Vivir para contarlo

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A Inés, mi madre, fallecida el pasado 4 de junio de 2020 a los 83 años en una Residencia de Mayores en Buenos Aires, en el más estricto confinamiento por causa de la pandemia, sin que sus hijos, nietos y demás familia, así como los incontables amigos y amigas que tanto la amaban, pudiésemos velarla, honrarla y despedirla como se merecía.

Y a todos nuestros mayores que, igual que ella, partieron en estos meses de este mundo en la más dolorosa soledad.

AGRADECIMIENTOS

Este libro nació con un primer y principal propósito: expresar mi profundo agradecimiento a Dios por guardar mi vida en esta crisis que llegó a poner en grave peligro mi salud, y también a mi familia y a los numerosos amigos y amigas que durante mi convalecencia en el hospital sostuvieron mi ánimo con sus mensajes de aliento y con sus oraciones.

Fue con esta finalidad que le pedí a mi buen amigo Juan Triviño, director editorial de Noubooks, que me ayudara para autoeditar un número limitado de ejemplares para regalar a esos amigos como expresión de gratitud. Hice una lista con el nombre de cada uno de ellos. En total ¡superaban los 140! Encargué 150 copias. Eso era todo.

Si hoy este modesto libro puede adquirirse en librerías de España, Argentina, Perú, México, Colombia, etc., y en las principales plataformas digitales en formato e-book, y si su lectura puede ser de inspiración y aliento para muchas otras personas alrededor del mundo que se sientan identificadas con mi experiencia, eso se debe a que Juan así lo entendió, me lo propuso, y asumió el compromiso editorial de distribuirlo.

Suyo es pues el mérito y mío el agradecimiento a Juan, a su esposa y colaboradora, Febe Solá, y a todo el equipo de excelentes profesionales de Producción Editorial y de Noubooks.

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

DEDICATORIA

AGRADECIMIENTOS

INTRODUCCIÓN

PREFACIO

DIARIO / JUEVES 28 DE ENERO AL VIERNES 12 DE FEBRERO

EN RETROSPECTIVA

ME BENDIJO ESPECIALMENTE

TU PALABRA

EPÍLOGO

CRÉDITOS

INTRODUCCIÓN

La tercera ola de la pandemia ha golpeado a nuestro país, España, con la fuerza de un tsunami, disparando las tasas de contagios, causando miles de muertes y poniendo otra vez al límite la presión en toda la red hospitalaria.

En este escenario, en lo personal, todas las medidas de precaución y prevención que desde el primer momento adoptamos como familia y que nos permitieron eludir los contagios durante las dos primeras olas, resultaron estériles en esta tercera ola y el virus entró con fuerza de un día para el otro en nuestro hogar, donde convivimos con mi esposa Miriam y tres de nuestros hijos adultos. Y también en el hogar de nuestro hijo mayor, con su esposa e hijos. Los análisis arrojaron los primeros positivos y pronto empezaron a manifestarse en todos los miembros de la familia algunos síntomas comunes, como pérdidas de olfato y sabor, cansancio, fiebre, etc.

Gracias a Dios, toda la familia superó la enfermedad con síntomas leves y, tras cumplir los preceptivos días de aislamiento y cuarentena, pudieron volver gradualmente a la normalidad y sin ninguna secuela.

Todos, excepto yo. El 28 de enero de 2021, tras dar positivo, con una tos seca persistente y con fiebre por encima de los 38ºC, se me diagnosticó “neumonía bilateral con predominio del hemitórax derecho e hipoxemia” (baja saturación del oxígeno en la sangre).

Ingresado originalmente en el hospital más cercano a mi municipio, conocí y padecí en carne propia la realidad del colapso hospitalario, la falta de camas, y de los recursos más elementales para atender a pacientes Covid-19. En esas condiciones de insalubridad recibí los primeros cuidados médicos hasta que fui trasladado, 48 hs. después, al nuevo hospital para pandemias, Enfermera Isabel Zendal, en Madrid, donde permanecí 14 días, seis de ellos en terapia intermedia, la antesala de la UCI[1] adonde, gracias a Dios, no necesité ser trasladado.

