Kitabı oku: «Las "serventias" en Galicia», sayfa 3
3.1.2. La zona central de grandes “agras”
La zona central de grandes “agras” partía del litoral, entre San Martiño de Razo (Carballo) y el cabo de Finisterre, al oeste, y alcanzaba el pie de las montañas orientales, al este. Limitaba al norte con la zona de transición de los terrenos mezclados que incluía el extremo occidental. Al sur llegaba hasta la confluencia Miño-Sil y los alrededores de la depresión de Monforte, siguiendo una línea oblicua Finisterre-Rois-Santa Mariña de Subcira (Boqueixón)-punta septentrional del municipio de Beariz-Boborás-O Carballiño-Amoeiro-A Peroxa-Sober38.
Con carácter general, las “agras” de 8 a 15 hectáreas de superficie, al igual que en el caso de las pequeñas “agras”, se dividían primero en “quartiers”, y, después, en fincas39. El número de “quartiers” dependía de la extensión del “agra”. Cuanto mayor era la superficie del “agra”, más elevado era el número de “quartiers” (de 10 a 12 frente a los 5 a 8 en las pequeñas “agras”) o su superficie (de 1,40 a 1,90 hectáreas frente a las 0,80 a 1,60 hectáreas en las pequeñas “agras”).
En otros casos, las mismas “agras” de 8 a 15 hectáreas se dividían, primero, en grandes “fracciones” y éstas en “quartiers”. Las “fracciones” podían tener una superficie de 3 a 6 hectáreas, similar a la de las pequeñas “agras”, y su número oscilaba, normalmente, entre 3 y 4. Las “fracciones” se subdividían en 2 o 3 largas bandas de cientos de metros de largo por 30 a 80 metros de ancho, o en “quartiers” rectangulares. Las bandas y “quartiers” estaban fragmentadas en tiras estrechas, tanto más estrechas y apretadas, cuanto más regulares eran los cuadros sometidos a división.
Las “agras” muy grandes, de 15 a 22 hectáreas de superficie, se dividían, con carácter general, en “fracciones” y “quartiers”, al igual que las de 8 a 15 hectáreas. No obstante, en ocasiones, y especialmente en el caso de las “agras” más grandes (de 18 a 22 hectáreas), presentaban una organización bipartita de una y otra parte de un camino abierto, de anchura inusitada, con distribución autónoma de las “fracciones” y de los “quartiers” en cada una de las dos partes constituyentes.
La superficie media de las parcelas se situaba entre las 3 y 20 áreas, aunque lo más común era que su tamaño oscilase entre las 8 a 10 áreas. Al igual que en las pequeñas “agras”, las variaciones en el grado de división eran mucho menores para los terrenos considerados en bloque que para las “agras” tomadas separadamente. Así, la superficie media de las parcelas se mantenía, con carácter general, entre las 3 y 10 áreas, con una marcada frecuencia en torno a las 5 y 7 áreas.
3.1.3. La zona oriental: sector del Extremo Noreste, sector central y sector meridional
El sector del Extremo Noreste partía del litoral, entre Burela y la ría del Eo, y alcanzaba la línea formada por A Pastoriza-Santo André de Logares (punto septentrional del municipio de Fonsagrada). Por el oeste, llegaba hasta la Sierra de Buio y la Sierra de Toxiza. Por el sur y este, se encontraban dos ejes montañosos en ángulo recto, orientado oeste-este, que prolongaba el Cordal de Neda, y marcaba la línea de partición de las aguas entre la cuenca del río Masma y el del Miño superior; otro orientado sur-norte, que separaba los afluentes de la ribera derecha del río Masma de los afluentes de la ribera izquierda del río Eo40.
En este sector, la dimensión de las “agras” era grande, entre 6 y 10 hectáreas, aunque también eran frecuentes las “agras” de 4 a 5 hectáreas de superficie.
El sector central se extendía de la línea que abarcaba A Pastoriza-Santo André de Logares, al norte, a la formada por O Incio-Santa Madanela de Riocereixa, al sur41. Las “agras” eran grandes, al igual que en el sector del Extremo Noroeste.
