Kitabı oku: «Memorias de un cronista vaticano», sayfa 2

Yazı tipi:

IV. Comida con la secretaria Global de Relaciones con Instituciones

Randia Wisfall era la llave para todo tipo de relaciones entre las instituciones civiles y el Gobierno global. Secretaria del Gobierno global (lo que en el siglo XX se llamaba ministra o comisaria), era una activista del Humanismo Liberador conocida por sus planteamientos radicales. También era una de las mejores gourmets del Gobierno. Por eso nunca despreciaba una comida en la Nunciatura. Nada más explicarle la naturaleza de mi misión, Pasquali me dijo: «Debes conocer a Randia».

Supongo que quería que yo mismo palpase lo difícil de su situación en NY, una ciudad en la que, en los templos, como la catedral de San Patricio, solo se permitía el culto religioso de manera restringida.

Randia, además de miembro del Gobierno con rango de ministra, era conocida como «musa» de partido del Humanismo Liberador. Hija de activistas sociales, se destacó ya como líder en la universidad. En las elecciones del movimiento estudiantil del PHL consiguió un triunfo arrollando a sus candidatos competidores con solo veinte años. Su discurso fue difundido a nivel global. En uno de sus párrafos definía su filosofía.

«...Somos hijos de nuestra historia como seres humanos. Ha sido un proceso lento y doloroso a base de sacrificios individuales y colectivos. Sus frutos nos deben llevar al siguiente nivel de evolución. Un nivel al alcance de la mano gracias a la tecnología y la revolución social, en la que nos liberemos de nuestros tabúes, de nuestros prejuicios, de los mitos que coartan nuestra libertad y de nuestra propia naturaleza.

No somos hijos de ningún Dios que, aunque existiera no nos importaría, porque somos nuestros propios artífices. No tenemos un espíritu que haya que salvar. Somos la consecuencia de la evolución de nuestra organización material. No hay un alma humana en cada uno de nosotros y, por supuesto, si la hubiera no sería inmortal. Nuestra organización material nos la ha dado la naturaleza. Pero ahora podemos liberarnos incluso de las leyes de esa naturaleza. Lo podemos hacer porque ya somos capaces de autodefinirnos y llegar a ser lo que queramos, tanto individual como colectivamente. Es cuestión de esfuerzo científico, voluntad liberadora y organización social. La tecnología lo hace posible.

No importa lo que fuimos cada uno de nosotros al nacer: varón o hembra, pobre o rico, de una raza o de otra, con unas capacidades físicas u otras... Podemos ser lo que queramos independientemente de ese Dios, que no sabemos si existe, ni nos importa; también podemos olvidarnos de nuestra alma, un mito que nadie vio, y podemos independizarnos de la tiranía de nuestra naturaleza. Hemos llegado a la cima de la humanidad. Eso nos libera y nos liberará de cualquier limitación. Incluso es posible que dentro de poco nos liberemos del tiempo; viviremos lo que deseemos, seremos transhumanos. Una nueva especie auto-poderosa. Nos dominaremos a nosotros mismos y dominaremos la naturaleza. Ese nivel de libertad absoluta es el que os ofrezco, para…».

***

Por supuesto tenía detractores. Muchos de tipo político, otros encarnados por personas con creencias religiosas, aunque algunos también buscaban compaginar su pensamiento tradicional con la nueva propuesta ideológica.

Los opuestos a esta ideología eran partidos de corte socialista que acusaban al PHL de permitir desigualdades sociales en aras de la pretendida libertad. También se oponían al PHL los partidos políticos de raíz demócrata porque decían que no respetaba la naturaleza de la persona y eso se acabaría pagando por ser irreal. El nuevo movimiento, el Humanismo Natural, llamaba a volver a los orígenes de la humanidad y respetar la naturaleza, porque no se sabía a dónde llevaba el Humanismo Liberador.

La teología católica chocaba con las ideas del Humanismo Liberador. Algunos teólogos, llamados progresistas, hacían esfuerzos para intentar una renovación de su pensamiento y converger con esta nueva ideología. Pero los dogmas fundamentales de la Iglesia rechazaban sus principios básicos, como el ateísmo o agnosticismo, en relación a la existencia de Dios o la negación de un alma inmortal.

