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LA HISTORIA ANCESTRAL DE ISRAEL

Los once primeros capítulos de Génesis ofrecen un preámbulo a la historia bíblica: el amor especial de Dios hacia la humanidad, la interrelación de la raza humana y la universalidad del pecado humano. El resto de la Biblia, a partir del capítulo 12 de Génesis, es una respuesta a esos primeros capítulos: Dios está llevando a cabo sus planes de salvación. Lo vemos cuando llama a Abraham; cuando entra en un pacto con Abraham, con Moisés y con David; cuando establece a Israel en la tierra de Canaán; cuando llama a los profetas para que desafíen a Israel a volver al pacto que hizo con ellos en el Monte Sinaí; y cuando viene a la tierra en la persona de Jesús de Nazaret.

Los “llamados” en la Biblia

En la historia bíblica, Dios llama a personas a ser agentes en su plan de salvación. Según Claus Westermann, estudioso del Antiguo Testamento, los llamados de Dios tenían varios elementos en común:

• El propósito del llamado de Dios era enviar a la persona llamado a una misión: Abraham fue enviado a Canaán, Moisés de regreso a Egipto, Samuel a Saúl y luego a David, Pablo a los gentiles.

• La persona llamada no estaba buscando recibir ese llamamiento: Abraham estaba con su familia en Harán, Moisés estaba cuidando el rebaño de Jetro en Madián, Samuel estaba con Elí, Isaías no se consideraba digno de su llamado, Jeremías pensaba que era demasiado joven, Pablo estaba persiguiendo cristianos en Damasco.

• El llamado vino desde afuera: Abraham escuchó una voz, Moisés vio una zarza ardiente, los profetas recibieron sueños y visiones, Pablo fue encandilado por una luz.

• El llamado cambió el destino de muchas personas: el Éxodo de Egipto (Moisés), la invasión y ocupación de Canaán (Josué), el reinado davídico en Israel (Samuel), la evangelización a los gentiles (Pablo).

• La persona que recibía el llamado no respondía por el beneficio de su propia gloria sino por la gloria de aquel que lo había llamado, es decir, Dios.

La respuesta bíblica al llamado de Dios con frecuencia es “Aquí estoy”, como en el caso del llamado que recibió Abraham para sacrificar a Isaac (Gn. 22.1), Moisés en la zarza ardiente (Ex. 3.4), Samuel en su condición de aprendiz de Elí (1 S. 3.4, 6 y 8), la coronación de David (Sal. 40.7), la respuesta de Isaías a la pregunta de Dios: “¿A quién enviaré?” (Is. 6.8) y la de Ananías en Damasco (Hch. 9.10).

Abraham: El patriarca fundador (Génesis 12 a 25)

La historia bíblica no comienza con el nacimiento de Jesús en Belén. Comienza con el llamado a Abraham, el padre de Israel, en Jarán. Abraham nació hace cuatro mil años (2000 a.C.) en Ur de los Caldeos, al norte del Golfo Pérsico, en territorio que hoy es Iraq, una ciudad sumeria cuya gente era culta, manufacturaba cobre y vidrio, tenía vehículos con ruedas y practicaba la astronomía, la medicina y las matemáticas.

El llamado a Abraham. El llamado a Abraham es la elección de Israel para constituirse en el pueblo elegido de Dios. De todas las naciones del mundo, Dios eligió un hombre, Abraham, para ser el padre fundador de una comunidad que sería luz de Dios para las naciones y traería bendición de Dios a todos los pueblos. ¿Por qué Dios llamó a Abraham? No se nos dice por qué. Según escritos rabínicos posteriores, Dios llamó a muchos pero sólo Abraham respondió.

Las promesas de Dios a Abraham. En Génesis 12, Dios habló a Abraham, a la edad de 75 años, en Jarán, donde vivía con su padre Téraj y su familia. Dios le dijo: “Deja tu tierra, tus parientes y la casa de tu padre, y vete a la tierra que te mostraré”. Esta era una orden difícil de cumplir porque en los tiempos antiguos la unidad familiar permanecía intacta hasta que moría el patriarca. Luego Dios hizo tres promesas a Abraham. Primero, le dijo que sería el padre de una “gran nación” (Dios cambió su nombre Abram por Abraham, que significa “padre de muchos”). Segundo, por medio de él “todas las naciones de la tierra” recibirían la bendición de Dios (el favor divino). Tercero, la descendencia de Abraham recibiría “esta tierra”, la región de Canaán, la tierra prometida.

