Kitabı oku: «¡Todo debe cambiar!», sayfa 3

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Srećko: ¿Cuáles son las cosas más ridículas y absurdas que ha visto en esta crisis de la Covid-19?

Larry: Lo primero que me viene a la cabeza, porque se trata de un acontecimiento diario, son las ruedas de prensa de Trump. Esas ruedas de prensa son como un gag de The Three Stooges (Los Tres Chiflados) en una pandemia: es algo espantosamente ridículo, sociopático, sorprendentemente desafortunado, es todo lo que se supone que no debería ser, hasta el punto de que se adentra en la absurdidad, aunque todo esto ocurra mientras la gente se está muriendo. Hemos acabado aceptando y normalizando las conferencias de Trump, pero si escuchas lo que dice y el modo en que lo dice, y hasta su presentación, es en extremo demencial que esté a cargo de nada. Estar expuesto cada día a esto es casi como mirar una comedia de situación apocalíptica.

Srećko: Parafraseando a Kubrick diré que cuando dejé de preocuparme y comencé a querer al coronavirus fue cuando me di cuenta de que la Covid-19 estaba desenmascarando a los líderes populistas que no acostumbran más que a decir sandeces. Trump es uno de ellos, por supuesto que Bolsonaro es otro, y otro más es el serbio Vučić, que al principio dijo: «Oh, esto no es nada, no es más peligroso que la gripe». En un momento dado llegó a sugerir a los serbios que bebieran rakija, algo que nos encanta hacer en los Balcanes —¿te puedes imaginar a un líder aconsejando algo así en medio de una crisis sanitaria mundial?— A pesar de todo, una consecuencia positiva de esto es que, quizá más que nunca, la gente está empezando a hacer caso de los científicos y los médicos, que aparecen más en los medios —en la medida en que los propios medios son cómplices del auge populista—. Hay un pequeño cambio en la atención que les prestamos porque ahora todo el mundo siente que su vida está en peligro y si haces caso a Trump, Bolsonaro y Orbán, por ejemplo, puedes acabar con tu vida. ¿Cómo lo ve, cree que la crisis de la Covid-19 puede ser una oportunidad para los políticos más progresistas?

Larry: Estoy convencido, pero, solo para añadir un poco de humor a la conversación, fíjese en que las encuestas de opinión muestran un auge de la popularidad de Trump, lo cual demuestra que existe una mayor brecha en la sociedad entre los que reclaman verdad, ciencia y medicina y los que reclaman magia. No hay que menospreciar la cantidad de personas que quieren creer en la magia, ya sea Jesús o la resurrección —por cierto, Trump está intentando asociar la Semana Santa con el final de este virus, y no es casualidad porque está jugando con el miedo, la ansiedad y las falsas esperanzas de la gente—. Usted y yo, y más gente que conocemos, vamos buscando respuestas, pero hay gente que lo único que quiere es tener fe en las soluciones mágicas de Trump —como inyectarse desinfectante o meter luz solar «dentro del cuerpo»— o cualquier otro que esté haciendo promesas así de insensatas e ilógicas. Lo más preocupante es que hay millones de personas que lo compran.

Srećko: En estos tiempos de crisis, ¿cómo podemos hacer que el humor sea accesible y una a las personas, además de no ser clasista?

Larry: Diría que ya lo es, el humor es un acto que no entiende de clases. Trasciende los sistemas políticos, las ideologías y las economías, y eso es lo que lo hace universal. La comedia existe en todos los rincones del mundo, desde los países más pobres hasta los más ricos. El caso es que el capitalismo necesita tener, poseer y mercantilizar; por eso, se hizo con la comedia y la convirtió en un producto que se puede vender con mucha facilidad en todo el mundo. El capitalismo necesita la comedia porque es rentable, pero la comedia no necesita al capitalismo y sobrevivirá mucho tiempo después de que este haya desaparecido.

Srećko: Ha dicho que Trump está subiendo en las encuestas, que es como decir que cuanto más estúpido es, más popular se hace. ¿Qué piensa de la cooperación entre el Comité Nacional Demócrata (CND) y los medios de comunicación para atacar a Bernie Sanders?

