Kitabı oku: «Residuos del insomnio», sayfa 2
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viernes 20 de marzo
casos confirmados: 29
muertes: 1
Hoy, sin foto, no he salido. Me he pasado todo el día sentado delante de la máquina para escribir mi primer artículo como corresponsal del diario Expresso, de Portugal. Me ha venido bien. Ayer hablé de cómo la bicicleta me descubrió partes de mi ser que no conocía o a las que les hacía poco caso, partes cercanas al sillín, para ser más concreto. No me di cuenta de cómo el olvido del sombrero y la incidencia del sol a esas horas de esconderse me dejó aplastado en el sofá, sin fuerza ni para el mando de la tele. Pero el encargo desde Lisboa de un artículo sobre la situación de los portugueses en Perú reactivó todo mi ser. Y me hizo salir por las calles del hiperespacio a buscar los testimonios e informaciones necesarias. Es el primer encargo que recibo. Ojalá sean muchos.
La primera visita ha sido a las páginas de las embajadas y he de decir que ambas, la portuguesa y la española, cubren las expectativas mínimas que se pueden esperar de ellas. Información exacta y comentarios críticos y, como siempre, los más crueles provienen de alguien que parece que escribe desde España. No hay que perder oportunidad, no. Me adelanto en el tiempo para dar agilidad al relato o porque si pierdo el hilo seguro que no sé continuar. Os cuento que justo cuando tengo entregado el artículo se publica la noticia, que comparto con alegría, de que sendos vuelos ya han sido programados para el domingo y el lunes con destino a Madrid y Lisboa, respectivamente. Son vuelos de Iberia y surgen comentarios interrogativos respecto a si los viajeros con billetes de otras compañías podrán regresar, interrogaciones que pronto se convierten en críticas. Yo no me atrevo a juzgar, menudo marrón tendrá que comerse el que se ocupe de esto. Paso todo el día junto a Rosa, escuchándola buscar solución a los problemas que se le van presentando a la gente que trabaja en campo. Y no son pocos ni fáciles. Mi admiración hacia ella crece y crece.
Hago contacto con Vítor y Soraia, que están en Cuzco, atrapados, y me explican su situación con enorme generosidad. Sin ellos nada habría podido hacer. Otra señora en Lima me pregunta si la puedo ayudar, que necesita que la ayude. Pasa al toque al inglés y me dice que está en un buen hotel, bien atendida y que solo necesita que la lleven a casa rápido porque está muy lejos. Cuánta empatía he perdido en el WhatsApp esta mañana. Pero nada irrecuperable. Al contrario, la respuesta desde Lisboa es inmediata: me halagan y me dan las gracias. Se me saltan las lágrimas, habituado como estoy al silencio y al olvido que suelen propinar los editores de España.
El resto del día lo dedico a hacer una revisión de mis contactos, a intercambiar saludos, a preparar pasta con brócoli, anchoas y pan rallado. Lavado de ropa en caliente, programa extra y Oxi Action. Nuevo nombramiento de ministro de Salud en Perú, que la anterior la pifió, y mucho, al descubrirse que la segunda víctima mortal se hizo la prueba pero no llegaron a entregarle el resultado, y era positivo. Lo encontraron en el interior de la vivienda, sin remedio ya, era cadáver, es de creer.
He decidido espaciar un poco las salidas y buscar un equipo de protección más adecuado que la máscara de uso diario. Pienso que será mejor alternar las salidas en bicicleta con las virtuales, y tratar de mantener la publicación diaria de estas crónicas. Pero bueno, ya sabéis, el hombre propone y Dios dispone.
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lunes 23 de marzo
casos confirmados: 32
muertes: 1
Hoy he vuelto a salir. He extremado las medidas de seguridad. Fotocheck de prensa visible, chaleco blanco identificado como prensa, tapabocas, braga para el cuello por encima, sombrero, manga larga, guantes de látex doble y una bolsa donde llevo unos pantalones cortos y un polo para cambiarme antes de entrar en casa. Y así hago, cuando entro por el garaje me desvisto y meto todo lo que ha estado expuesto en la calle a una bolsa que va de frente a la lavadora.
