Kitabı oku: «Baila hermosa soledad», sayfa 5
TRES
Los sones del himno nacional acompañaban la imagen de la bandera que se veía en las pantallas, sobre un fondo celeste, alternándose con la imagen del General. Una voz en off, la misma que se escucharía por las radios con diferencia de segundos, anunció que estaba trasmitiendo la División Nacional de Comunicación Social y proclamó el nombre del Secretario General de Gobierno, quien leería una declaración oficial. Los que veían la televisión pudieron observar al Ministro, con aspecto más juvenil de lo que realmente era, modales muy preparados, muy compuesto, muy formal, equilibrado con su voz que también sonaba como parte de los libretos estudiados con esmero, todo frío e impersonal, sin manifestar alteración alguna, como si nada fuera realmente importante o grave, como si jamás nada pudiera excitarlo lo suficiente como para que él cambiara el color de su cara, levantara la voz, endureciera la boca o mostrara los ojos apasionados.
Era el hombre ideal para el papel que jugaba: un vocero, una especie de “cara de palo” oficial para un gobierno que jamás podría explicar todo lo que habría sido necesario explicar. Este hombre de hielo, de rostro impenetrable, inaccesible, podría anunciar cualquier cosa con la misma entonación: desde un saludo a los bomberos en el día de su aniversario, hasta su propio suicidio por orden del Señor General, cualquier cosa ciertamente, sin ninguna emoción. Y no parecía fuerte o duro, sino solamente frío, porque era débil según su aspecto físico, suave, aunque algunos decían que en realidad no era más que un manto para tapar su profunda crueldad. Recién producido el golpe, había aprovechado la dictadura para ganar dinero en cargos públicos de poca relevancia y en algunas actividades privadas como abogado. Era su rostro, su apariencia física, la que traía a los ciudadanos pensamientos o sensaciones sobre el Secretario General, pero los auditores de radio no tenían tiempo ni estímulo, sino que simplemente se encontraron con la voz lenta, parsimoniosa y gélida del funcionario.
“Buenas noches. Desde la intervención militar del año 1973, cuando las Fuerzas Armadas y de Orden, de acuerdo con su más profundo sentido de responsabilidad y amor por la patria respondieron al clamor popular y pusieron fin a la agresión del marxismo internacional y a los intentos de apoderarse del país, el Supremo Gobierno se encuentra empeñado en consolidar la liberación y alcanzar una democracia plena, sólida y estable, en un clima de libertad y desarrollo, que garantice a todos los ciudadanos y las futuras generaciones un bienestar creciente.”
“La tarea ha sido muy dura, puesto que la acción subversiva del comunismo no cesa ni se atenúa con el transcurso del tiempo, llevando adelante todo tipo de campañas en contra del país, directamente o por medio de los políticos u otros elementos desorientados que se convierten en útiles a sus objetivos. Ellos han desatado una enorme campaña internacional para desprestigiar al país y sus Fuerzas Armadas y de Orden y evitar que avancemos hacia la conquista del desarrollo económico.”
“La crisis internacional, que ha afectado a todas las naciones del mundo, incluyendo las más poderosas y desarrolladas, también produjo un cierto retroceso en el sostenido crecimiento de la economía nacional. El clima de prosperidad se ha visto afectado por la irresponsabilidad de grupos empresariales y la sostenida campaña exterior. Pese a todo ello, el Supremo Gobierno ha sabido evitar las dolorosas consecuencias que para otras naciones trajo la crisis económica y en estos momentos la patria entera ha estado luchando unida por superar las adversidades, con el pleno convencimiento que así como fueron derrotados el marxismo y sus aliados hace trece años, hoy el conjunto de los ciudadanos será capaz de obtener el éxito en esta dura empresa, pese a las traiciones.”