Larry: Estoy muy indignado con la actitud del CND hacia Bernie Sanders. Está claro que su propio partido le ha vuelto a poner palos en las ruedas. Dejando de lado la pandemia, había una urgente necesidad por parte del Partido Demócrata, las autoridades y los donantes del propio partido, para frenar a Bernie Sanders en su carrera hacia la candidatura. Quedaba muy claro cuando veías cómo los medios cubrían la información —no solo por la falta de apoyo a Sanders, sino por la narrativa que utilizaban al respecto tildándolo de agitador, sin tener en cuenta sus cuarenta años como senador y congresista—. Por otro lado, Trump sale en la televisión a diario, y creo que ese es el motivo de que esté subiendo en las encuestas —sea estúpido o no, te guste o no, está ahí, durante dos horas cada día, en cada canal—.

Srećko: La izquierda no ha conseguido muchas victorias últimamente. Sin embargo, lo que me parece interesante es ver cómo la Covid-19, de pronto, hace que todo parezca posible. Cuando me levanté esta mañana, Britney Spears estaba hablando sobre ¡la distribución de la riqueza y una huelga general! ¿Lo vio?

Larry: Aquí tenemos una definición de comedia en tiempos de coronavirus: Britney Spears ahora es socialista.

Srećko: Hay otro momento que me gustaría comentar, este profundiza un poco más en la economía política del capitalismo global. Cuando el Partido Laborista de Jeremy Corbyn concurría a las elecciones británicas del mes de diciembre de 2019, abogaba por la nacionalización del ferrocarril. Las altas esferas decían que se trataba de un peligroso socialismo radical y demás, y entonces apareció la Covid-19, y Boris Johnson anunció la temporal nacionalización del ferrocarril. De acuerdo, no es lo mismo, pero demuestra que es posible. Del mismo modo, Trump anuncia ahora una especie de renta universal, cuando hace pocas semanas que Andrew Yang lo sugirió y todo el mundo se rio. De pronto, lo que parece imposible se convierte en posible. ¿Piensa que todo esto conlleva alguna esperanza, que podríamos aprovechar este momento?

Larry: Soy un tanto optimista con respecto a que la gente pueda aprovechar esos momentos imprevistos y convertirlos en algo positivo para nuestras sociedades. Mi temor es que mientras Trump y compañía anuncian esas medidas con la boca pequeña, la gente se conforma y acepta las soluciones temporales, en vez de forzar a que haya cambios estructurales. Gente como Boris Johnson y Trump quieren que las cosas vuelvan a la «normalidad» cuanto antes. Lo importante es que se mantengan los cambios positivos ya instaurados y que nos tomemos la vida de un modo muy diferente. Mucho me temo que la gente no va hacer el esfuerzo, prefieren aceptar la magia antes que la realidad, y una vez que esto acabe padeceremos amnesia social y las cosas volverán rápidamente a estar como estaban, y nos llevarán a algo peor la próxima vez. ¿Qué le parece como humor?

Srećko: ¡Es muy esperanzador! ¿Cree que existe el peligro de que un exceso de humor haga que la gente se tome las cosas demasiado a la ligera —por ejemplo, las políticas que afectan a sus vidas?—.

Larry: Sí, creo que el peligro existe, y lo veo en Estados Unidos y otros países. Hay dos tipos de humor: el humor con el que se quiere olvidar y el humor con el que se quiere recordar. Se utiliza en muchas sociedades, incluso fascistas y totalitarias, para aplacar a las masas. Ese peligro existe siempre. Factores como quién está hablando, cuánta libertad tiene la gente o cuánta censura existe en la cultura dictarán la prominencia de ese humor. No obstante, la voz de la disidencia humorística y cómica sigue siendo muy fuerte en muchos lugares de todo el mundo.

Srećko: Si introducimos a Kramer en la crisis de la Covid-19, ¿cuál sería su filosofía, cómo reaccionaría? ¿Se lo puede imaginar?

Larry: ¡Él sabía que se estaba acercando y se ha estado abasteciendo durante años! Y si va a su piso, verá que está repleto de cajas de todo tipo —está preparado, ya tiene el búnker montado allí—.

Srećko: Sí, recuerdo que en un capítulo de Seinfeld Kramer está en la calle con su coche atiborrado de cosas y Jerry se acerca y le pregunta: «¿Qué es todo esto?», y resulta que Kramer está comprando compulsivamente. ¡Y de eso hace treinta años!

Larry: Sí, es el preparacionista por antonomasia.

