Kitabı oku: «Alma», sayfa 4

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—Espero que te comportes —le dije, recordando el día anterior.

El animal me ignoró completamente. Subí a su lomo y me dispuse a salir. Mi tía se había mantenido en el interior de la casa todo el rato y tampoco salió a despedirme cuando pasé cerca del muro.

Me adentré en el bosque al paso con JB, sentí la cálida brisa del verano acariciándome la piel con suavidad. Allí podía encontrar la paz. Estuve dándole vueltas a las conversaciones que tuve con Tom cuando aún estábamos en Rhode Island.

[—No entiendo por qué tienes que quedarte todo un mes en la cafetería, Lor, tu contrato terminó hace dos semanas—. Se quejaba mi h ermano.

—Su camarera habitual ha tenido un accidente. Es normal que me pidan que me quede un mes mientras ella se recupera. Tengo que aceptar porque si me niego puede que no me den trabajo el próximo in vierno.

—¿Y qué? No necesitas trabajar, mamá cubre nuestros gastos. Tu deber es estudiar y dive rtirte.

—Sabes que no soporto pedirle dinero a mamá, me gusta ser autosuficiente. Además, a ti te pasa lo mismo —argu menté.]

Era cierto. Mamá nunca nos pidió que trabajásemos para que no le pidiésemos dinero para nuestras cosas. Pero tampoco nos negó hacerlo, de hecho estaba orgullosa de nosotros por ser autosuficientes. Decía que así valorábamos más las cosas, y era cierto.

[—Pero yo no pierdo un mes de mi verano en Alma por tr abajar.

—¿Qué clase de hermano mayor da consejos tan nefastos? —dije riendo.

Tom se encogió de hombros mientras hacía la maleta.

—Uno divertido, sin duda.]

El recuerdo se difuminó en mi mente. Había sido la última conversación que tuve con él, después me fui a trabajar, cuando volví a casa había dejado una nota sobre mi mesita de noche.

Te quiero en casa de tía May en un mes, si no, volveré y te obligaré a dejar ese trabajo para llevarte conmigo a Alma, enana.

Te quiero: Thomas.

Desapareció a las tres semanas, y yo no había vuelto a Alma desde entonces. Durante meses esperé a que viniese a buscarme, pero nunca lo hizo.

JB se detuvo en el lago. Yo no lo había guiado en todo el camino, pero allí estábamos. El lago Spirit no había cambiado en tres años, rodeado de árboles por todas partes se extendía hacia el horizonte y el reflejo de la maleza en las quietas aguas le daba la apariencia de un gigantesco espejo.

—¿Te gusta este sitio, chico? —le pregunté al caballo mientras desmontaba. El día anterior, cuando me dirigía a casa de mi tía, también había frenado la marcha al llegar al lago.

Cogí las riendas desde el suelo y empezamos a caminar por la orilla. Sabía dónde me llevarían mis pasos pero no me resistí. Llegué a la caleta que solía frecuentar con mi hermano y até a JB a un árbol. Me cercioré de que no había nadie cerca y me quité la camiseta, las botas y el pantalón. Me zambullí de inmediato y agradecí el frescor del agua. Nadé cerca de la orilla, y aquello consiguió relajarme. Aquel día todavía no había llamado a mi madre, y tía May estaba algo dolida conmigo. Cuando llegase a casa me disculparía con ella y acto seguido llamaría a mamá.

Me sumergí de nuevo y dejé que mi cuerpo flotase lentamente hacia arriba mientras mantenía los ojos abiertos bajo el agua. Adoraba aquella sensación de ingravidez. Cuando asomé nuevamente la cabeza para coger aire, la brisa me acarició la frente enfriándola todavía más. A unos quince metros de la orilla se elevaba una roca desde las profundidades del agua, la había ignorado a mi llegada, porque desde allí aprendí a tirarme de cabeza con Tom. Y pensaba marcharme sin llegar a ella, pero algo dentro de mí me lo impedía. A regañadientes conmigo misma, nadé hacia ella. A medida que me acercaba parecía hacerse más grande, la verdad es que no recordaba que fuese tan agotador llegar hasta ella. Cuando por fin alcancé la dura roca me faltaba el aliento. Subí a la cima con cuidado y me senté allí, observando el paisaje mientras cogía fuerzas de nuevo.

