Kitabı oku: «Síndrome de Asperger», sayfa 4

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4) Hiperactividad.

5) Excesiva abstracción y tendencia al aislamiento.

6) Adherencia exagerada a rutinas.

7) Tendencia a focalizarse en demasía en ciertos objetos, temas o sujetos.

Estos síntomas tempranos pueden compartirse con otras formas de Trastornos Generalizados del Desarrollo, pero en el síndrome de Asperger son muchos más atenuados, más cercanos a las características de un niño normal, con mayor interés social y mejor lenguaje que los otros cuadros.

A medida que el niño va creciendo se van delineando con mayor precisión los síntomas del trastorno pero, como venimos sosteniendo, no hay una forma de presentación única y universal, y hay significativas diferencias entre los pacientes para la expresión sintomática y en la evolución.

Indagados los padres y los profesionales, acerca de qué síntomas colocarían como los más significativos de sus hijos o pacientes, hay una coincidencia en ubicar como principales a las dificultades de interacción social y los problemas de conducta; por lo cual comenzaremos la descripción clínica por estos síntomas de los pacientes asperger.

Trastornos de la interacción social

“Las interacciones sociales tienen que ver con cosas que la mayoría de la gente sabe sin necesidad de aprenderlas”

Jim Sinclair (27 años), autista de alto funcionamiento.

En el recorrido histórico del cuadro y en los criterios diagnósticos hay referencias abundantes sobre esta dificultad en el comportamiento social, haciendo depender muchos otros síntomas de esta problemática.

Reproduzcamos inicialmente un listado de comportamientos vinculados al ámbito social tomando como fuente la Asociación Asperger de Chile:

- Se relaciona mejor con adultos que con niños de su edad.

- Disfruta poco del contacto social.

- Tiene problemas al jugar con otros niños; quiere imponer sus propias reglas de juego, pues le cuesta comprender lo que éstas implican.

- Le cuesta salir de casa.

- El colegio es una fuente de conflictos con sus compañeros. No le gusta ir al colegio.

- No se interesa por practicar deportes en equipo. Es fácil objeto de burla y/o abusos por parte de sus compañeros, que se suelen negar a incluirlo en sus equipos.

- Cuando quiere algo, lo quiere inmediatamente.

- Tiene dificultad para entender las intenciones de los demás. Presenta poca tolerancia a la frustración. Tiene reacciones emocionales desproporcionadas.

- Le falta empatía (entender intuitivamente los sentimientos de otra persona).

- Puede realizar comentarios ofensivos para otras personas sin darse cuenta.

- No entiende los niveles apropiados de expresión emocional según las diferentes personas y situaciones: puede besar a un desconocido, saltar en una iglesia, etc.

- No tiene malicia y es sincero.

- Es inocente socialmente, no sabe cómo actuar en una situación.

¿Qué subyace bajo estas expresiones de conducta? El ser humano es un individuo social, estamos diseñados biológica y culturalmente para vivir en sociedad; para poder desenvolvernos en ella es necesario aceptar ciertos códigos compartidos por la cultura, pero obviamente para aceptar estos códigos tenemos que ser capaces de entenderlos y apropiarnos de ellos.

El bebé, desde que nace es atrapado por las voces y los rostros, inicialmente por los de su madre y seres queridos, y prontamente deviene un experto, capaz de decodificar más allá del mensaje lingüístico, las modalidades de la entonación y las expresiones gestuales que acompañan al mismo, dando cuenta de los estados emocionales de las personas de donde procede ese lenguaje que a él se dirige. A medida que crece, las acciones de los individuos adquieren un sentido, las formas de interacción referidas a él, o las observadas entre otros individuos, pueden explicarse por deseos y creencias de otros. Aprendemos que los seres humanos aceptan códigos de convivencia producto de un legado cultural que ha sido transmitido por generaciones y generaciones, y que hemos aceptado porque los hemos develado, y al hacerlo nos hemos apropiados de los mismos y los transmitiremos a nuestros hijos.

El niño con síndrome de Asperger no puede apropiarse de esos códigos, las conductas de los individuos le resultan poco comprensibles. Es su deseo e intención participar de la vida social, pero no sabe cómo; el fracaso de sus intentos deviene en conductas desajustadas y tendencias al aislamiento. Pero, aclaremos, no hay un deseo innato de aislarse, de enfocarse en sí mismo, porque el mundo le es indiferente: hay un repliegue activo frente a un mundo en el que no puede insertarse. Algunas conductas desajustadas ocasionan a su vez un rechazo de sus pares y una estigmatización.