Los más famosos teólogos equipararon las afirmaciones del PHL al grito de Lucifer, el Ángel del Mal, cuando se rebeló contra Dios y dijo: «¡No servían!» (No serviré). Un acto de soberbia contra Dios, el espíritu humano y la propia naturaleza. Eso hizo que el PHL fuera combativamente laicista en su ideología, especialmente contra la Iglesia católica, y radical en la defensa de la libertad contra cualquier limitación, que ellos consideraran un obstáculo. Por eso estaban contra los conceptos de Dios, el espíritu o alma y la ley natural.

Para el PHL, el capitalismo y el mercado eran las estructuras más eficientes en la organización económica. Las administraciones públicas tenían como objetivo ayudar a los menos favorecidos. Para ello pretendía crear un complejo sistema de tributos, que de momento no estaba dando los resultados previstos, aunque se esperaba que fuera siendo cada vez más eficiente, hasta no dejar a nadie desprotegido.

Sus dirigentes reconocían que eso tardaría un tiempo y que mientras tanto habría situaciones de injusticia, el precio a pagar por el progreso. Sus partidarios pensaban que el periodo entre el inicio de la liberación y el estadio final de liberación total era un sacrifico temporal hasta su implantación total. En este aspecto, la ideología del Humanismo Liberador también era criticada como insolidaria por utópica, al buscar una sociedad final que nunca llegaría, mientras muchos sufrirían. Estos detractores del HL alegaban que eso pasó con el comunismo soviético durante el siglo XX y al final Rusia volvió a su alma de siempre sin alcanzar su imposible utopía. Randia era una utopista.

Randia se casó con otro activista del PHL y tenían dos hijos. Su fuerza como política era reconocida incluso por sus contrarios más radicales. Lo mismo que su honestidad y congruencia entre su ideología y su vida personal. Su familia seguía viviendo en una zona de clase baja en el Bronx neoyorquino. Los vecinos hablaban con ella tanto visitando su casa como cuando algún fin de semana iba al supermercado a comprar, ella misma, para cocinar en su pequeño apartamento.

Era una mujer extraordinaria. Se veía que cuidaba tanto su mente como su físico porque aparentaba inteligencia y fortaleza dentro de un cuerpo proporcionado y sano. Su peinado a la última moda resaltaba sus rasgos medio asiáticos o medio latinos, que le daban un aspecto atractivo y exótico.

***

Llegó a la hora convenida en taxi aéreo y descendió del mismo con un traje de corte varonil y a la vez muy femenino. En la terraza de la Nunciatura la esperábamos y la introdujimos, sin más ceremonias, en el comedor de invitados.

Comimos una excelente lasaña, regada con un buen vino chianti, finalizada con un tiramisú y un café expreso muy cargado y con su espuma color avellana. Durante la comida solo se habló de temas personales, de la hija de Randia y sus estudios, y de gastronomía. Al final Randia se dirigió de manera directa a mi persona:

–Espero que monseñor Illibrando (no utilizaba el nombre de Calixto X, ni Santidad para referirse al papa), que no procede de la rancia casta romana, estará a favor de conceder el acceso al sacerdocio a las mujeres y quitar el celibato para los ordenados.

Continuó, mirándome con ojos interrogatorios:

–La Iglesia católica es la única confesión que aún no reconoce la igualdad de género y tiene ministros de culto célibes. Ahora, que casi todos los embarazos se realizan fuera del claustro materno en las clínicas de fertilidad y laboratorios, no veo qué impedimentos hay para dar el paso definitivo.

La interrumpí y dije:

–Estimada secretaria, ya sabe que la tradición, una de las fuentes de nuestra doctrina, siempre ha dicho que el ministerio sacerdotal es exclusivo de los varones. El celibato ha sido una medida que ha ayudado a mantener la dedicación sacerdotal al servicio de los fieles. Aunque hay ritos católicos que no lo tienen por una cuestión de gobierno práctico.

