Kitabı oku: «Psiquiatría de la elipse»

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Psiquiatría de la elipse. Aventuras del sujeto en creación

Ivan Darrault-Harris • Jean-Pierre Klein



Título original: Pour une psychiatrie de l’ellipse. Les aventures du sujet en création

Colección Biblioteca Universidad de Lima

Psiquiatría de la elipse. Aventuras del sujeto en creación Primera edición digital, septiembre de 2016

© Ivan Darrault-Harris, Jean-Pierre Klein, 2007

© De la edición francesa: Presses Universitaires de Limoges, 2007

© De la traducción: Desiderio Blanco

© De esta edición:

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ISBN versión electrónica: 978-9972-45-362-5

Índice

Prefacio, de Jacques Fontanille

INTRODUCCIÓN A LA VERSIÓN ESPAÑOLA

I. La dimensión semiótica de la teoría de la elipse

II. La psicoterapia de la elipse es una ayuda de autoterapia

CAPÍTULO I. EL CAMPO ESTRUCTURANTE

El encuentro entre ciencias humanas

La ilusión interdisciplinaria

Disimetría de las posiciones

Cuatro etapas históricas

El campo estructurante

Historial de la psiquiatría de sector

El loco en la sociedad; el sector como tratamiento

Ser sí-mismo «infanto-juvenil»

Ser paciente en psiquiatría infanto-juvenil

Ser padres en psiquiatría infanto-juvenil

El niño como encarnación

La terapia como conversión

La enfermedad como figura

La dimensión social

Diversidades terapéuticas

Diversidad de los cuidantes

La nosografía evolutiva

El intersector, estructura institucional

Hacia una nueva conceptualización del ser humano

Superaciones

En resumen

De la semiótica a la psicosemiótica

Freud presemiótico

Sacar a la luz las diferencias

El «recorrido generativo»

De la literatura oral al comportamiento-discurso

Un laboratorio natural

Unidades por describir

CAPÍTULO II. KATHRYN, UNA PUESTA EN ESCENA PARA UNA RESURRECCIÓN

Del ejercicio autobiográfico a la psicoterapia clásica

La psiquiatría de la elipse

Resistencias y proyecto

Heteronomía, autonomía

Las buenas preguntas

La claridad no es forzosamente la mejor vía hacia la luz

Puesta en elipsis

La anorexia mental

La estrategia del rodeo

El desembrague enuncivo

Historia de Kathryn

Psicodramas

Juegos de marionetas

Evolución ulterior

Análisis de las formas terapéuticas propuestas

La conjunción del juego de marionetas

Elogio de la penumbra

Necesidad de las restricciones

Posiciones de enunciación

Actantes-duales

Fracaso de la interdicción y bloqueo narrativo

Ser o parecer

Análisis de la segunda escena

La confesión somática

Paralelismo con la historia «real» de Kathryn

Resurrección del destinador

La curación

Nuevo actante-dual

Retorno a la realidad

Las cinco enunciaciones

Siempre sobre el oficio

Responder en cuanto a la forma y en cuanto a la sustancia

Daniela y Nathalia

Los rodeos del cuerpo violento

Un rodeo para Elvis

Desarrollo de las sesiones

La institución contra la terapia

CAPÍTULO III. EL MARCO PARTICULAR DE LA UTOPÍA TERAPÉUTICA

Problemáticas actuales de la psiquiatría de sector

Alternativas

Configuraciones terapéuticas

La propuesta de la indicación terapéutica

Función parental y no sustitución de los padres

La anticipación de maduración

El «sentido» de la terapia

Hacia un nuevo marco terapéutico

CAPÍTULO IV. BEATRIZ O «¡BIENVENIDA LA IMAGINACIÓN, ADIÓS A LOS SUFRIMIENTOS!»

