Kitabı oku: «Estudios sobre la Filosofía Política de Francis Bacon», sayfa 2

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Las leyes secretas de Bensalem,
ciudad de la Nueva Atlántida

Teresita García González

Comprendíamos que no había en el mundo cosa terrenal que más mereciera ser conocida que el gobierno de este feliz país.

F. Bacon, Nueva Atlántida

Novus Atlantis, opus imperfectum, fue publicada por W. Rawley en 1627, un año después de la muerte de su autor. Esta obra permaneció prácticamente olvidada hasta que Howard B. White llamara la atención sobre ella, tanto en su libro Peace Among the Willows: the Political Philosophy of Francis Bacon,1 como en su ensayo titulado Francis Bacon.2 En su libro, White toma como punto de partida la comparación que, en una carta de 1609, Bacon hiciera de sí mismo con un molinero de Huntington que reza por la paz entre los sauces como condición para la llegada del molino de agua. White enfatiza el carácter de medio que adquiere la paz en la imagen, y distingue en el pensamiento de Bacon una política provisional de una política definitiva, esta última expuesta en su utopía.3 En su ensayo, White afirma que la Nueva Atlántida es “la obra política más importante de Bacon”, pero que tal importancia sólo puede reconocerse si comprendemos que las cuestiones políticas significaban para el pensador inglés mucho más de lo que normalmente se cree.4 Ciertamente, una lectura general de las obras más conocidas de Bacon alienta esta afirmación. Al mismo tiempo, pensamos que es posible comprender la importancia capital de la Nueva Atlántida en tanto obra política si logramos explicar lo que significa que la ciudad dada a conocer en la obra sea calificada como “tierra de ángeles”, como “feliz y santo territorio”. Este es nuestro objetivo general: comprender las razones por las cuales Francis Bacon consideró que la Nueva Atlántida guardaba la mejor organización política imaginable.

No es difícil percatarse de las dificultades que implica lograr este propósito, pues tan pronto miramos el estilo y la estructura del texto, se hace patente su complejidad. Leer la Nueva Atlántida significa atender de golpe, sin dedicatoria ni prólogo, el relato hermético –dados los detalles, las imágenes y los simbolismos que lo rodean– de un narrador cuya identidad se oculta. Aunado a lo anterior, la obra en su conjunto presenta una posible paradoja, ya que por un lado posee un carácter ideal y, por otro, su autor es reconocido por subrayar la supremacía de la acción sobre las ideas. Es claro que la intención de Bacon no es explícita ni manifiesta, y pretender descubrirla acabadamente sería tanto como negar el carácter hermético de su obra. Nuestra propuesta es que debemos atenernos al movimiento mismo del texto, atendiendo los detalles, el inicio y el final, o más bien la falta de final, ya que como pretendemos mostrar, la elección de un relato mítico para dar a conocer la mejor ciudad no es en absoluto casual; Bacon anuncia con ello su confianza en el poder de la acción más que en el de los argumentos. Con acción del texto nos referimos específicamente al paralelismo observable entre la revelación del orden de la ciudad imaginaria y el cambio que experimentan los extranjeros que, encontrándose por azar en ella, ya no querrán abandonarla.

Si la mejor ciudad es una ciudad feliz, se vuelve necesario preguntar por el origen de esta felicidad y la comprensión de Bacon respecto de lo que ésta significa, así como por el tipo de leyes que hacen posible su conservación. Estos son nuestros objetivos particulares: comprender la enseñanza baconiana acerca de una comunidad política feliz e identificar el papel de la ley, no para hacerla posible, sino para eternizarla. De lograr lo anterior, podremos percatarnos de la influencia que como “extranjeros” tiene en nosotros la llamada tierra de ángeles.

Del narrador y su relato

Entre las inquietudes que suscita la Nueva Atlántida se encuentra la relacionada con la identidad del narrador, la que si bien no está a la mano, puede inferirse a través de los datos que se van presentando a lo largo del texto. El inicio, “Partíamos del Perú”,5 anuncia el interés de Bacon por acercarnos al relato,6 dotándolo de una verosimilitud que va en aumento según nos enteramos que el narrador, sin ser el jefe de la expedición europea que involuntariamente arriba a la desconocida isla, posee o adquiere tal autoridad que es elegido por sus propios compañeros para escuchar los más preciados secretos de la ciudad.

