que no se basaba en él. De sus viajes en 1916 a Londres y 1917 a París (acompañada por Ramón) para tomar el pulso a la Europa en guerra, nacieron Pasiones, una novela antibelicista, y El Permisionario, sobre la forzosa separación de una pareja cuando a él se le agotan los días de permiso para volver a la guerra. Sus propias vivencias de viajera las volcaba a sus tramas novelescas para darles mayor verosimilitud: «[…] tuvieron que pasar toda la noche, mezclados todos los pasajeros, en una inmunda sala de la estación de Tarascon, alrededor de una estufa medio apagada». Aunque la Carmen de Burgos novelista no ocultaba su propósito literario, lo real, lo inmediato y lo urgente se filtraban en sus historias.
El paraíso portugués
El paraíso estaba mucho más cerca: Portugal se convertirá en su segundo hogar desde 1915 y en su Rodalquilar de la madurez. En Peregrinaciones (con epílogo de Ramón Gómez de la Serna) funde su odisea en el norte de Europa con su descubrimiento de Portugal, ese país tan querido por su padre. Y tan presente en su propia infancia. A pesar de fijar por fin su domicilio madrileño en Luchana 20 —donde Gómez de la Serna se encontraba empadronado en 1920—, vivirá largas temporadas en el país vecino. En la novela La flor de la playa, tomará prestadas vivencias ya descritas en Peregrinaciones para construir una ficción autobiográfica en torno al rústico hotel de A Flor da Praia, donde Ramón Gómez de la Serna y ella pasaron días felices. La pareja cumpliría su sueño de contar con casa propia al comprar Ramón un terreno cercano a Estoril y construir El Ventanal, el chalé donde ambos escribían y hacían vida de pareja sin testigos escrutadores. Aunque la relación con Gómez de la Serna no llegó a tener carácter oficial y adoptó la moderna fórmula de una amistad amorosa, Ramón ha dejado diversos retratos de su amiga y compañera. En el prólogo del libro de entrevistas de Carmen de Burgos, Confidencias de artistas, ofrece un retrato de Colombine y una de las claves de su relación: «[…] solo ante Carmen he podido respirar libre […] sin necesitar pactar reduciendo, callando, invirtiendo, puerilizando el alma». En Automoribundia repite la misma idea al hablar de una relación que le hacía crecer como autor y le libraba del pánico al compromiso experimentado ante otras novias de juventud: «Aquella unión hizo posible la bohemia completa, establecida en el más noble compañerismo, trabajando enfrente de la mujer con el pensamiento en alto, sin distracción ni inquietud por huir a la calle». Una relación innovadora y adelantada a la época en la que sus contemporáneos dieron a cada uno de ellos un trato y enfoque desiguales. Mientras consideraron que para Ramón Gómez de la Serna fue una etapa de aprendizaje y de afirmación en la que cimentó su obra, a ella la veían de otro modo: era la mujer madura que aprovechaba sus últimas bazas con un hombre más joven.
En esos años tomó cuerpo la tertulia del Café Pombo, situada en la calle Carretas, cerca de Sol. A ella acudían, además de Ramón Gómez de la Serna y Carmen de Burgos, Bergamín, Salvador Bartolozzi, Bagaria, Gutiérrez Solana, Tomás Borrás y Rafael Cansinos Assens. Margarita Nelken, en su faceta de crítica de arte, también frecuenta la tertulia. «Algunas noches voy a cenar con una mujer que ha llenado de una amistad única media vida mía», evoca Gómez de la Serna en su libro sobre Pombo. En el segundo volumen, La sagrada cripta de Pombo, Carmen de Burgos aparece como «la liberal, la romántica, la que compromete su pluma y su vida cuantas veces es menester».
