Kitabı oku: «Rukeli», sayfa 3
5
Las raíces de un luchador
Rukeli nació la mañana del 27 de diciembre de 1907, de Wilhelm y Friederike Trollmann. Lo hizo en el apartamento del tabernero local. Wilhelm, analfabeto, firmó la partida de nacimiento con tres equis.
Uno de ocho hermanos, fue criado en la pobreza en un duro barrio de la ciudad de Hannover. Creció en licenciosas calles, entre viejas y a menudo desoladas viviendas adosadas de propiedad municipal. Friederike, o Daju («mamá» en sinti), se quedaba en casa. El padre de Rukeli, Wilhelm, era conocido en la familia y por los amigos como Schniplo por sus habilidades cortando y cincelando. Veterano de la Gran Guerra, conseguía dinero donde podía. Pasó algún tiempo como fabricante de paraguas y trabajó durante una temporada para la «policía de protección del agua». Cuando algún mueble se rompía, Schniplo ponía en práctica sus habilidades y trataba de repararlo. Era un hombre de recursos y nada se tiraba.
Schniplo y Friederike se habían casado en 1901 en Hambergen y trasladado a los alrededores de la zona de Hannover antes de asentarse. Los Trollmann habían estado en el norte de Alemania durante siglos y muchos se habían establecido en un solo lugar durante largos periodos de tiempo. Entre ellos había titiriteros y músicos profesionales, afiladores de cuchillos y fabricantes de cestas. Ninguna de estas profesiones son raras para los sinti o los roma.
Daju fumaba cuando podía conseguir tabaco, aunque nunca en la calle. Los cigarrillos solo se habían convertido en algo común tras el final de la Gran Guerra y no se vendían aún por paquetes en Alemania. Una mujer fumando en público era algo raro (y con el tiempo ilegal una vez que los nazis hubieron llegado al poder). Daju ya era objetivo de suficientes miradas por el solo hecho de ser una mujer gitana, con sus pendientes de oro y su largo pelo negro. Evitaba comportamientos considerados inadecuados para no atraer más atención. La familia evitaba hablar sinti en público mientras hacían esfuerzos por no destacar.
Las calles vecinas eran el lugar de trabajo de prostitutas y los hombres se paseaban por ellas en busca de acción. A veces las hijas de los Trollmann recibían miradas y comentarios que no eran bien recibidos. Rukeli y sus hermanos jugaban con frecuencia con los hijos de los Weiss, que también eran sinti de piel oscura y vivían cerca. Iban a nadar juntos al río cercano, lo que siempre preocupaba a Daju. No había nada que temer. Rukeli era un fuerte nadador, un buen atleta.
Cuando Rukeli empezó a ir al colegio, recibió azotes por no responder cuando lo llamaban. No se había dado cuenta de que había sido registrado en la escuela como Johann. Nadie lo había llamado nunca antes por su nombre alemán. El pelo de los niños de tez blanca era corto. Él tenía largos y salvajes rizos negros y agujeros en los zapatos. Encajaran o no en la escuela, Rukeli y sus hermanos aprendieron a leer —principalmente enseñándose los unos a los otros—; pero no las chicas.
Rukeli no fue criado para ser una estrella que destacara bajo la luz de los focos, sino un miembro de un grupo, compartiendo siempre los momentos de diversión y los recursos con sus siete hermanos. El mayor de los chicos era Carlo. Si se dice con acento alemán suena «kahlo», que significa «negro». Era el que tenía la piel más oscura y responsable de sus hermanos. En primavera y otoño, cuando los granjeros necesitaban ayuda extra, toda la familia se subía a un carromato con otros parientes y buscaban trabajo itinerante. Los hijos iban a la escuela dondequiera que se detuvieran y encontraran trabajo. Rukeli, su hermano Mauso —tres años menor— y su hermano Benny, siete años más joven que Rukeli, eran muy flacos, por lo que llamaban la atención. La compasión a veces traía comidas gratis. Cuando no había trabajo ni caridad, Schniplo recurría a robar un conejo o una gallina. Los roma y los sinti que viajaban se dejaban unos a otros señales a lo largo de los caminos, tronchando hojas y ramas —la propia palabra que se usa para decir «señal» es patrin u «hoja» en romaní— para avisar cuando los lugareños eran malvados o para indicar si eran hospitalarios. Aún hoy, en Norteamérica, hay gitanos que enseñan a sus hijos a leer una patrin e incluso, sinti y roma usan señales mutuamente inteligibles.