La expedición que naufraga está conformada por cincuenta y un marineros que, aunque venidos desde diferentes partes de Europa,7 ;utilizan el español para expresarse por primera vez ante quienes los hospedarán.8 Es notorio el interés de Bacon por enfatizar la diversidad y jerarquía en la tripulación, mismas que parecen enfocar la diversidad y jerarquía en la ciudad que la acoge. Asimismo, el texto nos da a conocer que quien narra no es tampoco el segundo hombre de la expedición; pero lo ubica entre los cuatro marineros que acompañan a este último en tanto emisario ante el dignatario que los recibe,9 y también entre la comitiva conformada por seis náufragos que es guiada por algunas calles de la ciudad, como parte del protocolo de traslado a ella. En la descripción de la instalación de los recién llegados a la Residencia para Extranjeros, nos enteramos que cuatro habitaciones fueron destinadas para los cuatro principales hombres de la compañía, e inferimos que el narrador no se encontraba en este grupo, pues de ser así hubiese descrito el carácter de estas habitaciones, como lo hace con las quince cámaras destinadas para el resto de los hombres que no estaban enfermos.10 El texto deja ver, además, que el narrador no es de clase humilde,11 y que ha sido instruido en diferentes colegios europeos.12 Es él quien, solucionadas las dificultades de traslado de hombres a la ciudad, convoca a todos y los amonesta para que en los tres días de encierro a los que han sido destinados no muestren sus vicios y debilidades, pues piensa que de ello depende su futuro en la isla.13 Pasados estos tres días, lo encontramos formando parte de un grupo de seis hombres que platican con el gobernador de la Casa para Extranjeros, interrogándolo sobre la cristianización de Bensalem.14 Curiosamente no es el narrador quien en primera instancia se interesa por el llamado carácter sobrenatural de la isla, ni tampoco es él quien asiste a la fiesta representativa de la ciudad;15 en cambio, llama la atención su interés en los detalles de vestimenta propia de los principales hombres de la isla, así como la gran amistad que entabla con un judío comerciante, descrito como sabio, ilustrado y cortés.16

Quien narra es un hombre con amplia cultura y avisado, elegido por la comitiva europea para participar en una conferencia privada con el padre de la Casa de Salomón, hombre de mayor jerarquía en la ciudad, de quien adquiere autorización para hacer público todo lo referente a la ciudad hasta entonces desconocida, con la convicción de que reportará beneficio a otras naciones.17 Esta convicción obliga a atender la narración ofrecida en forma de un diario de navegación; aunque –como veremos en adelante– sólo la primera parte refiere con precisión los días transcurridos, mientras que en la segunda el tiempo se desdibuja.

Del naufragio a la salvación. Once días

El proyecto de la expedición europea era viajar, en el transcurso de un año, del Perú a China y Japón. Aunque con vientos débiles, la embarcación avanza durante cinco meses; sin embargo, una repentina calma del viento es el preludio de un fuerte vendaval que la arrastra hacia el Norte.18 El primer día muestra un plan quebrantado por la naturaleza y al grupo de europeos, perdidos en medio del océano, dispuestos a morir; condición desde la cual consideran que su única alternativa es suplicar para que surja tierra firme y un asilo para no perecer. Tras la súplica, y con varios enfermos, la expedición navega toda la noche y gran parte del siguiente día hacia lo que parece una costa, con la esperanza de hallar salvación.

La razón de la estancia en el Perú permanece oculta, así como el motivo que conduce a la expedición hacia Oriente; aunque quizá pueda advertirse el carácter de sus intereses si consideramos que entre sus pertenencias contaban con una pequeña carga de mercancías.19 Esto es importante, porque nos ayuda a dotar de cierta identidad a quienes quedarán eclipsados por la prosperidad de la isla. Hay que agregar que si bien las espesas nubes que motivan la esperanza de salvación se presentan repentinamente al atardecer del segundo día, la naturaleza de esta salvación se clarifica poco a poco en los siguientes nueve. Seis de éstos se caracterizan por la incertidumbre y la obediencia; mientras que en los tres restantes reinan los discursos del gobernador de la Casa para Extranjeros.

