Kitabı oku: «Los crímenes de la iglesia franquista», sayfa 2

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En su celo por ayudar a Franco y acabar con los vascos, el Arzobispo de Burgos olvida que sus terribles sanciones no pueden alcanzarles:

1º Porque no es obispo del País Vasco y no tiene ninguna jurisdicción sobre los vascos; incluso mereciéndolo, él no podría excomulgarlos.

2º Todas las Constituciones que cita de los Pontífices Clemente XII, Benito XIV, León XIII, etc., para asustar a los vascos, están derogadas y, actualmente, no hay más condenas por la Iglesia que las contenidas en el Código de Derecho Canónico.

3º El Código de Derecho Canónico, en su canon nº 2335, excomulga, no a quienes se encuentran en la situación de los vascos, sino «a quienes habiendo dado su nombre a una secta masónica u otra de la misma naturaleza, urdieran maquinaciones contra la Iglesia o contra gobiernos civiles legítimos», que es precisamente el caso de los amigos y aliados de Monseñor, el Arzobispo de Burgos.

Declaraciones de otros obispos

Nos llegaban noticias a mis hermanos y a mí del apoyo incondicional de la mayoría de los obispos afines al régimen golpista sabíamos de los motivos de tal acercamiento y del pensar de cada uno de ellos, repito que más que un motivo de fe les movía su asentamiento futuro, por encima de la doctrina de Dios, estaban sus personales ambiciones. El primero que se arriesgó a hacer declaraciones en el extranjero fue Su Excelencia el Obispo de Canarias, quien en una entrevista publicada por La Libre Belgique el 8 de noviembre de 1936, llega a afirmar:

«El General Franco conduce una guerra santa, una cruzada tan digna de nuestra admiración como la de San Luis para liberar Jerusalén».

Y añade:

«El golpe de Estado no era posible. El General Franco no estaba seguro de una parte del ejército. Los demás mecanismos del Estado, administración, policía, magistratura, enseñanza, estaban en poder de los tiranos de España. Los gobernantes de izquierda habían “depurado” incansablemente todos los organismos del Estado, separando sin piedad a quienes no eran sus probados partidarios. Era preciso elegir, o el bolchevismo o la guerra. El recurso a la fuerza era legítimo».

La Libre Bélgique, 8 de noviembre de 1937.

Los otros obispos rivalizaban a cual mejor. He aquí algunas de las declaraciones que hicieron al diario falangista F. E. con ocasión del aniversario de la rebelión.

El Arzobispo de Granada confiesa:

«La Iglesia española, desde el primer momento de la sublevación no ha dudado en refugiarse bajo la protección de quien podían liberarla del enemigo que la torturaba y perseguía con deseo de destruirla. Desde entonces hasta hora, la Iglesia no ha escatimado ningún medio para quienes luchan con las armas en la mano».

El Arzobispo de Burgos dice:

«La opinión de los obispos españoles con relación al movimiento de restauración de España emprendido por nuestro glorioso ejército, no puede ser más que una adhesión sincera, firme y entusiasta, de ánimo caluroso, con el ferviente deseo que la guerra termine lo antes posible, con una victoria plena y completa».

El obispo de Madrid-Alcalá declara:

«Son numerosos los documentos del Episcopado facilitados al pueblo fiel, en los que, a la luz de la teología católica y la moral natural, se justifica el levantamiento, y donde se condena como tiránico e ilegítimo el Gobierno de Madrid, hoy gobierno de Valencia, donde se exalta el heroísmo del ejército y el pueblo que se han levantado en armas y seexhorta a los fieles a rogar a Dios por su triunfo; donde se incita con fervor a todos los españoles a cooperar, con espíritu de sacrificio y abnegación, a fin de responder, con el mayor desprendimiento y generosidad posibles, al heroísmo de quienes dan su sangre en los campos de batalla; y donde se exalta y bendice al hombre providencial dado por Dios a España: El Generalísimo Franco».

El obispo de Teruel afirma:

«Soy ciudadano español y prelado de la Iglesia católica. Cualquiera de estos títulos bastaría por sí mismo para que, desde el principio, yo debiera dar mi adhesión, sincera y entusiasta, al glorioso movimiento nacional. En esta santa cruzada, gesto heroico de los tiempos modernos, el verdadero pueblo español persigue, intrépido y sin desfallecer, con orgullo, la misión histórica que debe cumplir, pues, al tiempo que salva su propia existencia, opone un dique infranqueable al marxismo ateo y materialista que, desbordándose desde la estepas rusas, golpea impetuosamente los seculares muros de la civilización occidental y cristiana, a la que pretende envolver y anegar con sus turbulentas y cenagosas aguas».