A los siete años de edad, Rukeli y su familia vivían en el número cinco de Haus Tiefenhal, un sitio con baños en la calle y sin agua corriente. Nueve familias compartían tres casas. Esto no se debía a la pobreza de la familia. Los edificios de apartamentos en las ciudades alemanas de la época solían obligar a los inquilinos a compartir tales instalaciones. Cuando un niño quería usar el retrete, cogía un trozo de periódico viejo y una llave colgados de las escaleras y se iba fuera. Los retretes eran tablones con agujeros en la mitad.
El combustible y el calor se obtenían de la madera y el carbón cuando había suficiente. El carbón se guardaba en una caja en la cocina. En verano, la caja y la estufa se sacaban fuera para hacer sitio.
Rukeli compartía cama con Carlo y con chinches y ratones. La ciudad tenía planes para derribar el edificio y construir viviendas para familias en mejor situación económica. Los Trollmann y los demás inquilinos vivían con la conciencia de que el momento de buscar una nueva residencia estaba siempre a la vuelta de la esquina.
Así pues, por el momento, este era su hogar. Las mujeres lavaban la ropa en una olla de agua caliente en la cocina. Pensando en la casa, miembros de la familia recuerdan haber tenido una llave pero no haberla necesitado. Siempre había alguien en casa. La familia alquilaba un huerto cercano para cultivar judías. La mayoría de los días comían guisos de judías, patatas y cualquier grasa que pudieran conseguir. Sin el huerto, no habría habido suficiente. Toda la comida se cocinaba en una gran olla de hierro forjado. Rukeli no era lo bastante fuerte todavía para levantarla. A menudo comían chucrut rojo, coloreado con tomates o paprika. La paprika era crucial. A los sinti les gustaba su comida más picante que a otros alemanes.
La escuela a la que asistía Rukeli era una institución solo para chicos donde los profesores recurrían al castigo corporal. Rukeli era rápido y, cuando veía la mano del profesor acercándose, la esquivaba. Esto enfurecía a la figura de autoridad y empeoraba las cosas. A su profesor no le gustaba tener al resto de la clase riéndose mientras el pequeño gitano se escapaba de su castigo.
Rukeli, cuando no iba al colegio, cogía erizos para venderlos como comida. Para sinti y roma, un erizo asado es una delicia. Más gordos en otoño, cuando están cogiendo peso para la hibernación, se les pueden quitar las púas haciendo un agujero en la piel con una fina caña o una aguja y soplando después a través de la caña o algún tipo de paja, inflando el cuerpo para separar la piel y las púas fácilmente del carnoso cuerpo. Sinti y roma asan el animal sobre un fuego o lo hacen guisado con salsa. Los manouche tienen la tradición de cocinarlo en una vasija de arcilla, idealmente con tomillo y ajo antes de quitarle las púas y la piel. No es costumbre alemana comer erizo pero aquellos eran tiempos difíciles y la gente del barrio de Rukeli comía la carne que se podía permitir.
Por las noches la familia se apretaba en el estrecho apartamento. Rukeli miraba por la ventana el farol de gas de la esquina. Los candiles de gas tenían agujeros en el fondo. Por las mañanas temprano un hombre con una pértiga venía y apagaba la llama.
Rukeli tenía ocho años cuando visitó una sala de boxeo por vez primera. Un amigo lo llevó para que echara un vistazo al gimnasio de la escuela local, donde había estado entrenando durante unas cuantas semanas. Boxear era ilegal, en parte porque muchos lo veían como una importación extranjera, algo inglés. E Inglaterra no era amiga.
El boxeo era por tanto ilegal y asociado a tipos duros y sin embargo allí estaba, este tentador y fruto prohibido y una oportunidad de demostrar quién era el más fuerte. Carlo creía que era mala idea dejar que su hermano pequeño fuera noqueado pero su padre no veía nada malo en aprender a defenderse19.
Empezó a ir al gimnasio de la calle Schaufelder, caminando los pocos kilómetros cuando podía y saltando a un tranvía si el tiempo era malo. Los tranvías eran otra novedad y también polémicos. Los tranvías eléctricos acababan de empezar a sustituir en Hannover al transporte tirado por caballos. No todo el mundo estaba de acuerdo en considerarlo un progreso ni todos se sentían seguros en los nuevos medios de transporte. Cuando se movía lentamente por la ciudad, la gente saltaba para subirse o bajarse en cualquier punto, lo que significaba que la gente joven se colaba casi tantas veces como pagaba el billete. Uno siempre podía saltar del tranvía al ver aparecer al revisor. Rukeli viajaba de esta forma.
