Kitabı oku: «¡Todo debe cambiar!», sayfa 5

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Srećko: Así es como lo veo yo también. Seguir la pandemia de cerca, como vengo haciendo desde mediados de enero, facilita un tipo de posibilidad comparativa. Te encuentras atrapado en un país y puedes ver lo que otros están haciendo o dejan de hacer, de qué manera sus sistemas sanitarios se ven afectados. En el supermercado al que voy aquí en Viena no hay restricciones, así que se ha convertido en una especie de club, un lugar donde socializar. Por otro lado, mis padres me cuentan desde Zagreb que hay instaurado un límite de cinco personas presentes a la vez dentro del supermercado. Cuando la gente comparte este tipo de información, pueden ver lo competentes o incompetentes que algunos Gobiernos llegan a ser. Significa trabajar en muchos niveles de la sociedad que ahora están saliendo a la luz, por así decirlo.

Saskia: Exacto. El virus es una invitación a que nos replanteemos las cosas, a reconocer, oír, escuchar, prestar atención, querer debatir con otros. Creo que tiene esa cualidad porque es invisible y muy poderoso, y estas dos propiedades no casan en principio.

Srećko: Un tema que trata en muchos libros es el espacio público. Con esta pandemia, estamos viendo que muchos lugares privados se han convertido en públicos, dado que la gente debe quedarse en casa para trabajar y comunicarse. ¿Piensa que este fenómeno tiene la capacidad de revertir la privatización de lo que es público?

Saskia: Esta cuestión requiere precisión, pero espero que marque la diferencia, sí. Cuando hablamos del llamado «espacio público», sabemos que gran parte de lo que se presenta como tal es, en realidad, espacio privado. Falta mucha transparencia en muchas situaciones a las que nos enfrentamos en esta modernidad nuestra. Se trata de una modernidad marcada por representaciones que suelen ser ilusiones, no son reales, y la realidad es mucho más dura que las representaciones. Este pequeño virus invisible ha hecho que volvamos a poner los pies en el suelo al mostrarnos que cada bocado de alimento importa, que tu vecino importa. Es una auténtica invitación a la reflexión.

Srećko: Al mismo tiempo, precisamente porque es invisible, provoca temor, no solo entre los teóricos, sino también entre la gente corriente, de que perderemos muchas libertades civiles y que terminaremos en una especie de estado de excepción normalizado. Aunque de momento convenga ser prudente y restringir la movilidad, una de las preguntas que todo el mundo se hace es: «¿Qué pasaría si estas medidas persistieran y convirtiesen los sueños de los líderes populistas en realidad?». Cuando esta crisis se haya solventado de alguna manera —o el diminuto organismo decida marcharse o decida quedarse a vivir con nosotros sin matarnos—, ¿qué formas podrían adoptar esas medidas? Los de arriba disponen de los medios necesarios para obligar a la gente a volver a sus «quehaceres habituales» y más aún. ¿Cómo podemos parar eso?

Saskia: Sí, en Estados Unidos las empresas ya tienen todo un programa que nos están imponiendo y del cual Trump está muy a favor. Esta es la ambigüedad que debemos direccionar. Toda guerra genera posibilidades tanto para bien como para mal. En este caso, los malos son muy poderosos e inteligentes; saben lo que quieren y acostumbran a conseguirlo. Tenemos que estar muy alerta. Sin embargo, quiero volver a enfatizar que este virus también ha generalizado algo. Además de la arrogancia de los poderosos, también existe una posibilidad para los débiles de experimentar esta situación como una apertura, como un momento «¡ajá!». Hay todo un abanico de posibilidades. No les pertenecen solo a ellos.

Conversación mantenida el 27 de marzo de 2020

El amor en tiempos de coronavirus

Gael García Bernal y Srećko Horvat

Srećko: En esta conversación os vamos a mostrar cómo se preparan los sueños. Mucha gente cree que es un proceso sencillo y fácil, pero nuestra mente tiene que mezclar toda una gama de elementos para producirlos: canciones, música, pensamientos aleatorios, amor, intimidad, amistad y todos esos «dad». Y si hay alguien que entienda de estos tipos de «dad» es Gael García Bernal.

