Kitabı oku: «El franquismo», sayfa 3

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Influido por el conservadurismo de Juan Vázquez de Mella, a quien veremos más adelante como uno de los principales inspiradores del nacionalcatolicismo, el multidisciplinar ideólogo tradicionalista Víctor Pradera Larumbe, que moriría asesinado dos meses después de estallar la Guerra Civil, es a menudo reconocido como la única referencia intelectual directa de Franco, a quien honró con su amistad. Pradera había publicado en 1935 un libro titulado El Estado Nuevo, una recopilación de sus exitosos artículos escritos para la ultracatólica y muy monárquica Acción Española, vivero de inclementes personalidades contrarias a las políticas del primer bienio republicano y núcleo en torno al cual acabaría por nacer la Confederación Española de Derechas Autónomas (CEDA), la Asociación Católica Nacional de Propagandistas (ACNP), así como la ultramonárquica Renovación Española y por tanto el Bloque Nacional. En dicho libro, Pradera fundamenta los principios políticos precisamente del Bloque Nacional de Calvo Sotelo y pergeña un Estado Nuevo inspirado en la historia española, en la tradición monárquica, en el que el hombre renuncia a la razón para depender, en una adoración perpetua, de los designios de Dios, pero dentro de una “unión social” gobernada por una monarquía social favorecida por la Iglesia católica, fuente del necesario sentimiento nacional que crea la obligación de acatar a un Estado orgánico, como la nación. No sabemos, no sé, cómo llegó hasta Franco una teoría tan elaborada pero el asunto es que cuando, en 1945, el Instituto de Estudios Políticos publique la Obra completa de Pradera, el autócrata se encargará de escribir el prólogo a petición de la viuda.

Y no me resisto a poner a tu disposición algunos de los párrafos de ese prólogo:

“Las obras, oraciones y escritos de Pradera –salidos a la luz en tiempos liberales, de desastres y traiciones, moviéndose en un clima político materialista y desintegrador, y teniendo que buscar la eficacia en lo posible, sin perder por ello la posición firme de la doctrina– encierran para los españoles un tesoro inagotable de enseñanzas, deducidas con la lógica irrebatible de la Historia fecunda: de España en sus días luminosos del Imperio, o de las sentencias y vidas de sus grandes santos, o de sus gloriosos capitanes.

[…]

Me unieron a Víctor Pradera una viva simpatía y una sincera amistad, nacidas en una comunión de inquietudes por la suerte de nuestra Patria. Se condolía en nuestra última entrevista, en vísperas de mi salida para Canarias, de la ceguera de los grupos políticos ante la tragedia espantosa que sobre España se cernía; y cuando yo le exteriorizaba mi fe en las altas virtudes de nuestro Ejército y en la generosidad de nuestras juventudes para la salvación de España, pero significándole la inutilidad e ineficacia de todo esfuerzo si había de ser para retornar, como a la caída de la Dictadura, a los egoísmos de los partidos que arrastraron a España a esta situación, Pradera me cogía con vehemencia del brazo, repitiendo: No, no, mi general. Hay que imponerles la unidad.

¡La unidad, sobre todo! […]