Cuando se presentó en el gimnasio de la calle Schaufelder para comenzar a entrenar, los estudiantes mayores que él lo rehuyeron. Parecía demasiado pequeño, demasiado frágil. Lo echaron y pocos días después volvió. No tenía zapatillas de tenis ni ropa de ejercicio pero había vuelto. Cedieron y le dieron un tour por el gimnasio.
Una descripción de la sala de entrenamiento no sorprendería a nadie que conozca los clubes de boxeo de hoy día. Para Rukeli, todo lo que veía con sus ojos asombrados era nuevo. Había olor a sudor, un vestuario y una ducha. Rukeli, que se lavaba en una palangana en casa, no había visto nunca una. Los otros chicos le enseñaron cómo funcionaba.
En el área de entrenamiento de boxeadores, Rukeli encontró espacios abiertos, un muro para trepar y anillas que colgaban del techo. No había ring de boxeo. No siempre estaba montado sino que se armaba cuando era necesario.
Se entregaban guantes a los estudiantes. Los niños no necesitaban comprar ningún equipamiento. Si hubiera habido que comprar algo, habría sido la primera y la última vez para el recién llegado. Los protectores bucales no eran aún obligatorios en el deporte. Las protecciones de goma se habían empezado a vender solo recientemente.
Dario Fo imagina la escena: los chicos se animaban a gritos los unos a los otros y comentaban, aplaudiendo y riendo mientras el maestro, moviéndose entre dos pupilos haciendo sparring, gritando órdenes: «¡Respirad por la nariz, no por la boca!» «Moveos con las piernas!»20.
Los boxeadores se arremolinaron cuando le tocó el turno a Rukeli. Era hora de probar la nueva sangre. Rukeli fue golpeado en la cara hasta que su nariz hinchada empezó a sangrar. Aquel era el primer paso hacia la aceptación. Uno tenía que sangrar y después elegir quedarse a por más.
Tendría que venir y entrenar durante meses antes de que le llegara el momento de subir al ring. Cuando le llegó la oportunidad, no se le emparejó con una victoria fácil. Se le puso contra un chico un año y medio mayor y mucho más grande. Rukeli recordaría más tarde que pensó que había ganado pero el árbitro contó más puntos para el otro chico. Trollmann tuvo miedo de que la derrota supusiera no poder volver a entrenar más21. Los otros chicos le dieron palmadas en la espalda y le dijeron que todo el mundo tenía que perder a veces. Y aprender de ello.
El amigo que lo trajo por primera vez lo dejó pronto; Rukeli no. Él estaba enganchado.
En 1916, antes de cumplir los nueve años, ya tenía tres peleas a sus espaldas y había llegado hasta el campeonato del distrito Sur en la categoría de bantamweight (53 kilos o 116 libras). Con las costillas marcándose a través de su camiseta, era una cosa pequeña y esmirriada en un juego para chicos vigorosos y bien alimentados. Perdió pero aprendió de la experiencia. En los siguientes años, llegaría a ganar el título del distrito en cuatro ocasiones.
En 1919 la prohibición del boxeo, que ya por entonces no se hacía cumplir y era objeto de bromas en los gimnasios, terminó. En 1920 fue fundada la Asociación del Reich Alemán para el Boxeo Amateur y en 1922 se formó el Club de Boxeo Héroes de Hannover. Alemania, vista como el agresor de la Gran Guerra, fue excluida de los Juegos Olímpicos de 1920 y 1924. Sin embargo los alemanes necesitaban distracciones más que nunca y, en un país donde había tanta incertidumbre y donde la pobreza y el desempleo eran fuente de tantas humillaciones, muchos se volvieron hacia un deporte que ofrecía la posibilidad de demostrar la fuerza propia.