El sector meridional discurría, en sentido norte-sur, desde la línea O Incio-Riocereixa hasta el Sil. De este-oeste, se encontraba nítidamente desfasado hacia el oeste con respecto al sector central42. En relación al tamaño de las “agras”, eran de mayor tamaño a las de los sectores precedentes, entre 10 a 14 hectáreas.
3.1.4. Dominio de los terrenos de organización doble: de “agras” y de bancales (“bancais”)y terrazas (“socalcos”)
Desde la ría de Corcubión hasta la baja Limia (frontera portuguesa) se extendía en diagonal una zona en la que los terrenos presentaban una organización doble: de “agras” y de bancales y terrazas. La misma organización también se encontraba en un pequeño sector separado entre el río de Vigo y el bajo Miño43.
3.1.5. La zona sudoriental
La zona sudoriental estaba limitada, al norte, por la ribera vitícola del Sil y del Miño. Al sur, seguía la frontera portuguesa. Por el este, discurría desde la zona este de las montañas del bajo Limia y de las mesetas de Arnoia medio, hasta la línea Verín-Larouco44.
3.2. LA RELEVANCIA DEL “AGRA” DESDE EL PUNTO DE VISTA JURÍDICO
Si bien en el apartado anterior se destacaba la peculiar configuración física del “agra”, especialmente el reducido tamaño de las fincas que la conformaban, desde un punto de vista estrictamente jurídico la relevancia del “agra” se encuentra en que dicho agrupamiento de fincas en el seno del “agra” daba lugar a una especie de comunidad que exigía el respeto de determinadas relaciones de vecindad por parte de todos los usuarios del “agra” para no entorpecer su adecuado funcionamiento interno45.
El elevado grado de interdependencia entre las parcelas del “agra” impedía que sus usuarios pudiesen organizar la explotación individual de las mismas sin tener en cuenta a los demás. El reducido tamaño de los predios, el abundante número de fincas que integraban el “agra”, las irregularidades del terreno, la situación de enclavamiento en la que se hallaban la mayoría de los fundos y la señalización rigurosa de los límites de las parcelas por parte de los distintos usuarios impedía pensar en dicha posibilidad46. Aunque el campesino gallego anhelaba la independencia e inviolabilidad de sus fincas, era necesaria una disciplina colectiva para poder obtener el máximo rendimiento en su explotación individual.
3.2.1. Los problemas derivados de la limitación de las fincas del “agra” y sus consecuencias
Los elementos de cierre de las fincas, en general, cumplían una doble función: por una parte, servían de elementos de señalización de los límites de las fincas y, por otra, permitían franquear el libre acceso a ellas a las personas y al ganado47.
Teniendo en cuenta el reducido tamaño de los fundos que formaban el “agra”, el cierre individual de cada uno de los predios situados en su interior impediría o dificultaría excesivamente las labores que requería su explotación agrícola. La pérdida de terreno que suponía la construcción de sólidas fronteras entre las parcelas del “agra” obligaba a optimizar el espacio dedicado a la fijación de los lindes, recurriendo a elementos de cierre más sencillos que ocupasen el espacio mínimo imprescindible48.
De ahí que las parcelas del “agra” contasen con un único cercado exterior común a todas ellas. En la mayoría de los casos el cierre estaba constituido por un muro de piedra, aunque también eran frecuentes los formados con tierra (“valados”), setos vivos (“sebes”) o losas de pizarra (“chantós” o “chantas”)49. En el interior del “agra” no solía haber muros50, sino que las líneas fronterizas entre los predios se señalizaban, normalmente, con pequeños “marcos” o mojones de piedra que se colocaban en las esquinas de las fincas. Las reducidas dimensiones y la estrechez de los fundos no permitían dar acceso a todas las parcelas mediante sendas, y mucho menos cerrarlas de forma individual, dada la pérdida de terreno excesiva que ello supondría y que, incluso, impediría maniobrar con una yunta dentro de muchas de ellas51.
