Kitabı oku: «Pensamiento intuitivo, lógica y toma de decisiones», sayfa 3

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Actualmente, en la psicología cognitiva surge con fuerza la idea de que los seres humanos somos procesadores biológicos de la información, lo que implica que nuestro comportamiento y conocimiento del mundo responden más a aspectos funcionales que a aspectos formales. Para la psicología del pensamiento, esto supone que el conocimiento humano se rige por criterios pragmáticos o funcionales […] y no por criterios estrictamente lógicos, como Piaget pretende en su caracterización del pensamiento formal (p. 52).

En esta comparación con la teoría del desarrollo por estadios de Piaget, se menciona que las operaciones formales pueden ser un paso en el desarrollo cognitivo, pero más allá se encontraría el denominado pensamiento posformal, según el cual los sujetos admiten la existencia de contradicciones en algunos aspectos de la realidad y consideran la misma como algo solo temporalmente verdadero y no absoluto.

Avanzando en la presentación de cada una de las teorías sobre el razonamiento, se encuentra la teoría del razonamiento proposicional, definido, de acuerdo con Asensio (2011), como aquel en el que se tienen en cuenta situaciones que implican el cálculo proposicional. Sobre este tipo de razonamiento se dice que, aunque los sujetos tienen la capacidad de realizar cálculos lógicos correctamente, las reglas lógicas de variables y conectores no se identifican con las del pensamiento humano, debido a que los sujetos cometen múltiples errores por su sensibilidad al contexto y a la variación en el contenido. El lenguaje de la lógica simbólica18 es abstracto y universal, no es semántico, ni lingüístico. “En psicología, el lenguaje proposicional no es más que un medio, un lenguaje extremadamente útil para analizar las situaciones de razonamiento y formalizar las respuestas de los sujetos” (Asensio, 2011, p. 92). Por ejemplo, sobre el uso de los conectores lógicos, desde un punto de vista psicológico hay una comprensión progresiva desde la conjunción y la negación hasta el condicional, que plantea dificultad incluso a sujetos adultos. Esto, a diferencia de la dificultad lógica de los conectores que se determina por su carácter monádico o diádico, es decir, si estos abarcan una o dos proposiciones (unidades mínimas del discurso sujetas a valores de verdad). Algunos fenómenos observados en las tareas experimentales que involucran conectores diádicos muestran que los sujetos tienen en cuenta los dos términos, pero no analizan el conector. Este tipo de sesgo es llamado “emparejamiento”. Además, se ha observado que solo se toman en cuenta las combinaciones verdaderas de las tablas de verdad en los razonamientos y se descartan las falsas. Asimismo, existe el “sesgo de verificación”, según el cual los sujetos tienden a verificar el enunciado que se les propone y no a comprobar su falsedad, lo que evidencia la influencia tanto de factores semánticos como pragmáticos.

También, nos encontramos con la perspectiva del denominado razonamiento silogístico,19 el cual, según Valiña y Martín (2011b), se refiere al proceso centrado en tareas basadas en los sistemas lógicos de inferencia silogística, métodos sistemáticos que permiten deducir una conclusión a partir de la información contenida en unas premisas. El estudio de los silogismos se remonta a Aristóteles y en psicología los primeros estudios en los que se utilizaron silogismos categóricos como tarea experimental se realizaron a comienzos del siglo XX con Störring (1908). Luego, en las décadas de 1920 y 1930, autores como Wilkins (1928) y Woodworth y Sells (1935) se enfocaron en estudiar los “sesgos” y los fenómenos presentes en el pensamiento partiendo del razonamiento silogístico. A partir de estas tareas y otras posteriores se pretende explicar la ejecución correcta o incorrecta de los sujetos en los silogismos, entendidos como argumentos en los que, con base en dos proposiciones, es posible inferir una tercera que se denomina como conclusión.