En 1922, el ministro de Asuntos Exteriores Walther Rathenau, el judío de más rango dentro del Gobierno alemán fue asesinado. Sucedió dos meses después de haber firmado el Tratado de Rapallo, por el cual Alemania y la Unión Soviética resolvían las disputas financieras y territoriales fruto de la guerra. Estaba en su descapotable, que se dirigía desde su casa en el Grunewald de Berlín al ministerio cuando un Mercedes se detuvo junto a él. Uno de los hombres del otro coche lo disparó con un subfusil MP 18, del tipo que los soldados alemanes habían utilizado en la guerra. El ministro de Asuntos Exteriores murió al instante pero los asesinos no corrieron riesgos, arrojando una granada al interior del coche. Fueron arrestados apenas unos días después. Uno de ellos, Ernst Werner Techow, declaró en el tribunal que Rathenau había admitido ser uno de los malvados Sabios de los Protocolos de Sión, refiriéndose al ficticio pero ampliamente creído libro antisemita que tan popular era en Alemania (y que en los Estados Unidos fue distribuido en la misma época por Henry Ford). Rathenau pronto se convirtió en un icono para quienes estaban preocupados por el mantenimiento de la democracia en Alemania. Cualquiera que fuera el valor de su muerte como símbolo para los antifascistas, el asesinato tuvo éxito al añadir caos y miedo a un frágil sistema, lo que debilitó al régimen.
La vida en Hannover y al resto de Alemania se hacía más difícil rápidamente. En 1923 el desempleo aumentaba y los negocios cerraban. Los pobres se volvían más pobres y la inflación hacía que la gente se preguntara de qué servían sus ahorros. En noviembre, Adolf Hitler lideró un golpe. Interrumpiendo al gobernador de Baviera durante un discurso en una cervecería de Múnich, Hitler disparó una pistola al aire y, con varios soldados armados respaldándolo, declaró: «¡La revolución nacional ha comenzado!». Varios de sus seguidores, un espectador y cuatro agentes de policía murieron antes de que se restaurara el orden y transcurrieron dos días antes de que Hitler fuera encontrado y puesto bajo custodia.
Doscientos miembros del partido nazi se manifestaron a su favor en la calle Georg de Hannover. La policía no intervino. Cuando se lo encarceló finalmente, las multitudes aclamaron a Hitler.
En 1924, él y sus compañeros fueron juzgados en Bavaria por traición. Utilizó la atención mediática para anunciar claramente a los medios nacionales que su objetivo había sido derrocar a la República de Weimar. El lugar de su osada declaración fue bien elegido, pues políticos locales de Bavaria se habían manifestado en numerosas ocasiones contra el Gobierno de Berlín. Cuando dijo que él y la gente al mando tenían «el mismo objetivo… deshacerse del Gobierno del Reich» no sonó como un loco. Sonó como una voz franca pidiendo el cambio contra unas políticas disfuncionales. Se le condenó a cinco años en prisión, la sentencia mínima por su crimen, y fue liberado en mucho menos tiempo, antes de las navidades de ese mismo año. Hitler dijo más tarde: «El fracaso del golpe fue quizá el acontecimiento más afortunado de mi vida»22.
En 1925 Rukeli ganaba su primer título del distrito, como peso medio.
19 Repplinger, R. (2012). Leg dich, Zigeuner: die Geschichte von Johann Trollmann und Tull Harder. Piper Verlag.
20 Fo, D. (2016). El campeón prohibido. Ediciones Siruela.
21 Repplinger, R, Op. cit.
22 Range, P. R. (2016). 1924: The Year that Made Hitler. Hachette UK.
6
El boxeo sale de las sombras
¿Qué era este deporte que acababa de salir de las sombras, y quiénes eran los boxeadores?
Nuevo para Alemania, el boxeo llevaba tiempo como un deporte establecido en Gran Bretaña. En el siglo XVII en Inglaterra, la nobleza patrocinaba las peleas. Los combates tenían lugar en un ring cuadrado, delimitado por postes y cuerdas, y normalmente al aire libre. El primer campeón registrado fue James Figg, quien también ganó competiciones con espada y porra23. Venció a todos sus adversarios en un anfiteatro de Londres, compitiendo a la vez que el algo mejor recordado Benjamin Boswell, cuya familia afirmaba ser de la realeza romaní. Boswell era un conocido asaltante de caminos además de pugilista. Uno de los primeros cronistas de este deporte, el Capitán John Godfrey escribió que Boswell tenía «un particular golpe con la mano izquierda en la mandíbula, que cae casi tan fuerte como la coz de un pequeño caballo». Los romaníes destacaron en los comienzos del boxeo británico y los luchadores romaníes eran héroes entre su gente. «Gypsy Jack» Cooper, otro de los primeros campeones, era tan infame que aún hoy, los romaníes y la gente que vive en caravanas en el Reino Unido le pueden preguntar a veces a un hombre presumido: «¿Quién te crees que eres, Gypsy Jack?».
