Kitabı oku: «Estudios sobre la Filosofía Política de Francis Bacon», sayfa 3
La grandeza del rey sabio y guerrero transciende más de diez siglos; su sucesor, Saloma, considerando que Bensalem es un reino feliz, implementa una política de aislamiento con leyes que tienen como finalidad mantener al reino en su pureza. La legislación de Saloma es reconocida por súbditos y sucesores como humana, prudente y justa; aunque la prudencia es entendida como conveniencia y la justicia más bien como sumisión voluntaria. Hay que enfatizar que las virtudes que desde Saloma definen a Bensalem encuentran en la prosperidad material una condición sine qua non. Esta afirmación parece contradecir el pasaje en el cual leemos que a partir de Saloma, y siendo la isla por demás autosuficiente, el comercio con otras naciones no es por metales o comodidad material alguna, sino sólo por adquirir la luz, medio por el cual puede a su vez adquirirse el conocimiento de todas las partes del mundo; no obstante, sabemos que la finalidad última no es el avance del saber, sino ofrecer sus frutos al género humano.
La expresión “tierra de ángeles” se vuelve en este punto altamente significativa. Bensalem, potencia antigua, basta en conocimientos históricos, poseedora de la historia natural salomónica, así como de todos los libros sagrados; ciudad que con propósito humano concentra los saberes y experiencias de secretas naciones es, para los europeos cuyo proyecto ha fracasado, el reino del cielo en la tierra. Durante escasos once días hemos visto a un representativo grupo de hombres pasar de náufragos a extranjeros, luego de huéspedes a fieles servidores. Al iniciar el segundo relato, ellos confiesan al gobernador que oírle hablar significa olvidar peligros pasados y futuros;35 al concluir, los diez hombres que le escuchan están atónitos. Los frutos de la legislación salomaica se manifiestan una vez más, tras mil novecientos años, en las siguientes palabras: “Viendo ya que no había peligro para nosotros y considerándonos como hombres libres, empezamos a vivir con la mayor alegría posible […] De continuo encontrábamos muchas cosas bien merecedoras de observar y relatar, pues desde luego, si hay en el mundo un espejo, digno de cautivar los ojos de los mortales, es este país”.36
¿Ciudadanos de Bensalem?
Si el develamiento de la isla significa olvidar peligros pasados y futuros, el curso del tiempo carece de importancia. Quizá por esto los tres relatos que integran la última parte de la Nueva Atlántida no precisan el día en que acontecieron. Desconocemos si son hechos registrados durante las seis semanas ofrecidas a los europeos para permanecer en la isla, o si se dan cuando ellos se asumen como miembros del “nuevo mundo”. Esta última conjetura prospera cuando advertimos que son narraciones de cuestiones que requieren como condición el trascurso de un tiempo considerable, como la amistad que el narrador entabla con el judío, y el descubrimiento del mayor secreto de la ciudad.
Para nuestro propósito es imprescindible analizar estos relatos, pues ellos completan el carácter de Bensalem, así como la legislación que lo hace posible, ahora a cargo de los padres de la Casa de Salomón, sucesores de Saloma. Solo entonces estaremos en condición de cuestionar la comprensión baconiana sobre la mejor forma de vida política.
