Kitabı oku: «Las Farc-EP en la coyuntura estratégica de la paz negociada (2010-2017)», sayfa 3
DISCURSO
Desde la textolingüística se propone una definición de discurso muy próxima a la del texto mismo; este se asume como entidad cerrada, de dos niveles (el formal y el del significado), que no se restringe a la expresión escrita y no se agota en lo comprendido como producto. Extraído del Diccionario de lingüística en línea de la Universidad de Barcelona, este concepto remite a una,
expresión formal de un acto comunicativo, que se presenta bajo manifestaciones diversas (discurso oral, escrito, por ejemplo). Desde el punto de vista formal, el discurso suele constar de una serie de oraciones, pero desde el punto de vista del significado tiene una naturaleza dinámica; por ello, no es posible describirlo en términos de reglas (como el caso de la oración), sino de regularidades. El discurso no es un producto, sino un proceso cuyo aspecto más destacado es su finalidad comunicativa. (2013)
Si se tiene en cuenta que algunos autores asumen, particularmente desde la lingüística del texto y no desde el área del análisis del discurso, que discurso y texto son entidades equiparables, es preciso entonces insistir en las posibles diferencias que existen entre discurso y texto, incluso sin extrapolar los límites disciplinares. Teóricos como Beaugrande (2005) asumen que la diferencia entre uno y otro es que mientras el texto es un “evento comunicativo”, el discurso podría constituirse en un “multisistema de textos relacionados”. Esto indica que la relación entre discurso y texto es, en cierta medida, la relación entre parte y todo, al ser el discurso una sumatoria de textos y el texto un hecho comunicativo.
Ahora bien, en una revisión conceptual posterior, este mismo autor reformula su consideración y se aproxima a la de otros lingüistas, como, por ejemplo, Castellà (1992), Charaudeau y Maingueneau (2002), Cortés Rodríguez y Camacho Adarve (2003), u Östman y Virtanen (2011), para quienes texto y discurso confluyen necesariamente en términos de reconocer que no es posible aproximarse al texto o estudiarlo de forma sistemática sin considerar contextos y condiciones de uso, en lo cual se acerca a ciertos fundamentos de estudios sobre el discurso.
De lo anterior se desprende que la textualidad es el elemento que va a sintetizar la relación entre el evento comunicativo en general y el discurso como una concreción de este. Por tanto, al comprender discurso como evento comunicativo que implica una textualidad, este proceso debe contar con las características propias de lo que, por lo general, se reconoce como texto, es decir, contar con adecuación al contexto, cohesión, coherencia e intertextualidad si se le va a asumir de manera efectiva como “multisistema de textos relacionados” (Beaugrande 2004; Beaugrande y Dressler 1972).
No obstante la utilidad de estas referencias, no basta con definir el discurso desde la textualidad de forma exclusiva; en ese sentido habría que ampliar la consideración a lo que Halliday entiende como un ejercicio socio-semiótico:
Un evento sociológico, un encuentro semiótico a través del cual los significados que constituyen el sistema social se intercambian. El agente individual es, en virtud de su pertenencia al grupo, un “creador de significado” (a meaner), alguien que significa (one who means). A través de sus actos de significado, y de los de otros individuos, la realidad social es creada, mantenida en buen orden, y continuamente configurada y modificada. (Halliday, 2002, p. 50)
Esta novedad conceptual que relaciona el discurso con su realidad desde el punto de vista sociológico permite entender que, posteriormente, el mismo autor haya elaborado un esquema útil al análisis en el que la estructura semiótica de la situación (campo, tenor, modo) se asocia con el componente funcional de la semántica (función experiencial o ideacional, función interpersonal, función textual).
