Kitabı oku: «Soma y sema»
Soma y sema. Figuras semióticas del cuerpo
Jacques Fontanille
Título original: Some et séma: figures du corps
Colección Biblioteca Universidad de Lima
Soma y sema. Figuras semióticas del cuerpo
Primera edición digital, septiembre de 2016
© Jacques Fontanille, 2004
© De la edición francesa: Maisonneuve & Larose, París, 2004
© De la traducción: Desiderio Blanco
© De esta edición:
Universidad de Lima
Fondo Editorial
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Diseño, edición y carátula: Fondo Editorial de la Universidad de Lima
Versión ebook 2017
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Se prohíbe la reproducción total o parcial de este libro sin permiso expreso del Fondo Editorial.
ISBN versión electrónica: 978-9972-45-371-7
Índice
Presentación
Introducción: Cuerpo, signo, sentido
PRIMERA PARTE: EL CUERPO DEL ACTANTE
Capítulo I: El cuerpo, el acto y los esquemas narrativos
Introducción: Cuerpo y semiosis
De la figura al icono actancial
El cuerpo del actante
Sintaxis figurativa y experiencia sensoriomotriz
Producción del acto y esquematización narrativa
Un cuerpo “imperfecto”
Individualización del actante y esquema de selección axiológica
El Mí y el Sí del actante narrativo: Un modelo de producción del acto
Los tres ejes de la identidad
Diferentes regímenes de la acción
Cambios de régimen
Conclusión: Cuerpo, tensiones y conversiones
Capítulo II: El lapsus
Introducción
Aproximaciones y problemáticas lingüísticas
Definiciones lingüísticas del lapsus
Índices y demarcaciones del lapsus
Mecanismos del “deslizamiento de lengua”
Algunos elementos de la problemática
Aproximaciones psicoanalíticas
Interpretación y cadena causal
Intención y atención
Modos de existencia y presiones existenciales
El modelo de las instancias de discurso: Los avatares de Ego
Identidad de las instancias: El Mí y el Sí
Sí-ídem y Sí-ipse
Esquematización de la producción del discurso
Para terminar
Capítulo III: Un accidente corporal. El andrógino ridículo (un curioso lapsus fílmico en Pasión, de Godard)
Introducción
Los datos del problema
La profundidad “coral”
Evasión y emoción colectiva
De la disociación a la desapropiación
La disociación formal
La desapropiación
De la estética de la disociación a la estética del accidente
Final
SEGUNDA PARTE: MODOS DE LO SENSIBLE Y SINTAXIS FIGURATIVA
Capítulo I: Modos y campos de lo sensible
Introducción
Semiótica del cuerpo y sintaxis figurativa
A propósito de la tipología sensorial
Diversificación de los modos de lo sensible:
La sensoriomotricidad
Diversificación e integración
El núcleo sensoriomotor
Autonomía de la dimensión figurativa
El punto de vista antropológico
El punto de vista neurocognitivo
El punto de vista psicoanalítico
El punto de vista semiótico: Algunos ejemplos de sintaxis sensorial
Principios comunes de organización
La configuración polisensorial
El campo sensorial del discurso
Tipos y subtipos del campo sensorial (propiedades sintácticas)
La tópica del cuerpo semiótico
Modalizaciones somáticas
Para terminar
Capítulo II: Figuras semióticas del cuerpo. La envoltura y la carne móvil
Del cuerpo comunicante al cuerpo significante, del ayudante al actante
El movimiento y la envoltura: ¿Antinomia o complementariedad?