Este espíritu unitario de Pradera, este españolismo que llena su vida, sus esfuerzos por incrementar la dimensión y el contenido filosófico del Tradicionalismo, triunfaron en su Navarra, tan querida, en vísperas del Alzamiento; dividida España en grupos y grupitos por la atomización a que el sistema liberal la arrastró, no podía forjarse la unidad, por todos anhelada, si ésta se había de construir sobre los principios que separaban y no sobre aquellos comunes que nos unían. En este sentido se había resuelto el problema, cuando se reconoció la necesidad y la urgencia del Movimiento, al exigirnos el general Mola, para tomar parte en él, que éste no tuviese la etiqueta de monárquico, que algún sector político, sirviendo su ideario, pretendía; se ventilaban problemas mucho más altos, como el de Dios y el de la Patria, para que nos perdiésemos en una pugna de incomprensiones. Sin dejar, por mi indicación, cerrado el camino a la Monarquía para el día que así conviniese al servicio de la Patria, se acordó de manera solemne llevar a cabo el Alzamiento únicamente por Dios y por España; mas preparado éste y en trance de desencadenarse, cuando ya no era posible retroceder, aquel espíritu partidista que parecía superado estuvo a punto de dar al traste con lo que estaba llamado a ser Glorioso Movimiento Nacional: el jefe a la sazón del sector tradicionalista manifestó exigente a los generales Sanjurjo y Mola que condicionaba su participación en el Movimiento a la aceptación íntegra y formal de su programa. La situación no podía ser más grave. Faltaban solo horas para desencadenarse el Movimiento, podía en aquellos momentos estarse ya realizando, y la pretensión caía sobre el glorioso general como una losa de plomo; sin embargo, Mola, consciente de su responsabilidad, rechazó con entereza la exigencia, resuelto, según propia confesión, a pegarse un tiro si el pueblo no le secundaba; mas en estos momentos críticos triunfó el verdadero espíritu tradicionalista, el espíritu de unidad por el que Pradera había batallado tanto, y los carlistas, por boca de sus principales jefes, ofrecieron a Mola su concurso al Movimiento solamente por Dios y por España. Noble actitud, mantenida días después en patriótica proclama a los requetés por su Augusto Abanderado Don Alfonso Carlos”.

Sí, antes que monarquía, unidad, y unidad en torno a Dios y a España. Ya sabemos a qué España.

Sigamos ahora con ese breve recorrido por la biografía del general. Durante el que ha sido dado en llamar bienio rectificador o injustamente bienio negro (el radical-cedista, para que nos entendamos), el general Franco ascenderá a general de división y, aun más, completará su breve carrera política en la Segunda República. Cuando en octubre de 1934 estalle la insurrección revolucionaria que tendrá su paisaje por antonomasia en suelo asturiano, el ministro de la Guerra, Diego Hidalgo Durán, del Partido Radical, en uno de los numerosos gabinetes presididos por su correligionario Lerroux, nombrará a Franco su asesor para luchar contra aquélla.

La denominada Revolución de Octubre tuvo lugar a raíz de que el día 4 de ese mes del año 1934 Lerroux nombrara ministros a tres miembros de la CEDA: Rafael Aizpún, en el Ministerio de Justicia; José Oriol Anguera de Sojo, en el de Trabajo, Sanidad y Previsión Social; y Manuel Giménez Fernández, en Agricultura. Tachada la CEDA de fascista por la izquierda, esta creyó ver en su acceso al gabinete el principio del fin de las libertades y el comienzo indudable de una dictadura. Ello provocó que se convocara en distintos puntos de la geografía española una huelga general que tuvo especial incidencia en Cataluña y Asturias, región esta última en la que adoptó auténticas maneras revolucionarias hasta el punto de instituir la Alianza Obrera, compuesta por socialistas, comunistas y anarquistas. Expandida desde las zonas mineras de Mieres, Sama y La Felguera, incluso llegaría a dominar casi toda Oviedo.

Aunque el Gobierno mandó al general Eduardo López Ochoa, Franco, en su calidad de asesor ministerial, propuso el envío asimismo de la Legión comandada por el teniente coronel Juan Yagüe, con órdenes estrictas de actuar con cuanta violencia fuese necesaria. López Ochoa obtuvo el día 19 la rendición de los revolucionarios.

La revolución y la consiguiente represión son una de las causas que algunos seudohistoriadores poco de fiar han considerado que llevarían a la Guerra Civil, e incluso varios de ellos se atreven temerariamente a adelantar el inicio de ésta a aquellos infortunados días de octubre. Pero, lo que en cualquier caso está fuera de dudas es que los propios actos de revolucionarios y fuerzas del orden durante la insurrección y durante su sofocamiento están, como un componente nada despreciable, en el origen de la represión en las dos retaguardias en la cainita guerra de 1936-1939. Asimismo, la experiencia de aquellos acontecimientos ahondó en Franco las convicciones sobre las que reflexionábamos poco más arriba, y, de otro lado, le convirtió en algo así como en el militar favorito de cuantos consideraban al Ejército el valedor de los principios conservadores: la propiedad y el orden por encima de cualesquiera otros. Y, también, en una especie de bestia negra de la izquierda.

