Kitabı oku: «La espiritualidad puritana y reformada», sayfa 3
1. La conciencia de que no somos nuestros, sino que pertenecemos a Dios. Vivimos y morimos para Él, conforme a la regla de su Palabra. Así pues, la abnegación no está centrada en uno mismo, como a menudo era el caso en el monasticismo medieval, sino en Dios.132Nuestro mayor enemigo no es ni el diablo ni el mundo, sino nosotros mismos.
2 El deseo de buscar las cosas del Señor mediante nuestras vidas enteras. La abnegación no deja lugar al orgullo, la lascivia o la mundanalidad. Es opuesta al amor propio porque es el amor a Dios.133Toda la orientación de nuestra vida debe ser hacia Dios.
3. El compromiso de entregarnos nosotros mismos y todo lo que poseemos a Dios como sacrificio vivo. Entonces, estaremos preparados para amar a los demás y estimarlos mejores que nosotros mismos –no viéndolos como son en sí mismos, sino viendo la imagen de Dios en ellos–. Esto desarraiga nuestro amor por las disensiones y por nosotros mismos, y lo reemplaza por un espíritu de amabilidad y servicio.134Nuestro amor por los demás, entonces, fluye del corazón, y nuestro único límite para ayudarles es el límite de nuestros recursos.135Los creyentes son alentados a perseverar en la abnegación por lo que el evangelio promete acerca de la futura consumación del Reino de Dios. Tales promesas nos ayudan a superar todo obstáculo que se opone a la renuncia a uno mismo, y nos asisten para soportar la adversidad.136
Más aún, la abnegación nos ayuda a encontrar la verdadera felicidad, porque nos ayuda a hacer aquello para lo que fuimos creados. Fuimos creados para amar a Dios sobre todas las cosas y a nuestro prójimo como a nosotros mismos. La felicidad es el resultado de tener este principio restaurado. Sin la abnegación, como dice Calvino, podemos poseerlo todo sin poseer un ápice de verdadera felicidad.
Llevar la cruz
Mientras que la abnegación se centra en la conformidad interna a Cristo, llevar la cruz se centra en la semejanza externa a Cristo. Quienes están en comunión con Cristo deben prepararse para una vida dura y penosa, llena de muchos tipos de males, dice Calvino. Esto no es, simplemente, debido al efecto del pecado en este mundo caído, sino a causa de la unión del creyente con Cristo. Puesto que su vida fue una perpetua cruz, la nuestra también debe incluir sufrimiento.137 No solamente participamos de los beneficios de su obra expiatoria en la cruz, sino que también experimentamos la obra del Espíritu por la que nos transforma a la imagen de Cristo.138
Llevar la cruz prueba la piedad, dice Calvino. Llevando la cruz somos despertados a la esperanza, entrenados en la paciencia, instruidos en la obediencia y corregidos en el orgullo. Llevar la cruz es nuestra medicina y nuestro escarmiento. Revela la debilidad de nuestra carne y nos enseña a sufrir por amor a la justicia.139
Felizmente, Dios promete estar con nosotros en todos nuestros sufrimientos. Incluso transforma el sufrimiento asociado a la persecución en consuelo y bendición.140
La vida presente y la futura
Llevando la cruz, aprendemos a tener desprecio por la vida presente, cuando la comparamos con las bendiciones del cielo. Esta vida no es nada comparada con lo que ha de venir. Es como humo o sombra. “Si el cielo es nuestra patria, ¿qué otra cosa es la tierra sino nuestro lugar de exilio? Si la partida del mundo es la entrada en la vida, ¿qué otra cosa es el mundo sino un sepulcro?” –pregunta Calvino–.141 “Nadie ha hecho progreso en la escuela de Cristo si no espera alegremente el día de la muerte y resurrección final” –concluye–.142