Srećko: Otro personaje con el que está conectado es, por supuesto, Borat. ¿Qué haría Borat en esta situación?

Larry: Creo que Borat pasaría del virus. Iría besando a la gente y tocando las cosas y espantando a los demás en la calle porque no creería en eso. No olvides que las principales religiones de Kazajistán creen en el halcón. Son pensadores muy mágicos. Seguro que Borat culparía a los judíos y pensaría que se trataría de una broma y lo tocaría todo para horrorizar a la gente. De hecho, pienso que sería capaz de destruir la civilización él solito.

Srećko: Borat sería el mejor amigo del coronavirus.

Larry: La persona menos distante que uno se pueda imaginar en sociedad.

Srećko: Espero que esta conversación resulte reconfortante para algunas personas. Desde el domingo pasado, cuando el terremoto sacudió Zagreb, me he sentido muy desamparado. No estoy en Croacia y no puedo ir porque las fronteras están cerradas. Mi familia está allí y mi padre tiene setenta y un años, y tiene problemas de salud, forma parte de la población de riesgo. Para ser honesto, estas conversaciones, en las que nos conectamos, compartimos ideas y buscamos organizar las cosas, me dan una razón para levantarme por la mañana. Sin ellas, tenía la sensación de que todo se había detenido, incluso mi vida psicológica derivó hacia un tipo de trastorno por estrés postraumático. Estoy convencido de que necesitamos estos espacios.

Larry: Lo estoy escuchando. Nos sentimos desesperanzados y agobiados y buscamos algo que nos devuelva a la realidad. Situemos la realidad en el presente, donde podemos ejercer un poco de control, porque lo demás está más bien fuera de nuestro alcance, pero podemos controlar nuestros momentos de la mejor forma posible. Me sabe mal verlo tan triste porque, cuando pienso en usted, pienso en su libro Poetry from the Future, y ese es usted: una persona que cree en la poesía para el futuro. Me recuerda a Stanley Kubrick, a quien ha mencionado antes. Cuando hizo El resplandor iba diciendo que era una película optimista y la gente le preguntaba: «¿Cómo puedes decir que El resplandor es una película optimista?». Y él contestaba que la premisa es que hay fantasmas, que hay algo después de la muerte, y ese es un argumento optimista. De igual forma, lo veo como una persona muy sombríamente optimista. ¡No cambie! ¡Confío en usted! Es muy duro. Mis padres murieron hace poco, los dos, y hablando con mi hermano convenimos que, en cierto modo, nos alegrábamos de que hubiesen fallecido antes de verse en una residencia. Me horroriza pensar que me alegro de que mis padres hayan muerto porque eso significa que han evitado males mayores. Este es el tipo de cosas en las que pensamos ahora, cosa que no hacíamos antes.

Srećko: Eso es lo que me preocupa cuando pienso en mi padre porque, si esta crisis se alarga y empeora, podríamos vernos como en Italia, donde los funerales se cancelan y no se puede visitar a los enfermos. En este sentido, comprendo sus sentimientos hacia sus padres. Aunque, siendo sincero, a mi padre no parece preocuparle mucho la pandemia. Lo llamé el otro día y pude oír que estaba en la calle. Le pregunté: «¿Dónde estás, en la calle?», y me respondió: «Voy al supermercado». Pensé: «¡No, papá! Eso es justo lo que no debes hacer». Hay algo con la gente mayor, que no escucha, y creo que es porque han sobrevivido a muchas cosas y están hartos de que se les diga lo que tienen que hacer.

Larry: Está haciendo referencia a nuestra concepción de la muerte y cómo la encaramos. Las personas como su padre o el mío, que fue soldado en la Segunda Guerra Mundial y perdió a toda su familia en el Holocausto, han visto mucha mierda en sus vidas. Tal vez llega un punto en el que sabes que te vas a morir, que el fin está ahí, y te lo tomas bien. El ego estadounidense no acaba de admitir la muerte. Es como si dieran por hecho que «ya habrá alguna salida». Pienso que la pandemia actual obligará a la gente a ser más honesta consigo misma sobre sus ansiedades acerca de la muerte y a la hora de aceptar el hecho de que existe un final para toda vida humana. Si pudiéramos dar con una filosofía de la muerte, como han hecho los budistas —o quizá como ha hecho su padre—, tal vez podría representar un cambio positivo en la sociedad.