“Los dirigentes políticos, los mismos que llevaron al país al descalabro, están desesperados por los logros objetivos alcanzados por el esfuerzo de todos, canalizados por el Gobierno. Haciendo primar sus mezquinos intereses e infiltrando el movimiento social, han hecho primar una alianza espuria con elementos terroristas provenientes del exterior y del interior. Pese al permanente y consistente repudio ciudadano, persisten en sus empeños, conspirando incesantemente para el logro de sus propósitos subversivos. Han llamado a paros, han provocado desórdenes, saqueos, robos, asaltos; cometen actos terroristas y amparan a los violentistas que regresan al país luego de haber seguido cursos en Cuba y otros países. Han pretendido sembrar el caos para retornar al pasado.”
“La debilidad de las democracias occidentales para enfrentar al enemigo comunista ha permitido que países tradicionalmente demócratas y amigos del nuestro, se sumen a las campañas internacionales, financiando actividades subversivas y alentando los peores propósitos conspirativos. El Supremo Gobierno observa con alarma que las grandes potencias occidentales no han aprendido la lección después de tantas y tan graves derrotas frente al comunismo.”
“La superación de las condiciones económicas impuestas por la crisis internacional constituye un desafío para todo el país. Aunque con cierta lentitud, se está avanzando, mediante una política sana y con profundo sentido de la realidad. El terrorismo y sus aliados desataron una nueva campaña para alterar la tranquilidad pública, que hizo necesario decretar hace algunos meses el Estado de Sitio en todo el país y restringir la amplia libertad de prensa que existe. En ello se enmarca el cierre de revistas que, financiadas desde el exterior, faltaban gravemente a la verdad y alentaban a los dirigentes en sus objetivos de proponer el alzamiento en contra del orden constitucional y cuya tuición y consolidación han encomendado a las Fuerzas Armadas y de Orden, principalmente al Señor Capitán General.”
“En un claro intento por buscar la reconciliación tan solicitada por la Iglesia Católica, se levantó los estados de excepción, pero de inmediato los mismos elementos políticos y subversivos reiniciaron su actividad disgregadora. Con los paros y las manifestaciones no autorizadas, han estado permanentemente provocando a la autoridad en busca de situaciones que los haga aparecer como víctimas ante ese mundo internacional que les ha financiado y apoyado sus actividades durante todos estos años.
“El atentado en contra de la vida de Su Excelencia el Señor Presidente de la República, Capitán General y Comandante en Jefe del Ejército, ha sido parte de un plan terrorista elaborado por elementos marxistas y sus aliados dentro y fuera del territorio nacional, que contemplaba la eliminación de oficiales de las Fuerzas Armadas y de Orden, de sus familiares más cercanos y personalidades del Poder Judicial y de la empresa, todo ello con el objeto de poner fin al Gobierno de las Fuerzas Armadas y al régimen de libertades instaurado desde 1973.”
“La ciudadanía puede estar tranquila, pues la situación se encuentra perfectamente controlada y, pese a la gravedad y complejidad de los hechos, los servicios policiales y de seguridad han logrado determinar con precisión a los autores del plan y en cuestión de horas serán detenidos los participantes directos del hecho criminal en contra de la persona del presidente de la República. El Supremo Gobierno ratifica su decisión de preservar el clima de paz y tranquilidad en el que nuestro país se ha desenvuelto desde que iniciara el proceso de liberación nacional y está dispuesto a llegar hasta las últimas consecuencias. Consciente de su deber, por instrucciones del Excelentísimo Señor Presidente de la República, Capitán General, Comandante en jefe del Ejército y Generalísimo de las Fuerzas Armadas, el Gobierno ha dispuesto”:
“Primero: Declarar bajo Estado de Sitio todo el territorio nacional, ratificando la declaración provisionalmente formulada el domingo último en el mismo sentido.”