El marqués de Queensberry fue el primero en codificar las reglas para el boxeo con guantes. El boxeo sin guantes fue pronto ilegalizado y reducido a la clandestinidad, donde continuó siendo practicado entre romaníes y comunidades nómadas, además de lugares tales como pueblos mineros, donde atletas y público mantenían las competiciones bajo el radar, pero muy vivas.
En los Estados Unidos en el siglo XIX, el boxeo atraía a un número cada vez mayor de participantes y fans. Popular entre el público en los circos ambulantes y las ferias, los deportes de lucha atraían a muchos roma y sinti, dado que estas comunidades tenían una gran participación en el negocio de los circos y en el comercio de caballos que era una parte importante de muchas ferias. El campeón inglés del peso pesado de 1870, un hombre romaní llamado Jem Mace, viajó a Louisiana para vencer al estadounidense, Tom Allen. Puede que no fueran legales, pero tales eventos atraían tanto a multitudes como a jugadores.
Fuera del boxeo, había pocas celebridades deportivas internacionales o transatlánticas. El deporte era inusual por su coronación de campeones mundiales cuyas fotografías aparecían en periódicos traspasando fronteras24. El primer título de campeón mundial del peso pesado fue entregado en los 1880 a John «The Boston Strong Boy»25 Sullivan.
En 1889 se celebró el último combate sin guantes por el título del peso pesado, en un ring al aire libre en Mississippi. Sullivan venció a Jake Kilrain al término de setenta y cinco asaltos. Lea eso de nuevo: setenta y cinco asaltos. No quedan registros que nos digan cuántos huesos de las manos se habían roto cuando la pelea hubo concluido. Una vez que esos espectáculos hubieron desaparecido, no tuvo que transcurrir mucho tiempo antes de que el boxeo profesional, con guantes y las reglas del marqués de Queensberry, se legalizara en Nueva York en 1896, un débil arranque para su aceptación en el Nuevo Mundo. La ley fue derogada en 1900, lo que detuvo el negocio hasta que volvió a la legalidad en 1911. En 1917, cuando Rukeli daba sus primeros pasos en el boxeo, Nueva York devolvió una vez más el deporte a la clandestinidad y en 1920 lo legalizó de nuevo con la aprobación de la Ley Walker.
A lo largo de la década de 1920, las minorías dominaron el boxeo en Estados Unidos (y siguen haciéndolo). A diferencia de lo que sucedía en muchos otros deportes en ese país, a los negros se les permitía participar, aunque había muchos blancos, incluyendo el campeón John Sullivan, que se negaban a entrar en un ring con ellos y muchos púgiles negros competían en un circuito aparte, con sus propios campeones de color. Sullivan también se negó a competir contra judíos o cualquier otro atleta «no blanco».
El primer campeón negro del peso pesado fue Jack Johnson, quien reinó desde 1908 a 1915 con un raro estilo constituido de contragolpes. Nacido en Galveston, Texas, hijo de un liberto, Johnson empezó a pelear en «Battle Royals». Se cubrían con una venda los ojos de hombres afroamericanos que luchaban entre sí en grupo, sin reglas, jaleados por espectadores blancos. Aquello no era una competición uno contra uno, sino una pelotera multitudinaria en la que solo podía quedar uno en pie.
Llegaría a ser el campeón mundial del peso pesado de color, defendiendo el título diecisiete veces antes de convencer a un campeón blanco para que le dejara competir por el título oficial26.
Tommy Burns acordó con Johnson una pelea por el título mundial del peso pesado en 1908 en Sydney, Australia. La raza no era el único factor que Burns ignoró. Johnson pesaba cerca de catorce kilos más y era unos quince centímetros más alto. Hoy habría entre ellos varias divisiones por peso. Burns aguantó catorce asaltos antes de que la policía separara a los boxeadores y Johnson ganara el título.
Cuando no se estaba preparando para una pelea, Johnson hacía giras como celebridad en shows de vodevil, luciendo sus joyas y su riqueza antes de hacer shadow boxing para los asistentes. Enfurecía a gran parte del público, especialmente en los estados donde pasaba más tiempo, por socializar y casarse con mujeres blancas, incluso en una época en la que otros hombres afroamericanos eran linchados por transgresiones similares.