Srećko: Estoy totalmente de acuerdo. Hay un famoso ensayo de Michel de Montaigne en el que describe una tradición entre los egipcios con respecto a la muerte que consistía en llevar un cráneo a una celebración importante y aquello marcaría el origen del memento mori. Los mejores momentos de tu vida son aquellos en los que recuerdas que eres mortal y, por desgracia, creo que Trump, Bolsonaro, Orbán y los demás todavía no se han percatado de ello —se creen inmortales—.

Larry: Alguien como Trump, que nunca ha padecido ninguna desgracia seria, puede formar parte de las últimas personas capaces de trabajar bajo la ilusión de que son inmortales. El concepto de inmortalidad, que llevamos con nosotros desde el inicio de los tiempos, podría —volviendo al asunto de la deconstrucción— fragmentarse por fin y ser convenientemente desmitificado, que es a buen seguro en lo que tenemos que progresar para conseguir un futuro más realista y mejor.

Conversación mantenida el 25 de marzo de 2020

Covid-19: ¿Qué está en juego?

Noam Chomsky y Srećko Horvat

Srećko: Noam Chomsky, un héroe para muchas generaciones, nació en 1928 y escribió su primer ensayo a los diez años, sobre la guerra civil española. Lo escribió justo después de la caída de Barcelona en 1938, lo cual parece muy lejano, al menos para mi generación. Noam, ha visto usted la Segunda Guerra Mundial, el bombardeo de Hiroshima y muchos acontecimientos históricos de relevancia desde la guerra de Vietnam, la crisis del petróleo de 1973, Chernóbil, la caída del Muro de Berlín, el 11S y, de forma más reciente, la crisis financiera de 2007-2008. Desde su experiencia por haber sido testigo y protagonista de grandes procesos históricos, ¿cómo ve la actual crisis de la Covid-19? ¿Se trata de un hecho histórico sin precedentes? ¿Le sorprende?

