Kitabı oku: «Navidad en Reindeer Falls», sayfa 4

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—Venga, vamos a comer.

Nick me guía hacia un puesto de comida. El olor a salchichas ahumadas flota en el aire y el estómago me ruge. Los dos pedimos una salchicha tradicional de Núremberg, que consiste en tres salchichas pequeñas servidas en un bollo. Luego, vamos a por las bebidas a otro puesto, el equivalente al bar del mercado navideño. Hay vinos especiados y ponche de huevo con alcohol, además de una gran variedad de otras bebidas cuyos nombres no puedo descifrar. Estas se sirven en una taza de cerámica, lo que me parece encantador y ecológico. Las tazas se pueden devolver por un reembolso parcial o te las puedes quedar como recuerdo.

Sé lo que voy a hacer con la mía.

Nick insiste en que pruebe el Glühwein y luego se ríe por la cara que pongo tras dar el primer sorbo. Básicamente, es vino tinto caliente con especias, azúcar, toques de canela y clavo y una pizca de vainilla que me invade la lengua. Es más fuerte de lo que pensaba, pero no tardo en aprender a apreciarlo.

Nos detenemos junto a unas mesas redondas mientras comemos, rodeados por otras personas que hacen lo propio. Nos rodean familias con niños en carritos y jóvenes con traje de chaqueta. Parece que los mercados son un punto de encuentro popular para los que buscan una cena rápida o tomarse algo con los amigos. Nick me lo confirma y me sorprende, ya que he supuesto que está dirigido a los turistas, pero saber que es una experiencia local auténtica hace que me guste incluso más.

—Necesitamos un mercado navideño en Reindeer Falls —le digo—. O al menos tenemos que poner más decoración navideña en la fachada de El Osito en honor a la magia de aquí. —Hago un ademán con la mano para abarcar el mercado en su totalidad, pero nos interrumpen antes de que Nick me responda.

—¡Nick!

Una mujer atractiva de pelo castaño y más o menos de nuestra edad se detiene junto a la mesa, coge a Nick por los hombros, lo besa en ambas mejillas y lo saluda con una retahíla de palabras en alemán.

—Johanna. —Nick le devuelve el saludo con una sonrisa sincera. Me presenta y me explica que trabajaba con ella cuando vivía en Núremberg.

Johanna me dedica una mirada amistosa, me da un abrazo rápido a modo de saludo y me pregunta si me gusta la ciudad. Hablo con entusiasmo de las maravillas y el encanto de Núremberg, pero me detengo de forma abrupta cuando me doy cuenta de que Nick me mira. Johanna sonríe de oreja a oreja antes de volver a dirigir la atención hacia él. Intercambian otra retahíla de palabras en alemán. No se me escapa el ligero asentimiento que hace ella en mi dirección ni que Nick me mire de reojo y sacuda la cabeza en respuesta a lo que sea que le haya preguntado. Johanna vuelve a pasear la mirada de uno a otro con una sonrisa traviesa antes de explicar en inglés que tiene que irse porque su familia la está esperando, y señala a un hombre alto y a un niño de un año o dos en un carrito que están a unos metros.

—Auf wiedersehen —responde Nick en alemán a modo de despedida, e intercambian un breve abrazo antes de que ella desaparezca entre la multitud.

Le doy un sorbo a mi bebida y lo observo. Tengo la ligera impresión de que hablaban de mí, pero parecía inofensivo. ¿No?

—¿Qué ha dicho? Cuando hablabais en alemán —pregunto un momento después. La curiosidad saca lo mejor de mí. Me atrevo a decir que, fuera el que fuese el tema de la conversación, es inofensivo y Nick me lo va a contar. Y si es algo horrible, se inventará cualquier cosa para ahorrármelo.

Me mira durante un buen rato y no estoy segura de que vaya a responderme. Eso, o no quiere compartir conmigo el tema de la conversación y le está llevando mucho tiempo inventarse una historia plausible.

Ha despertado mi curiosidad.