“Segundo: Aplicar, con todo el rigor de la ley, las facultades previstas en la Constitución Política a todos los responsables como autores, instigadores, cómplices y encubridores de esta conspiración. Con tal objeto se ha ordenado que, de acuerdo con el decreto ley ochenta y uno de mil novecientos setenta y tres se presenten ante la autoridad, en el cuartel de policía más cercano, los dirigentes políticos involucrados en los hechos y demás personas respecto de quienes hay antecedentes de haber participado en ellos. En el caso de no hacerlo así, se entenderá que asumen una actitud de rebeldía frente a la ley y a la Constitución Política del Estado. La lista completa será informada con posterioridad a este comunicado y será obligación de todos los ciudadanos dar aviso de inmediato a las autoridades sobre el paradero de las personas que son responsables de tan graves conductas delictuales. La ciudadanía sabe que la colaboración u ocultamiento de los extremistas cuyo arresto se ha ordenado, es sancionado con la misma penalidad que la que corresponde a los autores del delito.”
“Tercero: Todos los señores corresponsales que han dedicado sus esfuerzos a la difusión de noticias falsas sobre la realidad chilena, con la intención de desprestigiar al país y facilitar la conspiración extremista, serán expulsados del territorio nacional en las próximas horas. Se advierte que aquellos corresponsales extranjeros que están en ese caso deberán facilitar el cumplimiento de las medidas. Del mismo modo, todos los extranjeros que facilitaren información falsa al exterior o colaboraren directa o indirectamente con elementos terroristas, sin importar la profesión o la actividad que estén desempeñando en el país, serán expulsados sin dilación. Recordamos que el interés de la ciudadanía y la seguridad nacional está por sobre las consideraciones particulares que puedan esgrimirse.”
La voz del Secretario General de Gobierno no se alteraba, ni siquiera cuando debió ratificar las prohibiciones en virtud del Estado de Sitio, las cadenas de radioemisoras o la debida atención a las instrucciones de los Jefes de Plaza a cuya autoridad debía someterse la población. Su llamado final fue aterrador para muchos de los que veían o escuchaban el discurso.
“El Supremo Gobierno, siempre consciente de su responsabilidad, llama a la población a colaborar en la mantención del orden público, denunciando a los extremistas y los hechos o circunstancias que pudieren atentar contra la necesaria tranquilidad pública, en la seguridad de que los enemigos de la patria, vengan de donde vengan, serán derrotados y sancionados con el máximo rigor.”
El locutor oficial ocupó la escena de los televisores y su voz sonó muy fuerte en las radios: con parsimonia y energía dio a conocer primero las instrucciones sobre el toque de queda, luego leyó las disposiciones legales que afectaban a los colaboradores de los extremistas y que establecían la obligación de denunciar personas y hechos sospechosos, hizo lo mismo con la nómina de los señores Generales de las Fuerzas Armadas y de Orden a cargo de la seguridad de las respectivas provincias y regiones con sus títulos de Jefes de la Zona en Estado de Sitio; y, por último, dio lectura a la larga lista de personas, que en virtud de un decreto debían presentarse de inmediato ante las autoridades policiales o militares, anunciando que el llamado se repetiría cada una hora.
Mientras en las radios, que seguían en cadena, comenzaba a sonar música criolla, esas tonaditas o cuecas de la zona central, folclore de laboratorio, en las pantallas de los televisores apareció el anuncio de una antigua película de Jerry Lewis, con Dean Martin, por supuesto.
CUATRO
Tal vez fue una sorpresa. Se levantó de su sillón con lentitud y caminó hasta apagar el televisor. Otra vez el discurso de la campaña internacional, pero ahora en un tono más coherente, con algo que hacía más creíble el informe. No se trataba de aquellas frases hechas o monsergas elaboradas por los teóricos de la propaganda para justificar hechos puntuales. Esta era una maniobra en gran escala, derivada del atentado, pero que se estaba aprovechando para dar un nuevo golpe de Estado, con las mismas características del anterior, aunque ahora se daba desde la Moneda y con un país en una realidad muy diferente.
Parecía cierto que se había atentado contra el General, esa era la noticia, pero todo lo que se hacía y las decisiones que se tomaba eran demasiado trascendentales como para pensar que ésta era una operación política o militar más.