Kinestesia y cenestesia
Materia y energía
Afecciones y pasiones
Pausa
La carne móvil
Movimiento e intencionalidad
Movimiento y significación sensorial
Movimiento y semiosis
Correlaciones
Equivalencias y mímesis
El ajuste hipoicónico
Sintagma del ajuste hipoicónico
Recapitulación
Envolturas
La constitución del Sí
De las funciones del Mí-piel a las figuras del Sí-envoltura
Contenidos, continentes y expresión
La superficie de inscripción, la enunciación y la función semiótica
Conclusión: Homogeneidad de la existencia semiótica
Dos formas de homogeneización
Un sistema y una sintáxis comunes
Capítulo III: Máquinas, prótesis y huellas. El cuerpo posmoderno (a propósito de Marcel Duchamp)
Introducción
Del arte conceptual a la huella
El arte conceptual como semiosis
La huella y la memoria figurativa
Representaciones del cuerpo femenino en Duchamp
La forma-huella
Figuras de la huella y del moldeado del cuerpo interior
Moldeados y huellas de la envoltura exterior
La inscripción de los cuerpos
Conclusión: Huella y firma
Capítulo IV: El modelo del reloj y el cuerpo-máquina (a propósito de Claudel). Arte Poética, reflexiones sobre el verso francés, El zapato de raso
Introducción
Despliegue de la metáfora del reloj
La secuencia canónica
Los avatares de una semiótica connotativa
Axiología cognitiva y poética subyacente
Una totalidad ritmada
Un pensamiento totalizador
Formas textuales de la totalidad vibrante en El zapato de raso
El modelo del cuerpo-máquina
La metáfora del reloj es un modelo del ser vivo
El cuerpo-máquina
Conclusión
TERCERA PARTE: FIGURAS DEL CUERPO Y MEMORIAS DISCURSIVAS
Capítulo I: Memorias figurativas y sensoriales
Memorias de envolturas deformadas
Memorias de carnes móviles
Memorias de puntos en desplazamiento
Memorias de cuerpos-cavidad agitados
Lecturas
Capítulo II: Impresiones proustianas
Impresiones y sinestesias
Presencia vital y estabilización de los iconos actanciales
Proyección de la envoltura y apropiación
Movimiento y reproducción
Conjugación de los dos modos estésicos
Coda
Capítulo III: La membrana translúcida. Aisthesis Koiné y memoria luminosa en Element of crime (Lars Von Trier)
Introducción
Algunos reflejos de luz
Reflejos, zonas blancas y obstáculos
Obstáculos parciales: Membranas, memoria y latencia
La luz y la introspección
Identidad e identificación
Sobreimpresiones
Reflejos
Capítulo IV: Cuando el cuerpo da testimonio. Aproximación semiótica al reportaje
Introducción: El testimonio
El caso del reportaje
Enunciación y forma narrativa
Estética y racionalidades discursivas
El “corpus”
Tres reportajes enhebrados por el cuerpo
Recorrido textual y “cuerpo a cuerpo”: Percepción de lo específico y “firma” sensorial
Una envoltura “omnipercibiente”: La superficie de inscripción del mundo recorrido
Historias, creencias, prótesis discursivas y reparto de la experiencia
La proporción analógica
La cadena de lo viviente en cuanto memoria
Conclusión
Capítulo V: Cómo las cosas llegan a ser cuerpo. El objeto y la huella del uso
La constitución semiótica del objeto
El surtidor de Hubert Robert
La pátina o el tiempo de los cuerpos
Introducción
Efectos temporales: Huella y enunciación
Tradición y continuidad
La pátina y la ergonomía: La “moral” de los objetos
La pátina sensibiliza los cuerpos
Conclusión: La semiótica de la huella
Hacia una semiótica de la huella
BIBLIOGRAFÍA
ÍNDICE DE NOCIONES
Presentación
En 1988, Jacques Fontanille y Claude Zilberberg publicaron el libro Tensión y significación1, donde elaboraron conjuntamente las bases teóricas de la semiótica tensiva. En doce entradas bien precisas establecen, sucesivamente, el estado de la cuestión, las definiciones tanto paradigmáticas como sintagmáticas de cada término seleccionado, y discuten sus aportes confrontándolos con las teorías de la semiótica clásica y con teorías o posiciones de otras disciplinas afines: lingüística, antropología, psicoanálisis, filosofía. Elaboran los modelos centrales susceptibles de explicar los fenómenos discursivos de la tensividad, fundamentalmente el esquema tensivo, que pone en relación la intensidad (lo sensible) con la extensidad (lo inteligible) y cuyo resultado inmediato es el espacio tensivo, espacio teórico de la emergencia de los valores, y la red, de dos o de más entradas, que permite ver el punto de cruce de las valencias correlacionadas en cada caso. Aplicada la red, por ejemplo, a los modos de categorización, donde las valencias correlacionadas fueran la intensidad y la extensidad, por un lado, y la tonicidad perceptiva, por otro, tendríamos el resultado siguiente2:
Dominante intensiva(→ sumación) | Dominante extensiva(→ resolución) | |
Percepcióntónica | Elemento saltante(→ parangón) | Red de rasgos comunes(→ cuadrado semiótico) |
Percepciónátona | Elemento neutro(→ término de base) | Recubrimientos irregulares(→ aires de familia) |
Donde se puede observar que el clásico cuadrado semiótico es un modo de categorización entre varios otros posibles. Con lo cual se amplían notablemente las posibilidades de explicación y de interpretación de los discursos concretos. Aplicado el esquema tensivo al campo de la veridicción, obtendremos el siguiente resultado3:
El arco que conecta los extremos de las coordenadas representa las correlaciones inversas entre intensidad y extensidad: a más “ser”, menos “parecer”; a más “parecer”, menos “ser”. El arco que parte del vértice de las coordenadas representa las correlaciones conversas (o directas) entre las valencias: a más “ser”, más “parecer”; a menos “ser”, menos “parecer”, y a la inversa.
