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Pensamiento, lenguaje e intuición
Introducción

Para poder hablar del pensamiento intuitivo y sus posibles aspectos lógicos es necesario primero desarrollar algunos planteamientos en torno al pensamiento y al lenguaje en general, y su relación con la intuición.

En el presente capítulo no se pretende hacer una revisión exhaustiva de todas las teorías filosóficas y psicológicas existentes acerca de estos dos términos, ni tampoco abordar el problema de la perspectiva ontogenética-evolutiva del pensamiento y el lenguaje, según la cual en el infante humano se da primero el pensamiento y luego el lenguaje o viceversa. Partimos de la premisa de que estos son dos conceptos sumamente interrelacionados y cruciales para la comprensión de la mente humana. Teniendo esto en cuenta, desarrollamos algunas propuestas que hacen referencia a la lógica del pensamiento y del lenguaje, es decir, a las formas de operación y a las estructuras subyacentes de dichos procesos.

En principio, para hablar sobre el lenguaje, nos basamos en dos disciplinas principales: la lógica simbólica y la lingüística, las cuales nos sirven para desarrollar algunos conceptos principales para el capítulo. Posteriormente, se presentan de forma general algunas de las teorías existentes acerca del pensamiento humano y, por último, se plantean algunas relaciones preliminares entre pensamiento, lenguaje e intuición.

Presupuestos generales acerca del lenguaje: lógica y lingüística

¿Por qué partir de la lógica simbólica y la lingüística en esta indagación? La lógica, a través del concepto de cálculo, nos permite establecer una definición de lenguaje en la que se basa la presentación de los demás planteamientos del capítulo. La lingüística propone conceptos cruciales que están en la base de la comprensión del lenguaje y el pensamiento y que, como posteriormente veremos, están directamente relacionados con la lógica del pensamiento intuitivo. La lógica y la lingüística (al igual que otras disciplinas, como la matemática) tienen en su origen un elemento básico: el signo. De acuerdo con Eco (1994), dentro de su amplia tradición y desarrollo, es posible decir de forma general que un signo es “algo que se pone en lugar de otra cosa” (p. 27). Por ejemplo, el signo “caballo” representa un animal. Ahora, el signo se compone de dos elementos intrínsecos y a un elemento extrínseco: significante, significado y referente.5 El significante es la huella física o acústica del signo; el significado es lo que quiere decir el signo, el componente abstracto o conceptual; y el referente es el objeto al cual se refiere el signo y puede ser una entidad física como un acontecimiento o una acción. Para ejemplificar y aclarar la diferencia entre estos tres componentes, plantea Eco (1994) que “[el] significante /unicornio/ existe, puesto que puedo escribirlo en esta página; el significado ‘unicornio’ es bastante claro para quien esté familiarizado con la mitología, la heráldica, las leyendas medievales; pero el referente unicornio nunca ha existido” (p. 26).6

De acuerdo con la relación que haya entre el signo y el referente, Charles Sanders Peirce, citado por Eco (1994), argumenta que el signo puede dividirse en tres categorías: el ícono, un signo que mantiene una conexión física con el objeto que designa, es decir, “hace referencia a su objeto en virtud de una semejanza, de sus propiedades intrínsecas, que de alguna manera corresponden a las propiedades del objeto” (p. 57, cursivas agregadas), por ejemplo, un dibujo de una canasta de basura para representar la papelera de reciclaje del ordenador. El índice, un signo que mantiene una relación de conexión causal con el objeto que designa, como el humo y el fuego, es decir, hay una relación de contigüidad con el referente. Por último, el símbolo, un signo que tiene carácter arbitrario y convencional, de este modo, la relación con el objeto la determina una ley arbitraria, como en los signos lingüísticos (la palabra “caballo” no tiene ninguna similitud con el animal).