Gael: He dormido y soñado mucho últimamente, con todas esas conversaciones monotemáticas que tenemos con nuestros amigos, familiares y demás. En cierto modo, el punto de partida consiste en resaltar lo privilegiados que somos por poder hablar de estas cosas desde nuestros hogares, desde un lugar que nos cobija, en el que nos podemos confinar. Son tiempos inestables, tanto en los sueños como en la realidad, y la realidad es peor que nunca. Debo decir que hace un par de días, un querido compañero, amigo y actor llamado Mark Blum murió por complicaciones con la Covid-19 en Nueva York. Uno se despierta y tiene delante cosas bonitas —vida, pájaros, aire puro—, pero, al mismo tiempo, existe esta realidad que nos machaca con la muerte de un amigo muy querido, o con complicaciones económicas y sociales que trascienden la salud, o estando atrapados en un país extranjero, como en su caso.

Srećko: Coincido. Es un privilegio absoluto poder hablar con usted y es gracias al coronavirus, en realidad. Estoy en Viena y la situación aquí es seria. Ya llevo confinado catorce días. Todo el país está confinado, las fronteras están cerradas y hay más personas como yo que no pueden regresar a sus países. ¿Puede decirnos cómo está la situación en México?

Gael: Es un tema muy complejo. En una reciente entrevista con representantes de la Organización Mundial de la Salud aquí en México, decían que es obvio que no existe ninguna solución perfecta para esta pandemia. Es verdad que hay grandes ejemplos de lugares que han conseguido interactuar de forma positiva con su contexto y alcanzar algunos objetivos. Italia es un ejemplo extremo de reacción tardía con respecto a la expansión del virus, según he oído y leído. Comparativamente, México no se ha dormido. Actúa más en la línea de Corea del Sur, exceptuando las pruebas. Hemos de tener en cuenta que Sudamérica en su conjunto está más acostumbrada a eventos como desastres y virus que tal vez otros lugares. No es que alardee de ello, pero creo que nos proporciona un cierto tipo de enfoque, una mirada resiliente que nos obliga a comprometernos con la situación de un modo mucho más riguroso. Al principio intentamos no dejarnos llevar por el pánico. Es evidente que tenemos miedo, todo el mundo está atemorizado, pero gracias a la comunicación y la información hemos podido comprender la situación un poco mejor. La perspectiva sudamericana y la occidental se pueden considerar los dos extremos. El planteamiento mexicano es que no tiene sentido hacer pruebas, sino que lo mejor es quedarse en casa como si todo el mundo estuviera infectado o se pudiera infectar. Hay quien aboga por hacer pruebas para dar con los puntos calientes, pero la mejor acción directa es decir: «Vale, nos quedamos todos en casa de momento». Otro ejemplo es Argentina, que está adoptando medidas muy estrictas para inmovilizar el país, incluida la prohibición de entrar a los propios argentinos, lo cual significa mucha gente bloqueada. Se trata de una situación más bien inusual y extrema: tu propio país te prohíbe la entrada. Luego está el ejemplo de líderes como Boris Johnson, Donald Trump y Jair Bolsonaro. Lo que están haciendo es de lo más ridículo. Me recuerda el concurso de Miss Universo en el que preguntan: «¿Cómo lograrías la paz mundial?» y las respuestas —aunque son mucho más sesudas e interesantes que las comparecencias de Johnson, Trump o Bolsonaro— son muy simples, estúpidas y, si no fuera por lo dramático de la cuestión, cómicas. He oído muchos casos en los que los médicos se ven obligados a tomar las decisiones más horrendas, trágicas y crueles sobre quién vive y quién no. Sin embargo, no deja de ser algo que ocurre con regularidad en los hospitales, ¿no? Además, estas decisiones difíciles y crueles no se apartan demasiado del tipo de decisiones que tienen lugar en el ámbito político. La perspectiva social con respecto a esta crisis es algo que debe ser abordado definitivamente. Se ha de determinar si, por ejemplo, es preferible dejar que un grupo de población enferme que evitar que otros mueran de hambre o pobreza. Es un horrible dilema, pero, una vez más, el mundo entero se encuentra en esta situación. Lo que este virus nos hace ver es hasta qué punto todo es frágil, lo frágiles que son los tipos de organización en los que hemos decidido vivir. ¡Este virus invisible es como la última gota de agua que colma el vaso!

