Kitabı oku: «El manual de convivencia y la prevención del bullying», sayfa 3

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Se entiende como una guía que orienta hacia la promoción de las personas a partir del aprendizaje de los comportamientos adecuados y no de la sanción o el castigo.

Es un conjunto de actitudes que hay que despertar y cultivar en el profesor y el estudiante, sin ser un código de conductas a acatar.

No se basa en el miedo a una autoridad omnipotente, sino en la confianza mutua entre los distintos actores involucrados.

Se desarrolla en los estudiantes por medio de la interacción con los profesores y no mediante un conjunto de normas que los estudiantes tienen que asumir y obedecer ciegamente.

No es un instrumento terapéutico para comportamientos disruptivos, sino un instrumento de construcción de la persona en la convivencia y la libertad. Por lo tanto, la práctica de la disciplina positiva es un ejercicio de libertad y no de poder.

¿Por qué utilizar la disciplina positiva?

La disciplina positiva se puede utilizar por las siguientes razones:

Es útil para controlar los problemas de conducta de los estudiantes que interfieren o dificultan la actividad normal del profesor en el aula, contemplando estructuras familiares, influencias de los medios masivos de comunicación y la carencia de técnicas eficaces para establecer el orden en el aula.

Es eficaz para lograr que el estudiante controle su conducta, no sea agresivo o pasivo frente a los demás, y más bien busque establecer una comunicación asertiva.

Fortalece y supone la comunicación entre el profesor y el estudiante en el aula, cuya misión es contribuir a la prevención y reducción de problemas adicionales.

Beneficia el ambiente de aprendizaje de la institución educativa en general y permite aprender a trabajar juntos y apoyarse mutuamente como una comunidad de aprendices.

Se puede constituir en una poderosa estrategia para el logro de una adecuada gestión de la convivencia en la institución educativa.

Prácticas de disciplina positiva por parte de los docentes

Las prácticas de disciplina positiva que un docente debe llevar a su cotidianidad pueden ser:

El profesor responde a las necesidades individuales. El sistema de apoyo a la conducta positiva requiere una clara orientación hacia las preferencias, los recursos y las necesidades de los individuos que presentan conductas violentas o disruptivas, pero individualizando cada estudiante y cada conducta, sin caer en la masificación o la generalización.

El profesor provoca un cambio en el entorno, sobre todo si denota que existen elementos del ambiente que influyen en la aparición o mantenimiento de las conductas violentas; en esos casos es importante reorganizar el entorno en función del éxito que se busca.

El profesor enseña y entrena nuevas habilidades en sus estudiantes propensos a las conductas violentas, así como a los coetáneos que configuran su red de interacciones. Estos sujetos, con frecuencia, necesitan aprender respuestas alternativas, más adecuadas, que pueden llevarles a conseguir los mismos objetivos que con las conductas violentas. Generalmente hay que orientar o entrenar a estos estudiantes en habilidades sociales.

El profesor acepta y valora las conductas positivas. Es importante reforzar, reconocer y dar importancia a todas las conductas positivas de manera consistente para garantizar que los estudiantes las identifiquen, pero sobre todo, para que sepan lo que los adultos esperan de ellos.

Los pilares de la disciplina positiva

La forma de ser y actuar del profesor. Uno de los elementos relevantes con relación al profesor es la moral de él, entendida esta como el sentimiento de un profesional de la educación sobre su dedicación, basada en la manera en que se percibe a sí mismo en la organización, y en la medida en que percibe que esta es capaz de satisfacer sus propias necesidades y dar cauce a sus expectativas (Castro Posada, J. y Dos Santos Pires, J., 2001).

Muestra el interés profesional y el entusiasmo de una persona hacia la consecución de sus objetivos y del grupo en una situación dada. La moral del profesor tiende a correlacionarse con un ambiente saludable en la institución educativa, caracterizada por un clima positivo que permite incrementar la autoestima del docente y del estudiante.