Gracia y fe. La historia de Abraham es una historia de gracia y fe, un relato que va desde Génesis hasta Apocalipsis. En lugar de abandonar a la humanidad caída, a ese pecaminoso mundo que se presenta en Génesis 1 a 11, Dios llamó a Abraham para ser el padre de una comunidad cuya misión era llevar el amor, el perdón y la salvación de Dios a todas las naciones (“pueblos”). Abraham creyó las promesas de Dios y “el Señor lo reconoció a él como justo” (Gn. 15.6). De esa manera, la narración bíblica comienza con la gracia de Dios: su llamado a Abraham. Esta gracia divina, para que sea “gracia salvífica” debe ser aceptada por fe, y como podemos ver en el desarrollo de la historia bíblica, esta respuesta llega a precisarse como la respuesta por fe en Jesucristo, aquel que murió para reconciliar a la humanidad con Dios y a los seres humanos entre sí.

El pacto abrahámico. El concepto bíblico de pacto alude a una relación entre Dios y su pueblo, e incluye tanto promesas como obligaciones. Los tres pactos importantes que Dios hizo con Israel fueron: el pacto de elección con Abraham, del cual la “señal” fue la circuncisión (para la mayoría de los cristianos la señal de pertenecer a Dios es el bautismo); el pacto formal con Moisés en el Monte Sinaí, expresado, en parte, en los Diez Mandamientos; y el pacto con David, prometiéndole que uno de sus descendientes sería rey en un reinado que no tendría fin.

Isaac: el hijo prometido (Génesis 24 a 28)

Abraham iba a ser el padre de una gran nación, pero su esposa, Sara, era estéril, un tema que se presenta a lo largo de todo el Antiguo Testamento y también en el Nuevo, en el caso de Elizabet, la madre de Juan el Bautista. (En la narración bíblica, la gracia de Dios es mayor que la esterilidad de Sara y de otros, y la supera para seguir adelante con el plan de salvación.) Abraham y Sara eran de edad avanzada, pero Dios les proveyó un hijo, Isaac, tal como había prometido.

Cuando Isaac era un muchacho jovencito, Dios ordenó a Abraham que lo llevara al Monte Moria (que según algunos investigadores sería el sitio donde luego Salomón construyó el templo de Jerusalén) y lo ofreciera como ofrenda quemada u holocausto. Abraham obedeció, pero a último momento Dios proveyó un carnero para ser sacrificado. Algunos se han preguntado por qué Dios puso en esa prueba a Abraham, si ya se había propuesto proveer el cordero a último momento. El escritor judío Elie Wiesel, en su libro Messengers of God (Mensajeros de Dios), dice que Dios sabía acerca del cordero —como lo sabemos nosotros al leer la historia— en tanto Abraham no lo sabía. En esto consistía la prueba final de Abraham. Así mostró ser fiel y obediente, alguien con quien Dios podía contar para llevar a cabo su plan de salvación. En sus cartas a los gálatas y a los romanos, Pablo presenta a Abraham como alguien que, por fe, obedeció a Dios y fue “justificado” (puesto en paz con Dios).

Jacob y José (Génesis 27 a 50)

El segundo patriarca fue Isaac, el hijo de la promesa, a quien Dios bendijo después de la muerte de Abraham. No tenemos muchos relatos respecto a Isaac; es más bien el nexo entre Abraham y Jacob. La narración sobre la historia patriarcal de Israel termina con Jacob, cuyos hijos llegaron a ser las “tribus” de Israel, y con José, que trajo a Jacob y a su familia a Egipto.

Jacob. Isaac se casó con Rebeca y tuvieron dos hijos jemelos, Esaú y Jacob. Jacob, el menor, engañó a su padre y recibió la primogenitura (los privilegios que correspondían al primogénito). Huyó a Jarán (al este de Canaán) para escapar de Esaú, se casó con dos hijas de Labán (Lea y Raquel) y por medio de ellas y de sus dos siervas tuvo doce hijos. Más tarde, en Peniel (que significa “rostro de Dios”), Jacob luchó con un ángel de Dios, y este cambió el nombre de Jacob por el de Israel, “el que ha luchado con Dios” para obtener su bendición (Gn. 32.28). En Betel, Jacob recibió la bendición de Dios (Gn. 35.9).