Antes de que me interrumpiera continué:

–Usted misma puede comprobar que en la Iglesia la influencia femenina es total. Aparte de que muchas mujeres ejercen cargos de alta responsabilidad, la Virgen María es venerada como mujer y madre desde el principio. No se puede acusar a la Iglesia de misoginia. Si estudia la historia antigua de las religiones verá que el cristianismo fue decisivo en la liberación de la mujer.

Entonces me cortó con voz pausada:

–Veo, estimado cronista, como creo que le llama monseñor Illibrando, que sus posiciones no cambian a lo largo de siglos, y eso me preocupa. No sería partidaria de que se ofreciera la tribuna del Parlamento a quienes no se alinean con los principios que defiende el Humanismo Liberador que han conducido a la paz mundial de la que gozamos. Una cosa es permitir la libertad de conciencia y otra facilitar la palabra a quienes quieren subvertir la teoría que soporta todo nuestro bienestar.

Pregunté:

–Randia. ¿Me permite que la llame así, secretaria?

Randia respondió:

–Por supuesto.

Cogí la palabra y añadí:

–Lo del bienestar es discutible. En varias partes de nuestro planeta el índice de pobreza es alarmante; las guerras locales, a pesar de la fuerza policial global, siguen proliferando; la adición a la droga abunda en muchas zonas y la xenofobia se ha instalado en los países más ricos. Amén de sitios en los que no se han erradicado muchas enfermedades que, por ejemplo aquí en NY, se olvidaron hace más de trescientos años.

Había cogido carrerilla y seguí:

–La Iglesia es consciente de ello y de ahí su labor asistencial y de ayuda. ¿No es posible que las teorías del Humanismo Liberador, que tienen muchas virtudes, encierren en sí mismas algunos principios que fomentan el egoísmo y tengan efectos perversos? Después de casi dos siglos de su instalación oficial, muchos de los problemas de la humanidad siguen sin resolverse. ¿No es hora de realizar un examen crítico para ver si algunos de sus postulados no son tan correctos cómo piensan?

Randia replicó:

–Estimado cronista, no dudo de que la función asistencial de muchas instituciones religiosas, y concretamente la Iglesia católica, ha ayudado a resolver algunos problemas de subdesarrollo o exclusión de muchas personas. Lo que ustedes llaman caridad. Sin embargo, todas esas cosas deberían ser dadas por medios oficiales. Cuando completemos nuestras estructuras administrativas, lo haremos, y no serán necesarios esos servicios. Aunque para ello es verdad que antes necesitamos una reforma del sistema fiscal a nivel planetario para hacerlo más solidario.

Tercié:

–Randia, se equivoca de enfoque en parte. Eso que usted llama caridad es importante porque eleva la humanidad de nuestra sociedad. Los beneficiarios no son solo los que reciben; son más los beneficios para quienes dan cosas, dinero, servicios y ayudas personales. Si ustedes consiguieran que nadie necesitara nada de nadie, algo que es dudoso que se alcance alguna vez, habrían matado lo más importante del ser humano: la capacidad de amarnos y ayudarnos los unos a los otros sin distinción. No olvide que las grandes dictaduras del siglo XX, el marxismo y el nazismo/fascismo, quisieron acabar con el cristianismo, y es que el amor que predicamos es precisamente la libertad.

Y añadí:

–Lo que sí le puedo trasmitir es que, en lo referente a una reforma fiscal más solidaria, el Gobierno global tendrá siempre nuestro apoyo. Recuerde que, de acuerdo con san Pablo, el poder político también tiene procedencia divina y, aunque este y el poder espiritual tienen campos separados, pueden cooperar por el bien de todos. En el Imperio romano empezamos siendo unos proscritos y acabamos siendo una de sus columnas.

La secretaria Randia, con una sonrisa que se podría calificar de maliciosa y a la vez simpática, me cortó:

–Me parece que me está liando. Ya sé por qué monseñor Illibrando lo ha enviado aquí. Es usted un buen polemista. Le auguro muchas conversaciones como estas con mis colegas, aunque no creo que los convenza.

A continuación, mirando su crono, dijo:

–Se me hace tarde y tengo una reunión a las 16:30 h en el edificio del Parlamento (antigua ONU). Seguiremos esta interesante conversación otro día.