Además, existen tres dimensiones que sirven para considerar el signo, propuestas por Charles William Morris y citadas por Eco (1994): la sintáctica, en la cual se estudia la relación del signo con otros signos según reglas combinatorias; la semántica, en la cual se considera la relación entre el signo y aquello que significa; y la pragmática, en la cual se analiza el signo en relación con sus los sujetos que lo usan y la utilización que hacen del mismo en un contexto determinado. En una vía similar, Deaño (2004) denomina semiótica a “la ciencia que se ocupa del estudio de los signos, o de los lenguajes en cuanto sistemas de signos” (p. 28), y plantea que los niveles semióticos serían la sintaxis, la semántica y la pragmática.

De acuerdo con lo dicho, ¿cómo es el tránsito de la lógica y de la lingüística desde el nivel básico del signo hacia el lenguaje propiamente dicho? En la lingüística, Saussure (1945) expone una diferencia entre lenguaje, lengua y habla, donde el primero corresponde con lo facultativo del ser humano; el segundo, con el sistema social y convencional de los signos lingüísticos; y el tercero, con el acto de ejecución de la lengua mediante la verbalización. Además, plantea que el objeto de estudio de esta disciplina es la lengua. La lógica parte de una perspectiva distinta. “Lógica” es un concepto que proviene del término griego λóγος (logos),7 el cual se traduce como razón (pensamiento científico y hecho de razonar) y lenguaje (palabra, verbo, lenguaje verbalizado). La lógica es el estudio del logos, el estudio de la estructura (forma) del razonamiento, del lenguaje y del mundo (Pérez, 2006).

De acuerdo con Deaño (2004) en lógica se hace una diferencia entre lenguaje natural y artificial, donde el primero se adquiere de forma espontánea, se utiliza como medio de comunicación, es multívoco, flexible y se expresa en los distintos idiomas; y el segundo se crea y se construye con la intención de precisión y univocidad dentro de ciertos grupos académicos o científicos con pretensión de universalidad. Luego, la lógica pretende plantear teorías acerca de las reglas del razonamiento humano y formalizarlas por medio de un lenguaje artificial. También, es tarea de la lógica la construcción de cálculos: un cálculo no es propiamente un lenguaje, sino pura estructura sintáctica, un sistema de relaciones, aunque puede llegar a ser un lenguaje cuando sus signos y símbolos son interpretados según la semántica y la pragmática. De este modo, la lógica describe los elementos estructurales que subyacen a todo lenguaje, estos son, de acuerdo con Deaño (2004): a) un conjunto de “elementos primitivos” o “símbolos elementales” que constituyen los elementos básicos susceptibles de combinarse dentro del sistema, los cuales pueden ser enumerados, por ejemplo, en el español, serían cada una de las letras del alfabeto y los signos de puntuación. b) Un conjunto de “reglas de formación” que establecen cuáles son las combinaciones correctas entre los signos primitivos para obtener una expresión bien formada (ebf) de ese lenguaje. En el lenguaje natural, estas reglas no son necesariamente explícitas, pero están representadas en la correcta sintaxis de las palabras y oraciones, por ejemplo, la oración “‘so beneplácito burócratas empero metempsicosis singularizadas’ está mal construida” (Deaño, 2004, pp. 30-31). c) Un conjunto de “reglas de transformación”, que permiten cambiar una EBF por otra. Por ejemplo, en el lenguaje natural, en la frase “María compra rosas”, es válido sustituir la palabra “rosas” por “flores”, según las reglas de sinonimia. d) Un conjunto de “reglas de interpretación” de los signos dentro de ese sistema específico (Ramírez, 2011). En el lenguaje natural se sabe que una expresión ha de ser interpretada según su significado (semántica) y también según su uso (pragmática).

Teniendo claras estas diferencias, en la presente investigación adoptamos la siguiente distinción terminológica: llamaremos lenguaje a la estructura que subyace a toda lengua, asunto que consideramos sería el objeto de estudio de la lógica; denominamos lengua a la forma particular que adquiere el lenguaje en una comunidad determinada, el cual se expresa por medio de los idiomas y es el objeto de estudio de la lingüística; y el habla, corresponde a la ejecución concreta de la lengua por parte de un sujeto determinado.

