Kitabı oku: «La ñerez del cine mexicano», sayfa 9
La ñerez trasplantadita
En la coproducción con España Vive por mí (Sin Sentido Films - La Voz que Yo Amo - Eficine 189, 105 minutos, 2017), retorcidón séptimo largometraje pero sólo quinto ficcional del productor-director comercial español salamantino de 52 años José María Chema de la Peña (Shacky Carmine, 1999; Isi / Disi. Amor a lo bestia, 2004; Sud Express, 2005; 23-F: la película, 2011; documentales cinefílicos: De Salamanca a ninguna parte, 2002, y Un cine como tú en un país como éste, 2010), con jaladísimo guion suyo y de Juanma Romero Gárriz y Enrique Urbizo, la hermosa joven ricachona a punto de convertirse en quedada Ana (Martha Higareda con bajísimo perfil) haría cualquier cosa por conseguir el riñón de repuesto que necesita para volver a ser ella misma, pero por el momento, impulsada por su decadente madre güereja ajada Mariluz (la garciamarquesca exmarquesa colombiana con acentazo Margarita Rosa de Francisco de Del amor y otros demonios muy atractiva no obstante su delgadez límite), debe conformarse con vestir un atuendo rojo reluciente para concentrar en torno suyo la atención de los galanes potables y embriagarse y desatarse a gusto, opacando a su desagraciada hermana Lucía (Paulette Hernández) en el mismísimo día de sus rumbosas nupcias (“Sí, ¿y desde cuándo la novia debe ser la más guapa de la boda?”) y luego echárselas a perder, cuando la muchacha enferma recibe el esperado telefonema de su hospital para convocarla de urgencia, aguardar por tensos minutos en una estrecha sala de espera, junto con la treintona dueña de una fonda barrial Valentina Fuentes (Tiaré Scanda sufridísima) y el alucinado predicador evangélico septuagenario El Chayo (Rafael Inclán guiñolesco), la asignación del apenas obtenido riñón de un accidentado (“¿Es la primera vez?” / “¿Por qué se tardan tanto?” / “Están decidiendo quién de nosotros entra al quirófano y quiénes se van para su casa”), y concederle el órgano vital tan ansiado, que sin embargo no podrá serle trasplantado a consecuencia del alto nivel de alcohol ingerido (“Será en otra ocasión”), por lo que el beato alternativo será el beneficiado, para doble desconsuelo de la también súbitamente empobrecida Ana, pues su expoliado abuelo de repente ojete (Fernando Becerril) ha decidido (“Estoy harto de financiar tus estupideces”) dejar de mantenerlos al holgazán hijo-padre cincuentón (Odiseo Bichir parodiando a su Humber Humbert de Flor de fango), a la adúltera nuera vuelta lumpenefebófila y a ella misma, obligando a la joven a mudarse aparte, refugiarse en sus ideas fijas y entablar una desequilibrada amistad ahora ya posibilitada y paritaria con la triste fondera Valentina, con quien ha vuelto a toparse otro día en el hospital, como ella atada a diálisis periódicas, y a la que, frustrada por un embarazo siempre en cauto aplazamiento a manos de su amoroso marido rústico Miguel (Juan Manuel Bernal), no le será difícil arrastrar en su delirante obsesión de pasarse noche tras noche persiguiendo accidentes de tránsito, que localiza a través de la red radial de las patrullas policiales, para rescatar algún muerto o moribundo y llevárselo a su hospital, soñando despierta con lograr el quimérico trasplante por ambas tan deseado, cosa que se hará realidad tan trágica cuanto paradójica un mes después del primer encuentro fortuito, cuando se vuelque tan espectacular cuan fatalmente en una carretera la camioneta del abominable raterillo reticente vuelto aprovechable mudancero aspirante a semental El Gavilán (Tenoch Huerta quién más), el cual era nada menos que un lumpenesco amante de la promiscua madre de la chava, además de seguir siendo el hijo descarriado del repuesto religioso El Chayo ahora en otro género de problemas, y así el riñón disponible de todas tan anhelado le será ofrecido esta vez a la candidata Valentina, para su sorpresa, pero ella se lo cederá a la apasionada veinteañera impaciente en el corazón Ana, para que, tal como ordenaba el título del film, viva por ella puesto que impelidas por la más noble e intempestiva ñerez trasplantadita.
