Kitabı oku: «Velasco y la prensa 1968-1975»

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Juan Gargurevich Regal (Mollendo, 1934) es periodista profesional, magíster en comunicación y profesor principal de la PUCP, donde ha sido decano de la Facultad de Ciencias y Artes de la Comunicación. También ha sido profesor principal de la Facultad de Letras de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y director de su Escuela Académico Profesional de Comunicación. Es el principal historiador de la historia de la prensa peruana y ha publicado numerosos artículos y una veintena de libros sobre el tema. Es Profesor Honorario de las universidades San Agustín de Arequipa y Ricardo Palma de Lima. La Universidad Nacional Hermilio Valdizán lo nombró Doctor Honoris Causa.



Velasco y la prensa

1968-1975

Serie Zumbayllu 4

© Juan Gargurevich

© Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo Editorial, 2021

Av. Universitaria 1801, Lima 32, Perú

feditor@pucp.edu.pe

www.fondoeditorial.pucp.edu.pe

Fotos interiores: Archivo del autor

Diseño de logo de serie: Augusto Patiño

Dirección de Comunicación Institucional (DCI) de la PUCP

Diseño, diagramación, corrección de estilo y cuidado de la edición: Fondo Editorial PUCP

Primera edición digital: noviembre de 2021

Prohibida la reproducción de este libro por cualquier medio, total o parcialmente, sin permiso expreso de los editores.

Las opiniones vertidas en este libro son de entera responsabilidad de su autor.

Hecho el Deposito Legal en la Biblioteca Nacional del Perú: 2021-12522

ISBN: 978-612-317-702-7

Contenido

Presentación

Prólogo

Primera parte

Los medios informativos en 1968

La otra prensa

Las visiones críticas

Las advertencias presidenciales

La reforma de la educación

La televisión y la radio

SINAMOS

La reacción de los periodistas

Reacción periodística al golpe del 68

La última unidad del gremio

El habeas corpus de la oposición

La Ley del Periodista

La comunidad industrial llega a los diarios

El caso de La Prensa

Los diarios del Imperio Prado

Los diarios de Manuel Ulloa

Cooperativa Prensa y Pueblo

Segunda parte

Decidiendo el destino de la prensa

Para los «Sectores Organizados»

Las Fiestas Patrias de 1974

La intervención en los diarios

La entrada a los locales

Los nuevos comités directivos

El Comercio

Expreso

Correo

Ojo

Última Hora

Las asociaciones civiles

Buscando razones

Las protestas de Miraflores

Opinión Libre y Oiga

Vocero de la oposición

Clausura de Oiga

El incendio de Correo y Ojo

Las deportaciones de agosto

La presunta conspiración

Reemplazo y amnistía

El retorno de los directores

La represalia inevitable

El decreto legislativo 39

Devolución y compensación

Cronología básica 1968-1980

Bibliografía

Presentación

«El canto del zumbayllu se internaba en el oído, avivaba en la memoria la imagen de los ríos,

de los árboles negros que cuelgan en

las paredes de los abismos».

José María Arguedas, Los ríos profundos

¡¡¡Zumbaylu!! ¡¡¡Zumbaylu!!!, resuenan los gritos alborotados que sacan al niño Ernesto de la desazón, la melancolía, la soledad, el aislamiento y la incertidumbre que lo agobian en el internado donde lo ha dejado abandonado su padre.

¡¡¡Zumbayllu!!! ¡¡¡Zumbaylu!!!

¿Qué podía ser el zumbayllu?

El zumbayllu da título a uno de los capítulos más hermosos de Los ríos profundos. Como explica la estudiosa Isabelle Tauzin-Castellanos: «es un trompo al que Ernesto atribuye poderes mágicos. La danza del juguete restablece la comunicación entre los alumnos mientras lo contemplan, alzando el vuelo y bañado por la luz del sol»*.

Un trompo que da vueltas interminables sobre su eje. Y en su incesante movimiento, canta. Y en su incesante movimiento, brilla. Y en incesante movimiento, recoge la luz. Nos lleva del pasado al futuro, comunica, dialoga.