Gillberg (1989) decía que la causa de estas dificultades era un “trastorno de empatía”, es decir una dificultad para interpretar las formas de sentir y pensar de los otros, lo que ocasionaría respuestas inapropiadas. La mala interpretación de las situaciones sociales ocasionan respuestas desajustadas que tienden a perjudicar aún más la interacción y a que los otros acentúen el rechazo, ubicando al niño, por lo menos, como “extraño”.

Esta idea de las dificultades de empatía va a ser retomada por Baron-Cohen (2001) con otro giro, para formular sus ideas de cerebro masculino extremo, que veremos más adelante.

Este mismo autor también acuñó el término “ceguera mental” para referirse a la dificultad de los individuos asperger de indagar el mundo psíquico de los otros (Baron-Cohen, 1995). Esta denominación apunta directamente a una conexión entre el trastorno y la Teoría de la Mente, de la cual nos ocuparemos cuando hablemos de las interpretaciones neuropsicológicas. Pero veamos ahora en forma directa el pensamiento de un adulto asperger acerca de la “ceguera mental”; Hubert Cross escribe en la página Web por él creada (www.mindblind.com):

“En la presión de una situación social, es necesario poder producir rápidamente interpretaciones razonables de las causas del comportamiento (estados mentales), si uno quiere sobrevivir para socializar otro día más. Explicaciones no-mentalistas sencillamente no están a la altura de poder encontrarle sentido, y poder predecir el comportamiento rápidamente. En vez de lograr esto, una persona con ceguera mental queda confundida. Sin estados mentales, no es posible encontrarle sentido a nada. Se vive en un mundo de constante confusión en donde nada tiene sentido y nada nunca ha tenido sentido. Sencillamente no hay palabras en el idioma para poder describir lo que es vivir en este estado. Lo mas remotamente parecido es hablar de vivir en el mundo de los «zombies». Es nuestra ceguera mental y nuestra constante confusión lo que causa nuestra falta de sentido común, y sin ningún sentido común, vamos por la vida haciendo disparates y trastadas una detrás de la otra, especialmente cuando no tenemos reglas ni experiencia para confrontar las situaciones que enfrentamos”.

Un ejemplo de cómo puede ocasionar conflictos esta incapacidad de entender las acciones de otros individuos lo tuvimos en un relato reciente de la mamá de A. (15 años). Yendo a terapia en forma independiente, al llegar más temprano a la sesión, la profesional lo instruye de que espere, que bajará en algunos minutos a abrirle la puerta del edificio. En ese momento se asoma una vecina, y al ver a A. no le permite franquear la puerta del edificio (suponemos que debido a las medidas de seguridad habituales); es entonces que nuestro joven impide el cierre de la puerta colocando su pie en el intersticio y comenzando a vociferar para que lo dejen entrar, situación que obliga a la psicóloga a bajar presurosamente. Una vez en el consultorio, interroga a A. acerca de su conducta inadaptada, a lo cual el joven a su vez pregunta: “¿cómo, no sabía ella que quería verte a vos?”.

Esta dificultad de entender los códigos sociales también la podemos ver en la falta de pudor de E., que aún a los 8 años no vacila en exponerse desnuda frente a extraños.

Si bien resultan aceptables los términos de “fallas en la empatía” o de “ceguera mental” para referirse a esta dificultad de contacto social, el término “disfuncionados emocionales” utilizado por algunos autores nos parece injusto, ya que en nuestra experiencia hay un rico mundo emocional interno en los chicos y jóvenes asperger con el que podemos contactar. Amores, odios, tristezas, alegrías, se dan en forma similar a cualquiera de nosotros; las dificultades están en que no pueden expresarlo adecuadamente, como tampoco entender claramente los sentimientos de los demás, aunque no ignoran de la existencia de los mismos. Por ejemplo, A. puede decir a su madre que la actual esposa del padre lo odia y se incomoda cuando los visita.

Veamos un poco más esta dificultad de interacción, esta vez a través de los relatos de los interesados, padres, docentes, profesionales y pacientes.