Eran las 15:30 h y con el taxi aéreo no creí que le costase más de diez minutos llegar a su reunión. Sospeché que estaba incómoda.

Cuando Randia se marchó, Pasquali se sentó en el sillón del comedor y me miró como preguntándome qué me había parecido. Sin dejar que abriera la boca dije:

–Randia es una especie que conozco de lejos; probablemente ha sido su convicción con respecto a las teorías del Humanismo Liberador lo que la ha encumbrado a la posición que ahora tiene. Por eso es muy difícil que renuncie a ellas. Pero desde que Jesús nos encargó evangelizar al mundo, como le dije a Randia, lo mismo pasaba con el Imperio romano, y al final se hizo cristiano.

Pasquali se movió, farfulló algo que no entendí bien y se quedó plácidamente recostado en el sillón. Yo, muy respetuoso, salí sin hacer ruido. Pensaba que dejarle hacer una siesta tranquila también era caridad.

V. Conversación virtual con Calixto X y mi primera sorpresa

Una semana después de mi llegada a NY y de haber tenido algunas conversaciones similares me citaron a una reunión virtual con su Santidad. Era común el uso de las holografías para este tipo de conversación, aunque resultaba más práctico la tele-presencia, más barata y sencilla. Esta vez prescindimos de la holografía.

Comencé diciendo:

–Santidad, el Gobierno global espera que haga algún movimiento doctrinal para acercar a la Iglesia a las teorías del Humanismo Liberador. Algo como la ordenación sacerdotal de mujeres, el celibato sacerdotal o la relajación en materia de aborto, eutanasia… En caso de no ser así, no creo que se produzca la invitación oficial al Parlamento. Los diputados globales católicos son una minoría y una parte de ellos son de la colonia lunar y no tienen fuerza para ello. No sé si merece la pena seguir indagando. Monseñor Pasquali es de la misma opinión.

Calixto X respondió:

–Cronista, su misión no es conseguir la invitación sino tantear el terreno para extraer el clima de opinión del Gobierno y si hay algún plan con respecto a nosotros. Siga usted ahí que me parece que hará progresos. Sobre todo no deje de rezar y ayude a Pasquali en lo que necesite.

Unos días después se celebró una recepción con la comisión parlamentaria sobre las colonias extraterrestres. Pasquali fue invitado, dado que la colonia lunar era la más desarrollada y la presencia del catolicismo en la misma era significativa. A mí me llevó de acompañante.

En un momento, entre un aperitivo de ostras y otro de hormigas culonas regado con un vino de Rioja tinto, se me acercó el diputado lunar Mark Destory, quien comentó:

–Ya sabe que el Gobierno global ha llegado a la conclusión de que es necesario reducir la presión demográfica en la Tierra. Por eso hay un amplio plan de crear colonias en el espacio, a imitación de la de la luna. Estoy preocupado. Me cuentan que la mayoría del Partido Humanista Liberador (PHL) está preparando una proposición de ley para evitar que a las nuevas colonias puedan emigrar personas que no tengan una ideología igualitaria, tal como la entienden ellos. Su argumento es que hay que evitar demasiadas diferencias entre la Tierra y los nuevos territorios espaciales.

Respiró con dificultad y continuó:

–Creen que lo de la luna se les ha ido de las manos y podría haber deseos de independencia en el futuro por diferencias ideológicas. Sería una proposición de ley a propuesta de la mayoría con el apoyo posterior del Gobierno. La secretaria Randia encabeza el movimiento. Su argumento es que ahora que el papa es selenita no se puede facilitar el que la Iglesia católica apoye los movimientos migratorios de sus fieles hacia nuevas fronteras imitando lo que ha ocurrido en la luna.

»Piensan que es lógico intentar vaciar NY de discrepantes del Humanismo Liberador y que se vayan a territorios donde se diluyan en una población mayor. Pero creen que, si empiezan a ser mayoritarios en algún territorio extra-terrestre, cosa que hasta ahora no ha ocurrido, la situación puede desestabilizar el sistema. Randia va repitiendo que eso pasó con el Imperio romano en los inicios del cristianismo y se ha tardado siglos en revertir la situación. La verdad es que no sé quién le metió esa idea en la cabeza porque me consta que la historia antigua no es su especialidad.