La ñerez trasplantadita se mueve así, tan forzada cuan emocionalmente ineficaz, saltando y pretendiendo hacer arabescos y cabriolas sobre la cuerda floja de la arbitrariedad narrativa, en una especie de extraña y aceda gelatina dramática sin cuajar e indigesta, a base de ingredientes tan peregrinos y azarosos como las historias entrecruzadas de los tres primitivos demandantes de riñón vueltas certamen de buenas razones o Séptima Carrera hípica de gran fondo sentimentalista ya en La recta final del primer obviote Carlos Enrique Taboada (1964) para ganarse el órgano de todos añorado cual meritorio premio moral, o sea, unas Vidas Cruzadas situadas en algún nebuloso punto del mapa entre la excelencia del haz de relatos complementarios / suplementarios / significativamente panorámicos ya que formidablemente entreverados de Robert Altman (Vidas cruzadas, 1993) y la ñoñez tremebundista de Amores perros (Alejandro González Iñárritu, 2000) o la inefable comedia-refrito altruista 3 idiotas (Carlos Bolado, 2017), para seguir complaciendo el caprichoso gusto por los relatos fusión de la estrella-productora aquí minimizada Martha Higareda, en lo genérico quedándose como un deliberado y triple conato de thriller inepto (“El thriller es un género que me apasiona y uní eso a una historia pasional que le sucedió a un amigo que necesitaba un trasplante, todo lo que viví y sentí en ese proceso lo desvié en este guion”: Chema de la Peña en declaraciones al diario Reforma, 20 de julio de 2017), aun contando con el apoyo siempre falible de farragosas tramas intrincadas (la seducción del mudancero por la deleznada cincuentona calenturienta, la rivalidad a golpes entre el marido cínico y el amante inavasallable) y subtramas de mil incidentes retorcidos (ese ajuste de cuentas entre los hijos del predicador en plena misa) de manera tan inverosímil como esa supuesta competencia de mi hospital con el plantado enfrente para destinar los órganos de los agonizantes a la lotería-asignación de sus pacientes afortunados, más una fotografía pastosa de Alberto Anaya que abusa de los frontgrounds ad nauseam desenfocados tanto como del ya lugarcomunesco bombardeo de impresionistas luces nocturnas a lo Taxi Driver (Martin Scorsese, 1985) sólo rotas por el irrevocable salpullido pesadillesco de ubicuas pantallas múltiples desplegadas en forma de diorama de la desgracia urbana y claves radiadas (“Reportando a ambulancias, hay un 19 en la esquina de A y Z que puede ser un 51”), más una edición de Alejandro Lázaro que de continuo se excede en las acciones alternadas para intentar la infatigable creación reiterativa de falsos contrastes fatigosos e improvisados suspensos instantáneamente fatigados (contraste entre las caldosas cogidas de la madre ruca con la soledad de la linda azotada Ana, suspenso a base de coincidentes telefonemas perturbadores o de golpizas espontáneas), más una cochambrosa dirección de arte de Noé Andrade que torna folclórico para europeos todo lo que toca, empuña y empaña.
La ñerez trasplantadita se revela como el perfecto cine neofranquista extrafronteras que recupera y pone al día los valores del cine franquista, para su mayor gloria sucedánea, yendo a tambor batiente, cual pálida rutina melodramática, aunque a trompicones, del reconocimiento de que “Mi felicidad depende de quien se muera”, al acto de suprema generosidad y compañerismo sacrificial que significa en términos de bienintencionado destino la cesión final del codiciado y perseguido riñón fresco, todo en función de la exaltación certera de un ideal acuerdo conyugal del perfecto marido preservador de una pareja sólo preservadora de su obsesión de engendrar un hijo, cual traslación benévola de la limítrofe Lisa Owen del soberbio corto Australia de Rodrigo Ruiz Patterson (2016) y sin miedo a representar metafóricamente el aborto mediante los asquerosos yerbajos verdosos de la limpia de una curandera rumbo en conjunto al excusado (puesto que dignos del cine evangélico sectario de Paco del Toro tipo Cicatrices, 2005, o Pink, 2016), pero asimismo en función del odio al odio del sumiso hijo silencioso sólo nombrado como El Mosco (Ianis Guerrero) al hijo rebelde El Gavilán (“Sólo Dios puede salvarte”), situándose invariablemente el sentido del relato en la lógica del premio y el castigo moralinos, semejantes a los que se le asestan a esa cogelona Mariluz convertida en La mujer de ninguna parte de los años veinte (Louis Delluc y Germaine Dulac, 1922) antes de abrirse las venas dentro del taxi al que durante toda una tarde hizo dar vueltas a ciegas, o bien dentro de la dialéctica de la emergencia y la ocasión.