“Es como un inadaptado a todo y a todos, muy crítico de todo y de todos, al que la vida se le presenta como un gran trabajo… a pesar de su coeficiente intelectual, es una persona que no entiende las consignas que se le dan o el espíritu o la intencionalidad de las palabras. Le cuesta entender la mente de las personas que tiene adelante. Solo racionaliza las palabras del otro, pero no puede o le cuesta leer sus emociones. Esto le dificulta enormemente la relación con el otro. Un halago puede tomarlo como una crítica, un chiste puede caerle tremendamente. En fin, lo peor de todo esto es que NO ES FELIZ, es lo que me desespera” (mamá de J., 26 años, terminó estudios universitarios).

“En el primario sólo tuve un amigo, el más débil del grupo; del secundario no me gustaba el colegio ni los compañeros. Yo busco estar con gente, pero luego se complica todo y dejo de llamar. Cambié de trabajo varias veces, no puedo entender las competencias que se entablan entre compañeros de tareas. Vivo solo, pero no me gusta la soledad” (relato de J.).

“Está siempre de mal humor; muy obsesivo… está como en una burbuja… no reaccionó a la muerte de su abuelo… está en casa todo el día, no tiene amigos” (mamá de C., 13 años).

“Puede sostener una clara direccionalidad al otro, y se muestra interesado en establecer un lazo social, pero lo hace de una manera muy particular; dicha particularidad se pone de manifiesto en sus comportamientos, gestos y verbalizaciones. En ocasiones ha manifestado temores que dan cuenta de sus dificultades para defenderse frente a otro que se le presenta como un tanto arbitrario… pone de manifiesto sus dificultades en relación con otros niños y su preocupación al respecto… las reacciones bruscas hacia sus semejantes se han apaciguado últimamente” (informe psicológico de G., 12 años).

“Le cuesta compartir momentos de actividad con sus compañeros, en los recreos los observa, pero sólo intercambia con una nena; se encuentra muy cómodo con los adultos conocidos y muy tímido e inhibido con los desconocidos; no parece entender el concepto de directora. Puede manifestar verbalmente deseos y necesidades, en situaciones en que se siente angustiado o desbordado tiende a gritar…” (informe docente de D., preescolar).

“Desde el primer momento M. evidenció una serie de conductas que llamaron nuestra atención, evita las situaciones de juego grupal, escapándose o buscando espacios para estar solo, lejos de la mirada del adulto; busca lugares pequeños para esconderse, adentro de muebles de juguete, bajo el tobogán de plástico, adentro de una estructura de un juego psicomotor. Le cuesta establecer contacto visual con otro, el vínculo con sus compañeros ha sido breve y esporádico, sólo en ocasiones ha logrado un intercambio genuino, su juego suele ser solitario” (docente de M., 4 años).

No siempre la actitud es la de aislamiento, por el contrario, algunos niños intentan vincularse pero lo hacen en forma equivocada; el desconocimiento de las relaciones sociales puede conducirlos a no diferenciar extraños de conocidos y a ignorar las reglas de propiedad:

“no se observan dificultades para establecer vínculos, pero es importante mencionar que los mismos son intrusivos, y pareciera no registrar la noción de extraño; suele conversar con cualquier persona, e incluso invitar a su casa, o querer ir a dormir a la casa de los demás. Asimismo, suele entrometerse, revisar, tocar las pertenencias de los otros, sin manifestar la discriminación de lo propio y lo ajeno” (informe de la psicóloga de T., a los 6 años).

A través de estos relatos se muestran las dificultades de socialización y asoman los problemas de conducta que ello acarrea, que sin ser de los síntomas primariamente descriptos por los profesionales, lo son desde la preocupación de los padres, como puede claramente evidenciarse en el texto de Rejtman (2007).

Estas situaciones de desencuentro son sufridas por los niños, tienen conciencia de ellas y sienten la estigmatización, las burlas y a veces la agresión del resto del grupo; desean el contacto pero no saben cómo implementarlo:

“Tengo miedo de relacionarme… ya estoy a punto de hacer un amigo pero no puedo… ellos piensan que soy distinto” (algunas expresiones de I., 9 años).

Remontándonos a la frase del joven con asperger que encabeza este apartado, con el tiempo, la maduración, el intercambio, las terapias y los aprendizajes, los jóvenes y adultos comienzan a desentrañar parte de estas reglas sociales, pero siempre su comportamiento se maneja intelectualmente, ya que carece de la intuición social que naturalmente poseemos los individuos.

