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El tema de la muerte en Marcial.

Antes de abandonar por el momento, los escritos del poeta hispano, quiero anotar sus pensamientos ante el magno y profundísimo problema de la muerte. Es uno de los negocios, acerca de los cuales la revelación nos ha traído solución más plena y más gozosa. Comparar las respuestas de los paganos con la de Cristo, puede resultar extremadamente aleccionador.

Marcial toca el asunto nada menos que en 35 epigramas, espigados en la rauda relectura de ayer. Muy probablemente, habrá bastantes más. Y ya de antemano apunto, que en este número no entran todos los que se refieren, con guasa, a la herencia esperada.

Aparte de la tristeza, y de la certidumbre de la muerte, que nos alcanza en cualquier lugar a que nos dirijamos, hay que señalar dos ideas:

1ª: La supervivencia. Los epigramas aluden frecuentemente a ella. ¿Qué supervivencia en esa? Se supone que en alguna parte, el fenecido amigo recibe, como un incienso ofrecido desde lejos, el libro de Marcial (VI, 85) hay la supervivencia de la gloria: vive la mejor parte por ella (X, 2, expresamente; equivalentemente, explicado por el anterior, VI, 18); esto se refiere a la gloria alcanzada por uno mismo, pero también nos hace sobrevivir, la gloria que nos presta el poeta con sus cantos (X, 26). Hay indicaciones de otra inmortalidad: las sombras del Orco y sus negros caballos (V, 34; X, 50; en los epigramas a la niña Eroción y al auriga Escorpo); al Leteo (VII, 96) a los bosques del Elíseo (VII, 40); a los castigos del poeta maldiciente (X, 5); al posible rapto de la vida, llevado a cabo por la diosa Virgen, o la amante de Hermafrodito (VI, 68). No hay nunca la más discreta frase interpretable como insinuación de resurrección. Sí leves sugerencias a premios o castigos (VII, 40 - X, 5).

2ª: Las consecuencias para la vida actual. En rigor, la única es que hay que emplear bien el tiempo (IV, 54). Pero semejante conclusión, que pudiera tomarse, en buena parte, juzgando por alguno de los epigramas, queda explícitamente declarada en su sentido más bajo, por una serie de expresiones absolutamente luminosas, y no significa sino que hay que disfrutar de la vida (I, 15; V, 65; VII, 43) y alcanzar la gloria pronto, pues llega tarde para las cenizas (I, 25). Es cierto que algunas veces se refiere a la vida honesta, que nos hace haber vivido plenamente (X, 23).

Por lo demás, la muerte es dolorosa (passim) y hay que desear que tarde en llegar (VI, 28); pero los elegidos mueren pronto (VI, 29); y los mismos dioses están sujetos a la fatalidad (IX, 86). Hay que haber vivido desde ayer (V, 58). La muerte es descanso, noche eterna (X, 71).

Otro aspecto interesante es la alabanza del suicidio, en tono estoico (todos los epigramas en que toca el tema).

La postura del justo, del fuerte, es no temer la muerte ni desearla (X, 23).

La muerte es asunto burlescamente enfocado, en los muchos epigramas dedicados a la herencia.

En resumen, la postura de Marcial es titubeante, como parece sucederle en todo; a veces enjuicia los sucesos y realidades en tono moralizante, y entonces alaba el pudor, la castidad, la religiosidad y sugiere otra vida, que, al cabo, sería deseable. Otras se olvida de todo eso y toma las cosas a chacota, dejándose llevar del sentimiento de lujuria o de dolor, y sólo enuncia los hechos festivamente, o da a entender, más o menos claramente, su aprobación.

Mañana quiero ir por la mañana a Madrid, para ir completando la colección de clásicos, con un Marcial latino, un Juvenal latino y Propercio y Catulo castellanos - o franceses. Las obras de Cicerón que me faltan, y los Fastos de Ovidio. Las guerras judaícas de Josefo y las fábulas de Fedro y Esopo. Luego los historiadores griegos, y alguna obra histórica sobre la época. Creo que estos estudios están realmente en marcha, y que el paso es seguro.