Su hija, siempre en el filo de la rebeldía, aspiraba a ser actriz de teatro y, ya en 1917, intervino en El mal que nos hacen, de Jacinto Benavente, con Margarita Xirgu como protagonista. Aunque Colombine era una periodista versátil, la inclinación de su hija por el teatro pudo reforzar su propio interés por el mundo de la escena en sus columnas. La joven se casó en 1917 con el actor Guillermo Mancha, lo que inauguró una nueva relación entre la escritora y su hija. Entregada al teatro y al naciente mundo del cine, una larga gira por América alejaría a María de su madre durante años. Una ausencia que la escritora reflejaría en El silencio del hijo. La contrapartida era una mayor libertad si cabe para dedicarse a la escritura. En 1918 publicó una novela larga, Los anticuarios, una sátira en la que describe un mundo que conocía bien por sus incursiones en los mercados y rastros de Madrid y París. Y en 1918 abordó una obra de mayor aliento, la biografía de Mariano José de Larra, que verá la luz en 1919, un año en que sus estancias en Portugal se intensificaron.
Hacia la mujer moderna
La pareja dedicaba tiempo a escribir en Portugal, pero su aislamiento no era absoluto. Entre otros contactos, la escritora mantenía amistad con la portuguesa Ana de Castro, un referente en el campo del sufragismo luso. A través de ella De Burgos impulsó la Cruzada de Mujeres Españolas, organización homónima de la que Ana de Castro lideraba en Portugal. La organización de Colombine dio nuevos bríos a otras asociaciones ya existentes, como la Unión de Mujeres Españolas de Concepción Aleixandre y el Consejo Nacional de Mujeres, presidido por Lilly Rose Schenrich, marquesa consorte del Ter, una sufragista francesa casada con un diplomático y aristócrata español.
El 30 de mayo de 1921 Carmen de Burgos y otras afiliadas de la Cruzada de Mujeres Españolas se concentraron ante el Congreso y entregaron un manifiesto de nueve puntos a los diputados. Lo habían firmado numerosas mujeres, desde obreras a artistas populares como Imperio Argentina, y solicitaban la igualdad política para ser electoras y elegidas; la equiparación con el hombre ante el Código Penal y la eliminación de normas que cerraban el paso a las mujeres a determinadas profesiones, así como la investigación de la paternidad. «Es el amanecer de un serio movimiento feminista», afirmó El Heraldo. El artículo 438 del Código Penal era uno de los más injustos para las mujeres: imponía solo la pena de destierro al marido que sorprendiera en adulterio a su esposa y la matara a ella o al adúltero, y quedaba exonerado si las lesiones no eran graves. De Burgos escribió una novela con ese título, El artículo 438. Gestos de rechazo que abonarán la futura campaña de prensa de 1927 para que fuera eliminado.
Sus estancias en El Ventanal no la alejan de la actualidad española, pero la literatura portuguesa empieza a estar presente en sus artículos de Cosmópolis (publicación dirigida por Gómez Carrillo en la que colaboraba desde 1920). Se estrena con Eça de Queiroz, un autor fetiche que unirá al elenco de los que había biografiado: Leopardi y Larra. En 1923, el golpe del general Miguel Primo de Rivera trastoca y redefine la situación política española. Paradójicamente, en esta etapa Carmen de Burgos se halla centrada en sus libros, consciente de que debe exprimir al máximo su creatividad. Su fortaleza física ya no es imbatible: una dolencia cardiaca le hace experimentar una sensación hasta entonces desconocida: el cansancio. Sus bajas en la Escuela Normal son frecuentes, pero se resiste a aminorar el ritmo. En 1925 viaja a México para presidir el Congreso Internacional de la Liga de Mujeres, auspiciado por su amiga Elena Arizmendi, secretaria general de la organización. Y además de enviar las crónicas del viaje para La Esfera, se traerá nuevas historias de ficción, como La misionera de Teotihuacan.
Es difícil valorar desde la perspectiva crítica su prolífica obra narrativa. A pesar de su intención literaria, parte de sus historias tienen un enfoque testimonial y divulgativo. Tal vez sean sus ensayos su aportación más genuina, no solo por lo que expresan, sino por lo que siembran de cara al futuro. Como La mujer moderna y sus derechos, un título fundamental que publica en 1927 y que apunta a ideas precursoras de lo que décadas después aparecerá de forma rigurosa y elaborada en la obra canónica de Simone de Beauvoir, El segundo sexo.