Podía haber sido tan cuidadoso al hacer la compra. Os cuento. Aprovecho que no hay cola en el Wong de Diagonal y compro para la semana. Rosa me pide pimientos y ajos, seis de cada, no son los pimientos verdes italianos pero son bien aparentes. Está haciendo frijoles con pulpo, rico rico. Le mete el cuchillo al pimiento y se ruboriza como una chiquilla de catorce años ante su primer piropo. Ya lo he hecho otra vez. He comprado rocoto en vez de pimiento. Pero oye, riquísimo, y he bebido toda el agua que he perdido por la mañana en la bicicleta.
Antes de comenzar a relatar el día un párrafo para resumir el fin de semana. Iba a aterrizar un avión de Iberia para llevarse a todos los españoles que cupieran (los que tuvieran billete de su compañía primero, eso sí, y ya en las otras plazas los demás). También iba a traer peruanos. Se sabía desde el viernes, el sábado salía de Barajas y el domingo del Jorge Chávez. Pues no, el gobierno peruano cerró el aeropuerto. Un jarro de agua fría para todos, sobre todo para los que, me consta, trabajaron dieciséis horas diarias, toda la semana anterior, en hacerlo posible. A malas uno lo piensa y lo entiende, el gobierno peruano busca medios a través de Cancillería, pero MINSA e INDECI dicen, y no les faltará razón, «cuidado, va a venir gente de un lugar que está en fase 4». Se siguen buscando soluciones y todos a superar rápido la estupefacción. Lo que no se supera tan fácilmente son los mensajes de peruanos diciendo a sus compatriotas que no vengan, que se queden allí, que son un peligro y unos irresponsables por querer regresar, que los peruanos somos muy grandes y algún hermano ya te apoyará. Porque todo el fin de semana me lo pasé atento a las páginas de consulados, embajadas, grupos de españoles... proponiendo la creación de una red de apoyo para los compatriotas que se han quedado lejos de su casa en Perú. No es tan fácil. No entiendo por qué, pero no es tan fácil. Bueno, yo tengo la formación de fotógrafo y, más aún, la de fotoperiodista. Las cosas hay que hacerlas cuando hay que hacerlas, y a la redacción se vuelve de la noticia con una foto, aunque sea una porquería. En el intento una española me pide el WhatsApp y me manda un audio de quince minutos contándome todas sus penalidades que empiezan mucho antes del coronavirus. No puedo ayudarla, no puedo ni darle aliento, sé que si lo hago va a esperar de mí algo que no voy a corresponder. Le digo que espero que todo se vaya resolviendo y mi respuesta no le gusta, empieza a escribirme de forma cada vez más agresiva sobre la decepción que le ha supuesto mi contestación y termino bloqueándola. Me duele entender que igual que ella hay un número, no sé si grande o pequeño, de compatriotas que se han quedado varados hace mucho tiempo entre la indigencia y el olvido. Su delgada capa de piel, que les protegía del tenue frío limeño, ha terminado de desaparecer con el coronavirus, y ahora sienten el mundo en carne viva. Y me doy cuenta de que no sé cómo ayudarles. Admiro tanto a Martín, por ello, puesto que lo hace de seguido y con toda naturalidad desde la Fundación +34.
Mercado número 2 de Surco.
Y empiezo a contar mi día, y mira que me cuesta arrancar. Ya os habréis aburrido la mitad y más de uno me habrá bloqueado. No os culpo. Hoy empecé por el mercado de Surco, el anexo 2. Un buen mercado, grande y ordenado, frente a la escuela de la FAP (Fuerza Aérea del Perú). Constato que la gente no termina de entender las medidas, llevan mascarilla y guantes pero bajan con sus hijos a comprar. Que se va de uno en uno... de uno en uno. ¿Y, qué hacen las madres solteras? Sí, es un problema, quiero escribir un artículo sobre todos los problemas que tiene Perú para afrontar esta crisis. Ya. También he oído que Shakespeare aprovechó una o dos cuarentenas para escribir no sé qué obras. Dentro se respira bastante normalidad. Más proximidad de la recomendada entre la clientela que espera en los puestos. Miembros de la Fiscalía fiscalizando a un señor que vende huevos en un puesto de calzoncillos, el puesto de muñequitos ahora vende alcohol y mascarillas a 3 soles, que tienen un proveedor en San Martín. Jorge Paintampome sigue vendiendo periódicos en papel en el puesto que su madre abrió hace sesenta años, cuando se fundó el mercado. Constato que la prensa sigue llegando a los quioscos. Bien por los colegas. Isaac Monte va a las cinco de la mañana a San Luis a por los pollos que vende al mismo precio que antes del aislamiento.