Hablemos ahora sobre la amistad; el concepto acerca de la misma puede estar confundido en algunos pacientes, pensando que simplemente pueden considerarse como amigos quienes se ubican cerca en el aula. Sin embargo, a medida que crecen van dando cuenta de su aislamiento, quieren estar no solamente con adultos, sino compartir con pares, pero carecen del concepto de intercambio de afectos que sostienen la relación de amistad (prestar los juguetes, compartir en plano de igualdad el juego y las tareas, lo que es interesante para el otro y no solamente lo apasiona a él); por ello, durante el jardín y la escuela primaria sus relaciones pueden limitarse a niñas, al ser menos agresivas, y a chicos más pequeños o de la misma edad, pero complacientes con las pautas de relación que ellos establecen.

“— ¿Tenés amigos?

— Sí, tengo dos. Nacho es raro.

— ¿Por qué?

— Porque me obliga a ser su amigo.

— ¿Cómo?

— Me dice que no me va a hablar más si no juego con él.

— ¿Y vos querés jugar con él?

— No, prefiero a mi otro amigo, Pedro.

— ¿Por qué?

— Porque jugamos todo el tiempo a Star Wars”.

(Diálogo con F. –10 años–. F. está totalmente absorto con la saga de Star Wars, a la que dedica gran parte de su tiempo; me detalla a continuación los personajes de las seis películas, las cuales vio en reiteradas oportunidades).

En la adolescencia pueden ampliar su espectro de conocidos, pero creen que el participar en tareas similares o lugares comunes (escuela, talleres, clubes, etc.) es suficiente para generar una amistad. Hay quienes se conforman con este orden de relación, en donde se comparte la actividad, pero sin implicar que se intercambie alguna otra cosa del orden de lo afectivo o personal; algunos pueden conectarse más intensamente con otros jóvenes; para la mayor parte, como lo señalamos, la sensación de soledad es fuerte, pero carecen de los medios para generar estas relaciones de amistad deseadas.

V. (8 años) se identifica con dos personajes de la ficción singulares; por un lado, con Stich, un animal que viene de otro planeta, y en esta identificación V. expresa: “Tengo miedo al agua porque mis moléculas se desintegran… es rescatado por el amor”. Mork, el otro personaje, también viene de otra galaxia, y viendo el capítulo donde descubre que tiene emociones e interroga sobre si los humanos también las tienen, V. pregunta: “¿yo tengo emociones?”. Estas identificaciones con seres singulares de otros planetas es común; O. Sacks (1997) y T. Attwood (2002) comentan sus observaciones sobre la fascinación de los pacientes asperger por la serie “Viaje a las Estrellas” y la admiración por Data, un androide que desea ser humano, con muchas habilidades intelectuales, pero con dificultades en la comprensión del juego social.

Estas maneras de verse como distintos, como seres de otro planeta, nos abre la puerta a su mundo interno, a su sufrimiento, y este aspecto, la repercusión de la patología sobre la psiquis de cada individuo, debe tenerse en cuenta para el abordaje terapéutico.

Aparte de las dificultades de empatía, atentan también para una adecuada inserción social las dificultades lingüísticas, que luego ampliaremos, pero en este caso resaltamos lo relativo a la comunicación analógica; es decir, no a lo que se dice en el discurso, sino a lo que se transmite con gestos, con las miradas, con modulaciones de voz y posturas corporales. Nuestros niños y jóvenes tienen dificultades, tanto en comprender como en expresar formas de comunicación no verbales, esenciales para una correcta lectura de lo que se intercambia en los diálogos y que permite unir el discurso a un contexto.

Cuando uno observa esta escasa habilidad social, junto a capacidades intelectuales habitualmente intactas o sobredesarrolladas en algunas áreas, no puede menos que adherir al concepto de “inteligencias múltiples” de Gardner.

Como sabemos, H. Gardner (1985) sostiene que no hay una única inteligencia, serían varias puestas al servicio de disímiles tareas a resolver; así, enumera ocho tipos distintos:

•Inteligencia lingüística, la que tienen los escritores, los poetas, los buenos redactores. Utiliza ambos hemisferios.

•Inteligencia lógica-matemática, la que se utiliza para resolver problemas de lógica y matemáticas. Es la inteligencia que tienen los científicos. Se corresponde con el modo de pensamiento del hemisferio lógico y con lo que la cultura occidental ha considerado siempre como la única inteligencia.

•Inteligencia espacial, que consiste en formar un modelo mental del mundo en tres dimensiones; es la inteligencia que tienen los marineros, los ingenieros, los cirujanos, los escultores, los arquitectos o los decoradores.

•Inteligencia musical, es aquella que permite desenvolverse adecuadamente a cantantes, compositores, músicos y bailarines.