Presentación de Beatriz por su familia

Propuesta de la primera indicación terapéutica

Desarrollo de la secuencia antidepresiva

Mitología familiar

Sucesos

Necesidad del grupo de control

Las formas que nos organizan

La figura del doble

«Prescripción» de la imaginación

Espacios

Oficialización de la confusión

Lectura e ilustración de cuentos

Análisis de los dos relatos

Cuento o apólogo

Llegada de Charles Perrault

Cuentos al azar

Paso a la imaginación personal

Análisis de esta historia

Individuación de Beatriz

Disjunción realidad/imaginación y reapropiación progresiva de lo imaginario

Retorno a la mitología familiar

La última sesión

Análisis de la reinvención de la Bella y la Bestia

La relación con la escritura

La transformación de los términos

La transgresión y el castigo/maldición

El intercambio inesperado

La evasión-intermedio, la revelación final del sujeto

Lo idéntico y lo diferente

Relaciones estructurales

La buena distancia

Breve rodeo histórico-sociológico

Relato del mito original

De lo trágico a la tragedia

Culpabilidad y reproducción

Tomas de posición de la generación siguiente

Del buen uso de lo maravilloso

La metáfora del holograma

CAPÍTULO V. LA COSMOGONÍA DE YANN

Historia de Yann

Los primeros encuentros

El camino recorrido. La posición del terapeuta

Semiótica del sujeto

Análisis del «prólogo»

El cuadrado de la identidad

La fase de los dibujos

Análisis semiótico de los dibujos

Reacomodos familiares

Análisis semiótico de esos dibujos: el sujeto es liberado

El dibujo del aniversario: la identidad adquirida

La leyenda de los orígenes

Búsqueda de una nueva configuración terapéutica

Invención de historias

El zorro asceta y el conejo argumentador

La terapia como parto

Las paradojas de Winnicott

¡Liberación!

Hacia la autonomización

Última variación: del monólogo narrativo al diálogo

Ganas

Diálogos constructivos

Recapitulación

La supresión del terapeuta

El cuadrado semiótico de las intervenciones

La cuestión de la alteridad

La percepción intuitiva de la transversalidad

La cuestión de la interpretación

La terapia es un «alumbramiento»

Asunción por el cuidante de no-sujeto a sujeto

Todo arte es creador

Anexo 1

Anexo 2

CAPÍTULO VI. LA INICIACIÓN A LA FORMA

La psiquiatría de la elipse es una metodología

Los seis criterios del fin de una terapia

La terapia como creación de otros sincretismos

Uno en otro

De sincretismo en sincretismo

La cuestión de la explicitación

La elipse

La relación con el tiempo

Evocar, invocar

Ascendientes o ancestros

El cuidante es un sujeto de búsqueda

El cuidando debe reconvertirse en un sujeto de búsqueda

De la terapia al arte

La terapia es anomia

De la Creación a la creación

La terapia como creación cosmogónica

Todos somos suplicantes

Posfacio: Explicar, comprender, de Paul Ricœur

Bibliografía

Índice de conceptos y nociones

Prefacio

Casi quince años después de su primera aparición, la Psiquiatría de la elipse es reeditada hoy en día, modificada y enriquecida, disponible de nuevo para los semióticos amantes de aventuras poco comunes, para los terapeutas que se interesan por recorridos metadescriptivos y, más generalmente, para un público atraído por innovaciones interdisciplinarias en ciencias humanas.

Porque así es como se presenta de entrada este libro: como el producto de varias historias entrecruzadas. Para comenzar, la de las prácticas y de las instituciones terapéuticas, que conduce a definir progresivamente el campo de la psiquiatría «infanto-juvenil», y, en el interior de esta última, los métodos y los presupuestos de la puesta en marcha por Jean-Pierre Klein. Luego, la de la semiótica de la Escuela de París, por la cual Ivan Darrault-Harris ha tomado partido, siguiendo a Jean-Claude Coquet, para volver a trazar el recorrido en dos etapas: el de la semiótica «objetal», o sea, el de la semiótica narrativa de Greimas, y el de la semiótica «subjetal», en este caso, la semiótica del discurso desarrollada principalmente por Coquet. Y, finalmente, la historia de un encuentro y de una amistad interdisciplinarios, y el de un largo recorrido intelectual compartido entre los dos autores, Jean-Pierre Klein e Ivan Darrault-Harris. El libro da testimonio, a este respecto, de un cruce de identidades: al comienzo de la aventura, el primero era psicoterapeuta y el segundo, semiótico; al final del recorrido, las fronteras se esfuman, el terapeuta piensa como un semiótico, y el semiótico piensa como un terapeuta.

El lector sabrá perdonar mi incompetencia para apreciar los aportes de este libro, y de las prácticas que él relata, a la psicoterapia: no podría aventurarme en ese terreno, y quisiera limitarme aquí solamente a señalar algunos aportes e incidencias en lo que atañe a la semiótica misma.