De acuerdo con lo dicho anteriormente, la lingüística, dentro del estudio de la lengua, plantea categorías correspondientes con el lenguaje, es decir, que son generales a la estructura de toda lengua, por ejemplo, la semejanza y la contigüidad, el eje sintagmático y el eje paradigmático, la metáfora y la metonimia, entre otros. A continuación, mencionamos algunos de estos conceptos lingüísticos que dan cuenta de una estructura lógica del pensamiento y el lenguaje humano.

Ducrot y Todorov (1984) plantean que, en la lingüística estructuralista de Saussure, el significado de los signos dentro de un sistema lingüístico se da gracias a la diferencia y la oposición con otros signos. También, posterior a Saussure, y específicamente con Roman Jakobson, se considera que el estudio de la lengua consiste en la investigación de las funciones desempeñadas por los elementos, las clases y los mecanismos que intervienen en el lenguaje. Esta tendencia ha sido llamada funcionalismo y se distancia del estudio sistemático y estructuralista de la lengua para pasar a ocuparse del discurso8 como tal: “Postulamos que en todo enunciado lingüístico se observa un determinado número de relaciones, de leyes, de obligaciones que no pueden explicarse por el mecanismo de la lengua sino únicamente por el del discurso” (Ducrot y Todorov, 1984, p. 96). Jakobson se basa en las categorías de sintagma y paradigma para explicar los mecanismos cognitivos que determinan la comprensión y el uso de la lengua. El eje sintagmático hace referencia a la asociación de varias unidades de signos que forman una totalidad significativa y son susceptibles de aparecer juntos en un enunciado, por ejemplo, una oración con sentido, como “Juan juega en el parque”. El eje paradigmático describe a toda clase de elementos lingüísticos que se reúnen por asociación o por contraste y que pueden sustituirse por otros del mismo paradigma, por ejemplo, “Juan juega en el jardín”, donde “jardín” sustituye a “parque”, ya que son dos términos que pertenecen al mismo paradigma (en este caso, son sinónimos) y modifican la sintaxis del enunciado. De este modo:

Para Jakobson, la interpretación de toda unidad lingüística pone en marcha en cada instante dos mecanismos intelectuales independientes: comparación con las unidades semejantes (= que podrían por consiguiente reemplazarla, que pertenecen al mismo paradigma), relación con las unidades coexistentes (= que pertenecen al mismo sintagma). De este modo, el sentido de una palabra está determinado a la vez por la influencia de las que la rodean en el discurso, y por el recuerdo de las que podrían haber ocurrido en su lugar (Ducrot y Todorov, 1984, p. 134).

Esta diferencia es esencial para Jakobson, por cuanto postula que se encuentra en la base de las dos figuras retóricas más empleadas en el lenguaje literario: la metáfora y la metonimia. En la primera, un objeto es designado por el nombre de un objeto semejante, pero difiere del sentido habitual, por ejemplo, “noche” por “negro”; y, en la segunda, un objeto es designado por el nombre de otro asociado a él en la experiencia habitual de esa palabra, por ejemplo, “cuchara” por “tenedor” (ambos utensilios de cocina que se utilizan para probar los alimentos). Este autor considera sintagmática como sinónimo de metonímica y paradigmática como sinónimo de metafórica.

Ducrot y Todorov (1984) plantean que desde el siglo XIX, con la constitución de las ciencias humanas, se ha hecho evidente que la red formada por las figuras retóricas mencionadas y otras9 no se restringe únicamente al ámbito del lenguaje, pues se vinculan con categorías psicológicas como las de semejanza y contigüidad, que aparecen en los análisis sobre la magia de Mauss, sobre los sueños de Freud, luego Saussure vuelve a hallarlos en la organización misma del lenguaje y Jakobson las relaciona con las categorías lingüísticas de selección y combinación que corresponden a los “polos metafórico y metonímico” respectivamente, los cuales caracterizan la estructura lingüística.