Un año después, en mayo de 1935, culminará la experiencia política de Franco anterior a su larguísimo ejercicio del poder absoluto, al asumir nada más y nada menos que la jefatura del Estado Mayor Central tras ser designado para tal función por el ministro de la Guerra, el líder cedista José María Gil-Robles, en otro Gobierno Lerroux. Si un poco antes, en febrero de ese año, había sido nombrado comandante en jefe del Ejército en el protectorado de Marruecos, hubo de abandonar ese cargo para regresar a la Península. Como jefe del Estado Mayor se ocupó de avanzar en la modernización del Ejército tanto en los aspectos técnicos como formativos, y volvió a desoír, como ya hiciera en 1932, a sus compañeros, esta vez en el mismo Ministerio de la Guerra, a la hora de unírseles a una posible sublevación contra el régimen republicano. Compañeros que eran nada más y nada menos que los generales Mola, Goded y Fanjul, conspiradores que serían los más destacados del golpe de julio del 36.

Cuando en ese año 1936 triunfaron electoralmente las fuerzas políticas que habían creado el Frente Popular para evitar que el régimen republicano cayera definitivamente en manos de quienes precisamente querían acabar con sus principios esenciales, ya vimos que el destino de Franco fue casi un exilio, insular, en las islas Canarias, razón por la que ceso aquí este breve flash-back biográfico del protagonista y dueño del franquismo.

Pero antes no dejaré escapar la ocasión de apuntar tres asuntos.

El primero de ellos es que, en aquel mes de febrero de 1936 en el que ganaron las elecciones las candidaturas frentepopulistas, Franco sugirió infructuosamente al presidente del Gobierno, el fundador del efímero Partido del Centro, Manuel Portela Valladares, que declarara el estado de guerra y anulara los resultados electorales, al tiempo que volvía a negarse a participar en la confabulación orquestada de nuevo por Goded y Fanjul, entre otros.

El segundo tiene que ver asimismo con aquellos comicios que, en Cuenca y Granada habían sido declarados nulos por fraudes por falsificación de votos atribuidos a las candidaturas derechistas. Cuando se convocaran de nuevo las elecciones en aquellas provincias para principios de mayo, la CEDA le ofreció a Franco la posibilidad de ser elegido si se presentaba en las listas conquenses del bloque reaccionario: el general aceptó el 20 de abril, y no faltan autores que consideren que lo hizo para acceder a la inmunidad parlamentaria más que por una vocación política de confrontación parlamentaria de la cual a todas luces carecía. Siete días más tarde se veía obligado a renunciar a su inclusión en esa candidatura cuando se le comunicó que José Antonio Primo de Rivera le había vetado. (Por cierto, en la provincia de Cuenca quien finalmente triunfó fue el Frente Popular.)

Y el tercero de esos asuntos que anuncié poco más arriba es la existencia de una carta escrita a finales de junio de ese año 1936 por Franco, en cuanto que comandante general de Canarias, dirigida nada más y nada menos que al entonces presidente del Gobierno y ministro de la Guerra, el azañista Santiago Casares Quiroga. La misiva, enviada a Casares en tanto que ministro de la Guerra (conocedor como era Franco del cauce más conveniente al escalafón) puede dejar perplejo al más pintado por lo inhabitual de que un confabulado avise de alguna manera al poder que pretende asaltar. Su ambigüedad es manifiesta, y el doble juego del general ahora nos parece a todos tan evidente que… mejor leámosla.

“Respetado ministro:

Es tan grave el estado de inquietud que en el ánimo de la oficialidad parecen producir las últimas medidas militares, que contraería una grave responsabilidad y faltaría a la lealtad debida si no le hiciese presente mis impresiones sobre el momento castrense y los peligros que para la disciplina del Ejército tienen la falta de interior satisfacción y el estado de inquietud moral y material que se percibe, sin palmaria exteriorización, en los cuerpos de oficiales y suboficiales.