Noam: Mis recuerdos más lejanos, que no dejan de acosarme en este momento, son de los años treinta. El artículo que menciona sobre la caída de Barcelona trataba sobre la aparentemente inexorable expansión de la plaga fascista en Europa. Mucho más tarde, cuando se hicieron públicos unos documentos internos, supe que los analistas del Gobierno de Estados Unidos de aquellos años, y de los años siguientes, pensaban que la guerra terminaría con el mundo dividido en un bloque dominado por Estados Unidos y otro dominado por Alemania. Así que mis temores infantiles no eran del todo infundados. De un tiempo a esta parte, estos recuerdos se han reavivado. Recuerdo que de muy niño escuchaba por la radio los discursos de Hitler en Núremberg. Aunque no comprendía las palabras, era fácil captar la atmósfera y la amenaza, y he de decir que cuando oigo los discursos de Donald Trump hoy en día, los del caudillo alemán resuenan en mi cabeza. No es que sea fascista —tampoco es que profese ninguna ideología, es tan solo un sociópata, un individuo que solo se preocupa de sí mismo—, pero la atmósfera y el miedo son similares, y la idea de que el destino del país y del mundo estén en manos de un bufón sociópata es estremecedora. La Covid-19 es muy seria, pero conviene recordar que se está acercando una amenaza mucho más terrible. Corremos hacia un desastre inminente, mucho peor que nada de lo que haya ocurrido en toda la historia de la humanidad, y Trump y sus secuaces van en cabeza en esta carrera hacia el abismo. De hecho, son dos las amenazas a las que nos enfrentamos. Una es la creciente posibilidad de una guerra nuclear, que se ha exacerbado con la destrucción de lo que queda del régimen de control armamentístico, y la otra es el calentamiento global, por supuesto. Las dos se pueden resolver, pero no queda mucho tiempo. La Covid-19 es horrible y puede acarrear unas consecuencias espantosas, pero habrá una recuperación. Por lo que respecta a las otras amenazas, no la habrá. Si no las solucionamos, estamos acabados. Así que mis recuerdos de infancia vuelven para atormentarme, pero de un modo diferente. En cuanto a la amenaza de una guerra nuclear, te puedes hacer una idea de hacia dónde va el mundo mirando el Reloj del Apocalipsis, que se ajusta cada año con el minutero a una cierta distancia de medianoche, que representa el fin. Desde que Trump fue elegido, el minutero se ha ido acercando cada vez más a la medianoche. El año pasado faltaban dos minutos. Este año los analistas han pasado de los minutos a los segundos. Ahora mismo está situado a cien segundos de la medianoche, que es lo más cerca que ha estado nunca. Según los científicos, esto se debe a tres motivos: la amenaza de una guerra nuclear, la amenaza del calentamiento global y el deterioro de la democracia, lo cual, en principio no parece tener demasiada relación con las otras dos. Sin embargo, sí que la tiene porque se trata de la principal esperanza para superar la crisis que nos acecha: un público informado y comprometido que tome el control de su destino. Si esto no sucede, estamos condenados. Si dejamos nuestro futuro en manos de los bufones sociópatas, estamos acabados. Trump es el peor, pero se debe al poder de Estados Unidos, que es desorbitante. La gente especula sobre el declive del país norteamericano, pero si miras el mundo, no es lo que ves. Las sanciones que impone Estados Unidos, tiránicas y devastadoras, no las puede imponer ningún otro país. Todos tienen que aceptarlo. Es posible que a algunos no les guste —a decir verdad, Europa está en contra de las sanciones a Irán—, pero tienen que seguir al jefe o ver cómo los echan del sistema financiero internacional. En el caso de Europa no se trata de una ley de la naturaleza, sino de una decisión propia de subordinarse al patrón que está en Washington. Otros países no pueden ni elegir. Para volver a la cuestión de la Covid-19, unos de los aspectos más impresionantes y duros es el empleo de sanciones por parte de los poderosos para maximizar el dolor de otros, y además de manera absolutamente consciente. Irán tiene sus propios y enormes problemas, pero se agravan con el estrangulamiento de esas sanciones restrictivas concebidas a todas luces para hacerlos sufrir, y ahora con rencor. Cuba está padeciendo las sanciones desde el día en que consiguió la independencia. Es sorprendente que sobrevivan y sigan resistiendo, y uno de los hechos más irónicos de la pandemia es que Cuba está ayudando a Europa. Es tan descabellado que no sabemos ni cómo describirlo —una situación en la que Alemania no puede ayudar a Grecia, pero Cuba puede ayudar a los países europeos—. Si uno se para a pensar en lo que esto significa, las palabras se quedan cortas, como cuando ves a miles de personas muriendo en el Mediterráneo, huyendo de unos países que Europa ha devastado durante siglos; no sabes qué palabras emplear. Llegados a este punto, es desolador pensar en la crisis de la civilización occidental. Evoca recuerdos de infancia sobre Hitler enardeciendo a unas masas enfervorecidas en los Congresos de Núremberg. Hace que te cuestiones si esta especie es viable.

Srećko: Ha mencionado usted la crisis de la democracia. En muchos sentidos, hoy en día nos encontramos en una situación sin precedentes históricos. Hay doscientos mil millones de personas que, de un modo u otro, están confinadas en sus domicilios. Al mismo tiempo, los países europeos y muchos otros han cerrado sus fronteras. Hay un estado de excepción prácticamente general, lo cual significa que existe un toque de queda en países como Francia, Serbia, España e Italia, y en otros países el ejército está en la calle. Quiero preguntarle, como lingüista, sobre el lenguaje que se está empleando. Los políticos como Trump, Macron y otros siempre utilizan un lenguaje bélico. Los medios de comunicación también hablan de los médicos que están en «primera línea» y al virus se lo tilda de «enemigo». Este discurso me ha recordado un libro que Victor Klemperer escribió durante el auge de nacismo, LTI, la lengua del Tercer Reich: apuntes de un filólogo, que trata sobre el lenguaje del Tercer Reich y su utilidad en la construcción de la ideología nazi. Desde su punto de vista, ¿qué nos dice este discurso bélico y por qué se presenta al virus como a un «enemigo»? ¿Es tan solo para legitimar un nuevo estado de excepción o se esconde algo más profundo?