La comprensión que el docente tenga sobre la anatomía del conflicto es muy importante. Debe analizar y conocer cada uno de los momentos y tener en cuenta:

— Los problemas o las cuestiones que generan conflicto y que se refieren a dimensiones del ambiente físico o social.

— Las estrategias, que incluyen las tácticas físicas o verbales, que pueden ser tanto agresivas como no agresivas.

— Los resultados, que pueden ser situaciones no resueltas, soluciones impuestas por los adultos, o la sumisión de un estudiante a otro.

— El establecimiento de pautas de conducta adecuadas como la enseñanza de las competencias sociales y habilidades de relaciones interpersonales implica que los estudiantes adquieran las siguientes competencias:

— Entender y reconocer las emociones propias y las de los demás.

— Ser capaz de percibir y analizar cualquier situación para suscitar las respuestas correctas, tanto en función de la situación particular, como de las consecuencias.

— Habituarse a predecir las consecuencias de las acciones propias, especialmente las que implican una forma de violencia (manifiesta o latente).

— Mantener la tranquilidad para pensar antes de actuar con el fin de reducir el estrés y la depresión, de remplazar el uso de la violencia por conductas positivas.

— Entender y utilizar los procesos de grupo, comportarse de manera cooperativa y resolver eficazmente los conflictos sociales.

— Seleccionar modelos de gestión positivos y orientadores, así como relaciones beneficiosas con los compañeros.

— El docente debe poder crear sistemas de autorregulación para responder a la violencia. Cuando se consigue implantar un sistema de comportamiento en el que las personas ejercen autorregulación se crea un ambiente de confianza y equidad (Castro Posada, J. y Dos Santos Pires, J., 2001).

La forma de ser del profesor debe caracterizarse como la de un “profesor positivo” que espera que sus estudiantes consigan altos objetivos, proporciona oportunidades significativas para la participación y reconoce las conductas positivas de sus estudiantes. Un profesor positivo es capaz de mostrar las siguientes actitudes:

— Comprende y acepta las razones por las que cada estudiante se comporta como lo hace.

— Se muestra como orientador, como persona dispuesta a ayudar, más que como alguien que tiene la autoridad para determinar lo que está bien o mal.

— Establece los límites de la libertad de la persona.

— Promueve la descentración de los estudiantes para adoptar la perspectiva del otro.

— Sugiere soluciones alternativas y permite que sean los estudiantes quienes las indiquen.

— Promueve la vivencia de la “espera” desde el punto de vista cognitivo, emocional y conductual.

— Es siempre positivo ante los estudiantes y comunica confianza.

— Muestra su experiencia ante situaciones difíciles y problemas.

— Reconoce los derechos de los estudiantes.

— Evita las acusaciones.

— Cuando debe decir que no, ofrece alternativas.

— Promueve el paso del heterocontrol al autocontrol.

— Permite que los estudiantes expresen las emociones e incluso les ayuda a expresarlas.

— Fomenta en el aula un clima emocional que facilita la resolución de los conflictos de manera adaptativa y no traumática.

— No solo es claro y explícito en los mensajes, sino que muestra firmeza y decisión cuando se enuncian mensajes.

— Promueve en los estudiantes la búsqueda y el descubrimiento, y no la mera aceptación acrítica y pasiva de lo que dice el profesor.

La forma de actuar de los estudiantes. La forma de ser y actuar de los estudiantes apunta hacia las dos finalidades de la educación: educación de la competencia, es decir, la educación en el éxito y la capacidad para resolver problemas, y la educación del carácter, o sea, la educación en la calidad de vida (Castro Posada, J. y Dos Santos Pires, J., 2001).

En cuanto a la forma de ser y actuar de los estudiantes se busca promover y desarrollar su capacidad de resolver problemas y razonar, mostrando una variedad de opciones para la solución de los conflictos, desarrollar la capacidad propositiva, la interdependencia y el poder (control) sobre sus vidas, lo cual les permite evitar el uso de medios violentos y más bien reconocer la diversidad y fortalecer las habilidades prosociales como la cooperación.