Los “marcos” eran simples piedras enclavadas en la tierra en el límite de dos o más fincas, carentes de una forma o grosor característico y fácilmente identificables por el campesino, a quien le bastaba la simple mirada para reconocer si se trataba de una piedra cualquiera o de un auténtico “marco”. En ocasiones, se encontraban cubiertos por la vegetación o, incluso, llegaban a enterrarse por completo con el paso del tiempo, lo que tampoco suponía un verdadero problema para el campesino, porque éste conocía a la perfección su ubicación exacta. Además, era habitual que pegados a los “marcos” hubiera dos piedras de menor tamaño que los afirmaban (“testigos”)52.
De este modo, mientras que por el exterior del “agra” las fincas quedaban sólidamente protegidas de las eventuales incursiones de terceras personas o del ganado, en su interior el reducido tamaño de los fundos obligaba a sus usuarios a tener que recurrir a elementos divisorios más frágiles que ocupasen el mínimo espacio imprescindible. De ordinario, los lindes entre las parcelas colindantes se fijaban con una simple línea imaginara trazada de “marco” a “marco” que, al ser fácilmente transgredibles, generaba fuertes riñas y disputas vecinales. En efecto, la práctica fraudulenta más habitual era, precisamente, el desplazamiento de los “marcos” hacia el interior de la finca contigua, aunque la operación sólo podía abarcar escasos centímetros, debido al escaso tamaño de los predios y a que el campesino conocía con exactitud la ubicación de los “marcos”, incluso cuando hubiesen quedado cubiertos por la vegetación o enterrados bajo tierra53.
A pesar de la fragilidad de los límites interiores del “agra”, los valores tradicionales imponían el máximo respeto al derecho a la propiedad54. Sin embargo, la tentación de arquear un poco el surco al arar o el movimiento de los “marcos” hacia el interior del fundo colindante con la finalidad de aprovecharse de unos centímetros de tierra, siempre estaba presente.
Conscientes los campesinos de la fragilidad de los “marcos”, idearon éstos algunas fórmulas para evitar o aminorar los frecuentes conflictos y disputas vecinales. Quizá la más destacable era la de cavar, en el momento de la cosecha, en la línea divisoria entre las fincas un surco más hondo que los demás entre “marco” y “marco” (llamado “entremesa”, “rego”, “derrego”, “gabia” o “gavia”) para indicar con precisión los lindes, acompañando a tal fin, en ocasiones, la colocación de palos intermediarios55.
La variedad de sistemas divisorios refleja la tensión vecinal que generaba el interés de aprovechar al máximo la totalidad de la escasa superficie de terreno de que disponían los campesinos, y al mismo tiempo el ansia de tener las propiedades plenamente defendidas, sin tener que ceder terreno alguno56.
3.2.2. Los problemas derivados de la apertura y cerramiento del “agra”
En el cierre exterior común que circundaba el “agra” siempre había una o varias entradas –denominadas, según las zonas, “cancelas” “portelas”, “portairos”, “poriclos”, “escadiñas”, “pasadoiros” “portelos”, “portillos”, “escairos”, “porteleiras”, “carrís”, “carriles” o “carrilleiras”57–, cuyo número era más o menos elevado en función, fundamentalmente, de la dimensión del “agra”58. Dichos accesos instalados en el muro de cierre general del “agra” presentarían, además, unas características concretas según si su destino era el paso de personas o también de carros y ganados.
En relación a las primeras, cabría destacar los llamados “portairos”, “poriclos”, “portillos” “escadiñas”, “pasadoiros” o “escairos”, consistentes en una especie de escalera construida con piedras salientes del cuerpo de la pared o muro de piedra que circundaba el “agra” sin interrumpirlo59. Dichos peldaños podían estar instalados, según los casos, en ambos lados del muro, sólo en uno de ellos (cuando del otro lado del muro el terreno estaba situado en un plano más elevado), o consistir en una simple escalera de madera de roble o castaño que se apoyaba en el muro de cierre común del “agra”60.
Las entradas también se franqueaban, a veces, con una “cancela” o portal de madera, con simples palos atravesados, con una zanja o colocando una piedra (“chantón”) en el medio del camino que obligaba a las personas a rodearlo e impedía el paso a los carros y al ganado de mayor tamaño61.