—Me ha preguntado si estamos liados —responde al fin. No rompe el contacto visual conmigo cuando lo dice, ni se ríe, y ni siquiera le asoma una sonrisa a los labios.

Me atraganto con la bebida.

—¿Qué? —espeto entre toses. El corazón me va más rápido que Rudolf en Nochebuena. Clavo la mirada en la mesa. En las luces. En la espiral imponente de la Schöner Brunnen. En cualquier sitio excepto en Nick.

—Ya, cómo no. —Repongo. Me obligo mirar a Nick—. ¿Cómo se dice «no» en alemán? —pregunto con una gran sonrisa en un intento de quitarle importancia a la conversación.

Otra larga mirada.

—Alles, was ich zu Weihnachten möchte, ist einen Kuss von dir —dice con tranquilidad. Me mira un breve instante a los labios antes de apartar la mirada. La he sentido como una caricia. Ni siquiera estoy segura de si eso es posible, pero ha sido así.

Me estremezco, aunque no tengo frío.

Es la brujería del mercado navideño.

—Esas son muchas palabras para decir que no —consigo decir.

—Sí, es un idioma complicado. —Nick hace una bola con el envoltorio de los bocadillos y la tira en un contenedor cercano—. Vamos, quiero enseñarte algo.

Capítulo 8

—¿Estás seguro de que podemos hacer esto?

—Confía en mí. —Nick me dedica una sonrisa cuando me giro para mirarlo.

Subimos los peldaños de la Iglesia de Nuestra Señora. Las escaleras forman una espiral que nos guía cada vez más alto a medida que los escalones se estrechan. Al principio, creí que Nick me hacía ir delante para mirarme el culo, pero ahora lo agradezco porque si tropiezo, podrá cogerme.

Quizá, que Nick Saint-Croix me sujete no sea lo peor del mundo.

Al final, llegamos al rellano y me detengo. Me falta el aire y doy gracias por mantener una relación esporádica con el gimnasio. Nick no parece falto de aire en lo más mínimo. Mentecato atractivo.

—Por aquí —indica, y me conduce a través de una puerta de piedra hacia el balcón. Ante nosotros se extiende el mercado navideño para deleitarnos con su magia. Desde aquí tenemos una vista aérea de las cabinas rojas y blancas que hay abajo, con toda la zona iluminada por las luces blancas que parpadean y la gente que pasea feliz hasta donde me alcanza la vista.

—Oh, vaya. —Lo que veo me hace suspirar. Quiero guardar este momento para siempre—. ¡Es impresionante!

A mi lado, Nick permanece callado mientras yo jadeo y exclamo con admiración por la imagen que hay ante mí. Hago una foto y, luego, me giro con el móvil aún en las manos. No sé si Nick se aburre y quiere bajar.

No parece aburrido.

Parece cautivado.

Pero no está admirando las vistas: me mira a mí.

Me mira como si quisiera besarme.

Contengo el aliento cuando da un paso adelante, con la espalda apoyada contra el medio muro. Inclina la cabeza hacia mí como si fuera a besarme. Ay, por Papá Noel. De verdad va a besarme.

El momento se alarga lo que parece una eternidad mientras su rostro se cierne sobre el mío y con nuestros labios separados unos milímetros. El corazón me late con fuerza y me sonrojo de pies a cabeza. Coloca la mano a un lado de mi rostro para acariciarme la mejilla con el pulgar y me ladea el cuello un poco a la derecha.

El corazón amenaza con salirse del pecho. Va a besarme, ¿verdad? No puede estar haciendo otra cosa. Si tuviese una pestaña en la mejilla, ya me la habría quitado. Si tenía que decirme algo, podría haberlo hecho a dos pasos de mí. Va a besarme, no hay forma de malinterpretarlo.

Y…

Quiero que lo haga. Quiero que me bese.

Con locura. Con desesperación. Más que nada en el mundo entero. Necesito saber qué se siente al besar a Nick Saint-Croix.