Desde esta perspectiva, se intenta explicar los errores que cometen los sujetos en las tareas de inferencia silogística, debido al olvido o mala interpretación de las premisas, la estructura de los silogismos como el modo y la figura y las creencias y actitudes del sujeto. Entre los fenómenos encontrados en los experimentos se encuentran: el efecto atmósfera, que plantea que el sujeto elabora una conclusión a partir de la impresión global que tiene de las premisas; la hipótesis de conversión, la cual indica que los sujetos malinterpretan los cuantificadores de las premisas como “algunos”, “todos”, entre otros, o modifican su contenido; el efecto figura, referido a la diferencia en la disposición de los términos del silogismo; y, por último, el contenido del silogismo, es decir, si las premisas o la conclusión coinciden con las opiniones personales del sujeto. Este último está relacionado, además, con la hipótesis del escrutinio selectivo, que se menciona a continuación en la teoría de los modelos mentales, según la cual, si el sujeto considera que la conclusión es creíble, hay más tendencia a aceptarla sin analizar las premisas; por el contrario, si es inaceptable o increíble, se analiza si efectivamente se infiere a partir de ellas.

Como se ha dicho, una posible aproximación al estudio del razonamiento semántico es la teoría de los modelos mentales, los cuales “son representaciones de situaciones reales o imaginarias, que pueden ser construidas desde percepciones, la imaginación o la comprensión del discurso” (Coral y Asensio, 2011, p. 103). La teoría de los modelos mentales fue expuesta por primera vez por Johnson-Laird (1983), y supone un cambio en el énfasis de la solución de problemas: desde esta perspectiva, lo importante no son las reglas que se aplican al discurso sino el contenido de las representaciones del sujeto, las cuales se activan a partir de sus conocimientos previos disponibles. Esta teoría cuestiona que la lógica formal sea la explicación adecuada para el razonamiento humano y afirma que la existencia de un sistema lógico no es necesario para llevar a cabo un razonamiento deductivo; la deducción responde, por el contrario, a un proceso semántico basado en modelos mentales y es posible inferir correctamente una conclusión sin utilizar las reglas de inferencia de la lógica formal. Igualmente, se parte del supuesto que la mente construye modelos internos para figurarse el mundo externo y, por tanto, se considera que el pensamiento se basa en la comprensión de significaciones y en la construcción de modelos con el conocimiento del mundo. Los modelos que se construyen guardan una analogía estructural con los objetos percibidos en el mundo, no son representaciones abstractas y arbitrarias como en el caso de las variables lógicas (p, q, r). Los modelos son estructuras mentales provisionales que se guardan en la memoria de trabajo en un momento de interacción entre el mundo y el lenguaje, con el fin de hacer explícitos los elementos involucrados en una situación, sus propiedades y las relaciones que mantienen para poder figurárselos mentalmente; también estos modelos pueden guardarse en la memoria a largo plazo mediante el aprendizaje.20

Los modelos permiten resolver tareas en la interacción del sujeto con el entorno, y se dan en tres estadios: la comprensión inicial de la información, la interpretación que intenta derivar una conclusión a partir de la información, y la validación de la inferencia, aunque en este último pueden presentarse algunos sesgos en el razonamiento. La interpretación o el razonamiento puede darse según tres principios, que no se corresponden con las reglas de la lógica formal: el primero es que la conclusión no debe tener menos información semántica que las premisas, el segundo es que la conclusión ha de ser una simplificación de la información, y el tercero es que una conclusión no ha de repetir explícitamente lo que dice una de las premisas. Cuando los sujetos no encuentran una conclusión que cumpla con estas condiciones, concluyen que nada se deduce de las premisas. Para razonar correctamente, una persona debe, entonces, construir primero el modelo de representación mental y posteriormente realizar un proceso de verificación de la conclusión obtenida de acuerdo con el mismo. En ciertos problemas no es claro que haya un único modelo para representar la situación, más bien hay múltiples modelos posibles, lo cual dificulta su resolución.

Para ilustrar la influencia de la semántica en las tareas de razonamiento, se mencionan los llamados “sesgos de creencias”, los cuales ocurren cuando las personas dan conclusiones que están determinadas por su credibilidad o por lo que se adapta a sus creencias, en lugar de por su validez lógica. Barston (1986) y Evans (1989) proponen dos modelos para comprender la relación entre validez y credibilidad: el escrutinio selectivo propone que, si una conclusión es creíble, los sujetos tienden a aceptarla sin ningún razonamiento previo y, si es increíble, intentan verificar su validez por medio de la inferencia lógica; y la necesidad mal interpretada propone que los sujetos confunden el carácter necesario de las inferencias con la similitud de la conclusión con respecto a las premisas.