Según Jakobson y Halle (1980), el hablar requiere seleccionar determinadas entidades lingüísticas y combinarlas en unidades de mayor complejidad. “Así, pues, la concurrencia de entidades simultáneas y la concatenación de entidades sucesivas son los dos modos según los cuales los hablantes combinamos los elementos lingüísticos” (Jakobson y Halle, 1980, pp. 106-107). Todo signo lingüístico se combina con otros, lo cual quiere decir que toda unidad lingüística sirve como contexto a unidades más simples y tiene su contexto en unidades más complejas; además, la selección implica que se puede sustituir una unidad lingüística por otra. De acuerdo con Jakobson y Halle (1980):

Los elementos de un contexto se encuentran en situación de contigüidad, mientras que en un grupo de sustitución los signos están ligados entre sí por diversos grados de similaridad, que fluctúan entre la equivalencia de los sinónimos y el núcleo común de los antónimos (p. 110).

Estos autores avanzan en la descripción de los dos mecanismos lingüísticos mencionados en el problema de las afasias. De acuerdo con Peuser (1980):

Queremos aclarar que la capacidad comunicativa de un afásico no debería compararse con el grado en que domina sistemas lingüísticos, sino su capacidad para encontrar sustitutivos verbales y no verbales a fin de alcanzar el objetivo de su acto de comunicación (p. 57).

Así, Jakobson y Halle (1980) distinguen dos tipos básicos de trastornos del lenguaje según la dificultad resida en la combinación o contexto, o en la selección o sustitución. En las afasias de selección o sustitución, el contexto constituye un factor indispensable para la comunicación, los sujetos mantienen una conversación solo mediante la reacción al contexto de la situación, pero les es casi imposible definir términos, sustituirlos por sinónimos, explicarlos, nombrarlos, es decir, establecer relaciones de similitud; mientras tanto, pueden referirse a los objetos mediante relaciones externas de contigüidad (y metonimia) con otros, por ejemplo, “mesa” reemplaza a “lámpara”, “fumar” a “pipa”. Por el contrario, en las afasias de combinación o contexto, la dificultad se evidencia a la hora de formar proposiciones, es decir, de combinar entidades lingüísticas; en este tipo de trastorno del lenguaje no hay ausencia de palabras pero sí se pierden las reglas sintácticas, y las palabras que predominan son aquellas que dependen menos del contexto, como esas que nombran objetos o términos que los sustituyen por similitud (función metafórica). Los sujetos pueden nombrar los términos a los cuales se refieren (mesa, caballo, cielo), pero no construir frases sintácticamente correctas con sujeto y predicado. A partir de lo dicho sobre las afasias, los autores concluyen de forma general que

en todo proceso simbólico, tanto intrapersonal como social, se manifiesta la competencia entre el modelo metafórico y el metonímico. Por ello, en una investigación acerca de la estructura de los sueños, es decisivo el saber si los símbolos y las secuencias temporales se basan en la contigüidad (para Freud, el “desplazamiento”, que es una metonimia, y la “condensación”, que es una sinécdoque) o en la semejanza (la “identificación” y el “simbolismo” en Freud) (Jakobson y Halle, 1980, p. 141).

Algunas teorías sobre el pensamiento

Como hemos dicho anteriormente, para comenzar a identificar posibles características lógicas del pensamiento intuitivo es importante conocer las teorías existentes sobre el pensamiento. De acuerdo con Carretero y Asensio (2011), la palabra “pensamiento” designa al mismo tiempo una facultad, un proceso por el cual se ejerce, un producto o efecto del pensar y un conjunto de ideas personales o colectivas, es decir, unas creencias. Además, es una categoría que incluye dos procesos diferenciados: los razonamientos y la solución de problemas. Así:

“Pensamiento” designa lo que contiene o aquello a lo que apunta un conjunto de actividades mentales u operaciones intelectuales, como razonar, hacer abstracciones, generalizar, etcétera, cuyas finalidades son, entre otras, resolver problemas, tomar decisiones y representarse la realidad externa (Carretero y Asensio, 2011, p. 14).