Típicamente, Calvino usa el complexio oppositorum cuando explica la relación del cristiano con este mundo, presentando extremos para encontrar un término medio entre ellos. Así pues, por un lado, llevar la cruz nos crucifica al mundo y el mundo a nosotros. Por otro lado, el cristiano devoto disfruta de esta vida presente, aunque con la debida restricción y moderación, pues es enseñado a usar de las cosas de este mundo con el propósito para el que Dios las destinó. Calvino no era un asceta. Disfrutaba de la buena literatura, la buena comida y las bellezas de la naturaleza. Pero rechazaba toda forma de exceso terrenal. El creyente es llamado a la moderación de Cristo, que incluye modestia, prudencia, huida de la exhibición y contentamiento con la situación que nos ha tocado,143pues es la esperanza de la vida que ha de venir la que da propósito y disfrute a nuestra vida presente. Esta vida siempre está procurando una vida celestial mejor.144
¿Cómo es posible, entonces, para el cristiano verdaderamente piadoso mantener un equilibrio adecuado, disfrutando de los regalos que Dios da en este mundo a la vez que evita la trampa de la auto-indulgencia? Calvino ofrece cuatro principios para orientarnos:
1. Reconocer que Dios es el proveedor de todo don bueno y perfecto. Esto debería restringir nuestras concupiscencias, porque nuestra gratitud a Dios por sus dones no se puede expresar mediante una codiciosa recepción de ellos.
2. Entender que, si tenemos pocas posesiones, debemos soportar nuestra pobreza pacientemente para que no caigamos en deseos desordenados.
3. Recordar que somos administradores del mundo en que Dios nos ha colocado. Pronto tendremos que darle cuenta de nuestra administración.
4. Saber que Dios nos ha llamado para sí mismo y su servicio. A causa de este llamamiento, nos esforzamos por cumplir con nuestras tareas en su servicio, para su gloria y bajo su ojo vigilante y benevolente.145
La obediencia
Para Calvino, la obediencia incondicional a la voluntad de Dios es la esencia de la piedad. La piedad vincula el amor, la libertad y la disciplina sujetándolos todos a la voluntad y Palabra de Dios.146El amor es el grandioso principio que impide que la piedad degenere en el legalismo. Al mismo tiempo, la ley proporciona el contenido para el amor.
La piedad incluye reglas que gobiernan la respuesta del creyente. Privadamente, estas reglas toman la forma de la abnegación y el llevar la cruz; públicamente, son expresadas en el ejercicio de la disciplina eclesial, lo que Calvino puso en práctica en Ginebra. En cualquier caso, la gloria de Dios impone la obediencia disciplinada. Para Calvino, el cristiano piadoso no es ni débil ni pasivo, sino dinámicamente activo en el seguimiento de la obediencia, muy similar a un corredor de distancias, un colegial diligente o un guerrero heroico, sometiéndose a la voluntad de Dios.147
En el prefacio de su comentario a los Salmos, Calvino escribe: “Ésta es la verdadera prueba de nuestra obediencia, en la que, diciendo adiós a nuestros afectos, nos sujetamos a Dios y permitimos que nuestras vidas sean de tal manera gobernadas por su voluntad que cosas muy amargas y duras para nosotros –porque vienen de Él– se tornan dulces”.148“Dulce obediencia”: Calvino acogió de buen agrado tales descripciones. Según I. John Hesselink, Calvino describió la vida piadosa con palabras como “dulce”, “dulcemente” o “dulzura” cientos de veces en su Institución, comentarios, sermones y tratados. Calvino escribe sobre la dulzura de la ley, la dulzura de Cristo, la dulzura de la consolación en medio de la adversidad y la persecución, la dulzura de la oración, la dulzura de la Cena del Señor, la dulzura de la divina oferta gratuita de la vida eterna en Cristo, y la dulzura de la gloria eterna.149