Y este lento descenso hacia mis labios me vuelve loca. Loca de deseo. Me siento mareada por el suspense. ¿Me sorprende que hayamos llegado a esto? ¿Esta tensión sexual que se cuece a fuego lento? ¿O siempre he sabido que estaba aquí, escondida, débil tras el rechazo? ¿Escondida tras el odio? La energía que hay entre nosotros me lleva al límite. Estoy loca de deseo, de lujuria y de anhelo. No tengo ni idea de cómo lo he negado porque esto… esto que hay entre nosotros es real. Tan real, tangible y radiante como el mercado a nuestros pies.

Me inclino hacia él para salvar la poca distancia que nos separa hasta que mi pecho toca el suyo. La cuenta atrás de los labios de Nick sobre los míos está llevando demasiado tiempo. Como un calendario de Adviento con demasiadas puertas y la promesa de todo lo que siempre has deseado escondido tras la última.

Sus labios se curvan ligeramente en una sonrisa cuando presiono mi cuerpo contra el suyo. Como si lo quisiera, como si ondeara una bandera blanca. A lo mejor lo hacía. Los labios de Nick son el centro de mi universo.

Se humedece el labio inferior con la lengua y me flaquean las rodillas. Tal vez lo hubieran hecho si no estuviese sujeta entre el muro y Nick, así que me mantengo firme. Entonces, por fin, por fin, por fin, inclina la cabeza y nuestros labios se rozan.

Besar a Nick es como descubrir que Papá Noel vendrá dos veces este año. Y que te va a traer cosas que ni siquiera pensaste en poner en la lista. Siempre asociaré el beso perfecto con el olor a castañas asadas y el aroma a pino, con el frío cortante del invierno que me muerde la piel por el brusco contraste con el calor de nuestros cuerpos, con el sabor del vino especiado y el peso del cuerpo robusto de Nick al envolverme.

Se me escapa un quejido bajo y me pongo de puntillas para acercarme más. Me separa los labios con los suyos y me succiona con suavidad el labio inferior. Hay muchas probabilidades de que me muera. Sobre todo, porque me olvido de respirar. Tomo una bocanada de aire, cambia de ángulo para introducirme la lengua en la boca y casi se me para el corazón. Porque es bueno. Es perfecto. Es un beso perfecto.

El gruñón de Nick sabe besar. Sabe el sitio exacto donde tocarme para que me desate. Me acuna el cuello con una mano y enreda los dedos en mi pelo. La sensación despierta todas y cada una de mis terminaciones nerviosas. Quiero más. Quiero que me acaricie cada centímetro del cuerpo con esos dedos cálidos. Introduce la otra mano por el borde de mi abrigo y bajo la camisa, lo justo para rozarme la piel de la cadera por encima de la cinturilla de los vaqueros.

Es un roce bastante inocente, pero no hace que me sienta así. Hace que me sienta sensual y temeraria. Que piense que esto es una buena idea. Quiero más de sus labios, de su lengua y sus caricias. Más de Nick. Le recorro el pecho con los dedos y entrelazo las manos tras su cuello. Enrosco una pierna en torno a su muslo como si no tuviera control sobre mis extremidades. Como si intentara subirme a él con la misma curiosidad y entusiasmo que un gatito que salta sobre un árbol de Navidad.

Porque eso es lo que hago.

Tal vez incluso esté dispuesta a maullar.

Mientras tanto, Nick está tan tranquilo como un cura en la misa del gallo. Estoy agitada, necesitada y ávida, mientras que él es la viva imagen del autocontrol y la restricción.

Pero…

Pero tengo la sensación de que no es inmune.

No es inmune en lo más mínimo. Ya sabes a qué me refiero.

Es lo contrario a tamaño de elfo.

Emito un sonido de placer contra su boca y tenso las caderas contra su pierna. Un momento después, me coloca la mano en el trasero para sostener mi peso mientras intento follármelo con la ropa puesta en una iglesia.

Por Dios.

Literalmente.

Me lo estoy montando con mi jefe en una iglesia.

