Kitabı oku: «Judas Iscariote, el Calumniado», sayfa 2

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Aclaración para la edición dominicana

Como todo libro, éste tiene su historia. Pero el lector puede estar tranquilo, que esa historia no se le va a hacer. De lo que el autor hablará ahora es de la edición chilena, que fue la primera, y un poco de la dominicana, que es la segunda y ha tardado veintidós años en aparecer.

Cuando los señores de la caverna política de este país se enteraron de que en alguna parte del mundo se había publicado un libro mío titulado Judas Iscariote, el Calumniado, se llenaron de júbilo, porque dedujeron del título que ahí estaba la prueba de mi militancia comunista. Se adelantaron un poco, porque mi conocimiento de Marx y Engels vino a darse por el año 1969,después de haberme instalado en París, y fue de ese conocimiento, no muy amplio, por cierto, de donde salió mi afiliación al marxismo.

Lo que sí puede ver cualquiera de los lectores de Judas Iscariote, el Calumniado, es el afán de hacerle justicia a un personaje que tenía cerca de dos mil años de vida en la infamia.

Cuando Raúl Roa se enteró, allá por el año 1947, de que planeaba este libro, me dijo con su lengua chispeante, tan cubana para dar con el ángulo risible de toda actitud humana: «Sí, escríbelo, que la familia de Judas te lo va a agradecer mucho». Pero eso sí, una vez publicado el libro, Raúl lo elogió generosamente en un artículo que le dedicó, publicado en El Mundo de La Habana, me parece que hacia 1956.

El libro no se conoció en la República Dominicana, si se exceptúan los que leyeron unos diez o doce ejemplares que llegaron hasta aquí. ¿Qué pasó que no se publicó en Santo Domingo? ¿Es, como pensaron algunos señores de la caverna política, que su autor temió que con la publicación aquí su militancia comunista quedara al desnudo? No. Es más, si algún libro mío puede probar que cuando se publicó yo no tenía la menor relación con el marxismo es éste, y no por lo que digo o callo en el cuerpo de la obra sino por lo que digo en el prólogo, que aparece en esta edición tal como salió en la chilena.

Judas Iscariote, el Calumniado,no se había publicado antes en la República Dominicana porque yo le había vendido los derechos de autor a Editorial Prensa Latinoamericana, S.A., que hizo que la edición chilena en agosto de 1955, y los derechos de autor se venden por treinta años. Ese plazo no se ha cumplido aún, pero la Editorial Prensa Latinoamericana, S.A., no existe ya porque su propietario, el Partido Socialista de Chile, fue desmantelado por la espantosa tiranía de Pinochet y los derechos de autor han revertido a mí. Eso es lo que explica que pueda disponer ahora de la publicación de un libro que era literalmente mío y sin embargo no lo era en el orden comercial.

Juan Bosch

Santo Domingo, 16 de febrero de 1977

Un prólogo indispensable

Después de haber escrito Judas Iscariote, el Calumniado, el autor ha tenido que responderse a ciertas preguntas que su propia obra dejó flotando, como una estela. La obra ha sido el producto de muchos años de meditación, pero no fue acometida con prejuicios, sino, bien al contrario, con mente abierta y lista a aceptar las conclusiones que se derivan de un estudio realmente honesto del personaje y de los acontecimientos en que se destacó.

Las preguntas principales que quedaron en la conciencia del autor eran dos: ¿Cómo se originó la acusación de traidor contra Judas? O mejor aún: ¿Por qué se originó? ¿Cómo se explica que durante dos mil años esa acusación haya sido aceptada sin un análisis serio?

Para ambos hay respuestas. Pero la índole del libro no admitía que figuraran en él. Pues el libro es el resultado de un estudio honrado de los documentos básicos en que aparece la acusación, y no hay en él lugar para hipótesis. Las respuestas a que este prólogo alude –y que aquí se dan– no tienen bases documentales y no pueden elaborarse sino como hipótesis. A pesar de que aparecen como prefacio del libro, el autor desea dejar constancia de que su lugar adecuado no era éste, puesto que no fueron concebidas antes de estudiar el personaje y sus hechos, sino causa del estudio. Son consecuencia, no origen.