Además de lo señalado, la forma de actuar de los estudiantes debe apuntar a la estimulación de la comunicación interpersonal, la creación de un ambiente de éxito y optimismo, y el desarrollo de la inteligencia emocional, la empatía y el sentido del humor.

El planteamiento y la actitud institucional. Las instituciones deben reconocer la presencia del currículo oculto en la formación de los profesores, institucionalizando la capacitación y orientación de los docentes en temas centrales como el autocontrol emocional, los sentimientos y los comportamientos prosociales, sobre los cuales los docentes deben trabajar con sus estudiantes, en ocasiones, sin una clara preparación en el tema. Por esta razón es importante hablar de la tolerancia y convivencia de los estudiantes en sus vidas, luego de alfabetizar a los docentes en estos temas.

La formulación de estructuras, instancias y procedimientos para el manejo de la convivencia escolar

En la gestión de la convivencia es necesario que se presenten rápidamente aquellas estructuras, instancias y procedimientos que se deben implementar adecuadamente para lograr un excelente manejo de la convivencia escolar. A este respecto, se puede afirmar:

Las estructuras e instancias para el manejo de la convivencia

A continuación se proponen unas estructuras que se podrían implementar en una institución educativa interesada en construir un gobierno democrático, pero además, que permitirían una adecuada gestión de la convivencia.

Existe un criterio fundamental para lograr una apropiada gestión de la convivencia, que se debe tener presente:

La gestión de la convivencia depende fundamentalmente del perfil de los profesores que conforman el equipo de formación, quienes se deben destacar, entre otras cosas, por su calidad humana, enfoque democrático en la construcción de las normas, total disponibilidad para acompañar a los estudiantes, real y efectiva preocupación por establecer relaciones con los estudiantes fundadas en el respeto, comprensión, gran capacidad de escucha y verdadera vocación de servicio a la educación.

Si este criterio fundamental permea toda la institución, las instancias serán superfluas, puesto que probablemente todo se resolverá en los niveles más básicos, no hay comportamientos disruptivos graves, ni en aula de clase ni el escenario de la institución educativa, y con seguridad los conflictos y los problemas no escalarán.

Profesores. La primera y más básica instancia de la estructura convivencial de una institución educativa son los profesores. Tal como se dijo anteriormente, si se cumple el criterio fundamental dado, se resolverán muchos de los problemas y conflictos que a diario se presentan en ella. Los profesores deben encarnar los valores y principios propios de la intencionalidad formativa de la institución en su diario proceder, de tal manera que con ellos se resuelvan los conflictos, se manejen los comportamientos disruptivos de los estudiantes, se prevenga la comisión de faltas y se logre generar un ambiente saludable emocional y formativo.

Para el logro de esta perspectiva es preciso que se seleccionen profesores que cumplan con el perfil que se quiere, que tengan las condiciones humanas necesarias para desarrollar las habilidades y competencias definidas en el criterio fundamental. Es preciso que también se adelanten procesos de capacitación, de formación y acompañamiento de los profesores, que les ayude a formarse o desarrollarse para atender de mejor manera la formación de los estudiantes.

Los profesores deben entender que son ellos la primera y fundamental instancia de gestión de la convivencia, que en la medida en que hagan convenientemente su labor los problemas no se saldrán de cauce ni aumentarán.

Los profesores también deben ser conscientes de que, en la medida en que ellos no resuelvan los problemas de convivencia, por inadecuada gestión, irán perdiendo su autoridad, toda vez que los estudiantes rápidamente aprenderán que son quienes tienen el “poder” de desestabilizarlos. En este sentido, a menos que la situación sea realmente grave, debe ser atendida por el profesor conocedor de ella, aunque después informe a otras instancias, haciendo que los estudiantes vean la solidez de los criterios formativos, pero, además, la unidad en estos, independientemente de la instancia que se ocupe de resolver la situación.