Johnson murió a la edad de sesenta y seis años. Sus amigos recordaban que en un restaurante en Raleigh, Carolina del Norte, le dijeron que él y sus acompañantes solo se podían sentar en la parte de atrás, donde se permitía la entrada a la gente de color. Abandonó el local y se subió a su coche, un Lincoln Zephyr. Se marchó disparado y murió en un accidente a toda velocidad que sus amigos creyeron que había sido causado por la rabia despertada por el insulto27.
Por notable que fuera el éxito de Johnson en el ring, los judíos eran la minoría a la que el deporte de lucha atraía en mayor número en sus primeros años de legalidad. Muchos competían internacionalmente. Entre 1910 y 1940, hubo veintiséis campeones del mundo judíos. Estos títulos eran exigentes. Solo había ocho divisiones por peso, muchas menos que las de hoy día y no existía ninguna de las complejas redes de entidades sancionadoras actuales. El poseedor de un título de verdad era indiscutiblemente el mejor de su clase. En 1928, la mayoría de los luchadores profesionales de Estados Unidos eran judíos, seguidos de los de origen irlandés. En las décadas de 1920 y 1930, alrededor de un tercio de los púgiles de Estados Unidos eran judíos. El judío de 1,65 metros Benjamin Leiner, que peleaba como Benny Leonard, «the Ghetto Wizard»28, con una estrella de David en sus pantalones, reinó como el campeón del mundo del peso ligero entre 1917 y 1925. Benny Leonard estaba peleando contra Lew Tendler Jr. cuando se utilizaron luces cenitales por primera vez en una pelea nocturna, en el Yankee Stadium en el verano de 1923.
Cabría preguntarse si es que los luchadores judíos tenían algo que probar. Jimmy Johnston, promotor de la época, dijo una vez: «Coges a un chico judío y tarde o temprano su raza es vituperada. Él intenta con mucho más ahínco contraatacar por sí mismo […] el saber que más de un judío está siendo atacado le da un incentivo». Ni la sociedad europea ni la estadounidense estaban libres de hostilidad. Mientras Henry Ford diseminaba Los protocolos de los sabios de Sión, la Universidad de Harvard y otras de las universidades más prestigiosas de Estados Unidos limitaban la admisión de judíos. La discriminación en el mercado de trabajo y en los alojamientos se consideraba natural. El periodista judío estadounidense Ben Hecht comentó, refiriéndose a la vida en Alemania entre 1918 y 1920 que «se escuchaba y se veía menos antisemitismo […] que en cualquier época en los Estados Unidos»29.
Sin embargo, la mayoría de los boxeadores puede que pelearan menos para probar algo que para ganarse la vida. No se trataba de jóvenes que hubieran elegido entre el boxeo o la universidad, o entre el boxeo y algo mejor, en absoluto. La población judía de Estados Unidos y Nueva York estaba compuesta principalmente de trabajadores manuales y primeras y segundas generaciones de estadounidenses que vivían por debajo de la clase media. No era gente que lo tuviera fácil. En 1911, el 72 % de las prostitutas de Nueva York eran judías. Probablemente tampoco lo fueran porque estuvieran intentando demostrar nada.
Los boxeadores no vivían en una sociedad libre de intolerancia, y sin embargo el antisemitismo no era un problema en el negocio, ya que no solo los hombres que entraban al ring eran judíos. Todo el mundo lo era. Los judíos estaban presentes como entrenadores, mánagers, promotores. La Compañía Everlast, la principal marca de equipamiento de boxeo, fue fundada por inmigrantes judíos rusos. Además, «la mayoría de los fans eran judíos», según Vic Zimet, que fue mánager y entrenador en aquella época30. Y el boxeo era un deporte en el que, incluso antes de que se legalizara en Alemania o en Estados Unidos, lo único que importaba era lo que un luchador fuera capaz de hacer. Esto era cierto no solo para los romaníes en Gran Bretaña, donde Daniel Mendoza, también judío, fue campeón de Inglaterra entre 1791 y 1795. Aquellos años marcaron una época en la que los judíos no eran bienvenidos en la cima de todas las profesiones.