Los doce hijos de Jacob (en realidad diez hijos de Jacob y dos hijos de José, Manasés y Efraín; ver Gn. 48.1–5) llegaron a ser los padres de las doce tribus de Israel. Los descendientes del cuarto hijo de Jacob, Judá, fueron luego la tribu remanente: la tribu a la que se le confió la misión de llegar a ser “luz para las naciones” de parte de Dios; de esa tribu nacieron más adelante José y María, padres de Jesús.

José. El Génesis termina con la historia de José, el undécimo hijo de Jacob y también su favorito, que fue vendido como esclavo por sus hermanos envidiosos. José fue llevado a Egipto y con el tiempo llegó a ser el segundo después de faraón, el funcionario que le seguía en la jerarquía del gobierno. Los hermanos de José fueron a Egipto a comprar granos porque había una hambruna en Canaán. Se reencontraron y reconciliaron con José, y luego se instalaron, con Jacob, en Gosen, al norte de Egipto. José dijo a sus hermanos: “Es verdad que ustedes pensaron hacerme mal, pero Dios transformó ese mal en bien” (Gn. 50.20) para continuar llevando a cabo las promesas que había hecho a Abraham, a Isaac y a Jacob.

EL ÉXODO: EL “CENTRO” DEL ANTIGUO TESTAMENTO

El Éxodo —la milagrosa liberación de Israel de su esclavitud en Egipto— es el hecho individual más importante en la historia de Israel. El relato del Éxodo se lee cada año durante la Pascua. Es la historia del ángel de la muerte que hirió de muerte “a los primogénitos de Egipto pero pasó de largo en las casas de los israelitas” (Ex.11 y 12), después de lo cual Moisés guió a los Israelitas para salir de Egipto.

Se ha dicho que el Nuevo Testamento se escribió después de que los seguidores de Cristo habían experimentado el Cristo resucitado; es decir, desde el otro lado de la cruz. Se puede decir lo mismo del Antiguo Testamento: se escribió después de que los Israelitas habían “experimentado” el Dios de Abraham, Isaac y Jacob; es decir, desde el otro lado del Mar Rojo.

Moisés: Liberador y legislador (Éxodo 2 a 4)

Al abrir el libro de Éxodo, llegó al poder en Egipto un faraón (palabra hebrea para designar al rey de Egipto) cuyo nombre no conocemos, que “no había conocido a José”, es decir, no reconoció los privilegios que se habían concedido a su familia. Este faraón (probablemente Seti I o Ramsés II) tuvo temor de los israelitas porque con el tiempo se iban poniendo “más fuertes y numerosos” que los egipcios. Impuso cargas pesadas a los Israelitas, pero estos continuaron multiplicándose, de modo que el faraón ordenó que todo israelita recién nacido varón fuese arrojado en el Nilo. Moisés escapó de la orden del faraón porque su madre lo puso sobre las aguas del Nilo en un canasto de mimbre, y éste fue recogido de las aguas por la hija del faraón, quien decidió cuidar y criar a Moisés. El nombre Moisés viene ya sea de una palabra hebrea que significa sacar de (Ex. 2.10) o, en caso de recibir el nombre que le dio la hija de faraón, de la palabra egipcia que significa hijo de.

Los padres verdaderos de Moisés eran levitas (Leví era el tercer hijo de Jacob). Cuando Moisés tenía 40 años (Hch. 7 divide la vida de Moisés en tres períodos de 40 años cada uno) mató a un egipcio que había golpeado a un israelita, después de lo cual huyó a Madián, al Este de Egipto, en lo que hoy es Arabia Saudita. Moisés se casó con Séfora, hija de Jetro, y tuvo dos hijos varones; se radicó en Madián como pastor de ovejas. Dios oyó el “clamor” de los Israelitas y “se acordó de su pacto con Abraham, Isaac y Jacob” (Ex. 2.24). Llamó a Moisés desde una “zarza ardiente”, una zarza que ardía pero no se consumía, para que sacara a los Israelitas de Egipto.