Si se empieza a contemplar un desplazamiento disciplinar para la definición de la noción discurso, una entrada inicial es la que plantean Bourdieu y Fairclough, en los comienzos de la década del setenta, a fin de marcar efectivamente el giro lingüístico de las ciencias sociales. Para ellos, discurso refiere precisamente al “conjunto de ideas, valores, principios y acciones determinadas por una historia que va a ser aceptada, adaptada, consciente o inconscientemente, por un grupo de personas” (Bourdieu y Fairclough, 1976). Lo anterior tiene asidero en los esfuerzos de la sociología, en mayor medida, pero también de otras áreas del saber, por rastrear en lo comunicativo un escenario idóneo para la comprensión del ejercicio del poder.
Por su parte, uno de los autores considerados fundadores de la teoría del análisis del discurso, Teun van Dijk, luego de pasar por múltiples elaboraciones conceptuales, comprende el objeto de estudio como la “unión de la psiquis personal con la sociología y el lenguaje para transmitir ideas y valores en fin de un objetivo común” (Van Dijk, 1978). Habría que cuestionar en esta definición, a su vez, qué se entiende por lenguaje y cómo se debe tomar el adjetivo común en el sintagma objetivo común.
DISCURSO POLÍTICO Y LENGUAJE POLÍTICO
Existen dos partes en la definición de discurso. Una es la que tiene que ver con el suceso de comunicación y la otra con la interacción verbal. Los discursos son públicos, dadas sus funciones sociales y políticas, y tienen relación con la ideología, pues una función específica es delimitar y fijar el significado de los conceptos con múltiples significados disponibles:
El discurso, así visto, es el vehículo de la ideología que emerge como la acción mediante la cual se hace posible la competencia por el poder, se plantean críticas y se generan expectativas. Es a partir de este discurso que “se exhiben en el escenario político las representaciones más significativas para cada actor” (Montesinos 2003: 172). (Guerrero y Vega, 2015)
Eagleton, citado en Guerrero y Vega (2015, p. 108), también señala que es en el discurso que la ideología se manifiesta como un campo en el que “poderes sociales que se promueven a sí mismos entran en conflicto o chocan por cuestiones centrales para la reproducción del conjunto del poder social” (Eagleton, 1997, p. 53). Asimismo, “el discurso político posibilita, justifica y transforma la acción política (Lamizet, 2002, p. 121, citado en Guerrero y Vega, 2015, p. 109), en busca no solo de representar una realidad social determinada, sino apuntando a convencer, persuadir y resignificar. Es decir, he aquí una función práctica del discurso orientada a la acción en el contexto de las relaciones de poder. Los discursos se encuentran articulados por conceptos políticos y la lucha por el significado de los conceptos, su fijación y asociación con otros conceptos en contextos específicos son parte de la ideología.
Ahora bien, el discurso ha de estar acompañado también de elementos persuasivos, que lo conecten con la realidad y con las percepciones de otros actores, que lo doten de poder para sostenerse frente a discursos alternativos (Cejudo 2008) [...] Los discursos de política, por ejemplo, buscan condicionar lo pensable, lo decible y lo posible de hacer, a través de un proceso de ideologización, es decir, mediante una operación de reductibilidad de la complejidad y polisemia de conceptos políticos, fijando significados. (Guerrero y Vega, 2015, pp. 113-118)
El análisis de discurso político, entonces, articula teoría y metodología, permite vincular ideología y praxis política, y dota así de sentido práctico a las ideas predominantes o invisibilizadas en la sociedad.
Por ello, el analista del discurso busca dar cuenta de las formas en que las estructuras de significación determinan “ciertas formas de conducta. Al hacer esto, pretende comprender cómo se generan los discursos que estructuran las actividades de los agentes sociales, cómo funcionan y cómo se cambian (Howarth, 1997, p. 125)”. (Correa Medina y Dimaté Rodriguez, 2011)
El lenguaje, en cuanto parte fundamental e integradora de la configuración y expresión de la experiencia en la vida social y de sus condiciones materiales, toma la forma específica de lenguaje político al ser público, consciente y voluntario; además, como tal reúne escalas de valores sobre lo que es bueno y deseable en este nicho. Con esto claro, lo bueno y lo malo se tornan discursos sobre cómo se debe orientar la sociedad. Estos discursos, sobre todo políticos, orientan nuestras acciones en la vida práctica y, más allá de esto, nuestros fines en cualquier acción social. Es decir, el discurso, más que una reunión en la que una persona habla y otras escuchan, es en sí las aspiraciones a organizar la vida, los sentidos y la lectura del mundo.