A partir de esa obra conjunta fundadora, Jacques Fontanille y Claude Zilberberg han comenzado a desarrollar los teoremas y postulados allí planteados en forma obligadamente sintética, con matices diferentes y complementarios. C. Zilberberg4 se ha centrado en la elaboración de las categorías de la tensividad fórica5, atendiendo fundamentalmente a la sintaxis que las gobierna. En ese sentido, la tensividad es considerada en su propia naturaleza y en sus propias regulaciones inmanentes. J. Fontanille, por su parte, se preocupa por la “encarnación” de esa tensividad en el cuerpo sensible.
El cuerpo –señala J. Fontanille– había sido excluido de la teoría semiótica por el formalismo, y sobre todo por el logicismo que prevalecía en la lingüíst|ral de los años setenta (…). Pero desde el momento en que uno se pregunta por la operación que reúne los dos planos de un lenguaje, el cuerpo se hace indispensable. Ya sea que se le trate como sede, como vector o como operador de la semiosis, el cuerpo aparece como la única instancia común a las dos caras o a los dos planos del lenguaje, capaz de fundar, de garantizar y de realizar su unión en un conjunto significante (pp. 21-22).
A partir de la presencia del cuerpo en la teoría semiótica, todos los dispositivos clásicos adquieren “corporalidad” y se “animan”; aparecen como “fenómenos” y pueden ser percibidos.
En esta novedosa concepción de la semiótica, la forma y las transformaciones de las figuras del cuerpo proporcionan una representación discursiva de las operaciones profundas del proceso semiótico. Entre el cuerpo como “resorte” y como “sustrato” de las operaciones semióticas profundas y las figuras discursivas del cuerpo, se abre el campo para un recorrido generativo de la significación, recorrido que ya no es solamente formal y lógico, sino también fenoménico y “encarnado”.
Sobre estas bases epistemológicas, el autor procede a la elaboración de una teoría semiótica del cuerpo, iniciando su construcción por el cuerpo del actante. La cuestión a resolver es “cómo un cuerpo deviene actante, trátese del actante de la instancia de discurso en general, del actante de la enunciación o del actante del enunciado” (p. 32).
Para ello, es preciso concebir el actante como una posición corporal, o sea, como una carne y como una forma corporal, sede primordial de los impulsos y de las resistencias que sostienen la acción transformadora de los estados de cosas. Esa posición corporal es construida por desembrague a partir de la instancia de discurso, sede y operador de la semiosis.
En el “cuerpo”, distingue Fontanille dos instancias: la carne y el cuerpo propio. La “carne” es aquella instancia que resiste y colabora al mismo tiempo con la acción transformadora de los estados de cosas, y que cumple también el rol de “centro de referencia”, el centro de la “toma de posición”. El “cuerpo propio” es aquello que se constituye en la semiosis, lo que se construye con la reunión de los dos planos del lenguaje en el discurso en acto. El cuerpo propio es el portador de la identidad en construcción y en devenir, el cual obedece a un principio de fuerza directriz. Con tales precisiones, Jacques Fontanille construye un modelo sencillo de las instancias del cuerpo del actante, cuya complejidad se irá desarrollando a lo largo de los sucesivos capítulos del libro:
Mí, Sí-idem y Sí-ipse son las tres instancias de Ego. Las tensiones y articulaciones que se producen entre esas instancias generan, en cada discurso, la identidad del actante. El modelo se complejiza gradualmente hasta que permiten dar cuenta de las situaciones identitarias más disímiles.