La primera incidencia se refiere a la articulación entre la aproximación semiótica y la práctica terapéutica. El prólogo del libro insiste en el hecho de que esas dos disciplinas tienen objetos diferentes, y particularmente sobre el hecho de que una se halla siempre en el movimiento de una práctica en devenir, mientras que la otra debe constituir los productos de la primera en «discurso» y contentarse, en suma, con una «vida detenida». En su posfacio, y ya al final, Paul Ricœur insiste en el hecho de que la semiótica, como todo proyecto científico, «es una práctica, una práctica teórica, ciertamente, pero una práctica que, como todas las prácticas, debe ser recuperada de acuerdo con su finalidad interna» (p. 336). Dicho de otro modo, la vertiente semiótica es, en este sentido, tan «práctica» y tan «viviente» como lo vertiente terapéutica, y la primera puede ser considerada como «un arte sobre el fondo del rigor científico», lo mismo que la segunda, como lo señalan los autores en la introducción. La cuestión no es, pues, la de una diferencia de estatuto epistemológico entre un «arte riguroso» y una «ciencia incierta», sino más bien la de la «finalidad interna» de una y otra práctica, la del ajuste estratégico entre dos finalidades y la del encaje táctico entre los dos recorridos prácticos; dicho de otro modo, la diferencia es ante todo estratégica y ética.

Ahora bien, si seguimos a Paul Ricœur, la finalidad interna de la práctica semiótica consistiría en una comprensión sometida, en virtud de los medios que utiliza, a una explicación; globalmente, tendría que ver con la hermenéutica en cuanto práctica de investigación. Esto no es suficiente, sin embargo, para diferenciarla de la terapia, puesto que esta última es evidentemente (entre otras cosas) una práctica interpretativa, pero cuyos medios explicativos son, en cierto modo, alternativos y facultativos, y cuyo operador principal es el paciente mismo, como se verá en esta obra. Incluso habría que precisar: cuyo operador principal debe llegar a ser progresivamente el paciente mismo. Volcada por completo hacia el «asistido», hacia ese otro que sufre, la terapia trata de hacerlo cambiar: cambiar de discurso, cambiar de identidad, cambiar de rol, cambiar de síntomas. Pero el cambio-que-cura es, para la psiquiatría de la elipse, una verdadera actividad de traducción-interpretación; sin embargo, a diferencia de otras hermenéuticas, como la semiótica, la traducción-interpretación inducida por la terapia no recae sobre los enunciados ni sobre las estructuras significantes, sino sobre las instancias personales que las soportan. En suma, el objetivo de esas prácticas de interpretación-traducción no es la producción de un discurso sobre las transformaciones del paciente, sino el de una transformación de las instancias que el paciente construye en sus enunciaciones.

No sé si este condensado resumen será aceptable para los dos autores, pero vale la pena intentarlo: la única diferencia entre la semiótica y la terapia como prácticas hermenéuticas consiste en que una se supone que interpreta las variaciones de la correlación entre contenidos y expresiones (y que las traduce como «transformaciones de contenidos» en un metadiscurso), mientras que la otra se supone que interpreta los recorridos e interacciones entre las instancias de la praxis (y que las traduce en «metamorfosis de roles y de posiciones enunciantes» en la historia del paciente).

A partir de ahí, si por un lado admitimos que, en ese tipo de terapia, las transformaciones de contenidos pueden ser comprendidas como manifestaciones de los cambios de instancias, y si, por otro lado, admitimos correlativamente que, en ese tipo de semiótica, los cambios de instancias manifiestan cambios de contenidos, entonces, el encuentro se explica, y sobre todo, la imbricación de las dos prácticas en una sola.

Esta observación cambia sensiblemente el estatuto de las «intervenciones» del semiótico-terapeuta en el curso de la práctica terapéutica, e inversamente, las del terapeuta-semiótico en el curso de la prácticasemiótica.Enefecto,nosetrata,comoelbuensentidoloquisiera,dela intervención de una práctica descriptiva en el curso de una práctica de cuidados y de cambios; en pocas palabras, no se trata solamente de añadir la descripción a la acción, sino de aumentar la capacidad interpretativa de una acción que es ella misma una interpretación en todos los sentidos del término, incluido el sentido artístico. Se trata de llevar a buen término dos procesos interpretativos, dos aproximaciones al movimiento de la vida psíquica para reunirlos en una sola estrategia de cambio.