Por razones de utilidad, las preguntas no se contestan aquí en el orden que surgieron, sino a la inversa. Acontecimientos actuales, cercanos a la mente del lector, hacen fácil comprender, en primer lugar, por qué durante dos mil años la acusación de que ha sido víctima Judas el Iscariote se ha aceptado sin un análisis a fondo. Veamos estos acontecimientos.

Supongamos que Hitler hubiera ganado la guerra y que su visión de un imperio nazi milenario estuviera ahora cumpliéndose. ¿Qué concepto de las doctrinas políticas consideradas por los nazis enemigas del pueblo alemán se habría elaborado al cabo del tiempo; cómo pensarían los germanos del año 2000 del capitalismo, de la democracia, del comunismo? Borrada totalmente toda letra impresa en que se explicara una de esas doctrinas en forma distinta al dogma nazista, los niños alemanes de esa época no tendrían otra fuente donde estudiarla que aquella permitida por el hitlerismo. En un caso concreto, el del judaísmo, podemos estar seguros de que en el año 2139, esto es, a dos siglos después de haberse desatado la gran guerra, nadie en el mundo tendría una prueba en que fundamentar la menor defensa de los judíos. No creo que haya persona capaz de poner en duda que el nazismo hubiera conformado la opinión mundial según sus proyectos. Es posible, pues, hacer que las gentes piensen de acuerdo con planes establecidos; no debemos extrañar, por tanto, que así haya ocurrido en el caso de Judas Iscariote.

Pero reduzcamos el asunto a un ejemplo más adecuado al problema expuesto en Judas Iscariote, el Calumniado; más afín y no hipotético, sino cumplido y universalmente conocido: es el ejemplo que hayamos en la vida de LeónTrotzky.

Fuera de las fronteras rusas, toda persona de mediana ilustración que no sea comunista militante está enterada de que LeónTrotzky fue compañero de Lenín en las faenas revolucionarias que dieron el poder al partido comunista, que fue un factor importante en este memorable cambio histórico; que acompañó a Vladimir Ilich Ulianov, que le ayudó, que se distinguió como organizador del ejército rojo.

En la Rusia Soviética, sin embargo, sólo los sobrevivientes de aquellos días lo saben, y ésos no se atreven a decirlo. Para las nuevas generaciones Trotzky no fue sino un traidor, enemigo de Lenín, cuya obra trató de obstaculizar siempre. Hasta las fotografías de la época, en las queTrotzky aparecía junto a Lenin, han sido retocadas y transformadas; y el puesto que ocupóTrotzky pasó a ser ocupado por Stalin. De imponerse en el mundo el concepto stalinista de la historia, en un siglo la humanidad quedaría convencida de que no hubo jamás un compañero de Lenin llamadoTrotzky, puesto que aun en los menos importantes textos o cuadros todo se arregló de tal manera que Joseph Stalin apareciera como mano derecha y heredero directo de Lenin.

A despecho de que vivimos en un mundo cargado de comunicaciones, en un momento en que cualquier acto de relativa importancia se conoce en detalle y los actores históricos son vistos desde diversos ángulos; a despecho de que León Trotzky vivió lo bastante para defenderse y escribió explicando su conducta y la de sus enemigos; a despecho de que su más encarnizado perseguidor no le sobrevivió ni veinte años y de que los acontecimientos en que se destacó ocurrieron hace menos de cuarenta, sucede que cientos de millones de hombres y mujeres dentro de Rusia, y varios millones que son fervorosos stalinistas fuera de Rusia, han hecho de Trotzky la encarnación del traidor a su doctrina, han tergiversado su papel en la revolución, y lo presentan como el irreconciliable enemigo de Lenin, como aquel que trató en todo momento de impedir que el comunismo alcanzara el poder y lo mantuviera. Si los sucesores de Stalin en el mando de la revolución rusa sostienen ese punto de vista, dentro de un siglo, suponiendo que el comunismo llegue a dominar en toda la tierra, no habrá ser vivo capaz de imaginarse, siquiera, cuál fue la verdadera actuación de LeónTrotzky.