La ñerez trasplantadita se ajusta a pie juntillas a la Semiología del Infortunio delineada hace cuatro décadas por Pere Sempere (Semiología del infortunio. Lenguaje e ideología de la fotonovela, Ediciones Felmar, Madrid, 1975), en un reincidente apogeo, si bien creyéndose renovadoramente intimista, ejemplar y edificante: pasto de rigores clasistas, elogiador de la ignorancia y miserabilista humano alrededor de criaturas aferradas a cualquier místico credo clandestino (esa infeliz feligresa anónima llena de fe que acaba reclamándole a gritos al ministro alternativo por el fallecimiento de su chavito enfermo), intransigente con la promiscuidad femenina (por lo demás muy excitante) y hasta del placer proporcionado durante una dulce femiembriaguez azarosa, misógino en abanico a rabiar (esa connivencia de la amante cincuentona con la esposa de El Gavilán turbiamente encarcelada), manipulador inconsistente de la carne de mi carne femenina retacada de clichés retrógradas (“Las mujeres dan más juego porque tienen las emociones a flor de piel. Son más valientes y suelen ser más extremas. Incluso, como director me atrevería a decir que son más entregadas. No tienen reparo en ofrecer todas las posibilidades; en cambio los hombres son más recatados. Por otro lado, Tiaré Scanda, Margarita Rosa de Francisco y Martha Higareda representan tres formas diferentes de trabajar el drama”: De la Peña ahora entrevistado por Héctor González en el suplemento Laberinto de Milenio Diario, 29 de julio de 2017) y last but not least hecho culpígenas bolas significantes como única probable carga subrepticia o espejo paradigmático (ese episodio del accidentado agonizante recogido esperanzadoramente que acabará siendo trasladado a un cercano hospital ajeno), al interior y al servicio exclusivo de un predatado universo axiológico donde todo enfrentamiento con la vida y todo saldo de cuentas con el pasado debe traducirse de inmediato y para siempre en oportunidad de redimirse.
Y la ñerez trasplantadita hace culminar su truculento sermón laico con las imágenes de la cálida reconciliación de Valentina con su marido, un top shot con pantalla dividida de Ana yaciente en el quirófano al lado del cadáver donador de El Gavilán mampara fatal / bienhechora de por medio, la visita del florido predicador canoso (émulo en caricatura light de los hijosdeputa santones ídolos de barro de La venida del rey Olmos de Julián Pastor, 1974, y González: falsos profetas de Cristian Díaz Pardo, 2014) al pintoresco panteón multicolor que acoge a su vástago, el apapachoso abrazo triunfal de la otrora infame Mariluz a su hija doblemente recuperada, y una serie de estadísticas (“Hay más de veinte mil pacientes en espera de órganos, pero en 2016 sólo cinco mil seiscientos los recibieron”) como en la obra maestra infinitamente superior en inteligencia y sensibilidad sobre el mismo protrasplantador tema Todo sobre mi madre (Pedro Almodóvar, 1999), más arengas para hacer conciencia colateral y algunas direcciones en favor de la donación voluntaria de órganos bienaventurados, así sea.
2. La ñerez franquicia
Si unas escenas de este film son fantásticamente realistas,
otras son fantásticamente fantásticas, y en el fondo pueriles ambas.