Porque no es posible «detener la vida», y menos aún cuando se trata de niños, que se van convirtiendo poco a poco en adolescentes, como lo recuerdan los autores en varias ocasiones: el dinamismo evolutivo es, en sí mismo, un objeto de conocimiento y de intervención, que tiene lugar incluso en ausencia de toda intervención.

La peor de las situaciones es, sin duda, aquella en que la evolución está bloqueada y se mantiene en una estricta repetición; pero incluso en esos casos extremos, la terapia funciona como el acto semiótico por excelencia, el cual consiste en suscitar la diferencia allí donde parece que ninguna diferencia se manifiesta. Suscitar la diferencia para iniciar un paradigma y relanzar una dinámica sintagmática. Y, por lo menos, como se constata en algunos de los relatos de terapia, suscitar la diferencia puede consistir en tomar a la letra la sugerencia de Saussure en el Curso de lingüística general*, a propósito de la repetición de «Messieurs! Messieurs! Messieurs!»: basta con introducir una repetición, aparentemente insignificante en sí misma, en una interacción semiótica para que la repetición por sí misma constituya una diferencia, y por eso mismo pueda producir un inicio de dinámica, la de la reanudación. Y sobre esta primera diferencia puede arrancar el recorrido terapéutico y construir el cambio.

La Psiquiatría de la elipse plantea, por lo demás, un conjunto de cuestiones embarazosas a la semiótica greimasiana (y, sin duda, a muchas otras semióticas si es que pueden percatarse de esas cuestiones). Tales cuestiones giran en torno a tres conceptos: generación, manifestación, expresión, todos ellos presentes en el Diccionario de Greimas y Courtés, y, sin embargo, muy desigualmente explotados en los trabajos semióticos. El presente libro no plantea explícitamente resolver las relaciones entre esos tres conceptos o, por lo menos, no los convierte en el objeto de una problemática separada, pero, en cambio, suscita en todo momento cuestiones o dificultades que los solicitan dos a dos, o los tres conjuntamente.

Para comenzar, la expresión. Los autores escriben aquí mismo que la terapia es una «estimulación de nuestras expresividades», pero distinguiendo bien entre las expresiones fijas, que no remiten más que a un estado singular y a una parte específica de un individuo sumergido en su propia historia semiótica, y las expresiones creativas, que son en cierto modo la marca de nuestra pertenencia a la humanidad. Dicho de otro modo, se supone un devenir propio, pero no autónomo, de las expresiones, que las libera, las estabiliza y las «humaniza» al mismo tiempo. No autónomo, porque si la expresión remite supuestamente a un contenido, se debe prestar toda la atención posible a la manera como, en este libro, los contenidos de los análisis son sistemáticamente derivados hacia mitos y temas universales de lo humano. Volveremos enseguida sobre el rol transformador del mito, pero hay que anotar al menos en este instante en qué y de qué se produce la función semiótica en la psiquiatría de la elipse: no existe función semiótica asegurada y estabilizada, es decir, en una relación congruente entre la expresión y el contenido, a no ser que la una y el otro nos permitan hacer la experiencia de nuestra parte de humanidad en devenir. En breve, la función semiótica no es aquí auténtica si no tiende hacia lo universal, o al menos hacia lo sociable y lo universalizable.

Después, la manifestación. Este concepto propuesto por Greimas ha sido muy poco utilizado, en razón, sin duda, de la dificultad que existe para distinguirla de la expresión, y sobre todo por la confusión que se establece con los niveles superficiales del recorrido generativo. Sin embargo, la referencia a Freud, en este mismo libro, es particularmente esclarecedora sobre este punto: distinguir, en efecto, apropósito del sueño, el «contenido latente» del «contenido manifiesto» no puede conducirnos a un recorrido generativo, porque, aun si el contenido manifiesto es una rearticulación de su contenido latente, no es una rearticulación isótopa, como la que exigiría un recorrido generativo stricto sensu. Además, la condensación y el desplazamiento que operan en el sueño se hacen a nivel jerárquico equivalente, puesto que los dos contenidos en cuestión, y las dos escenas que se transforman una en otra, son igualmente figurativos, del mismo nivel de elaboración semiótica. La única diferencia consiste en que una ha sido «traducida» en otra, y que solo la otra puede acceder a la manifestación a través de una producción semiótica (aquí, el sueño).