De estar destinadas las entradas al paso de personas y también de los carros y ganados, cabría destacar los denominados “carriles”. Éstos consistían en una simple brecha abierta en el muro o pared de piedra, en cuyo lugar se construía una pared provisional con piedras puestas de tal modo que dicho muro pudiera deshacerse y hacerse de nuevo con relativa facilidad. Al pasar el ganado y/o el carro, la persona que lo acompañaba tenía la obligación de reponer el muro y dejarlo en el mismo estado en el que se encontraba. Las “agras” también se cerraban, en ocasiones, con barras de madera transversales bajo las que se acumulaban montones de zarzas (“silvas”), con losas de pizarra (“chantos”), bloques de tierra acumulados (“terróns”) o una “cancela” o portal de madera62.
El lugar de acceso se consideraba inamovible, salvo acuerdo en contrario de todos los usuarios de las fincas del “agra”. Cualquier intento de modificación era criticado y sancionado con dureza si se hacía sin el consentimiento de los demás usuarios. También la apertura de una nueva entrada constituía una operación difícil, y a la que se recurría únicamente en supuestos muy excepcionales, en la medida en que podía poner en peligro la organización y el correcto funcionamiento interno del “agra”63.
Todas estas reglas de cierre y apertura de las entradas del “agra” se regían, con carácter general, por acuerdos de naturaleza consuetudinaria que eran acatados y cumplidos por todos los usuarios de las fincas situadas en su interior64.
3.2.3. La comunicación y uso de las fincas del “agra”: la “serventía”
Si el “agra” consiste en una finca continua cercada por un cierre exterior común, dividida en su interior en un elevado número de pequeños predios pertenecientes a una pluralidad de propietarios, estructurados, con carácter general, en bandas alargadas y delimitadas únicamente los unos de los otros con simples “marcos”, con un surco o postes de madera, ¿cómo se lograba dar acceso a todas los fincas que formaban parte del “agra” desde la vía pública?
El buen funcionamiento interno del “agra” y el máximo aprovechamiento económico individual de los fundos situados en su interior, sólo resultaba posible mediante el riguroso respeto a los pactos, usos o prácticas de naturaleza consuetudinaria que tradicionalmente se venían observando por todos los usuarios en la explotación agrícola de cada “agra” en particular.
Las entradas del “agra” estaban abiertas únicamente durante los períodos destinados a la siembra, recolección y, en su caso, en las épocas en las que las fincas del “agra” quedaban a barbecho (en aquellos supuestos en los que las tierras no eran susceptibles de estar sometidas a un rendimiento continuo). Además, con carácter general, sólo las parcelas colindantes con las entradas del “agra” disponían de un acceso directo desde la vía pública, motivo por el que el paso a los demás predios había de realizarse necesariamente cruzando por los fundos ajenos antes de que las plantas brotasen, para no dañarlas. De este modo, la explotación individual de cada una de las fincas del “agra” se hallaba sometida a determinadas limitaciones.
Para evitar el paso en las épocas en las que los predios se hallasen sembrados, y con ello los perjuicios que un tránsito descoordinado pudiese ocasionar en las fincas sobre las que se ejercitaba el paso, todos los usuarios tenían la obligación de cumplir con las fechas de apertura y cierre de las entradas del “agra”.
Además, todos los usuarios tenían que seguir una disciplina común de cultivos, coordinada con las fechas de apertura y cierre de las entradas del “agra”65 y, con frecuencia, un determinado orden temporal en la realización de la siembra, recolección y otras labores agrícolas, para que el necesario ir y venir de los usuarios de las fincas más alejadas de la entrada no deteriorasen lo hecho por los más próximos66. Así pues, una vez sembradas todas las parcelas, se cerraba(n) la(s) entrada(s) del “agra” hasta el momento de la recolección, sin que se pudiera hacer uso de los caminos hasta entonces, con el fin de proteger a las cosechas frente a los perjuicios que las intromisiones de las personas o del ganado en las fincas del “agra” pudieran ocasionar.
BOUHIER67 describe con detalle la configuración física y el funcionamiento interno de dos “agras” contiguas (denominadas “agra de arriba” y “agra de abajo”) en la aldea de Vilardois (parroquia de Santalla de Curtis, municipio de Curtis).