Noam: En este caso, no creo que el lenguaje sea exagerado; tiene sentido. Comunica el mensaje de que, si queremos hacer frente a la crisis, tenemos que implementar algo como la movilización en tiempos de guerra. Un país rico como Estados Unidos dispone de los recursos necesarios para superar las consecuencias económicas más inmediatas. La movilización durante la Segunda Guerra Mundial condujo al país a una deuda mucho mayor que la que se contempla hoy en día y fue una movilización muy bien gestionada: casi cuadruplicó la producción estadounidense y terminó con la Gran Depresión. Dejó al país con una deuda enorme, pero con capacidad de crecimiento. En la actualidad, no estamos ante una guerra mundial y parece que no es necesario movilizar los recursos a esa escala. Sin embargo, necesitamos la mentalidad de una movilización social para intentar superar esta crisis de corto recorrido, pero muy seria. Es buen momento para recordar también la epidemia de la gripe porcina de 2009, que se originó en Estados Unidos y mató a unas doscientas mil personas en el primer año. Es obvio que la situación en los países pobres es mucho peor. ¿Qué ocurre cuando se aísla a un indio que vive en la precariedad? Se muere de hambre. En un mundo civilizado, los países ricos asistirían a los necesitados en lugar de estrangularlos como están haciendo, es el caso de la India en particular. No podemos olvidar que, asumiendo que las tendencias climáticas persistan, dentro de pocas décadas no se podrá vivir en el sur de Asia. El pasado verano la temperatura alcanzó los cincuenta grados en Rajastán y va en aumento. Se están quedando sin reservas hídricas y es probable que la situación vaya a peor. Hay dos centrales nucleares que batallarán por las restricciones en el suministro de agua. La Covid-19 es muy seria y no podemos subestimarla, pero tampoco podemos olvidar que se trata de una pequeña fracción de unas crisis mucho mayores que se nos están viniendo encima y que alterarán la vida hasta el punto de imposibilitar la supervivencia de muchas especies en un futuro no muy lejano. Tenemos muchos problemas con los que lidiar —algunos inmediatos, como la Covid-19, y otros mucho más dilatados en el tiempo que nos vienen amenazando: la crisis de una civilización—. Una posible consecuencia positiva de la crisis de la Covid-19 es que podría conducir a la gente a plantearse qué tipo de mundo queremos. ¿Queremos un mundo que nos lleva a esto? Deberíamos reflexionar sobre los orígenes de esta pandemia y por qué surgió. Se trata de un colosal fracaso del mercado que nos conduce directamente a la esencia misma de este, exacerbado por la salvaje intensificación neoliberal de los profundos problemas socioeconómicos. Se sabía desde mucho antes del brote actual que las pandemias podían aparecer y, además, que serían pandemias coronavíricas, ligeras modificaciones de la epidemia del SRAG de hace quince años. Aquella vez, se venció al virus: se identificó, se secuenció y se fabricaron las vacunas. Desde entonces, los laboratorios de todo el mundo podrían haber estado trabajando en el desarrollo de alguna protección contra potenciales pandemias coronavíricas. ¿Por qué no lo han hecho? Los indicadores de los mercados eran erróneos. Hemos entregado nuestro futuro a las tiranías privadas, a empresas que no rinden cuentas ante el público —en este caso, las grandes farmacéuticas. Les es más provechoso fabricar nuevas cremas corporales que encontrar una vacuna que proteja a la gente de una total destrucción—. El Gobierno podría haber intervenido. Recuerdo perfectamente que la poliomielitis fue una amenaza espantosa y terminó con el descubrimiento de la vacuna Salk por parte de una institución gubernamental creada por la administración Roosevelt. No había patentes, estaba disponible para todo el mundo. En esta ocasión, la plaga neoliberal ha impedido que los Gobiernos puedan intervenir. Vivimos bajo una ideología, que los economistas se han esforzado por legitimar, que proviene del sector empresarial. Queda simbolizada por Ronald Reagan, con su radiante sonrisa, cuando leyó el guion que le alcanzaron sus amos los grandes empresarios: «El problema es el Gobierno, tenemos que deshacernos del Gobierno». Está claro que esto significa: «Dejemos las decisiones a las tiranías privadas que no rinden cuentas ante el público». Al otro lado del Atlántico, Thatcher nos instruía explicándonos que no existe eso que llamamos «sociedad», sino solo individuos lanzados al mercado para que sobrevivan como puedan y, más aún, que no hay alternativa. El mundo lleva años sufriendo por culpa de esta ideología