En una semiótica-objeto tratada como un texto, la confusión entre el plano de la expresión (vs. el plano del contenido) y el campo de la manifestación (vs. el campo de la inmanencia) amenaza en todo momento, porque le falta al texto el «espesor» de los modos de existencia, en el cual se mueve la práctica viviente. En cambio, en la perspectiva de una práctica en curso, la manifestación es el destino dinámico de los contenidos, de los contenidos múltiples que coexisten potencialmente en la cadena del discurso en acto, y que, en razón de la foria que los empuja, ejercen concurrentemente presiones por llegar a la manifestación. La manifestación no es, pues, ni la expresión, ni el último nivel del recorrido generativo; la manifestación es un campo de fuerzas y de maniobras donde unos contenidos ocultan o revelan otros contenidos; todos ellos coexisten en la inmanencia de la práctica discursiva y, en su competición por manifestarse, se enmascaran y se deforman recíprocamente.

Finalmente, la generación. Las figuras de manifestación resultan todas ellas de un proceso generativo, que permite pasar de las estructuras semánticas elementales a las estructuras figurativas de superficie, pasando por las estructuras narrativas. Pero si admitimos, como nos invita a hacerlo este libro, que todo proceso significante es pluriisótopo, entonces, debemos admitir también, en consecuencia, que en toda ocurrencia de discurso coexisten varios recorridos generativos paralelos y concurrentes, y la manifestación es el lugar estratégico donde se regula su competición; nociones y fenómenos como el «proyecto enunciativo», el «lapsus», el «sentido común», convocan cada uno de ellos un tipo de interacción diferente entre recorridos generativos coexistentes y concurrentes: interacciones por «contención», por fractura e irrupción inopinada, por expansión y relajamiento, etc. La «confesión» (o «reconocimiento»), sea verbal o somática (como en este libro), es el resultado también de una forma de interacción propia de la manifestación (y no de la expresión o de la generación).

La psiquiatría de la elipse obliga a tales distinciones: no basta, en efecto, con dar a otro los medios para expresar lo que siente o lo que tiene «que decir», si ese decir no es más que la manifestación forzada, o extraviada, o repetitiva, de un contenido deletéreo. Es preciso poner en marcha estrategias para desbloquear, desplazar, diversificar la manifestación, redesplegar los potenciales, a fin de que pueda acceder a una expresión más auténtica, o simplemente menos sintomática. La perspectiva generativa proporciona elementos de explicación, propone enlaces isótopos entre capas estructurales de contenidos heterogéneos, acompaña, en suma, la táctica terapéutica con su mirada a distancia y con sus jerarquías canónicas.

La generación, por su parte, asegurará el enlace entre estructuras semánticas, entre roles narrativos y entre figuras de superficie, distribuyéndolas por niveles. La manifestación gestionará los conflictos entre isotopías y entre estructuras a fin de controlar el acceso a la superficie de los discursos y de las prácticas, ofreciéndoles un campo de interacciones. La expresión proporciona figuras sensibles, canales de comunicación y modalidades de puesta en circulación y en interacción a contenidos que hayan adquirido los derechos a la manifestación, organizándolos sobre un mismo plano.

El «marco terapéutico» es la instancia donde esas tres dimensiones son articuladas. Definido por los autores como «proyecto formal» de la terapia, comparado con el templum* de los augures latinos, y figurado como «burbuja simbólica», es también glosado como «espacio-tiempo-interacción-mediación» utópico de la terapia (p. 150).

Ese marco es en cierto modo el «soporte formal» de inscripción del recorrido del cambio que va a desencadenar y al que va a acompañar. Lo que llamamos «soporte formal» es un dispositivo espacio-temporal y material, preformado según determinadas reglas y constricciones de acogida de los signos y de las figuras, y proyectado sobre la situación concreta o sobre los objetos materiales acerca de los cuales debe realizarse la producción semiótica. En el caso de la escritura o del dibujo, la naturaleza de ese soporte formal es simple y bien conocida: una superficie, límites, direcciones y espaciamientos que hacen posible saber cómo se escriben los caracteres de la escritura para que signifiquen. En el caso de la terapia, no existe, como lo señalan los autores, forma canónica, sino únicamente configuraciones ad hoc, elaboradas caso por caso. Ese marco formal fija (i) la naturaleza de las expresiones semióticas (verbales, icónicas, gestuales, rítmicas, etc.), que serán aceptadas o rechazadas; (ii) el campo y las condiciones estratégicas para la regulación de las manifestaciones de contenidos (qué contenidos serán favorecidos, cuáles serán en lo posible descartados), y, finalmente, (iii) los sistemas generativos de roles y de figuras que permitan hacer interpretables, desde un punto de vista narrativo, las interacciones y los «escenarios desconocidos» (p. 152) que ese cuadro formal debe acoger.