Es obvio que si el cuerpo retorna al campo semiótico, lo hace con todas sus potencialidades. En primer lugar, con su capacidad de sentir. J. Fontanille nos introduce así en los “modos de lo sensible” y en su “sintaxis figurativa”. El proyecto de J. Fontanille se formula del modo siguiente:
Paralelamente a los esclarecimientos teóricos que se supone nos va a proporcionar, especialmente en cuanto al rol del cuerpo en la enunciación y en la función semiótica, la semiótica del cuerpo participará directamente en la constitución de una sintaxis figurativa. En efecto, por intermedio de la sensación y de la percepción, el cuerpo, articulado como una configuración, es susceptible de proporcionarnos modelos de la estabilización, de la transformación y de la puesta en secuencia de las figuras del cuerpo (p. 114).
A lo largo de una minuciosa exploración de los diversos “modos de lo sensible”, el autor descubrirá la autonomía de la sintaxis figurativa en relación con los diversos modos de lo sensible, de los cuales, no obstante, emana. Una vez establecida dicha autonomía, está en condiciones de proponer una tópica integral del cuerpo semiótico (pp. 152-153).
Hecho esto, se concentrará en las figuras semióticas del cuerpo: la envoltura y la carne móvil. Lo cual habrá de conducirlo a una reformulación de la función semiótica. La mediación corporal entre el plano de la expresión y el plano del contenido desemboca en una nueva representación de semiosis (p. 208):
Representación que sustituye a la clásica formulación de la semiosis saussuriana y hjelmsleviana:
Finalmente, la teoría de la “superficie de inscripción” nos lleva a una semiótica de la huella, con la que termina el libro. Las figuras son, finalmente, “huellas” inscritas en el cuerpo sensible.
El “retorno del cuerpo” a la teoría semiótica no significa la renuncia de esta disciplina a su carácter de proyecto científico ni a la búsqueda de las formas y de las “maneras de significar” que lo caracterizan. En cambio, proporciona una evidente alternativa a las soluciones logicistas: en vez de tratar los problemas teóricos y metodológicos como problemas lógicos, quedamos invitados a tratarlos desde el ángulo fenoménico, y para eso, se requiere contar con el cuerpo del operador. Comprometernos a tratar una relación, una operación o una propiedad como un fenómeno, es comprometernos a examinar la formación de las diferencias significativas y de las posiciones axiológicas a partir de la percepción y de la presencia sensible de esos fenómenos (p. 21).
Jacques Fontanille no se limita a elaborar una teoría semiótica del cuerpo y a construir los modelos explicativos adecuados, exigidos por la teoría, sino que hace aplicaciones concretas de esas teorías y de esos modelos. Y para eso, recorre una gran variedad de campos y de géneros: el cine (Passion, de Godard; Element of crime, de Lars Von Trier); la literatura (Proust y Claudel); el cuento popular (Soy la Cíclope); la pintura (Duchamp); el reportaje periodístico y hasta la arquitectura.
No obstante el alto nivel teórico y metodológico en el que se desenvuelve el pensamiento de J. Fontanille, no deja nunca de ser didáctico. Y esa es una característica que distingue todas sus obras, y que le agradecemos todos.
Desiderio Blanco
Introducción
Cuerpo, signo, sentido
CUERPO, SIGNO, SENTIDO
En el discurso de la mayor parte de las ciencias humanas, el cuerpo ha entrado con fuerza: en historia, en sociología, en poética, en antropología y también… en semiótica. Sin embargo, esa “encarnación” de las ciencias humanas (embodiment le dicen los “cognitivistas”) se presenta con figuras y con motivos muy diferentes.
Cuando el historiador se interesa por los olores1, lo hace porque guarda en perspectiva la historia de las prácticas científicas, y especialmente las de la medicina2; pero también porque su concepción de la historia asigna un lugar de privilegio a las formas de la socialidad y de la vida colectiva. Por su lado, el cognitivismo, al otro extremo de la cadena, se interesa por el cuerpo, esencialmente en nombre del realismo neurológico: los esquemas cognitivos son “encarnados” porque su forma encaja en las redes de neuronas, indisociables de la “carne” a la cual están permanentemente conectados3. Entre esos dos extremos, para el estudioso de la poética, y para un grupo creciente de semióticos, el cuerpo es ante todo la sede de la experiencia sensible y de la relación con el mundo en cuanto fenómeno4, en la medida en que esa experiencia puede prolongarse en prácticas significantes y en experiencias estéticas.