Srećko: Me gusta su enfoque sudamericano, esta idea de que la gente ha soportado tantos dramas que se ha vuelto resiliente. Mi familia y mis amigos están en Zagreb, y el domingo pasado, cuando ya estaban confinados por culpa del virus, se produjo un terremoto, el mayor en ciento cuarenta años. La gente de Zagreb reaccionó de una forma muy divertida, porque ¿qué más se puede hacer que bromear en una situación así? Cuando le di la noticia a mi amiga de Guatemala le dije que no había sido un terremoto, sino treinta temblores en total, y me contestó: «¡Oh! En Guatemala tenemos terremotos cada día, nos hemos acostumbrado». No estoy minimizando lo que ocurrió en Zagreb, sino que es una muestra de que el confinamiento no es algo tan malo o inusual para mucha gente. No obstante, mi gran temor es que una vez que la Covid-19 comience a expandirse por Sudamérica —incluso con vuestra resiliencia— haga daño, porque tras siglos de colonialismo, décadas de ideología Chicago-boys, austeridad, privatización y demás, el sistema quizá no esté tan bien preparado. Hace poco estuvo filmando en Cuba. ¿Podría decirnos algo sobre el motivo de que sean los médicos cubanos los que se muestren solidarios a nivel internacional, quién está equipado con el conocimiento necesario y quién está reaccionando de forma efectiva ante la pandemia?

Gael: Una vez más, la realidad pega fuerte porque la realidad es que Cuba dispone de un sistema sanitario muy potente, y muchos médicos cubanos viven en diferentes partes del mundo, trabajando para instituciones públicas o privadas. Esas personas han dedicado su vida a la salud y al tratamiento de enfermedades, y esto es tremendamente real y tremendamente generoso, y es además un gran triunfo de la Revolución cubana. El discurso oficial lo presenta como un hecho sin importancia, pero sigue habiendo un horrible, ridículo y trágico embargo impuesto por Estados Unidos que ha matado o matará a más gente en Cuba que la Covid-19. No obstante, me parece muy generoso y emotivo que personas de una parte del mundo estén ayudando a otras en otra parte. Los médicos chinos están haciendo lo mismo. Quienes ya han pasado por esto están ayudando a otras personas, con su particular punto de vista, y esto es lo que nos lleva directos a esta realidad de la que estamos hablando ahora mismo. En cada conversación que mantengo acabo hablando como si se hubiese dado algún cambio de paradigma, como si hablara desde el mundo —hablo en primera persona representando al mundo—. Empiezo en este punto y entonces me dirijo hacia mi propio contexto, mis problemas. Es una locura, nunca me había ocurrido antes.

Srećko: Ha mencionado la Revolución cubana, así que le hago una pregunta relacionada con este tema, porque todo el mundo sabe que hizo el papel de Ernesto «Che» Guevara en Diarios de motocicleta. Está esa bonita escena en el barco cuando Guevara tiene un ataque de asma, que me hace pensar que usted también es asmático. Mi pregunta es, por un lado, ¿qué nos puede enseñar Che Guevara sobre cómo hacer frente a una muerte cercana? Y también, ¿cuál es su experiencia al respecto? Quizá pueda relacionar su respuesta con la pandemia actual, un tiempo en el que todo el mundo tiene que cuidarse y proteger sus pulmones.