En 1927 viaja de nuevo a América con la intención de coincidir con su hija en Chile. Un año antes, en 1926, Ramón Gómez de la Serna se había visto obligado a vender El Ventanal. Abandonado Estoril, la pareja recuperó lo que iba a ser un nuevo y último refugio en Nápoles, escenario que recoge en la novela La misericordia. A su vuelta a Madrid, Colombine cambia por última vez de domicilio y se instala hasta su muerte en un entresuelo de la calle Nicasio Gallego, más acorde con su necesidad de cuidar su corazón y no fatigarse, aunque conserve una segunda dirección para su correspondencia en Luchana 12.
En ese tiempo la periodista se adentra en el terreno de la crítica al reseñar libros en la sección «Impresiones literarias. Al margen de los libros», que firmó como Perico de los Palotes, un seudónimo que ya utilizó en El Radical almeriense Jesús García, amigo de la autora. En sus reseñas aparecían desde autores clásicos a libros de actualidad. En una de sus entregas, agrupó tres libros de Ramón Gómez de la Serna: Greguerías, Senos y El circo. «En los tres resplandece lo moderno», señaló. En paralelo inauguró la sección fija «El problema de la enseñanza», en la que vertía opiniones de docentes y políticos sobre las reformas más urgentes en la educación.
Su relación con Gómez de la Serna se había enfriado al marcharse a Chile, lo que acentuó su sensación de soledad. El relato «Se quedó sin ella» encierra algunas claves de su distanciamiento, como si diera a entender que el éxito de él había empañado su unión. La ruptura amorosa se iba a producir algo más tarde y de forma traumática. Su hija María, separada de su marido, había vuelto al domicilio materno y, al disponerse Ramón a dirigir la obra teatral Los medios seres, Colombine le pidió que le diera un pequeño papel. Su participación, por recomendación, no fue bien vista por otros actores y creó tensiones entre ellos y el director. Gómez de la Serna arriesgaba su prestigio de autor teatral en esta primera obra, y este cúmulo de contratiempos y de intereses encontrados fomentó un inesperado acercamiento amoroso entre la hija de Carmen de Burgos y el amante de su madre. Es inevitable ver un guiño freudiano en esta breve pasión de la hija por el hombre con el que había compartido a su madre desde niña. A pesar de haber viajado los tres juntos en el pasado y de que él la consideraba una joven poco atractiva, una jugada del destino trastocó su anterior juicio y se sintió seducido por la actriz. El estreno de la obra, el 7 de diciembre de 1929, confirmó a ojos de la madre la relación y supuso la ruptura final entre De Burgos y Gómez de la Serna. Es posible que este desliz revelara de forma implícita que Ramón no estaba dispuesto a comprometerse hasta el fondo con Colombine. Pasado el tiempo, Carmen de Burgos le perdonó y la relación entre ambos se recompuso, ya como amigos.
Ramón apoyó en sus inicios la Segunda República porque presagiaba un clima cultural favorable. Tolerante y poco dado a los extremos, al volver de su primer viaje a Argentina, en febrero de 1932, se encontró con una atmósfera de creciente polarización: algunos de sus amigos simpatizaban con la Falange e intentó que la Cripta de Pombo quedara al margen de actitudes partidistas. Aun así, en 1933 sí denunció el antisemitismo y la deriva nazi en Alemania. En Argentina había conocido a Luisa Sofovich, su futura esposa, y ella y su hijo le acompañaron cuando regresó a Madrid. En 1936 se adhirió a la Alianza de Escritores Antifascistas, pero su apoyo se diluyó en las primeras semanas de la guerra. En cuanto le fue posible se exilió. No se sentía comprometido con la República, pero su talante liberal le impedía aproximarse a los sublevados.