El “agra de abajo” lindaba, por el noreste, con un camino de acceso que conducía a las casas del pueblo. Dicha “agra” tenía una superficie de 8,17 hectáreas y estaba dividida en 48 parcelas con una superficie media de 17 áreas. Por su parte, el “agra de arriba”, medianera con la anterior, pero en desfase ligero con respecto a ella, tenía una extensión de 6,22 hectáreas y se hallaba interiormente dividida en 35 parcelas con una dimensión media de 18 áreas.
Ambas estaban cercadas por su exterior por muros de piedra que las separaban entre sí, pero también de los labradíos y tojales colindantes, sin que existiera ningún tipo de entrada que permitiera el paso de una a otra “agra”.
Dichas “agras” estaban, además, sometidas cada año al mismo o similar tipo de cultivo. Así, en el mes de agosto de 1959 el “agra de abajo” llevaba maíz, con algunas parcelas a patatas, mientras que el “agra de arriba”, que había sido sembrada a centeno el otoño anterior, acababa de segarse. A comienzos del verano de 1964 el “agra de abajo” terminaba de dar su cosecha de centeno, y el “agra de arriba” llevaba patatas en algunas parcelas y maíz en todas las demás. Por tanto, como se puede observar, dicha disciplina de cultivo llevaba aparejadas determinadas limitaciones en el uso de las fincas y un mínimo de organización interno a nivel del “agra”.
El acceso a sendas “agras” estaba asegurado por una entrada cerrada con una pesada barrera de madera móvil alrededor de un pivote lateral. La del “agra de abajo” desembocaba directamente al camino interior, mientras que en el “agra de arriba” constituía, al mismo tiempo, el acceso a un pequeño cerrado de labradío situado en su cabecera, que fue verosímilmente tomado de ella, y que probablemente por esta razón debía el paso a todos los usuarios de las fincas del “agra” por un camino (“carrilleira”) contiguo al cierre. Prolongando dicho camino, en el “agra de arriba”, y partiendo directamente de la entrada del “agra de abajo”, otro camino central permanente se utilizaba, en todo momento, para la circulación de personas, de los carros y “xugadas”68 durante los distintos períodos dedicados a la cosecha.
En el “agra de arriba” el camino estaba abierto y situado al mismo nivel que las parcelas vecinas. En el “agra de abajo”, a lo largo de una decena de metros, el camino se encontraba bordeado de gruesos bloques de piedras clavadas en la tierra, mediando una corta distancia (de 0,30 a 1 metro) entre unos y otros. Luego, el camino se estrechaba un poco en varios tramos de su trayectoria, aunque la mayor parte de su recorrido se presentaba como un camino abierto. El papel de servicio que se suponía que tenían dichos servicios de paso estaba lejos de ser total y perfecto, porque la distribución y la disposición de las fincas de ambas “agras” eran tales que impedían que las sendas pudieran alcanzar directamente a todos los predios.
Tanto en el “agra de arriba” como en el “agra de abajo” predominaba la disposición de los predios en tiras muy largas y finas que podían alcanzar una longitud de 180 a 190 metros y de 5 a 10 metros de ancho. Tiras, parcelas alargadas y “reboludas”69 que no se repartían al azar, sino que se asociaban en grupos caracterizados cada uno por una orientación peculiar de los fundos, así como por una determinada forma de distribución de éstos, con unos contornos geométricos que se dejaban reconocer fácilmente (“quartiers”). El “agra de abajo” contaba con 7 “quartiers”, mientras que el “agra de arriba” con 5. Todas estas parcelas estaban cuidadosamente cultivadas y dedicadas al labradío.
Como se acaba de indicar, dichos servicios de paso descritos por BOUHIER no permitían dar acceso, en las condiciones deseadas, a las fincas de ambas “agras” por no alcanzar las sendas directamente a todos los predios.
Dichas dificultades de paso inherentes a la propia configuración física de las “agras” se solventaron con el establecimiento de servicios de paso temporales. Los define Risco70 como “el derecho que mutuamente asiste a los propietarios, con el gravamen correlativo, de pasar con ganado o con carro, según las necesidades de cultivo –generalmente el de centeno, trigo, maíz o patata– por los caminos «serventíos» que sobre la superficie del «agra» conducen a las respectivas parcelas, sin localización fija, supeditada a la clase de labores agrícolas, según las épocas y el desdoblamiento de los cultivos”71.