El Fondo Editorial PUCP presenta una nueva serie de ensayos cortos, en un formato de bolsillo y a un precio asequible, con el fin de que la voz de nuestra comunidad llegue a todas las personas que aman al Perú.

En el año del bicentenario les presentamos nuestra serie Zumbayllu.

Fondo Editorial PUCP

Prólogo

Una vez más, Juan Gargurevich, el principal historiador de los medios de comunicación en el Perú y maestro de varias generaciones de periodistas, nos entrega una valiosa contribución para la comprensión de una de las etapas más complejas en la historia de la prensa peruana: la intervención y reforma inconclusa de los diarios más influyentes del país, llevada a cabo durante la primera fase del autodenominado Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada (1968-1975).

Testigo y actor privilegiado de esa convulsionada etapa de la relación entre un gobierno militar nacionalista y populista, y un poderoso grupo propietarios de diarios de circulación nacional, Gargurevich ha logrado hilvanar con rigor un relato alejado de la polarización con la que se suele abordar el gobierno del general Velasco. Para ello, aparte de sus vivencias en aquellos años, el autor ha realizado entrevistas a periodistas y dirigentes sindicales involucrados en el proceso y ha recurrido a numerosas fuentes documentales, entre las que destacan las actas del Consejo de Ministros de la primera fase del gobierno militar, un tesoro invalorable para historiadores, investigadores de otras disciplinas y periodistas, albergado en la biblioteca de la Pontificia Universidad Católica del Perú.

El libro aborda el proceso en tres etapas. Primero, los antecedentes de la reforma y el panorama mediático existente, caracterizado por un alto nivel de concentración de la propiedad de los diarios, controlados por la oligarquía terrateniente y financiera, y un sector de la burguesía industrial en proceso de expansión. En segundo lugar, las motivaciones de la reforma, el debate y las alternativas que se barajaron respecto al destino final de los diarios confiscados. Y, finalmente, el complejo curso que siguió la reforma, las contradicciones y excesos del gobierno contra medios y periodistas independientes, hasta que fue desactivada a fines de la segunda fase del gobierno militar y en el inicio del segundo gobierno de Fernando Belaunde, una vez restaurada la democracia.

Las medidas que implementó el gobierno del general Velasco entre 1968 y 1975, especialmente la reforma agraria, transformaron el país y generaron un ambiente político y social muy polarizado. A los pocos días del golpe del 3 de octubre de 1968, el gobierno decretó la nacionalización del complejo de La Brea y Pariñas, de propiedad de la International Petroleum Company, medida que fue muy bien recibida por la mayoría de los peruanos, incluidos algunos diarios posteriormente confiscados, como El Comercio.

Meses más tarde, el 24 de junio de 1969, el gobierno de Velasco emitió el decreto ley de reforma agraria, que supuso la expropiación de miles de haciendas, desde los modernos complejos agroindustriales de la costa hasta las tradicionales haciendas de la sierra, y su transferencia a cooperativas agrarias de producción y otras formas asociativas conformadas por trabajadores del agro. Esta medida significó un golpe mortal a la poderosa oligarquía terrateniente y, como no podía ser de otra manera, desencadenó una feroz oposición política y mediática de este sector y sus aliados contra el gobierno. Al año siguiente, el gobierno emitió el decreto ley general de industrias, que incluyó el derecho a la participación accionarial de los trabajadores. La conformación de las comunidades industriales, que incluyó también al sector de medios de comunicación, abrió un nuevo frente de confrontación pública entre el gobierno y las élites industriales.

Bajo este marco, se caía de madura una reforma en el sector de medios de comunicación, considerados importantes agentes de difusión de la ideología de las clases dominantes y adversarios acérrimos de la revolución. El primer paso fue la toma de los diarios Extra y Expreso, de propiedad de las familias Mujica Gallo y Ulloa Elías. Posteriormente, el gobierno decretó la expropiación del 51% de las acciones de los canales de televisión y el 25% de las estaciones de radio, y emitió el Estatuto de la Prensa. Finalmente, se decidió expropiar los diarios de circulación nacional para transferirlos a sectores organizados de la sociedad civil, proceso que no concluyó debido a que el gobierno mantuvo el control editorial de los periódicos confiscados.