Gael: Por fortuna, solo tuve asma de niño y desapareció. De todos modos, cuando representé a Ernesto, sentí que lo capté. Comprendí, aunque fuera un poco, que los ataques de asma eran algo de donde sacaba fuerzas para leer, para estudiar, para intelectualizar algunas ideas, y después, cuando ya se sentía mejor, salía y volvía a la acción. Del mismo modo, nosotros sacamos fuerzas y ordenamos nuestro cuerpo y nuestra mente para poder salir de esta situación más fuertes. Así pues, ¿qué habría pensado Ernesto de estos tiempos? Bueno, pensaba algo con lo que yo no estaría de acuerdo en absoluto hoy en día, y es que la solución armada es la única salida. Comprendo por qué lo pensaba y quizá si yo hubiese nacido entonces habría sentido lo mismo. Comprendo qué vio en el contexto comunista y cómo el destino lo puso siempre en zonas calientes, cómo lo llevó a encontrarse con Fidel Castro aquí en Ciudad de México. Esa serie de consecuencias lo llevaron a pensar lo que pensaba e intentar actuar de forma coherente. Mientras estábamos filmando, le hicimos un montón de preguntas sobre su viaje a Alberto Granado, uno de los amigos de Ernesto, y dijo lo que posiblemente sea la cosa más moderna que nadie me haya dicho nunca —moderna porque era más que futurista y generosa—. Dijo: «No intentéis imitar nuestras voces, emplead vuestras propias voces para describir vuestro viaje, interpretaos a vosotros mismos, porque tenéis mucha más información y mucha más conciencia del mundo y de Sudamérica de la que teníamos nosotros». En última instancia, eso es lo que Diarios de motocicleta fue para mí. De inmediato, tanto a mí como a todos los que participábamos en el rodaje, nos hizo sentir más grandes, y que el lugar al que pertenecemos también lo es. Desde entonces, cuando estoy en Sudamérica, siento que estoy donde debo estar.

Srećko: Me gustaría poder decir lo mismo, pero la verdad es que estaba planeando ir a México cuando esta pandemia me lo impidió. Che Guevara y otros revolucionarios —si es que fueron auténticos revolucionarios— siempre estaban soñando con el internacionalismo, y hoy por lo menos tenemos esa posibilidad y es más importante que nunca. Para hacer un pequeño paralelismo histórico, a diferencia de la gripe española de 1918, cuando alguien que estuviera en Alemania o en México no sabía muy bien lo que estaba pasando —no solo por culpa de la censura, sino también de la tecnología—, hoy en día creo que se está alzando una concienciación global. De una forma u otra, más de doscientos millones de personas están confinadas y la mayoría se va a dormir y se levanta con el mismo pensamiento: «el coronavirus». Desde ahí, ese pensamiento se expande en muchas direcciones y se convierte en una evaluación o una crítica de la respuesta de tu Gobierno, o una crítica de la economía política del capitalismo global, que ha arruinado los sistemas de salud y al que no le gustan los sanitarios ni los dependientes ni los basureros, y así sucesivamente. Vemos que hay una lucha por el tipo de mundo que emergerá de esto.