Acerca de la llamada Fiesta de la familia es importante señalar que es un acontecimiento referido al narrador por dos de sus compañeros, lo que sin duda genera distancia respecto de los lectores. Es una fiesta pagada por el Estado en honor del padre de familia que llega a reunir vivos treinta descendientes, todos de una misma esposa y mayores de tres años. El festejado, llamado Tirsán, es atendido durante dos días previos al festejo por sus amigos, familiares y el gobernador de la ciudad, mientras investiga el estado de la familia y toma las medidas necesarias para enderezar aquello que no marcha por buen camino. El gobernador pone en ejecución su autoridad, aunque la veneración y el respeto con que se acatan las disposiciones del Tirsán no hacen necesaria su actuación. El orden de la celebración es exhaustivo: el Tirsán entra, después del servicio divino, al recinto en que transcurrirá la celebración, seguido por sus hijos y sus hijas, en ese orden. Él ocupa una silla sobre la cual hay un dosel de yedra; si la madre de todos los descendientes vive, se acomoda del lado derecho, pero quedando invisible. Una vez instalado el Tirsán, entra una especie de heraldo, con un par de pajes. Uno de estos pajes lleva un estatuto del rey que contiene los varios privilegios a que se ha hecho merecedor el Tirsán, pues –siguiendo el relato– el rey es deudor de un hombre, sólo por la propagación de sus súbditos. El otro paje porta un racimo de treinta uvas de oro, que es entregado al homenajeado, quien a su vez lo entrega al hijo previamente elegido por él para quedarse en la casa. Después de terminada esta ceremonia, el padre se retira y regresa nuevamente para asistir a la cena. Ninguno de sus descendientes puede sentarse con él, a menos que pertenezca a la Casa de Salomón. Al final de la cena, que nunca dura más de una hora y media, se canta un himno en honor a Adán, Noé y Abraham; el himno concluye con una alabanza en honor del Salvador. Terminada la cena, el Tirsán se retira para decir a solas sus plegarias, luego regresa para dar su bendición a cada uno de sus hijos. Los invitados se entregan el resto del día a la música y otros placeres.
Aunque el narrador no repara en presentar la Fiesta de la familia como signo de una nación llena de bondades, pues a sus ojos, es una costumbre sencilla, piadosa y admirable;37 concluye el relato sin realizar apreciación alguna, como si las cualidades de la celebración fueran evidentes. Nada más distante de esto. El relato descubre detalles de suntuosidad hasta el hastío; mientras que la piedad queda una vez más en tela de juicio cuando advertimos que lo que se honra no es la procreación de hijos de Dios, sino la propagación de súbditos, y que, entre éstos, el verdaderamente ensalzado en la Fiesta es el hijo del Tirsán que a su vez sea miembro de la Casa de Salomón. La admiración deviene al percatarnos que el relato muestra una política que exalta la monogamia como aparente medio de institución de la familia; cuando en realidad es un medio para el control de la población que termina por disolver la familia, siempre que pensemos –por ejemplo– en el carácter invisible de la madre.
Por último, el orden en que se celebra la Fiesta recuerda aquel que orienta el traslado y la instalación de los europeos en la Casa para Extranjeros. La legislación de Bensalem ordena también el matrimonio y la procreación, lo que podemos corroborar en el relato que refiere la amistad entre el narrador y el judío.
Como todas las pequeñas historias que se hallan al interior de la gran narración, la del judío tolerante presenta material para diversas interpretaciones.38 Por nuestra parte, subrayamos el poder de persuasión propio de la isla; Joabín, el judío cuyo lenguaje no es el mismo que el de los otros judíos, es presentado como tierno amante de la ciudad. En segunda instancia, llamamos la atención sobre la afirmación en boca del judío respecto al origen incierto de las leyes de Bensalem, que en cualquier caso él conoce y asume; especialmente las relativas al matrimonio, que hace de éste no un negocio que provee de conveniencia, alianza, dote o reputación, sino un remedio para la concupiscencia ilegal y, principalmente, un medio para la procreación. Específicamente, Bensalem no permite la poligamia, prohíbe que se contraiga matrimonio entre parientes, ordena que la pareja se despose hasta después de un mes de realizada la primera entrevista; no anula el matrimonio sin consentimiento de los padres; ordena que, previo al matrimonio, los novios tengan un baño desnudos, a los ojos de un amigo del novio y una amiga de la novia, con el propósito de identificar defectos en los cuerpos que impidan la descendencia exitosa.39 Como consecuencia de las anteriores disposiciones legales, en la isla se castiga el trato con cortesanas, tanto en hombres casados como en los solteros; por supuesto, existe una ley en contra del aborto y la concupiscencia contra natura.