El centro de la escena del boxeo profesional era Nueva York, que era además el centro de la comunidad judía de Estados Unidos. Charley Phil Rosenberg peleaba en Ohio un mes después de haber ganado el título mundial de peso gallo en el Madison Square Garden. Alguien sentado junto al ring no paraba de gritar a su oponente «mata al judío bastardo» y Rosenberg no podía aguantarlo más. Después de haberse levantado del taburete de su esquina, y escupido por encima de las cuerdas todo el agua, la saliva y la sangre de su boca a los ojos de aquel hombre, se enteró de quién era: el alcalde de Toledo. Los boxeadores de minorías de Estados Unidos no estaban aislados de las actitudes de su época.
La cultura en la que el boxeo existía no solo era diferente de la actual en lo referente a las actitudes sobre la etnicidad. Las actitudes hacia chicos que golpean y son golpeados eran también distintas. Charles Gellman, un peso medio de la época, recuerda: «Llegué a casa con un par [de magulladuras], pero era normal. Todo el mundo se metía en una pelea callejera en esos tiempos. Había un tipo en la casa de bomberos de al lado, que te daba un par de guantes y se ponía a mirar».
Por extraño que pueda resultar hoy imaginar a un bombero, un servidor público, animando a los niños a que dirimieran sus disputas mediante la fuerza física mientras él observaba el espectáculo, aquello era la norma. Charlie Nelson creció en un orfanato de Hell’s Kitchen, en Nueva York. Los sacerdotes que cuidaron de él solían ordenar a los chicos que discutían que resolvieran sus diferencias con guantes de boxeo. Aparentemente no había nada impío en dejar que la fuerza otorgara la razón.
En Alemania, el boxeo ganó popularidad rápidamente. Surgieron clubes de pugilismo vinculados a partidos políticos. Hubo una época en la que ningún deporte podía afirmar ser el pasatiempo nacional —el fútbol era también una importación reciente del mundo anglosajón— y el boxeo tenía tantas posibilidades de convertirse en la pasión nacional como cualquier otra actividad atlética. La esgrima llevaba tiempo siendo importante entre los que habían sido educados en la universidad y las clases altas, pero no era para todo el mundo. Era elitista tanto por su imagen como por el coste de su aprendizaje. El boxeo era un juego para el hombre común.
Si bien los gitanos no tenían mucha presencia en el mundo del boxeo profesional de Nueva York, lo practicaban allá donde estuvieran y en cualquier modalidad de pugilismo que se encontraran. En 1920 un manouche de diez años que algún día llegaría a ser el gitano más famoso de Europa y uno de los músicos de jazz más célebres del mundo, Django Reinhardt, se peleaba a puñetazos con otros chicos para ganarse unas propinas de los espectadores en un ring de boxeo de un café de la avenida d’Italie de París31.
El estadounidense sinto romaní residente en Texas Aaron Williams (sin relación con el famoso atleta) cuenta que su abuelo Joe Schwartz boxeaba por dinero en el oeste de Estados Unidos en 1898. Su otro abuelo, Otto Wells, dirigía un ring de boxeo ambulante que servía de atracción en circos y ferias. Uno de los tíos de Williams actuaba en combates de exhibición. Dados los intereses locales de la época, no se presentaba como gitano sino como nativo americano. Entre los sinti que llegaron a Estados Unidos en el siglo XIX, muchos se pusieron a trabajar en circos o shows ambulantes, que con frecuencia incluían algún tipo de número de pelea o lucha libre. Había muchos estilos de lucha y conjuntos de reglas, normalmente sin guantes. Según Williams, Joe Schwartz peleaba al aire libre o sobre suelos de tierra. Unas marcas trazadas en el suelo delimitaban el ring y los luchadores perdían si retrocedían o eran echados a golpes más allá de las marcas.
Los sinti del árbol genealógico de Williams se mezclaron tanto con romnitchels, o romaníes ingleses emigrados a América, que pronto dejaron de referirse a sí mismos como sinti. Llegaron a ser conocidos como «romnitchels holandeses» u «holandeses negros». «Muchos romnitchels aún lo hacen», dice refiriéndose a campeonatos de boxeo a puerta cerrada. No autorizadas e ilegales, las competiciones se celebran en la actualidad por todo el oeste y el medio oeste y atraen a gitanos que rara vez interactúan fuera de ellas. Por ejemplo, dice: «Es el único lugar en el que algunos de ellos se encuentran con los gitanos irlandeses». Cualquiera de los romanitchels y sinti de lugares como Oklahoma, Texas y el oeste que lucharon ante un público en las décadas de 1920 o 1930 lo habría hecho en eventos clandestinos. El boxeo legal llegó a esa zona del país más tarde.