Salgo del mercado y voy a ver cómo están en Makro. Bendita bicicleta, cuántas cosas puedo hacer. En Makro bien, no hay colas ni lleno está el aparcamiento. Me dice el encargado que el abastecimiento es normal, que se ha reducido a la mitad el aforo y que algunos productos tienen limitada su compra a dos unidades. Que sí hubo nervios antes de las medidas de aislamiento, pero que ya no. Y le creo.
Hablo con los policías, que me preguntan cómo están las cosas en España. Mal, les digo, se reaccionó tarde y la población no lo tomo en serio. El técnico mira a sus hombres como diciendo «¿veis?». «¿Y cómo ve el Perú?», me pregunta de nuevo. «Las medidas me parecen las correctas y bien ejecutadas, pero me da miedo que en un país donde, por ejemplo, casi un millón de personas en Lima no tiene agua en sus casas, y sabe dios a cuántas otras se les está abasteciendo con camiones cisterna en los cerros, se pueda vencer al virus en tan solo quince días o un mes». De nuevo mira y asiente.
Atravieso Surco Viejo. Sigo por Ayacucho hasta Aviación, miro el tren que construyó Alan García en sus dos mandatos separados por ¿veinte años? Todo normal, en la normalidad del aislamiento. Sigo por Aviación tratando de aprovechar la sombra de la obra del autodesaparecido. Encuentro al alcalde de la Municipalidad de Surquillo, Giancarlo Casassa, quien dirige un grupo de desinfección y, parlante en mano, pide a los vecinos que no bajen en dos horas. Intercambiamos unas palabras, me intereso por la gestión de la municipalidad hacia los mayores y personas vulnerables. Me dice que cada siete días pasa personal del serenazgo para ver que todo vaya bien por sus domicilios y que hay un grupo de WhatsApp de la municipalidad, para el envío de avisos. Nos damos ánimos y nos despedimos. Cuando pase todo esto pienso ir a darle la mano que no le di hoy.
Sigo, las piernas ya pesan como imagino os pesan ahora los ojos. Llego a la Javier Prado y veo el funcionamiento normal del corredor naranja, control de acceso con apoyo del ejército para garantizar la distancia entre los pasajeros y que nadie viaje de pie. Ojalá lo hagamos todo bien, que eso del «duelo de Pantojas» del 3 de abril me interesa. Miráis las fotos después de leer, ¿no? Con el cariño con que las hago.
No llego a entrar en La Victoria, bajo por Javier Prado hacia San Isidro y encuentro en el límite entre ambos distritos a Rafael Celis, que vende mangos y papayas, a quince soles la caja de trece kilos de papaya. Rafael es colombiano y lleva en Perú ocho meses. Dice que esto está mucho más ordenado. Que aquello es muy movido por causa de la droga, que ya no lo aguantaba. Volveré a verle cualquier día de estos.
«Duelo de Pantojas», en el paradero de la línea naranja de Javier Prado.
Cruzada la Vía Expresa, que no tiene tránsito, sigo por Javier Prado y encuentro la embajada chilena. Unos pocos ciudadanos del país vecino esperan entrar. Me dicen que la embajada les ayuda con dinero, pero me lo dicen quejándose, que es poco, que a unos les da una cantidad y a otros otra, y siempre hay alguien más fregado. Dos mujeres peruanas que viven y trabajan allí desde hace años se encuentran en tierra de nadie, un país que es el suyo, donde no tienen nada, y sin poder volver a una vida en la que oficialmente no son reconocidas.
El resto de la mañana ha sido pedalear y pensar cuán afortunado soy. Bueno, rocoto incluido.
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martes 24 de marzo
casos confirmados: 21
muertes: 2
Hoy no he salido, así que no sé yo ni sobre qué escribiré ni en qué acabará todo esto. Empezaré por ayer. Que los billetes soportan la lavadora ya lo sabía. Pero que los audífonos −auriculares, para los que leéis desde allá− recuperan el brillo en el sonido tras pasar por un lavado rápido con agua caliente ha sido todo un descubrimiento. Y como quiero que estas crónicas tengan un sentido de utilidad pública, ahí va el primer coronaconsejo: estad tranquilos, vaciad los bolsillos del todo y desvestíos con calma, que no hay nadie en el garaje mirándoos.