No debe haber sido sencillo para Juan Gargurevich escribir sobre acontecimientos de los cuales fue parte activa. Él apoyó firmemente la intención declarada por el gobierno de expropiar los diarios y transferirlos a organizaciones de periodistas y otros sectores de la sociedad civil. Pero, al darse cuenta de que la promesa no iba ser cumplida, adoptó una posición crítica respecto al control gubernamental de los medios de comunicación. Esa postura crítica tuvo consecuencias severas. A principios de agosto de 1975 el gobierno de Velasco clausuró la revista Marka, al considerarla enemiga de la revolución, y deportó a varios de sus periodistas, entre los que se encontraba Gargurevich. Dada la implicación del autor en el proceso, resulta muy meritorio el rigor con el que presenta y explica desde su visión acontecimientos, actores y decisiones que hasta hoy en día siguen siendo objeto de controversia.

Por las razones expuestas, Velasco y la prensa (1968-1975) es de lectura imprescindible para investigadores, docentes y estudiantes de periodismo y comunicaciones. Y es una valiosa fuente para historiadores y científicos sociales interesados en la compleja relación entre medios de comunicación y política en el Perú. Para quienes nos hemos formado leyendo sus numerosos libros y artículos sobre historia crítica de la prensa, la radio y la televisión; y sobre políticas de comunicación, medios y democracia en América Latina, la deuda con Juan Gargurevich es impagable.

Jorge Acevedo

Lima, agosto de 2020

Primera parte

Los medios informativos en 1968

¿Cuántos diarios, revistas, emisoras de radio, de televisión, encontraron los militares del 68? ¿Quiénes eran los propietarios, sus empresas, sus intereses? ¿Qué partidos políticos o ideología apoyaban o sostenían?

¿Contamos con material para dar respuestas a estas interrogantes que serán importantes para la comprensión, o explicación, de los severos adjetivos que el presidente Velasco dirigió principalmente a los diarios, y de las réplicas y argumentos contrarios?

Deberíamos acompañar a la historiadora mexicana Celia del Palacio y sus colegas (2006): «Un grupo cada vez más amplio de investigadores nos hemos dedicado al estudio sistemático de los periódicos, saltando las barreras de la descripción, a fin de poder adentrarnos en las entrañas de sus procesos de producción, sus soportes económicos, formales e ideológicos con el objeto de saber por qué y cómo publicaron lo que publicaron, por qué callaron lo que no fue impreso, por qué aparecieron y desaparecieron en un determinado momento y por quiénes y para qué fueron leídos».

En nuestro medio tenemos pocos, pero importantes estudios que han avanzado más allá de la descripción, como reclama la historiadora. Así, para la historia de los medios audiovisuales están, entre los principales, los trabajos de Luis Rocca Torres (1975), Fernando Vivas (2001) y Emilio Bustamante (2012), sobre telecomunicaciones, televisión y radio, respectivamente.

Y en el periodismo diario, en lo referente al siglo XX, podemos revisar textos de María Mendoza Michilot (2013), Juan Gargurevich (1972, 1977, 1987, 1991, 2003), Luis Peirano (1978) o Dennis Gilbert (1982), entre otros. Hay, por supuesto, publicaciones en revistas académicas que son fáciles de ubicar en internet.

Muchos medios informativos han escrito su propia historia, como es el caso del diario El Comercio de Lima. Carlos Miró Quesada Laos, primero, y luego el historiador Héctor López Martínez nos han ofrecido versiones de parte que contrastan con otras interpretaciones sobre el comportamiento del diario en coyunturas determinadas. La familia propietaria ha publicado varios libros de elogio a sus miembros.

Si el estudioso desea, finalmente, acceder a los diarios como fuente primaria para examinar sus posiciones editoriales, contamos con varias hemerotecas valiosas, como las de la Biblioteca Nacional, la Biblioteca del Congreso de la República, el Instituto Riva Agüero, la Pontificia Universidad Católica del Perú, la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y otras menores, pero también importantes, como el Centro de Estudios Histórico-Militares.