Estuve ahí quieta mirando el reflejo del agua con la mente en blanco hasta que el sol me cegó. Protegí mis ojos con el brazo derecho, preguntándome qué hora sería para que estuviese tan bajo. ¡Dios mío! Había perdido la noción del tiempo, el sol estaba cayendo y yo estaba en mitad del lago. Como si supiera exactamente lo que estaba pensando JB relinchó desde la orilla. Me puse en pie ipso facto y me tiré de cabeza al agua, empecé a nadar con toda la fuerza y rapidez de la que era capaz hacia la orilla. Tía May me mataría si no llegaba antes del anochecer. Me faltaban apenas unos seis metros para llegar cuando sentí algo detrás de mí, giré de inmediato sobresaltada, pero allí no había nada. Miré inquieta el agua de mi alrededor. Tampoco. JB volvió a relinchar a mis espaldas y empezó a arañar la tierra con los cascos. Me tranquilicé lo justo para emprender de nuevo el nado hacia él. Llegué en poco tiempo, aunque a mí me pareció una eternidad. Salí corriendo del agua y me puse la ropa a toda prisa, sin dejar de mirar en todas las direcciones por si acaso. Desaté al caballo a la carrera y monté preparada para salir corriendo. No tuve que darle ninguna orden, JB sabía que era tarde y que el tiempo apremiaba. Salió a galope tendido atravesando el bosque conmigo encima como alma que huye del diablo. Esta vez no me asusté, ni pensé en que nos podía ocurrir algo si tropezaba. Temía más la reacción de mi tía si no llegaba a tiempo que un montón de huesos rotos por un accidente. Además, aquella sensación de que no estaba sola en el lago no me hacía ninguna gracia. Sentí que el único que podía salvarme de lo que fuese en aquel momento era mi caballo, así que me incliné sobre su cuello y le dejé hacer.

Salimos del bosque en pocos minutos, todavía había luz. Miré a mi espalda y vi el último resquicio de sol poniéndose en el horizonte. Delante nuestro estaba la casa de tía May, y en el camino de entrada se encontraba ella. Nos estaba esperando. Al verla JB apretó aún más su carrera, y llegamos en segundos. El animal frenó de golpe en cuanto atravesamos la entrada y casi salí disparada hacia delante. En cuanto recuperé el aliento de la frenética carrera, solté las riendas y me tumbé de espaldas sobre el lomo del caballo. Entonces empecé a reír. Pero a reír de verdad, como hacía años que no lo hacía.

Tía May se acercó a nosotros y acarició el morro de JB.

—Gracias —le dijo—, ha faltado poco.

Al escucharla giré la cabeza hacia ella.

—Lo siento de veras —me disculpé—. No ha sido adrede, fuimos al lago y perdí la noción del tiempo —me incorporé nuevamente y palmeé el cuello del caballo—, pero JB lo tenía presente y me ha traído de vuelta justo a tiempo.

Desmonté y cogí las riendas.

—Ha sido una carrera épica, chico —le dije llena de júbilo—. Vamos, te daré doble ración de alfalfa esta noche, te lo has ganado.

Como si me entendiese, asintió con su enorme cabeza. Me eché a reír de nuevo.

—Te esperaré en casa —dijo tía May—. No tardes, la cena está casi lista.

—Enseguida voy —respondí alejándome de allí con el caballo.

Duché a JB a conciencia, pues había sudado lo suyo. Le puse el pienso, la paja y la alfalfa prometida. Cerré la verja del cercado y lo dejé allí revolcándose en la hierba para quitarse el olor del jabón que con tanto mimo le había puesto. Lo observé durante un momento.

—Gracias —susurré—, ha sido como devolverme la vida durante unos instantes.

El caballo dejó de revolcarse y me miró durante un segundo, antes de levantarse y ponerse a comer como si no fuese con él. Sonreí.