III. AULO PERSIO FLACO
Día 29 de junio 1967

Pero estamos lindando con el alba. Vamos a embocar el pensamiento de Persio20. Veamos si puedo, entre estas primeras horas del día de hoy y la noche de mañana, substanciar a este fabuloso autor de hace veinte siglos, a quien me siento deudor de muchas sugerencias y no parvas confortaciones.

PROLOGUS

Con tono burlesco afirma el valor del oro. En la poesía misma, el dinero hace poetas:

Magister artis ingenique largitor

uenter, negatas artifex sequi uoces.

quod si dolosi spes refulserit nummi,

coruos poetas et poetridas picas

cantare credas Pegaseium nectar21.

SÁTIRA I

La visión del hombre: La idea cardinal es la vanidad de los hombres del día. Vanidad enunciada en el verso primero (¡O curas hominum! ¡O quantum est in rebus inane!22) y desarrollada en torno a la poesía del momento. Pero al tocar su asunto capital desde diversos puntos de vista: perfección formal, hondura temática, ocasiones de exposición, reacciones de lectores y oyentes, disposiciones psicológicas y modo de vivir de los autores; va salpicando sus juicios acerca de muchas maneras mentales y ademanes de la cotidiana convivencia. En mínimo concierto ofrezco un índice temático con alusión a algunos ejemplos:

Gula: Placeres de la comida: calve - pinguis aqualibulus propenso proceres crudi (50) scis ponere sumen (53)... 31, sequipede... (57)23

Sexualidad: Reflejos de lascivia: 19-21, 79, 82 (probable alusión al afeminamiento), 86

Tacañería: 54

Lujo: 52-3

Afeminamiento: (sin llegar a una alusión precisa a la homosexualidad; mera acusación de enervamiento en las formas externas y en las energías anímicas): 15-22 (pintura de una lectura pública; descripción de las modulaciones y las vestiduras del poeta lector). 30-36 (recitaciones poéticas al final de un banquete); afirmación exenta de la debilidad:

Haec fierent si testiculi uena ulla paterni

uiueret in nobis? (103-4)24.

Vanidad: en los cargos: el finchado por un edilato provinciano (129-30)

en la poesía: grandilocuencia, suavidad y ternura en el verso, progreso meramente formal en cuanto a la fluidez, incapacidad de escuchar la verdad sobre el propio valer:

Et “uerum” inquis “amo, uerum mihi dicite de me”

qui pote? uis dicam? nugaris, cun tibi, calue,

pingui aqualiculus propenso sesquipede extet (55-8)25

por eso el poeta, que contempla en casi todos orejas de burro, sepulta en la

sátira su secreto, como en el hoyo de la tierra el barbero de Midas (107-121).

Adulaciones continuas, exclamaciones vacuas, de aplicación universal, y eso en la poesía y en el foro, desprecio de la antigua reciedumbre poética, del verso tal vez duro; afectación grecizante... (ansia de ser señalado, alabado en vida, dejando inmerecida fama, inútil para las cenizas (13-42; 48-53; 58-86; 91-106: 126-134).

Insinceridad: ya insinuada o expresa en algunos de los versos citados.

Por su parte expresa positivamente –amén de las censuras ya copiadas– la sinceridad:

Uerum nec nocte paratum

plorabit qui me uolet incuruasse querella (90-91)26.

También el deseo de la fama, pero genuina, legítima:

Non ego, quum scribo, si forte quid aptius exit,

quando haec rara auis est, si quid tamen aptius exit,

laudari metuam; neque enim mihi cornea fibra est (45-8)27.

SÁTIRA II

La visión del hombre: Casi todo en el aspecto religioso. Las relaciones con los dioses están impregnadas de superstición y de hipocresía.