Unas palabras más, antes de dejar enseguida la palabra a los autores de esta obra, sobre la «elipse» de las instancias enunciantes. Dicha elipse, cuyos dos centros de referencia son el centro de «dicción» y el centro de «ficción», es por sí sola un homenaje (indirecto) a la semiótica del discurso de Jean-Claude Coquet. Por cierto, Ivan Darrault-Harris da, por lo demás, a propósito del caso de Yann, una bella demostración de las virtudes operativas de esa teoría de las instancias enunciantes, en forma de una descripción cautivante de los cambios de posiciones del no-sujeto al sujeto, del sujeto heterónomo al sujeto autónomo, cambios que esconden el conjunto del recorrido terapéutico a lo largo de varios años. Y es precisamente en el modelo de la elipse donde esa teoría muestra una de sus realizaciones más acabadas, a pesar de que la terminología utilizada, como «dicción» y «ficción», y sobre todo, «desembrague enunciativo» y «desembrague enuncivo» proviene de otros horizontes teóricos, principalmente de Greimas.

En efecto, esa insistencia sobre las instancias enunciantes, sobre la tensión entre dos polos y sobre las idas y venidas entre ellos, es propiamente subjetal: la significación viviente del discurso, y su afincamiento en la realidad de las situaciones y de los actantes enunciantes, es captada aquí en el despliegue de las posiciones subjetivas y no subjetivas en el interior de la categoría de la persona y no dentro de la estructura objetiva de los contenidos. E incluso cuando esa estructura objetiva adquiere importancia, lo hace en cuanto firma (signatura) de una nueva instancia enunciante, en cuanto manifestación de una victoria sobre la instancia precedente.

Volvamos, a título de ilustración, sobre el rol del mito y del cuento que lo conlleva: los autores se cuidan muy bien de desmarcarse de Bruno Bettelheim, quien hace del cuento y del mito los vehículos de estructuras de contenidos universales adecuados para explicar, para modificar y para identificar los comportamientos psíquicos individuales. En efecto, el mito, en este libro, solo tiene valor en cuanto tal, en cuanto género portador de los grandes problemas humanos, en cuanto modo de asunción colectiva de los relatos, y no por el detalle de los contenidos narrativos que transmite. El mito es la signatura de un recorrido de las instancias enunciantes cumplido y exitoso, puesto que, habiendo alcanzado el nivel de desembrague último en sus producciones semióticas, el paciente encuentra en el mismo instante el lugar donde su historia personal halla su sentido en su pertenencia a la humanidad. La dimensión antropológica no es valorada porque porte en ella verdades más eficaces que las que conllevan los relatos individuales, sino por ser «antropológica», porque implica una instancia colectiva universal.

El recorrido de la terapia es, pues, un recorrido entre las instancias enunciantes, y la significación que construye es la que surge del lazo y de las conversiones entre dichas instancias.

Es preciso, para comenzar, salir de la expresión personal ilusoria, del discurso en «yo», demasiado evidentemente cohibido por la neurosis o por la psicosis, es decir, por una estrategia de manifestación bloqueada, repetitiva, autorreproductiva. Como lo recuerdan los autores, «la expresión puede reducirse también a no ser más que un momento catártico de purga, pura descarga de tensiones» (p. 169). Pero lo que se busca en terapia no es la descarga de tensiones, no es la manifestación compulsiva de contenidos, no son las presiones para encontrar expresiones estereotipadas. Al contrario, gracias a la «estrategia del rodeo», uno se esfuerza en proponer modos de expresiones específicos, cuidadosamente elegidos para evitar esas manifestaciones de descarga dolosa y para suscitar en su lugar otras «más auténticas». Esa posición de enunciación «otra» es obtenida por desembrague enunciativo; pero lo que importa en la ocurrencia es poder pasar de una manifestación cerrada y no asumida, a una manifestación abierta, indecisa, y que deja alguna oportunidad para una posible asunción.

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