Me reuní con tía May, estaba en el porche secándose las manos con un trapo de cocina.

—Me habéis asustado —dijo.

—Lo sé y lo siento tía May —me acerqué a ella y le quité el trapo para cogerle de las manos—. Te prometo que no volverá a pasar. Gracias por no ponerte histérica.

—¿Histérica? ¿Yo? ¿Por quién me tomas, por tu madre?

Aquello me hizo reír, hasta que recordé. Mi tía debió darse cuenta.

—Tranquila, la he llamado cuando estabas duchando a JB, dice que la llames por la mañana.

Uf, menos mal. Suspiré aliviada. Mi madre se podía poner como una moto si le daba la neurosis. Me senté en el sillón de mimbre.

—No, no, no —me reprendió mi tía —. Levántate y vete a duchar, apestas a sudor de caballo, y tenemos que cenar.

Me puse en pie con una mueca.

—Señor, sí, señor.

—No me hables así que no soy un sargento —dijo riendo, y sacudiéndome en el trasero con el trapo.

Tras mi ducha, la cual agradecí sobremanera, me reuní con tía May.

—Entonces —empezó mi tía en cuanto entré en la cocina —, ¿Has estado en Spirit toda la tarde?

—Sí, necesitaba relajarme —empecé a preparar la mesa para nosotras—. No es que quisiera ir, pero JB me llevó hasta allí. Supongo que Tom iría con él, y puso el automático por decirlo de alguna manera.

Mi tía puso una fuente de ensalada en el centro de la mesa.

—Sí, así es. Sé que tu hermano iba allí todos los días a nadar un rato, bueno también ibas tú con él cuándo estábais juntos.

—Sí —asentí—. He ido a la caleta que solíamos frecuentar.

—¿Dónde hay una roca en el centro del lago?—preguntó.

—Así es, pero…—callé ¿Debía contarle a mi tía lo de la extraña sensación de ser observada? Decidí que no. No quería que me prohibiese volver.

—¿Sí? ¿Qué ibas a decir?—preguntó.

—Bueno, nada —me crucé de brazos—. No es tan divertido sin él, supongo que me entiendes.

Asintió con un movimiento de cabeza y no preguntó más. Sacó del horno berenjenas rellenas y las colocó al lado de la ensalada. Nos pusimos a cenar charlando sobre los cambios que necesitaba la finca. JB necesitaba una cuadra nueva, aunque la mayoría del tiempo dormía en una zona delimitada exclusivamente para él totalmente al aire libre, pero era bueno tener un techo donde meterlo para protegerlo del frío en invierno. El gallinero no estaba mal, pero necesitaba una puesta a punto, y el cobertizo…lo más probable era que tuviésemos que reconstruirlo totalmente. Mi tía quería recuperar su huerto y añadir un invernadero. Así que nos hicimos un croquis del territorio y redistribuimos los espacios. El caballo mantendría el cercado, y la cuadra se quedaría en su sitio, pero añadiríamos un guadarnés para la silla y los arreos. El gallinero estaba en la otra punta del terreno de la casa, así que no supondría un problema. El cobertizo lo derribaríamos y lo colocaríamos al oeste, cerca del camino de entrada, mirando hacia la puerta principal. Y el huerto de mi tía y el invernadero, estarían en la parte trasera, pegado a la cocina y a su habitación de preparados. Incluso pensamos en poner una puerta en la misma cocina para poder salir directamente sin tener que dar la vuelta.

Tras la cena me despedí de tía May y subí al piso de arriba para irme a dormir. Cuando pasé por delante de la puerta del dormitorio de mi hermano me detuve. Esta vez no entré, me quede allí quieta y coloqué la mano sobre la superficie de la puerta.

—Voy a encontrarte —susurré. Como si Tom estuviese al otro lado y pudiese oírme.