Gael: Sí, y nuestra estrategia para llevarla a cabo día tras día quizá deba ser un tanto optimista. Está el convencimiento general de que no volveremos a vivir en el horror en el que lo hemos estado haciendo. Ese horror puede significar diferentes cosas para diferentes personas, pero podemos coincidir en ciertos puntos. Existe cierto optimismo y cierta certeza con respecto a que necesitamos una estructura sanitaria pública lo suficientemente fuerte para abordar casos como este. Creo que esta es una cuestión sobre la que todo el mundo empieza a estar de acuerdo. No importa la perspectiva política de cada cual, todo el mundo está viendo que es algo importante porque es consciente de la fragilidad del sistema y de hasta qué punto una crisis sanitaria les puede afectar en muchos aspectos de sus vidas. Por mi parte, siempre he tenido crisis existencialistas, preguntas sobre lo habido y por haber, pero siempre han sido hipotéticas o abstractas. Los temas que suelen atormentarme son del tipo: «¿Quién quiero ser?», y este tipo de preguntas a largo plazo. En cambio, ahora nos preguntamos qué ocurrirá dentro de un par de semanas, nos preocupamos por el trabajo, por qué hacer, adónde ir, a quién podemos ayudar. En cierto modo, la crisis existencialista ha pasado a ser a corto plazo. Al mismo tiempo, con la calma de la noche, o por la mañana, empezamos a considerar las opciones optimistas que surgirán de todo esto. Es obvio que a ratos tengo pensamientos pesimistas. No diría que he estado deprimido, porque la depresión suele conllevar un sentimiento de ser la única persona que pasa por un momento así, y un pequeño consuelo en esta crisis es que todos estamos pasando por ella, así que nadie se siente solo. Sin embargo, hay momentos en los que siento mucho temor y ansiedad, y deseo que el horror no se convierta en realidad.

Srećko: Yo también paso por momentos parecidos. Por ejemplo, hace una semana me desperté esperando un montón de malas noticias sobre la Covid-19 y recibí un mensaje de mi hermana con fotos de escombros en Zagreb, y pensé: «Vaya mierda, ¿qué pasa ahora? ¿Un terremoto? ¿Y después, qué?». Todos nos levantamos con esa ansiedad, y tiene razón cuando dice que hemos cambiado nuestra forma de concebir el tiempo. Yo siempre había preparado mis planes con meses e incluso años de antelación, pero ahora apenas si lo hago con semanas o días de previsión, cuando no horas. Cuando veía sus películas, siempre pensaba que la mayoría estaba relacionada con algún tipo de desastre de una forma u otra. En La ciencia del sueño interpreta a Stéphane, que fabrica un calendario de desastrelogía, y no hace mucho me dijo que estaba en Chicago filmando una serie de televisión sobre una pandemia global llamada Station 11. ¿Cómo está el tema? ¿La terminó? ¿Se va emitir? ¿Podemos extraer alguna lección de la ciencia ficción? ¿La ciencia ficción todavía puede enseñar cosas?

Gael: Está basada en un libro que mucha gente habrá leído seguramente. Trata de las múltiples consecuencias de una pandemia global, pero también se mueve en el filo del futuro examinando lo que sucede después con las relaciones humanas —bajo la premisa del derrumbamiento de las instituciones mundiales y de que nada es como pensábamos que era antes— y cómo el sentido de espiritualidad florece en esa situación. Hemos conseguido grabar una parte y pronto seguiremos con el resto. Por lo que respecta al entretenimiento, he estado muy distraído. No puedo concentrarme en las películas ni en las series, me atontan. En cambio, he estado conectado a una cosa que básicamente me ha proporcionado una profunda sensación de existir, me refiero a tocar la guitarra. Soy muy malo, pero me encanta. Me ha concedido un enorme significado. Encontré la expresión del amor en las combinaciones más extrañas, en todo tipo de consecuencias artísticas, sea cocinando o tan solo contemplando el mundo exterior, así como en la ciencia y el lenguaje científico. Tengo un amigo biólogo que siempre habla en términos de ciencia y arte. Lo que hace como biólogo tiene unas consecuencias artísticas muy potentes y siempre saca a relucir el punto de encuentro entre ambas disciplinas. Me ha sentado más que bien. ¿Y usted, qué tal?