Xavier Villaurrutia, en la revista Hoy
La ñerez idiotófila
En 3 idiotas (Reencuentro Films - Greenlight Productions - Neverending Media - BoBo Producciones - Eficine 189, 105 minutos, 2017), derivativo sexto largometraje del superambicioso excuequero veracruzano millonaria e imparablemente involutivo debutando en la comedia ligera romántica a los 53 años Carlos Bolado (Bajo California: El límite del tiempo, 1995-1998; Sólo Dios sabe, 2005; Tlatelolco, verano del 68, 2011-2012; Colosio, el asesinato, 2012, y la cinta boliviana Olvidados, 2014, sobre los militares criminales de la Operación Cóndor), con guion de Antonio Abascal, el director, Martha Higareda (la dominante productora-protagonista del film) y Cory Brusseau, basado en la comedia homónima antibollywoodense india 3 Idiots del autor total Rajkumar Hirani (2009) que resultó multipremiada y taquillerísima tanto al interior de su país como internacionalmente, el alocado fotógrafo mundial Humberto Cervantes del Río Beto (Germán Valdés) recibe a punto del despegue de su avión un telefonema por celular comunicándole que su amigo Pancho ha reaparecido, exige bajarse, finge un ataque cardiaco, es atendido de emergencia y, ya rumbo al nosocomio, resucita milagrosamente en la camilla, se roba un automóvil del transporte aeroportuario y se dirige a agarrar con los pantalones en la mano a su querido excondiscípulo el ingeniero Felipe Ochoa (Christian Vázquez), para que entre ambos fuercen al exitosísimo aunque antipático y pedante experto en robótica Isidoro Velasco Campillo (Vadhir Derbez endosándose los anteojos turulatos de su padre Eugenio con el objeto de tornarse más propositivamente odioso) a que revele el paradero del otrora brillantísimo compañero desaparecido poco antes de graduarse Pancho Kuri (Alfonso Dosal con leve carisma innegable) y todos, en plena agitación, se dirigen al pequeño poblado morelense de Tlayacapan, en donde el último mencionado está seguro de encontrar al estudiosísimo amigo ansiado que los desbordaba a todos en capacidad, inteligencia e influencia moral, el mismo que había sido retado por Isidoro a confrontar cinco años después quién habría logrado un mayor éxito profesional y que, a la invocación colectiva, reviven los mejores acontecimientos de sus inolvidables años ingenieriles “universitarios” en el Instituto Tecnológico de Monterrey campus Ciudad de México, cuando Pancho se enfrentó desde un primer instante (“No señor, yo siempre quiero mejorar, pero creo que los errores también enseñan”) con el autoritario profesor-director de carrera Escalona (Rodrigo Murray sangronazo) que no les exigía la excelencia sino la Perfección confrontándolos de inmediato con la posibilidad del derrumbe mortífero de un puente (“Esto es lo que les pasa cuando se rompen las reglas, ¿saben cuántas vidas dependen de ustedes?”), cuando fueron rebautizados por ese irrefutable docente como los 3 Idiotas (“A menos que quieran pertenecer al club de los fracasados, como el señor...”) a raíz de haberse colado como presuntos miembros de un show en la boda de su hija Diana (Paulina Dávila) arruinándosela por atropellante torpeza egregia, cuando presenciaron la obsesión romántica bien correspondida del becario Pancho por la agraciada estudiante de bioquímica y graciosa hija menor del mismo personaje Mariana (Martha Higareda creyendo posible volver a los 17) que sin embargo debía tolerar un noviazgo convencional con el obtuso mirrey metalizado Emiliano (Sebastián Zurita inexistente), cuando el soñador Pancho les permitió a Beto y Felipe que compartieran su pasión investigadora de unas quasi mágicas pastillas robóticas indagadoras de enfermedades tras ser ingeridas por el paciente, cuando Pancho se aprestó a convivir con la tumultuosa familia humilde de Felipe (el primero de su casa en asistir a una universidad) incluso salvando in extremis la vida de un primo / prima trans suyo (Andrea Ortega Lee) y a respaldar a Beto para atreverse a encarar a su severo padre Don Diego (Enrique Singer) al decidirse a desertar de la carrera de ingeniero con tal de aceptar una gran oportunidad foránea como fotógrafo profesional (la actividad a la que en realidad deseaba dedicarse), y last but not least cuando en plena contienda con el ridículo pedorro Isidoro para defender ante un tribunal tecnológico integrado por el tieso profe Escalona y la permisiva maestra Molina (Claudia Lizaldi) y el alivianado rector del Tec la paternidad del invento robado a Pancho, éste inexplicablemente desapareció, sin dejar huella ni rastro, pero resurgiendo ahora, para sorpresa de todos y con la inefable ayuda de todos (tras arruinar deliberadamente esta vez en el último minuto las intolerables nupcias de Mariana con el pragmático incorregible Emiliano), bajo otra identidad, pero con su vieja actitud abierta y transgresoramente bienhechora, como feliz profesor de niños indígenas expertos en robótica dentro de una escuela rural de índole experimental, y todavía deseoso de unirse a la aún anhelante Mariana pese a resentimientos y reproches y escrúpulos (“Todo este tiempo, nunca te despediste, ¿son tus hijos?, ¿eres casado?” / “¿Y tú?” / “Casi”), restableciendo así el inalterable nexo sentimental de todos con el reaparecido, en el colmo eufórico de la ñerez idiotófila.