De acuerdo con Holyoak y Morrison (2005), la palabra “pensamiento” se utiliza para hacer referencia a creencias, es decir, afirmaciones sobre el mundo que son consideradas ciertas por alguien, por ejemplo: “Ana piensa que el presidente es comunista”; para apuntar a la solución de problemas mediante la construcción mental de un acción que puede llevar a alcanzar un objetivo, como cuando decimos: “Juan logrará pensar en la respuesta a ese problema”; puede ser también una forma de previsión acerca del futuro: “¿Por qué no pensaste antes de tomar esa decisión?”; para aludir a un juicio o evaluación sobre la conveniencia de un asunto, por ejemplo: “¿Qué piensas del matrimonio homosexual?”; y puede apuntar a una especie de espacio mental privado: “Alberto está perdido en sus pensamientos”. En consecuencia, los autores plantean la siguiente definición de pensamiento: “El pensamiento es la transformación sistemática del conocimiento a través de representaciones mentales con el fin de caracterizar estados actuales o posible del mundo, frecuentemente al servicio de metas” (Holyoak y Morrison, 2005, p. 2).10

Una representación mental es una descripción interna que puede ser manipulada para conformar otras descripciones. Además, coinciden en que el estudio del pensamiento puede ser abordado desde la perspectiva del razonamiento, proceso mediante el cual se infieren conclusiones a partir de unas premisas; desde el juicio y la toma de decisiones, es decir, con base en evaluaciones resolutorias sobre un aspecto que corresponde a una decisión; o desde la solución de problemas, que implica la construcción de un posible curso de acción para alcanzar cierto objetivo.

En este trabajo nos interesa el pensamiento según las siguientes dimensiones: en términos generales, como proceso, ya que allí se evidencian las operaciones fundamentales que consideramos dan cuenta de la lógica intuitiva; específicamente, estudiamos a continuación algunas teorías dentro de la categoría de la psicología del razonamiento, es decir, aquellas que se ocupan del proceso de inferencia, en tanto se evidencian sesgos y heurísticos, categorías que contribuyen a describir el pensamiento intuitivo. Asimismo, en el último capítulo de este trabajo retomamos algunas teorías sobre el pensamiento desde la perspectiva del juicio y la toma de decisiones, para referirnos a las implicaciones del pensamiento intuitivo en la decisión humana.

Según Carretero y Asensio (2011), el pensamiento es entendido por algunos teóricos, por ejemplo Johnson-Laird (1983), como una habilidad que se desarrolla y en la que puede adquirirse mayor o menor pericia; y por otros, por ejemplo, Henle (1962), Fodor (1983), Braine y O’Brien (1991), como un conjunto de procesos mentales innatos que se aplican de forma generalizada y sin error en los procesos cognitivos. Esta última posición considera que existe una competencia lógica en los sujetos por defecto, constituida por reglas formales, abstractas y generales, y que pueden cometerse errores lógicos en el razonamiento. En esta misma línea, en los años sesenta surgieron, en la psicología, las lógicas naturales, como teorías para explicar el pensamiento desde enfoques sintácticos. Con base en estos enfoques, los sujetos piensan con una serie de reglas de inferencia abstractas que sirven para derivar conclusiones de premisas, es decir, los sujetos poseen una “lógica natural” que utilizan para hacer razonamientos formales.

A esta última concepción se opone otra que considera al ser humano inherentemente irracional, la cual plantea la dificultad de tener aciertos en el razonamiento, ya que existen múltiples errores en el procesamiento de la información y sería imposible examinar completamente las consecuencias de unas premisas, Esto tiene como autores representativos a Revlis (1975) y Evans (1989). El pensamiento “formal” equivale a una forma de razonamiento conceptual, deductiva, necesaria, fundamentada en la forma del argumento; el pensamiento “informal” es basado en la semántica y relativo a ambientes naturales y cotidianos. El razonamiento en general es un proceso que permite extraer conclusiones a partir de premisas, es también conocido como inferencia y suele dividirse en inductivo y deductivo. El primero saca conclusiones más o menos probables a partir de unas premisas dadas y, en el segundo, la verdad de la conclusión se deriva necesariamente de la verdad de las premisas.