Me aparto y parpadeo para ordenar mis pensamientos. Intento entender cómo hemos llegado a esto. Nick entierra la boca en mi cuello y deja un rastro de besos cálidos por mi piel mientras deshace el abrazo de mi pierna en torno a su cintura y se asegura de que tenga los dos pies en el suelo antes de soltarme.

—¿Por qué lo has hecho? ¿Por qué me has besado? —Respiro con pesadez y me apoyo en la barandilla. La palabra «cachonda» no describe ni por asomo mi estado actual.

—Porque quería. —Ni se inmuta. Su voz es suave y firme y no aparta la mirada de mí. Se acaricia el labio inferior con los dedos y es más de lo que puedo soportar para no restregarme contra él. El tono de su voz suena como en todos los pensamientos guarros que he cubierto con un glaseado de bastón de caramelo.

—¿Por qué no lo has hecho antes? —Mi voz no suena suave, sino consternada. Sin aliento. Necesitada.

Sonríe. Es una sonrisa tan amplia que amenaza con conseguir que mis dedos vuelen al botón de sus vaqueros.

—Porque me odias.

—No te odio siempre —protesto. Es cierto. Más bien, es una proporción de ochenta-veinte entre odio y lujuria. Ochenta por ciento lujuria, por supuesto.

—Es bueno saberlo. ¿Me odias ahora? —Es extraño. Parece… ¿vulnerable? ¿Qué está pasando? Es como si el mundo girara bajo mis pies.

—No tanto, no. —Niego con la cabeza, confusa. Pero no. Soy un desastre.

—Me alegra saberlo. —Inclina la cabeza hacia la mía, pero le pongo una mano en el pecho para detenerlo.

—Nick, ¿qué pasa con Taryn?

—¿Taryn? —Frunce el ceño, visiblemente confundido, tanto por la interrupción como por la pregunta.

—¿No estáis saliendo?

—No, solo somos amigos.

Medito su respuesta un momento mientras pienso en todos los significados de la palabra «amigos».

—¿Sois amigos con derecho a roce? —insisto.

Niega con la cabeza con una expresión aparentemente divertida.

—No, solo amigos.

—Vale. —Asiento y me acerco a él. Entonces, me detengo antes de que nuestros labios vuelvan a tocarse—. He roto con Santana —añado sin un ápice de ironía. Luego, tiro del abrigo de Nick y lo atraigo hacia mí.

—Me alegra oírlo —responde en voz queda. Sonríe y me roza los labios con los suyos.

Hay algo en la unión de nuestros labios que hace que se me detenga el pulso, que me humedezca allí donde más lo deseo, que mi corazón lata expectante y que libere una bandada de mariposas en mi estómago.

—¿Cuánto hace que quieres besarme? —inquiero con un hilillo de voz apenas audible. Me pregunto si su interés desaparecerá tan pronto como ha llegado.

—Desde el primer día.

—¿El primer día? —Echo la cabeza hacia atrás con una expresión de duda y el ceño fruncido—. ¿Cuando llevé las magdalenas con forma de reno al despacho y te reíste de mí?

—Ese mismo día —susurra y deposita un suave beso en la comisura de mis labios—. En mi defensa diré que era principios de junio.

Me encojo de hombros. Me parece justo, pero eran magdalenas con forma de reno para celebrar el último día de su tío y el primer día de Nick en El Reno Volador, así que, para mí, tenía sentido.

—Estás frunciendo el ceño —dice Nick mientras me acaricia el muslo con la mano. El muslo que, de alguna forma, ha encontrado la manera de enroscarse de nuevo en su cintura. Y ya no estamos en el balcón porque Nick se las ha apañado para que retrocedamos unos pasos hacia el hueco de las escaleras.

—No es cierto. Yo no frunzo el ceño. Tú, sí. —Froto el pecho contra el suyo y le entierro los dedos en el pelo.

—Cuando se trata de ti, no frunzo el ceño. Es la tensión sexual acumulada —me susurra al oído.

Ah.

Mmm.

—¿Qué haces? —consigo decir cuando introduce una mano bajo mis pantalones. Quiero decir, sé qué se propone, pero me queda lo justo de sentido común para preguntarme si antes no deberíamos ir a otro sitio—. ¿Y si continuamos con esto en el hotel?