La legislación referente al matrimonio, lejos de ser considerada excesiva e indeseable, es calificada por el judío como sabia y excelente. Bensalem queda así definida por su castidad; su lema es: “quien no es casto pierde su propia estimación”.40 Sorprendentemente, Joabín agrega que la autoestima coloca la religión en segundo sitio, pues es aquella la que verdaderamente frena todos los vicios. Hay que decir que mitigar los vicios no es en Bensalem el fin último, pues previamente el judío afirma que las familias que participan en la Fiesta, sin excepción, se multiplican y prosperan de una manera extraordinaria.
Matrimonio, procreación, admisión de extranjeros y viajes a otras naciones por parte de los bensalemitas son prioridad en una legislación a cargo de los padres de la Casa de Salomón, pues a pesar de que el relato de la Fiesta de la familia habla de un rey, al igual que la madre, aquel permanece invisible. En efecto, el Colegio es la luz de la Isla; sin su mediación no hubiese sido posible la “cristianización” de Bensalem, y sin él las leyes no se harían escuchar. Su poder es de tal magnitud que aunque los europeos expresaron su sensación de libertad al asumirse como ciudadanos de la isla, a partir de ese momento están a merced de una fundación que sólo si lo desea revela al Estado los resultados de sus experimentos.41 ¿Cuál es el soporte de esta omnipotencia que, sin exagerar, hace del Estado un medio para lograr sus fines?
El objeto de la fundación expresa también la fuente de su poder: “Conocimiento de causas y secretas nociones de las cosas y el engrandecimiento de los límites de la mente humana para la realización de todas las cosas posibles”.42 No es necesario detallar todas las cosas que han sido posibles hasta el momento en que el padre de la Casa de Salomón ofrece sus misterios al narrador; basta decir que la conservación de cuerpos, la imitación de minas naturales, los compuestos para hacer más fértil la tierra, las máquinas para multiplicar y reforzar los vientos, la reproducción en el aire de cuerpos de diversos animales, la producción de bebidas tan sutiles que atraviesan en poco tiempo la palma de la mano, así como de carnes exentas de corrupción y de fácil digestión; la multiplicación de olores, la imitación de sabores capaces de engañar el paladar, la fabricación de instrumentos de guerra, etcétera, tiene el objeto de curar enfermedades y conservar la salud, así como de ofrecer comodidad a una vida que se pretende eterna. Bensalem, el “hijo perfecto”, obnubila al cristianismo porque gracias a la ciencia y la técnica ofrece la felicidad en este mundo; aunque en el fondo esto implique la tecnocracia que, al ordenar tanto lo público como lo privado, cancela la vida política. La legislación de este nuevo poder no requiere ser justificada, pues todo aquel que cifre la felicidad en los bienes que de hecho ofrece la isla aceptará vivir como su súbdito, permitiendo que dictamine incluso su forma de amar.
El idealismo de Bacon no se encuentra precisamente en su confianza respecto al desarrollo de la ciencia, sino en su confianza respecto al amor por la humanidad, en la convicción de que éste pueda silenciar otras formas de amar. ¿O es acaso suficiente que la ley ordene pena de ignominia y multas para evitar la impostura en el uso de los conocimientos científicos?43 ¿Es suficiente implorar la bendición divina para que la ciencia sea iluminada en sus trabajos haciéndolos útiles y buenos?44 Si, como hemos visto, la ley y la religión encuentran en la ciencia su fundamento, la respuesta a estas preguntas es negativa. No obstante, para quienes cuestionamos que la mejor forma de vida es la que ofrece Bensalem, la Nueva Atlántida es opus imperfectum porque guarda una opción: descubrir el secreto de los trece extranjeros que resistieron al paraíso terrenal.
Bibliografía
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__________, The advancement of learning and New Atlantis, Ed. de Arthur Jonhston, Oxford, Clarendon Press, 1974.
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Platón, Timeo, traducción de Francisco Lisi, Madrid, Gredos, vol. VI, 1992.
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__________, Peace Among the Willows: the Political Philosophy of Francis Bacon, La Haya, Martinus Nijhoff, 1968.