En ese momento lo corté para aclararme un poco:

–Diputado ¿y eso en qué atañe directamente a la Iglesia católica?

Mark volvió a respirar con dificultad y añadió:

–En esa proposición de ley, por ejemplo, habrá una disposición transitoria que va contra el celibato sacerdotal católico. Propone que los próximos colonos, aunque sean solteros, se comprometan a ayudar a la procreación humana, lo que incluye la obligación de formar familias para atender a los hijos nacidos en la colonia. De no comprometerse, serían excluidos de poder ir a las colonias hasta que reglamentariamente se permita la emigración sin restricciones en función del volumen de población. Por ejemplo, un tío-bisabuelo mío, que fue de los primeros sacerdotes católicos misioneros en la luna, no hubiera podido ir con una ley similar.

Entonces respondí:

–Muchas gracias, Mark. ¿Qué podemos hacer?

Y seguí:

–En primer lugar, avisar a Roma. Si no te importa, coméntaselo a monseñor Pasquali para que la información llegue por el camino oficial. Yo me encargo de hacerlo de forma directa a Su Santidad.

En la segunda conferencia por tele-presencia le expliqué a Su Santidad esta información que ya había llegado por vía diplomática, aunque sin darle importancia. El papa puso cara de preocupación. Estaba visiblemente cansado porque para él era casi de noche, aunque para mí era por la mañana.

Calixto X me recordó que cuando Jesús dijo que debíamos predicar por toda la Tierra, se refería a allí donde hubiera seres humanos. Había que procurar cortar la proposición de ley en lo referente a la limitación de migrantes por razones y creencias religiosas. De momento, los servicios jurídicos del Vaticano estudiarían si podía ser impugnada por ir contra la Constitución global.

Luego había que estudiar a los componentes de la Comisión de Colonias Espaciales para ver si había alguna posibilidad de cercenar la ley en sus inicios. Era necesario porque antes de su admisión a trámite en los procedimientos del Parlamento global se exigía que las proposiciones de ley fueran aprobadas por la comisión correspondiente. Un paso previo a la aprobación del inicio de su estudio en el pleno del Parlamento global.

Su Santidad me pidió que me encargase de coordinar todo el plan.

–No soy un político –argumenté–; no sé si sabré hacer este trabajo.

–Pues rece –añadió el Papa–, que eso es lo que hicieron todos los que ayudaron de verdad a la Iglesia.

Calixto X acabó la conversación dándome su bendición con una sonrisa. Después cerró la comunicación. Siempre recordaré esa figura, la de un hombre abrumado por una gran responsabilidad, de físico frágil pero con ojos azules de inteligencia viva.

El plan de los partidarios del Humanismo Liberador era, paradójicamente, impedir el que muchas personas pudieran ejercer libremente sus ideas en otros territorios. Siempre ha sido así en los últimos siglos. Con la excusa de liberar a las personas se les coartaba parte de su libertad de pensamiento y, en este caso, de movimiento. Así, los partidarios de la ideología oficial decían que defendían a la mayoría de la tiranía de las minorías. ¿Curioso, no?

VI. Empezamos a poner en marcha el contraataque. Desaliento y deserciones

Pasquali, Mark y yo mismo nos reunimos en la Nunciatura para iniciar el contraataque parlamentario. Pasquali nos obsequió con una pannacota, un café y una copita de Amarello; una combinación deliciosa. Eso nos despertó la imaginación.

El nuncio empezó la reunión indicando que nuestro objetivo no era interferir en la política del Gobierno global; solo se debía enfocar en defender los derechos de los creyentes en general, y los católicos y el catolicismo dentro de este colectivo, ampliando la libertad de creencias. De manera que lo que en la proposición de ley no atañera a esa libertad quedaba fuera del objeto de nuestros trabajos.

Lo primero que hicimos fue estudiar a los miembros de la comisión parlamentaria. De los cincuenta que la componían solo había tres selenitas, dos católicos y un protestante. Del resto, había unos seis procedentes de diversas confesiones, incluidos dos católicos no practicantes y diez del Humanismo Natural con los que se podía contar para frenar la proposición de ley.