Los deseos son meramente naturales, fantasiosos (35-38; 10-12) o positivamente malos (10-12) (de los primeros también: 41,44-45); están impregnados de ambición, de avaricia, el oro, el lujo ha sustituído las austeras costumbres antiguas (v-gr- 59-66). Se ruega a los dioses que favorezcan los deseos de salud y se vive de manera insana, entregado a comilonas (41-3). Se hacen en secreto peticiones perversas, se quiere comprar el favor divino, con ofrendas suntuosas, y se ha introducido en los templos la humana vanidad, y esto es lo más grave de todo:

Peccat et haec, peccat, uitio tamen utitur, at uos

dicite, pontifices, in sancto quid facit aurum? (68-69)28.

Lo que desean los dioses es un corazón puro, manifestado en sobrios sacrificios, y en una vida conforme a las súplicas elevadas paladinamente, sin impurezas de hipocresía, no caros dones ni prácticas supersticiosas:

Quin damus id superis, de magna quos dare lance

non possit magni Messalae lippa propago?

compositum ius fasque animo sanctosque recessus

mentis et incoctum generoso pectus honesto,

haec cedo ut admoueam templis et farre litabo (71-75)29.

Sólo una posible alusión al desenfreno sexual: lippa propago (72).

SÁTIRA III

La visión del hombre: Vive una vida de locura; éste sería el juicio del mismo Orestes enloquecido. Borracheras, sueños prolongados, envidia de las despensas mejor abastadas, miedo de la enfermedad, terror de la muerte, odio de quien anuncia la verdad de la cercanía del peligro... Un dejarse llevar de las circunstancias... Esta es la visión expuesta en la sátira, con vivaz estilo dialogístico, muy digno de pausado estudio. Incapacidad intelectual.

Los pensamientos del autor: Palmaria la condenación de todo lo anterior. Este joven, que ronca hasta entrado el día, durmiendo la borrachera nocturna, y que entona una serenata de pretextos, para eludir la faena intelectual, es realmente un crío, que merece la papilla y la nana. Nada valen la vanidad de la estirpe, el saludo amical al censor; chatarra son las condecoraciones, dignas del vulgo ignorante; del hombre que nada sabe, que ignora lo que pierde, y, sumergido, no es capaz de remontarse a la superficie de las aguas. Pero éste es inculpable. Mas el muchacho aleccionado...

El mayor castigo del vicioso será el remordimiento: más exactamente el pesar, que ha de dominarle al contemplar la virtud abandonada (35-38); y la culpa inconfesada que le roe, aun en compañía de la propia esposa, desconocedora del pecado (41-2).

Hay que tener un proyecto vital, no vivir arrastrado por la fuerza del momento, por la circunstancia. Hay que salir al paso a la enfermedad que nos amenaza, Y para ello:

Discite et, o miseri, causas cognoscite rerum:

quis sumus et quidnam uicturi gignimur, ordo

quis datus, aut metae qua mollis flexus et unde,

quis modus argento, quid fas optare, quid asper

utile nummus habet, patriae carisque propinquis

quantum elargiri deceat, quem te deus esse

iussit et humana qua parte locatus est in re (66-72)30.

En substancia: hay que ser sabio. Según, es notorio, la noción estoica de la sabiduría.

Una sola alusión sexual: muy leve, puede tener significación meramente afectiva: (110-1).

Hay en la sátira una insinuación de la necesidad e incluso el estilo, de educación: 20-24; 53-75. Y una condenación del magisterio de la época: 44-51.