La sabiduría en la Sabiduría Comentario a La Sabiduría de los Antiguos de Francis Bacon
Luis Octavio García Mondragón
nihil bonum est quod melius tollit Hugo de San Víctor
Docilidad es en sentido antiguo un hábito, aunque modernamente nombre a una disposición. Para Cicerón, la docilidad es el salmer del exordio, la cualidad política en que puede arraigar la buena oratoria. San Agustín, por su parte, consideró que la docilidad enucleaba las primicias de una vida de servicio, era la pechina de la comunidad. Sin docilidad, para los antiguos, la oratoria es mera argucia; la política, demagogia: el servicio se trastoca en servidumbre; la humildad disimula humillación. En el inicio de la Modernidad, en cambio, la docilidad comenzó a ser más bien una disposición a ser cambiado, el estado primitivo sobre el que se diseña lo nuevo. Diego de Saavedra Fajardo, por ejemplo, encuentra en la tabula rasa la mejor imagen del hombre dócil, la docilidad como lienzo en que se esgrafía al hombre nuevo. Los exploradores del “Nuevo Mundo”, por su parte, vieron docilidad en el sometimiento de los nativos, el carácter dócil era señal de la posibilidad de vetear la civilización en la extensión salvaje. La docilidad, en los albores de la Modernidad, comenzó a ser una disposición para lo novedoso. La docilidad, deponiendo el hábito, instauró la disposición al progreso.1
La docilidad acota nuestra actitud hacia el pasado y cifra nuestro talante al futuro. El pasado sólo es honroso cuando la docilidad así lo muestra. El futuro sólo es prometedor para quien se allega a él con docilidad. Tan dócil puede ser quien honra a su padre y a su madre conservando las tradiciones, como quien deja de lado las tradiciones para adaptarse paulatinamente ante la promesa de un futuro mejor. La docilidad deslinda nuestra relación con lo antiguo y con lo nuevo. Pensar a la docilidad como hábito o como disposición tendrá una consecuencia en el modo en que juzguemos a la novedad y a la antigüedad. La docilidad es la clave del progreso.
En tanto es considerada hábito, la docilidad reverencia al pasado. Lo digno de ser aprendido, lo respetable y decente, a lo que el dócil se remite, ha sido conocido y ha sido enseñado; aprender es conformarse al pasado.2 Lo antiguo tiene una sabia autoridad. La educación arraiga en la autoridad de lo antiguo. La verdad se afirma en la credibilidad de la antigüedad. La sabiduría es el reconocimiento de la verdad antigua. Considerada como hábito, la docilidad es el íncipit de la sabiduría.
En tanto es considerada disposición, la docilidad esgrime al futuro. Dócil es quien obedece a la circunstancia, quien aprende para el porvenir. Lo futuro tiene la autoridad de lo deseable. La verdad se afirma en la ejecución de lo posible. La sabiduría es el conocimiento que inaugura las nuevas verdades. La novedad busca restituir la insuficiencia de lo que se tiene. Considerada como disposición, la docilidad propicia al hombre hacia las ayudas necesarias. La nueva sabiduría es una nueva obediencia.
Sea hábito o disposición, la docilidad es un problema para la posibilidad de la filosofía. En relación al pasado, porque el filósofo dócil podría no distinguirse del doxógrafo, así como el indócil podría no reconocer a las almas filosóficas. En relación al futuro, porque la admiración por el espectáculo de la verdad podría ser suplantada por la admiración del retablo de las novedades, así como la crítica indócil del retablo podría despejarnos de toda admiración –que es como aterrarse por las arpías olvidando a Iris. La docilidad es un problema para la posibilidad de la filosofía tanto como la posibilidad de la filosofía es un problema para la docilidad. Definirse sobre la una tiene consecuencia sobre la otra. La modificación en la comprensión de la docilidad –del hábito a la disposición– avisa de una modificación en la comprensión de la posibilidad de la filosofía. O quizá de una conclusión sobre la posibilidad de la filosofía se originó la modificación en la comprensión de la docilidad. Por ejemplo, tanto la docilidad como la posibilidad de la filosofía tienen su más serio problema ante la Revelación. La Revelación redescubre el futuro y trama el pasado. La Revelación trastroca hábitos, disposiciones y vocaciones. La Ley revelada podría redefinir tanto la posibilidad de la filosofía, como la comprensión de la docilidad. Distinguir un cambio en la comprensión de la docilidad debería hacernos pensar de un trasfondo más profundo. La modificación de la comprensión de la docilidad es, finalmente, un problema de la ortodoxia y la heterodoxia, de lo aceptable y lo inaceptable, de lo antiguo y lo nuevo.