El obispo de Cartagena, Monseñor Díaz Gomara, ha dicho:

«Benditos sean los cañones si, en las brechas que abren, florece el Evangelio».

Franco ha enviado en viaje de propaganda a Monseñor Díaz Gomara a Uruguay, Argentina y Paraguay, aprovechándose del Congreso eucarístico. En su viaje, Monseñor Díaz Gomara ha manifestado a los periodistas su absoluta certeza respecto del triunfo de los ejércitos «nacionales».

En Montevideo, Monseñor Díaz Gomara ha visitado los locales de Falange y en Buenos Aires asistió a la conferencia que dio Monseñor Franceschi sobre «los crímenes de la horda marxista». También bendijo los locales y banderas de la agrupación monárquica de Buenos Aires. Según la prensa franquista, Monseñor Díaz Gomara ha visitado también los colegios y las comunidades de Buenos Aires, «dejando oír su verbo caliente y henchido de patriotismo, dando a conocer la cruzada española y el triunfo de la propaganda en favor de la España nacional».

En Paraguay se celebraron grandes recepciones en su honor y, en todas, tomó la palabra «para resaltar las gestar heroicas asumidas por Franco y su ejército salvador». Ninguno de sus discursos ha tenido carácter espiritual. Incluso el discurso que pronunció en la III Asamblea Nacional de la Juventud argentina ha sido consagrado «al ejército español, que con un heroísmo cristiano, dona su sangre generosamente por Dios y por la patria, bajo las órdenes de Franco».

Capítulo Segundo

Persecución de sacerdotes y religiosos

«La ejecución de un sacerdote es un acto horrible, pues es un ungido de Dios, situado, por este hecho,

en un plano sobrenatural al que no debieran llegar

ni el crimen, cuando existe, ni las sanciones

de la justicia humana que suponen el crimen».

Cardenal Gomá,

carta abierta al Presidente Aguirre.

Ejecuciones de sacerdotes vascos

A primeros de septiembre del 36, las tropas del General Franco ocuparon la mayor parte de la provincia de Guipúzcoa, una de las tres del País Vasco. Inmediatamente comenzó una violenta persecución contra los sacerdotes vascos, cuyos nombres citamos a continuación, según una lista publicada en un artículo de la revista Esprit, en su número de enero.

No es posible dar una relación completa de todas las persecuciones de que ha sido víctima el clero vasco por parte de los militares y sus cómplices, los Carlistas y la Falange española.

Los hechos, si fueran conocidos, no dejarían de provocar una reacción inmediata y profunda del pueblo vasco, tan eminentemente católico y respetuoso de sus clérigos, a los que profesa viva afección; también los militares intentan, tanto como les es posible, ocultar sus actuaciones.

A este respecto:

a) Prohíben informar a los familiares que alguno de sus miembros, perteneciente al clero, ha sido fusilado.

b) Prohíben el toque de difuntos y la celebración de funerales en las iglesias que servían los fusilados.

c) Han prohibido que en el Boletín Eclesiástico de la diócesis de Vitoria se publiquen los nombres de los sacerdotes ejecutados y «la causa violenta de su fallecimiento».

En este sentido, es preciso afirmar:

a) Que ni un solo sacerdote ha pertenecido al Partido nacionalista vasco como afiliado, mientras que en el resto de España muchos curas forman parte de alguna organización política de derechas.

b)Desde el inicio de la guerra el clero está apartado de ella, ejerciendo, únicamente, su sagrado ministerio y siendo respetado por todos, incluso por los «marxistas».

c) Que, durante los primeros meses, no hubo ningún capellán castrense en los batallones, habiendo sido el gobierno vasco el primero en poner en marcha, recientemente, este cuerpo.

d) Ningún sacerdote va armado; tampoco los capellanes, ni para su defensa personal.