Este es un ejemplo bastante cercano a los acontecimientos que determinaron la figura moral de Judas Iscariote, tal como la vemos hoy. Pero hay divergencias en perjuicio de Judas. Judas no escribió, no adujo palabra en su defensa; y durante dos mil años no ha habido una fuente directa en que observar para justificar una revisión del juicio que le ha condenado como arquetipo de traidor. Desde el momento mismo en que Jesús es hecho preso en el Huerto de los Olivos, Judas desaparece de entre los discípulos. La primera acusación que se le lanzará será hecha por Simón Pedro, acaso dos meses después, cuando llega la ocasión de escoger un sucesor de Judas. Esa acusación figura en el Libro de los Hechos de los Apóstoles, y como se verá en las páginas de «Judas Iscariote, el Calumniado», no es todavía todo lo precisa que habrá de ser más tarde, cuando se produzca la segunda, en el orden documental, que es la que aparece en el Evangelio de San Mateo.

Ahora bien, esa acusación ¿por qué se produjo? ¿Fue Judas autor de la traición que se le imputa? Podríamos preguntarnos también, usando de la semejanza entre su caso y el deTrotzky: ¿FueTrotzky culpable? Nuestra obra no es producto de prejuicios ni de la voluntad decidida de defender a Judas. Pero ocurre que, como verá el lector, el estudio serio de los Evangelios de Mateo, de Marcos, de Lucas y de Juan, y del Libro de los Hechos de los Apóstoles –documentos en que basa su acusación contra Judas la Iglesia Católica–, arroja resultados sorprendentes en cuanto a la conducta de Judas Iscariote. Esos cinco libros, analizados fríamente, sin voluntad previa de hallar a Judas culpable o inocente, llevan al autor a conclusiones inesperadas: Judas no traicionó a Jesús, no le vendió, no le besó, no cobró su infamia y, por último, no se ahorcó. ¿Por qué, pues, la acusación?

No hay sino una respuesta, y es que en esa acusación jugó un papel importante un factor de índole política, usado instintivamente por todos aquellos que se lanzan a la conquista del poder, ya sea en una sociedad o en una organización. Cualquiera idea requiere ser divulgada en sentido positivo y en sentido negativo, si es que ha de ser impuesta. Hay que crear acólitos que la defiendan, pero que a la vez odien al enemigo de la organización. El amor une, pero no fanatiza; lo que fanatiza es el odio. Las multitudes personifican su amor en el caudillo, en el apóstol o en el maestro, y su odio en el enemigo del caudillo, del apóstol o del maestro. No bastaba con amar a Alemania y a Hitler; era necesario también odiar a los judíos. No basta con adorar a Lenin y a Stalin; es necesario también odiar aTrotzky. Frente a la fuente de todo bien hay que colocar la fuente de todo mal.

Los que ignoran cuál fue el papel que desempeñó Judas entre los discípulos de Jesús pueden argüir que el Iscariote no ponía en peligro las posibilidades de Simón Pedro para ejercer la jefatura de la naciente iglesia, muerto Jesús. Pero quienes saben que Judas fue tesorero de la comunidad encabezada por el Hijo de David no pensarán tan a la ligera. Judas, el único no galileo entre todos los discípulos, resultó distinguido con un cargo que lo destacaba. Sería aventurado pensar, siquiera, que Judas abrigó en algún momento deseos de saltar de la tesorería a la jefatura de la organización; ¿pero quién puede asegurar que sus compañeros no le atribuyeron esas ambiciones?

Muerto Jesús, la organización de la iglesia era un hecho político que no podía escapar a una ley universal en el fenómeno político. A la hora de conquistar el primer puesto –vale decir, el poder– en la congregación, no podía presentarse a Caifás como al enemigo que debía odiarse, puesto que ese odio se fijaría en un objetivo externo a la organización misma, y era, además, un sentimiento que atemorizaba, no unía; disgregaba, no consolidaba; era una fuerza destructora en el orden físico, y lo que se requería era de una fuerza unificadora en el orden moral y dentro de los límites de la agrupación. Esto explica que la primera acusación partiera de Simón Pedro.