Sobre el problema de la inducción y el pensamiento, Sloman y Lagnado (2005) mencionan que, desde el filósofo empirista David Hume, el razonamiento inductivo se entiende como la actividad de la mente que nos lleva desde lo observado hacia lo no observado. Las conclusiones de este razonamiento pueden ser sobre un caso particular, por ejemplo: “Dado que todos los cisnes observados han sido blancos, el próximo será blanco”; o sobre una generalidad: “Dado que todos los cisnes observados son blancos, entonces, todos los cisnes son blancos”; además, las conclusiones pueden referirse al futuro, como cuando se hace una predicción sobre el clima; o al pasado, como cuando se diagnostica una infección a partir de los síntomas. El problema de la predicción mediante la inducción es que se presupone que la experiencia pasada será semejante a la del futuro y que de causas similares seguirán efectos semejantes, pero no siempre esto será así; la semejanza y la causalidad están en el corazón del razonamiento inductivo. Para Quine, citado por Sloman y Lagnado (2005), la predicción de características es aplicable únicamente cuando hablamos de los miembros de una misma clase o un mismo tipo formado por elementos similares, por ejemplo, en la clase de las frutas de color amarillo (condición de similitud): si una de ellas posee vitamina B, sería legítimo inferir que otra de las frutas de esa clase también la tiene, aunque el juicio inductivo se caracteriza por ser probable.

Las aproximaciones teóricas al estudio del razonamiento inductivo pueden dividirse en dos categorías generales, según Sloman y Lagnado (2005): la inducción basada en la semejanza y la inducción como metodología científica. Las primeras aproximaciones se utilizan en la cotidianidad y se basan en la identificación de propiedades de una categoría de fenómenos para realizar inferencias basadas en ellas; este tipo de razonamiento puede llevar a falacias si no se tienen en cuenta las excepciones que contradicen la regla, sobre todo porque está fundamentada en sesgos,11 como la representatividad de una categoría, la similitud en la imagen de uno y otro elemento, la supuesta diversidad en los casos presentados.

Las personas tienden más a sacar la conclusión de que a todos los mamíferos les gusta la cebolla del hecho de que a los hipopótamos y los hámsteres les gusta la cebolla, que del hecho de que a los hipopótamos y los rinocerontes les gusta, porque los hipopótamos y los rinocerontes son más similares que los hipopótamos y los hámsteres (Sloman y Lagnado, 2005, p. 119).12

En este ejemplo, la diferencia que existe entre los hipopótamos y los hámsteres hace creer que, como a ambos les gusta la cebolla, a todos los mamíferos les ha de gustar también. Las segundas aproximaciones teóricas, al ser metodologías científicas, pretenden enfatizar la identificación de las propiedades centrales de una categoría, ya que tienden a ser menos variables que otras propiedades, por ejemplo, en las esmeraldas, el color verde puede ser menos variable que la textura rugosa. Además, estas teorías se basan en cálculos de probabilidad, tales como el teorema de Bayes para generar inferencias.

El razonamiento deductivo, según Evans (2005), se ha caracterizado en psicología por ser un campo de estudio predominante, dado que tradicionalmente se ha ubicado a la lógica deductiva como el paradigma de la racionalidad humana, sobre todo en la década de los sesenta a partir de las teorías del desarrollo de Piaget e Inhelder. Los argumentos deductivos se distinguen porque parten de premisas que se toman como presuposiciones y la conclusión deriva de ellas, por tanto, no permiten inferir nuevo conocimiento. Un ejemplo de razonamiento deductivo es el silogismo: “Todos los hombres son mamíferos. John es hombre, por ende, John es mamífero”. Actualmente, las teorías sobre el razonamiento pueden dividirse en dos: aquellas basadas en la sintaxis y otras basadas en la semántica y la pragmática. En la perspectiva sintáctica, el razonamiento se describe a partir de una serie de reglas de inferencia abstractas en las que no se tiene en cuenta el contexto ni el contenido de los argumentos; estas reglas son aplicadas por los sujetos de forma natural y espontánea. Desde la perspectiva semántica, se encuentran generalmente aquellas teorías fundamentadas en la perspectiva de los modelos mentales.13