En el tercer día, también al atardecer, aparece tierra llana, luego el puerto de una ciudad “muy agradable a la vista”. El arribo a ella es al mismo tiempo el encuentro con costumbres precisas acerca del trato hacia los extranjeros, entre las que destaca la prohibición de desembarcar inmediatamente. El encargado del recibimiento es un dignatario que porta una especie de vara de justicia y se hace acompañar de al menos siete personas, quienes comunican la prohibición mencionada con gestos y señales. El dignatario tampoco emite palabra alguna, se limita a entregar al principal de los náufragos un rollo de pergamino que expresa –en hebreo y griego antiguo, latín escolástico y español–;20 la orden de no pisar tierra firme y alejarse de la costa en un plazo de dieciséis días, pero con la clara posibilidad de obtener más tiempo.21 Como sabremos después, el propósito es que los náufragos, lo mismo que todo extranjero que llegue a la isla, permanezca en ella para siempre. La tarde del tercer día es de paradójicas experiencias: en primer lugar, sobreviene un presagio de ventura tras el recibimiento por parte de cristianos, que enfatizan su piedad al ofrecer auxilios suficientes a los infortunados; presagio que contrasta con la aflicción derivada de las órdenes recibidas. En segundo lugar, encontramos la especificación de que aproximadamente tres horas después del recibimiento llega hasta ellos un hombre calificado como extremadamente venerable, acompañado de cuatro personas, entre quienes se encuentra un notario, encargado de testificar la cristiandad de los recién llegados. La comitiva, manteniendo siempre una sana distancia, solicita un emisario, con la extraña finalidad de obtener por parte de los extranjeros el juramento de no haber cometido asesinatos ni actos de piratería en, por lo menos, los últimos cuarenta días. Extraña finalidad, sobre todo por la confianza que se muestra en la palabra de extranjeros recién llegados. Por supuesto, éstos no se niegan a tal juramento, y aclaran que la enfermedad que sufren algunos de sus hombres no es de naturaleza contagiosa. ¿Qué forma de cristiandad es la de propios y extraños, cuando la preocupación de los primeros es en realidad no poner en peligro la sanidad de la isla, y la de los segundos es hacer lo políticamente conveniente? Aun cuando en el encuentro la pregunta central es: “¿Sois cristianos?”, el juramento ha sido desacralizado, y la piedad ha cedido el paso a la humanidad.

Durante los siguientes dos días se lleva a cabo el traslado y la instalación de los europeos en la isla. No por la tarde, sino antes de las seis de la mañana del cuarto día, el hombre del bastón va hacia los llamados a sí mismos “desventurados extranjeros”, acompañado de un sirviente, quien será el que guíe a los marineros hasta la Casa para Extranjeros. El orden es extremo: en primera instancia se permite el arribo a la ciudad sólo a seis de los náufragos, después al resto; los primeros atraviesan tres calles de la ciudad, con gente congregada a ambos lados en actitud de bienvenida. Ya en la Residencia, encuentran cuatro principales habitaciones preparadas para los cuatro principales hombres de la expedición,22 quince cámaras más para los restantes treinta hombres que no estaban enfermos, pues para éstos –diecisiete en total– había lugar en la enfermería, que contaba con cuarenta celdas. Afecto y respeto son la constante en la bienvenida a los seis hombres, la cual concluye con una cena que hace decir a los ahora huéspedes: “Dios, sin duda, mora en esta tierra”.23 Una expresión que resulta vacía siempre que nos percatemos de que la vista de los europeos está puesta en lo agradable de las calles, en el rico vestuario de los dignatarios, en la limpia y lujosa construcción de la Casa para Extranjeros, y en la exquisita cena que les es ofrecida: infinitamente mejor que cualquiera que hubiera disfrutado el narrador en los mejores colegios europeos. Estos encantos merman la importancia de una nueva orden: enclaustramiento total por tres días. En el primero de estos días, quien narra convoca a todos sus compañeros con el objeto de considerar su situación, que en principio compara con la que vivió Jonás. Una comparación que provoca desconcierto incluso a quienes no somos doctos en la sabiduría veterotestamentaria, pues la comparación inmediata no es entre los tres días que vivó el profeta dentro del vientre de una ballena –como parte de un plan dispuesto por Dios– y los tres días que tendrán que vivir los europeos en el interior de la isla; la comparación es entre el estado de Jonás tras ser lanzado del vientre de la ballena y el que viven ellos al ser lanzados del seno del océano a tierra. Implícitamente es el reconocimiento de que el verdadero encierro lo vivieron en el mar, y que es la gracia divina quien les trajo a Bensalem. No obstante, el narrador agrega que la liberación respecto del océano trae un nuevo peligro, cifrado en la oscilación que viven entre la vida y la muerte, entre el viejo y el nuevo mundo. Lo que en la historia bíblica es salvación de un alma arrepentida por querer alejarse de dios, en la historia baconiana es liberación que acarrea un nuevo peligro; para escapar de éste, no hay ofrecimiento alguno de oración o de sacrificio, sólo la recomendación de mantener ocultos los propios vicios y debilidades, lo cual explica por qué los europeos pasan tres días de tranquila y alegre espera. En las palabras con las cuales concluye el discurso de amonestación observamos que se avoca la salud del alma y la del cuerpo; sorprendentemente la gracia ya no se espera de dios, sino de la ciudad de Bensalem. “Por el amor de Dios y la salud de nuestras almas y cuerpos, comportémonos de tal modo que seamos dignos de Él y encontremos gracia a los ojos de este pueblo”.24