Srećko: Los primeros días de confinamiento fueron muy traumáticos para mí, solo pensaba: «¿Puedo volver a casa?, ¿cuándo veré a mi familia?». Entonces, a partir de este sentimiento de desesperación, creamos DiEM TV y, sinceramente, me da un motivo para levantarme y ducharme porque, de otro modo, ¿para qué? Hablar con personas como usted y leer los comentarios de nuestra audiencia es maravilloso porque estamos en una situación muy interesante en la que los espacios públicos ya no se explotan, y cada vez utilizamos más estos espacios virtuales como tales. Estos espacios también me han llevado hasta eso que usted llama «amor» —entendido como la reunión de personas de diferentes lugares y zonas horarias, compartiendo ideas, miedos y esperanzas—. Desde el inicio de esta pandemia, también me ha llamado la atención la gran cantidad de llamadas y correos electrónicos que he recibido de las personas que quiero, solo para decirme: «¿Cómo estás?». «¿Te puedo ayudar en algo?». «¿Necesitas dinero?». Incluso: «¿Necesitas un piso?». Este tipo de solidaridad va en aumento. Me ayuda a no caer en la depresión.

Gael: Pienso que hay una importante relación entre esta solidaridad y el tiempo —como la hay entre el tiempo y el hecho de estar confinado—. En cierto modo, es «lo mejor de esta época». Diría que una de las lecciones principales que podemos extraer de todo esto concierne al tiempo. Por ejemplo, siempre se habla de cuando los Beatles estuvieron confinados en un lugar de Hamburgo durante un año, tocando cinco o seis noches por semana, sin dejar de practicar. Tenían mucho talento y arte, pero fue la práctica la que les permitió convertirse en el tipo de músicos que llegaron a ser. Esta es una de las consecuencias del tiempo, y es lo que estamos viviendo ahora mismo. En cuanto todo esto comenzó quise ser muy productivo. Por supuesto, no pude mantener el ritmo que me había marcado. Entonces mi hija estableció un calendario para toda la familia, y uno de sus períodos de tiempo se llamaba «tiempo para la paz», que básicamente significa «tiempo para hacer lo que te dé la gana sin que nadie te diga lo que tienes que hacer». Quizá todos lo necesitemos. Ojalá que algunas de estas cosas hayan venido para quedarse. Estoy decidido a concederme más tiempo para hacer cosas e intentar borrar esta alocada sensación de que puedo estar en cualquier parte del mundo en cualquier momento. Necesito cambiar porque ya me afectaba demasiado, incluso me dolía, y llegué a sentirme vacío, sin saber de qué hablar, como sin vida.

Srećko: Coincido plenamente. Ese «tiempo para la paz» de su hija me recuerda a un amigo que me dijo hace poco que algunos padres se quejan y dicen: «Ya no podemos hacer lo que hacíamos antes, siempre estamos en casa con nuestros hijos, esto es un infierno, ¿puedo venderlos por eBay?». Y uno de mis amigos más jóvenes me dijo: «Si mis padres me hubiesen dicho de niño que tenía que quedarme en casa para jugar con los videojuegos, ¡habría creído estar muerto y haber ido directo al paraíso!». Así que esta situación tiene cosas buenas, al menos desde el punto de vista de los niños. También hay un punto filosófico al que ha hecho referencia. Walter Benjamin, en sus «Tesis sobre la filosofía de la historia», dibuja esa bella imagen de los revolucionarios franceses disparando al reloj del campanario. Es lo primero que hicieron tras la revolución: disparar al tiempo. Y si miramos la Edad Media, vemos que hay una relación directa entre el universo como marcador del tiempo de entonces y la planificación del tiempo y el realismo capitalista de ahora, donde todo se mide por horas y acabamos, como dice, vacíos, sin tiempo para las cosas importantes. Está claro que cambiar nuestra noción del tiempo sería una buena consecuencia de esta crisis. ¿Qué consejo les daría a los jóvenes con respecto al amor en tiempos del coronavirus?