Johnson-Laird (2005) plantea que la construcción y la manipulación de modelos mentales nos permite anticiparnos a las situaciones y elegir un curso de acción. Es importante señalar que la teoría de los modelos mentales pretende explicar el tipo de pensamiento proposicional (pensamiento que opera con oraciones que pueden calificarse como verdaderas o falsas), aunque existen otros tipos de pensamiento, por ejemplo, el del músico que improvisa (Johnson-Laird, 2005). Estos pueden diferenciarse con propósitos experimentales, pero en la vida cotidiana no existe delimitación clara entre el uno y el otro. En general, un proceso de inferencia puede ubicarse en alguna de las siguientes categorías en términos semánticos: las premisas y la conclusión eliminan las mismas posibilidades; las premisas eliminan –por lo menos– una posibilidad más de la que la conclusión elimina; la conclusión suprime –por lo menos– una posibilidad más de las que las premisas eliminan; las premisas y la conclusión eliminan posibilidades distintas; las premisas y la conclusión eliminan posibilidades que se sobreponen. Las primeras dos categorías corresponderían a la deducción, la tercera a la inducción, la cuarta solo ocurre si las premisas no coinciden con la conclusión y la quinta sucede cuando la conclusión es consistente con las premisas, pero refuta al menos una premisa y añade otra nueva proposición. Este último tipo de razonamiento va más allá de la inducción y sería el pensamiento asociativo o creativo, como la abducción, que es explicada más adelante.

La perspectiva de los modelos mentales se basa en el presupuesto que estos modelos mantienen relaciones estructurales con aquello que representan21 (Johnson-Laird, 2005), es decir, que existe un isomorfismo entre los “aspectos del cerebro (brain fields)” (Johnson-Laird, 2005, p. 186) y el mundo. También, esta teoría se basa en el modelo de Peirce, citada por Johnson-Laird (2005), según la cual los diagramas son icónicos, esto es, poseen la misma estructura que aquello que representan, y el estudio de un diagrama o representación icónica permite hacer inferencias más allá de la verdad de las premisas. Los modelos mentales son, por tanto, icónicos: contienen un símbolo (token) para cada referente del discurso, contienen propiedades correspondientes a las propiedades del referente y relaciones correspondientes a las relaciones entre los referentes. La psicolingüística plantea, según Johnson-Laird (2005), que los modelos se construyen a partir del significado de las oraciones, el conocimiento general, y el conocimiento sobre la comunicación humana.

Los modelos mentales representan entidades como personas, eventos y procesos, así como la operación de sistemas complejos. Un modelo mental se distingue de una estructura lingüística, una red semántica y otras representaciones mentales porque se basa en los siguientes principios: iconicidad, en otras palabras, el modelo tiene una estructura que corresponde con la conocida de lo que representa; posibilidades, según el cual, cada modelo mental representa una posibilidad distinta; verdad, referida a que un modelo mental representa una posibilidad verdadera, es decir, los sujetos tienden a elidir las posibilidades en las que alguna de las proposiciones es falsa en el enunciado, como en el siguiente caso: dada una disyunción exclusiva, no A o B, el modelo se compone de dos posibilidades:

No A

B

El primer modelo mental no representa la B, que sería falsa en esa posibilidad, y el segundo representa no A, que sería falsa en esa posibilidad. El siguiente principio es el de variación estratégica, donde, dada una clase de problemas, los sujetos desarrollan estrategias que derivan de la exploración en la manipulación de los modelos, por ejemplo, si se les presentan silogismos con el cuantificador “algunos”, se podría inferir la siguiente regla: si hay dos premisas existenciales (algunos X son Y, algunos Y son Z), entonces, se debe responder que no hay conclusión válida (Johnson-Laird, 2005). Por último, está el principio de modulación, según el cual el significado de las cláusulas de las oraciones, de las conexiones entre ellas, el conocimiento general y el conocimiento del contexto puede influir en los modelos que se construyan sobre un enunciado. Así, se parte de la premisa de que estos cinco principios aplican en general en la construcción y puesta en práctica de modelos mentales.