Si bien es cierto que esta definición recoge las principales características de la figura que nos ocupa, conviene hacer determinadas precisiones para eludir el error en el que, con frecuencia, incurrieron los distintos operadores jurídicos que participaron en la elaboración y desarrollo del Derecho Civil de Galicia: obviar las particularidades en el modo de funcionamiento y configuración física de la institución de la denominada “serventía” en los distintos territorios de Galicia.
Analicemos por partes la definición que ofrece Risco de esta figura.
• “el derecho que mutuamente asiste a los propietarios, con el gravamen correlativo”.
En la “serventía”, a diferencia de la servidumbre, no se daba una relación de dependencia entre fundos. No había una finca dominante y otra sirviente (servidumbre de paso), ni tampoco un gravamen en favor de un sujeto particular (servidumbre personal) que obligase al usuario de la parcela sirviente a tener que soportar ciertos actos por parte del titular del fundo dominante o, en su caso, abstenerse de efectuar una determinada actividad sobre su propio terreno que, de no existir la servidumbre, no tendría por qué soportar o dejar de realizar72.
La relación entre los usuarios de la “serventía”, en cuanto a su uso y disfrute, era de paridad73. No obstante, no todos los usuarios de los fundos del “agra” soportaban por igual las molestias que conllevaba el paso por parte de aquellos usuarios cuyas fincas carecían de un acceso directo desde el camino público –todos, salvo los predios situados en la(s) entrada(s) del “agra”–. El tránsito no se realizaba con la misma frecuencia y por el mismo número de usuarios por todas las fincas del “agra”. Tampoco toleraban las mismas perturbaciones los predios colindantes con la(s) entrada(s) del “agra” que las demás fincas situadas en su interior. Incluso había fundos que por hallarse situados al final del “agra”, por su configuración física, por el estado del terreno o por cualquier otra circunstancia, no se veían expuestos al paso de los demás usuarios de las parcelas del “agra”74.
• “de pasar con ganado o con carro, según las necesidades del cultivo (…) por los caminos «serventíos» que sobre la superficie del «agra» conducen a las respectivas parcelas”.
El itinerario y la configuración física del camino “serventío”, y su funcionamiento, dependían –como acertadamente señala Risco en su definición– de las necesidades concretas de cultivo del conjunto de las fincas que conforman cada “agra” en particular, y de ahí la existencia de distintas clases de “serventías”.
Un primer tipo de “serventía” sería la destinada al tránsito de carros y ganados75. Dichos caminos se configuraban, en ocasiones, como simples senderos aptos exclusivamente para el tránsito de personas. Dado que por él no cabía el carro, el usuario tenía que cumplir estrictamente las condiciones que regían su uso. Así, podía suceder que los usuarios hubieran acordado llevar una rueda del carro por el sendero, mientras que la otra debía pasar siempre por la misma finca; que una rueda tuviera que ir por un determinado predio a la ida y por otro distinto a la vuelta; o que el centro del carro tuviera que pasar por encima del sendero y las ruedas pisando los fundos situados a la izquierda y a la derecha del camino76.
BOUHIER se cuestionó, en relación a las zonas de pequeñas y grandes “agras”, si las bandas periféricas de tierra –a las que denomina “arró”, “arredor” o “cómaro”– que rodeaban el muro de cierre general del “agra” por su parte interior, se utilizaban o no como itinerario de acceso a las fincas enclavadas. Señala dicho autor, que en el pueblo de Vilardois (parroquia de Santalla de Cuntis, municipio de Cuntis), situado en la zona de pequeñas “agras”, los “arredores” de las “agras” no eran continuos, sino que se interrumpían cuando las fincas presentaban una forma alargada en el sentido del cierre, y reaparecían, aunque no sistemáticamente, cuando se disponían perpendicularmente al muro, perteneciendo a cada usuario el uso de la porción del “arredor” correspondiente a su parcela. Además, debido a la presencia del muro, que bloqueaba las salidas y molestaba los movimientos necesarios para la explotación agrícola de los fundos, el “arredor” prestaba importantes servicios en los momentos de laboreo, al tratarse de un lugar idóneo donde poder dar la vuelta a las vacas uncidas al arado de madera o como lugar de pasto. Ocasionalmente, dicha faja de terreno también podía ser utilizada para el tránsito de las “xugadas” con destino a uno o varios predios enclavados77.