Escribe sobre el dulce fruto de la elección, además, diciendo que finalmente este mundo y todas sus glorias pasarán. Lo que nos da seguridad de salvación y esperanza de la vida que ha de venir es que hemos sido “escogidos en Cristo desde antes de la fundación del mundo” (Ef. 1:4).150Jamás seremos claramente persuadidos…de que nuestra salvación emana del manantial de la misericordia gratuita de Dios hasta que conozcamos el dulce fruto de la elección eterna de Dios”.151
Conclusión
Calvino se esforzó por vivir él mismo la vida de pietas –teológica, eclesiástica y prácticamente–. Al final de la vida de Calvino, Teodoro de Beza escribió: “Habiendo sido espectador de su conducta durante dieciséis años…, puedo ahora declarar que en él todos los hombres pueden ver un muy bello ejemplo del carácter cristiano, un ejemplo que es tan fácil de calumniar como difícil de imitar.152
Calvino nos muestra la piedad de un ferviente teólogo reformado que habla desde el corazón. Habiendo gustado la bondad y gracia de Dios en Jesucristo, siguió la piedad buscando conocer y hacer la voluntad de Dios cada día. Tuvo comunión con Cristo, practicó el arrepentimiento, la abnegación y el llevar la cruz, y se involucró en importantes mejoras sociales.153Su teología se concretó en la piedad sincera centrada en Cristo.154
Para Calvino y los reformadores de la Europa del siglo XVI, doctrina y oración, así como fe y adoración, están íntegramente relacionados. Para Calvino, la Reforma incluye la reforma de la piedad ( ) o espiritualidad tanto como una reforma de la teología. La espiritualidad que había sido enclaustrada entre los muros de los monasterios durante siglos se había colapsado. La espiritualidad medieval quedó reducida a una devoción célibe, ascética y penitente en el convento o monasterio. Pero Calvino ayudó a los cristianos a entender la piedad en términos de vivir y actuar cada día conforme a la voluntad de Dios (Ro. 12:1-2), en medio de la sociedad humana. Mediante la influencia de Calvino, la espiritualidad protestante se centró en cómo vivir la vida cristiana en la familia, el campo, la fábrica y el mercado.155Calvino ayudó a los protestantes a cambiar por completo el centro de la vida cristiana.
La enseñanza, predicación y catequismo de Calvino fomentó el crecimiento de la relación entre los creyentes y Dios. La piedad significa experimentar la santificación como una obra divina de renovación expresada en arrepentimiento y justicia, que progresa mediante el conflicto y la adversidad, de manera similar al ejemplo de Cristo. En tal piedad, la oración y la adoración son centrales, tanto en privado como en la comunidad de los creyentes.
Calvino dirigiéndose al consejo de la ciudad de Ginebra por última vez
La adoración de Dios siempre es principal, pues nuestra relación con Dios tiene preferencia sobre todo lo demás. Esta adoración, sin embargo, se expresa mediante el modo en que vive el creyente su vocación y trata a su prójimo, pues nuestra relación con Dios se ve más concretamente en la transformación de toda relación humana. La fe y la oración, puesto que transforman a cada creyente, no pueden ocultarse. En última instancia, por tanto, deben transformar a la Iglesia, la comunidad y el mundo.