Es en este punto que lo ideológico como discurso tiene cabida en la lectura de una realidad material, con respecto, efectivamente, a las vivencias como sujetos, clases, sectores o grupos. Si bien el lenguaje político es contextual, logra serlo por la unanimidad o consenso en cómo se entienden o perciben los diferentes actores sociales y en el que entra la ideología. Esta unanimidad es posible por aparatos de socialización que reproducen estos sentidos y, en últimas, son instrumentos para mantener unos significados y con ellos un orden social. Sin embargo, al no tener presente todos los intereses de la sociedad permite y requiere que surjan otros discursos que puedan responder a lo que el discurso y la administración dominante no atañe. Es decir, a partir de un discurso que es en sí mismo hegemónico y propende a un orden instaurador, aparece el discurso de quienes están inconformes y genera un conflicto, mientras que el discurso dominante no permitirá ser alterado. Es en este proceso en el que lo subalterno procura tener un lugar en el orden social, genera nuevos discursos a partir de los códigos de lenguaje propiamente construidos y aceptados en el nicho con el que comparte vivencias y visiones, de modo que logra legitimidad y recepción por parte de los demás.
Sin embargo, la resistencia local y subalterna es fácilmente silenciada, puesto que su rigor se encuentra únicamente en ámbitos locales, mientras que el discurso hegemónico tiene gran parte de los medios de reproducción y, por tanto, la legitimidad que posee es mayor. Esto implica que los discursos subalternos se pueden tomar como “malos” de acuerdo con la moral y los intereses que establezca la hegemonía de turno. Consideramos que una verdadera alteración a un orden político y económico que no integra o siquiera le interesa todas las partes de la sociedad, que calla las ideas que ya son partido político, las censura y lleva en sí todas las maneras de violencia política es la resistencia civil. Esto implica entender, significar y, si es necesario, transformar desde nuestro papel en la condición de clase social y en la división del trabajo social, a fin de que así el discurso político se convierta no solo en un mecanismo de comunicación que propende a un orden fijado, sino al acatamiento de todas las voces que hacen parte de una sociedad. Solo de esta forma se puede esperar que el discurso se desprenda de manera orgánica del lenguaje político propio. Entretanto, el discurso hegemónicamente imperante continuará con el poder tanto de la vida en todos sus niveles como de aquellos otros discursos y lenguajes que aparecen con la idea de cambiar las configuraciones que opacan el amplio significado de las palabras y su incidencia en las acciones.
REFERENCIAS
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Charaudeau, P. y Maingueneau, D. (2005). Diccionario de análisis del discurso. Buenos Aires: Amorrortu.
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Cortés Rodríguez, L. y Camacho Adarve, M. (2003). ¿Qué es el análisis del discurso? Barcelona: Octaedro.
Diccionario de Lingüística on line. (2013). Discurso. Recuperado de http://www.ub.edu/diccionarilinguistica/print/5514
Guerrero, N. y Vega, M. (2015). Reflexiones teóricas sobre discurso político e ideología: un análisis preliminar de las políticas de emprendimiento del gobierno de Piñera (Chile 2010-2014). Revista Uruguaya de Ciencia Política, 24(2), 105-1
Halliday, M. A. K. (1975). Language as social semiotics: towards a general sociolinguistic theory. En Language and society (pp. 169-201), Londres: Continuum.
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Herbert, T. (1966). Remarques pour une théorie générale des idéologies. Cahiers pour l'Analyse, 9, 74-92.1
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Voloshinov, V. (2009). El marxismo y la filosofía del lenguaje. Buenos Aires: Ediciones Godot Argentina.