Me alejé de allí recorriendo el pasillo hacia mi habitación. Sentí un escalofrío al pasar delante del estudio de tía May y me volví. La puerta estaba cerrada como el día anterior. Aferré el pomo y entré, la estancia se hallaba en completo silencio. Llena de caballetes de pintura por todas partes cubiertos con sábanas. Miré a mi derecha: justo a mi lado había un soporte más bajito que el resto. Aferré la sábana que lo cubría y destapé un cuadro. Era similar al que colgaba de mi casa en Rhode Island, pero con tonos más oscuros y siluetas de algo parecido a ojos por todas partes. Sentí un extraño hormigueo en la piel, aquél no era el mismo “Caos”, sino uno más oscuro. Volví a cubrir el cuadro, angustiada de repente, y salí de la habitación. Fui hacia mi dormitorio prometiéndome que al día siguiente le preguntaría a mi tía porqué había pintado algo tan… No encontraba una palabra capaz de describirlo. Pero me había picado la curiosidad.

Cuando entré en mi cuarto, cerré la puerta y cambié mi camiseta de pijama por la que tenía bajo la almohada. Respiré su aroma y me metí en la cama. Alargué la mano hacia la mesita de noche y cogí mi teléfono móvil. Aquel día no lo había mirado ni una sola vez. Abrí los ojos sorprendida cuando vi veinticinco llamadas perdidas de Bibi y doce mensajes. Los leí a toda prisa.

*¿Lor, qué haces?

*te estoy llamando, ¿es que allí no hay cobertura?

*supongo que estás genial ¿no?

*¿No me digas que has encontrado ya una pista?

*aunque no lo creo, de ser así me habrías llamado ¿verdad?

*¿Todavía nada?

*sigo llamándote ¿sabes?

*¿Piensas contestar al teléfono?

*aunque pensándolo mejor, creo que tal vez tu distanciamiento tecnológico se deba a algún chico. ¿Es que allí hay chicos guapos?

*¿Lor?

*¡Looooooooooooor!

*¿Así que es eso? Tal vez tenga que visitar tu pueblo alguna vez si hay tan buen material como para hacer que te olvides de TU MEJOR AMIGA.

*¿EN SERIO NO ME VAS NI A LLAMAR?

Como siempre sonreí al ver los mensajes de mi amiga. Le di a responder y le escribí:

*hola Bibi, lo cierto es que he dejado el teléfono en el dormitorio y no lo he mirado en todo el día. Todavía no he averiguado nada, y por supuesto que mi silencio no se ha debido a la presencia de ningún hombre. Sabes que no estoy para esas cosas. Te llamaré mañana, QUERIDÍSIMA HISTÉRICA. Me voy a dormir. Un beso.

Dejé el teléfono de nuevo en la mesita de noche y me acomodé en la cama. No tardé ni cinco minutos en quedarme dormida.

CAPÍTULO 3

Los Tyler.

Un ruido atronador me despertó de golpe y me puse en pie de inmediato. Corrí hacia la ventana con el corazón latiéndome a mil por hora. ¿Qué estaba pasando? Corrí las cortinas y abrí la ventana para asomarme, tuve que sacar medio cuerpo fuera para poder ver algo. La brisa matutina me acarició el rostro y me ayudó a despejarme.

—¡Quítate del medio, Sam!

Ethan Tyler, estaba en la entrada del cobertizo con un martillo en la mano, mientras sujetaba con la otra el hombro de su hermano pequeño.

—Pero Jack tampoco me deja estar con él, Ethan, no es justo.

—Te dije que no veníamos a jugar. Haz algo de provecho o no estorbes.

—¡Pero no sé qué hacer!—se quejaba el pequeño.

—Ese caballo tiene que comer. Ve a darle el desayuno, anda —dijo instando a Sam a alejarse de allí hacia la cuadra de JB.

El pequeño, se metió las manos en los bolsillos del mono tejano y se fue hacía el cercado del caballo, enfadado mientras chutaba pequeñas piedras que encontraba en el camino.

Metí de nuevo la cabeza en mi cuarto y busqué a toda prisa algo que ponerme. Escogí un tejano viejo, una camiseta negra y mis botas. El teléfono sonó en aquel momento. Maldita sea. Ni siquiera miré quien llamaba.