—No puedes esperar tanto.

Muy cierto.

—Estamos en la iglesia. —Me fuerzo a que las palabras salgan de mis labios. Pero solo un poco, porque ha bajado los dedos lo bastante para separar mis pliegues y frotarme el clítoris con el dedo corazón con movimientos suaves.

—No hay nadie. —Me da un pequeño tirón del lóbulo de la oreja con los labios y me susurra al oído—: Deja que me ocupe de ti.

Después de eso, no hablamos mucho. Sobre todo, jadeo mientras me estimula con los dedos en la iglesia. Porque eso es lo que está pasando.

—Me has vuelto loco desde el día en que volví a Reindeer Falls —murmura Nick entre los besos sensuales que reparte arriba y abajo en mi garganta. Ejerce una presión suave sobre mis labios y me recorre la mandíbula.

Nick sabe lo que hace con los dedos. Está concentrado, y cada roce de su dedo, cada círculo que traza, cada desliz para bordear mi apertura es deliberado. Es la experiencia más intensa que he tenido con la ropa puesta; o desnuda, ya que estamos. Es tan agradable que respiro hondo mientras una oleada de sensaciones me recorre. Cuando desliza un dedo en mi interior, echo la cabeza hacia atrás y gimo lo bastante alto como para que el eco retumbe.

—Eres susceptible y un poco estirada.

—No lo soy —niego.

Me frota el clítoris con el pulgar, ahora que tiene el dedo corazón ocupado en otros menesteres. Este parece un momento injusto para acusarme de ser una estirada. Soy todo lo contrario. Al menos, ahora mismo.

—Me gusta —dice con un gruñido, y siento su aliento cálido en la oreja. Me estrecho alrededor de su dedo con un pequeño espasmo de placer.

Vale. A lo mejor lo soy.

—Eres un poco idiota —señalo.

—Tal vez. —Sonríe contra mi cuello—. Pero a ti también te gusta.

Entonces, me cubre la boca con la suya para que no pueda responder. Desliza la lengua con suavidad por mi labio inferior y me estremezco, no porque tenga frío, sino porque me falta tan poco para correrme que me muero de necesidad. Porque Nick sabe a la perfección cómo tocarme. Añade un segundo dedo al primero y los mueve en mi interior con suavidad, acaricia las paredes internas con destreza mientras me frota el clítoris con el pulgar y enreda la lengua con la mía.

Tiene los dedos empapados de mí, lo que facilita la estimulación de cada una de mis sensibles terminaciones nerviosas. Y sé que, incluso si viviera hasta los cien años, no volveré a vivir nada que se parezca a esto.

Cuando masajea ese punto exacto en mi interior mientras ejerce presión en el clítoris con el pulgar, estallo. Porque Nick es un experto en provocarme todo tipo de sentimientos: rabia, hostilidad, indignación, pasión, lujuria. Todo eso se concentra en una combinación explosiva entre los muslos.

Me derrito contra su cuerpo, con una pierna todavía en el suelo, y Nick soporta todo mi peso. Dejo caer la cabeza en el hueco de su hombro y la cara sobre su pecho mientras recobro el equilibrio. Cuando se lleva los dedos que acaba de sacar de mi interior a la boca, casi me muero de lo sexy que es. Y de la vergüenza.

¿Acabo de dejar que mi jefe me masturbe en una iglesia? ¿En un viaje de trabajo? ¿Se ha lamido mi orgasmo de los dedos?

Sí, todo eso acaba de pasar.

—No lo pienses demasiado, Holly —dice Nick mientras me abrocha el vaquero y me sube la cremallera.

Me muerdo el labio inferior y clavo la mirada en la costura del hombro de su abrigo hasta que me coloca el pulgar y el índice bajo la barbilla y la alza lo justo para darme otro beso. Pero no me besa. Todavía no. Espera a que lo mire. Entonces, sonríe. Sus ojos verdes brillan en la penumbra mientras una sonrisa se extiende lentamente por su rostro, que se cierne de nuevo sobre el mío en una lenta tortura. Sus labios están a solo unos centímetros. Apoya su frente sobre la mía y me aparta un mechón de pelo del hombro. Me acerca hasta que nuestros cuerpos se unen desde las caderas hasta el pecho.