Por contra, es público y notorio que en la España rebelde los capellanes castrenses llevan pistola al cinto y no se la quitan ni para celebrar la santa misa. En la provincia de Álava, que desde el principio está en poder de los militares, numerosos curas jóvenes, obligados a tomar las armas, han sido destinados a batallones como reclutas. El gobierno vasco, por su parte, solo pide a los curas jóvenes que ejerzan su ministerio...

Respecto de los sacerdotes vascos fusilados, conviene saber:

a) Que ninguno ha comparecido ante un Consejo de Guerra, ni ha sido instruido su proceso, ni tan siquiera ha sido interrogado.

b) Que las razones de su ejecución son mantenidas en secreto.

c) Que el confesor está obligado a jurar que callará el nombre de la victima, el día y el lugar de ejecución.

d) Que al condenado se le comunica que va a se ejecutado en la misma madrugada, solo unos momentos antes, cuando se le va a buscar a su celda. Llegada su última hora, no se le permite oír misa, ni siquiera recogerse. Sencillamente, llegado al lugar del suplicio, un religioso le toma confesión y le da la hostia.

e) Que los sacerdotes son arrojados a la fosa común, sin la menor ceremonia...

A continuación, publicamos el relato de algunas de estas ejecuciones, aquellas de las que tenemos detalles ciertos; que no son, efectivamente, el caso de todas, al ser secretas. Los testimonios son muy difíciles de recoger pues, como queda dicho, los confesores han jurado guardar secreto, tanto respecto del nombre de la víctima como del día y lugar en que se producen los fusilamientos.

— Don Alejandro Mendicute: De unos 45 años, capellán de Hernani (Guipúzcoa). Gran orador vasco y sociólogo; fue detenido en su caserío y encerrado en la prisión de la ciudad, donde permaneció diez días. Requerido por su hermano, cura de la misma localidad, fue puesto en libertad. Más tarde, un joven fue a arrestarlo de nuevo a su domicilio; era una tal Juan José Pradera, hijo de una aristocrática familia de San Sebastián, reaccionario, que le injurió groseramente, pronunciando los peores insultos respecto de su madre y, finalmente, consiguió que fuera encarcelado en la prisión de Ondarreta, en San Sebastián. Allí ocupó la celda número 11 y, sin haber comparecido ante ningún consejo de guerra, se le fusiló en la noche del 23 al 24 de octubre, en la tapia del cementerio de su ciudad y, según el rumor público, en presencia de un hermano suyo, también sacerdote, que no quiso abandonarlo en esta hora trágica.

— Don Martín Lecuona y don Gervasio del Arbizu:El primero de 29 años y el segundo de 64.

Ambos de la parroquia de Rentería (Guipúzcoa). Permanecieron en su parroquia, cumpliendo con los deberes de su sagrado ministerio, todo el tiempo que duró la dominación de los rojos, vestidos con sus sotanas y respetados por todos. Cuando fue evacuada la población civil, pues se temía la explosión de los depósitos de gasolina de CAMPSA, permanecieron los dos en su puesto, al lado de los fieles que no habían querido marchar. Llegaron los militares, con los que los dos curas vivieron en paz durante un mes y medio, hasta el momento en que empezó la persecución contra el clero.

Entonces, fueron arrestados. Los falangistas obligaron al Padre Lecuona a quitarse la sotana y los dos curas fueron conducidos a la prisión de Ondarreta en San Sebastián. Allí estuvieron varios días; luego se les dijo que iban a ponerlos en libertad y, con esta confianza, firmaron su boleta de libertad. Pero era una burla, pues un coche les esperaba a la puerta de la prisión, siendo obligados a subir en él y llevados a Galarreta, un caserío de Hernani, donde se les fusiló. Sus cuerpos, según el rumor popular, fueron cargados en una camioneta para transportarlos al cementerio.

Don MartínLecuonafue el primer secretario que tuvo la Agrupación Vasca de Acción Social Cristiana, en Guipúzcoa y, luego, Secretario social diocesano; además, fue el fundador de la primera organización local de la Juventud Obrera Cristiana Vasca (J.O.C.V.)