—Hola Bibi —dije al descolgar.

—Ya está bien —se quejó.

—Lo siento —me disculpé—. Pero bueno, solo ha pasado un día, no es el apocalipsis.

—En este caso podría serlo. ¿Y si me pierdo algo?

—Mi vida no es un culebrón Bibi.

—Eso tú no lo sabes. Yo lo veo desde fuera.

—Lo que tú digas —concedí, no iba a discutir aquella tontería.

—¿Entonces no has encontrado nada?

—Desgraciadamente no, pero estoy segura de que sabré algo en breve.

—¿Eso significa que tienes una pista? —se interesó.

Pensé en la conversación que me quedaba pendiente con mi tía y asentí para mis adentros.

—Algo así, pero es un poco complicado de explicar. Además, ahora no es un buen momento Bibi.

—¿Cómo que no? ¿Qué tienes que hacer a las nueve y media de la mañana, que no pueda esperar a que hables conmigo?

—La casa de mi tía ha sido asaltada por los hermanos Tyler —exageré—. Tengo que poner orden.

—Wow, los hermanos Tyler… ¿Están buenos?

Suspiré, era incorregible.

—¿Y yo que sé? Supongo. No lo sé. No para mí. No ahora— solté sin saber muy bien lo que estaba diciendo.

—No me has dado un no rotundo. Lo que significa, que probablemente estén buenos. ¿Cuándo puedo ir a visitarte, dices?

Reí. No conocía a nadie que fuese tan, tan… Bibi.

—Ven cuando quieras, Bibianne, ahora tengo que dejarte. Es en serio. Te llamaré por la tarde o por la noche.

—Está bieeeen —accedió a regañadientes —, pero echa un vistazo al teléfono de vez en cuando. Entiéndeme, esto es aburrido sin ti.

—Así lo haré, te lo prometo. Ahora tengo que colgar. Adiós Bibi.

—Adiós Lor. Te quiero amiga.

Colgué el teléfono y corrí al baño. Me lavé los dientes, la cara y me recogí la melena en una trenza algo nefasta. Bajé al piso de abajo y me dirigí a la salida a toda prisa.

—Desayuna por lo menos —dijo la voz de mi tía desde la cocina.

Giré sobre mis talones y asomé la cabeza por la puerta. Tía May estaba tras un gran periódico, con unas minúsculas gafas apoyadas sobre la punta de la nariz, mientras tomaba café.

—¿Qué significa todo este alboroto? —pregunté señalando con el pulgar hacia la calle.

—Les dije que viniesen hoy —dijo sin levantar la vista del diario.

—¿Y cuándo pensabas decírmelo?

—¿No lo hice ayer?

Me acerqué a ella, cogí firmemente el periódico y lo hice descender para captar su atención.

—No —contesté cuando clavó sus ojos en los míos.

—Bueno —empezó mientras alzaba de nuevo el diario para enfrascarse una vez más en la lectura—, pues te lo digo ahora. Los chicos Tyler empiezan a trabajar aquí desde hoy. ¿Café, querida?

Resoplé y me pellizqué el puente de la nariz.

—Sí, creo que lo voy a necesitar —admití mientras cogía la cafetera y me servía una taza.

Me apoyé en la encimera mirando a mi tía. No me hacía caso, seguía concentrada leyendo las noticias. Lo curioso es que nunca la había visto leyendo el periódico. Sobre todo porque lo había detestado siempre. Pero bueno, supuse que un poco de información tampoco venía mal de vez en cuando. Escuché unos martillazos atronadores que venían de fuera y recordé que debía ponerme manos a la obra. Me tomé el café de un trago y me abrasé la garganta. Giré ciento ochenta grados buscando el fregadero con lágrimas en los ojos para beber agua y apagar el fuego de mi esófago.

—Lor —dijo mi tía a mis espaldas —. ¿Has notado o sentido algo raro estos días?

Abrí el grifo del agua y bebí directamente de allí. Cogí aire al terminar y me sequé la cara con la mano.

—¿Qué dices tía May? —grazné volviéndome hacia ella con la garganta aún dolorida.