La última visita de Guillermo Farel a Calvino en su lecho de muerte
- 2-DANDO SENTIDO A LAS PARADOJAS DE CALVINO SOBRE LA SEGURIDAD DE LA FE
La doctrina de Calvino de la seguridad de la fe está repleta de paradojas que, a menudo, han sido malinterpretadas, incluso por eruditos de Calvino. Por ejemplo, William Cunningham (1805-1861), un fiel erudito calvinista, escribe: “Calvino nunca se contradijo tan llana y palpablemente como [cuando], en inmediata relación con la definición dada por él de la fe salvífica, hizo afirmaciones, con respecto a la condición de la mente que puede existir en los creyentes, que no pueden reconciliarse con la definición formal”.156
Después de presentar, brevemente, la visión de Calvino de la fe y la seguridad, y su paradójica relación, me centraré en cuatro principios desde los que opera Calvino. Cada cual ayudará a dar sentido a las aparentes contradicciones de Calvino sobre la seguridad. Combinados, estos principios confirman la tesis de que Calvino realmente desarrolló una doctrina bíblica de la seguridad que confirma las experiencias espirituales al inicio y a lo largo de la vida de fe.157
La naturaleza y definición de la fe
La doctrina de Calvino de la seguridad afirma los principios básicos de Martín Lutero y Ulrico Zwinglio, y manifiesta énfasis propios. Al igual que Lutero y Zwinglio, Calvino dice que la fe nunca es, meramente, asentimiento (assensus), sino que implica tanto conocimiento (cognitio) como confianza (fiducia). Afirma que conocimiento y confianza son dimensiones salvíficas de la fe, antes que cuestiones nocionales. Para Calvino, la fe no es la suma de conocimiento histórico y asentimiento salvífico, como algunos de sus sucesores enseñarían, sino que la fe es un conocimiento salvífico y cierto unido a una confianza salvífica y segura.158
Calvino sostuvo que el conocimiento es fundamental para la fe. El conocimiento descansa sobre la Palabra de Dios, que es esencialmente las Sagradas Escrituras, así como el evangelio y su proclamación.159La fe se origina en la Palabra de Dios. La fe descansa firmemente en la Palabra de Dios; siempre dice amén a las Escrituras.160Por ende, la seguridad debe buscarse en la Palabra y fluye de la Palabra.161La seguridad es tan inseparable de la Palabra como los rayos lo son del sol.
La fe también es inseparable de Cristo y la promesa de Cristo, pues la totalidad de la Palabra escrita es la Palabra viva, Jesucristo, en quien todas las promesas de Dios son “sí y amén”.162La fe descansa en el conocimiento bíblico y en las promesas que apuntan a Cristo y se centran en Cristo. La fe verdadera recibe a Cristo como es revestido en el evangelio y ofrecido, de gracia, por el Padre.163
Ulrico Zwinglio
Así pues, la fe verdadera se centra en las Escrituras en general y, en particular, en la promesa de la gracia de Dios en Cristo. Calvino hace, en gran medida, de las promesas de Dios el fundamento de la seguridad, pues estas promesas están basadas en la misma naturaleza de Dios, que no puede mentir. Puesto que Dios promete misericordia a los pecadores en su miseria, la fe se apoya en tales
promesas.164Las promesas son cumplidas por Cristo. Por tanto, Calvino dirige a los pecadores a Cristo y a las promesas como si fueran sinónimos.165Si se entiende adecuadamente, la fe descansa y se apropia de las promesas de Dios en Cristo que se hacen conocidas en la Escritura.166
Puesto que la fe adquiere su carácter de la promesa en que descansa, toma el sello infalible de la misma Palabra de Dios. En consecuencia, la fe posee la seguridad en su misma naturaleza. Seguridad, certeza, confianza –tal es la esencia de la fe. Esta fe segura en sí misma y para el creyente es el don del Espíritu Santo a los elegidos. El Espíritu convence al pecador elegido de la fiabilidad de la promesa de Dios en Cristo y le concede fe para recibir esa Palabra.167