La ñerez idiotófila se sitúa por elección, tan libre y espontánea cuan calculadora y deliberadamente, dentro de la saqueadora y ya numerosa corriente de comedias mexicanas que se dedican al refrito / refactura / remake / remedo de grandes taquillazos más o menos recientes de cinematografías extranjeras de todas latitudes geográficas, para recuperar y apropiarse de los éxitos arrolladores de otros cines nacionales del mundo, que van del cine argentino (No eres tú, soy yo de Alejandro Springall, 2010; Un novio para mi mujer de Enrique Begné, 2016) al cine alemán (No manches, Frida de Nacho G. Velilla, 2016, ya con la Higareda), pasando por el cine chileno (Qué pena tu vida de Luis Eduardo Reyes, 2016), y en este caso por un cine tan distante en todos sentidos (caracterológicos, axiológicos, sociopolíticos, dramatúrgicos, significantes, estrictamente fílmicos) como el de la India, pero siempre con peros, al igual que aquí en 3 idiotas: pero aclimatando y eliminando hasta lo irrisorio o lo autoirrisorio, pero haciéndole torpemente el juego subrepticio a la comedia poshollywoodesca / light / screwball / sofisticada falsamente boba, pero reduciendo el metraje original de tres horas a casi la mitad, pero suprimiendo datos fundamentales como el hambre que movía a los estudiantes a irrumpir en la fiesta nupcial de la hija de su enemigo escolar (y no la infatuación de Pancho por la atractiva Mariana) o las píldoras para estudiar que usaba el Isidoro indio (causantes de sus flatulencias), pero anulando toda referencia al feudal sistema de castas de la India (aunque por timidez o cobardía sin atreverse a sustituirlo por alguna pavorosa diferencia discriminadora o enconada lucha de clases a la mexicana), pero remitiéndose a las retroporfirianas añoranzas de una idealizada aunque infeliz época estudiantil concluida tipo Adiós juventud (Joaquín Pardavé, 1943), pero proponiendo de “simplona” manera “un mensaje de optimismo acerca de la amistad y la búsqueda de la felicidad” (Rafael Aviña en Primera Fila del diario Reforma, 31 de marzo de 2017), pero recurriendo a las peripecias juveniles de Estos locos, locos estudiantes / Cachún cachún ra-rá (René Cardona hijo, 1983) o de cualquier otra televisiva Escuelita del relajo, pero con valores de producción de nulidad absoluta (fotografía apenas funcional de Javier Moron, música archiconvencional de Álvaro Arce Arroz sembrada de cancioncitas, más una dirección de arte de Alejandro García y un vestuario de Lupita Peckinpah ambientando una prefabricada sociedad mexicana a niveles de higiénico país preempresarial que sólo en el artificio existe), pero adscribiéndose a la típica película bajamente comercial con actores grandulones tardoveinteañeros y simpáticas señoras buenonas de más de treinta años interpretando papeles de pizpiretas muchachitas y muchachitos tan frescos cuan lozanos, pero (el colmo) neutralizando a una encantadora-seductora natural Martha Higareda siempre auspiciando la misma película para su presunta gloria, cada vez más lejos de los indudables aciertos de aquel femiaceptante Te presento a Laura que ella escribió y dirigió por interpósita persona (Fez Noriega, 2010), aunque aparezca densa y oportunamente enfundada en los Oggi jeans patrocinadores (Junto con el Tec de Monterrey), o así.