Me cuesta trabajo concentrarme para leer, creo que voy a quitar la laptop de la mesa a ver si así el brillo de la pantalla deja de abducirme. A fin de cuenta, mis paseos virtuales por ella no me llevan a ningún sitio por esa falta de concentración. Quiero buscar datos que me ayuden a proyectar el futuro de esta situación en Perú. Es evidente que es imposible, esta crisis nos ha movido el suelo como ninguna otra, y lo ha hecho en todo el mundo sin excepción, literalmente. Pero sí quiero encontrar pistas que me ayuden a ver si el país está preparado para afrontar la guerra contra este virus coronado que tiene en jaque a toda la humanidad.
Busco en mi memoria ya que no me concentro para buscar en la hemeroteca y pienso en la última gran crisis que azotó el país, los huaicos que lo asolaron entre diciembre de 2016 y abril de 2017. Las cifras fueron sobrecogedoras, más de cien mil damnificados y seiscientos mil afectados, 75 fallecidos y 20 desaparecidos −igual la cifra final fue otra−, más de diez mil viviendas colapsadas, otras tantas inhabitables y casi ciento cincuenta mil afectadas. Y en infraestructuras las cifras no se quedaron atrás: mil novecientos kilómetros de carreteras afectadas y ciento cincuenta y nueve puentes colapsados. El norte del país fue el más afectado, especialmente las regiones de Piura, Trujillo y Lambayeque, donde las lluvias torrenciales alagaron tierras y viviendas con la furia de la avalancha. ¿Cómo se enfrentó Perú al desastre? Sé que me leéis por las tonterías que digo, pero qué trabajo me cuesta encontrar un enfoque desenfadado frente a todo esto.
El recuerdo que tengo de aquellos días, hace tan solo tres años, era mi estupefacción por el grado de destrucción que las lluvias causaron. ¿Cómo podían plegarse las carreteras como si fueran masa de pizza napolitana? Y tantas, y la Panamericana Norte, el eje vial principal, de carácter internacional que se vio cortada por el colapso de puente Virú. ¿Cómo es que dijo el subalterno del alcalde Castañeda cuando, ante la vista de todos, se derrumbó el Puente de la Solidaridad, en Lima? Ah, sí, «se desplomó», fue lo que dijo el edil. Cuando dejó de caer el agua del cielo, no mucho después, empezaron a precipitar papeles, declaraciones, acusaciones... que nos permitieron entender. El resumen se hace fácil: Odebrecht, el gigante de la construcción brasileño, tenía comprados a todos. Todo el mundo se llevaba su parte. Más de treinta años de orgullosa historia democrática del país reducida a prisión preventiva. Todos los que ocuparon la presidencia de la República tras Belaunde −excepto el presidente Paniagua− están ahora en el penal, arresto domiciliario, huidos de la justicia o suicidados; también están presos los dos últimos alcaldes de Lima, gobernadores regionales... y si en los despachos se mueven los maletines con dólares, en la obra lo mismo sucede con los sacos con material, a ver si va a robar el presidente y yo que soy el capataz, y tengo no sé cuántos hijos, no voy a poder llevarme un pequeño apoyo para darles techo, ¿y yo, papi, que ya solo me falta el suelo de la cocina? Dale nomás, pero que no te vean, no seas cojudo. Y ahí está la foto del desastre, aquí no, que hoy no voy a poner ninguna foto, que me da roche fotografiar a la vecina de enfrente, que limpia la planta con mucho amor; o al vecino de arriba, que a veces se asoma y también alegra algo la vista; pero no es cuestión, que estas son crónicas muy serias.