En resumen, para Calvino la fe cierta implica, necesariamente, conocimiento salvífico, las Escrituras, Jesucristo, las promesas de Dios, la obra del Espíritu Santo y la elección. Dios mismo es la seguridad de los elegidos. La seguridad está gratuitamente fundamentada en Dios.168
En consecuencia, la definición formal de la fe de Calvino se lee de este modo: “Por tanto, podemos obtener una definición perfecta de la fe si decimos que es un conocimiento firme y cierto de la voluntad de Dios respecto a nosotros, fundamentado sobre la verdad de la promesa gratuita hecha en Jesucristo, revelada a nuestro entendimiento y sellada en nuestro corazón por el Espíritu Santo”.169En esencia, Calvino acentúa que la fe es la seguridad de la promesa de Dios en Cristo, e implica a todo el hombre en el uso de la mente, la aplicación al corazón y la rendición de la voluntad.170
La seguridad de la esencia de la fe
Más concretamente, Calvino argumenta que la fe implica algo más que creer objetivamente en la promesa de Dios: implica seguridad personal y subjetiva. Al creer en la promesa de Dios a los pecadores, el verdadero creyente reconoce y
celebra que Dios es gracioso y benevolente para con él en particular. La fe es un conocimiento seguro “de la voluntad de Dios respecto a nosotros…, revelada a nuestro entendimiento…, sellada en nuestro corazón”.171 La fe recibe la promesa del evangelio como algo más que una abstracción impersonal: es inseparable de la certeza personal. Calvino escribe: “Lo esencial de la fe consiste en que no pensemos que las promesas de misericordia que el Señor nos ofrece son verdaderas solamente fuera de nosotros; sino más bien que, al recibirlas en nuestro corazón, las hagamos nuestras”.172
El joven Calvino exponiendo la Biblia a una familia en Bourges
Así pues, como observa Robert Kendall, Calvino reiteradamente describe la fe como “certeza (certitudino), una firme convicción (solido persuasio), seguridad (securitas), firme seguridad (solida securitas) y plena seguridad (plena securitas).173Si bien la fe consiste en conocimiento, también se caracteriza por una ferviente seguridad que es “una posesión cierta y segura de las cosas que Dios ha prometido”.174
Calvino enfatiza también, a través de sus comentarios, que la seguridad forma parte de la fe.175Dice que aquél que cree pero carece de la convicción de que es salvo por Dios, no es un verdadero creyente, después de todo. Escribe:
En conclusión, no hay nadie verdaderamente creyente sino aquél que, absolutamente persuadido de que Dios es su Padre propicio y benévolo, se promete de la liberalidad de este su Dios todas las cosas; y aquél que, confiado en las promesas de la benevolencia de Dios para con él, concibe una indubitable esperanza de su salvación…Afirmo, pues, que solamente es creyente el que confiado en la seguridad de su salvación no se preocupa en absoluto del Diablo y de la muerte, sino que osadamente se burla de ellos.176
Calvino dice que los verdaderos creyentes deben saber y saben que lo son: “Permanezca, entonces, firme esta verdad: que nadie puede llamarse hijo de Dios si no sabe que lo es. Esta seguridad tan grande, que se atreve a triunfar sobre el diablo, la muerte, el pecado y las puertas del infierno, debiera morar en lo profundo del corazón de todos los santos, pues nuestra fe no es nada a menos que estemos seguros de que Cristo es nuestro, y de que el Padre es en Él propicio para con nosotros”.177Haciendo una exégesis de 2 Corintios 13:5, Calvino incluso afirma que quienes dudan de su unión con Cristo son reprobados: “[Pablo] declara que son reprobados todos los que dudan de que profesan a Cristo y son parte de su cuerpo. Consideremos, por tanto, fe adecuada sólo la que nos lleva a reposar seguros en el favor de Dios, sin opiniones vacilantes, sino con una seguridad firme e inquebrantable”.
Este tipo de afirmación llevó a William Cunningham y Robert Dabney a acusarlo de imprudencia.178Diversos pasajes de la Institución, comentarios y sermones de Calvino, sin embargo, también presentan un formidable número de afirmaciones igualmente intensas y tajantes.