Entonces, me besa.

Capítulo 9

Nos marchamos de la iglesia antes de que pueda quitarle los pantalones a Nick.

Lo habría hecho. Le habría quitado los pantalones a mi jefe en la iglesia si me hubiese dejado. Ya es oficial: estoy en la lista de niñas malas de Papá Noel. Segurísimo.

Cuando salimos de la iglesia, Nick me toma la mano y nos internamos entre la multitud hasta que estamos en el asiento trasero de un taxi. Cuando nos subimos, empiezo a actuar de forma extraña. Me siento demasiado lejos como para abrazarnos y me miro las manos sobre el regazo. Guantes. Llevaba guantes en algún momento de la tarde, ¿no? Aunque no tengo ni idea de dónde están ahora. Se han perdido junto a mi cordura.

Cuando me froto las manos con nerviosismo, Nick saca mis guantes del bolsillo y me los tiende. No tengo ni idea de dónde los ha sacado. Son de un azul claro invernal a juego con la bufanda. Me los pongo y retuerzo los dedos como si fuese la primera vez que estoy en el asiento trasero de un coche con un miembro del sexo opuesto.

Aunque casi lo es, ahora que lo pienso. No lo he estado desde el instituto y, desde luego, aquello no era un taxi.

A ver, sé que Nick ha hecho que me corra hace solo quince minutos, pero si no quiere continuar con esto al llegar al hotel, yo… Bueno, no tengo ni idea de qué haré. Por mucho que me masturbe, nada podrá igualar la sensación de las manos de Nick sobre mi cuerpo.

Pero ¿en qué estoy pensando? ¡Esto es una locura! Todo. Cuando volvamos al hotel, le daré las gracias por esta bonita tarde, iré a mi habitación y Nick a la suya, y fingiremos que esto nunca ha ocurrido. Debo de haberme entusiasmado por el aroma a castañas asadas y a Nick. Es lo único que tiene sentido.

Tamborileo con los dedos sobre los muslos más rápido que un batería en un grupo de rock duro. Uno que lleva guantes de punto azul claro que amortiguan los golpes. Percibo que Nick me mira con fijeza, así que ladeo la cabeza. Se ha girado hacia mí, con el brazo sobre el reposacabezas y una sonrisa cómplice.

Porque conoce el sonido que hago cuando me corro y mi sabor. Sabe exactamente cuánto me humedezco y la forma en que me estrecho en torno a sus dedos cuando me corro. Me pongo como un tomate. Estoy segura. Siento que el calor me recorre las mejillas. A lo mejor tengo gripe. Miro hacia el frente y trato de estimar cuánto tiempo nos queda para llegar al hotel. Juraría que el viaje de ida al mercado ha sido más corto que el de vuelta.

—Dime en qué piensas, Holly.

—En nada.

—Los dos sabemos que eso no es cierto.

—Solo pensaba en…, una hoja de cálculo. —Claro, eso es normal.

—Una hoja de cálculo —responde Nick, inexpresivo.

—Ajá —murmuro, y lo miro de reojo.

Atrapa un mechón de mi pelo y lo acaricia con los dedos. Apenas lo noto, solo un ligero tirón en la raíz, pero no importa. Podría estar recorriéndome la piel; cuando se trata de Nick, hasta el más mínimo roce o caricia se magnifica.

—En ese caso, he tenido que hacer un trabajo pésimo para distraerte. —Lo dice con tanta suavidad que solo yo lo oigo. Y, de alguna forma, se ha sentado más cerca de mí, con una mano sobre mi muslo y la otra todavía enredada en mi melena.