Las fotos del desastre las podéis ver poniendo en el buscador de vuestros navegadores «huaicos 2017». Pero mucho más preocupante que el desastre y sus antecedentes, de cara al análisis que quisiera hacer ahora, ha sido todo lo posterior. Kuczynski fue alabado en su momento por su rápida reacción, y nadie lo discutió. Mandó a un ministro a coordinar las labores de reconstrucción en cada zona de crisis. Los funcionarios públicos se arremangaron para ponerse a trabajar. Llovía y llovía, pasaban los días y la destrucción aumentaba, pasaban los meses y a las precipitaciones se sumaron las voces que preguntaban por qué no se decretaba ya el estado de emergencia. El Ejército se hacía cargo de la asistencia de la población y la reparación de vías y puentes, «con más corazón que medios», según dijo un jefe militar. Se habilitó un hashtag, #UnaSolaFuerza, para centralizar todas las ayudas y donaciones. Pero no se declaraba el estado de emergencia. Desde Palacio se anuncian partidas milmillonarias para la reconstrucción, ordinarias, extraordinarias, nacionales, regionales. Anuncios de dinero, pero no llegaba el estado de emergencia y Kuczynski afirmaba, en marzo, que no había condiciones aún. ¿Qué estaba pasando? El estado de emergencia lo declara el Poder Ejecutivo a través de un decreto supremo. Con ello libera fondos a las autoridades locales para adquirir productos sin concurso público, ese laberinto administrativo ideado para proteger los dineros del Estado gestionados por el MEF (Ministerio de Economía y Finanzas) de las garras de la corrupción. El antecedente del terremoto de Ica de 15 de agosto de 2007, que se resume en un titular del diario El Comercio: «A cinco años del terremoto en Ica: desidia, precariedad y corrupción», hace que Palacio sea reacio a la declaratoria del estado de emergencia.
Esto ya se va haciendo muy largo, no os equivocáis si pensáis que los titulares sobre la falta de avance en las obras de reconstrucción, la falta de coordinación y la presencia de corrupción han sido constantes en los últimos tres años. Titulares a los que sumar los referidos a corrupción en todos los niveles y estamentos. Este es el panorama al que ha llegado el virus de la coronita. La reacción del gobierno de Vizcarra ha sido rápida y acertada. La puesta en práctica de las medidas extraordinarias ha sido ordenada y eficiente, pero los mimbres de la cesta son los que son, y no podemos olvidarlos, no para sembrar pesimismo, sino para ser conscientes y estar atentos, que nos va la vida en ello, literal, otra vez digo literal, empiezo a repetirme, señal de que debo dejarlo aquí.
Mañana tengo programada una salida corta, y después me quedaré varios días en casa contándoos más cosas que ya sabéis los que sois de acá, mucho mejor que yo además, pero que como no tenemos otra cosa que hacer podemos ir recordándolas para tratar de anticipar los caminos por los que la enfermedad se va a propagar, los caminos de la desigualdad, del centralismo, del abandono del mundo rural andino y amazónico... En fin, voy a ver si la vecina cuida de la planta, que lo hace con un primor que da gusto.
7
miércoles 25 de marzo
casos confirmados: 64
muertes: 2
Hoy me he preocupado. Luci me ha dicho que qué guapo. Ella se dedica al rubro de moda y sabe de estas cosas. Pero si voy con la cara toda tapada con la mascarilla y la braga encima. Vende mascarillas de algodón para niñas a un sol. «Pero tienes los ojos bonitos», me ha dicho. Cómo, si llevo las lentes empañadas que no veo nada por causa de la máscara. La señora Luci es un encanto y me explica que algo tiene que hacer para llevar comida a sus dos hijas. Pero lo que le preocupa es que con ellas viven también los abuelos de 91 y 77 años. Buena gente, Luci, le prometo volver a visitarla sin máscara, para que me diga guapo otra vez.
Luci está en La Parada. La Parada es un mercado callejero que está frente al emporio textil de Gamarra, la gran fábrica mundial de ropa bamba. Un mercadillo bien popular, que hace temblar cuando se lo menciona. Ocupa calles y calles transversales a la avenida Aviación, donde se venden, sobre todo, alimentos. La gente transita con máscaras, aunque algunos sin ellas. Le pregunto a Luci si ve que se toman en serio las medidas y me dice que más o menos. Es lo que veo. Para qué insistir. Junto a la reja de acceso hay una venta de mascarillas, a dos soles, más baratas. «No me hagas fotos, no me jodas». Esto de ir todos embozados mola.
Pero me salto el principio de la mañana. Un vuelo ha podido salir para España con compatriotas. Bien por ellos. De esas cosas se ocupan los noticieros serios. Yo llegue tarde, lo hicieron demasiado bien, antes de las siete ya estaban todos dentro de su correspondiente autobús. Veo a algunos conocidos del Consulado, están realmente satisfechos. Bien por ellos. Y ahora a por el siguiente vuelo. Prometo llegar antes.
Luci vende máscaras para niñas en su puesto de La Parada. La Victoria.