En el noveno día, pasados los tres de encierro, se precisa el cuadro de salvación, enmarcada con la visita del gobernador de la Casa de Extranjeros, un sacerdote cristiano ante quien los europeos se muestran humildes y sumisos. La nueva buena –dada a seis de los huéspedes cristianos– es que el Estado les concede, en principio, seis semanas más en la isla. La noticia va acompañada de una advertencia: ninguno de ellos puede alejarse más de legua y media sin permiso especial. ¿Tuvo éxito el recato de los europeos durante su encierro? Lo cierto es que la licencia concedida está amparada en la legislación bensalemita. Por otra parte, el gobernador informa que durante treinta y siete años la región no había recibido extranjeros, de suerte que la inmejorable economía de la Residencia puede atender cualquier petición posible a cambio de amor fraternal y la salud de almas y cuerpos. La salvación queda definida como nobleza y liberalidad que no dejan nada que desear. ¿Quién querría alejarse siquiera una milla de “este feliz y santo territorio”?25

La importancia de los siguientes dos días puede comprenderse porque el gobernador de la Casa de Extranjeros da respuesta a dos principales cuestiones que inquietan a los europeos: la conversión de Bensalem y la causa de su ocultamiento para el resto del mundo. A las diez de la mañana del décimo día, los ahora fieles servidores de la isla reciben nuevamente al gobernador de la Residencia, a cuyo alrededor se instalan sólo diez de ellos pues, tal como se explica, el resto o eran muy humildes o habían salido. Lo que escuchan en primer lugar es el nombre de la isla en el idioma nativo,26 luego parte de su esencia: “debido a nuestro aislamiento y las leyes secretas que tenemos para nuestros viajeros, así como a la rara admisión que tenemos de extranjeros, conocemos bien la mayor parte del mundo habitado y somos al mismo tiempo desconocidos.”27 El gobernador muestra plena seguridad de que tales afirmaciones causarán inquietud entre los europeos, razón que explica su invitación para ser interrogado al respecto. Son dos las cuestiones que plantean los fieles, la primera –que aparentemente se resuelve este mismo día– tiene que ver, más que con la descripción recién realizada, con un rasgo que se ha hecho patente desde el primer día, el referente al cristianismo de la ciudad; la segunda –que se clarifica el día siguiente– está relacionada con su aislamiento.

