Kitabı oku: «A Dios lo que es del César», sayfa 3
3. La iglesia imperial
La libertad le llegó a la iglesia cuando apenas se habían acallado los ecos de la última gran persecución. Puede decirse que, en muy poco tiempo, pasó de Iglesia perseguida a Iglesia oficial del imperio.
En 305 d.C., cuando Diocleciano abdicó el trono imperial, la religión cristiana estaba terminantemente prohibida. En ese mismo siglo, años más tarde, se reconoció al cristianismo como la religión oficial del Imperio Romano. “En un instante, los cristianos pasaron del anfiteatro romano, donde tenían que enfrentarse con los leones, a ocupar un sitio de honor en el trono que regía al mundo”18.
Galerio, sucesor de Diocleciano, emitió en 311 d.C. un edicto que establecía para los cristianos un estatuto de tolerancia: “existan de nuevo los cristianos y celebren sus asambleas y cultos, con tal de que no hagan nada contra el orden público”. Así, ser cristiano dejaba de ser un delito para el imperio y el cristianismo una superstición ilícita.
El tránsito de la tolerancia a la libertad religiosa fue rápido, merced a la victoria de Constantino sobre Majencio, cuyos ejércitos se enfrentaron en el Puente Milvian, sobre el Tíber, a dieciséis kilómetros de Roma, en 312 d.C. Majencio representaba al elemento pagano perseguidor, Constantino era amistoso con los cristianos, aunque en ese tiempo no profesaba ser creyente19.
Los emperadores Constantino y Licinio promulgaron el Edicto de Milán en 313 d.C., que contenía una directriz política de respeto a todas las opciones religiosas, incluido el cristianismo. La actitud de Constantino fue gradualmente decantándose en favor del cristianismo.
El emperador Teodosio designó al cristianismo como religión oficial del imperio por medio del Edicto de Tesalónica en el año 380, a partir del cual se comenzó a designar a la Iglesia con la nominación de “católica”. Antes del fin del siglo II, el término “católico” comenzó a definir lo que se consideraba la verdadera Iglesia y su doctrina, diferenciándola de la de grupos disidentes.
Del reconocimiento del cristianismo como religión oficial del imperio, surgieron algunos buenos resultados para el pueblo y la iglesia. La crucifixión se abolió, el infanticidio (permitido en ese entonces para los recién nacidos no queridos por sus padres) se frenó y reprimió, el trato con los esclavos (más de la mitad de la población lo era) mejoró, los juegos de gladiadores se prohibieron.
No obstante lo bueno de algunos resultados, la alianza del estado con la Iglesia también trajo muchos males. Todo el mundo buscaba ser integrante de la Iglesia, tanto los sinceros como los hipócritas que procuraban ganancia personal. La persecución del paganismo fue la contracara oscura del cristianismo oficial. En poco tiempo, la iglesia se había convertido de perseguida en perseguidora.
Refiriéndose a ello, dice Hurbult: “Debido al poder ejercido por la iglesia, no vemos al cristianismo que transforma al mundo a su ideal, sino al mundo que domina a la iglesia”20.
A partir de su reconocimiento como religión oficial, la Iglesia se dedicó a construir poder, especialmente a través del primer obispo romano denominado como papa, Siricio I, quién impuso una concepción absolutista, una fuerte centralización, con leyes doctrinales severas y pautas de conductas estrictas21.
A poco de la constitución del cristianismo como religión de estado, una nueva capital se escogió para el imperio como sede de autoridad: la antigua ciudad griega de Bizancio, que existió durante más de mil años, fue elegida por Constantino como tal. Su ubicación, en el punto de contacto entre Europa y Asia, fue un elemento determinante para el nacimiento de la “ciudad de Constantino”, Constantinopla, cuyo nombre se mantendría por mucho tiempo. Hoy se denomina Estambul.
Después de fundada la nueva capital, vino la división del imperio. En 375 d.C., Teodosio completó la separación, y a partir de ese momento el mundo romano se dividió en Occidental y Oriental, separados por el mar Adriático.
La división del imperio tuvo honda repercusión en la Iglesia y fue un presagio de la futura división. La parte occidental, que coincidía aproximadamente con las regiones de lengua y cultura latinas, tuvo como única sede apostólica la ciudad de Roma y el pontífice romano fue el único patriarca de Occidente. La parte oriental, de cultura griega, siria y copta, tuvo varias sedes apostólicas con sus respectivos patriarcas, tal el caso de las ciudades de Alejandría, Antioquía y Jerusalén y Constantinopla.