Pedaleo y veo trabajar a los equipos de limpieza de San Borja en la Javier Prado. Un poco más allá las primeras personas esperan que abra el Banco de la Nación. Imagino que algunos esperarán cobrar la ayuda del Estado de 380 soles. Es una buena medida de la que se beneficiarán en torno a tres millones de familias. Una vez más pienso que el gobierno lo está haciendo bien. Sé que el país responderá, pero me da miedo que el virus encuentre dónde esconderse, en un país en el que lo fácil es dejar los escombros en el tejado y que la gente se las vaya arreglando. Setenta y dos por ciento de economía informal, mimbres, ayer hablé de mimbres, son los que son. La Victoria es un buen distrito donde conocer los mimbres de los que está hecho este país y Gamarra en especial. En el damero comprendido entre las avenidas México y 28 de Julio, y Aviación y Parinacochas, cinco minutos caminando de punta a punta, bueno vale, diez si vas cargado, hay, en cifras de 2017, casi cuarenta mil establecimientos, más de ochenta mil trabajadores y se movieron más de ocho mil millones de soles de negocio. Eso es lo que dice el INEI. La fiscalía y la nueva administración municipal también incluyen la existencia de una trama de delincuentes que desde el serenazgo cobraban cupo a negocios y ambulantes, una tontería de sisa sol a sol, que recaudaba 25 millones de soles al año. El país amaneció el 3 de agosto de 2018, año de elecciones distritales y regionales, con la infomación de que la Policía había detenido al alcalde de La Victoria, Elías Cuba, su hijo, su teniente alcalde y otros funcionarios vinculados a la municipalidad, como miembros de una presunta organización criminal bautizada como Los Intocables Ediles. No sigo, ya hasta me he perdido y no sé por qué cuento todo esto.
En su casa de La Victoria, Ana María cuida de gatos y perros de la calle.
Pero estoy en La Victoria y estoy de suerte. He pinchado. La rueda delantera hace un chopchop que no me gusta nada, veo un grupo de indigentes que beben en la calle del mismo vaso, pienso acercarme pero ya me da no sé qué. En frente veo un grupo de gatos que hacen lo mismo y decido fotografiarlos a ellos. Resulta que están ahí porque Ana María cuida de ellos. Los recoge de la calle y los mima, a perros y gatos, y estos están bien ordenados, atentos a cada movimiento suyo. Me dice que no tiene pienso para darles de comer. Me enseña dos cachorros que ha recogido hoy mismo, que salen del desalojo de los puestos de la Cachina, otro mercado cuyo nombre también hace temblar. Vete a ver por esa calle y pon mi dirección, a ver si alguien me puede traer comida para los pequeños. «Claro que sí. 177-A de la avenida Aviación», replico. «Sí, sí, muchos vienen y hacen fotos y luego nada», se queja. «Te creo. 177-A de la avenida Aviación».
Pero estaba con la rueda que hacía chopchop. Se lo digo a Ana María. La rueda hace chopchop. Ahí está el señor Severiano, él hace. Y voy. Que la rueda hace chopchop. Normal, mira qué clavo ¿Y qué hacemos? La cámara, ¿me la arreglas? Claro. Y hablamos mientras Luis se lleva la rueda, ¿Y cómo están en España? Mal ¿Y cómo lo ves acá? Mejor. Qué voy a decir. ¿Y cuantos años llevas acá? Acá 35, antes estábamos dentro. Y me enseña Luis la cámara, un agujero grande y otro chico. Con el chico es suficiente para botarla. ¿Tendrás otra nueva? ¿Del 26? No, pero espera. Y va y vuelve. Y se mete y sale con la rueda. ¿Cuánto es? Siete soles. Quiero llorar. ¿Y cuánto tiempo llevas acá? Ocho meses desde que salí de Venezuela.
Y hasta aquí os cuento hoy. Mañana sigo el relato. Os contaré la entrada a la Cachina, mi charla con Gilbert, otro venezolano que lleva en Lima dos años y trabaja como fiscalizador en la Municipalidad de Lima. También mi entrada en el Damero y mi encuentro con Máximo Agüero −el Ungido− y con Gabriel −el Príncipe Yhawel, también llamado el Patriota−. Y, también, con las obras de Olinda Silvano, Wilma Maynas y Silvia Ricopa, de la Comunidad Shipiba de Cantagallo, y las de Entes, Óxido, Lesivo y Pésimo, bajo los raíles del Metro.
Pero eso mañana.