— Don Joaquín Arín, don José Marquiegui y don Leonardo de Guridi: El primero, cura arcipreste de la muy importante parroquia de Mondragón (Guipúzcoa) y los otros dos, Vicarios de la misma parroquia. El arcipreste tenía 64 años, sus Vicarios alrededor de 38. Don Joaquín Arín gozaba de la mejor de las reputaciones en la Diócesis. Estaba enteramente alejado de los movimientos políticos, amado de sus ovejas y sembrando el bien a su alrededor. Los curas jóvenes le secundaban de forma notoria, como pastores esclarecidos. El Padre Marquieguiera un escritor vasco y ambos estaban plenamente empeñados en obras de educación a la juventud. Los tres curas fueron arrestados en sus domicilios y conducidos a la prisión de Ondarreta en San Sebastián, cuya celda número 5, en la planta baja, les sirvió de calabozo. Se les fusiló a los tres en la tapia del cementerio de Hernani, en la noche del 24 al 25 de octubre, día que se celebra en España la festividad de Cristo Rey.

— Don José Sagarna: 24 años, Vicario de la pequeña parroquia de Berristuá (Vizcaya); ordenado sacerdote en 1935, al mismo tiempo que otros cinco jóvenes nacidos como él en Cianuri (Vizcaya). Celebró su primera misa en la festividad del Sagrado Corazón, al igual que los otros cinco jóvenes ordenados al mismo tiempo que él.

Toda Vizcaya se sumó a esa festividad, que presidió el Obispo de la Diócesis. El Padre Sagarnaera un sacerdote de costumbres angelicales. Cuando los militares ocuparon una parte del pueblo, que tuvieron que abandonar casi instantáneamente, se llevaron al Padre, acusándole de simpatizar con el movimiento vasco y le fusilaron.

El Capellán Castrense de los Requetés (milicias carlistas) que le tomó confesión jamás pudo comprender por qué se había ordenado su muerte, pues él era testigo de la inocencia de esa alma.

— El Padre Otaño: De la Congregación del Corazón Inmaculado de María, en Tolosa (Guipúzcoa) Fue arrestado por denuncia de un religioso de la misma orden. El Padre Otañovivía muy retirado, poco conocido y casi nadie sabía que tuviera simpatías por el movimiento vasco. No se sabe el día ni el lugar de su ejecución.

— Don Joaquín Iturri Castillo: Cura de Marín (Guipúzcoa), tenía alrededor de 30 años. Fue arrestado y conducido a la prisión de Ondarreta el 6 de noviembre, el mismo día que se recibía en San Sebastián un telegrama de Franco prohibiendo las ejecuciones de curas. A pesar de ello, el Padre Iturri-Castillo fue fusilado la noche del 6 al 7 de noviembre, en la carretera de Articuza, en la montaña, junto con otras varias personas.

— Don José Peñagaricano y don Celestino de Onaindia: El primero de 63 años y 38 el segundo; el primero Vicario de Marquina-Echeverría y el segundo Vicario de Elgoibar. El primero abandonó su pueblo porque su casa se encontraba en primera línea de fuego; pasó a la zona de operaciones y se refugió en casa del cura Onaindia el 9 de octubre. El Padre Onaindia estaba en su parroquia desde el 20 de septiembre, cuando los militares ocuparon el pueblo. No se le molestó para nada hasta el 21 de octubre, día en que fueron arrestados en la misma iglesia y conducidos a la prisión de Ondarreta. Allí ocuparon la celda número 5, en la planta baja, junto a los otros tres curas de Mondragón de los que ya hemos hecho referencia. Se fusiló al Padre Peñagaricano la noche del 27 de octubre y al Padre Onaindia a la siguiente.

Ni se les interrogó ni comparecieron ante ningún Consejo de Guerra.

Sin desprenderse de su rosario, se les empujó hasta introducirlos en un coche. No se sabe dónde fue muerto el Padre Peñagaricano, y se supone que el Padre Onaindia fue fusilado en el cementerio de Oyarzun. Este sacerdote, cuando fue ejecutado, entonaba el Te Deum mientras las lágrimas rodaban por sus mejillas que, según el religioso que le asistió en sus últimos momentos, no eran expresión de dolor, sino de la emoción que sentía porque iba a entrar en el cielo. El Padre Peñagaricano leía cada día el Oficio Divino, arrodillado ante el Santísimo Sacramento; confesaba a diario y al sonar la hora, aunque no se encontrara ante creyentes, se descubría frente a todos y rezaba el Ave María.