Las recientes disposiciones que reintegran al Ejército a los jefes y oficiales sentenciados en Cataluña, y la más moderna de destinos antes de antigüedad y hoy dejados al arbitrio ministerial, que desde el movimiento militar de junio del 17 no se habían alterado, así como los recientes relevos, han despertado la inquietud de la gran mayoría del Ejército. Las noticias de los incidentes de Alcalá de Henares con sus antecedentes de provocaciones y agresiones por parte de elementos extremistas, concatenados con el cambio de guarniciones, que produce, sin duda, un sentimiento de disgusto, desgraciada y torpemente exteriorizado, en momentos de ofuscación, que interpretado en forma de delito colectivo tuvo gravísimas consecuencias para los jefes y oficiales que en tales hechos participaron, ocasionando dolor y sentimiento en la colectividad militar. Todo esto, excelentísimo señor, pone aparentemente de manifiesto la información deficiente que, acaso, en este aspecto debe llegar a V.E., o el desconocimiento que los elementos colaboradores militares pueden tener de los problemas íntimos y morales de la colectividad militar. No desearía que esta carta pudiese menoscabar el buen nombre que posean quienes en el orden militar le informen o aconsejen, que pueden pecar por ignorancia; pero sí me permito asegurar, con la responsabilidad de mi empleo y la seriedad de mi historia, que las disposiciones publicadas permiten apreciar que los informes que las motivaron se apartan de la realidad y son algunas veces contrarias a los intereses patrios, presentando al Ejército bajo vuestra vista con unas características y vicios alejados de la realidad. Han sido recientemente apartados de sus mandos y destinos jefes, en su mayoría, de historial brillante y elevado concepto en el Ejército, otorgándose sus puestos, así como aquellos de más distinción y confianza, a quienes, en general, están calificados por el noventa por ciento de sus compañeros como más pobres en virtudes. No sienten ni son más leales a las instituciones los que se acercan a adularlas y a cobrar la cuenta de serviles colaboraciones, pues los mismos se destacaron en los años pasados con Dictadura y Monarquía. Faltan a la verdad quienes le presentan al Ejército como desafecto a la República; le engañan quienes simulan complots a la medida de sus turbias pasiones; prestan un desdichado servicio a la patria quienes disfracen la inquietud, dignidad y patriotismo de la oficialidad, haciéndoles aparecer como símbolos de conspiración y desafecto. De la falta de ecuanimidad y justicia de los poderes públicos en la administración del Ejército en el año 1917, surgieron las Juntas Militares de Defensa. Hoy pudiera decirse virtualmente, en un plano anímico, que las Juntas Militares están hechas.

Los escritos que clandestinamente aparecen con las iniciales de UME y UMRA son síntomas fehacientes de su existencia y heraldo de futuras luchas civiles si no se atiende a evitarlo, cosa que considero fácil con medidas de consideración, ecuanimidad y justicia. Aquel movimiento de indisciplina colectivo de 1917, motivado, en gran parte, por el favoritismo y arbitrariedad en la cuestión de destinos, fue producido en condiciones semejantes, aunque en peor grado, que las que hoy se sienten en los cuerpos del Ejército. No le oculto a V.E. el peligro que encierra este estado de conciencia colectivo en los momentos presentes, en que se unen las inquietudes profesionales con aquellas otras de todo buen español ante los graves problemas de la patria.

Apartado muchas millas de la península, no dejan de llegar hasta aquí noticias, por distintos conductos, que acusan que este estado que aquí se aprecia, existe igualmente, tal vez en mayor grado, en las guarniciones peninsulares e incluso entre todas las fuerzas militares de orden público.

Conocedor de la disciplina, a cuyo estudio me he dedicado muchos años, puedo asegurarle que es tal el espíritu de justicia que impera en los cuadros militares, que cualquiera medida de violencia no justificada produce efectos contraproducentes en la masa general de las colectividades al sentirse a merced de actuaciones anónimas y de calumniosas delaciones.

Considero un deber hacerle llegar a su conocimiento lo que creo una gravedad grande para la disciplina militar, que V.E. puede fácilmente comprobar si personalmente se informa de aquellos generales y jefes de cuerpo que, exentos de pasiones políticas, vivan en contacto y se preocupen de los problemas íntimos y del sentir de sus subordinados.

Muy atentamente le saluda su affmo. y subordinado, Francisco Franco”.

El general Franco escribía una carta al ministro y presidente del Gobierno Casares Quiroga que podríamos tachar de amenaza conciliadora, o de conciliadora amenaza. Solo un mes después los sublevados, según sus propias palabras, se levantarían en Melilla “en nombre de Franco”.