—¿Prefieres que esté distraída? —Lo miro. Mi pecho sube y baja con rapidez al respirar. Ha deslizado la mano un poco más arriba del muslo y me rodea la cara interna con los dedos. La tela vaquera se interpone entre los dos, pero si no supiera que es así, habría jurado que estoy desnuda. Noto una sensación punzante. Deseo que suba la mano un centímetro más.

—Mucho. —Posa los labios justo en ese punto detrás de mi oreja. Ese que parece estar directamente conectado con el clítoris. Aunque la verdad es que allá donde Nick me toca, tiene ese efecto en mí—. Aun así, hablar sobre hojas de cálculo contigo me pone.

Le dedico una mirada fulminante. No estoy segura de si bromea o no. Me da un suave apretón en el muslo. Solo aumenta un poco la presión y sé que es inevitable que lleguemos hasta el final. Voy a arrastrarlo a mi habitación del hotel y a quitarle los pantalones.

Un momento después, nos enrollamos en el taxi de formas que ni siquiera había soñado en el instituto. Cuando Nick me levanta de su regazo lo justo para sacarse la cartera de los pantalones, me detengo, desorientada y embriagada por habernos dado el lote. Creo que busca un condón hasta que veo que saca unos euros de la cartera y se los da al conductor con una mano mientras abre la puerta con la otra. Porque el taxi ha parado. Porque estamos en el hotel.

Eso es bueno, porque empezaba a contemplar seriamente follármelo en el asiento trasero del taxi.

Cuando estamos en la acera frente al hotel, Nick se detiene. Tengo la sensación de que estamos dentro de una bola de nieve. El mundo aún se mueve a nuestro alrededor, las luces brillan con fuerza, los coches pasan silbando por la calle y, que alguien me ayude, ha empezado a nevar ligeramente. Un copo de nieve aterriza en las pestañas de Nick.

—Holly… —Toma mis manos entre las suyas y sus ojos buscan los míos. Parece… ¿indeciso?—. Tenemos que hablar.

¿Hablar? ¿Está loco o qué le pasa? En el taxi no quería hablar. La dureza contra mi muslo señalaba su falta de interés en hablar.

—No. —Niego con la cabeza antes de que termine la frase—. No tenemos por qué hacerlo.

—¿No tenemos por qué hablar? —Me sonríe cuando lo dice, así que imagino que parezco tan loca como me siento. Desaliñada y trastornada por la lujuria.

Nop. —Sacudo la cabeza y le pongo un dedo sobre los labios para callarlo. Un dedo cubierto por el guante azul sobre su labio inferior, perfecto y carnoso. Sí, estoy segura de no querer hablar—. Sígueme.

Entonces giro sobre mis talones y me dirijo al hotel. No me detengo hasta que llegamos frente al ascensor y pulso el botón de llamada.

Nick se apoya contra la pared con las manos en los bolsillos y una pequeña sonrisa pícara en los labios mientras me observa en silencio. Entrelazo las manos frente a mí con delicadeza, observo los indicadores sobre los ascensores y deseo que vayan más rápido. Me doy cuenta de que estoy dando golpecitos frenéticos con el pie cuando veo que Nick me recorre la pierna con la mirada.

Si el ascensor no llega en los próximos quince segundos, juro que puntuaré al hotel con cuatro estrellas. Dejo quieto el pie y me quito los guantes para guardarlos en el bolsillo. Reparo en que Nick lleva las cosas que he comprado en el mercadillo. Eso está bien, porque me lo habría dejado todo amontonado en la iglesia y no me habría acordado hasta la semana que viene.

El ascensor llega, me subo y pulso el botón de la cuarta planta. Nick está en la quinta. No aprieta el botón. El ascensor se detiene en la tercera y casi entro en combustión de la impaciencia. Se sube un hombre de mediana edad con ropa deportiva y presiona el botón de la planta seis para ir al gimnasio. Por fin, por fin, por fin, el ascensor se detiene en la cuarta planta, pero ya le he quitado una estrella mentalmente porque no se mueve a la velocidad de una montaña rusa en un parque de atracciones.