Día 30 de junio de 1967

Las 3,30, y ya me he resumido la sátira cuarta. El día después se ofrece con cariz de tremebundo agobio; pero estas primeras horas son totalmente mías, y dispongo de cinco largas. Veré de aprovecharlas con esmero, para concluir el extracto de las ideas de Persio y escoliarlas luego; aunque esta postrera faena sufre aplazamiento hasta la próxima noche. Desearía, en cambio, rematar la lectura de los cuadernos de notas de Maritain, anotando las principales sugerencias, para devolverlos antes del viaje. En estos momentos, por maravilla, no parece insinuarse malestar físico alguno. Aunque el sueño ha sido muy breve, pues el coloquio con las misioneras se prolongó hasta las 12,10. Tampoco deja de resultar extraña esta súbita comprensión, o al menos este interés por escucharme. Por mi parte, como apuntaba Maritain en su diario, a nadie me niego, y a casi nadie busco.

SÁTIRA IV

La visión del hombre: Queda suficientemente propuesta en el siguiente esquema de la sátira:

Crítica de la intervención prematura de los jóvenes en la vida pública (1-15) – Aplicación a nuestros maestros del “compromiso temporal”–.

Censura del mezquino ideal de vida, propio de mujercillas incultas (16-19).

Reproche del orgullo de casta (20-22).

Reprobación de la tacañería del hacendado (29-32).

Condenación del afeminamiento -que se manifiesta en la desnudez depilada de los hombres en los baños- y de la homosexualidad (33-41).

Reprimenda a los que ocultan sus heridas morales, los ávidos de oro y los desenfrenados lascivos (42-50).

Los consejos del autor: Constatación del desconocimiento propio como mal universal (23-24), y excitación a menospreciar el falso juicio ajeno, y a la consideración de sí mismo (51-52).

Ut nemo in sese temptat descendere, nemo

sed praecedenti spectatur mantica tergo! (23-24)31.

Tecum habita: noris quam sit tibi curta supellex (51)32.

SÁTIRA V

Doctrina de la sátira: Expongo el esquema de Persio, con los dos aspectos entretejidos: visión del hombre tal como es, y tal como ser debería. Pueden destacar satisfactoriamente los matices, con la mera expresión de las ideas. Adicionaré conciso escolio.

Arremetida contra la bambolla temática y expresiva en la poesía (1-20)

Cuadro de su amistad con Cornuto.

Intimidad: (21-29)

Alusión a sus peligros juveniles y la educación recibida de Cornuto (30-40)

Relación de su convivencia. Igualdad de horóscopo (41-51).

Exposición de las diversidades de genio entre los hombres: propensiones a la avaricia - la mesa - la sensualidad - los deportes: vanidad de todo ello (52-61).

Nuevo tránsito al tema de la amistad con Cornuto: estudio y dedicación al trato con los jóvenes (61-64). Exhortación a proseguir la doctrina de Cleante (id).

Lamentación de la tendencia procrastinante de los jóvenes: vanidad de sus pretextos (65-72).

Tema de la libertad: abarca todo el resto de la sátira (73-192).

Exposición de la genuina naturaleza de la libertad, y refutación de la idea ordinaria acerca de ella (73-156; 174-179).

Ni basta romper por un momento las ligaduras, sino que hay que mantener firme la decisión liberadora (157-174).

La falsa libertad lleva a la superstición temerosa (180-188).

Los amos de que hay que liberarse, son los amos interiores, idea muchas veces repetida, pero especialmente se refiere a la avaricia (110-113; 132-142) y a la lujuria (142-154; 162-173).

Pero el vulgo se ríe de tales ideas (180-191).

Hay alusiones anteriores a la lujuria (58) y a la avaricia (54-55).

Acerca de la muerte cfr. 152-3.

Esta es, sin duda, la más pulcra sátira de Persio. La ternura notable del relato de su amistad con Cornuto, y la valiente proposición del tema de la libertad, cuya substancia podríamos expresar en términos de Escuela, como la clara distinción entre la libertad a necessitate y la libertad a coactione. Persio ve mucho más perspicazmente que la mayoría de los cristianos modernos –al menos de los cristianos que se expresan públicamente–. La libertad es algo personal (y en eso estamos todo de acuerdo) de interior grandeza, que no puede depender, en modo alguno, de exteriores ceremonias ni intervenciones autoritativas.