Como problema de la ortodoxia es como explícitamente Francis Bacon sitúa a la definición de la docilidad. O al menos eso es lo que reconozco en su docta obra De Sapientia Veterum. Compuesta por dos dedicatorias, un prefacio y treinta y una fábulas, La Sabiduría de los Antiguos fue la segunda obra publicada por el barón de Verulamio. Que el autor haya decidido publicarla no es un dato desdeñable, sino que debería orientar su lectura. Es digno de asombro que algunos académicos que producen especializados artículos sobre el pensamiento de Bacon no hagan diferencia entre las obras concluidas y las inconclusas, entre las publicadas y las reservadas, entre las destinadas al público general y las orientadas a un público específico.3 Es digno de asombro que la lectura acostumbrada del poco leído Bacon sea la de una generalidad que no respeta las distinciones literarias que el mismo autor consideró importantes. Es digno de asombro, por último, que una parte de las interpretaciones de La Sabiduría de los Antiguos busque en ella preludios de los conceptos de las obras posteriores o la interprete desde las obras más conocidas. Sería necesario justificar desde el texto mismo que Sir Francis Bacon no consideró a De Sapientia Veterum interpretable en sí misma; quizás eso es también un problema de ortodoxia.
En una carta vivaz de febrero de 1610, con la que Bacon acompaña el envío de la obra a su editor, puede leerse: “dicen que mi latín se ha convertido en plata y se ha vuelto corriente”.4 En el sentido más llano, la frase nombra la circulación que va teniendo la obra baconiana y el efecto público de la misma. Sin embargo, y sin ignorar que se trata de una carta cifrada entre burlas y veras, puede observarse que en De Sapientia Veterum se evita cuidadosamente que la plata del texto conste de treinta unidades; Bacon presenta treinta y una fábulas, aunque la central oculta en el título el nombre del personaje. Quizá sea una broma, pero también se puede observar que el nombre del personaje de la fábula central corresponde al planeta asociado al estaño en la alquimia, y que la plata –el segundo metal noble– se encuentra un paso atrás del estaño en el círculo de la transmutación alquímica, dos pasos detrás del oro. Quizás en La Sabiduría de los Antiguos no se nombra por su nombre en el título al personaje de la fábula central porque no se presentará la sabiduría más pura. Quizá valga decir en atención a la broma: De Sapientia Veterum está escrito dos niveles por debajo de la verdad. La obra popular del barón de Verulamio podría tener al menos un discurso popular y un discurso que es camino a la verdad. El trabajito baconiano de 1609 podría estar escrito para triunfar en público y derrotar en privado.