y ahora hemos llegado a un punto en el que las acciones que se deberían tomar, como la intervención directa del Gobierno en la invención de la vacuna Salk, están bloqueadas por la plaga neoliberal. Mi opinión es que la pandemia del coronavirus se podría haber prevenido. La información estaba disponible en el mes de octubre de 2019, cuando en Estados Unidos se llevó a cabo una simulación pandémica de alto nivel para evaluar el impacto. Quedó probado que la siguiente pandemia grave causaría una gran pérdida de vidas y provocaría unas consecuencias económicas y sociales mayúsculas. No se hizo nada. El 31 de diciembre, China informó a la Organización Mundial de la Salud de unos síntomas parecidos a la neumonía con una etiología desconocida. Una semana más tarde, algunos científicos chinos lo identificaron como un coronavirus y, además, lo secuenciaron y compartieron su información con el mundo. A estas alturas, los virólogos y quienes se molestaron en leer los informes de la OMS sabían que había un coronavirus circulando y sabían cómo combatirlo. ¿Hicieron algo? Algunos. China, Corea del Sur, Taiwán y Singapur reaccionaron y parece que ahora han contenido al menos la primera ola de la enfermedad. Hasta cierto punto, también ha ocurrido en Europa. Alemania, que ha conseguido salvar su sistema hospitalario del neoliberalismo, disponía de una alta capacidad de diagnóstico y fue capaz de actuar de un modo muy egoísta, asegurando una razonable contención del brote dentro de sus fronteras. Otros países se limitaron a ignorarlo, de entre los cuales el peor fue el Reino Unido. El peor de todos es Estados Unidos, que resulta que está gobernado por un sociópata lunático que un día dice que no hay crisis, que no es más que una gripe, y después dice que hay una crisis terrible y que él ya lo sabía, y al día siguiente dice que todo el mundo debe volver al trabajo porque él tiene que ganar las elecciones. Es estremecedor que el mundo esté en estas manos. Sin embargo, el caso es, una vez más, que la pandemia comenzó con un colosal fracaso del mercado que apunta a unos problemas de fondo en el orden socioeconómico agravados por la plaga neoliberal, y sigue adelante por culpa del derrumbamiento de los diferentes tipos de estructuras institucionales que le podrían haber hecho frente. Son cuestiones sobre las que deberíamos meditar muy en serio porque plantean la pregunta sobre cuál es el tipo de mundo en el que queremos vivir. Si conseguimos superar esta pandemia, habrá opciones que vayan desde el asentamiento de Estados extremadamente autoritarios hasta una radical reconstrucción de la sociedad en lo concerniente a las necesidades humanas, no el beneficio privado. No podemos olvidar que los primeros son compatibles con el neoliberalismo. De hecho, los gurús de esta ideología, desde Ludwig von Mises hasta Friedrich Hayek y otros, fueron muy felices con la enorme violencia estatal, mientras apoyara lo que llamaban la «economía saneada». Recordemos que el neoliberalismo tiene sus orígenes en el seminario que von Mises celebró en Viena en 1920, en el que apenas pudo contener su alegría cuando los protofascitas del Estado austríaco machacaron a los sindicatos y la socialdemocracia del país y se unieron al Gobierno protofascista de los primeros años. En efecto, glorificaba el fascismo porque protegía la economía saneada. Cuando Pinochet instauró su brutal dictadura en Chile, von Mises, Hayek y Friedman estaban encantados; todos querían contribuir a realzar ese maravilloso milagro que iba a sanear la economía chilena y propiciar grandes beneficios a las participaciones extranjeras, así como a una pequeña parte de la población autóctona. No es descabellado pensar que hoy en día se podría volver a instalar un sistema neoliberal salvaje por parte de los autoproclamados libertarios apoyándose en una poderosa violencia estatal. Se trata de una pesadilla que podría materializarse, pero no tiene por qué ser así. Existe la posibilidad de que la gente se organice, se comprometa, tal y como muchos ya están haciendo, y dé pie a un mundo mucho mejor que pueda hacer frente a las enormes amenazas de una guerra nuclear y una catástrofe medioambiental de las cuales no podríamos recuperarnos. Estamos en un momento crítico de la historia de la humanidad y no solo por culpa de la Covid-19, aunque esto debería servirnos de aviso sobre los profundos defectos y características disfuncionales que afectan a todo el sistema socioeconómico. Como este sistema no cambie drásticamente, no tendremos un futuro en el que sobrevivir.

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