4. No ha llegado la paz, ha llegado la victoria: Franco domina toda España

“Del lado ‘nacional’ se inventó la funesta fórmula […] rendición sin condiciones, lo cual quería decir ‘victoria sin vencidos’, sin conservarlos como sujeto del otro lado del desenlace de la guerra”.

Julián Marías, La Guerra Civil, ¿cómo pudo ocurrir, 1980.

En 1977, el escritor, actor y director español nacido en Perú, Fernando Fernán Gómez, publicaba el texto de una obra de teatro que habría de tener una excelente acogida ocho años más tarde e incluso llegaría a ser adaptada con excelente gusto al cine por Jaime Chávarri: Las bicicletas son para el verano. La obra transcurre en el Madrid asediado por los franquistas durante la larga Guerra Civil y la frase que abre el título de este epígrafe la pronuncia al final de la misma uno de sus derrotados protagonistas. Atendida la primera de las fases en que he dividido el desarrollo militar de la Guerra Civil, hablaremos en este epígrafe de las otras dos, ya adelantadas en su momento: la que tiene su epicentro en la campaña del Norte y la decisiva, que lleva al triunfo del bando franquista.

Evidentemente, aunque fue en la primera etapa de la guerra cuando el avance sobre Madrid protagonizó la estrategia rebelde, dicha fijación en conquistar la capital del Estado no desapareció en todo el conflicto, si bien dejó de ser el objetivo esencial de los movimientos y las decisiones franquistas.

Si en junio de 1937 Vizcaya pasaba a poder de los ejércitos de Franco y con ella lo que quedaba de Euskadi, en agosto Cantabria hacía lo propio y en octubre dichas tropas tomaban los territorios que les faltaban en Asturias y cerraban así la llamada campaña del Norte, donde nuevamente se demostraban dos cosas: que la unidad de mando y la mayor profesionalización militar de los sublevados, así como la capacidad de estos de atraerse a sus aliados naturales, la Italia fascista mussoliniana y la Alemania nazi hitleriana, y de mantener la aberración de la neutralista no intervención de las demás potencias estaban resultando decisivas a la hora de imponerse en una guerra en la que el otro bando a penas contaba con ayuda exterior, más cara política que económicamente (la soviética), y era asimismo incapaz de estructurar debidamente por más que lo había intentado una organización castrense profesional en todos sus rangos.

Conquistado el norte peninsular por la España dominada desde la autoridad depositada en Franco, el curso de la guerra civil española se dirige hacia su ecuador dibujando una situación cada vez más favorable a los enemigos de lo que queda del régimen republicano. La otra España, la gobernada desde mayo de 1937 por el socialista Juan Negrín, parece que ha encauzado demasiado tarde el objetivo del conflicto hacia la obtención de la derrota bélica de los rebeldes más que hacia la posibilidad de lograr la sociedad perfecta ideada por los obreros conscientes de que, aunque han intentado evitarlo, siguen desorganizados y disgregados en al menos tres grupos, como poco (comunistas, socialistas y anarquistas).

Acerquémonos a la situación de la política interna en la zona sublevada dominada unipersonalmente por Franco, donde el 19 de abril de 1937 había tenido lugar en Salamanca –de alguna manera capital franquista por aquel entonces– uno de los pasos encaminados a facilitar al militar gallego ese desempeño autocrático: la promulgación, por su parte, del llamado Decreto de Unificación que llevaba implícita la creación del partido único que todo régimen autoritario porta como santo y seña de su política de participación pública. Ese partido recibía el inacabable nombre de Falange Española Tradicionalista y de las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (FET y de las JONS), amalgama coriácea de todas las formaciones políticas que habían participado en las labores de acoso y derribo al régimen republicano o se habían unido finalmente a los sublevados que ahora se encontraban bajo el poder de Franco. Si bien su nombre hace referencia solo a tres de ellas (falangistas, jonsistas y carlistas) amasaba asimismo al disolverlas al resto de ellas: alfonsistas (monárquicos defensores del regreso del exiliado rey Alfonso XIII), cedistas y, en general, partidarios de todas las fuerzas de derechas no republicanas que participaron en las elecciones de febrero de 1936 en las candidaturas opuestas al Frente Popular.