Aunque el interés por la conversión de Bensalem parece motivarse en el cristianismo mismo previamente declarado por los europeos, el relato por parte del gobernador destaca las diferencias entre el cristianismo del viejo y del nuevo mundo, las cuales nos ayudan a precisar las razones por las cuales este último se instaura como el verdadero benefactor de toda nación que desee la felicidad eterna. El minucioso relato se remonta veinte años después de la ascensión de Cristo, para describir un milagroso suceso en el que los habitantes de Renfusa, ciudad bensalemita, presencian en medio del mar un enorme pilar de luz, coronado con una cruz aún más resplandeciente. Maravillados, algunos habitantes se acercan en pequeñas embarcaciones, tanto como se los permite una especie de campo magnético. La mayoría de las embarcaciones permanecen inmóviles como en un teatro, salvo aquella en la que, para fortuna de los isleños, se encontraba un sabio de la Casa de Salomón, quien de rodillas manifiesta su fe en una extraña oración que comienza agradeciendo a Dios la preservación de la orden a la que pertenece, y culmina rogándole que esclarezca el significado del signo que, no sin razón, excede sus propias leyes. Como respuesta inmediata, el sabio obtiene la movilidad de su barco, señal que interpreta como permiso para acercarse al pilar, el cual se disipa en infinitas estrellas dejando tras de sí un arca en cuyo interior se encuentra un libro que contiene todos los libros canónicos del Viejo y Nuevo Testamento, así como el Apocalipsis, y –agrega el gobernador– algunos libros aún no escritos en aquellos tiempos. El arca también guarda una carta del apóstol Bartolomé, en la cual refiere que recibió el aviso de un ángel para que colocara el arca en el mar, con el fin de que el pueblo en el que Dios ordena que ésta llegase fuera al instante bendecido y salvado por Jesucristo.

A pesar de que el gobernador abandona inesperadamente la reunión, poniendo punto final a la cuestión de la conversión de Bensalem, la remembranza de tal evento genera variadas cuestiones, de las cuales destacamos las que contribuyen a aclarar el carácter de la isla. Hay que decir, en primer lugar, que la descripción parece apuntar a la importancia del cristianismo en la excelencia que caracteriza a la ciudad; no obstante, tal importancia se ve mermada tan pronto nos percatamos de que la creación del Colegio de Salomón –centro de la isla– precede a la conversión, además de que en dicho Colegio existe ya conocimiento de Dios y sus poderes, pues de no ser así, no podría explicarse que sea el sabio quien reconozca un milagro genuino en la aparición de la Columna, y que sea él quien ruegue a Dios para que revele su verdadero significado. En otros términos, aunque en apariencia la conversión de Bensalem fue directa, en realidad no hubiese sido posible sin la mediación de la ciencia. En este sentido, cobra especial relevancia el hecho de que todas las embarcaciones permanezcan inmóviles, mientras que la que proviene de la Casa de Salomón adquiera movimiento, pues es una imagen que informa sobre la actitud contemplativa de la mayoría, en contraste con la acción permitida al sabio. La visión de la antigüedad ha sido invertida.

El relato del gobernador muestra que la actividad científica no sólo es anterior a la conversión de Bensalem, sino también superior a la religión misma, pues aun cuando los principales hombres de la ciudad se presentan como cristianos son los líderes de la institución científica quienes reciben toda reverencia. Si observamos las diferencias en la vestimenta y el ritual con el que se venera a los principales hombres de la isla, constatamos que en la cúpula de la jerarquía se encuentra el padre de la Casa de Salomón.28

Por otra parte, es importante señalar que la descripción del Gobernador comienza por señalar que Bensalem fue salvada cuando apenas habían transcurrido veinte años de la ascensión de Cristo; más adelante agrega que el arca, cuyo contenido fue revelado al sabio, poseía todos los textos sagrados, incluso los aún no escritos. Al margen de lo inquietante que resulta la segunda declaración, Bacon parece señalar el carácter primigenio e integral de la religión bensalemita, y con ello diferenciarla de la europea; lo cual explicaría el hecho de que los fieles servidores de la Casa de Extranjeros comparen a la isla con el cielo, y a sus habitantes con ángeles. En la oración expresada por el sabio se afirma que Dios nunca excede sus leyes sin razón. Es claro que la consecuencia del milagro es la conversión de Bensalem, pero ¿por qué Dios elige esta ciudad para recibir el arca y ser salvada? ¿Es porque en ella existe ya un orden que tiene como fin conocer sus obras y, por ello, beneficiar a la humanidad? O, como sugiere Pangle, si la ciencia tiene el poder para identificar un milagro pues tiene permitido acceder a las leyes de la naturaleza ¿no podrá acaso sobrepasar ella misma estas leyes?29