Había dejado de lado el periódico y me miraba por encima de sus gafas. Me observó a mí, luego a la taza de café y negó en silencio.

—Digo —insistió—, que si te has sentido extraña estando aquí.

Recapacité durante un momento. Me había sentido observada el día anterior en el lago, pero no se lo iba a decir porque estaba claro que si lo hacía tendría que despedirme de nadar allí. Además, eso no tenía nada que ver con si me sentía o no extraña.

—No —contesté encogiéndome de hombros—. Es raro estar aquí sin Tom, pero aparte de eso, no. Nada.

Tía May iba a decir algo más, pero los martillazos de fuera volvieron a arremeter con fuerza. Salvada por la campana, pensé.

—Será mejor que salga a presentarme como Dios manda —dije recuperando poco a poco mi voz.

Mi tía resopló, estaba claro que no le gustaba todo aquel ruido pero estaba decidida a rehabilitar la finca y tendría que soportarlo.

—Sí—dijo recogiendo su taza de café y el diario —, ve. A ver si puedes hacer que todo este jaleo dure lo menos posible. Voy a preparar un ungüento para el señor Boots. Tal vez si me mantengo ociosa, ese condenado ruido pase desapercibido para mis delicados oídos.

Asentí, y salí a toda prisa. Cuando estuve en el porche me detuve a recapacitar. Lo mejor sería que fuese primero a por el mayor, Ethan, ya que el día anterior prácticamente me había encarado a él. Me disculparía por mis modales, luego buscaría a los otros dos y me presentaría. Con un poco de suerte, me ganaría la confianza del pequeño y le tiraría de la lengua para que me dijese lo que supiese de Tom. A los niños pequeños no se les daba bien guardar secretos. Me sentí un poco mal por pensar aquello; aprovecharse de un niño era algo mezquino, pero la vida es así.

Ethan estaba sobre una escalera en uno de los laterales del cobertizo, dando martillazos a diestro y siniestro. Llevaba unos tejanos y una vieja camiseta roja sin mangas que dejaba ver unos brazos musculados y curtidos. Me situé bajo la escalera y miré hacia arriba.

—¡Hola! —grité para que me oyese por encima de aquellos golpes.

El chico miró malhumorado hacia abajo. Estaba claro que no le gustaban mucho las interrupciones. Al verme alzó las cejas sorprendido y suavizó el gesto. Guardó el martillo en un cinturón para herramientas que llevaba consigo y bajó de la escalera. Cuando lo tuve delante, y sin estar yo enfadada como el día anterior fui consciente de su tamaño. Era enorme, me sacaba tres cabezas por lo menos. Tenía el rostro cuadrado gracias a unos prominentes pómulos y una mandíbula marcada, la nariz algo torcida hacia la izquierda y unas pobladas cejas castañas.

—¿Qué tal?— dijo amigable, mientras me tendía una mano enorme.

Se la estreché. Por suerte para mí no apretó su agarre, temía por la integridad de mis dedos.

—Hola, soy Lor. Siento lo de ayer —me disculpé—, creo que la situación me desbordó un poco. No pretendía ser tan maleducada.

—Tranquila, no hace falta que te disculpes —me dio una palmadita en la espalda que pretendía ser conciliadora pero que me dejó sin aire—. Hace falta algo más que una chica furiosa para tumbarme.

—No lo dudo —dije recobrando la compostura y la dignidad —. ¿Qué estás haciendo en el techo del cobertizo?—pregunté.

—Pues lo estoy desmantelando —dijo rascándose la cabeza y mirando hacia arriba —. Tu tía me ha dicho que quiere construir uno nuevo cerca del camino de entrada.

—Sí, así es, pero antes tenemos que sacar la furgoneta. Pretendo repararla.

—Ya está fuera —señaló hacia el gallinero, la furgoneta estaba allí vigilando a los gallos en el más absoluto silencio.

—¿Pero cómo?—me sorprendí—. Si no arranca.

El enorme muchacho se echó a reír con una sonora carcajada.