La fe y la seguridad frente a la incredulidad
A través de su elevada doctrina de la fe, Calvino repite estos temas: con dificultad muere la incredulidad; la seguridad a menudo es probada por la duda; severas tentaciones, luchas y contiendas son la norma; Satanás y la carne arremeten contra la fe; la confianza en Dios es asediada por el temor.179Calvino de sí mismo reconoce que la fe no se retiene sin un severo combate contra la incredulidad, ni está libre de dudas y ansiedad. Escribe: “La fe siempre está mezclada, en todos los hombres, con la incredulidad… Pues la incredulidad está tan hondamente arraigada en nuestros corazones, y tan inclinados nos sentimos a ella que, aunque todos confiesan que Dios es veraz, ninguno se convence de ello sin gran dificultad y grandes luchas. Principalmente cuando llega el momento de la prueba y cuando las tentaciones nos oprimen, las dudas y vacilaciones descubren el vicio que permanecía oculto”.180
Según Calvino, la fe debiera ser segura, pero no existe una seguridad perfecta en esta vida. El creyente no estará completamente sano de la incredulidad hasta que muera. Aunque la fe misma no puede dudar, la fe es constantemente asaltada por la tentación de la duda.181El cristiano se esfuerza, pero nunca logra del todo una seguridad ininterrumpida.
Calvino concede diversos grados de fe. Aunque fuentes secundarias a menudo le quitan importancia, Calvino usa conceptos como “infancia de la fe”, “comienzos de la fe” y “fe débil” con más frecuencia incluso que Lutero.182Toda fe comienza en la infancia, dice Calvino. Escribe: “La paciencia de Cristo es grande al considerar discípulos a aquéllos cuya fe es tan pequeña. Y, de hecho, esta doctrina se extiende a todos nosotros en general; pues la fe que ahora es plenamente madura tuvo su infancia al principio, y tampoco es tan perfecta en ninguno como para que no le sea necesario hacer progreso en ella”.183
Exponiendo el proceso de maduración de la fe más que sus secretos comienzos o realización final, Calvino afirma que la seguridad es proporcional al desarrollo de la fe. Más concretamente, presenta al Espíritu Santo no sólo como el iniciador de la fe, sino también como la causa y sustentador de su crecimiento.184La fe, el arrepentimiento, la santificación y la seguridad son todos progresivos.185
Exponiendo Juan 20:3, Calvino parece contradecir su afirmación de que los verdaderos creyentes saben que lo son, cuando testifica que los discípulos no eran conscientes de su fe al acercarse a la tumba vacía: “Habiendo tan poca fe o, más bien, casi ninguna fe, tanto en los discípulos como en las mujeres, es asombroso que tuviesen un celo tan grande. Y, de hecho, no es posible que sentimientos religiosos les llevaran a buscar a Cristo. Alguna semilla de fe, por tanto, permaneció en sus corazones, pero ahogada durante algún tiempo, de modo que no eran conscientes de tener lo que tenían. Así pues, el Espíritu de Dios a menudo opera en los elegidos de manera secreta” [el énfasis es mío].186
Esto nos lleva a preguntar: ¿Cómo puede decir Calvino que la fe legítima está caracterizada por una plena seguridad y, al mismo tiempo, conceder un tipo de fe que carece de seguridad? Los dos conceptos parecen antitéticos. La seguridad está libre de dudas y, a la vez, no lo está. No duda y, sin embargo, puede dudar. Es firme, pero puede ser asaltada por la ansiedad. Los fieles tienen seguridad y, sin embargo, vacilan y tiemblan.
Dando sentido a las antinomias
Calvino operó desde cuatro principios que tratan esta compleja cuestión. Cada uno ayuda a dar sentido a sus aparentes contradicciones.