Los artistas y escritores de la cristiandad nos han dado de Pedro una visión vehemente, activa, dinámica. No hay constancia alguna de que su rostro fuera ese de anciano barbado, de prominente nariz que daba a las facciones extremada altivez, de ojos relampagueantes y boca dura con que a menudo le vemos en cuadros y en estatuas. Pero a través de su actuación a lo largo de los Evangelios se advierte que era el más desigual y a la vez más fuerte de los caracteres entre los discípulos. Helo ahí proclamando a Jesús, en las vecindades de Cesárea de Filipo, «Hijo vivo de Dios», y sin embargo amonestado por Jesús debido a que su poca fe no le permite caminar sobre las aguas del lago. ¿No resulta un apasionado cuando le asegura a su maestro que está dispuesto a morir por defenderle, ingenuo cuando le pregunta qué lugar tendrá en el cielo, impetuoso y agresivo cuando hiere a Malco, tenaz cuando sigue a Jesús hasta la casa de Anás, vacilante cuando no se atreve a entrar allí, atemorizado cuando niega conocerle y arrepentido cuando comprende que ha sido débil?

Lleno de contradicciones y a la vez de fuerza, carácter el más inseguro y al mismo tiempo el más vigoroso entre los discípulos, Pedro resulta, por eso mismo sin duda, una interesante personalidad. Del primer golpe de vista se advierte en él al hombre que se adapta a la necesidad del momento, que intuye lo realizable y desdeña lo irrealizable; es, en suma, un político nato. Cuando Jesús anuncia por primera vez su muerte a manos del Sanhedrín, es Pedro quien «tomándole aparte, se puso a amonestarle, diciendo:no quiera Dios, Señor, que esto suceda». Jesús, conocedor del corazón humano, vio claro que Pedro servía a la idea divina con inteligencia y sentimientos muy terrestres, debido a lo cual le dijo: «Retírate de mí, Satanás; tú me sirves de escándalo, porque no sientes las cosas de Dios, sino las de los hombres». Este empeño de humanizar acontecimientos en Jesús tenían orígenes y fines celestiales, se hace evidente, más que nunca, en las palabras con que Pedro se produjo, desnudo de alma, en el milagro de la transfiguración. «Señor, ¡Qué bien estamos aquí! Si quieres, haré aquí t res tiendas, una para ti, una para Moisés y otra para Elías». Si alguien estaba preparado para organizar en la tierra las huestes cristianas, ese era Pedro, aquel que quería hacer morar en Galilea a los tres profetas. Él, y sólo él, Simón Bar Jona, era entre sus compañeros, desaparecido Jesús, el que tenía instinto político. Los demás podían ser propagandistas; él era un jefe natural de hombres. De su boca debía salir, necesariamente, la primera acusación contra Judas, el discípulo que tal vez podía aspirar a ser jefe.

[Mateo, 16; 22]

[Mt., 16; 23]

[Mt., 17; 4]

Hasta aquí la hipótesis. ¿Pero de qué otra manera podían ser respondidas las preguntas que se originaron en el estudio de Judas y de los acontecimientos en que figuró? Ese estudio, esto es, cuanto está dicho en Judas Iscariote, el Calumniado, no se basa en hipótesis sino en documentos, y en documentos de la propia Iglesia Católica. Al cabo de largos años de rastrear la conducta de Judas en los más diversos textos de los evangelistas, el autor creyó de su deber atenerse a versiones de los Evangelios y del Libro de los Hechos de los Apóstoles autorizados por la Iglesia. Otra cosa hubiera sido proceder incorrectamente, desde el punto de vista de la honestidad histórica. Pues el propósito del autor no fue justificar la conducta de Judas o buscar pruebas de una posible inocencia del Iscariote, sino situarlo allí donde su conducta –y no lo que de ella se opinara– lo llevaba y lo dejaba. Al autor le parecía tan monstruosa la acción atribuida a Judas, que quiso conocer sus causas. Un análisis exhaustivo de los Evangelios y del Libro de los Hechos de los Apóstoles, realizado a lo largo de veinte años, dio el resultado que puede leerse en Judas Iscariote, el Calumniado.