Además, el autor plantea cinco predicciones acerca de las tareas relacionadas con el razonamiento: primero, mientras menos modelos se necesiten para hacer una inferencia, más sencilla será esta; segundo, los sujetos erran en el razonamiento porque tienen en cuenta un único modelo; tercero, los sujetos podrían refutar una inferencia inválida si buscaran contraejemplos o referencias que puedan invalidar su conclusión; cuarto, los sujetos tenderán a guiarse por inferencias aparentemente correctas, por ejemplo, si un elemento es mencionado en una de las premisas, es posible siempre inferirlo en la conclusión; quinto, el razonamiento válido puede mejorarse con realimentación y práctica, de este modo se desarrollarán espontáneamente varias estrategias deductivas, inductivas, entre otras (Johnson-Laird, 2005).

Por su parte, Charles Sanders Peirce (1929, citado por Sebeock y Umiker-Sebeok, 1989) plantea que existe un proceso lógico llamado “abducción”, mediante el cual se puede llegar a conclusiones muchas veces certeras sobre los hechos del mundo basándonos en un “instinto” o una “adivinación”. Para Peirce, la abducción se presenta siempre como un primer paso en todo razonamiento científico y es el único tipo de estructura argumentativa que permite la invención de una nueva idea. “Va también asociada con, o más bien produce, según Peirce, cierto tipo de emoción, que la distingue claramente de la inducción y de la deducción” (Sebeok y Umiker-Sebeok, 1989, p. 40). La abducción, no obstante, es un tipo de inferencia lógica tan válida como la inducción y la deducción (Sebeok y Umiker-Sebeok, 1989). Un ejemplo presentado a modo de argumentación lógica sería el siguiente (tomado de Vega y Olmos, 2011, p. 19):

– Se observa el hecho sorprendente C,

– pero si A fuera verdadera, C sería una cosa normal.

– Por tanto, hay una razón para sospechar que A es verdadera.

Peirce se basa en el supuesto de que la mente humana tiene una predisposición a hacer conjeturas correctas sobre el mundo con base en indicios observados, pero sin poder especificar en qué circunstancias se adquirieron. Estas suposiciones dependen de juicios perceptivos que permiten deducir proposiciones universales y son el resultado de un proceso no consciente y no controlado. La formación de una hipótesis es como un “destello” que se presenta en nosotros (Peirce, 1929). Sobre la diferencia entre abducción e inducción, explica Peirce (1955, citado por Sebeok y Umiker-Sebeok, 1989):

La abducción arranca de los hechos, sin tener, al inicio, ninguna teoría particular a la vista, aunque está motivada por la sensación de que se necesita una teoría para explicar los hechos sorprendentes. La inducción arranca de una hipótesis que parece recomendarse a sí misma sin tener al principio ningún hecho particular a la vista, aunque con la sensación de necesitar de hechos para sostener la teoría. La abducción busca una teoría. La inducción busca hechos. En la abducción, la consideración de los hechos sugiere la hipótesis. En la inducción, el estudio de la hipótesis sugiere los experimentos que sacan a la luz los hechos auténticos a que ha apuntado la hipótesis (p. 47).

Vega y Olmos (2011) sugieren que la abducción, al ser un proceso que da lugar a explicaciones, es esencial en procesos cognitivos, tales como el diagnóstico médico, el desarrollo de los modelos de inteligencia artificial, la construcción de teorías científicas y, en general, está en la base de la metodología de la ciencia. “En un sentido muy amplio, la abducción es el proceso de razonamiento mediante el cual se construyen explicaciones para observaciones sorprendentes, esto es, para hechos novedosos o anómalos” (Vega y Olmos, 2011, p. 17). Además, se resalta la importancia de la comprobación y la verificación de las conclusiones. Para estos autores, la abducción es un proceso que permite un cambio en las creencias propias de acuerdo con la captación de nueva información, es decir, va más allá de ser únicamente una estructura argumentativa.