El Padre Onaindia era el director de las Hijas de María; dirigía dos círculos de Estudios Sociales de obreros cada semana así como el día de retiro mensual, que seguían 70 jóvenes; finalmente, se ocupaba de una asociación de 70 personas que diariamente hacían meditaciones, escuchaban lecturas religiosas, etc. Los dos fueron enterrados como los otros curas, en la fosa común, junto a otros fusilados, sin ningún respeto a su memoria. No se ha permitido dar una sepultura digna a todas esas víctimas.

— Don José de Ariztimuño (Aitzol): De 39 años; detenido el 15 de octubre en el barco Galerna, que hacía el trayecto Bayona-Bilbao, y conducido a la prisión de Ondarreta. Al parecer fue interrogado, pero no compareció ante ningún Consejo de Guerra. Se le fusiló junto a otras 18 personas más, entre ellas una muchacha, en la tapia del cementerio de Hernani. En la primera descarga, el Padre Aristimuño fue alcanzado y gravemente herido, pero vivo aún, murmuraba la oración: «¡Piedad, Señor, piedad!» cuando se le dio el tiro de gracia. ¡Un joven «señorito» perteneciente a una de las mejores familias de Bilbao, se encargó de esta barbaridad!

La personalidad de este cura era eminente en el dominio de las letras vascas. Antiguo Secretario de la Unión del Clero de España, organizador del Congreso de las Misiones celebrado en 1929 en la exposición de Barcelona, había fundado y dirigía dos revistas especializadas en estos temas.

Luego, fue director fundador de Euzkaltzalea, así como de la revista de altos estudios vascos Yakintza. Periodista de talento, autor de varias obras, había recogido tres mil poesías vascas. Fundador y animador de los periódicos El Día del Euzkera, El Día de la Poesía Vasca y El Día del Teatro Vasco.

Es de destacar que la mayoría de los artículos que publicó trataban sobre problemas sociales, tomando la palabra ante asambleas de trabajadores para defender sus derechos, polemizando públicamente con los «rojos».

Fue duramente combatido por las derechas, por ser vasco nacionalista, y por la prensa comunista Euzkadi Rojo, por su acción social. La prensa reaccionaria de San Sebastián, interesada en su arresto, escribióde él «que era un mal español, un peor vasco y un cura perverso» y cuando se enteró de su arresto, le calificó así: «El energúmeno de Aitzol.» Según dijo quien en el último momento recibió su confesión, su muerte fue sublime. Su cadáver desapareció enseguida de ser ejecutado.

— Don José de Adarraga: Sacerdote muy anciano. Se le fusiló al mismo tiempo que al Padre Ariztimuño. El rumor público evalúa alrededor de 30 los curas fusilados.

No obstante, no podemos dar por cierta esta afirmación, a falta de pruebas concretas. De todas formas, es probable, con bastante certeza, que el 18 de noviembre se inhumaron cuatro cadáveres de curas en el cementerio de Vera (Navarra), donde se fusiló a 150 guipuzcoanos. La tarea de investigar estas muertes, fecha y lugar no es fácil, ciertamente, dado el secretismo que las rodea. Más de 150 curas han sido encarcelados; muchos en calabozos de prisiones comunes y otros encerrados en sus conventos, convertidos en prisiones. Y esto, solo en lo que concierne al clero de Guipúzcoa. Se sabe que más de cien religiosos y sacerdotes han huido de esta provincia y buscado refugio en el extranjero y muchos otros se encuentran en Vizcaya, protegidos por el gobierno vasco, rodeados de cariño y respeto.

En Guernica, dicen que han sido asesinados dos sacerdotes y se tiene la certeza que en Amorebieta se ha fusilado un Padre Carmelita.

Cuando los rebeldes entraron en Amorebieta, se encontraron con cuatro o cinco Padres en el Convento de Larrea. Los carlistas, requetés, les prometieron garantías de seguridad, pero pidieron instrucciones a la Comandancia Militar de Durango sobre qué hacer con ellos y la respuesta fue ésta: «Fusiladlos a todos». Que sepamos, al menos, el R. P. Román de San José, nacido en Zaldivar, que era Rector de la Colegiata, fue fusilado contra el claustro del Convento, sin acusación ni proceso.

Ejecución del Padre Revilla

La historia del Padre Revilla encierra un gran interés. Este hombre siguió la carrera militar, llegando al grado de capitán. Luego, pidió la separación del ejército. Educado en un hogar de tradición católica, entró en la Orden franciscana. Cuando el desastre en Marruecos, en 1921, este hermano se declaró acusador particular frente a Berenguer por haber rechazado la mediación de los franciscanos para salvar la vida de los prisioneros del desastre de Monte Arruit, que este General dejó morir cobardemente.