La ñerez idiotófila se articula, aunque con buen ritmo (edición del imprescindible montajista de comedias eficaces Jorge El Porri García) y no obstante sus pretensiones aleccionadoras, sobre aclimatación de situaciones, gags y notaciones ambientales tan triviales y deleznables como el gozoso esgrimir de la foto propia en la portada de la revista Expansión como signo inequívoco del apabullante triunfo empresarial, el confirmado dictum escatológico (en los dos sentidos) de que toda amistad empieza con una peda o cuando estamos metidos en un buen pedo, los catastróficos destrozos a lo Jerry Lewis causados por la torpeza grupal de los cuates, la flama de una vela casi lanzallamas incapaz de conseguir que se desprenda una bocota atorada sobre el cuerpazo de una Venus esculpida en hielo, la filial explicación oportuna de la rigidez conductual del profe-suegro Escalona como producto de un trauma causado por la muerte accidental de su esposa electrocutada en su auto por cables de alta tensión a causa del derrumbe de un puente imperfectamente calculado, la persecutoria travesía urbana en motoneta a mil por hora de Mariana para llevar al hospital contrarreloj al primo / prima atragantado / infartado, el repentino cierre púdico de su escote audaz por la impulsiva besadora Mariana (¿sin tetas de Martha Higareda no hay paraíso reinterpretativo-visual?), el rolling gag de los todoahuyentadores pedos hediondos de Isidoro a mitad de la clase (para que todo mundo eche su silla de paleta hacia atrás) o del examen final o donde sea (nadie hubiera imaginado que Bolado acabaría filmando películas de nostálgicos pedos colosales), el promiscuo tropel de los descastados parientes llenaauditorios de Felipe, el melodramático atropellamiento vial del cándido Felipe prángana por andar cruzando la calle preocupado con una posible expulsión escolar, un imposible triunfo del equipo futbolero Atlante (“¡Goooool!”) que basta para sacar de su estado de coma al intubado Felipe doliente (“¡Despertó, despertó!”), la quemada de escroto de Isidoro que nadie ni siquiera la facultativa médica Mariana se atreve a ver bajo una sábana, las reiteradas caídas al agua vestidos de los tres idiotas insignes, los furtivos comentarios racista-clasistas del elegante Isidoro (“En cinco años vamos a ver quién es más exitoso, si un pinche indio ordeñavacas o yo, el señor Velasco Campillo” y demás) nunca desmentidos, la obtención de la primera chamba como pasante de ingeniero por deferencia con el infeliz rebelde sumiso con inofensivas gafas de Clark Kent, los ascos del discriminatodo al descubrir a un sudoroso lugareño pelón que se le durmió sobre el hombro dentro de un autobús foráneo, y en un sitio muy especial, la obsesión del realizador-adaptador Bolado con la inmortal pieza shakespeariana Romeo y Julieta, cuya trastocable trama básica ya figuraba a lo Amar te duele (Fernando Sariñana, 2002) en su seudocontestatario opúsculo cursipolítico Tlatelolco, verano del 68 y cuya reciclable escena del balcón nocturno se repite ad nauseam a lo largo de 3 idiotas en tono romanticón, obviote, pícaro, sarcástico, fugitivo, o para quedarte colgado de la sábana pidiendo auxilio, misericordia, compasión y lo que glosadoramente se junte esta semana.
La ñerez idiotófila da una serie de giros concluyentes que remite e inscribe a 3 idiotas en el subgénero de películas que nunca acaban de acabar, con varios finales / conclusiones / remates distintos, un tanto forzados, un tanto inesperados, un tanto brillantes, un tanto arbitrarios, pero siempre aleccionadores, que modifican sustancialmente la naturaleza misma del relato y su sentido, nueve en la mira, o nueve veces nueve, a saber: 1) un final de acre denuncia satírica sobre el robo académico y tolerado de inventos, así pertenezcan éstos a la más avanzada nanotecnología radicalmente bienaventurada; 2) un final de parábola psicometafísica, alrededor del tema central y supremo problema psicoanalítico de la identidad (según Erik Erikson), en el que se descubre que Pancho había salido huyendo presa de sus escrúpulos antes del enfrentamiento inventor final y antes de graduarse por un prurito de autenticidad sagrada, porque no toleró más su mentira recóndita, porque su vida social estaba fundada sobre una falsedad, porque no era Pancho sino Poncho, porque por extrañas razones nebulosas y retorcidas tenía dos actas de nacimiento y una correspondía a una identidad birlada para proseguir sus estudios, porque no se llamaba Francisco Kuri sino en realidad era un Alfonso Pérez cualquiera (“¡Le chingaste su