Notas
1Filóloga y politóloga de la Universidad Nacional de Colombia. Magíster en Traducción de la Universidad de Antioquia.
EL LENGUAJE POLÍTICO SUBALTERNO EN ANTONIO GRAMSCI: LA CONSTITUCIÓN POLÍTICA DEL SUJETO
Juan Carlos García Lozano1
El “historicismo” no puede concebirse a sí mismo como expresable en forma apodíctica o preventiva, y ha de crear un gusto nuevo, y hasta un lenguaje nuevo como medios de lucha intelectual.
ANTONIO GRAMSCI
En las siguientes páginas se presenta un ejercicio de acercamiento al tópico del lenguaje político subalterno en Antonio Gramsci. Esta expresión literal no se encuentra de forma explícita en los escritos del autor, pero sí de forma relacional con respecto al historicismo absoluto, el sentido común y la hegemonía, los cuales se organizaron, fundamentalmente, a partir de la escritura de los Cuadernos de la cárcel, coyuntura en la que el problema de la praxis subalterna y la lucha política hegemónica de la nueva clase social emergente requerían un novedoso lenguaje, esto es, el lenguaje político subalterno.
En ese sentido, se aborda, en un primer momento, un contexto argumental sobre el lenguaje como concepción material del mundo, a fin de pasar luego a detallar el momento en que Gramsci considera la tarea política de forjar un nuevo lenguaje para los grupos y las clases subalternas en ascenso, en el entendido de que el horizonte está trazado por un proyecto hegemónico revolucionario. En un tercer momento se detalla la preocupación del autor con respecto al sentido común con el propósito de articular con él un ejercicio desde la filosofía de la praxis, es decir, de una nueva ciencia política que retome la condición subalterna de los sujetos sociales para su cabal transformación.
De esta forma, podemos sostener como propuesta esquemática que una lucha hegemónica por la dirección intelectual y moral de los subalternos pasa por determinar la crítica del sentido común dominante en la sociedad, y así con él asumir con radicalidad la puesta en práctica del buen sentido en un nuevo lenguaje político subalterno, abiertamente a favor de la autonomía de los sujetos políticos y las subjetividades habidas y por haber.
LA CONCEPCIÓN MATERIALISTA DEL LENGUAJE
Mi mismo estudio profesional de las formas técnicas del lenguaje me obsesiona al representarme toda expresión de formas fosilizadas y osificadas que me producen repugnancia.
ANTONIO GRAMSCI, CARTA A JULIA SCHUCHT, CÁRCEL DE TURÍN, 9 DE FEBRERO DE 1929
Peter Ives (2004; 2017) sostiene en sendos estudios que en los escritos de Antonio Gramsci existe una política del lenguaje, entendiendo por tal un “terreno de lucha” en el que el lenguaje es central para la formación del Estado y, en esa medida, donde existen raíces lingüísticas para la concepción de la hegemonía. Por tanto, es posible señalar que, de acuerdo con Ives, en efecto, en Gramsci existe una política del lenguaje en relación con el ejercicio del poder político desde lo subalterno. Esta política del lenguaje, traducida en la lectura de Gramsci, implica una nueva concepción del mundo crítica del orden social.
En esta medida, si, en efecto, se conecta el lenguaje con la hegemonía y, por ende, con el Estado moderno capitalista, es importante considerar en Gramsci el estudio de la lingüística como aquella ciencia que estudia la transformación histórica de las lenguas en un Estado moderno. Esta lectura implica una toma de posición con respecto a cómo se concibe el historicismo absoluto en Gramsci: a partir del principio según el cual la humanidad crea su propia historia, y al tomar como sustento las condiciones que le son dadas por el pasado, fundamentalmente, por la cultura acumulada. De esta manera, la historia, leída desde Gramsci, la construyen los hombres y las mujeres con sus luchas relacionales entre gobernantes y gobernados; ellos y ellas crean y organizan su propio tiempo, así como su propio espacio de fuerzas (Salles, 2012).