—Tiene ruedas, así que la hemos empujado. Mi hermano Jack entiende de coches. Seguramente pueda ayudarte.

—Claro, empujando. Qué idiota, ni siquiera había pensado en eso —dije, abatida. Sin duda acababa de quedar como una imbécil.

Ethan me observó durante un instante y negó con la cabeza.

—No te preocupes, es normal que pienses en…—dudó durante una fracción de segundo pero se recompuso rápido—otras cosas más importantes —terminó.

Fruncí el ceño y clavé mis ojos en él, tal vez lo pondría nervioso y diría algo. El chico captó mi mirada y se incomodó. Sin embargo lo que hizo fue mirar hacia el gallinero y entrecerrar los ojos. Seguí el rumbo de su mirada.

—¡Eh, Jack! —gritó—, ¿has echado ya un vistazo a ese montón de chatarra?

—¡Ahora iba a hacerlo, no seas pesado! —contestaron desde el interior del gallinero.

—Maldita sea —susurró Ethan, que se volvió nuevamente hacia mí—. ¿Por qué no te acercas al gallinero y le exiges a mi hermano que haga algo de una vez?

—¿Que haga algo con mi montón de chatarra, dices? —dije poniendo los brazos en jarras—. Claro.

—No te lo tomes a mal, mujer —dijo en tono condescendiente—. Pero es lo que es.

Ni siquiera le respondí. ¿Para qué? Ellos conducían una flamante Pick-Up nueva. Jamás entenderían que las cosas antiguas tenían su propio encanto, y que yo no tuviera dinero para un coche nuevo tampoco era asunto suyo. Me dirigí sin despedirme hacia el gallinero. Cuando había dado seis pasos volví a escuchar los martillazos de Ethan a mis espaldas otra vez.

Llegué a la furgoneta y deslicé la mano por el capó.

—Tranquila preciosa, yo no creo que seas una chatarra —le dije como si se tratase de Herbie—. Te vas a poner bien.

—Para eso tendrá que resucitar —dijo una voz a mis espaldas.

Me volví. Del gallinero salía Jack, el mediano. Acunando más de una docena de huevos entre los brazos. Tenía el pelo revuelto y con plumas. No era tan alto ni ancho como Ethan, pero también me sobrepasaba en altura. Su rostro era más dulce que el de su hermano, pero mantenía el mismo patrón de mentón que le daba esa rigidez cuadriculada, aunque tenía la nariz algo más pequeña y recta.

—Todavía no la he examinado a fondo —continuó mientras se acercaba—, pero me gustan los retos. ¿Qué tal? Soy Jack.

—Lor — me presenté—. ¿Es que tienes síndrome de zarigüeya? —dije mirando todos los huevos.

Jack los miró también y luego sonrió.

—Me encantan. Además, tu tía dijo que podía cogerlos. No os los estoy robando.

—No me importa que te los lleves —aclaré—, solo me ha sorprendido que cogieses tantos.

—No puedo coger solo para mí. En casa somos cinco, y no sé si has visto bien a mi hermano Ethan, pero cuenta como dos personas.

Reí por el comentario y volví la vista hacia Ethan, que seguía aporreando el tejado del cobertizo, ajeno a nosotros.

—Sí, lo entiendo perfectamente. Entonces, ¿crees que podrás… resucitarla? —dije volviendo al tema de la furgoneta.

Jack la inspeccionó con la mirada ensanchando el pecho pero sin soltar los huevos, como si fuese un pintor examinando un lienzo en blanco.

—Sí, creo que podré con ella. Dejo los huevos a salvo en nuestro coche, y me pongo manos a la obra.

Dicho esto se alejó con paso firme hacia su camioneta y me dejó allí plantada como si fuese una más de las gallinas que pululaban libremente por la zona, ya que se había dejado la puerta del gallinero abierta. Suspiré, y empecé mi labor reconduciéndolas a todas de vuelta a su corral. Cuando terminé de guardar hasta el último gallo, (habían tres) escuché a JB relinchar. Automáticamente pensé en el último de los Tyler, Sam. Debía estar dándole paja porque no lo había vuelto a ver desde que me había asomado a la ventana. Cogí aire y me dirigí al cercado del caballo.