•Inteligencia corporal-cinestésica, o la capacidad de utilizar el propio cuerpo para realizar actividades o resolver problemas. Es la inteligencia de los deportistas, los artesanos, los cirujanos y los bailarines.

•Inteligencia intrapersonal, es la que permite entenderse a sí mismo. No está asociada a ninguna actividad concreta.

•Inteligencia interpersonal, la que permite entender a los demás; se la suele encontrar en los buenos vendedores, políticos, profesores o terapeutas.

•Inteligencia naturalista, la utilizada cuando se observa y estudia la naturaleza, con el motivo de saber organizar, clasificar y ordenar. Es la que demuestran los biólogos.

Cabe pensar que en los individuos con síndrome de Asperger, la inteligencia interpersonal está comprometida, quedando en interrogante lo que refiere a la inteligencia intrapersonal.

Problemas de conducta

Ya hemos explicitado en el capítulo 1, aunque parezcamos herejes, nuestro desacuerdo con las descripciones de Asperger de una presunta “maldad” como justificación de algunas conductas negativas de los pacientes. Nuestra experiencia nos indica que no hay una intencionalidad maligna en estas manifestaciones, siendo consecuencia de una lectura equívoca de las situaciones sociales o reacciones frente al rechazo o estigmatización por sus pares o docentes:

“Frente al límite reacciona con gritos, en forma desmedida, se saca sus zapatos y medias y los tira por el aire, cuando ya no los tiene se enoja nuevamente y busca cualquier objeto que tenga a mano, una silla, un juguete, un libro, para revolearlos por el aire con el consiguiente peligro para él y los demás” (docente de M., 4 años).

Si bien en los niños pequeños estas conductas no son procesadas posteriormente, en los mayores, y mucho más en adolescentes y adultos, hay conciencia posterior de los errores cometidos y sentimiento de culpa.

“Es rígido, esquemático, apegado a las reglas. Es muy cuestionador de todas las cosas y las personas. Las peleas hogareñas eran verdaderas batallas campales. No tiene idea de cómo vestirse. Tiene teorías conspirativas en las relaciones sociales-laborales que le han costado empleos, su intuición es nula; no decodifica los gestos y las caras y no interpreta metafóricamente” (mamá de J., 26 años).

“Se observa en G. actitudes de ensimismamiento, luego expansión; en otra sueño y actualmente irritabilidad, reacciones violentas y vocabulario pueril. Esto pone en riesgo su calidad de vida, su desempeño pedagógico y social y sus avances terapéuticos”. (Informe de la psicóloga de G., niño de 13 años que ha pasado por varios tratamientos psicológicos y farmacológicos por sus enfrentamientos violentos con los compañeros de la escuela).

En los primeros años, las conductas alteradas se manifiestan por indiferencia, no responder al llamado de los padres, permanecer enfrascado en un juego o actividad, períodos de aislamiento, no entender algunas consignas, por momentos caprichos, gritos, tirarse al piso y verdaderos berrinches. Si bien no es habitual, pueden producirse momentos de hetero y autoagresión.

Ciertas reacciones pueden ser debidas a la fobia social; así, la madre de I. nos cuenta con pena los intentos de incluirlo en un jardín a los 4 años: “…no se integraba, el llanto era continuo, la angustia, enorme”.

En los niños mayores son comunes las discusiones y peleas con familiares y compañeros; desobediencia, no seguir las pautas del aula, abstraerse en demasía, interrumpir las conversaciones o las disertaciones, comentarios inapropiados, a veces ofensivos, insistencia desmedida en un tema de su interés. Al respecto podemos citar como ejemplo el episodio de B. (el actual joven del video) entre 5º y 6º grado, en el que la docente convocó al terapeuta porque no podía desarrollar las clases al ser interrumpido permanentemente por el niño, obsesionado una vez por la cuestión de la muerte y en otro período por la homosexualidad. Lo peor es que ni aun las respuestas pacientes de la docente alcanzaban a satisfacer los interrogantes de B., que dotado de una gran inteligencia y curiosidad, solía profundizar cada vez más sus preguntas hasta colocar en verdaderos aprietos a su maestra.

Otras veces la conducta se altera por una reacción desmedida a estímulos sensoriales, habitualmente auditivos y táctiles, más raramente visuales, a los cuales el niño parece ser sensible. En esos momentos puede taparse los oídos, apartarse bruscamente del contacto, actuar con mucha angustia, gritando o entrando en una hiperactividad motriz que incluye el desencadenamiento de estereotipias que parecían controladas en período normal.