Carmen de Burgos acudió en 1930 a descansar al balneario francés de Royat acompañada de Ana de Castro. Además de recobrar parte de su anterior energía, su nombre sonó en ese tiempo entre las tres mujeres que según Cristóbal Castro tenían méritos y erudición suficiente para sentarse en la RAE. Las otras eran Blanca de los Ríos y Concha Espina. Todo en vano: no había aún voluntad entre los académicos para incorporar a una mujer. En Quiero vivir mi vida, su última novela larga, con prólogo de Gregorio Marañón, escribió dos historias de mujeres en las que el tema de la identidad y los desengaños amorosos se entremezclaban con pinceladas autobiográficas. Una de las protagonistas llega a matar a su marido infiel (una actitud en la que, según Marañón, afloraba un componente viril que empujaba a esa mujer ya madura a tomar tan drástica decisión), mientras que la otra desconfiaba del amor debido a sus malas experiencias.
Los problemas de su hija seguían preocupándola. Además de su inestabilidad nerviosa, no despegaba como actriz. Su madre se ocupó de que fuera tratada de sus dolencias y dependencias hasta lograr una cierta estabilidad. En 1932 la nueva ley de divorcio aprobada en las Cortes permitió a María poner fin a su primer matrimonio para casarse con Ernesto Zegarra Romano. Carmen de Burgos continuaba entregada a diferentes causas, entre ellas la abolición de la prostitución. El 8 de octubre de 1932 por la tarde participaba en una de las mesas redondas que cada sábado celebraba el Círculo Radical Socialista, en esa ocasión sobre educación sexual, y se sintió indispuesta. Fue atendida por dos médicos que se encontraban en la reunión y ella pidió que llamaran a Gregorio Marañón. Pero su corazón ya no tenía más yesca para seguir ardiendo y se agotó en la madrugada del 9. «Muero contenta porque muero republicana. ¡Viva la República!». Terminaba así una de las trayectorias más sólidas y fulgurantes del primer tercio del siglo XX. Alguien que se había codeado con Pérez Galdós, Indalecio Prieto, Giner de los Ríos, Marañón, Sorolla… Una hija de la naturaleza que a base de trabajo, viajes y algunas excentricidades había llegado a la cima. La dictadura franquista intentó apagar su voz, pero no lo consiguió.
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Sofía Casanova: una reportera española en la Gran Guerra
«Soy la única mujer española que vengo de aquellos lugares de desolación y muerte, en donde los hambrientos cavan sus fosas y en ellas se matan con sus mujeres e hijos», escribe, en una de sus crónicas de la Primera Guerra Mundial, Sofía Casanova, consciente de la singularidad de su testimonio y del triste privilegio que suponía haber tocado el horror con los ojos.
Sus crónicas le dieron tal popularidad que, en 1920, cuando el diario madrileño El Fígaro propuso a sus lectores que votaran a las diez mujeres que en su opinión deberían ser diputadas (la legislación aún no lo permitía), Sofía Casanova apareció en tercer lugar en la lista de las elegidas. Delante de ella figuraban Emilia Pardo Bazán y Carmen de Burgos. Detrás, mujeres tan relevantes como Margarita Nelken, María de Maeztu, María Guerrero, María Lejárraga o Margarita Xirgu.
Pacifista, conservadora, humanista, Sofía Casanova (A Coruña, España, 1861-Poznan, Polonia, 1958) fue reportera de guerra en un tiempo en que las mujeres o eran pioneras y transgresoras o estaban abocadas a vivir como simples espectadoras. Ella no se resistió a contar lo que veían sus ojos. Mujer inclasificable, era conservadora de ideas e innovadora en la acción. Sus crónicas de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución de Octubre para ABC la convirtieron en la segunda española corresponsal de guerra. La primera, como se ha indicado, fue Carmen de Burgos.