Dirección de curso, consejeros o tutores. La segunda instancia de la estructura convivencial de una institución educativa son los profesores, quienes desempeñan el papel de directores de curso, de consejeros o de tutores. Ellos son la segunda instancia por cuanto están atentos a la dinámica del grupo y, por conocer más en detalle a los estudiantes, perciben con mayor rapidez las posibles situaciones conflictivas y los problemas que se presentan en la cotidianidad.

Son además los responsables de acompañar a los estudiantes como grupo o curso, de individualizar a cada uno, de conocer en detalle las cualidades y sus posibles dificultades de convivencia, de generar las estrategias de seguimiento y acompañamiento que cada estudiante requiere según sus condiciones específicas.

Esta instancia, junto con la anterior, constituyen el nivel más primario de la estructura de convivencia que debe haber en una institución educativa. Es en ella donde se deben resolver la mayoría de los conflictos de convivencia y contener a los estudiantes, dándoles las pautas de comportamiento y generando las estrategias que mejoren sus habilidades y actitudes de comportamiento.

Coordinación de convivencia. La coordinación de convivencia es una instancia de la estructura de la institución educativa que se halla en un nivel distinto de las dos anteriores. Requiere tener dos características importantes: la primera, servir de apoyo tanto a los profesores como a los directores de grupo, consejeros o tutores, en los procesos de seguimiento y acompañamiento a los estudiantes, proveyéndoles elementos y estrategias para que puedan cumplir con su labor formativa, pero además, para que sean ellos quienes primariamente resuelvan los posibles conflictos. La segunda, intervenir cuando una situación de conflicto o la comisión de una falta de convivencia se dé. Su intervención, en primera instancia, debe ser de acompañamiento al proceso, buscando que se cumplan los procedimientos previamente establecidos, pero sobre todo, que los estudiantes encuentren un nivel de contención que les dé seguridad y les ayude a superar posibles situaciones conflictivas y comportamientos problemáticos.

Esta instancia debe verse en la institución educativa como un espacio de apoyo, de colaboración y de seguimiento a los procesos convivenciales de los estudiantes, y no como una instancia sancionatoria. Desde su constitución, ha de verse de esta manera y no como una instancia superior, que detenta un poder ilimitado con el cual se amenaza a los estudiantes cuando se salen del curso trazado por los profesores. Para que esto sea posible, es preciso que se tenga claridad del perfil de la persona a quien se delegue esta responsabilidad, que dicha persona posea las características y la calidad humana del caso, de tal manera que siempre esté dispuesta a apoyar más que a sancionar.

Ahora bien, de todas maneras, al ser una instancia dispuesta para el seguimiento y el acompañamiento a los estudiantes, esta debe ser muy clara en los procedimientos que sigue, y aplicar los criterios, los principios y los procedimientos con equidad. Esta instancia requiere saber dónde se ajusta y se sigue un proceso exigente a un estudiante y dónde debe ser más conciliadora.

Comité de convivencia. El comité de convivencia, a diferencia de las instancias anteriores, es ante todo un organismo de conciliación y búsqueda de soluciones a los problemas.

El Comité, en tanto instancia de participación, debe contribuir de manera significativa a analizar los problemas de convivencia desde una perspectiva sistémica e involucrar a los distintos estamentos de la institución en la búsqueda de soluciones que permitan una adecuada gestión de la convivencia.

Por su parte, el equipo directivo de la institución ha de promover la participación en esta instancia, de tal manera que ella logre su cometido y que los directivos ni se desgasten queriendo resolverlo todo ni quieran concentrar en sus manos la solución a todos los problemas.