Por último, resulta difícil pasar de largo las diferencias entre la conversión de Nínive, que en el Antiguo Testamento tiene como preludio el rescate de Jonás, y la de Bensalem, cuyo relato en la Nueva Atlántida tiene como preludio la liberación de los europeos respecto del naufragio. Tras ser liberado del vientre de la ballena, Jonás obedece a Dios y se dirige a Nínive para anunciar su destrucción si no se desvía del mal camino; en respuesta, el Rey ordena que hombres y animales, cubiertos de cilicio, clamen a Dios, de quien obtienen el perdón. Como detallaremos a continuación, cuando el arca llega a Bensalem, ésta era ya una ciudad considerada feliz, sin la necesidad de ser transformada ni convertida del mal. Por un lado, la posible cristianización de la isla es en función de eternizar un estado preexistente; por otro, no exageramos al pensar que el verdadero propósito del relato es volver al pueblo europeo –representado por los marineros– hacia un nuevo mundo que ante todo ofrece comodidad y longevidad.

Tras la cena del undécimo día, el gobernador realiza la última visita a los europeos, quienes externan su segunda inquietud: ¿Por qué la dichosa isla es conocida de muy pocos y, sin embargo, como lo demuestra su diversidad de idiomas y el conocimiento de costumbres y gobiernos europeos, ella conoce la mayor parte de las naciones del mundo? Es comprensible que una isla situada en el recóndito cónclave del mar permanezca invisible para algunos, pero ¿no es acaso condición de seres divinos poder ver a otros transparentemente? El gobernador comienza por advertir que su respuesta los dejará satisfechos, pese a que callará algunas particularidades que tiene prohibido revelar.30

El relato, mucho más extenso que el que refiere la conversión de Bensalem, narra dos momentos de la historia de la isla que corresponden a dos grandes reinados. En primer lugar, el relato se remonta a tres mil años, cuando la navegación dominaba en el mundo. En esa época, Bensalem contaba con tal fama que era frecuentada por naciones de poder bélico, naval y económico; así mismo ella realizaba viajes a América, el Atlántico, el Mediterráneo, e incluso a mares orientales. Entonces la isla era gobernada por un guerrero sabio llamado Altabín, rey recordado tanto por su poder como por su clemencia. Estos atributos se ilustran en un hecho sin precedentes: Perú, que en aquel remoto pasado era una de las tres potencias de América, intentó invadir Bensalem; Altabín, conciente de su poder y del de su enemigo, le obligó a rendirse sin necesidad de ataque; luego, viendo a los osados peruanos a su merced, les dejó libres, con la única condición de que le juraran que nunca intentarían emprender la guerra contra él. A pesar de la “clemencia” de Altabín, Perú fue aniquilado por el diluvio, un hecho que la historia de la isla reconoce como castigo divino. En palabras del gobernador, el castigo divino junto con las constantes guerras, los avatares de la naturaleza y las revoluciones naturales del tiempo, causaron el debilitamiento de la navegación, cuya consecuencia última fue que las naciones perdieran contacto con Bensalem. El relato explica, en segundo lugar, por qué la isla decidió permanecer desconocida para el mundo. Fue una decisión tomada por Saloma, aproximadamente mil cien años después de la era de Altabín. Saloma, hombre de gran bondad y adorado como instrumento divino, considerando que el estado de la isla era tal que si bien “podía sufrir mil cambios que lo empeorara, era difícil inventar uno capaz de mejorarlo, pensó que a nada más útil podía dedicar sus nobles y heroicas intenciones que a perpetuar (hasta donde la previsión humana puede llegar) la felicidad que reinaba en su tiempo”.31 Para lograr su objetivo, Saloma evitó innovaciones y mezclas de costumbres a través de una legislación que norma de manera exhaustiva el trato hacia los extranjeros que arriban a la isla, así como los viajes bensalemitas a otras naciones. El gobernador aclara que la legislación de Saloma no posee sentido mezquino, pusilánime o cobarde; sino humanitario, prudente y justo; dicta disposiciones para el socorro de extranjeros en desgracia, impide que –a su regreso– los extranjeros divulguen los secretos del reino y no retiene a los extranjeros contra su deseo. La justicia de Saloma es posible por los ofrecimientos que el Estado hace de inmejorables medios de vida; su legislación tiene desde entonces un éxito rotundo, en mil novecientos años ninguna nave ha deseado regresar a su lugar de origen, sólo trece extranjeros se han resistido a los encantos de la ciudad.