En una vía similar, de acuerdo con De la Fuente y Minervino (2011), las teorías del pensamiento analógico proponen la posibilidad de captar que una situación está estructurada por un sistema de relaciones y roles (rasgos estructurales) de otra situación u otro dominio específico diferente, con el fin de comprender una novedad a partir de algo que resulta más familiar. El pensamiento analógico se basa en la tendencia a buscar patrones de similitud entre objetos, acontecimientos, situaciones y dominios. La teoría de las múltiples restricciones y la teoría de la proyección de la estructura se basan en la perspectiva de la lógica de predicados para explicar cómo se dan las analogías; los predicados de las proposiciones se refieren a lo que se afirma o se niega sobre algo, por ejemplo, una propiedad acerca de un objeto o una relación entre conceptos. En las investigaciones realizadas sobre este tipo de pensamiento en las ciencias cognitivas no se toman en cuenta los cuantificadores lógicos, como “todos” o “algunos”, para evitar ambigüedades en la formulación de proposiciones, ya que tienen como fin poder aplicar el mismo proceso analógico a investigaciones con computadoras. En esta misma vía, en la formulación de las proposiciones, se ubica en primer lugar el predicado y luego, entre paréntesis, el resto del argumento (el sujeto o el objeto), de tal modo que una frase como “el punzón es de metal”, se formularía de la siguiente manera: metal (punzón), y el objeto entre paréntesis podría variar por otros similares; o, en el caso de una proposición que implique relación entre varios términos, por ejemplo “El niño golpeó la nevera con el punzón”, se formularía así: golpear (niño, punzón, nevera). Estas dos proposiciones podrían ser análogas a situaciones o casos en los que se mantuviera el mismo predicado o relación y en las que tendiera a haber correspondencia uno a uno con los demás términos del argumento. En este caso, el segundo ejemplo sería análogo a decir: golpear (niña, martillo, televisor). Al saber que dos dominios comparten un mismo sistema de relaciones y roles, se pueden hacer inferencias sobre el caso menos conocido a partir del caso más conocido. No obstante, dado que las situaciones comparadas pueden tener diferencias en aspectos relevantes, las inferencias que se formulan por medio del proceso analógico pueden resultar a veces inadecuadas.

El pensamiento analógico se usa también en los procesos de solución de problemas, y se divide en una serie de subprocesos que interactúan entre sí: primero, se construyen representaciones acerca del caso conocido o análogo base y del caso menos conocido o análogo meta; segundo, se recuperan los elementos de la memoria de largo plazo sobre el análogo base; tercero, se establecen correspondencias entre los elementos de ambos casos; cuarto, se formulan inferencias sobre el análogo meta que guíen hacia la solución del problema; quinto, se evalúa si la analogía fue o no adecuada en relación con el análogo meta; y sexto, se ajustan las inferencias para que se adecúen mejor al análogo meta y a la solución del problema.

El pensamiento analógico juega un papel fundamental en la cognición humana dado que es una herramienta útil para la solución de problemas y para la argumentación en distintos ámbitos; además, la analogía –junto con la metáfora– juega un papel importante en la construcción y la comprensión de la realidad y de los sistemas lingüísticos. Sin embargo, pueden presentarse dificultades a la hora de razonar según los subprocesos del pensamiento analógico, por ejemplo, puede pensarse que aquello que se asemeja superficialmente puede asemejarse también estructuralmente, aunque esto no ocurra necesariamente.