Moisés le preguntó a Dios: “Supongamos que me presento ante los israelitas y les digo: “El Dios de sus antepasados me ha enviado a ustedes.” ¿Qué les respondo si me preguntan: “¿Y cómo se llama?” YO SOY EL QUE SOY, respondió Dios a Moisés” (Ex. 3.13 y 14). Estas palabras se refieren a la naturaleza y al carácter de Dios. Nos dicen que Dios es un ser vivo y activo. En el Antiguo Testamento YO SOY EL QUE SOY se expresa por medio de cuatro consonantes: YHWH (hay mucho debate sobre el origen y significado de esto). En el siglo X se agregaron dos vocales para facilitar la pronunciación: A, por Adonai (“Señor”) y E por Elohim (“Dios”), y así llegó a ser Yahweh. (Jehová es la traducción de esta palabra al lenguaje popular, pero no hay evidencia alguna de que los Israelitas hayan jamás usado este nombre para referirse a Dios.)

El Éxodo y el pacto sinaítico (Éxodo 12 a 24)

Dios preparó cuidadosamente a Moisés para su “llamado”. Primero, por medio de su madre biológica, milagrosamente contratada por la hija de faraón como “nodriza” de su propio hijo (Ex. 2.8–10). Ella le dio a Moisés conciencia de su herencia y lo preparó para su misión. Segundo, por medio de su formación en la casa de faraón (Hch. 7.20–22), que lo capacitó para enfrentar más tarde al propio faraón. Tercero, por sus años en el desierto de Madián, que lo prepararon para guiar a los Israelitas a la península del Sinaí, y a través de ella, al sitio donde recibieron los mandamientos de Dios. Los dos grandes hechos en la vida de Moisés fueron el Éxodo y el pacto en el Monte Sinaí.

El Éxodo de Egipto. El Éxodo (la “salida de”) tuvo lugar después de que “los Israelitas vivieron en Egipto [durante] 430 años” (Ex. 12.40). Aunque el Éxodo es el hecho más importante en la vida de Israel, no sabemos dónde sucedió. No fue en el Mar Rojo al extremo sur de la península de Sinaí sino más probablemente en un lago o en el Mar de los Juncos (yam suf en las Escrituras hebreas). Tampoco sabemos la fecha exacta, y las opiniones están divididas entre el 1446 a.C., sobre la base de 1 Reyes 6.1, y 1290 a.C., sobre la base de datos arqueológicos (esta es la opinión mayoritaria). Tampoco sabemos con certeza cuántas personas participaron o cómo exactamente se llevó a cabo la “liberación” a través del agua.

En el Éxodo, Israel se encontró con el Dios de sus antecesores, que los salvó de una muerte segura. Ese fue y llegó a ser el momento decisivo de la historia de Israel, que los judíos celebran con una comida ceremonial (Seder), las dos primeras noches de la Pascua, de manera muy similar a la que los cristianos conmemoran la muerte redentora y la resurrección de Jesús en el viernes santo y el domingo de resurrección.

El pacto sinaítico. Después de escapar de los soldados de faraón, que fueron ahogados en “el mar” (Ex. 14.28), Moisés condujo a los Israelitas a través de la península del Sinaí. En el Monte Sinaí, Dios ordenó a Moisés que dijera al pueblo de Israel que “si [ellos] eran del todo obedientes entonces serían su propiedad exclusiva entre todas las naciones” (Ex. 19.5). Dios entró luego en un pacto con Israel, que Moisés selló con la sangre de un novillo (Ex. 24.5–8). (En el Nuevo Testamento, Jesús selló el nuevo pacto con su propia sangre.) La historia siguiente de Israel en la Tierra Prometida —desde su ingreso con Josué en el 1250 a.C. hasta la caída de Jerusalén en el 586 a.C.—gira en torno a su fidelidad y, con más frecuencia, su infidelidad al pacto sinaítico.

La esencia o los términos del pacto sinaítico están contenidos en los Diez Mandamientos (Ex. 20.3–17), que llegaron a ser la ley religiosa y moral de Israel. (La expresión Diez Mandamientos proviene de Éxodo 34.28.) Los cuatro primeros mandamientos (los tres primeros para los católicos y los luteranos, ya que los enumeran de manera diferente) son los más importantes, porque hacen una distinción y separación entre los israelitas y los pueblos vecinos. De estos cuatro, el primero es el más importante de todos: Israel no tendría otros dioses por encima ni junto a “el Señor tu Dios. Yo te saqué de la tierra de Egipto, donde eras esclavo” (Ex. 20.2). El capítulo 10 de este libro contiene un breve comentario de cada uno de los Diez Mandamientos.

LEVÍTICO, NÚMEROS Y DEUTERONOMIO

Los tres últimos libros del Pentateuco instruyen a los israelitas sobre cómo deben adorar y servirle a Dios en el mundo.