La norma en cuestión fue publicada en el Boletín Oficial del Estado al día siguiente bajo el epígrafe siguiente: Decreto núm. 255 Disponiendo que Falange Española y Requetés se integren, bajo la Jefatura de S. E. el jefe del Estado, en una sola entidad política, de carácter nacional, que se denominará “Falange Española Tradicionalista de las JONS”, quedando disueltas las demás organizaciones y partidos políticos.

Dejemos a Saz Campos que nos puntualice qué significó la unificación:

“Ideológicamente, el nuevo partido […] se presentaba como una continuación de la tradición, de la del siglo XVI y de la tradicionalista del siglo XX, en la que lo falangista parecía reducirse a la técnica, la novedad, la propaganda, etc. Políticamente, era el gobierno y no el partido el eje central de la vida política”.

Si el franquismo ya tenía su Alzamiento Nacional desde julio del 36, con FET y de las JONS añadía su propio Movimiento Nacional pues esta fue la denominación más habitual que se usó para referirse al partido único del que por supuesto Franco será jefe máximo desde primera hora. Las divergencias internas de las fuerzas políticas ciertamente variopintas que conformaban la base no militarista del régimen que se iba creando (que iban creando Franco y el paso del tiempo a través del crisol de la guerra) llegaron a su fin con el Decreto de Unificación, mal recibido por los más altos dirigentes carlistas y falangistas, pero en general atendido con disciplina por la casi totalidad de los militantes antirrepublicanos. La victoria en la guerra era ya el único objetivo, común, de todos los grupos que luchaban contra los restos de la autoridad republicana.

Es hora de una nueva recapitulación o, más bien, de que a modo de revista de prensa visitemos los acontecimientos más importantes de la Guerra Civil desde finales de julio del año 36 hasta el mes de octubre de 1937.

Estamos en 1936, concretamente en el día 23 de julio, cuando se reúne en Burgos por vez primera la que al día siguiente se denominará Junta de Defensa Nacional, presidida por el general Miguel Cabanellas, de alguna manera esbozo del primer Gobierno de los sublevados. El 30 de ese mes, la Junta dicta un bando de guerra que extiende el estado de guerra a todo el país.

Si el 24 de julio comienza la ayuda francesa al Gobierno republicano, al día siguiente es la Alemania nazi la que decide dar la suya a los sublevados y el día 27 la Italia fascista envía aviones para echar mucho más que una mano a los rebeldes, quienes el 28 reciben los primeros aviones alemanes. Pero, eso sí, el 1 de agosto el Gobierno francés, aunque afín al del Frente Popular que gobierna la República española, da marcha atrás y propone la no intervención. En efecto, el 4 de agosto Reino Unido y Francia deciden no intervenir en la guerra civil española, con lo que se da paso al conocido como Comité de No Intervención.

Los sublevados logran el 5 de agosto superar el bloqueo republicano del estrecho de Gibraltar para transportar tropas y material desde el norte de África hasta la península ibérica. Aun así, el control del paso del estrecho permanecería del lado fiel a la República unas semanas más. Nueve días después, Badajoz es tomada por las fuerzas sediciosas al mando del teniente coronel Juan Yagüe. Los territorios rebeldes del sur quedan unidos a los que, en el centro y en el norte, están ya bajo dominio sublevado.

En dos días infaustos, el 22 y el 23 de ese mes de agosto, milicianos contrarios a los rebeldes asesinan, en la cárcel Modelo de Madrid, a unos 30 presos, militares y políticos, entre ellos al prestigioso dirigente conservador Melquíades Álvarez. Desde el mismísimo comienzo del conflicto, la represión en la zona republicana tiene su correlato en el territorio rebelde, donde había dado comienzo el mismo día 17 de julio.

El 4 de septiembre dimite Giral al frente del Gobierno republicano, y el 9 el dirigente socialista y sindicalista Francisco Largo Caballero forma un nuevo ejecutivo que cuenta con presencia ya no solo de republicanos, sino también de socialistas y comunistas.

Ese último día tiene lugar la primera reunión del Comité de No Intervención, en Londres, en la cual participan 25 países. El mero hecho de que Alemania e Italia, ambos miembros del organismo, desoyeran sus acuerdos dejaba a los rebeldes con una magnífica ventaja combativa.