En la misma vía del pensamiento analógico, Bargh (2014) plantea que la metáfora entre situaciones del mundo físico y estados mentales juega un papel fundamental en el pensamiento automático; y que realizar acciones físicas puede desencadenar estados psicológicos que están relacionados metafóricamente a ciertos comportamientos o sentimientos,22 tal y como argumenta a continuación:

Las metáforas conllevan la forma de describir las personas en los encuentros cotidianos. Todos sabemos el significado de una relación “cercana” o de un padre “frío”. Una teoría reciente, el andamiaje conceptual, asegura que usamos estas metáforas tan fácilmente dado que la versión abstracta de un concepto mental se construye fuertemente asociada con el mundo físico en el que vivimos. En los experimentos en ciencias sociales, las personas que sostienen una taza de café caliente durante un corto tiempo forman impresiones de los otros como más “cálidos”, más amables y más generosos que aquellos que sostenían, por ejemplo, un café helado (p. 39).23

De este modo, las investigaciones actuales en psicología social adoptan la noción de personificación (embodiment) para referirse a la hipótesis de que los pensamientos, sentimientos y comportamientos se basan en experiencias sensoriales y estados corporales. Lo anterior es sustentado mediante experimentos que asocian metáforas correspondientes a un estado físico para describir un estado emocional o psicológico, como el que aparece en la cita (Meier, Schnall, Schwarz y Bargh, 2012).

El pensamiento analógico tiene como base, además, las teorías sobre la semejanza o similitud. De acuerdo con Goldstone y Son (2005), las teorías sobre la semejanza son fundamentales en el estudio de la cognición humana, dado que esta es una condición de los objetos y fenómenos de la realidad misma. Si tomamos un objeto o fenómeno A y consideramos que este se asemeja a otro B, tendemos a inferir que una propiedad X que tiene A debe ser también compartida por B. Nos basamos en la semejanza para generar inferencias y categorizar objetos cuando no conocemos la relevancia de sus propiedades. La semejanza puede darse, por ejemplo, a partir de un caso presentado a otro que comparte ciertas características o de un fenómeno a otro con el que, según la percepción, está en relación de vecindad. En el razonamiento humano hay dos formas de semejanza que habría que resaltar por ser importantes: proposicional y jerárquica. La primera hace referencia a proposiciones, es decir, a unidades básicas que tienen valor de verdad y que afirman algo acerca de la relación entre dos entidades de información; por ejemplo, una relación que se establece de forma visual entre proposiciones sería si esta está por encima, cerca de, primero que, a la derecha de, es más extensa que otra dentro de un argumento. La segunda se refiere a representaciones jerárquicas, lo cual quiere decir que cierto hecho X hace parte de o es un tipo de Y: la manzana hace parte de la categoría de frutas o es un tipo de ellas.

De acuerdo con Holyoak (2005), la analogía es una forma especial de la semejanza. Dos situaciones son análogas si comparten un patrón común de relaciones en sus elementos constituyentes, aunque estos mismos varíen en ambas situaciones. Normalmente, una de las situaciones más familiares es tomada como base o referencia y la otra, que se pretende comprender mejor, es tomada como objetivo. La información de la situación base sirve para generar inferencias sobre la situación objetivo. El razonamiento analógico va más allá de la información ya dada, utilizando conexiones sistemáticas entre ambas situaciones mediante un “mapeo” de las mismas, por tanto, es una forma de razonamiento inductivo. La analogía, como se ha mencionado, está estrechamente relacionada con la metáfora y con las formas de expresión simbólica que se usan en el lenguaje cotidiano. Las metáforas se caracterizan por una asimetría entre la base o la referencia y el objetivo, por ejemplo, en la expresión “la noche de la vida”, el objetivo sería la vida, entendida en términos de la base o referencia que sería el tiempo del día (Holyoak, 2005). La metáfora es, entonces, una especie particular de analogía en la que la referencia y el objetivo son semánticamente distintos y ambos se mezclan entre sí como en el ejemplo previamente presentado. Holyoak (2005) sugiere que una gran cantidad de la experiencia humana, especialmente en aspectos abstractos, se comprende a modo de metáforas conceptuales, por ejemplo, el tiempo es entendido en términos del movimiento de los objetos en el espacio: “mi cumpleaños se acerca rápidamente” (Holyoak, 2005, p. 120).