Roma reclamaba para sí la autoridad apostólica. El traslado de la capital de Roma a Constantinopla, lejos de aminorar la influencia del obispo romano, la aumentó considerablemente. En Constantinopla, el emperador y su corte dominaban a la Iglesia. En Roma, no había emperador que intimidara al obispo romano.
El Concilio I de Constantinopla, atribuyó a esa ciudad el rango patriarcal y atribuyó a sus obispos la primacía, detrás del obispo romano.
De esta manera surgió que el obispo de Roma o papa comenzara a considerarse como cabeza de la Iglesia en Roma y como autoridad principal de la Iglesia a nivel general. El fundamento dogmático del primado romano es que Cristo había atribuido la primacía a Pedro, del que los papas y obispos romanos eran sus legítimos sucesores.
El reconocimiento de la primacía romana por parte de la iglesia oriental se limitaba al terreno doctrinal, no así en cuánto a las potestades disciplinarias y jurisdiccionales que conservaban para sí.
Los emperadores cristianos prestaron numerosos servicios a la Iglesia, pero su permanente injerencia, especialmente en las orientales, produjeron numerosos abusos, lo que se conoció como “cesaropapismo”.
Otro peligro, sin embargo, avanzaba sobre el imperio romano occidental: los bárbaros. A veinticinco años de la muerte de Constantino, en 337 d.C., cayeron las fronteras, y en menos de ciento cuarenta años se derrumbaba un imperio que había existido por más de mil años.
Sucesivas invasiones y divisiones hicieron del imperio un pequeño territorio alrededor de la capital, hasta que en 476 d.C. cae la ciudad de Roma en poder de una tribu germana liderada por Odoacro, quién se proclama rey de Italia y desaparece definitivamente el imperio romano de Occidente.
El imperio oriental, en cambio, que tenía como capital a Constantinopla, duraría hasta 1453 d.C.
Sin embargo, el cristianismo, aún vital y activo en esa época, convierte a su religión a las razas conquistadoras, las que eran todas paganas a excepción de los godos, que ya se habían convertido al cristianismo por intermedio de Arrio.
La literatura de defensa cristiana, denominada “apologética”, fue producto de la continua elaboración de los denominados “padres apostólicos”, que a partir del siglo I comenzaron a producir pacientemente la interpretación de la religión, dirigida sobre todo al pueblo menos preparado, y contradiciendo las numerosas especies calumniosas que circulaban.
Un instrumento fundamental de la elaboración dogmática de la doctrina, fueron los concilios ecuménicos, que fueron ocho en su primera etapa, entre los siglos IV a IX22.
4. La Iglesia medieval
Este período comprende casi mil años de historia que culminan con la caída del Imperio Romano de Oriente en 1453 d.C.
Durante los comienzos de la Edad Media, la iglesia se vio involucrada en intrincadas redes vasallático-beneficiales de patrocinio y servicio, que vinculaban al hombre con el hombre, que articularon aquella sociedad.
“Pontificado e Imperio fueron las dos columnas sobre las que se asentó la Cristiandad medieval. El Papa representaba la potestad espiritual, y el emperador, el poder temporal. El ideal -pocas veces plenamente logrado- fue el entendimiento y la armónica colaboración entre las dos potestades”23, expresa Orlandís Rovira.
Según Hurlbut24, el hecho más notable de los diez siglos de la edad media, lo constituía el desarrollo del poder papal. El papa de Roma ya no afirmaba sólo ser el obispo universal y cabeza de la Iglesia, también se proclamaba gobernador de las naciones, sobre reyes y emperadores. Este período tuvo tres etapas: las de crecimiento, culminación y decadencia.
El período del crecimiento del poder papal comenzó con Gregorio I25, “el Grande”, convirtió a la iglesia en virtual gobernante en la provincia alrededor de Roma, preparándola de esta manera para su relación con el poder temporal o político. Fue uno de los administradores más capaces de la iglesia romana.
El poder de los papas estaba cimentado en su capacidad para ejercer la justicia. La iglesia estaba colocada entre los príncipes y sus súbditos para reprimir la tiranía e injusticia, para defender a los débiles y para demandar los derechos del pueblo. Sin perjuicio de las muchas excepciones de papas que adulaban a príncipes impíos, el espíritu general del papado en la baja Edad Media era en favor del buen gobierno.