Hablando un poco más en serio. Las dedicatorias confirman al lector que la obra está escrita con –al menos– un doble discurso. Las dedicatorias constituyen, además, la justificación política de la obra. La primera dedicatoria es a la autoridad política. Bacon presenta la conveniencia de su obra para la autoridad con dos argumentos. El primero: una obra de filosofía enaltece al político porque la política y la filosofía emanan de la misma fuente. A opinión del autor, la filosofía de su tiempo es indigna y tan vieja que ha vuelto a su infancia. Si la obra que a la autoridad se presenta proviene de la vieja filosofía y el político la recibe con beneplácito sólo por ser vieja, la política se degrada. El político no puede simplemente venerar lo antiguo; la veneración política de lo antiguo sólo tiene sentido cuando enaltece al político. La obra de Bacon no podría ser, como parece, ni de filosofía ni de política, tampoco podría ponderar a lo antiguo sólo por su antigüedad; debe situarse en un camino intermedio. El camino intermedio se describe en el segundo argumento, que coincide con la enunciación del objetivo de la obra: contribuir a las vicisitudes de la vida y los secretos de la ciencia. La enunciación del objetivo está flanqueada por la única frase que se repite en la dedicatoria: lo que ofrece parecerá vulgar a la opinión vulgar. Evidentemente es necesario distinguir el ofrecimiento. Sobre las vicisitudes de la vida sólo hablará más tarde en una fábula; mas de los secretos de la ciencia sí habla en esta dedicatoria. Las fábulas, afirma, son un arca en que se recogen los secretos de la ciencia. La opinión vulgar podrá complacerse admirando el oropel de la fábula: “lo evidente, lo obsoleto y los lugares comunes”. En cambio, las fábulas, que son arcas, “acompañarán al intelecto profundo”. El político se dejará guiar por el arca; el arca acompañará al político en su camino. En la primera dedicatoria, la obrita se justifica por la docilidad hacia el estado de cosas.
La segunda dedicatoria es compleja desde su título. Quizá no perturbe al lector contemporáneo que Bacon nombre a su institución universitaria almæ matri. No así al lector contemporáneo de Bacon, para quien la expresión usualmente nombraba a la Iglesia, la madre nutricia que por medio de Juan nos fue entregada en el Gólgota.5 El alma que se nutre de la universidad está acostumbrada a distintos nutrimentos que el alma que se nutre de la Iglesia. La Iglesia desplazada por la universidad es una redefinición de la ciudad de Dios. Sin polemizar con la religión, Bacon halló una nueva tierra, pero disfrazó su descubrimiento con las galas de la Antigüedad.
En la segunda dedicatoria Bacon se presenta como alguien preocupado por la desprotección en que se encuentra la universidad: “no entiendo cómo es posible que se vean pocas huellas que regresen hacia ustedes, cuando son infinitas las que de ustedes han surgido”. A primera vista, Bacon dedica su obra a la universidad por reconocimiento de la universidad misma, porque el autor honra a su madre y es dócil con ella. A primera vista, el autor laborará en la fertilidad universitaria añadiendo algo pequeño a los descubrimientos de los doctos. Bacon, para decirlo en el lenguaje contemporáneo, fecunda agradecido en el status quaestionis de su propia disciplina. De ser así, Francis Bacon sería un muy buen universitario de nuestros días. Sin embargo, la frase citada puede provenir de Horacio.6 En el vate latino, la frase se usa para referir su actitud ante el pueblo romano que cuestiona la sabiduría del poeta. Comparando a la multitud con un león viejo, el poeta zorruno advierte: “me espantan las huellas; todas miran hacia ti, ninguna regresa”. La universidad moderna –como el vulgo, como el león enfermo– engulle a los novedosos. Bacon lo sabe y escribe para quienes ven las huellas. Y es en este último sentido en que la frase proviene de Platón.7 Sócrates hace ver a Alcibíades su condición miserable y la necesidad de la sabiduría para sus aspiraciones políticas. Sócrates sólo hacer ver miserable a Alcibíades cuando están solos. En público, el talentoso ateniense triunfa solo. La obra de Bacon está dedicada a los Alcibíades de las universidades. De Sapientia Veterum está escrito para derrotar en privado y triunfar en público.
La derrota privada que Bacon sugiere en su segunda dedicatoria se implica en la polémica con la filosofía que ahí desarrolla. Bacon declara que la vieja filosofía es ayuda y consuelo para la vida: él no es responsable de que los universitarios abandonen la Iglesia, sino que la vieja filosofía les ha dado distintos consuelos. En cambio, su propuesta contribuye a los problemas de la vida: “las especulaciones, aplicadas a la vida activa, adquieren decoro y fuerza nuevos, y cuando dispongan de una materia más fértil, quizás echen raíces más profundas, o crezcan más altas y frondosas”. Su propuesta consuela en la vida activa; no sustituye a la Iglesia… hasta podría colaborar con ella. Las universidades yerran en su atención a la vida activa. La Sabiduría de los Antiguos es conveniente porque acompaña a la vida activa, funda la nueva docilidad.