Quiso sacarse la idea de la cabeza, pensando que tal vez se había puesto demasiado suspicaz en los últimos años, desde que su posición había cambiado. Cuando supo, con certeza, que muchos “enfrentamientos” no eran sino asesinatos con un barniz de legalidad y que las armas y los panfletos eran llevados a los lugares allanados por los propios agentes, empezó a poner en duda todas las otras cosas que había creído siempre. Había creído hasta que supo lo de Patricia.
Mientras se servía un café con un poco de leche fría, preparándose para lo que vendría, descartó que en esto hubiera exageración. Por el contrario, tuvo la sensación de que el Secretario General de Gobierno había sido demasiado calmo, excesivamente tranquilo y que en realidad lo que estaba haciendo era minimizar una situación muchísimo más turbulenta.
¿Qué estaría tramando el General?
Carlos Alberto estaba sorprendido.
Aunque en los días previos había escuchado los rumores: que los yanquis, que la plata de Francia, que los españoles, que el envío interceptado, que iban a detener a los peces gordos, que había un autoatentado preparado. El Secretario General de Gobierno hablaba de que se había descubierto una compleja conspiración: entonces, ¿fue atentado o autoatentado? La sorpresa para Carlos Alberto era que hubiera verdad en los rumores, que no se tratara sólo de nuevas maniobras del Gobierno o de versiones antojadizas inventadas y difundidas por esos revolucionarios de pasillo y de café que siempre estaban contando en voz baja que el General estaba a punto de caer. Ahora, por lo que estaba sucediendo, parecía que las cosas eran de verdad y no sólo esos rumores a los que se había acostumbrado.
No sería sorpresa un nuevo montaje.
Si, en cambio, que el atentado fuera real.
Es cierto que se había escuchado mucho desde el paro y desde que fueron descubiertos los arsenales en el norte, pero poca gente creyó que esos hallazgos fueran reales. Muchos, incluidos Carlos Alberto, pensaron que se trataba de un montaje más de los servicios. Él creía estar bien informado o algo más, pero no había sabido ni escuchado desde la izquierda que se estuviera planeando atentado alguno: ni un plan, ni un movimiento, sino por el contrario, la veía cada vez más involucrada en la estrategia de la movilización social y política. Si realmente había algo, él debió haberse enterado. Recordó el asesinato del Intendente, que fue ejecutado por militantes de la izquierda, pero la orden fue producto de una infiltración de mandos intermedios por parte de CNI. O el famoso COVEMA, integrado por agentes de la policía.
Está impávido: sentado en la cocina tomando su café, con el cigarrillo consumiéndose en la mano, como si simplemente esperara la hora de ir a la oficina o que lo pasaran a buscar para el próximo desafío de golf. No siente miedo ni desesperación. Ni angustia
Una vez más todos los sentimientos han sido postergados a un segundo plano. O tercero, quizás. Solo él, con su café y su cigarrillo, sorbiendo la sorpresa y tratando de analizar, como si fuera un espectador imparcial, el anuncio de este Secretario General de Gobierno, hombre mediocre, arribista, ambicioso, aprovechador, que él conocía con tanta perfección en sus bajezas. Como si acaso todo esto le fuera completamente ajeno, en una actitud que por tanto tiempo le fue sincera y que desde hacía unos años no era más que una pose necesaria, como si él mismo, con toda su elegancia, portador de una buena cuota de poder, envuelto en un manto de riqueza personal, inmerso en una soledad de separado serio y prudente, no fuera uno de los actores de esta tragedia que estaba empezando a desarrollarse.
Para Carlos Alberto no fue sorpresa escuchar su nombre en la lista de quienes debían presentarse o serían detenidos.
Pero sería sorpresa para muchos.
Algún día tendrían que descubrirlo, pero no pudo imaginar jamás, pese a su enorme capacidad para inventar, crear, especular, que llegaría el día en que un personero de gobierno, de este gobierno cuyo inicio había celebrado intensamente, pronunciaría su nombre en una lista de personas que estaban obligadas a presentarse en los cuarteles, acusadas de estar involucradas en un plan para derrocar y asesinar al propio General.