En principio, diecinueve podían estar en contra de la proposición en su aspecto de discriminar a los sacerdotes célibes; diecinueve diputados de una comisión de cincuenta. El resultado de las matemáticas parlamentarias era contrario a los intereses católicos. Habría que trabajar mucho para revertirlo, aunque no era imposible.

El estudio de los expertos legales del Vaticano no era esperanzador. La libertad de movimientos estaba reconocida por el Parlamento global y la Constitución como un derecho fundamental, pero al haber muchas legislaciones territoriales que la coartaban, era muy difícil aplicarla de manera tajante; estaba sujeta a interpretaciones, sobre todo en lo que se refería a nuevos descubrimientos espaciales.

Por otra parte, la proposición de ley incluía criterios «técnicos». Criterios que permitirían a los expertos seleccionadores de futuros colonos vetar a personas que discreparan con el Humanismo Liberador. La idea era que la homogeneidad ideológica de los pioneros evitaría conflictos futuros. Una teoría sociológica basada en supuestos estudios científicos.

Partíamos de una posición de desventaja. Había que pensar también en cómo dirigirse a la opinión pública. El Vaticano tenía una bien ganada reputación de defender a las minorías en contra de las mayorías totalitarias, y eso era una ventaja. Cualquier opinión en ese sentido sería bien recibida por una parte de los medios. Otra parte estaría en contra.

El grupo de trabajo se disolvió y quedó en reunirse al cabo de dos días. Mark debía seguir indagando el parecer de otros diputados, sobre todo de los partidarios del Humanismo Natural. Yo tenía que redactar un pequeño memorándum para el papa. Pasquali se movería en el ambiente diplomático para compulsar posibles ayudas.

Un día después, Mark, visiblemente nervioso, llamó para excusarse con una conversación oral, lo que me extrañó en un mundo en el que la inmensa mayoría de las mismas eran también visuales. Me dijo que tenía que trasladarse con urgencia a la luna para un asunto familiar. Además, su revisión médica de rutina también le aconsejaba volver a la luna. Las medicinas que tomaba en la Tierra estaban produciendo efectos secundarios en algunos de sus órganos vitales (no me dijo cuáles) y tenía que descansar de su tratamiento. También me rogó que de momento obviase toda referencia a su persona en lo referente a la proposición de ley. Pasquali y yo nos quedamos solos, desconectados y desconcertados.

El español Julio Grau era un diputado católico de la comisión. Me cité con él en una de las cafeterías del Parlamento. Nos conocíamos de una audiencia en la que estuvo con su familia en Roma. Le conté mis preocupaciones sin revelar la procedencia de la información. No se mostró sorprendido. Bajando el tono de voz, comentó que las paredes oían y que me visitaría en la Nunciatura al día siguiente. Así lo hizo.

Julio Grau empezó su conversación a bocajarro:

–No quiero desalentarle, cronista. No obstante, he de decirle que la proposición de ley es solo una pieza de todo un plan urdido por el poder para excluir a los cristianos, y en particular a los católicos, de la expansión colonial espacial. Yo no puedo ayudarle, ni estoy seguro de que quiera. No estoy muy de acuerdo con algunas de las doctrinas que defiende el Vaticano y creo que debería evolucionar. No me gusta que me identifiquen con ellas porque eso me impediría acceder a puestos de poder en el Parlamento o el Gobierno que pueden ser muy beneficiosos para mis electores. Así que ruego que me olvide en este asunto.

Nos acabamos el café (un expreso corto al estilo italiano más tradicional) y se marchó. Me quedé aún más desalentado. Empecé a comprender a monseñor Pasquali. Ni siquiera se podía contar con los que considerábamos del mismo bando. ¿Debería volver a Roma, redactar un informe y dejar en manos de los expertos diplomáticos el asunto? Al fin y al cabo, yo había hecho mi trabajo; había palpado el ambiente y descubierto las dificultades para el discurso papal ante el Parlamento y las medidas en contra de la expansión de la Iglesia. Mi trabajo de cronista era exponer los hechos, no provocarlos. Me fui al oratorio de la Nunciatura y empecé a rezar haciendo caso a Calixto X.