Tras mi llegada a este hospital, desde el día siguiente, el 31 de enero, empecé a escribir un breve informe diario por Whatsaap dirigido a mi familia, hermanos de la congregación de la que soy pastor, compañeros de trabajo en la Federación evangélica, y a amigos que preguntaban por mí y que me sostenían con sus oraciones. En ellos les contaba detalles sobre los avances y/o retrocesos en mi evolución clínica, observaciones sobre los cuidados médicos y asistenciales que recibía, etc. También les contaba cómo me sentía y cómo estaba viviendo el proceso a nivel emocional y espiritual. Tanto el estilo de estos informes, como sus contenidos, estaban pensados para ese pequeño grupo de destinatarios íntimos a los que abría mi corazón con la mayor honestidad y libertad.

El caso es que la lista de amigos destinatarios de esos informes fue creciendo lentamente a medida que crecían los que preguntaban por mi estado, ya que me resultaba práctico, y a ellos más completo, enviarles esa información detallada sin tener que escribir a cada uno.

Entonces, algunos de ellos empezaron a pedirme permiso para compartir esos informes con amigos o familiares que estaban hospitalizados, pasando por la misma situación que yo, pensando que mi experiencia podría serles de provecho y de ánimo. Otros, para compartirlos con redes de oración que estaban pidiendo a Dios por mi salud, a fin de saber cómo orar. Desde ese momento perdí el control del alcance de esos mensajes de Whatsapp, pero supe que al menos estaba llegando a otros países fuera de España.

Las reacciones de muchos amigos, familiares y pastores colegas me sorprendieron y me emocionaron hasta las lágrimas. Creyentes y no creyentes me enviaban mensajes en los que me agradecían las reflexiones y me expresaban el ánimo y el bien espiritual que estaban recibiendo a través de ellas.

Los creyentes, entre ellos varios pastores amigos, me decían que mis reflexiones les estaban llegando al corazón y que las esperaban cada mañana para leerlas en sus tiempos devocionales, de oración y meditación bíblica. Uno de ellos, el primero, me sugirió que debía publicarlas en un blog público. Otros, que tenía que darles forma de libro. Me pareció un poco excesivo en ese momento y no lo tomé en serio. Pero en los días siguientes, varios amigos que no se conocen entre sí me insistieron en lo del libro de forma seria y con argumentos que, finalmente, terminaron por convencerme.

El resultado es este pequeño libro, cuyo contenido principal es el texto íntegro y sin adaptaciones de los 15 informes que componen ese diario íntimo y personal. Lo publico venciendo mi pudor, con la esperanza de que pueda ser de bendición para los lectores que puedan sentirse de alguna manera identificados conmigo, especialmente a aquellos que al recibirlo puedan estar convaleciendo en la sala de un hospital.

Madrid, 15 de febrero de 2021

[1] UCI: Unidad de cuidados intensivos

PREFACIO

Al día siguiente de recibir el alta hospitalaria para continuar mi recuperación en casa, tomé la decisión de dar formato a este libro. Supe enseguida que sería pequeño en su extensión, pero también me parecía pobre en contenido, por lo que me planteé algunas ideas para enriquecerlo y completarlo. Se me ocurrió que, quizás, debía escribir algunas reflexiones de fondo sobre cuestiones del espíritu y la fe relacionadas con la experiencia humana del dolor, la enfermedad y el sufrimiento en general. Pero pronto deseché la idea por varios motivos. En primer lugar, porque en mi actual condición, podría tardar mucho tiempo en desarrollar algo así y el riesgo de que al volver a mi intensa rutina diaria abandonara el proyecto en un cajón sería muy alto. En segundo lugar, porque existen excelentes libros y recursos en las librerías y en internet, escritos por autores de prestigio, que abordan esos temas en profundidad y con maestría. Solo por mencionar uno, recomiendo los libros y artículos del pastor y médico psiquiatra, Dr. Pablo Martínez Vila, que pueden encontrarse en su web: www.medicinadelapersona.com.