Gael: Bueno, yo era niño cuando un buen día comenzamos a oír hablar de la pandemia del sida. Lo primero que aprendimos, y eso fue antes de recibir ninguna educación al respecto, es que se transmitía por vía sexual. Como es natural, se trataba de algo que a los niños nos atraía muchísimo. La humanidad entera estaba atemorizada con la transmisión de esa cosa sobre la que sabía tan poco. En México apareció aquel mensaje: «Solo con tu pareja». En un momento determinado pensé: «¡Vaya mierda, todavía no he empezado a disfrutar de mi sexualidad y ya tengo que ir con cuidado!». Recuerdo pensar también que los chicos mayores tenían suerte porque podían follar todo lo que querían, y ahí estaba yo sin tiempo para aprender qué estaba bien y qué estaba mal. La falta de información era enorme y tanto las instituciones como la Iglesia instauraron el miedo en la gente con mensajes del tipo: «¡Morirás si tocas!». Lo que les diría a los jóvenes es que nosotros crecimos en medio de algo mucho más espantoso y directamente conectado con una parte integral del hecho de ser joven, como es el despertar a la sexualidad. En cierto modo lo comprendimos y resistimos, y cambiamos las dinámicas de la situación gracias a la información, eliminando el estigma que existía con el sida. Además, la medicina experimentó grandes avances sobre esta cuestión, y ahora sabemos qué es el sida. En este nuevo caso, sabemos de entrada qué es la Covid-19 y esto supone una diferencia abismal. En tiempos del sida, gente como Ronald Reagan intentaba acallar el tema y estigmatizaba la homosexualidad y a los africanos, y aquello era horrible. Es más que evidente que la información es la puerta de salida.

Srećko: El arte y el cine también juegan un papel importante en cualquier tipo de crisis. Por el momento, las producciones cinematográficas europeas se han interrumpido. ¿Qué piensa que ocurrirá con la industria global y cuándo se retomará la producción? ¿Cree que esta es una oportunidad para el cine nacional? ¿Piensa que el cine cambiará después de la pandemia de Covid-19?

Gael: La producción se ha interrumpido en casi todo el mundo, desde películas independientes hasta grandes películas internacionales y producciones locales de televisión. Se recuperará, por supuesto, pero sin la misma intensidad, sin el mismo tipo de necesidad por el «contenido», esa palabra tan horrible. Pienso que lo que sucederá es que crearemos a partir de aquello que dependa de nosotros mismos. No dependeremos de terceros como estudios o grandes empresas que nos digan sí o no. Esto nos da una ventaja porque podremos hablar de cuestiones que no se han tratado o que ya no son tema de conversación. Los actores ya no hablan del «viaje artístico», eso pertenece a otros tiempos. La situación tras la Covid-19 ya no será la de «crear contenido», sino crear un viaje artístico porque las consecuencias del virus ya no serán glamurosas ni extremas. La producción se basará en lo que tengamos en nuestras manos. Es lo que Bong Joon-Ho dijo sobre Parásitos. Dijo que quería hacer una película sobre Corea del Sur, sobre Seúl, sobre dos vecindarios específicos, pero, después de la reacción que hubo en todo el mundo, se dio cuenta de que todos vivimos en el mismo país, que es el capitalismo. Se dice muchas veces: si quieres ser universal, sé local. Tenemos que comprometernos con nuestros propios contextos porque tenemos mucho que decir. Yo tengo muchas cosas que contar en mi lengua, es donde me puedo extender. No quiero perder el tiempo intentando seguir la senda de otros. Quiero trabajar desde mi propio lugar porque quiero hacer un viaje artístico y quiero que mi vida tenga consecuencias artísticas. Creo que todo apunta en esta dirección y que las películas serán mucho más personales cuando pase esta situación. Querremos saber qué siente una persona de Sarajevo en medio de toda esta locura y no qué siente un superhéroe, porque ahora mismo no estamos en condiciones de pensar en diálogos para los superhéroes.