identidad, eso sí que es una estafa!”), porque al meterse cierta noche Isidoro a copiar clandestinamente en la computadora universitaria el invento de su amigo-enemigo más envidiado había descubierto un expediente revelando su vergonzoso secreto mejor guardado (y se había trasladado a Tlayacapan para investigarlo), o ¿de qué sirve conquistar la gloria tecnológica si no se cuenta siquiera con una identidad propia y única e intransferible?; 3) un final de comedia escarmentadora, del tipo “más rápido cae un hablador que un cojo”, en el que Isidoro recibe una llamada por celular del soberano jefe de la compañía técnica que lo ha contratado y que resulta ser el mismísimo Pancho / Poncho desde el teléfono inteligente de al lado; 4) un final de apólogo edificante en el que se demuestra que la máxima fortuna múltiple (afectiva, bienhechora, literalmente económica) se alcanza ayudando a los desamparados (a lo Frank Capra de El mandamiento supremo o ¡Qué bello es vivir!, 1942 / 1948) y no despreciándolos ni explotándolos; 5) un final de comedia romántica tradicional en el que, tras el suspenso de una corretiza a contrarreloj, el noble Pancho y sus recuperados amigos agradecidos vueltos incondicionales llegan a tiempo para impedir el casamiento de Mariana ya de vestido blanco (a lo Cásese quien pueda de Marco Polo Constandse, 2014, por supuesto con la sempiterna Marthita Higadera) y sacarla por el balcón, arruinándole de paso la boda a otra de las hijas del poderoso aunque abominable hombre de las nieves perfeccionistas Escalona (“No puedo creerlo”); 6) un final de comedia musical a la Bollywood (aunque el originario 3 idiots sea su opuesto y su exacto contrario intelectual con rutilantes diálogos conceptuosos: véase copia en YouTube), que inspira la más encantadora y lucida y bien montada secuencia del film, curiosamente rememorando los grandes finales 100 por ciento cantados y bailados de las comedias populacheras de Víctor Manuel El Güero Castro tipo Los hojalateros, 1990); 7) un final de mensajote inspirador poniendo de relieve la lección aprendida, bien memorizada y recitada, en donde un remordido Escalona pronuncia su discurso de bienvenida a la nueva generación del Tec, a partir de palabras inexistentes a lo Pancho que sólo significan la posibilidad de pensar de otra manera, como preámbulo para lanzar por delante a “Un estudiante extraordinario con el que aprendía que a la universidad no sólo se viene a enseñar, sino también a aprender”, haciendo tácitamente suyos los conceptos del himno Akáthistos en alabanza a la madre de Dios del siglo IV (“¡Salve tú que dejaste a los maestros de la elocuencia sin palabras!, ¡Salve tú por quien los sabios en la oratoria quedaron como necios!, ¡Salve, pues por intermedio tuyo se marchitaron los inventores de leyendas!”) y sirviendo de introducción a un Poncho que expone su flamante ideología, basada en tres nuevos consejos sólo para los estudiantes como él: sigan sus pasiones, cuestionen a sus maestros y, sobre todo, sean felices, que la vida es hoy; 8) un final de reconocimiento absoluto, con un letrero haciendo explícito el agradecimiento del realizador a la India en su conjunto por haberle proporcionado y autorizado una franquicia tan sabia; más 9) un final en el estribo cual autopromoción espiritual militante, en el que se muestran fotos y rótulos biográficos para rendir tributo / homenaje / culto a los grandes innovadores en robótica y pedagogía en lenguas autóctonas y demás (los verdaderos niños Robotix premiados por la NASA y en una Olimpiada del conocimiento de la India, los creadores de Protrash para intercambiar basura por vales de despensa, el joven diseñador tecnológico de condiciones espaciales simuladas para probar nanosatélites, los operadores de Genius Food que convierte desperdicios en nutrientes naturales, el arquitecto fundador de Verdevertical para mejorar el ambiente de Ciudad de México) que han venido actuando a favor de las zonas sobrepobladas del estado de Morelos, pero particularmente en Tlayacapan, en donde hay muchos otros que se han atrevido a ser un “idiota”, uf.
Y la ñerez idiotófila ofrece, en suma, demasiados finales posibles distintos y muchas significaciones globales pero ninguna profundamente verdadera, ni necesaria en esencia, ni convincente de manera rotunda, quel mélange!, bodrio pretencioso habemus, vil batidillo, mezcla adulterada de todo, en su definitiva oscilación a cadena perpetua entre el didactismo descarado y los descarriados chistes con flatulencias, sin demasiada sustancia cinematográfica en medio.