Durante todos estos siglos, Europa estuvo en condición decadente a raíz de las luchas permanentes entre señores y príncipes que no duraban en el poder, no llegó a consolidarse una autoridad temporal plena y continua.
Las rivalidades e incertidumbre del poder secular estaban en marcado contraste con la firmeza y uniformidad del gobierno de la Iglesia. Los gobiernos de los estados cambiaban una y otra vez, ante la permanencia del imperio de la Iglesia.
Como elemento negativo, cabe señalar que muchas veces se intentaba consolidar el poder eclesiástico en función de los “fraudes píos”26, consistentes en documentos falsos que apoyaban esa mirada, pero que fueron aceptados y no investigados sino hasta fines de la Edad Media.
Hay que señalar que la inestabilidad a raíz de los conflictos permanentes entre los señores feudales tuvo una época de contraste absoluto con el reinado del hijo de Pipino, Carlomagno.
A finales del siglo VIII, asumió como Carlos I (742-814), los alemanes lo proclamaron como Carlos el Grande y los franceses como Carlomagno27.
Carlos se constituyó a sí mismo en amo de casi todos los países en la Europa occidental, al norte de España, Francia, Alemania, los Países Bajos, Austria e Italia. Fue uno de los grandes forjadores de la cristiandad medieval, como conquistador, reformador, legislador, protector de la educación y de la Iglesia.
En teoría, su imperio duró mil años, hasta los tiempos de Napoleón, pero la propia excepcionalidad de un hombre como Carlomagno, sembró a futuro la decadencia de su imperio con sus sucesores que, aunque los hubo de suficiente porte, no pudieron sostener su incolumidad.
Se formó luego, en 962, el denominado Sacro Imperio Romano Germánico28, con la parte oriental de las tres en que se repartió el reino franco de Carlomagno. Fue la entidad que predominó en Europa central durante casi un milenio, hasta su disolución en 1806.
El segundo período papal, el de culminación, se produjo entre los años 1073 y 1216 d.C., en el que el papado tuvo un poder casi absoluto en Europa, no sólo sobre la iglesia sino también sobre las naciones.
Hasta Carlomagno, los papas habían sido elegidos por el pueblo de Roma, luego con el feudalismo cayeron bajo la influencia de los señores, y bajo el Sacro Imperio Romano Germánico, debían contar con la aprobación de los soberanos. Se necesitaba una doble reforma: independizar la iglesia de la influencia de los emperadores y renovar la disciplina interna.
En 1059, Nicolás II produjo la reforma eclesiástica. Reglamentó la elección de los futuros pontífices, que en adelante serían elegidos por los cardenales sin necesidad de ninguna aprobación del emperador.
Con este nuevo sistema, la Iglesia logró una destacada posición, lo cual se alcanzó durante el papado de Gregorio VII, el único papa más conocido por su nombre de familia: Hildebrando.
Hombre muy culto y piadoso, aunque sumamente enérgico, fue el personaje destinado a ser el gran reformador y una de las figuras cumbre de la iglesia en todos los tiempos.
Hildebrando reformó el clero29, impuso el celibato al sacerdocio, liberó a la iglesia de la dominación del estado al poner fin a la designación de papas y obispos por los reyes y emperadores, creó las “cortes eclesiásticas” para el juzgamiento de todas las cuestiones relacionadas con la iglesia. Hizo que la iglesia fuese suprema sobre el estado: “Gregorio VII no aspiraba a abolir en gobierno del estado, sino subordinarlo al gobierno de la iglesia. Deseaba el poder secular para gobernar al pueblo, pero bajo la más elevada jurisdicción del reino espiritual, como él lo consideraba”30.
Otro papa que en ese período demostró un alto grado de poder fue Inocencio III (1198-1216), quién en su discurso inaugural manifestó que “el sucesor de San Pedro ocupa una posición intermedia entre Dios y el hombre. Es inferior a Dios más superior al hombre. Es el juez de todos más nadie lo juzga”.
La reforma gregoriana preparó los tiempos de esplendor del cristianismo durante los siglos XII y XIII de la Edad Media, cuyo centro ocupó el papado de Inocencio III: “La vitalidad de la Europa cristiana fue desbordante: se reunieron concilios ecuménicos, nacieron las universidades, se fundaron grandes órdenes religiosas”31.