Al respecto podemos considerar las contribuciones de Schirru (2017) y Carlucci (2017) cuando plantean la preocupación de Gramsci por la lingüística, pues justamente este interés da a la par con su inquietud por la hegemonía como dirección intelectual y moral, así como la crítica a la democracia de corte liberal que se agota en la representación. Recordemos que glotología se denominaba en Italia el estudio de la lingüística, y Gramsci, aún un joven estudiante en Turin a comienzos de la segunda década del siglo xx, asumió con seriedad su estudio y análisis hasta donde le fue posible, antes de embarcarse en las luchas políticas de su tiempo. De ahí que es fundamental en este periodo juvenil seguirle los pasos al profesor de Antonio Gramsci en la universidad, Matteo Bartoli.
En efecto, con el profesor Bartoli Gramsci aprenderá la preocupación por la historia del lenguaje como fundamento de la lucha política en el contexto italiano, la cual asumirá en Turín y cuyo vertiginoso proceso lo llevará años más tarde a crear su propia concepción del materialismo histórico, afincado este en la creación histórica de la hegemonía entre los grupos y las clases subalternas. Sobre el particular, Schirru sostiene con fundamento lo siguiente: “La lingüística pudo, por lo tanto, ser también la perspectiva desde la cual Gramsci absorbió inicialmente al marxismo” (Schirru, 2017, p. 67). La lingüística cumplió en Gramsci un papel central, le enseñó el problema de la dirección política e intelectual a partir del lenguaje, entendiendo por este una concepción del mundo de cuño materialista, práctico.
Por otra parte, el estudioso Bentivegna (2013) argumenta que a partir de las enseñanzas de su maestro Bartoli Gramsci se reconocerá en la articulación del lenguaje con las cuestiones histórico-culturales y la praxis crítica que sobreviene a esta realidad, cuando la cultura es un campo en disputa, justamente por la dirección del sentido común. En esta medida, Gramsci, con el estudio impartido por el profesor Bartoli, se encuentra con un modelo materialista del lenguaje que asume a un tiempo la heterogeneidad y el conflicto social en pos de su transformación.
Señala también Bentivegna, a propósito de la materialidad de la lengua en la concepción de Bartoli y luego en su hábil discípulo Gramsci: “Los procesos económicos y los procesos sociales son, en definitiva, procesos lingüísticos: «juegos de lenguaje» como sostiene Wittgenstein en las Investigaciones filosóficas” (2013, p. 49).
Lo anterior nos permite pasar a considerar que puede haber una relación complementaria entre los saberes linguísticos de Gramsci y Wittgenstein, así como con respecto a lo investigado por Voloshinov y Bajtín (Balsa, s. f.). Con respecto a Wittgenstein, en este breve comentario Mancuso sostiene:
Existe una fundamental coincidencia teórica, en cuanto a la elaboración de categorías explicativas y metodologías comunes a gran parte de la intelectualidad occidental en torno a la elaboración de una teoría crítica del sujeto, de la sociedad y de los límites del (auto) conocimiento. (Mancuso, 2010, 16)
Con lo cual sostenemos que, en efecto, Gramsci y Wittgenstein tienen en común “interrelaciones ideológico-textuales” que deben estudiarse en una discusión en torno a la política del lenguaje o a una teoría crítica del sujeto, y en el caso de Gramsci del sujeto subalterno.
Al respecto, y a modo de sugerencia final, a fin de incitar al pensamiento y la intuición, la denominada política del lenguaje, según Ives (2017), nos colocaría de frente con el cuestionamiento del sentido común como concepción acrítica del mundo y, por esa vía, de la hegemonía en cuanto realidad histórica en construcción (Ives, 2004; Nun, 2015). Esta crítica del sentido común dominante debe surgir cuando se asume con seriedad la catarsis en los procesos históricos fundamentales, lo cual significa que es el momento preciso cuando el sujeto gana conciencia, historicidad y autonomía política. Así, entonces, es con la emergencia de la catarsis —en cuanto crítica del sentido común— cuando, en efecto, surge una nueva política del lenguaje de corte materialista.