Entre otras cosas, las leyes de Saloma limitan prudentemente los viajes de Bensalem. El sentido de la prudencia se aclara cuando el gobernador afirma que, mediante sus viajes al extranjero, la isla obtiene todas las ventajas posibles, pero siempre evitando cualquier daño. ¿Cómo es posible esto? La legislación salomaica hubiera permanecido como anhelo si el Rey no hubiera llevado a cabo el acto más notable de su reinado: la creación e institución de la orden llamada Casa de Salomón, en honor al rey de los hebreos, de quien Bensalem posee parte de las obras que Europa ha perdido. Esta Casa, dedicada al estudio de las obras y criaturas de Dios es, en palabras del gobernador, luz del reino, así como la más noble de las fundaciones que han existido en la Tierra. Saloma aprendió de los hebreos que Dios creó el mundo y todo lo que él contiene en seis días e instituyó esa Casa, también llamada Colegio de las Obras de Seis Días, para el estudio de la verdadera naturaleza de todas las cosas, con el propósito último de “que Dios recibiera mayor gloria en sus obras y los hombres más fruto en el empleo de ellas”.32 La institución del Colegio es fundamental para las leyes referentes a los viajes al extranjero, pues junto a la prohibición de navegación hacia aquellos lugares que no estaban bajo su corona, Saloma dictó la disposición de enviar cada doce años dos naves fuera del reino. En cada una de ellas parte una comisión de tres individuos de la Casa de Salomón con la misión de traer informes del estado y asuntos de los países que se les indican, sobre todo de las ciencias, artes, fabricaciones, invenciones y descubrimientos. También deben traer libros, instrumentos y modelos de todas clases. El relato detalla que, tras dejar en tierra a los viajeros de la Casa de Salomón, los barcos regresan y aquellos deben permanecer doce años, hasta la llegada de una nueva misión. Los barcos llevan como carga provisiones y riquezas, las cuales se quedan en manos de los viajeros para comprar todo lo necesario y también para usarlas como recompensa.33

A estas leyes, ocultas durante aproximadamente diecinueve siglos, debe unirse la conocida prohibición a todo bensalemita de aceptar recompensa por parte de extranjeros, no precisamente por una política anticorrupción, sino para evitar cualquier posibilidad de que se revelen los secretos de la isla. El gobernador guarda silencio sobre los medios que utilizan los viajeros para no ser descubiertos, así como sobre los sitios designados para estos viajes, el lugar donde se reúnen las otras misiones y los probables resultados de la experiencia.

¿Qué es Bensalem? Para los europeos un lugar inimaginado que provoca el olvido del viejo mundo; para el judío circunciso que aparecerá más tarde, la imagen de Bensalem es un inmaculado querubín. Pero los discursos del gobernador descubren una antiquísima ciudad cuyo poder, resultado de la política de dos grandes reyes, es inconmensurable. Altabín consolida la isla como una potencia comercial, naval y bélica. A pesar de que la memoria colectiva hace de Altabín un rey clemente, es difícil recurrir a causas que no estén relacionadas con un afán imperial para explicar de qué manera la isla logró sobrevivir a guerras, calamidades naturales y cambios de la fortuna; mientras el resto de las naciones, política o literalmente, desaparecían. La clemencia del primer rey de Bensalem resulta más bien soberbia,34 una pasión que heredan sus actuales gobernantes, pues así como Altabín perdona a sus enemigos tras un juramento de paz, los europeos son acogidos en la isla tras un juramento igualmente cuestionable.

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