Fueron también los tiempos conciliares de la Edad Media. Ninguno de los concilios ecuménicos, se reunieron en Occidente durante el primer milenio. En cambio, en este tiempo se celebraron seis concilios universales32 en el ámbito de la cristiandad occidental: cuatro sínodos lateranenses -romanos-, dos lugdunenses y todavía un séptimo concilio -el de Viena (1311-1312), aunque corresponda ya al siglo XIV, debe incluirse en el mismo ciclo conciliar.
Estos siglos de la cristiandad también fueron la época clásica de las ciencias sagradas: la teología y el derecho canónico.
La escolástica, que nació a finales del siglo XI, fue la corriente filosófica y teológica por excelencia de la Edad Media. Se basó en la coordinación entre fe y razón, que en cualquier caso siempre suponía una clara subordinación de la razón a la fe (Philosophia ancilla theologiae: “la filosofía es sierva de la teología”).
El siglo de oro de la escolástica fue el siglo XIII y su obra maestra fue la construcción del aristotelismo cristiano, “empresa preparada por San Alberto Magno (1193-1280) y llevada a buen término por Santo Tomás de Aquino (1226-1274), la mayor lumbrera de la Teología junto a San Agustín, cuya obra doctrinal sentó los fundamentos de una concepción católica del mundo y de la vida, que hoy sigue siendo básicamente válida. La obra maestra de Santo Tomás fue la “Suma Teológica” (Orlandís Rovira)
El tercer período, el de decadencia del poder papal, inicia con Bonifacio VIII en 1303, cuando Europa comenzaba a entrar en la etapa crepuscular de la Edad Media.
Desde 1305 y durante más de setenta años, los papas se eligieron bajo las órdenes de los reyes de Francia y estaban subordinados a su voluntad. Ese período se conoce como la “Cautividad Babilónica”, dónde la sede papal se trasladó a Aviñón, en el sur de Francia. Los papas perdieron todo poder real, sus órdenes se desconocían libremente y las excomuniones se obviaban.
En 1378 la sede papal volvió a Roma con Gregorio XI, aunque continuaron con el poder menguado durante mucho tiempo.
Con la creación el islamismo, a principios del siglo VII, comenzó a extenderse el poder musulmán. El fundador del islamismo (sumisión, obediencia al poder de Dios) fue Mahoma. Según sus creencias, existe un solo Dios que se llama Alá, todos los hechos buenos y malos fueron prestablecidos por él, y entregó a Mahoma por medio del ángel Gabriel, las revelaciones que están contenidas en el Corán. “Dios envió profetas inspirados a los hombres, de ellos los más grandes fueron Adán, Moisés, Jesús, y, sobre todos los demás, Mahoma”33.
Mahoma encabezó a unidos y feroces árabes a la conquista de los incrédulos. Ocuparon Palestina y Siria, y luego una tras otra fueron cayeron las provincias del Imperio Greco Romano. Se extendieron por casi toda el Asia, el norte de África y el sur de España. Tres de los cuatro patriarcados orientales cayeron bajo el avance musulmán: Alejandría, Antioquía y Jerusalén. Solo se mantendría Constantinopla.
Frente al espíritu invencible y conquistador de las fuerzas mahometanas, estaba la naturaleza sumisa y débil de los griegos asiáticos. Según los autores, el islamismo era superior al paganismo, pero también al tipo de cristianismo que encontró y venció.
Aislada del resto, el oriente cristiano se identificó desde entonces con la iglesia griega o bizantina, es decir con el patriarcado de Constantinopla34.
Otro gran movimiento en la Edad Media fueron las Cruzadas, ocho las principales, y se realizaron bajo el impulso de defender la Tierra Santa del influjo musulmán.
La primera cruzada fue anunciada por el papa Urbano II en el Concilio de Clermont en 1095, dónde doscientos setenta y cinco mil caballeros tomaron las armas bajo la conducción de Godofredo de Bouillon y otros jefes, tomando la cruz como insignia y con la consigna de expulsar a los sarracenos de Tierra Santa. La octava cruzada, la última, se llevó a cabo entre los años 1270 y 1272, bajo el mando de Luis IX y de Eduardo de Plantagenet, luego Eduardo I de Inglaterra.