Todo esto lo complicaba, pues él sabía que no era parte de esa conspiración, así es que se convenció de que la vinculación de los dirigentes políticos en el presunto atentado no era más que un montaje, pero siguió pensando que el resto podía ser todo real, que tal vez en verdad hubiera sucedido algo.
¿Una rebelión militar tal vez?
Alguno de sus amigos pensaría que se trataba de un alcance de nombres y no daría importancia a la lista. Es decir, lo más seguro era que sus amigos hubieran apagado el televisor después de que habló el Secretario General de Gobierno y que no les interesara saber los nombres de los conspiradores, unos porque eran los que podían suponerse −los políticos de siempre− y los otros porque les resultarían completamente desconocidos. A sus amigos les bastaría con que se reordenara la situación, con que se pusiera fin a las protestas y a los paros, que se castigara a los culpables de toda la agitación, se controlara a los curas y que se acabara por fin este clima en que la oposición mantenía sumido al país.
Se sintió solo.
Siempre con la parsimonia que lo caracterizaba, fue hasta su dormitorio para cambiarse de ropa: había que prepararse para la detención, para ir a algún lugar del norte o del sur, vivir en un campamento especial con vigilancia militar o tal vez ser expulsado del país.
Pensó que lo mejor que le podía suceder era que lo enviaran al norte. A él le hacía bien el clima seco del Norte Grande, aunque fuera cerca de la costa. La humedad y el frío del sur le afectaban directamente a la salud, especialmente ahora que ya había cumplido los sesenta años, aunque no se notaran a simple vista. Conocía palmo a palmo el país y en el norte había zonas hermosísimas, con esos paisajes tan peculiares que los hombres del sur no sabían apreciar. Más de una vez había discutido con personas que sostenían que en el norte era todo igual, todo café y puros desierto y cerros, desierto y cerros, de pronto un arbustito y más arena por todos lados. Carlos Alberto insistía en que había que saber mirar los cerros y el desierto para descubrir esos matices de sombra y sol, de minerales que la tierra lanzaba a los ojos de los hombres como una especie de provocación o anticipo de sus secretos profundos, esos brillos tan especiales de las rocas bajo el sol, todos los días diferentes, todas las horas distintas, con una amplitud mágica que daba una nueva perspectiva a la vista humana, con todos esos tonos que mezclaban azules y negros con las variedades más infinitas del marrón, con más estrellas en las noches que las que se puede ver en ninguna otra parte, superior incluso a los cielos brillantes de Lonquimay, en esas noches largas y frías, muy frías le habían contado, ya que no lo sabía porque nunca había debido pernoctar en el desierto mismo sino que había transitado por él, pues se alojaba siempre en cómodos hoteles o en las casas de huéspedes de las salitreras o las minas de cobre o alguna vez en los regimientos o cuarteles. Si las noches eran tan frías, como había escuchado decir, tal vez le convendría que lo enviaran a algún lugar costero o a la zona sur, pero no muy al sur, por Parral, por ejemplo, cerquita de las termas de Catillo.
Lo iban a detener. Esta misma noche, seguramente. No le importaba mucho, era un riesgo aceptado desde que se embarcó en todo este asunto y creía con certeza que ésta era la única forma que tenía de ser leal con Patricia, de recuperarla de alguna manera, de rescatar en su interior las horas perdidas, el cariño que quedó a la espera, a la espera de la nada. No le importó ser detenido y aceptó la idea de ir él mismo a entregarse, porque así podría elegir en qué manos caería y no serían los agentes del General, con su brutalidad conocida, los que lo arrestarían y lo llevarían con los ojos vendados hasta sus cuarteles secretos.
Se sintió solo.