Al mismo tiempo Persio nos muestra su miseria, pues todo queda encerrado en la vanidad de una libertad sin esperanza. No existe, en absoluto, relación entre la libertad del hombre y su sometimiento a Dios.

SÁTIRA VI

La visión del hombre: Aparte algunas alusiones a la poesía de Baso, la sátira presenta al hombre avaro y al despilfarrador. En el tipo dilapidador se encuentra el lascivo y el entregado a los placeres de la gula. Hay una referencia aprobatoria a los versos que cantan amores juveniles, pero no precisa en qué consiste la honestidad de estos amores, ni de los poemas mencionados (5-6). Exhortación a socorrer al desvalido (27-33).

Algunas alusiones a la avaricia: 14-19; 33-36; todo el tema del heredero (41-80).

A la lujuria: 72-73.

A la envidia: 13-14.

A los placeres de la mesa.

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Así el panorama humano que Persio nos señala, y que no resulta muy halagüeño, podría expresarse más o menos con estas palabras: la mayoría de los hombres son vanidosos, en su faena poética, grandilocuentes y falsamente magníficos, pero sobre todo en su vida misma, comienzan por desconocerse a sí mismos, y esto es fruto de una deliberada voluntad, pues ni siquiera lo intentan; ignoran, asimismo, la meta de su propio vivir, se contentan con la mentira que piensan por sí mismos o escuchan a los demás, prestos a adularles. Aman una libertad que se limita a no tener por dueño un hombre, que tenga el humano derecho de enviarles a un recado, increparlos o castigarlos; pero no son conscientes siquiera, de la multitud de amos interiores que les dominan, y les hacen errar de un lado a otro con órdenes contradictorias. Vacuas sus diversiones, su hambre de fama inmerecida, sus tareas. Son lujuriosos hasta el afeminamiento, aun en el sentido pleno de la homosexualidad. Son esclavos del ansia de oro, y por ella faltan a los deberes de la piedad y al amor al desvalido; tacaños, viven misérrimos a veces. Siervos del vino y de los alimentos; de la vanidad, de la alabanza ajena, del orgullo de casta; de la lascivia. Viven aterrados por la muerte. Y aun su religión está contaminada, pues es una urdimbre de supersticiones y de malos deseos, de lujos inútiles, como si quisieran sobornar a los dioses.

Frente a esta pintura, que no es menos pesimista que la de S. Pablo en la epístola a los paisanos, y más o menos contemporáneos, de Persio, el satírico piensa, como Pablo, pero por motivos muy diferentes y mucho más rateros, en la posibilidad de una vida humana digna, que pocos alcanzan, basada en un conocimiento propio, en una atención a los demás, en un decoro austero, amor a la verdad, sinceridad en su trato con los dioses –en que no introduce nota alguna de intimidad ni amor– honradez sexual, seria y perseverante labor por dominar los amos interiores. Se mueve en el cerrado ámbito angosto de lo meramente humano, y no abre, en la muerte, ventana ninguna a posibles infinitos. Es, en una palabra, un estoico bastante pesimista, respecto de las realizaciones de su escuela.

Algunas notas más precisa este bosquejo de síntesis, y sobre todo acerca del estilo literario, sugerente de ciertas mejoras en el propio mío. No obstante, por el momento, voy a abandonar a Persio (debo también concluir el análisis gramatical) para terminar la lectura del cuaderno de notas de Maritain.