Por último, comprendí que, si algún valor o beneficio puede tener este pequeño libro para sus eventuales lectores, no será su valor literario o su extensión, sino su carácter testimonial y, precisamente, su brevedad, su fácil lectura, y sobre todo la frescura de un diario escrito con la mayor honestidad y a corazón abierto, sin filtros. Apliqué la máxima de que, en ocasiones, “más es menos”, y “añadir es restar”.

 

Con eso en mente, resistí la tentación de “mejorar” la redacción de este diario que, por su carácter personal y espontáneo, escrito originalmente desde un terminal móvil, adolece de falta de orden, homogeneidad, y estilo. Es un texto en el que se entremezclan reflexiones espirituales con observaciones personales sobre temas más triviales; comentarios solemnes, con chascarrillos y guiños humorísticos. En definitiva, los 15 capítulos que componen el diario son el reflejo auténtico y sin filtros de cómo viví los 15 días hospitalizado luchando contra el Covid-19, y de cómo se los conté a mi entorno más cercano. Sólo he cambiado los nombres de algunas personas que cito y a las que no pude pedir permiso para mencionarlas, por preservar su identidad. Poco más.

En cuanto al título. Sabido es que un buen título nos franquea amablemente la puerta a entrar al contenido de un texto. Sin embargo, tuvimos en mi casa un pequeño debate al respecto con dos de mis mejores consejeras: mi hija Abigail, escritora y experta en gramática, y mi esposa Miriam, que además de un natural sentido común, es la lectora más extraordinaria que conozco. No terminábamos de ponernos de acuerdo, por distintas razones.

Al final me decanté por “Vivir para contarlo (y contarlo para vivir)”. La primera parte es una expresión de uso común que cualquier lector puede entender, y que expresa bien la razón de esta publicación: creo que Dios ha guardado mi vida y me ha permitido pasar por esta experiencia, no solo para mi propio beneficio personal, sino también para compartirla con otros; para contarlo. “Y contarlo para vivir” es un juego de palabras que ilustra bien el beneficio personal que me produjo el escribir este diario durante mi convalecencia, algo que comprendí un poco más tarde. Poner en palabras mis sentimientos y vivencias obró como una auténtica terapia en mi salud emocional y espiritual. No fui consciente de ello en el momento. No escribía para mí, sino para mis amigos y familiares. Sin embargo, hoy me doy cuenta de que, al contarlo, me mantenía interiormente reflexivo, activo… ¡vivo! Por eso, “contarlo para vivir” es mi experiencia y mi recomendación a aquellas personas que puedan estar pasando por lo mismo que yo. Que no se encierren en sí mismos, que compartan sus sentimientos con las personas, profesionales, familiares y amigos que les acompañen en el proceso. Les hará bien.

Por último. El único complemento que he añadido al diario, en un pequeño anexo aparte, son cinco poemas escritos durante los primeros días de mi convalecencia en casa, un himno tradicional, una canción cristiana contemporánea, y una relación de pasajes bíblicos que fueron de especial ayuda para mí en este tiempo. Al reflexionar retrospectivamente sobre mi experiencia, identifiqué algunos sentimientos y pensamientos que para mí fueron muy importantes y consoladores durante el proceso, y que no quedaban suficientemente reflejados o resaltados en el diario. Si elegí el recurso del poema, en vez de la prosa, fue porque así fluyó, naturalmente, y porque hace tiempo que he encontrado en la poesía una forma sencilla y eficaz para expresar sentimientos muy profundos que, de otra manera, son mucho más difíciles de comunicar. Si, además, eso facilita aún más la lectura, tanto mejor.

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