Las instituciones educativas deben permitir que cada instancia de la estructura organizacional y de participación cumpla con lo que le corresponde, que se surtan los procedimientos siguiendo un conducto regular, y que cada quien actúe o intervenga cuando y donde le corresponde. En ocasiones algunos directivos tienden a intervenir en los procesos administrativos como primera y única instancia, lo que conduce a que se agote en ellos el conducto regular, olvidando la doble instancia en las actuaciones administrativas, lo que lleva a que los padres de familia o los estudiantes recurran a instancias externas a la institución al haber agotado, en una única actuación, todas las instancias institucionales.

Es necesario que el comité de convivencia sea una instancia conciliatoria, que escuche, que proponga estrategias, que busque soluciones, que diseñe propuestas y maneras de proceder, que de común acuerdo con los estamentos representados pueda contribuir de manera significativa a la solución de los problemas de convivencia.

Rectoría. La rectoría, por detentar alto grado de autoridad, es una instancia de participación y de apoyo a la solución de los problemas de convivencia. Ella debe intervenir cuando las circunstancias lo ameriten y de modo posterior a la intervención de las anteriores instancias.

En muchas ocasiones los rectores de las instituciones educativas piensan que ellos deben no solo conocer desde el inicio los problemas de convivencia que se presentan (lo cual es apenas lógico), sino también intervenir desde el inicio en su solución. Una cosa es apoyar, estar enterado y sugerir posibles caminos de solución, y otra es liderar el proceso e intervenir, haciendo sentir el peso de su autoridad.

Es evidente que, dependiendo de las personas, las circunstancias y los lugares, un rector sabio —en el sentido profundo de la palabra— debe tener la capacidad de juicio y discreción, pero sobre todo, la prudencia necesaria para tomar las mejores decisiones, de tal manera que solo intervenga cuando el caso sea de su competencia y previamente se hayan agotado las demás instancias.

Los rectores no pueden perder de vista que son los representantes legales de la institución y en cuanto tales sus actuaciones son susceptibles de ser revisadas por otras instancias, ya sea las educativas o las judiciales, para determinar si se ajustan o no a los criterios y políticas establecidas. En este sentido, las actuaciones de la rectoría precisan de ir acompañadas con actos administrativos motivados, en los cuales se invoquen los principios y normas en virtud de lo cual se haya procedido y tomado decisiones.

Consejo directivo. El consejo directivo, en calidad de máximo órgano de participación de los distintos estamentos de la institución educativa, tiene como principal función coadyuvar al rector en el proceso de gestión de ella. Es una instancia de participación para resolver los conflictos que se presenten, pero además, de apelación de las decisiones en los casos en que se haya presentado incumplimiento o violación de las normas de convivencia preestablecidas.

Para una adecuado funcionamiento del consejo directivo, y para una pertinente gestión de la convivencia, es de capital importancia que este tenga su reglamento y su conformación debidamente reglamentados, se le hayan definido sus funciones, alcances y límites, con pertinencia y sensatez, de tal manera que se constituya en la última instancia de apelación y de resolución de los conflictos. El consejo debe conocer y actuar sobre aquellos aspectos y asuntos que le competen, respetando siempre las funciones y las competencias de las diferentes instancias.

En este recorrido que se ha hecho de las estructuras e instancias para un adecuado manejo de la convivencia en las instituciones educativas, se ha tenido en cuenta el principio fundamental del conducto regular, así como el del debido proceso cuando pide la doble instancia y la posibilidad de que al interior de la institución, haya una instancia ante la cual se puedan apelar las decisiones tomadas por otra instancia de diferente nivel en la estructura. Este es el mínimo de instancias que conforman la estructura para el debido manejo de la convivencia en una institución educativa. Cada institución puede ajustar, integrar, modificar e incluir otras instancias, sin perjuicio de cumplir con los mínimos que aquí se sugieren.