IV. DÉCIMO JUNIO JUVENAL
Día 3 de julio de 1967

Ya en Murcia, desde anteanoche, y en este cuarto destartalado y sucio, con esa precisa especie de porquería que tanto me desplace. Una mesa de cátedra, sin cajones para colocar los libros, ni armario para la ropa; una percha, tan estratégicamente colocada, que la sotana se llena de cal, una silla, en cuyo asiento tengo que poner la cartera con libros, para alcanzar a escribir; dos ventanas seguidas, cuyas persianas no pueden alzarse, pero una de las cuales no puede bajarse del todo. Ello tiene la doble ventaja de que padezco notable penuria de luz, pero en cambio, quedo expuesto a posibles miradas desde el exterior. Sofocante calor, que mantiene el cuerpo en sudor todo el día. Sensación de cansancio. Y sobre todo –y esto es lo realmente molesto para mí– una puerta con la cerradura estropeada, imposible de cerrar. No me hallo ciertamente a gusto.

El viaje hube de hacerle en Ter. Caro de precio y difícil el estudio, pues estos trenes están planeados para la gente vulgar –seguramente por gentes vulgares–. Relativa rapidez; relativa refrigeración, pero absoluta impotencia de aislamiento. La soledad preciosa que el autobús proporciona, está excluída en estos elegantes trenes, donde te hallas prisionero del grupito de personas que se encuentran en el juego de los cuatro asientos; una al lado, dos en frente. Irremediable necesidad de conversar, de abrir paso; inevitables distracciones. Pese a todo, leí casi todas las sátiras de Juvenal33 en la edición castellana, completa, de Obras Maestras. Niños corriendo por el pasillo. Niños graciosos, amables, que naturalmente eran amigos míos al poco rato del viaje; pero que prestaban al vehículo un aire de patio de vecindad ambulante. Somnolencia por la temperatura notablemente cálida; distracciones por los juegos de los pequeños y las chácharas de los mayores. Ingrato ambiente de comodidad, de lujo a medias, y de carne. La manía femenina de seguir la moda, me resulta personalmente inaguantable. Y las modas estivales acrecientan la sensación de desagrado. Es sumamente irracional esta tendencia, universalmente victoriosa, a mostrar todos los posibles encantos, a todos los que deseen contemplarlos. Cuanto más pienso, más siento la unidad del alma y el cuerpo y más contemplo la carne –en su sentido totalmente físico– como un símbolo del alma. Y aborrezco la intimidad brindada al primer transeunte. Parece que, incapaces de comunicarnos personalmente, hemos decidido, al menos, comunicarnos a lo meramente animal: manifestando nuestro cuerpo. No es molestia alguna, temerosa ante probables tentaciones carnales, porque la visión de la carne en una persona, que no me atrae como tal persona, no excita en absoluto, ninguna fuerza mía. Y no creo que es virtud sobrenatural, sino disposición temperamental. Esta exposición continua de muslos y solomillos mujeriles me causa asco. Una especie de repugnancia hasta el vómito. Algo así, como la visión de una abundante comida cuando uno no tiene hambre. Dejando aparte la dudosa –y a veces ni dudosa– belleza de la ostentación, o más claramente dicho, la positiva fealdad –remediada como se puede con depilatorios y cosméticos, que les da a las pobres mujeres un aire de payasos, que probablemente no advierten ni ellas, ni los hombres que las rodean, porque todos son intelectualmente payasos– es que no veo por ninguna parte una señal de personalidad. Es humanamente muy triste el espectáculo gratuito estival. Pero uno sabe, además, que todo ello origina no livianas tentaciones, en muchos de los pobres payasos masculinos, además de la tentación de imitarlas y despojarse igualmente de unos vestidos que encubrirían, con su desnudez material, su insipiencia anímica.