Como me imaginaba, el pequeño de los tres hermanos estaba reabasteciendo a JB.

Empujaba la carretilla cargada hasta los topes por la arena del cercado. Y el caballo lo seguía ansioso. Abrí la verja y entré.

—¡Espera! —grité mientras corría hacia él para alcanzarlo.

El chico se giró en mi dirección, sonrió y esperó a que me reuniese con él.

—Deja que te ayude —pedí.

Torció el gesto molesto, cogió la carretilla y empezó a empujarla nuevamente.

—Soy un hombre —dijo a la defensiva—, puedo con esto. No necesito que me ayudes.

Había herido sus sentimientos. Genial Lor, te estás cubriendo de gloria.

—Lo siento —me disculpé. Al final de ese día acabaría pidiéndole perdón a toda la familia Tyler—, no pretendía ofenderte. Sé perfectamente que puedes tú solo, pero tus hermanos no me dejan ayudarles en nada y ya no sé qué hacer —mentí.

El comentario hizo mella y el chico frenó su avance.

—Sí, sé lo que se siente —comentó—. Se creen los mejores, pero no molan tanto como se piensan.

—De momento el que más mola eres tú —sonreí—. Me llamo Lor, encantada de conocerte.

—Sé muy bien cómo te llamas, Tom hablaba maravillas de ti —se tapó la boca con la mano al darse cuenta que había dicho algo que no debía.

Al escuchar la mención de mi hermano, un aguijonazo doloroso me atravesó el corazón, pero traté por todos los medios que no se notase. Porque no quería que Sam se sintiera culpable y porque necesitaba que el chico me contase más cosas. Debía estar preparada para mantener una postura indiferente.

—No te preocupes —dije quitándole la mano de la boca—, me entristecería más pensar que no se acordaba de mí. Estábamos muy unidos ¿sabes?

—También lo sé— miró hacia el suelo y removió la tierra con la bota avergonzado—. Pero nos han dicho que no te hiciésemos recordar, porque te ponía triste.

Me agaché un poco para poner mi cara a su altura y sonreí.

—¿Me ves triste? —pregunté.

El niño me miró seriamente al principio, sopesando mi sonrisa. Como vi que no estaba seguro, bizqueé adrede para hacerle reír. Funcionó. Se carcajeó y se relajó.

—Me llamo Sam —se presentó al fin.

—Encantada de conocerte, Sam.

—¿De verdad? —dijo sonriente, luego frunció el ceño como si se le estuviese escapando algo—. Ayer no parecías muy encantada —concluyó.

—Ya, bueno, digamos que ayer fue un día intenso —pensé en voz alta, Sam me miraba curioso esperando que dijese algo que pudiera comprender —. Creo que JB está hambriento —dije cambiando de tema—. No nos quita los ojos de encima.

Funcionó; el niño se giró y miró al caballo. Una vez más, JB pareció entender lo que pasaba y se acercó a nosotros resoplando, captando totalmente la atención de Sam. Agradecí su ayuda palmeándole el lomo.

—¿Tú podrías enseñarme a montar? —preguntó— nunca lo he hecho.

—Si no tienes miedo, es fácil.

—No lo tengo — dijo muy seguro de sí mismo.

Reí.

—Sí, eso ya lo veo. Si es lo que quieres te enseñaré, pero que sepas que soy una profesora exigente.

Sam asintió complacido y juntos emprendimos el último tramo hasta el comedero de JB, con éste a la zaga. Descargamos la paja y el caballo prácticamente zambulló la cabeza en ella y empezó a comer.

El niño miraba ilusionado a JB. Los remordimientos me aguijonearon, ¿Cómo me iba a aprovechar de la inocencia de un niño? Sam era encantador, de aspecto dulce con su pelo castaño cortado a lo casco, y su viejo mono tejano tres tallas más grande. Tendría que hacerlo si sus hermanos no arrojaban luz alguna sobre el tema de Tom. Decidí dejarlo como último recurso.

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