Cuando estalló la actual sublevación, el Padre Revilla se encontraba en Burgos, donde visitaba a su anciana madre. Cuando se desencadenó la era de terror y asesinatos, protestó y denunció los abusos y asesinatos que cometen los falangistas en la retaguardia, lo que estaba en violenta oposición al espíritu cristiano.

Entonces fue arrestado y se le preguntó si era enemigo del fascismo. Respondió que no era un hombre político, tan solo cristiano, pero si los asesinatos perpetrados en nombre de Cristo era el fascismo, él condenaba el fascio. Esta noble declaración fue suficiente para que el 4 de septiembre fuera «paseado» y enterrado en la fosa común abierta en el término de La Legua, en Gumiel de Izán. Murió vestido con su hábito de franciscano y abrazando un crucifijo.

Destierro de sacerdotes

A mediados de febrero comenzó la gran ofensiva contra Bilbao. Durante noventa días el País Vasco soportó un ataque muy cruel en el que los milicianos y la población civil sucumbieron por millares, siendo destruidas, si piedad, numerosas poblaciones vascas.

Durante este tiempo, en la retaguardia, eran perseguidos, sin menor encarnizamiento, todos los que por haber manifestado el amor a su país, eran sospechosos de simpatizar, de alguna manera, con los defensores de Bilbao. Los maestros y los funcionarios fueron rigurosamente «depurados» y varios centenares de familias reducidas a la pobreza, en completa indigencia, por el único delito cometido de no ser fervientes franquistas.

Los curas no fueron más respetados, al contrario, el rigor se cebó con ellos. Los militares han presentado al Vicario general de la diócesis una lista de más o menos 1.300 curas vascos calificados de «indeseables». Se pide que todos ellos sean exiliados, como lo prueban las cartas siguientes, que son uno de los más dolorosos documentos de la situación en que se encuentra la Iglesia en la España de Franco.

Carta del gobernador militar de Guipúzcoa al Vicario general de la diócesis de Vitoria:

«Ilustrísimo Sr.:

No ignorará V.S.I. el gravísimo estrago material y moral que ha causado a este país la loca y anticatólica conducta del nacionalismo vasco, unido en inexplicable alianza con los enemigos más encarnizados de la religión y la patria, sin olvidar la parte que tienen los sacerdotes en la propagación de las ideas nacionalistas vascas, cuya acción política señala y condena toda la sana opinión del país.

Verdad es que cada vez que me he dirigido a V.S.I. suplicando aplique a estos curas las medidas de profilaxis moral que el orden público y la justicia moral de nuestra causa y la tranquilidad de las conciencias y el bien de la futura España exigen al unísono, siempre me ha respondido que no dejará de adoptar las medidas reclamadas, pero que exigiría pruebas(6) a la vista de las cuales, poder proceder con toda rectitud.

¿No cree V.S.I. que no hay mejor prueba que el plebiscito de la opinión más sana de este país que señala con el dedo, sin vacilar, a los sacerdotes conocidos como vedettes por sus ideas nacionalistas?

Por ello me permito esperar del recto criterio y del patriotismo profundo de V.S.I. que no retrasará por más tiempo aplicar una medida que todos los buenos hijos de este noble País Vasco reclaman a la vez y, a este efecto, tengo el honor de adjuntar a V.S.I. una lista de los más señalados, a fin que, de forma urgente, ordene su alejamiento de esta diócesis, sin peligro para su dignidad, y su exilio a otros lugares del resto de España, donde hoy, más que nunca, tengan necesidad de su ministerio.

Si son sinceros representantes de las doctrinas que profesan, ninguna reparación será mejor ni más honorable a los ojos de las gentes que su oferta de servicio a otras diócesis devastadas por la barbarie marxista; pero si aún persisten en su error, dicho sea con todo el respeto que merece su clase sacerdotal, en la nueva España, ni aquí, ni fuera de aquí, debe haber lugar para ellos.