Por lo que se refiere al antropólogo, sabe muy bien desde hace tiempo que el cuerpo es simultáneamente uno de los vectores de la socialidad y de la relación con el otro, el objeto y el soporte de prácticas terapéuticas, rituales y simbólicas, el anclaje principal de las “lógicas de lo sensible” y de las formas de relaciones semióticas con el mundo que lo rodea, características de cada cultura.
De hecho, las ciencias del hombre, dominadas permanentemente por el dualismo (cuerpo y espíritu, cuerpo y alma, etcétera), ya sea que se adhieran a él o que lo rechacen, no cesan de pendular entre la integración y la exclusión del cuerpo. Sin embargo, esas opciones no se hacen, como acabamos de sugerir, ni en nombre del dualismo, ni tampoco en nombre de su discusión monista: el desalojo del cuerpo, lo mismo que su retorno, es de hecho el resultado de otras decisiones epistemológicas o metodológicas. Por ejemplo, las figuras del cuerpo sirven para confirmar la pertinencia de las dimensiones sociológicas y antropológicas en las investigaciones históricas o intervienen a favor de las hipótesis conexionistas y “subsimbólicas” en los debates sobre inteligencia artificial5.
En semiótica, la cuestión se plantea del siguiente modo: ¿cuál es la razón para excluir o para integrar el cuerpo?
El cuerpo ha retornado explícitamente a la semiótica en los años ochenta con las temáticas pasionales, con la estesis y con el anclaje de la semiosis en la experiencia sensible. En efecto, en aquellos momentos se planteaba la cuestión de la articulación entre la semiótica de la acción y la semiótica de las pasiones. Si se considera la semiótica de las pasiones como un complemento o como un derivado de la semiótica de la acción, difícilmente se pueden evitar las actitudes normativas e idealistas; porque, en ese caso, solo parece racional y bien formada la lógica de la acción, y las pasiones se presentan como perturbaciones o disfunciones de las secuencias narrativas o como efectos superficiales y accesorios de la acción; en ambos casos, no hay necesidad de contar con el cuerpo, basta con complejizar la teoría de la acción. En cambio, si se considera que la semiótica de las pasiones abre el camino para un modelo más general, dentro del cual la semiótica de la acción aparecería como un caso particular, sometida a determinadas condiciones y a un punto de vista restrictivo, en ese caso, se hace necesario revisar en profundidad la organización de la teoría semiótica, establecer las condiciones de pertinencia y definir los límites de los diferentes campos de racionalidad que la constituyen, y principalmente reconsiderar el lugar del cuerpo en la semiosis.
Pero no podemos quedarnos en ese argumento redundante: si hay pasiones en semiótica, tiene que haber un cuerpo semiótico. Pues la verdadera ganancia teórica y metodológica de la semiótica de las pasiones no consiste en el “retorno del cuerpo” o en la pretendida semiótica de lo continuo6, sino en la sintaxis pasional, en la constitución de secuencias de patemas (derivadas de la sintaxis modal), resultado científico a cuyo amparo el tema del cuerpo retorna de manera convincente. Si una semiótica del cuerpo es deseable, no lo es para reforzar una semiótica de las pasiones ni para adecuarse a las modas intelectuales, si no, por el contrario, para abrir un nuevo dominio de investigación.
El cuerpo había sido excluido de la teoría semiótica por el formalismo, y sobre todo por el logicismo que prevalecía en la lingüística estructural de los años sesenta, y también en la teoría de la acción, cuyas deudas con la lógica formal y con la teoría de los juegos son bien conocidas.
La evolución de la definición de la función semiótica es muy significativa a este respecto: en la tradición saussuriana y hjelmsleviana7, la relación entre las dos caras del signo, o entre los dos planos del lenguaje, es siempre una relación lógica, cualquiera que sea su formulación: necesaria o arbitraria, según el punto de vista adoptado, o de presuposición recíproca. Ese tipo de relación pasa por alto el operador: se constata, posteriormente, una vez que el signo ha sido estabilizado, o que el lenguaje ha quedado instituido, que el significante y el significado, la expresión y el contenido, están en relación de presuposición recíproca: no hay, pues, por qué preguntarse por el operador de esa relación, ni tampoco por el rol de la enunciación, y menos aún por el del cuerpo. En Saussure mismo, la relación constitutiva del signo, simbolizada por una barra horizontal colocada entre el significante y el significado, está por definición desencarnada. Podríamos incluso hacer la hipótesis de que, en la perspectiva de una semiótica del cuerpo, a contrario, la noción de signo sería definitivamente anticuada e inoperante8, puesto que los dos tipos de “figuras” –en sentido hjelmsleviano– que lo constituyen, el significante y el significado, de ninguna manera podrían ser tratados como cuerpos.