Retomemos directamente a Gramsci: “La fijación del ‘momento catártico’ se convierte así, me parece, en el punto de partida para toda la filosofía de la praxis; el proceso catártico coincide con la cadena de síntesis que son resultado del desarrollo dialéctico” (Gramsci, citado en Valderrama, 2016, p. 24).
Si esto es así, una política del lenguaje en Gramsci debe asumir el proceso catártico de la historia frente a una nueva concepción del mundo, con un nuevo decir y un nuevo hacer. Esto es, la creación humana de un nuevo sentido común, lo cual implica de suyo una nueva forma de hacer ciencia política, entendiendo por tal una ciencia para la praxis y la autonomía. Señala, justamente, Fernández Buey: “La originalidad de Gramsci, y en particular, la originalidad de su marxismo, se debe en gran parte a la voluntad de expresar en una forma nueva una nueva forma de hacer política” (2001, p. 203).
EL PROBLEMA DE LA ALIANZA DE CLASES
A nosotros nos interesan los intelectuales como masa, y no solo como individuos.
ANTONIO GRAMSCI (2013A, P. 181)
Para Antonio Gramsci el problema del lenguaje se presenta de modo privilegiado cuando él trata de asumir las tareas históricas de la dirección intelectual y moral en la organización del Partido Comunista Italiano. Esto es, cuando piensa como intelectual orgánico el problema de cómo el proletariado, y con él las clases subalternas, se transforman en clases dirigentes. En esta nueva dirección intelectual y moral se revela el problema histórico del lenguaje y su función en la hegemonía.
En especial, nos referimos al año 1926 con el texto inacabado “Algunos temas de la cuestión meridional” (Gramsci, 2013a, pp. 175-182), que estaba en buena medida redactando cuando fue capturado por la policía fascista, en plena persecución a la oposición política que había decretado el Duce Benito Mussolini, con lo cual perdió Gramsci su inmunidad como parlamentario.
En efecto, el problema de la dirección intelectual y moral, un problema político con respecto a pensar el Estado capitalista, se asume en Gramsci también como un problema que pone en escena la preocupación por los lenguajes políticos, los lenguajes de la dirección y de la organización. ¿Cómo el proletariado puede obtener el consenso de amplias masas campesinas tradicionalmente pasivas y apolíticas?; lo cual es tanto como decir: ¿cómo crear un sistema de “alianzas de clase” que le permita al proletariado movilizar contra el capitalismo y el Estado burgués a la mayoría de la población campesina?
La reforma intelectual y moral que Gramsci está pensando desde 1926 plantea tareas prácticas en la organización, en la disciplina y en la dirección de los comunistas tanto en términos individuales como colectivos. En general, esta discusión se da en términos de lo que debería ser el partido político, con la construcción, ahora sí, de un nuevo príncipe, como lo reconocerá algunos años más adelante en sus Cuadernos de la cárcel. En esta coyuntura de 1926, pensando la difícil cuestión meridional es cuando Gramsci subraya el interés por “despojarse de todo residuo corporativo”, de todo prejuicio y egoísmo que tiene o pueda tener la clase obrera italiana con respecto a los demás sujetos sociales y políticos. Las nuevas tareas históricas con el fascismo imponen a la clase obrera italiana asumir el problema de pensar la dirección de los campesinos y de los intelectuales en términos de asumir ser la clase fundamental a fin de, a partir de allí, construir un socialismo democrático.