Sería lamentable, Ilustrísimo Sr., que por un retraso en la ejecución de las medidas que pido de V.S.I. se mantenga un estado de perturbación en la opinión, justamente alarmada viendo que los maestros y los funcionarios son separados de sus empleos sin sueldo, por haber profesado esas mismas doctrinas y, por contra, ciertos sacerdotes permanecen en sus puestos, a pesar de haberlas sostenido y propagado.

¡Dios guarde a V.S.I. por muchos años!

San Sebastián, 10 de febrero de 1937.

El Coronel gobernador militar: Alfonso Valverde.

Ilustrísimo Sr. Vicario general, Vitoria».

En cumplimiento de estas órdenes, reiteradas por el Auditor de Guerra, el Vicario general dirigió a los sacerdotes interesados la siguiente carta:

«Mi muy caro hermano en Jesucristo:

No puede imaginarse cuánto cuesta a mi corazón de sacerdote tener que dirigirme a Vd. en este momento para comunicarle una noticia que le será muy dolorosa. De antemano le pido ofrezca a Dios Nuestro Señor el sacrificio que suponga para Vd. y los suyos.

El Auditor de Guerra del Ejército de Ocupación me hace saber desde Bilbao, con fecha 8 de los corrientes, la necesidad de ordenar el traslado de Vd. (así como de otros sacerdotes de los que se me adjunta una lista) a diócesis alejadas de estas provincias.

Como mi deseo es hacer efectiva esta medida (que no depende de mí y que, en consecuencia, no tiene otro recurso que ante el propio auditor que la ha tomada en el ejercicio de sus facultades) de la forma más honorable y más suave para mis hermanos, no he querido solicitar del Eminentísimo Cardenal Primado las facultades especiales concedidas por la Santa Sede para estos casos. Al contrario, he elegido invitar a Vd. para que se ofrezca como “operarius” en otras diócesis, de momento a la que se le designe, con la facultad de acceder más tarde allí donde se presente una plaza vacante y que estén desprovistas de clero...

Quiero pensar que Vd. no ha sido políticamente separatista, tan solo muy amante de los usos, costumbre y lengua de nuestro país. Si es así, no hay duda que su amor a la patria chica no es en menoscabo de este otro amor que debemos a nuestra patria grande, España.

...Si Vd. se incorpora francamente al movimiento nacional y manifiesta su amor a España, entonces ganará el favor de las gentes y preparará el camino de la vuelta a su diócesis que, de otra forma, me temo que las autoridades militares y civiles, únicas que entienden en estos asuntos de orden político, no consentirán jamás...

Para acabar, aún otra advertencia. Como esta medida que la autoridad militar ha dado tiene, en el fondo, un carácter —por qué no decirlo— de exilio, entiendo que una vez en su diócesis no podrá volver aquí, ni siquiera para visitar a los suyos, si no es con el permiso de la autoridad militar competente, que deberá solicitar en cada caso en la capital de la provincia en que resida...

Le reitero, de nuevo, mis mejores sentimientos de fraternal amistad de su afectuoso hermano en Jesucristo.

Antonio María Pérez Ormazábal».

Estos exilios son la más suave sanción que se impone a los curas vascos, pues muchos son condenados a largos años de prisión y otros han sido fusilados. También, hay otros que son enviados al frente; en el de Madrid hay 67 sacerdotes y algunos seminaristas vascos, obligados a servir en trabajos de fortificaciones rebeldes, en medio de las vejaciones de los moros.

En esta situación se encontraban allí, en el frente de Madrid, los hermanos Alberdi, de Azkoitia: Uno sacerdote y el otro seminarista. El seminarista fue asesinado por los moros. Un Capitán franquista aconsejó a los sacerdotes vascos condenados a trabajos forzados que hicieran lo posible por ir siempre en grupo, a fin de que los moros no le asesinaran al sorprenderles aislados.

Los tribunales de Franco condenan

a varios sacerdotes

He aquí el resumen de sentencias, conocidas hasta hoy, contra sacerdotes y religiosos en Bilbao, cuya relación no se ha entregado a la prensa para evitar su difusión:

Penas de muerte:

-D. Manuel Lladosa Arzuaga (11 de julio de 1937).

-R.P. Aranguren (Carmelita) (31 de julio de 1937).

-D. Luis Aguirre (7 de agosto de 1937).

-D. Manuel Ortúzar (14 de agosto de 1937).

Cadena perpetua:

-R.P. José Sotero (31 de julio de 1937).

-R.P. Eugenio Legarra (id.).

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