En incontadas ocasiones los directivos de la institución, preocupados por el poder que detentan en ella, “borran” o eliminan los diversos niveles de competencias, fundiendo en una sola instancia todas las que deben existir, de tal manera que solo permiten que se dé una primera y única instancia, lo que conduce irremediablemente a que los interesados en ser escuchados o en apelar una decisión de la institución deban recurrir a otras instancias que se hallan por fuera de esta. Si los directivos de las instituciones entendieran esto se evitarían muchos conflictos y quejas ante las instancias administrativas y judiciales.

Procedimientos para el manejo de la convivencia

Además de las estructuras y de las instancias que una institución educativa debe tener para un adecuado manejo de la convivencia, también hay un mínimo de procedimientos a tener en cuenta. La idea, entonces, es presentar dichos procedimientos de una manera general, para orientar a quienes organizan la institución.

Al igual que en el aspecto de la estructura e instancias, aquí se hará un abordaje de aquellas que mínimamente es importante tener presentes y que en todo momento deben tener como “telón de fondo” el criterio de seguir lo establecido, buscar resolver siempre en los primeros momentos los conflictos, no permitir o exacerbar las condiciones o las circunstancias para, de igual manera, no contribuir al escalamiento de los conflictos o de los problemas de convivencia.

Construcción de una cultura para la convivencia. Uno de los elementos importantes para determinar cómo se organiza una institución educativa es justamente el poder enmarcar todos los elementos que hacen parte de su cultura organizacional, pues en ella se plasman los valores y los principios formativos previamente definidos como fundamentales. En este sentido, crear una cultura de convivencia para la institución educativa, donde se vivan principios y valores como el diálogo, la resolución pacífica del conflicto, la tolerancia, la aceptación de la diferencia, el respeto a lo distinto, la inclusión, el cuidado del otro, contribuye a una adecuada gestión de la convivencia.

Estos deben ser principios y valores que permeen las actuaciones de los profesores, de los directivos, del personal administrativo y, por supuesto, de los estudiantes. Esta manera de proceder debe constituirse en una cultura institucional, en una forma de vivir y de ser al interior de la institución, de tal manera que ella permee el conjunto de actuaciones de todos los miembros de la comunidad educativa.

Una cultura de la convivencia como la que se propone debe servir para que los estudiantes se formen en ella, la asuman como una forma de obrar y ser sin que ello constituya un discurso ideológico que se controvierta con el proceder de algunos de los estamentos de la institución o se la contrarreste con el currículo oculto que exista en la institución.

En la construcción de una cultura de la convivencia deben empeñarse todos los miembros de la comunidad educativa, de tal manera que cada quien encarne este principio como parte de la política institucional, erigiéndolo como criterio rector en su manera de conducirse.

Construcción del Manual de Convivencia. Para que en la institución educativa se dé una verdadera y adecuada gestión de la convivencia es preciso que se adelante un proceso de construcción democrático y participativo del Manual de Convivencia, de tal manera que todos los estamentos de la comunidad educativa puedan aportar elementos para su construcción y descubran que participan, que su voz es oída y que sus intereses y necesidades son tenidos en cuenta.

Aplicación de sanciones. Cuando en una institución educativa se deben aplicar sanciones que conduzcan a que los estudiantes reparen los daños causados, asuman las consecuencias lógicas de sus actos, o reciban una pena que desestimule ciertos comportamientos o conductas, se presenta una oportunidad única y valiosa para formar a los estudiantes, por lo tanto, dependiendo de la manera como se apliquen las sanciones, se lograrán más o menos resultados en términos de la gestión de la convivencia y la formación ética y democrática de los estudiantes.

No siempre la aplicación de las sanciones se hace de manera adecuada, con el justo peso que deben tener cuando se trata de trazar límites claros y efectivos a los estudiantes. En muchas ocasiones las sanciones no se aplican consistentemente porque en unos casos se hacen efectivas de una manera y en otros de diferente manera, lo cual conduce a que los estudiantes no sepan a ciencia cierta cómo se deben comportar, pues los límites, las normas y las consecuencias por su incumplimiento no siempre son equivalentes o no lo son para todos los estudiantes, además de que en ocasiones sí se aplican y en otras no.