Ahora, en el razonamiento cotidiano, a veces se emplean analogías que no se basan únicamente en la semejanza y la relación estructural entre situaciones, pues los sujetos tienen como fin alcanzar metas u objetivos personales que están fundamentados en sus creencias propias y en sus prejuicios; y este es un elemento que también interactúa en la formación de analogías, además de la semejanza (isomorfismo) y la relación estructural. Una buena analogía sería aquella en la que estos tres componentes interactúan y convergen de forma coherente entre sí.

Otra de las teorías a resaltar sobre el pensamiento es el razonamiento pragmático, el cual, según Valiña y Martín (2011a), se basa en la teoría de esquemas pragmáticos y en las teorías sobre sesgos y heurísticos de Kahneman, Slovic y Tversky (1982). La pragmática se ocupa del uso práctico del lenguaje y su utilización en contextos específicos, por ejemplo, en el ámbito cotidiano. La teoría de los esquemas pragmáticos es aplicable tanto a tareas de tipo inductivo como deductivo y parte de elementos como sistemas de reglas altamente abstractas, dependencia de las relaciones y los objetivos de la tarea, aplicación a dominios concretos y creencia en que el razonamiento puede mejorar por medio del entrenamiento. En suma, “proponen que nuestro razonamiento cotidiano está guiado por un conjunto de reglas, sensibles al contexto y específicas de ciertos dominios: ‘los esquemas pragmáticos’” (Valiña y Martín, 2011a, p. 163). Estos esquemas son estructuras de conocimiento abstractas derivadas de la experiencia en la que se observan regularidades que guían al sujeto en sus interpretaciones, expectativas y atención en general de acuerdo con el contexto. En la cotidianidad es posible inferir esquemas de permiso, de obligación y causales. Cuando el sujeto se ve enfrentado a una tarea de razonamiento, le es más fácil resolverla si la situación le permite evocar cierto esquema pragmático, aunque los contenidos de este no se correspondan necesariamente con las reglas de la lógica formal. Estos esquemas se valen como herramienta principal de los “heurísticos” o “atajos del razonamiento”, para luego pasar algunas veces a un razonamiento analítico de la situación:

Los procesos heurísticos son preatencionales, rápidos y, al ser preconscientes, no podemos informarlos. Seleccionan la información relevante en función de diversos factores: 1) Supuestos lingüísticos. 2) Asociaciones pragmáticas o efectos del conocimiento previo. 3) Saliencia atencional de características de la propia tarea. Sobre esta información operan procesos analíticos (Valiña y Martín, 2011a, p. 174).

Aunque estos heurísticos se caracterizan por ser adaptativos, pueden también llevar a cometer errores en tareas de razonamiento; pero esto no significa que sean irracionales. Para Valiña y Martín (2011a):

Evans ha argumentado recientemente a favor de que el razonamiento pragmático y la toma de decisiones en contextos reales son racionales, en tanto son procesos cognitivos que llevamos a cabo para alcanzar determinados objetivos. En su opinión, en el debate sobre la racionalidad humana se introdujo una gran confusión por no diferenciar dos nociones sobre la racionalidad: la racionalidad de propósito y la racionalidad de proceso (Evans, 1993). La racionalidad de propósito hace referencia a aquel razonamiento que nos ayuda a alcanzar nuestros propios objetivos, mientras que la racionalidad de proceso indicaría aquel razonamiento que está de acuerdo con sistemas normativos, como los de la lógica formal (p. 175).

Ligada a la perspectiva del pensamiento pragmático, se encuentra la teoría del pensamiento probabilístico. De acuerdo con Pérez y Bautista (2011), este tipo de razonamiento consiste en hacer un cálculo mental sobre la probabilidad de que haya ocurrido o vaya a ocurrir cierto acontecimiento, con el fin de emitir un juicio, actuar o decidir. Este tipo de razonamiento cotidianamente se enfrenta a problemas abiertos y poco delimitados en los que no es posible asegurar que las predicciones vayan a cumplirse, por tanto, se asocia más a un razonamiento inductivo que deductivo. Al pensamiento probabilístico le subyacen las leyes de la probabilidad o reglas de cálculo bayesianas,24 aunque estas se diferencian ampliamente de las de la lógica formal, pues no se basan en la sintáctica sino en el contenido y en el contexto de la tarea o situación concreta.

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