El triunfo público de La Sabiduría de los Antiguos empece la docilidad antigua. El prefacio de la obra comienza con la redefinición de dicha docilidad: determina la grandeza de la Antigüedad olvidada y funda en ella la legitimidad de un nuevo inicio. La primera línea del prefacio es una paráfrasis del inicio del capítulo final de la primera parte del Apologético de Tertuliano.8 En la obra polémica del africano, la suma antigüedad de la Escritura es garantía de su autoridad y la autoridad indica la docilidad. Lo antiguo es semilla de lo futuro, la docilidad es el modo del florecimiento. Para crecer legítimamente, afirma el cartaginés, hay que crecer bajo el imperio de la Ley. La Escritura predicó el pasado y el futuro, reveló ambas partes, por lo que es necesario reconocer al pasado para disponer de la confianza en el futuro. La esperanza, dice Tertuliano, se confirma en el pasado revelado y se afirma en la confianza en el futuro. Sólo así, concluye, la autoridad puede fundarse por la fe en la fuerza de la verdad.9 Esto es, la autoridad, además de fundarse en su antigüedad, se puede fundar en su efectividad.10 La docilidad no es solamente una reverencia al pasado, sino también una cierta disposición moral. El fundamento de la disposición moral exigida por Tertuliano es la extensión de la Ley. Que la Escritura lo haya expuesto todo deja al hombre en la imposibilidad de ocultar nada.
La polémica de Tertuliano, además de dirigirse a la idolatría, está dedicada a la filosofía. Si la Ley lo ha expuesto todo para la perfección moral, no se requiere de la pregunta filosófica sobre lo justo. Al contrario, si el filósofo pregunta por lo justo anubla la perspicuidad de la Ley. La filosofía mitiga la docilidad y menoscaba a la autoridad. El filósofo no reconoce a la Antigüedad, se afana en la Novedad.
Sin embargo, en la primera línea del prefacio Bacon afirma que “la Antigüedad primitiva (a excepción de las Sagradas Escrituras) está envuelta en el olvido y el silencio”. Mientras en Tertuliano la Escritura ilumina la totalidad, en Bacon se busca dentro de los lindes de lo lóbrego y se deja de lado lo que ya ha sido expuesto. Parece que la preocupación de Bacon no está con la religión o con el rigorismo moral de Tertuliano, sino con lo que está más allá de la religión y la moral. La Antigüedad que requiere la Modernidad es nictálope. La Modernidad busca una nueva autoridad y la encuentra en una nueva Antigüedad. La Antigüedad baconiana es desconocida, no ha sido expuesta ni por la religión ni por la filosofía, no ha sido autoridad y por tanto tampoco la ha perdido. La Antigüedad baconiana debe ser expuesta al margen de la Ley pero como una nueva Ley.
Una Antigüedad novedosa podría suponerse como un juego de palabras o una burla conceptual, reconoce Bacon, aunque en realidad supone una gran complejidad. A lo largo del prefacio el autor expone dos argumentos diferentes para quienes van a leer su Antigüedad renovada. El primero es presentado como propio de la sabiduría humana y consiste en el arte de interpretar fábulas. El segundo es una diatriba sobre el uso de las fábulas. Claramente uno es presentado para quien ya gusta de las fábulas y sólo se resiste a interpretaciones nuevas, mientras que el otro se dirige a quien considera que las fábulas no pueden educar y que la labor del intérprete, por tanto, carece de seriedad. Quien gusta de las fábulas ya es dócil a ellas, faltará gestar en él la docilidad a las interpretaciones novedosas y la gestación se realiza mediante el arte interpretativo: el arte producirá la docilidad. Quien no gusta de las fábulas sólo ha percibido en ellas “lo evidente, lo obsoleto y los lugares comunes”, de ahí la necesidad de una nueva docilidad. En el prefacio, Bacon sigue manejando –al menos– un doble discurso.
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