El Comercio, fundado en 1839, y el diario oficial El Peruano, en 1825, son los únicos periódicos que conservan su colección completa desde su fundación. Pero en la mayoría de los libros y colecciones de periódicos no están todas las respuestas a nuestras preguntas iniciales. Hay que recurrir entonces a los historiadores, economistas, sociólogos y profesionales que han utilizados los medios, en especial la prensa impresa, como fuentes secundarias y en ocasiones incluso primarias, debido a la falta de documentación o de acceso a archivos. Tales son los casos de Jorge Basadre, Raúl Porras Barrenechea, Alberto Tauro del Pino o Pablo Macera, entre los principales, que publicaron textos de historia en los que se pueden traslucir conductas editoriales que influyeron en episodios recogidos como relevantes por la historia.

La otra prensa

A fines del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX circuló con fuerza una nutrida prensa proletaria, anarquista, anarcosindicalista y sindical, con publicaciones que trataron de difundir información e ideas que eran imposibles de divulgar en la prensa diaria, por entonces muy politizada y partidaria.

La Idea Libre (1900), El libre pensamiento (1896), Los Parias (1904), Germinal (1904), Redención (1905), La Protesta (1911), El Oprimido (1907) y muchas otras trataron de independizarse de las imprentas industriales y organizaron métodos de recaudación de fondos. Así, los Luchadores de la Verdad, que editaban La Protesta, convocaron esfuerzos para comprar la imprenta Proletaria y lograron su propósito. En las nuevas instalaciones fue impreso también El Obrero Textil.

Guillermo Sánchez Ortiz (1987), estudioso de ese esfuerzo, apunta la reacción empresarial: Como era de esperarse, toda acción que apunta a la conquista y bienestar de los trabajadores habría de provocar el rechazo total de los sectores dominantes. Desde La Crónica y La Prensa, dos de sus principales voceros, trataron de minar el reciente auge con una propaganda malsana con la que no hacían otra cosa que exteriorizar sus sentimientos de clase.

José Carlos Mariátegui fue uno de los que comprendió temprano que para que los trabajadores se organicen a mayor nivel, no eran suficientes las revistas: había que editar un diario. Y así nació La Razón, en 1919, que alcanzó a circular varios meses, apoyando campañas obreras y estudiantiles hasta verse obligado a cerrar por presión del segundo gobierno de Augusto B. Leguía, quien derrocó a José Pardo mediante un golpe militar-civil, y se convirtió luego en un autoritario dictador civil, igualmente derrocado luego de once años (Gargurevich, 1977).

Mariátegui partió a Italia ese mismo año de 1919, y al volver a Lima persistió en la importancia de la divulgación mediante la prensa. En 1923, todavía acompañando a Víctor Raúl Haya de la Torre, editó el periódico Claridad, con poca fortuna. Luego lanzó la famosa revista Amauta, en 1926, y después Labor, en 1928, como animador de las organizaciones obreras.

Su meta, sin embargo, era fundar un diario, como lo afirma en un texto publicado en 1924: «Un diario será el más poderoso instrumento de propaganda de los ideales proletarios. Ninguna gran organización obrera ha podido desarrollarse en ninguna parte del mundo mientras no ha dispuesto de una hoja diaria»1. Su temprana desaparición privó a los trabajadores del diario que ansiaba editar.

Las visiones críticas

Siempre hubo críticas severas a los diarios por sus visiones interesadas y estrechas dictadas por la política y por los intereses de los propietarios. Por ejemplo, el famoso librepensador Manuel González Prada reunió en 1908 una serie de artículos publicados en periódicos obreros al que tituló Horas de lucha. Este libro incluía el breve ensayo «Nuestro periodismo», en el que opina sobre los diarios con dureza inusitada para la época, sobre todo proviniendo de un personaje lejano a las clases obreras: «Los males causados por la falta de sinceridad y honradez resaltan en los diarios de Lima, casi todos sin opiniones fijas ni claras, defensores sucesivos del pro y del contra, apañadores de los más odiosos negociados fiscales, voceros de bancos, empresas de ferrocarriles, compañías de vapores y sociedades en que impera el agio y el monopolio […]. Van donde el negocio les llama, habiendo tenido la imprudencia de afirmar que el periodismo no es una cátedra sino una empresa industrial».