• Fe y experiencia
En primer lugar, consideremos la necesidad de Calvino de distinguir entre la definición de fe y la realidad de la experiencia del creyente. Tras explicar la fe en la Institución como proveedora de “gran seguridad”, Calvino escribe:
“Mas dirá alguno, que es muy distinto lo que los fieles experimentan. No solamente se sienten muchísimas veces tentados por la duda para reconocer la gracia de Dios, sino que con frecuencia se quedan atónitos y aterrados por la vehemencia de las tentaciones que sacuden su entendimiento. Esto no parece estar muy de acuerdo con la certidumbre de la fe antes expuesta. Es menester, por lo tanto, solucionar esta dificultad, si queremos que la doctrina propuesta conserve su fuerza y valor. Cuando nosotros enseñamos que la fe ha de ser cierta y segura, no nos imaginamos una certidumbre tal que no sea tentada por ninguna duda, ni concebimos una especie de seguridad al abrigo de toda inquietud”.187
Más adelante, escribe Calvino: “Y no he olvidado lo que antes dije, cuya memoria es renovada, repetidamente, por la experiencia: que la fe es sacudida por diversas dudas, de modo que las mentes de los santos raramente están en paz”.188
Estas citas y otros escritos (muy notablemente cuando tratan del fortalecimiento sacramental de la fe)189indican que, aunque Calvino ansía definir la fe al lado de la seguridad, también reconoce que el cristiano va creciendo gradualmente en una fe más plena en las promesas de Dios. Este reconocimiento está implícito en el empleo de Calvino de expresiones como “plena fe” en las promesas de Dios, como si estuviera distinguiendo entre el ejercicio de la fe y lo que llama “plena fe”. En resumen, Calvino distingue entre el “debería” de la fe y el “es” de la fe en la vida diaria. Escribe: “Con estas palabras prueba que no hay verdadera fe en el hombre más que cuando, libremente y con un corazón pletórico de seguridad, osa presentarse ante el acatamiento divino; osadía que no puede nacer más que de una absoluta confianza en nuestra salvación y en la benevolencia divina. Lo cual es tan cierto que muchas veces el nombre de fe se toma como sinónimo de confianza… Cuando algo es definido, hemos de…buscar su misma integridad y perfección. Ahora bien, esto no significa negar un lugar para el crecimiento”.190
La definición de Calvino de la fe sirve como recomendación de cómo deberían sus lectores “habitual y apropiadamente pensar en la fe”.191La fe siempre debiera apuntar hacia la plena seguridad, incluso si no puede alcanzar perfecta seguridad en la experiencia. En principio, la fe gana la victoria (1 Juan 5:4); en la práctica, reconoce que aún no ha comprendido plenamente (Fi. 3:12-13).
No obstante, la práctica y experiencia de la fe –por débil que a veces pueda ser–, valida la fe que confía en la Palabra. Calvino no está tan interesado en la experiencia como en validar la fe fundamentada en la Palabra. La experiencia confirma la fe, dice Calvino. La fe “requiere una certeza plena y firme, como la que los hombres suelen tener de las cosas experimentadas y probadas”.192Tanto el objeto de la fe como la validación de la fe por la experiencia son dones de Dios que confirman su carácter de gracia por medio de su Palabra.
Así pues, la experiencia desnuda ( nuda experientia) no es el objetivo de Calvino, sino la experiencia fundamentada en la Palabra, que fluye del cumplimiento de la Palabra. El conocimiento experimental de la Palabra es esencial.193Para Calvino, se necesitan dos tipos de conocimiento: conocimiento por la fe (scientia fidei) que se recibe de la Palabra, “aunque aún no es plenamente revelado”, y el conocimiento de la experiencia (scientia experentiae) “que emana del cumplimiento de la Palabra”.194 La Palabra de Dios es primordial a ambos, pues la experiencia nos enseña a conocer a Dios como Él mismo declara en su Palabra.195La experiencia que no está en consonancia con la Escritura nunca es experiencia de fe verdadera. En resumen, aunque la experiencia del creyente de la fe verdadera es mucho más débil de lo que desearía, hay una unidad esencial en la Palabra entre la percepción de la fe (la dimensión de la fe del “debería”) y la experiencia (la dimensión de la fe del “es”).