Levítico

Levítico es el libro de los levitas, los sacerdotes que descendían de Leví, uno de los doce hijos de Jacob. Levítico contiene orientaciones para los sacrificios rituales, instrucciones respecto a la ordenación de los sacerdotes, reglas concernientes a la pureza ritual (incluyendo las de alimentos limpios e inmundos), instrucciones para la celebración de las fiestas litúrgicas y una variedad de normas sobre la santidad. En el capítulo 16 de Levítico encontramos las instrucciones para la observación del Yom (día) Kippur (expiación), el día más solemne en el calendario judío (el equivalente judío del Viernes Santo de los cristianos), que tiene lugar diez días después de Rosh Hashanah, el año nuevo judío, que llega en septiembre o en octubre. Yom Kippur es el día en que Israel confiesa sus pecados, tanto los “visibles como los invisibles” a fin de poder reconciliarse con Dios. Levítico contiene el mandamiento de Dios: “Amar a tu prójimo como a ti mismo” (Lv. 19.18), que Jesús presentó como el segundo mandamiento en importancia (Mr. 12.31).

Números

Números trata sobre la organización (numeración) de las doce tribus y de la misión de cuarenta días que llevaron a cabo doce espías que se aventuraron en la Tierra Prometida para recoger información. Los israelitas tuvieron miedo de los cananeos y se negaron a invadir la tierra que Dios había prometido a Abraham, lo cual trajo sobre ellos el juicio de Dios: durante cuarenta años estuvieron deambulando por el desierto, un año por cada día que los espías habían estado en la tierra de Canaán. Números contiene la conocida bendición aarónica: “El Señor te bendiga y te guarde… [y] el Señor te mire con agrado y te extienda su amor… [y] el Señor te muestre su favor y te conceda la paz” (Nm. 6.24–26).

Deuteronomio

Deuteronomio (la “segunda ley” o “repetición de la ley”) es una nueva narración de la relación pactual de Israel con Dios, porque la mayoría de los ancianos había muerto durante los largos años en el desierto. El capítulo 6 contiene la Shema (una palabra hebrea que significa “oír” o “escuchar”) que es el credo o confesión monoteísta de Israel: “Escucha, Israel: El Señor nuestro Dios es el único Señor. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt. 6.4 y 5). Jesús dijo que este era el más grande de todos los mandamientos (Mr. 12.28–30). Deuteronomio fue la base para las respuestas que Jesús dio a Satanás cuando fue probado en el desierto: no vivimos solamente de pan (8.3); hemos de adorar a Dios únicamente (6.13); y no debemos poner a prueba al Señor (6.16).

LOS LIBROS HISTÓRICOS: SURGIMIENTO Y CAÍDA DE ISRAEL

La sección siguiente en el Antiguo Testamento contiene la historia de Israel en la tierra de Canaán, la tierra que Dios había prometido a Abraham. Las fechas que se mencionan en esta sección han sido tomadas de A History of Israel (Una historia de Israel), de John Bright, reconocida autoridad en el campo de la historia de Israel.

La invasión y la conquista de Canaán (Josué y Jueces)

El libro de Josué es la narración sobre la invasión a Canaán en el 1250 a.C., cuarenta años después de la fecha estimada para el Éxodo, en el 1290 a.C. Después de la invasión inicial en Jericó y la conquista de territorio en la meseta central del país, fue necesario un largo período de conquista para someter la región. El libro de Jueces relata la historia de Israel en la Tierra Prometida desde la muerte de Josué hasta el comienzo de la monarquía. Es la historia de personajes carismáticos como Débora, Gedeón y Samsón, a quienes Dios llamó y puso al frente de Israel cuando era atacada por sus vecinos. El período de Josué y Jueces a veces se designa como “confederación tribal”. Se extiende desde 1250 a.C. hasta 1020 a.C., cuando comenzó la monarquía con el rey Saúl.

Geográficamente, la tierra de Israel era (y hoy sigue siendo) muy pequeña: aproximadamente 240 km. de largo por 120 km. de ancho. ¿Por qué quería Dios que Israel tuviera una tierra que le perteneciera? Tal vez porque Dios quería que los israelitas se asentaran como pueblo, en lugar de vivir como nómades. ¿Y por qué la tierra de Canaán? Quizás porque estaba en el cruce de los caminos del mundo (Europa, Asia y Africa), un lugar donde Israel podía ser “luz para las naciones”.

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