Nick coloca una mano en la puerta abierta del ascensor y hace un gesto con la mano para que salga. Aún no he puesto un pie en el rellano cuando pronuncia mi nombre y me doy la vuelta para descubrir que sigue en la puerta con una sonrisa relajada.

—¿Tengo que seguirte? —Parece que lo pregunta en serio, pero sus ojos tienen un brillo burlón.

Vaya, vaya. ¿Quién iba a decir que Nick Saint-Croix era un bromista?

Suspiro y lo saco del ascensor. Me sigue por el pasillo sin decir una palabra, encantado. Cuando llegamos a mi puerta, tiemblo como un flan mientras paso la llave frente al lector de tarjetas.

No lo miro cuando la puerta se cierra con un clic tras él. La habitación apenas está iluminada debido a la poca luz que entra de la calle. A mi espalda, oigo que Nick deja los paquetes en el armario y se baja la cremallera del chaquetón. Creo que es la cremallera que más ruido hace de toda Europa. También bajo la mía y me doy la vuelta para mirarlo. Me quito las botas de un puntapié y dejo que el abrigo caiga al suelo.

Soy muy consciente de que llevo un tiempo rechazando la mera idea de acostarme con Nick, pero ahora que estoy sola en una habitación de hotel con él, lo quiero ya. Ahora mismo. Me falta poco para arrancarle la ropa si tarda demasiado. Debe de gustarle la camisa, porque se la quita un instante después de quitarse el chaquetón.

Es alto y esbelto, y doy gracias por lo que sea que haga en el gimnasio.

Ya tengo los vaqueros por los tobillos; muevo un pie con impaciencia para tratar de liberarme del material. Casi me caigo al intentar sacudírmelo de los tobillos, pero Nick me sostiene cuando me tambaleo.

—Relájate. No me voy a ninguna parte, Holly —me susurra al oído y el corazón me late tan rápido que me sorprende haberlo escuchado. Es el momento. Es el momento justo antes de tener sexo del bueno. Cuando ambos estáis semidesnudos y sabes que va a ocurrir y que va a ser espectacular, cuando cada nervio de tu cuerpo está en estado de alerta máxima.

Me levanta la camisa por los costados despacio y con precisión. Me roza ligeramente con las manos mientras el material se eleva centímetro a centímetro.

Me va a matar. Solo el roce de sus dedos me vuelve loca. Es como si nunca antes me hubiesen tocado y, sinceramente, a lo mejor no lo han hecho. No así. No con tanta expectación. No con esta destreza.

Me quita la camisa y la deja caer en el suelo. Espero que lo siguiente sea el sujetador, pero, en vez de eso, los dedos de Nick se dirigen a la banda elástica de mi pelo y me deshace la coleta con suavidad hasta que la cabellera se extiende como un abanico sobre los hombros. Entonces, sus labios empiezan a descender por el cuello hasta las clavículas, me desabrocha el sujetador y me lo quita deslizando las tiras por los hombros. Despacio. Como si fuese un regalo que hay que desenvolver con cuidado.

Me muero y él se mueve con lentitud. Examina cada centímetro de mi cuerpo entre besos y suaves caricias. Llevo las manos a su cinturón para quitarle los pantalones sin un ápice de la delicadeza que él está mostrando. Abrir, desabrochar, tirar. Eso no hace que vaya más rápido ni en lo más mínimo. Me recorre la barbilla con el pulgar y me alza la cabeza para darme un beso. Descalza, le llego a los hombros; si no se inclinase hacia mí, necesitaría un taburete para alcanzar sus labios. Resulta que no lo necesito porque Nick me levanta del suelo. Le envuelvo las caderas con las piernas mientras me lleva a la cama, como si ya hubiésemos hecho esto antes. Le rozo el vello del pecho con los pezones y se me escapa un gruñido mientras le beso.

Nick nos conduce a la cama con cuidado y me sostiene hasta que estoy sobre el colchón. Entonces, se desliza sobre mí. Su cuerpo se ajusta al mío: la curva de sus caderas, su vientre plano. La fricción de su piel contra la mía es más erótica de lo que había imaginado.

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