Srećko: Esa idea de que todos vivimos en un país llamado capitalismo también me recuerda su película Chicuarotes, que tiene como trasfondo un terremoto ocurrido unas semanas antes de la filmación y trata de las partes excluidas, explotadas y olvidadas de la sociedad, mostrando lo resilientes que son en realidad. Desde esta perspectiva, ¿cómo valora el modo en que la Covid-19 está afectando a las clases pobres en México, aquellas que no se pueden confinar?

Gael: Este es un asunto que el Gobierno mexicano ha intentado abordar. Hay hogares mexicanos que no están en condiciones de hacer un confinamiento por falta de cobertura de necesidades sociales básicas como el amor, por ejemplo. Tal vez deberíamos pensar en el amor como en un privilegio. Hay quien lo considera algo fortuito en algunos casos, pero en muchos otros no existe; el hogar es a veces un lugar muy violento. Estoy hablando desde una posición privilegiada y no pretendo saber exactamente cómo funcionan las cosas, pero pienso que el amor es un concepto muy interesante a tener en cuenta con respecto a la gestión social de la pandemia. Por suerte, el Gobierno mexicano y muchos Gobiernos de Sudamérica, exceptuando a Brasil, han hablado sobre las difíciles consecuencias que una pandemia podría acarrear y de los resultados añadidos, como que en entornos de violencia los hombres no compartan las tareas domésticas, por ejemplo, y hay que ser conscientes de ello. Los científicos y los médicos forman parte del grupo de debate. Hay que tener en cuenta que la receta para lo que Europa necesita, en general, y lo que México y Sudamérica necesitan no es la misma. Es algo totalmente distinto.

Srećko: Como es sabido, Rimbaud ya dijo que el amor se ha de inventar. ¿Diría que esta crisis global también nos llevará a reinventar el amor?

Gael: Dicho de manera elemental y sencilla, el amor también se puede interpretar como trabajo, tal y como argumenta en su libro La radicalidad del amor, en el que da a conocer a Alexandra Kollontai. La idea de que el amor es trabajo es algo con lo que todos estamos muy familiarizados en la actualidad. Podemos estar confinados con una persona que amemos y pasarlo bien, pero también estamos viendo que es una prueba que comporta una gran cantidad de dedicación emocional y manual. Hay mucha gente que lo está experimentando al máximo nivel. Creo que nuestra concepción del amor cambiará de forma importante. Antes de la pandemia el amor era esa cosa inmediata que o estaba o no estaba, pero el trabajo no formaba parte de esa idea, o tal vez solo en situaciones manifiestas como la terapia de pareja o las sesiones de autoayuda, pero ahora somos conscientes de la dificultad que conlleva. En cierto sentido, es fantástico porque pone a prueba tanto al propio amor como a nosotros mismos. Hoy en día tenemos que lidiar con las consecuencias de nuestro amor y lo arduo que es como tarea. ¿Qué cree que habría pensado Kollontai sobre estos tiempos?

Srećko: No es una pregunta fácil y estoy gratamente sorprendido de que haya introducido a Alexandra Kollontai en el debate. ¡No era de esperar que la mencionáramos hablando de un virus! Creo que lo ha dicho de una forma muy bella. Ella ya advirtió sobre la mercantilización del amor, con lo que este se convierte en un tipo de producto del mercado libre y la mano invisible te llevará hasta tu pareja perfecta. Hoy en día, y en primer lugar, el amor es un trabajo casero, porque pasamos más tiempo con nuestros seres queridos que antes, lo cual puede crear problemas, como ha mencionado, y los gráficos del aumento de la violencia doméstica son muy preocupantes. Por otro lado, Kollontai también escribió sobre la función del amor en la sociedad. Las personas que nos están salvando la vida muestran un tipo de amor incondicional —médicos, personal sanitario, carteros, basureros y dependientes—. No digo que les encante forzosamente su trabajo, lo hacen para sobrevivir, pero no dejan de ser trabajos que conllevan una preocupación por la sociedad considerada en su conjunto. Espero que consigamos redefinir el amor.

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