No han faltado acusaciones personales, como la de José Pardo Castro, quien fuera jefe de redacción de El Comercio por dos décadas y fue despedido sin contemplaciones. En 1961 publicó Amos y siervos en El Comercio, La historia negra de los Miró Quesada en sus relaciones con los periodistas, en el que recrimina duramente a los Miró Quesada, administradores y propietarios del diario, y provocó sorpresa en el medio.

Durante años la prensa no diaria de izquierda criticó a los diarios de Lima, pero la escasa circulación y la constante acusación de comunista a quien osara indagar o denunciar desanimó a muchos. Sin embargo, no fue el caso de Carlos Malpica Silva Santisteban, político, militante del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) e investigador, que en 1964 publicó el texto Los dueños del Perú como anexo del libro Guerra a muerte al latifundio, un proyecto de su partido para una reforma agraria.

Dos años más tarde el texto se publicó como libro con gran éxito de ventas. Tomando como base otros estudios, como los de Bravo Bresani (1968, 1969), sistematizó la presencia e influencia de los grupos de poder. En la segunda sección de su análisis se refirió al control de la opinión pública, para lo cual describe a las agencias noticiosas; las agencias de publicidad y sus relaciones con los principales diarios, revistas, canales de televisión y radio; los propietarios de los principales medios de comunicación de masas; y otras formas mediante las cuales los países imperialistas ejercen influencia sobre la opinión pública:

De los diarios capitalinos, con circulación nacional y por ende los más importantes del país, sus propietarios son los siguientes:

De La Prensa y Última Hora, Pedro Beltrán Espantoso y un grupo de agrarios, mineros e industriales. Siempre defienden la «libre empresa», la libertad de cambio, y son enemigos declarados de las empresas estatales y de las nacionalizaciones. Básicamente representan los intereses de los exportadores.

El Comercio pertenece a la familia Miró Quesada, casi siempre tiene una línea nacionalista y es partidario de las empresas estatales y del control de cambio. Es el baluarte fundamental en la campaña por la nacionalización de los campos petrolíferos de La Brea y Pariñas, detentados ilegalmente por la International Petroleum Company.

Expreso y Extra fueron originalmente creados y controlados por Manuel Mujica Gallo, rico hacendado costeño. En años recientes se reorganizó la empresa siendo el principal accionista Manuel Ulloa, presidente del directorio de Deltec Banking Corporation, una de las tantas organizaciones financieras de la familia Rockefeller. Los otros accionistas son grandes empresas comerciales e industriales, pertenecientes a dos grupos: el denominado «carlista» formado por adinerados amigos del presidente Belaunde, y el grupo de los «jóvenes», agrupados en la entidad titulada «Acción para el Desarrollo».

La Crónica, con dos ediciones, pertenece a la familia Prado, dueños de uno de los bancos más importantes (Popular), compañías de seguros, fábricas de cemento, textiles y muchas otras industrias e inversiones inmobiliarias, así como una refinería de petróleo, vinculada con capitales imperialistas.

Correo es de propiedad de Luis Banchero, el magnate pesquero, quien además posee una cadena de diarios de provincias con el mismo nombre (Tacna, Piura, Huancayo y Arequipa) y varias revistas especializadas, como «Íntima».

La Tribuna, el diario oficioso del Partido Aprista, grupo político que nació antiimperialista y marxista y devino en pro-yanqui.