Para Gramsci era clara la necesidad histórica de reconocer el estado en el que se encuentra la “estructura meridional” de Italia. Según sus palabras, “la sociedad meridional es un gran bloque agrario constituido por tres estratos sociales: la gran masa campesina amorfa y disgregada, los intelectuales de la pequeña y mediana burguesía rural, los grandes propietarios terratenientes y grandes intelectuales” (Gramsci, 2013a, p. 177).
Esta “estructura meridional” así formada, con sus estratos definidos, presenta características propias: los campesinos, aunque en fermentación activa, no son capaces de dar una “expresión centralizada a sus aspiraciones y a sus necesidades”; a su vez, el estrato medio de los intelectuales recibe los impulsos políticos e ideológicos de los campesinos, pero no basta; por su parte, los grandes propietarios, junto con los grandes intelectuales, centralizan y dominan lo político y lo ideológico como un conjunto de manifestaciones no orgánicas.
Lo anterior quiere decir que existe entre los campesinos el gran problema de la expresión de sus intereses, a quienes no logran organizar los intelectuales medios ni los liberales. Además, pese a tener la cuestión meridional el acompañamiento de grandes intelectuales, como, por ejemplo, Giustino Fortunato y Benedetto Croce, ambas figuras encarnan la reacción italiana, por lo cual, frente a ellos, los campesinos meridionales no pueden ganar autonomía política ni menos la transformación del sentido común. Fortunato y Croce, por el contrario, lo que quieren es reproducir la condición subalterna de los campesinos meridionales y también de los obreros; al hacerlo, cumplen la función de separar de la posible dirección intelectual y moral a los subalternos. Por tanto, Fortunato y Croce no son intelectuales democráticos.
Volvemos así a poner en discusión la relevancia histórica de la dirección intelectual y moral con respecto a la importancia que esta tiene para pensar el problema de la “estructura meridional” italiana. Este problema histórico tiene que ver con la formación del Estado italiano, proceso que sobreviene con el risorgimento (Gramsci, 2010). Es por esto que Gramsci describe el problema de los intelectuales meridionales en términos de cómo ellos encarnan la burocracia estatal con sus taras y limitaciones; de este modo, en la medida en que tienen aversión hacia el campesinado llegan a ser intelectuales reaccionarios, aliados del gran propietario y del gobierno de turno, también centralista.
No obstante, los intelectuales meridionales han intentado escapar del bloque agrario tradicional, jerarquizado por los tres estratos citados algunos párrafos atrás. Para confirmarlo, Gramsci sostiene que hubo un acumulado cultural y de inteligencia en individuos sueltos o en reducidos grupos de grandes intelectuales. Sin embargo, al tiempo que se reconoce la importancia política del “meridionalismo”, todo esto debe leerse y analizarse también a partir de los moderadores políticos e intelectuales Fortunato y Croce. Este proceso central será pensado tiempo después en los Cuadernos de la cárcel, a propósito del tema de los intelectuales y su función política en la dirección intelectual y moral (Kanoussi, 2007).
Enseña Gramsci que Fortunato y Croce, reaccionarios por demás, en tanto intelectuales meridionales de formación, han conseguido que el sur campesino, es decir, la cuestión meridional, no se haga autónoma ni revolucionaria. Además, lo han hecho al desmotivar la formación colectiva de la unidad campesina, al enseñar que no pueden ser dirigentes de sus propios procesos (Gramsci, 1975, pp. 203-253).
Fortunato y Croce, grandes hombres de cultura e inteligencia que nacieron en el sur italiano, han ido más allá: han estado ligados integralmente a la cultura europea y mundial. En concreto, especialmente con la filosofía liberal de Croce se ha accedido a una “nueva concepción del mundo” en el sur, superando al catolicismo en su tarea histórica. Esto da a entender que Croce ha separado a los intelectuales radicales del sur de las mismas masas campesinas, permitiéndoles participar en la cultura nacional y europea. Con esto, piensa Gramsci, Fortunato y Croce han hecho “absorber por la burguesía nacional” a los campesinos del sur, es decir, por la acción del bloque agrario.
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