Unos días antes, el 5, la conquista rebelde de la ciudad guipuzcoana de Irún por parte de las tropas del general Emilio Mola supone el aislamiento del llamado Frente Norte.

Aunque no se hará público hasta dieciséis días más tarde, Franco es designado generalísimo de los tres ejércitos el 12 de septiembre por la Junta de Defensa Nacional.

El 13 de ese mes, San Sebastián pasa a poder de los sublevados, tras su toma a cargo de las tropas de Mola.

La Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) comienza a ayudar al bando republicano el día 25 de septiembre de ese año 1936.

Es el 28 cuando el general José Enrique Varela libera a los resistentes rebeldes del simbólico alcázar de Toledo. Franco había preferido retrasar el hasta entonces decisivo avance hacia Madrid para llevar a cabo esta emblemática acción. Un día más tarde, tras su derrota en la batalla del cabo Espartel, los republicanos pierden el control del estrecho de Gibraltar.

En la zona republicana, las Cortes aprueban el Estatuto de autonomía del País Vasco el día 1 de octubre, la misma fecha en la que Franco es investido en Burgos “jefe de Gobierno del Estado”. El 2 la Junta Técnica del Estado sustituye a la anterior Junta como forma de organización del Gobierno rebelde (“órgano asesor del mando único y de la Jefatura del Estado Mayor del Ejército, cuyas resoluciones necesitaban el refrendo del general Franco como jefe del Estado”). El general Fidel Dávila es nombrado su presidente. De alguna manera, Franco se convierte en el jefe del Estado y del Gobierno, aunque Dávila preside un peculiar consejo asesor que funciona como poder ejecutivo presidido en realidad por el propio Franco. La Junta Técnica del Estado ya no está integrada solo por militares y canaliza las distintas fuerzas políticas del bando rebelde (al que ya se puede llamar bando franquista).

El nacionalista vasco José Antonio Aguirre es elegido primer presidente del Gobierno (autonómico) vasco el 7 de octubre. También en la zona prorrepublicana, pero cinco días más tarde, los primeros voluntarios de las llamadas Brigadas Internacionales, llegados a España por motivos ideológicos para combatir a los rebeldes franquistas, arriban al puerto de Alicante. Y el día 16, el Gobierno de Largo Caballero institucionaliza la centralización y uniformidad de las fuerzas militares republicanas: se instituye el Ejército Popular Regular, se militarizan de forma oficial las milicias creadas tras el pronunciamiento fallido rebelde y se crea el Comisariado de Guerra para controlar la insuficiente vinculación de algunos militares profesionales con los fines gubernamentales. No ha acabado el mes, cuando el 28 zarpan desde el puerto de Cartagena, en dirección al puerto ucranio de Odessa, los cuatro cargueros soviéticos que transportan el oro ya evacuado el 14 de septiembre del Banco de España. Es el llamado Oro de Moscú, u Oro de la República, el controvertido pago del Gobierno republicano al principal país que, saltándose las prescripciones del Comité de No Intervención, ayudaba con armas y bagajes a los que luchaban contra las fuerzas franquistas: la URSS.

Llegamos al mes de noviembre: el día 4, ante el avance sobre las cercanías de Madrid, el Gobierno de Largo Caballero se refuerza haciendo entrar en él a cuatro militantes de la CNT. Y el 6 dicho gabinete abandona Madrid y se dirige a Valencia, donde ya se encontraba días antes el presidente de la República, Manuel Azaña. El general José Miaja, al frente de la Junta de Defensa de Madrid, se hace cargo de la defensa de la hasta entonces capital republicana, y le encarga al teniente coronel Vicente Rojo la organización y planificación de la misma.

El 7 de noviembre de 1936 se puede dar por comenzada la denominada batalla de Madrid. Valencia pasa a ser la capital de la República por cuanto en ella reside el Gobierno. Se inician las llamadas matanzas de Paracuellos, los asesinatos masivos llevados a cabo cuando se producían los apresurados traslados de presos desde diversas cárceles madrileñas, durante el asedio rebelde de la ciudad. Los municipios madrileños de Paracuellos de Jarama y Torrejón de Ardoz fueron el escenario de estas matanzas perpetradas ante el descontrol de los responsables de la Junta de Defensa de Madrid, las más sanguinarias de cuantas acontezcan en territorio progubernamental.

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