La posición de Hjelmslev (y no de la tradición hjelmsleviana) es de hecho más dubitativa, pues no cesa de proclamar (1) que la distinción entre plano de la expresión y plano del contenido es meramente práctica y que no tiene valor operativo, y (2) que dicha distinción es fluctuante y que depende del punto de vista y de los criterios de pertinencia del analista. La relación de presuposición recíproca expresa, pues, de hecho, en la formulación logicista de la época, una solidaridad entre ambos planos, percibida ya como algo frágil, móvil e inmotivado, y que exige, por tanto, la explicitación de un operador.
Pero desde el momento en que uno se pregunta por la operación que reúne los dos planos de un lenguaje, el cuerpo se hace indispensable: ya sea que se le trate como sede, como vector o como operador de la semiosis, aparece como la única instancia común a las dos caras o a los dos planos del lenguaje, capaz de fundar, de garantizar y de realizar su unión en un conjunto significante.
Otro ejemplo, igualmente significativo, es el del recorrido generativo. En los años setenta, A. J. Greimas se propuso organizar el conjunto de los componentes de la teoría semiótica en un solo modelo generativo, inspirado en las gramáticas chomskianas; en él se escalonan los diferentes niveles, desde los más abstractos hasta los más concretos, des de las estructuras elementales de la significación hasta las estructuras narrativas de superficie9. Pero ahí nos encontramos con la dificultad de justificar las conversiones que se producen entre niveles, ya que la única solución aportada es de tipo logicista: el horizonte es siempre el de los algoritmos de reescritura de Chomsky, con reglas de conversión que no son más que desarrollos lógicos de un nivel a otro, de significación constante.
Pero, desde el Diccionario razonado de la teoría del lenguaje, resulta claro que lo que es manipulado, de nivel en nivel, en el recorrido generativo, no son formas lógicas, sino articulaciones significantes que el recorrido modifica, aumenta y complejiza progresivamente –y no tendría incluso otra razón de ser—. Sin embargo, el recorrido generativo se queda en un “simulacro formal”, en un modelo de estratificación lógica (que se basa en la oposición entre hiponimia e hiperonimia, preferida de la semántica lógica de los años sesenta), que consideraba que se podía pasar por alto la presencia de un operador; en principio10, es claro que habría que pasar de un modelo de estratificación lógica, estático, a un modelo topológico, dinámico11; pero la “dinámica”, sin operador explícito, no pasa de ser una consigna y no una solución.
La teoría semiótica obedecería, según eso, al régimen de la “historia”, en el sentido que le asigna Benveniste a este término: así como el re lato parece que se cuenta solo, sin narrador alguno, el recorrido generativo “se recorre” y “se convierte” solo, por sí mismo y automáticamente.
En cambio, si las conversiones se tratan como “fenómenos” y no como operaciones lógicas formales, entonces aparecen como operaciones que implican un sujeto epistemológico dotado de un cuerpo que percibe contenidos significantes y que calcula y proyecta valores. A cada cambio de nivel de pertinencia, podemos atribuir la rearticulación de las significaciones a la actividad de ese operador sensible y “encarnado”: es él el que percibe las significaciones de un primer nivel como tensiones entre categorías, como conflictos graduados, y de esa percepción extrae nuevas significaciones, articuladas en forma de “valores posicionales” en el nivel de pertinencia siguiente.
El “retorno del cuerpo” a la teoría semiótica no significa, como podrá verse a lo largo de este libro, una renuncia a su carácter de proyecto científico ni a la búsqueda de las formas y de las “maneras de significar” que lo caracterizan. En cambio, proporciona una evidente alternativa a las soluciones logicistas: en vez de tratar los problemas teóricos y metodológicos como problemas lógicos, quedamos invitados a tratarlos desde el ángulo fenoménico, y para eso se requiere contar con el cuerpo del operador. Comprometernos a tratar una relación, una operación o una propiedad como un fenómeno, es comprometernos a examinar la formación de las diferencias significativas y de las posiciones axiológicas a partir de la percepción y de la presencia sensible de esos fenómenos.