Mirando en retrospectiva, puede decirse que las cruzadas fracasaron en el objetivo de liberar Tierra Santa del dominio musulmán. Los reyes y príncipes que conducían el movimiento estaban siempre en discordia, recelosos de cada uno, contra una raza intrépida en la guerra y siempre unida bajo el dominio absoluto de un comandante, sea califa o sultán.
Sin embargo, para Europa hubo algunos buenos resultados, como la protección que el imperio turco realizó sobre los peregrinos, y el desalojo de los moros de la mitad de España por los Reyes Católicos.
La separación de las iglesias latina y griega merece mención aparte. Formalmente se realizó en el siglo XI, aunque en la práctica sucediera mucho antes.
Durante cien años, la relación entre los papas y los patriarcas se caracterizó por la lucha. Al final, en 1054, el mensajero del papa puso sobre el altar de Santa Sofía, en Constantinopla, el decreto de excomunión. Como respuesta, el patriarca de turno expidió el decreto de excomunión a Roma y a las iglesias que se sometían al papa.
Doctrinalmente, la principal diferencia estaba en la doctrina conocida como “la procedencia del Espíritu Santo”35 .
Diferencias había también en los usos y costumbres de las ceremonias, el matrimonio de los sacerdotes estaba prohibido en la iglesia occidental no así en la oriental, la adoración de imágenes era propia de la religiosidad latina, en cambio en las iglesias griegas sólo podían verse cuadros.
El factor más poderoso de la separación desde el punto de vista confesional, fueron las continuas reclamaciones de Roma de ser la iglesia dominante y su papa ser el “obispo universal”. Hay que señalar que en Roma la Iglesia dominó poco a poco al Estado, en Constantinopla en cambio estaba sumisa a él.
Sin embargo, más determinante para la división de las iglesias fue la causa de la independencia de Europa del trono de Constantinopla, con el establecimiento del Santo Imperio Romano en el 800 d.C.
El monacato fue uno de los fenómenos religiosos característicos de la edad media durante los siglos XI y XII36. A los cristianos que lo practicaban se los denomina “monjes” y a la comunidad, monasterio. El monacato cristiano hace referencia a la forma de vida de un determinado número de fieles de las diferentes denominaciones cristianas, caracterizada por la separación, sea radical o más o menos radical, del mundo.
Al crecer estas comunidades, se fue forjando una organización y gobierno. Con el tiempo nacieron cuatro grandes órdenes: La primera fue la de los benedictinos, fundada por San Benedicto en 529 d.C. Luego la de los cistersienses, fundada en 1098 por San Roberto en Francia. La orden de los franciscanos la fundó San Francisco de Asís en 1209. Los dominicos eran una orden española que Santo Domingo fundó en 1215.
En la expansión del Evangelio, los monjes fueron los primeros misioneros. En sus comienzos, cada orden era un beneficio para la sociedad37 y se sostenían con la labor de sus ocupantes.
Sin embargo, en los siglos subsiguientes su labor casi cesó por completo y monjes y monjas se mantenían con las rentas de sus propiedades, que aumentaban sin cesar, y con las contribuciones que imponían a la fuerza a las familias tanto ricas como pobres. Al decir de Hurbult, “su rapacidad los condujo a la extinción”.
Se los criticó porque la vida monacal significaba extraer de la sociedad los mejores hombres y mujeres que, capacitados para labores sociales trascendentes, estaban ociosos en los monasterios.
En el principio de la Reforma, en el siglo XVI, sólo dieciséis monasterios existían en el norte de Europa. Estaban tan degradados en el concepto del pueblo, que fueron suprimidos universalmente, obligando a trabajar a quienes vivían dentro de sus paredes.
A partir del siglo XII aparece nuevamente la “herejía” como fenómeno social. La mayor fue considerada la de los “cátaros” o “albigenses”, considerada como un rebrote tardío de una vieja corriente religiosa mezcla de elementos gnósticos con otros dualistas.
La importancia del fenómeno herético dio lugar al nacimiento a una institución de triste fama, la Inquisición, que estableció la muerte en la hoguera como pena para la herejía.
A este largo período suele llamarse la “edad oscura”, sin embargo, puede señalarse que bajo el influjo de la Iglesia dio al mundo grandes beneficios38.
Comenzaba a vislumbrarse los inicios de la Reforma. Los historiadores establecen la caída de Constantinopla, en 1453, como el punto de división entre los tiempos medievales y modernos.