• La carne contra el espíritu
El segundo principio que nos ayuda a entender la tensión “debería/es” de Calvino en la fe es el principio de la carne contra el espíritu. Calvino escribe:
Es necesario recurrir a una distinción entre la carne y el espíritu, de la que ya hemos hecho mención, y que claramente se comprueba en este punto. En efecto, el corazón de los fieles siente en sí mismo esta división, según la cual en parte está lleno de alegría por el conocimiento que tiene de la bondad divina, y en parte experimenta gran congoja por el sentimiento de su propia calamidad; en parte descansa en la promesa del evangelio, y en parte tiembla con el testimonio de su propia maldad; en parte triunfa con la posesión de la vida, y en parte tiene horror de la muerte. Esta oscilación proviene de la imperfección de la fe, pues jamás en esta vida presente llegaremos a la felicidad de estar libres de toda desconfianza y de poseer la plenitud de la fe. De ahí esta continua batalla, cuando la desconfianza que habita en la carne y en ella está arraigada se levanta contra la fe del espíritu para atacarla y destruirla.196
Al igual que Lutero, Calvino coloca la dicotomía “debería/es” en el marco de la batalla entre el espíritu y la carne.197Los cristianos experimentan esta tensión entre el espíritu y la carne intensamente, porque es instigada por el Espíritu Santo.198 Las paradojas que impregnan la fe experimental (p. ej., Romanos 7:14-25 en la clásica interpretación reformada) encuentran una resolución a esta tensión: “Así que, yo mismo con la mente [espíritu] sirvo a ley de Dios, mas con la carne a la ley del pecado” (v. 25). A este respecto, Calvino escribe: “Nada impide que los fieles tengan temor, y juntamente gocen del consuelo de la plena seguridad… La fe y el temor pueden habitar en la misma alma… Y ello es tan cierto, que en modo alguno debemos apartar a Jesucristo de nosotros, ni a nosotros de Él, sino mantener firme la unión con la que nos ha juntado consigo mismo”.199
Calvino coloca la consolación segura del espíritu junto a la imperfección de la carne, pues es lo que el creyente encuentra dentro de sí. Puesto que la victoria final del espíritu sobre la carne sólo será cumplida en Cristo, el cristiano se encuentra en perpetua lucha en esta vida. Su espíritu le llena “de deleite al reconocer la bondad divina”, incluso cuando su carne activa su inclinación natural a la incredulidad.200 Es asaltado por “conflictos de conciencia diarios” en tanto que los vestigios de la carne permanecen.201“El estado presente [del creyente] está lejos de la gloria de los hijos de Dios”, escribe Calvino. “Físicamente, somos polvo y sombra, y la muerte siempre está ante nuestros ojos. Estamos expuestos a mil miserias…, de modo que siempre encontramos un infierno dentro de nosotros”.202 Mientras aún está en la carne, el creyente puede ser tentado incluso a dudar de todo el evangelio. Los réprobos no tienen estas luchas, pues ni aman a Dios ni odian el pecado. Satisfacen sus propios deseos “sin temor de Dios”, dice Calvino. Pero cuanto más sinceramente el creyente “se entrega a Dios, tanto más es severamente perturbado por el sentido de su ira”.203
La seguridad del favor de Dios y un sentido de su ira no parecen sino lo contrario, sin embargo. En realidad, un espíritu de temor y temblor reverente ayuda a reafirmar la fe y prevenir la presunción, pues el temor deriva de un sentido apropiado de la indignidad, mientras que la confianza surge de la fidelidad de Dios.204Esta tensión espíritu/carne guarda al creyente de satisfacer a la carne y de entregarse a la desesperación.205El espíritu del creyente jamás desesperará completamente; antes bien, la fe crece en el mismo borde de la desesperación. El conflicto fortalece la fe. Hace al creyente vivir con prudencia, no con abatimiento.206 Con la ayuda del Espíritu Santo, la fe celestial se eleva sobre todo conflicto, confiando en que Dios será fiel a su propia Palabra.