La versión de los Evangelios y del Libro de los Hechos de los Apóstoles usada en este libro es la traducción conocida por Nácar-Colunga (Sagrada Biblia, versión directa de las lenguas originales por Eloíno Nácar-Fuster [], Canónigo Lectoral de la S.I.C. de Salamanca, y el muy Rvdo. P. Alberto Colunga, O.P., Profesor de Sagrada Escritura en el Convento de San Esteban y en la Pontificia Universidad de Salamanca. Tercera edición, corregida y más copiosamente anotada. Prólogo del Excmo. y Rvdmo. Sr. D. Gaetano Cicognani, Nuncio de Su Santidad en España, Biblioteca de Autores Cristianos. Madrid. MCMXLIX), cabalmente autorizada por la censura eclesiástica y avalada por calurosas felicitaciones a los autores de la Secretaría de Estado de Su Santidad (Comunicación fechada en el Vaticano el 19 de octubre de 1944), por la Comisión Pontífica Bíblica (Comunicación fechada en Roma el 14 de febrero de 1945) y por la Sagrada Congregación de Seminarios y Universidades (Comunicación fechada en Roma el 3 de junio de 1944), tal como se lee en las paginas LV al LVIII, ambas inclusive, del Prólogo de los traductores a la 2ª y 3ª ediciones de la mencionada obra. No se ha usado de ningún otro libro o documentos fuera de los evangelios de Mateo, Marcos, Lucas y Juan, y del Libro de los Hechos de los Apóstoles, tal como aparecen en la versión de Nácar y Colunga, porque los evangelios resultan la única fuente original y auténtica de la acusación contra Judas. Por otra parte, el autor ha respetado del todo esas fuentes; no las ha adulterado, no las ha tergiversado, no las ha interpretado1. No es culpa del autor que de los propios documentos en que se acusa por primera vez a Judas surja, al cabo de dos mil años, la verdad sobre la conducta del Iscariote. La verdad resplandece aun en el fondo de una caverna y puede ser ignorada hoy y mañana sin que su naturaleza se transforme. Lo único que requiere la verdad para imponerse es los ojos que la vean u oídos que la oigan.

Aunque el estudio del papel jugado por el Iscariote en el drama de la Pasión le ha consumido al autor muchos años, sólo fue hecho público, antes de ahora, hacia principios de 1947. Por entonces se publicó, en tres artículos, en la revista semanal «Bohemia», de La Habana, si bien no era un trabajo de la amplitud del actual, ni estaba tan detalladamente sustentado como en esta ocasión. Tal como aparece en su presente versión, fue escrito en Santiago de Chile, en el mes de agosto de 1954.

Al lector le toca juzgar por sí mismo si es adecuado o no llamar a este libro como lo ha bautizado su autor: Judas Iscariote, el Calumniado.

Juan Bosch

Molinos de Niebla, enero de 1955

nota

1 El autor declara expresamente, de entrada, lo que será su actitud a todo lo largo del libro: situarse «en el punto de vista de la honestidad histórica». No siendo Bosch un hombre religioso, ni cercano a la Iglesia Católica, sitúa su trabajo en el marco estricto de los cuatro evangelios «sinópticos» (denominados así porque los primeros estudiosos lo hicieron colocándolos en columnas paralelas o «sinopsis», que literalmente significa «visión conjunta»), de Marcos, Mateo, Lucas y Juan, y de «Los Hechos de los Apóstoles». Sin duda, Juan Bosch conocía la existencia de los evangelios apócrifos («ocultos»), posteriores en su forma actual, la que ha llegado hasta nosotros, a los cuatro evangelios sagrados, así como debió conocer la existencia –no el texto, hecho público en 2006– del «Evangelio de Judas» citado por Irineo, obispo de Lyon, en el 170 d.C. Bosch se circunscribe a los evangelios sagrados y a «Los Hechos» para establecer sus hipótesis en el más estricto ámbito del Nuevo Testamento. De la misma forma que se basa en la traducción clásica al castellano –hoy devaluada– de Nácar-Colunga y cita la autorización y aval de la Iglesia Católica (1944) para la traducción. Esto no le quita vigencia a este texto, sino que lo hace todavía más interesante, teniendo presente la personalidad del autor.

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