Por tanto, el papel esencial del “arredor” no era, según dicho autor, el de permitir el paso a las fincas enclavadas, sino el de facilitar las labores agrícolas y servir de lugar de pasto para el ganado. Según BOUHIER, con la introducción de una disciplina de cultivos establecida en el marco del “agra” se perseguía bloquear al máximo la circulación de las personas y de los animales fuera de los períodos dedicados al arado, siembra y recolección, y permitir en las épocas de laboreo el acceso desde la vía pública, a través de las “serventías” que se reproducían progresivamente a partir de los predios directamente comunicados con el camino público, a los fundos que no pudieran servirse –en caso de existir– por el camino central del “agra”78.
En la zona de las grandes “agras”, la magnitud de las mismas y el elevado número de parcelas que las integraban, los “arredores” habrían contribuido todavía menos a solventar la frecuente situación de enclavamiento. De ahí que en muchas de ellas ni tan siquiera existieran los “arredores” y que en las parcelas que lindaban en algunos de sus extremos con el muro de cierre general del “agra” se dejase una banda transversal sin arar para facilitar las maniobras de giro del arado que, una vez terminadas todas las faenas agrícolas, se araba también en sentido cruzado con el arado de madera o cavando dicha zona con un “legón”79 a mano80.
De no existir el “arredor”, o si, de haberlo, éste no sirviera para la circulación de los carros, el acceso a los predios se realizaba a través de tres prácticas simultáneas a las ya descritas en el apartado dedicado al estudio de la zona de las pequeñas “agras”.
Por una parte, el acceso a partir de los caminos de servicio general se efectuaba por diversas entradas, cuyo número oscilaba, con carácter general, entre 5 y 8, y, en las grandes “agras”, entre 12 y 1581. Algunas desembocaban directamente en los caminos de servicio interno. Otras, en cambio, daban directamente a las “fracciones” de “agras” o “quartiers”, pero sin que allí hubiera, necesariamente, una entrada al servicio de cada “fracción” o “quartier”.
Por otra, los caminos de servicio interno –denominados “os antigos” o “as antigas” en algunos lugares–, de existir, eran más numerosos, y estaban mejor distribuidos que en las pequeñas “agras”. Estos caminos estaban abiertos y, en ocasiones, dividían el “agra” en “fracciones”.
Por último, a partir de las entradas o, en su caso, de los caminos interiores del “agra”, las “serventías” permitían, en el marco de los “quartiers”, acceder a todas las fincas, incluso a las más enclavadas. Estos servicios de paso se establecían, al igual que en las pequeñas “agras”, por acuerdo de todos los usuarios de la aldea, de cada “fracción” o “quartier”, aunque lo más frecuente era que se fijase en el seno de cada “agra”82.
FERNÁNDEZ DE ROTA –en un estudio de los municipios de Monfero, Vilarmaior y Puentedeume– también se ocupó de las posibles funciones de los “arredores”. Según dicho autor, principalmente en los terrenos cercados –como es el caso de las “agras”–, y a veces también en otros, se dejaba junto a la línea divisoria una franja de tierra sin cultivar para poder dar la vuelta al arado, llevar el ganado “preso” con una cuerda a pastar (“lindar”) y asimismo como itinerario de paso con carro para servir a las parcelas83.
Este autor parece coincidir con BOUHIER en que una de las funciones esenciales del “arredor” era la de servir de zona de pasto del ganado y para dar la vuelta al arado en las épocas de laboreo. En cambio, ambos discrepan, en cierta medida, en relación a su consideración como posible lugar de paso a los predios que carecían de un acceso directo desde la vía pública. Mientras BOUHIER sostiene que la razón de ser de los “arredores” no era, salvo en casos excepcionales, la de servicio de paso a los predios enclavados, FERNÁNDEZ DE ROTA considera, en cambio, que, en los municipios de Monfero, Vilarmaior y Puentedeume, dichas franjas de terreno sí venían a cumplir propiamente dicha finalidad.