Son interesantes algunos errores que se cometen comúnmente en los experimentos sobre razonamiento deductivo, ya que dan cuenta de algunos sesgos específicos en el funcionamiento del pensamiento humano. Por ejemplo, los sujetos generalmente fallan en buscar evidencia contraria que invalidaría un argumento en el caso de los silogismos, o no tienen en cuenta la función de la negación en algunas reglas lógicas, o tienden a emparejar la información dada en las premisas, o a juzgarla según sus propias creencias más que según la lógica formal.14

Retomando las concepciones acerca del pensamiento en general, el psicólogo Jonathan Baron (2008) plantea que habría que proponer una comprensión distinta del término “racional”, pues la racionalidad no está referida a un tipo de pensamiento que excluye la emoción y los propios deseos, más bien significa “el tipo de pensamiento que todos quisiéramos hacer, si estuviésemos conscientes de nuestros propios intereses, con el fin de alcanzar nuestros objetivos” (p. 5).15 Entonces, son nuestras metas u objetivos los criterios por los cuales evaluamos los distintos acontecimientos de la vida. Baron (2008) define el pensamiento en términos generales como el proceso de encontrar y elegir entre distintas posibilidades, que pueden ser posibles acciones, creencias u objetivos personales.

Además, el autor comenta que comúnmente se utiliza el término “lógico” para referirse a lo que es racional, considerando que las leyes lógicas son innatas al pensamiento humano y por eso podemos comprender los términos como premisas, conclusión, inferencia, entre otros. No obstante, Baron (2008) propone que la lógica es un modelo normativo16 de inferencia, que difiere del razonamiento real, aunque en este último es posible tener un entendimiento de los términos de una proposición incluso cuando no se conozcan las leyes lógicas. De este modo:

La lógica formal, por su misma naturaleza, no es una teoría completa del pensamiento. Dado que la lógica trata únicamente la inferencia, no ayuda a comprender los errores que resultan de la búsqueda insuficiente de datos. No obstante, cuando tratamos los problemas lógicos como ejemplos de problemas en general, estos sí sirven como buen ejemplo de los efectos de ciertos tipos de pensamiento infortunado: como el fallo en considerar distintas alternativas para una conclusión inicial o modelo y el fallo en buscar evidencia contraria (Baron, 2008, p. 97).17

En una vía similar, refiriéndose al razonamiento informal, dicen Carretero y Asensio (2011) que los teóricos se han limitado a señalar los problemas existentes en el razonamiento formal, pero que aún falta consolidar más las alternativas que pueden explicar el razonamiento en contextos del mundo real, y consideran que en el estudio del pensamiento están cobrando fuerza los aspectos semánticos y pragmáticos, lo cual indica que este no se reduce a la sintaxis ni a la lógica formal. En la década de 1980 surgieron enfoques teóricos que se enfrentaron con las teorías del razonamiento formal, por ejemplo, la teoría de los esquemas pragmáticos de Cheng y Holyoak (1985; 1989), quienes consideraban que no existen sistemas de reglas de propósito generales en el razonamiento, sino reglas específicas para cada dominio y sensibles al contexto. Y también la teoría de los modelos mentales de Johnson-Laird (1983), según la cual el pensamiento no depende de reglas, sino de la elaboración, utilización y valoración de representaciones mentales que se estructuran de forma análoga a los objetos representados.

Un ejemplo de lo anterior es, como lo plantea Carretero (2011) a partir de experimentos de razonamiento formal, que no en todos los sujetos existe una competencia de lógica formal a la hora de razonar sobre la estructura de cierta tarea, pues se encontró que los resultados de los razonamientos de los sujetos dependían de variables como el modo de presentación de la tarea y las demandas específicas de la misma. Por ejemplo, si la tarea correspondía con su campo de especialidad o no, así como de variables subjetivas, como el nivel educativo. Igualmente, se presenta en este tipo de tareas la influencia (afortunada o desafortunada) del conocimiento previo. Sobre este punto, amplía Carretero (2011):