Mencionó Malpica también los diarios de la cadena de La Industria en Piura, Chiclayo y Trujillo, de la familia Cerro Cebrián. De las revistas opinó que Oiga y Caretas eran «bastante más objetivas que los diarios». Y agregó más adelante:

Conociendo el nombre de los propietarios de los principales diarios, cadenas de televisión y radioemisión, es fácil explicarse el control casi absoluto que los grandes intereses económicos y extranjeros —especialmente estadounidenses— ejercen sobre los medios de comunicación de masas. La plena libertad de prensa e información solo existe en el enunciado constitucional: la realidad muestra a cada instante que los únicos usufructuarios de la libertad de prensa son los directivos de las grandes empresas y —hasta cierto punto— los dueños y directores de diarios, revistas y otros medios de información.

Las advertencias presidenciales

Desde el inicio de su gobierno, el general Velasco Alvarado no ocultó su animadversión a la prensa diaria que criticaba las decisiones del Gobierno Revolucionario de la Fuerza Armada, también desde el comienzo del proceso. Y es fácil comprobarlo revisando los discursos, conferencias de prensa y testimonios posteriores y memorias de ministros o allegados. Augusto Zimmermann escribiría varios años después:

En los primeros días del mes de junio de 1974 el general Velasco me llamó a su despacho y me dijo:

—Estoy pensando en proponer al gabinete que el 28 de julio se dé a publicidad al Plan Inca. Pero ahí hay una partecita que tú no conoces.

Abrió su escritorio y extrajo un documento con el sello de SECRETO. Era el original del Plan de Gobierno. La única copia era guardada por el general Graham en una caja fuerte del comité de asesoramiento de la presidencia.

Agrega el secretario de prensa que el presidente leyó en voz alta la parte referida a la prensa y luego le contó que plantearía el tema al gabinete de ministros para formar una comisión mixta, esto es, de militares y civiles, a fin de que propusieran el destino de los diarios, el sistema que los convertiría en democráticos y los haría de propiedad social.

Es verdad que se divulgó el Plan Inca, pero no parece verosímil que permaneciera secreto desde el principio, desde octubre de 1968, porque ya para entonces, mediados de 1974, una serie de señales y rumores indicaban que las principales empresas periodísticas pasarían a ser controladas por el gobierno. Lo que no se sabía, porque no existía, era la resolución final.

En el primer aniversario de la toma del poder, y en el mensaje a la nación del 3 de octubre de 1970, el presidente arremetió contra los adversarios del proyecto, reclamando comprensión, denunciando abusos en referencia a la reforma agraria e insistiendo en que la revolución se estaba haciendo sin costo de vidas. Y al reprochar duramente a sus críticos no olvidó a la prensa, con frases que vale la pena reproducir:

Inclusive, pareciese que más allá de nuestras fronteras, se aquilata mejor la significación histórica de este gran movimiento revolucionario del Perú. Porque algunos periódicos, algunos de nuestros ‘honrados’ y ‘objetivos’ periódicos criollos, creen que es honrado y objetivo ocultarle al pueblo lo mucho y lo bien que se habla hoy del Perú en el mundo. Pero no importa. Día vendrá en que aquí se sepa cuánto y con cuanta perfidia ocultaron la verdad los dueños de ese periodismo cuya única preocupación es la defensa de inconfesables intereses y un malévolo sensacionalismo. Y todo esto, bajo el manto piadoso de una pretendida libertad de prensa tras la cual se oculta un turbio mundo de apetitos fariseos y de insidia, cuando no de calumnia cotizable.

Las acusaciones presidenciales abarcaron también a las agencias de prensa internacionales, y en cuanto a los periodistas, dejó a salvo a «la inmensa mayoría de los periodistas peruanos, que no son responsables de la línea de acción que impone la mayor parte de los propietarios de los medios de prensa».

En resumen, del discurso que duró varias horas, citamos al propio general Velasco: «Sabemos que frente a la revolución hay una conjura tenebrosa manejada por elementos externos, que persigue detener el proceso de cambio en el Perú».

Pocos días después, el 8 de octubre, en la plaza central de su Piura natal, dio otro mensaje en el que insistía en el tema de la prensa subversiva: «Hemos dicho que los medios de comunicación, que la prensa, en su gran mayoría, han representado siempre círculos de interés de la oligarquía; y es la verdad».