Porque estaba solo. No tenía a quien llamar para decirle: “me van a detener o me voy a entregar, aquí están las llaves del auto y el libreto de cheques, cuida el dinero, vigila el refrigerador, apaga las luces”. Su mente pasó rápida revista: los amigos habituales no, ellos no sólo no podrían comprender, sino que se sentirían traicionados y se negarían a ayudarlo, no lograrían jamás aceptar que él, Carlos Alberto, su compañero de partidas de golf o de empresas lucrativas, el que compartía la mesa en el club y los placeres de la conversación y de la buena comida, estuviera complicado en un atentado contra el General. Tampoco alguna de las mujeres que lo habían acompañado, porque todas ellas quisieron llevarlo al matrimonio y cuando él se resistió, partieron de su vida con resentimientos inolvidables, para no volver a verlo, salvo Rosalía, pero ella seguía muy formalmente casada y no había tenido interés en romper su matrimonio ni él se lo había pedido, pues así resultaba más cómodo y ambos entendían que el juego había sido simplemente irse a la cama una vez cada dos o tres semanas, un audaz y furtivo encuentro en Buenos Aires, entretención de la rica, simplemente aventura en todo el sentido de palabra, placer. Nadie.
Sólo Sonia.
Se miró al espejo: a pesar de los sesenta años aun tenía las carnes apretadas, se mantenía delgado y sano, bien parecido en su desnudez, no como sus amigos, que disimulaban la vejez y la decadencia del cuerpo con la ayuda de buenos sastres o la ropa fina, pero que evitaban mostrarse en traje de baño en la playa y sólo exhibían la desnudez en la sauna.
Sonia siempre le auguraba un estupendo porvenir físico y quizás esa misma profecía, tantas veces pronunciada, le incentivó a mantenerse esbelto y sano.
Ella se sorprendería cuando él la llamara.
Con toda seguridad no se había enterado de nada. Lo más probable era que no hubiera escuchado las noticias y que tampoco le importara nada de esto. La detención de Patricia la había afectado demasiado y desde entonces usaba una coraza para toda ocupación que no fueran las trivialidades de una vida cómoda, con placeres tan pequeños como la ropa, las joyas o el peinado. Aquello los distanció, aunque pensaban igual en asuntos políticos, salvo que mutuamente se lanzaban cargos y culpas, reproches y agresiones, no comprendiendo ninguno de ellos jamás, hasta ahora probablemente, que el asunto era inevitable y que ella era ella y no una dependencia particular de sus padres. Las acusaciones recíprocas eran tan graves que ya casi no se hablaban y, cuando empezó efectivamente a creer que era suya una buena dosis de culpas, él decidió que debían separarse, aunque Sonia no aceptara nada de la que le correspondía.
Luego de veinticinco años de matrimonio se separaron, vendieron la casa y compraron dos departamentos de lujo. El le fijó una mesada, hasta que ella reclamó que quería hacer algo y no seguir como una mantenida, que se estaba muriendo en vida y, luego de renunciar a esa pensión pactada muy solemnemente, Carlos Alberto le entregó el dinero para abrir una tienda en el nuevo centro comercial que habría de causar sensación en el barrio alto. Compró el local a nombre de Sonia y lo entregó lleno de mercadería. Como buena hija de árabes, Sonia fue capaz de conducir su negocio con eficiencia y nunca más volvió a pedirle dinero, por lo que sus contactos se reducían a ocasionales visitas que él hacía a la tienda, por el simple deseo de conservar algo que lo uniera con Patricia, una conversación liviana, una frase simpática de ella sobre su estado físico, una pulla con sorna sobre las tantas mujeres que tendría, una consulta sobre algún asunto financiero, sobre el precio del dólar tan fluctuante, sobre el banco más seguro y sólo muy ocasionalmente un comentario sobre Juan Alberto, el hijo menor que un día partió a los Estados Unidos para dedicarse a la física y que, inmerso en ese mundo científico, sólo se acordaba de sus padres unas pocas veces en el año y le escribía a Sonia, enviando en el mismo sobre una carta más breve para Carlos Alberto, revelando con ello que no aceptaba que se hubieran separado y que no estaba dispuesto a cambiar su costumbre por el hecho que ellos no fueran capaces de enfrentar su vejez juntos. En las cartas de Juan Alberto jamás había una mención para Patricia, no porque no le tuviera cariño, sino porque parecía entender que no había que reabrir heridas o alentar esperanzas inútiles.