La Gran Guerra supuso para ella, paradójicamente, una oportunidad para labrarse una merecida fama como reportera. En parte porque estaba allí, en el escenario bélico. Pero, sobre todo, porque era escritora y articulista, hablaba cinco idiomas y ante el estallido de la Gran Guerra no se limitó a cuidar heridos. Sabiendo que se encontraba en Polonia, ABC le encargó que narrara su experiencia sobre el terreno, por lo que su testimonio tiene el valor añadido de contar la guerra que ella misma vivía.
Sofía Guadalupe Pérez Casanova (su nombre completo) dejó a los catorce años su tierra gallega para estudiar música y declamación en Madrid y ser presentada en la Corte, siguiendo los deseos de su abuelo. Cumplió las expectativas familiares y se casó a los veinticinco años con el escritor y filósofo polaco Wincenty Lutoslawaski. Un matrimonio que cambió su destino y que le uniría para siempre a Polonia, desmembrada y repartida desde 1795 entre Alemania, Austria y Rusia. De joven fue actriz, pero luego optó por la poesía y las tertulias literarias donde conoció a Emilia Pardo Bazán y a Blanca de los Ríos. En esas tertulias se sentía en territorio propio. Había nacido en una familia atípica: su madre, Rosa Casanova Estomper, se casó, pese a la oposición paterna, con Vicente Pérez Eguía, de quien estaba embarazada. Sofía fue la primogénita, pero a la llegada del tercer hijo, el padre se marchó a hacer las «Américas» y no volvió. La madre de Sofía tuvo que volver al redil paterno para sacar adelante a sus hijos y fue así como el abuelo, de clase media, pero de economía desahogada, tomó las riendas de la educación de los nietos y decidió que Sofía obtendría en Madrid el progreso social que merecía. Para conseguirlo la familia se instaló en un barrio popular de la capital y removió influencias para que la joven fuera recibida en los salones de la aristocracia. Aunque ella prefiriera la bohemia a la Corte. Al firmar sus poemas y artículos, prescindió del apellido paterno, anodino y tal vez poco añorado, y optó por el más sonoro y breve nombre de Sofía Casanova.
Ramón de Campoamor, que la había introducido en las tertulias literarias, fue también quien le presentó a su marido, un noble terrateniente polaco, diplomático y filósofo, que había venido a Madrid a estudiar el pesimismo en la literatura española. Campoamor los presentó por sus afinidades poéticas, pero Wincenty Lutoskawaski se fijó en la mujer y apostó por un matrimonio que, para Sofía Casanova, supuso una ruptura con su mundo anterior. Un reciente documental sobre su vida lleva el acertado título de A maleta de Sofía. Había pasado a ser una viajera y una nómada.
En 1887, recién casada, se trasladó a Polonia con su marido, acompañada de su criada Pepa, una gallega que se convirtió en su sombra y hasta en su compañera de aventuras periodísticas. Su marido, unas veces en calidad de diplomático y otras como profesor y conferenciante, se desplazaba a menudo tanto por los territorios polacos como por otros Estados europeos. La vida no era igual en las regiones polacas bajo control ruso, alemán o austriaco. Mientras que en la parte rusa se alentaba la asimilación, en la zona austriaca se gozaba de más autonomía política y de una mayor vitalidad cultural. Así ocurría en la región de Galitzia (curiosamente, su fonética, Galicja, recordaba a la Galicia natal de Casanova). En 1889 su marido comenzó a trabajar en la Universidad Jaguellónica de Cracovia, «así que Sofía pudo ver y comprender de cerca el fenómeno cultural de Galitzia, de la “otra Galicia”», escribe el profesor Grzegorz Bak en «La atormentada Polonia de Sofía Casanova», texto incluido en el libro Vida e tempo de Sofía Casanova (1861-1958), coordinado por Antón M. Pazos.
Wincenty Lutoskawaski tuvo otros destinos, uno de ellos en la universidad de Kazán, en la Tártara Rusa, un apartado lugar al que el matrimonio llegó en época invernal y en trineo. Casanova relató esta odisea en Sobre el Volga helado.