Al día siguiente viajó a Talara para celebrar la toma de los yacimientos, en lo que se llamó a partir de entonces «Día de la Dignidad Nacional», y allí dijo, entre otras cosas: «Cipayos en el periodismo, cipayos en la política, se unieron en una verdadera subasta de conciencias para servir a los intereses de la International Petroleum Company y traicionar a la patria […] el Gobierno Revolucionario rinde patriótico homenaje a esa minoría ilustre de diarios, de revistas y hombres, que valerosamente resistió todas las presiones, todos los silencios, todas las amenazas».

Menos de un año después, dirigiéndose a oficiales en retiro, el 3 de marzo de 1970, insistió en sus denuncias y sobre el periodismo: «Día a día los grandes y ‘objetivos’ periódicos limeños reproducen artículos y comentarios publicados en la prensa reaccionaria y proimperialista de otros países, atacando al Perú y a su gobierno en base a la mendaz acusación de que está sujeto a una inventada influencia extremista».


La novedad esta vez es que incluyó en la crítica a la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), «institución que representa a la reacción periodística de América Latina y a los grandes intereses del imperialismo económico». La SIP se convertiría más adelante en el más importante organizador de la presión periodística internacional contra las decisiones del gobierno militar respecto de los medios de comunicación.

El 28 de Julio de 1970, aniversario patrio, justificó la primera medida importante sobre el periodismo, el Estatuto de la Libertad de Prensa, de diciembre de 1969: «Cumplimos seis meses de la aplicación de ese dispositivo legal, sin embargo, resulta evidente a todos los peruanos que era falsa la acusación de que el Estatuto constituía un instrumento represivo. Hoy todo el Perú es testigo de que aquí existe la más completa libertad de expresión oral y escrita».

Citaremos, finalmente, en esta parcial recolección del pensamiento velasquista sobre la prensa, frases del discurso de conmemoración del segundo aniversario de la toma del poder, del 3 de octubre de 1970:

Constantemente los periódicos reaccionarios llenan sus páginas de mentira y de insidia. Detrás de quienes así escriben se mueven la mano y el dinero de la vieja oligarquía que nosotros arrojamos del poder […]. Los periódicos reaccionarios han desatado una intensa campaña contra el Gobierno de la Fuerza Armada. ¿Qué son esos periódicos? ¿Son como ellos dicen, ‘órganos de expresión’? ¿Voceros de la opinión pública? ¡No! Son solo propiedad e instrumentos de círculos económicos de la oligarquía arrojada del poder. No representan ni los intereses, ni el pensamiento, ni los deseos del pueblo peruano. ¿Quién las ha dado el derecho de hablar en nombre del país? ¿Quién los ha designado portavoces de las mayorías?

Los medios de comunicación masiva estaban en la agenda militar desde los tiempos de la conspiración que culminaría con el derrocamiento de Belaunde Terry. Para reforzar la afirmación, debemos agregar que en términos parecidos al presidencial se pronunciaban con cierta frecuencia ministros importantes. El problema, repetimos, era la forma de abordar el tema más allá de los dispositivos legales que fueron promulgando quizá creyendo que una ley de prensa, el Estatuto de Prensa de 1969, intimidaría a las empresas y sus leales periodistas.

La reforma de la educación

Una distinguida académica francesa preparó un interesante informe para la Unesco sobre la reforma de la educación: «Aunque las Fuerzas Armadas tomaron el poder en 1968, e iniciaron diversas transformaciones radicales dentro del país, la orientación general de la reforma educativa no pasó a ser del dominio público hasta el año 1970. El complejo total de reformas se había concebido como una necesidad social y un rasgo fundamental de los cambios estructurales que habían de efectuarse» (Bizot, 1976).

La Ley General de Educación fue promulgada recién en 1972 y provocó un intenso debate que debió quizá suscitarse cuando se publicó en 1970 el informe general sobre la reforma educativa, redactado por un numeroso equipo de especialistas dirigido por Emilio Barrantes, Walter Peñaloza y Augusto Salazar Bondy, quizá el más influyente del grupo (Salazar Bondy y otros, 1970).

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9786123177027
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