Carlos Alberto se sintió solo.
Le pareció que no tenía sentido llamar a Sonia.
Por primera vez en la noche comprobó que la noticia de su próxima prisión lo había afectado y el sentimiento de soledad se hizo más agudo.
Patricia, en aquella última vez que conversaron, le reprochó su aparente frialdad para todo, esa seriedad, esa solemnidad, esa postura de príncipe renacentista que mantenía una sonrisa ajena frente a todo lo que ocurriera en el mundo, como si nada lo tocara de verdad, sin gritar, sin exaltarse, manifestando sus enojos con castigos severos expresados de un modo que casi parecía cortés, esa carencia de contacto físico, lo que ella llamaba incapacidad para expresar cariño, para amar y, tratando de exaltarlo sin conseguirlo, le decía las cosas más duras que se puede decir a un padre, para terminar lanzando al aire o al futuro ese grito doloroso de que algún día, papá, algún día quiero verte llorar, desangrarte en lágrimas, implorar, para saber que eres humano, nada más, un día, papá, sufrirás mucho, sufrirás y no tendrás a nadie, no estaré yo a tu lado y sólo espero que no sea demasiado tarde para que te conviertas en un hombre, un hombre de verdad y no esta especie de máquina para la vida social. Para Carlos Alberto no había sido demasiado tarde el momento, pero si para su relación con su hija mayor, porque hacía dos o tres años, ¿ tres?, se había reconciliado con el llanto y esta detención inminente era justamente porque había dado curso a su ser más profundo, aunque para ello debió asumir como actor consumado, capaz de hacerle creer a todos que él seguía siendo el mismo de antes, pese a que en realidad hubiera cambiado tanto, tan profundamente como había sido el terremoto experimentado en su vida aquella vez.
Carlos Alberto no fue capaz de poner fecha de inicio al drama en su memoria. Siempre creyó ser un buen padre, como eran todos, marcando sólo la diferencia en el hecho que jamás golpeaba a sus hijos. Los quería mucho, los puso en los mejores colegios, les dio vacaciones largas y compró la casa de Concón porque les gustaba tanto.
¿Cuándo empezó el drama? ¿Acaso cuando Patricia entró a la Universidad? ¿Tal vez cuando rompió su largo pololeo que todos esperaban, incluso el pololo, que terminara en matrimonio? ¿O fue cuando ingresó al Partido, ese partido de mierda, que ni siquiera se atreven a ser comunistas le dijo él, en la época de la elección del Doctor como Presidente? ¿O cuando fue elegida presidente del Centro de Alumnos?
¿O fue esa tarde de Julio de 1974, que ahora Carlos Alberto recuerda con la garganta seca?
Era un día muy frío. Durante casi una semana había caído la lluvia sobre la ciudad y esa mañana amaneció despejado y con mucha helada, un día de sol, hermoso, pero al correr de las horas las nubes habían regresado anticipando una nueva lluvia para esa noche. Las cosas no se habían dado muy bien, porque las medidas económicas recién anunciadas por el general que ocupaba el Ministerio de Hacienda habían provocado cierto pánico en esferas financieras. Se suponía que debía darse una cierta estabilidad para recuperar al país después de tres años de caos y socialismo, pero este segundo ministro en menos de un año tomaba nuevas líneas en su acción, los anuncios para el fomento del desarrollo industrial no se concretaban y todo indicaba que este nuevo cambio de política económica sería profundo. Su olfato le señalaba que lo más conveniente era no invertir, mantener su dinero en bancos extranjeros y tal vez iniciar algunas exploraciones en el comercio exterior. Se decía que bajarían los aranceles, que se congelaría el dólar, pero muy pocos creían que eso pudiera suceder. Este seguía siendo el país del rumor y no existían muchas posibilidades de planear seriamente el futuro.