Tampoco debemos olvidar que pueden llamar la atención y sorprender actitudes vinculadas a un apegamiento desmedido a rutinas; puede entenderse solo como un capricho insistir en tener siempre un mismo recorrido hacia la escuela o la casa de un familiar, o solo ingerir ciertos alimentos, rechazando de mala manera otra oferta de la madre y generándose escenas de discusiones, gritos y llantos que atentan contra la tranquilidad familiar.

Transcribimos a continuación parte del informe psicológico de F. (10 años), en el que da cuenta de los problemas de conducta originados por la inflexibilidad del pensamiento:

“Parecería que lo que se marcó, debe ser cumplido (aun cuando este plan haya sido acordado solo en su mente). Estamos trabajando sobre la flexibilidad, ya que estas situaciones terminan por generarle mucha ansiedad y angustia, con la presentación de llanto y en ocasiones agresión física o impulsividad que lo lleva a golpear puertas o tirar objetos. Dentro de las estrategias, trabajamos sobre la resolución de problemas, la regulación del afecto, la manifestación del afecto, etc.”

En otras instancias no hay explicaciones claras, pueden ser individuos con un temperamento de por sí agresivo. Por momentos hay explosiones de ira sin causa aparente que acaban tan bruscamente como habían estallado; en otras circunstancias no se tolera la frustración. Leamos qué siente un niño en tales coyunturas a través del relato de Kenneth Hall, quien escribiera un libro sobre el síndrome con tan solo 10 años (Hall, 2003). Luego de una situación nimia, como lo es el haber perdido un partido de ajedrez, tiene una crisis de ira:

“Yo me enfadé. Me enfadé mucho. Me quejé y discutí y me negué a salir y grité muy fuerte y tiré muchas cosas por el suelo. Tiré, por ejemplo, juguetes y muebles. Todo lo que tenía a mano. Si hubiera habido una ventana alta abierta, las cosas más valiosas y rompibles habrían salido volando por ella”.

Si bien hay una tendencia a la atenuación de las dificultades en la adolescencia, hemos sostenido que en los jóvenes y adultos con el síndrome de Asperger hay una mayor conciencia de las dificultades y el rechazo social que ellas ocasionan. La consecuencia es una tendencia mayor al aislamiento, una baja autoestima y la aparición de trastornos emocionales que ya no son originales del cuadro, sino una consecuencia de las dificultades relacionales. Estos trastornos emocionales, que a veces pueden expresarse en cuadros depresivos importantes o en una ansiedad desmedida, requieren de intervenciones terapéuticas específicas.

La incomprensión de los compañeros los hace víctimas de burlas y de agresiones. A veces las conductas descontroladas aparecen como respuesta a este medio hostil.

“Le dio pánico que los chicos en broma le hacían como si lo encerraban en el baño, casi se muere de miedo y salió golpeando muy fuerte y gritando, no bastó la fuerza de dos docentes para calmarlo; lo que más nos asustó es la reacción de G., no había cómo pararlo” (nota en el cuaderno de comunicaciones de G., 13 años).

¿Cómo explicar que G. no entiende las bromas y que recién está superando una fobia a los espacios cerrados? ¿Sus compañeros lo sabían? Las fobias pueden aparecer en algunos chicos, y obligan a una especial atención.

No es subjetiva la sensación de los padres que los problemas de conducta son de los síntomas más frecuentes y de difícil manejo. Tonge y col. (1999), en su evaluación de 52 niños y adolescentes con síndrome de Asperger, encontraron que el 85% de ellos tenía algún problema de conducta o emocional, siendo los más frecuentes las conductas disruptivas, las reacciones antisociales y los trastornos de ansiedad.

Una situación difícil es determinar cuándo los adolescentes están en condiciones de adquirir hábitos de independencia, como viajar solos o realizar paseos con otros jóvenes. Ya que no hay una receta única, es obvio que es necesario vencer temores e inducir a los hijos para que sean autosuficientes; pero, al mismo tiempo, las dificultades de comprender las normas sociales, la abstracción en sus pensamientos e intereses y otras características conductuales atentan contra esta necesidad de experimentar un alejamiento creciente de la protección de los padres.

Habiendo comentado los dos síntomas que más preocupan a los padres de los niños, vamos a seguir profundizando las características del cuadro, analizando a continuación las características del lenguaje.

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