El procedimiento para aplicar las sanciones, dentro de un adecuado proceso de gestión de la convivencia, no pueden ser dejadas en manos de una sola instancia, pues esto conduce a que los estudiantes vean esa instancia o a esa persona como la única que detenta una real autoridad y a las demás instancias como partes de una estructura que no tienen el poder de sancionar, y por lo mismo se las puede evadir fácilmente.

Asimismo, en el proceso de aplicar las sanciones que previamente se han establecido, debe evitarse el incurrir en conductas como amenazar y no sancionar, o sancionar por cualquier cosa, desgastando las estrategias formativas; o ser intransigentes en su aplicación, sin escuchar primero a quienes se va a sancionar; o pedir a alguien de mayor autoridad que determine si se lleva a cabo o no la sanción o que se haga cargo de definir su viabilidad y su consiguiente aplicación; o sancionar indiscriminadamente, sin graduar las penas ni tratar a todos por igual, haciendo que “paguen justos por pecadores”; o determinar la sanción en un momento de ira y de descontrol. Todo este tipo de situaciones descritas es necesario anularlas, porque están muy lejos de lo que es una adecuada gestión de la convivencia.

Conducto regular. Dentro de los procedimientos establecidos en el Manual de Convivencia para la atención a situaciones de conflicto, desavenencia y discrepancia entre miembros de la comunidad educativa, se debe incluir el conducto regular, que no es otra cosa que el seguimiento de los pasos y las instancias involucradas en alguna de estas situaciones respetando el nivel de competencia de cada una de ellas.

Cuando de gestionar adecuadamente la convivencia se trata, no solo hay que establecer un conducto regular, también es preciso que se lo siga, respetando las competencias, las funciones y el nivel de autoridad de cada una de las instancias que conforman la estructura de la institución educativa, pues es muy común que las personas involucradas en situaciones problemáticas se salten las instancias o se concentre todo en una sola instancia, haciendo de parte y juez e impidiendo que se cumpla con los principios del debido proceso, tales como la doble instancia o la posibilidad de apelar.

En este sentido, se recomienda a las instituciones educativas interesadas en una adecuada gestión de la convivencia que en todas las actuaciones se tenga en cuenta y se respete el conducto regular con el fin de mantener la consistencia y hacer que los estudiantes y los padres de familia comprendan su sentido y lo acaten. En la sociedad actual, cuando se presenta un conflicto o una desavenencia, se recurre inmediatamente al nivel más alto de autoridad para que haya una resolución, y casi todo se maneja por palancas y componendas. Hacer que se cumpla con el conducto regular es formar en ciudadanía y en el respeto al otro, para superar este tipo de prácticas que distan mucho de lo que habitualmente se debería vivir en las sociedades democráticas.

Gestión del aula de clase. La estructura básica donde se generan muchos comportamientos adecuados, así como otros inadecuados, es el aula de clase. En este sentido, mucho de lo que será el ambiente de la institución dependerá en gran medida de la gestión que haga cada docente de su aula.

Una adecuada gestión del aula de clase depende, en esencia, de cada uno de los profesores y de la manera como manejen los problemas de disrupción y las normas que permiten hacer de este espacio un ámbito en el que se construye el conocimiento y se desarrollan muchos procesos cognitivos, afectivos, morales y emocionales.

Las dificultades de gestión de la convivencia en el aula de clase generalmente se dan por la divergencia de criterios que hay entre los profesores con relación al manejo del aula de clase. No se sugiere entonces generar una estrategia que uniforme los procederes de todos los profesores, pero sí que se llegue a los acuerdos del caso para que haya unos mínimos sobre el manejo de la convivencia en el aula, sin que haya profundas contradicciones entre lo que un profesor y otro permiten. En últimas, se debe buscar una unidad de criterios ajustada a los principios de la institución educativa y de su intencionalidad formativa.