Con esto solo hallaría motivo para el celibato, ¿Qué mujer podría haber hallado con suficiente personalidad, para vestirse y desnudarse según los dictados de su personalidad, prescindiendo elegantemente de las imperativas normas de cualquier idiota, dedicado a construir modas cada año? Y no sería yo capaz de proporcionar a unos hijos míos, una madre idiota, ni lo sería tampoco para sufrir, instalada definitivamente en mi propio hogar, la memez femenina. El ambiente de necedad en rededor me produce una sensación física de asfixia. Y luego la postura “pastoral” de mis compañeros de sacerdocio, participantes de un carácter sacramental, que les eleva ontológicamente a una situación de enorme privilegio por parte de Dios, con el poder de atar y desatar, de aconsejar, de distribuir gracias a raudales impetuosos. Unos –suelen ser antiguos– cerrados en lamentaciones estériles, otros en imposiciones rigurosas, pero desgraciadamente propuestas en nombre de una ley, otros preocupados, obsesionados por una promoción, que cuanto más considero, más se me muestra como una regresión total, que se va desarrollando en la soberbia y la lujuria. Hablan continuamente del signo, pero no comprenden que la vestidura es un signo de importancia cardinal; hablan de la personalidad, pero admiten complacientes las razones de las modas, que son todas, a carga cerrada, despersonalizantes. Hacer igual que otras, no chocar, ir más cómodas, más frescas... Un estudio sobre el tema, un estudio profundo, un análisis serio, enfilando como mazas aniquilantes las impresiones que aquí mismo he ido transcribiendo, pero explicándolas, motivándolas, ofreciendo el ejemplo de los cristianos –de todos los tiempos– que, en impresionante unanimidad, han optado por la condenación de tales aberraciones... Esto, por supuesto, no se ha hecho nunca, ni yo alcanzaré a realizarlo. El ir como todo el mundo, se ha hecho un estribillo que, para muchas personas de relativa buena voluntad, es plenamente válido, sin restricción alguna. Y ahí esos mentecatos, queriendo promover la personalidad, y clavando más y más, a sus no menos imbéciles secuaces, en asuntos secundarios. Son poderosos para instigar una huelga, pero incapaces de lograr que una sola mujer –que al fin suele ser hija, esposa, madre– de alguno de sus “militantes”, de alguno de esos militantes tan viriles, según ellos, para enfrentarse contra un patrono injusto, se vista como una persona, y no se desnude como una prostituta despersonalizada.

Y luego está el choque del ambiente. Todo esto ellos mismos no lo entienden, porque con la repulsa del Espíritu Santo les ha venido la irremediable necedad humana. Todos ellos lelos, que balbucean la misma canción del progreso y la justicia social, y que tienen minadas por dentro, las mismas bases de su sacerdocio. Todo avanza junto, en una masa irresistible. Las modas en la calle, las insinuaciones y los espectáculos en la televisión, el cine o el teatro, la inexcusable invasión de lecturas pornográficas, aunque sus autores posean una habilidad técnica que les coloquen entre los buenos autores de la literatura universal. Todo ello se lanza incontenible, sobre el alma de estos pobres sacerdotes estúpidos, que lógicamente, aunque se trate de una lógica inasequible a sus débiles cabezas, comienzan a desvalorizar el celibato, y, en el mejor de los casos, quieren mantenerlo por unas razones inválidas.

La ausencia, casi universal, de claridad mental influye en la confusión de las costumbres, que, a la vez, refluye perniciosamente sobre el pensamiento. Por supuesto, ellos son impotentes para observar tales relaciones, porque pueden poseer una mente poderosamente dotada, pero en los casos mejores, están embotadas por alguna idea fija, u oxidadas, desafiladas, herrumbrosas, por falta de uso.

Pero abandonemos este tentador campo del vestido y de la intimidad. Es, sencillamente, una demostración más de la estupidez humana. Y en los aspectos positivos, una materia para un capítulo de esa visión universal, que yo contemplo en sueños, y que no podré nunca ejecutar.

Volvamos a mis clásicos. Dejando por el momento a Persio –pendiente de complementos que lo dejen en perfección relativa– estudiemos a Juvenal. Habrá que ir, como hice con su compañero en la fama, analizando sátira por sátira; pues, indudablemente, ofrece ingredientes de capital importancia, para construir mi cuadro del mundo romano, que asalta el cristianismo.

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