Kitabı oku: «La síntesis del yoga», sayfa 5
La tarea es titánica, un Yoga para el día a día que aporte más salud, más claridad y más plenitud al proceso de vida. Un Yoga que nos de resistencia para manejar nuestras tensiones, que aporte una filosofía estructurada para gestionar nuestras confusiones y que nos ayude a conseguir una paz interior para percibir la totalidad de la vida con mayor sensibilidad. Una tarea que requiere gran precisión y enorme coraje, una tarea que precisa herramientas de envergadura, contundentes pero también sutiles. Herramientas que también hay que engrasar y afilar.
Voluntad. Podríamos decir que sin práctica, o sin el empeño en ella, no merece la pena seguir adelante. Toda verdad intuida tiene que contrastarse con el mundo para verificar su adecuación y no hay mejor manera de hacerlo que practicando, lo mismo que el científico experimenta para contrastar sus teorías.
Pero si todos acertamos a valorar su importancia, ¿cómo es que la práctica es el caballo de batalla del Yoga? ¿Cómo valorar que, a pesar de la fascinación que nos provoca esta ciencia milenaria y de los beneficios palpables que notamos cuando atinamos a practicar, caemos una y otra vez en la desgana o en las prisas, en las dudas o el estancamiento?
Puede que tengan razón los que dicen que nuestra sociedad ha caído bajo el embrujo del confort o que el mecanismo sofisticado del consumismo nos tienta día a día con nuevas experiencias a través de innumerables y atractivos estímulos. Lo cierto es que este tipo de esfuerzo no está de moda y la voluntad está de capa caída. Esa voluntad que da los primeros empujones para ponernos firmes delante de nuestra práctica no tiene ya brío. Pero, ¿por qué está enferma? ¿Por qué algo que de entrada parece sencillo, hacer lo que quieres hacer, se trunca una y otra vez? ¿Cómo hemos dejado que esta incontinencia de la voluntad, esta incapacidad para tomar decisiones se instale en las raíces de nuestra personalidad?
El primer elemento a revisar son nuestras motivaciones. Detrás de la mayoría de acciones que desarrollamos, encontramos una fuente de la motivación. Visitamos a nuestro amante porque le amamos y nos calzamos las zapatillas de deporte porque nos gusta el reto y la competición. Y, sin duda, hacemos Yoga porque nos encanta la relajación que deja en nuestro cuerpo, la calma en nuestra mente y una profunda impronta en nuestro espíritu. Sin embargo, las motivaciones, con el paso del tiempo, se difuminan y la voluntad débil, oscilante, casi caprichosa, se empantana. Sin motivación cada acto viene a contrapelo, se ejecuta torpemente, sin chispa y sin alegría. Es por eso que hay que reactivar periódicamente nuestras motivaciones para que nos secunden, para que engrasen nuestros actos, para que se realicen casi sin esfuerzo. Hay que conferirles poder y hay que recordar al lugar al que nos pueden llevar. Tal vez por eso los matrimonios y los religiosos renuevan sus votos. En nuestro caso, tenemos una forma muy directa para reforzar nuestras motivaciones: practicar delante de nuestro centro simbólico donde vamos a colocar aquellos elementos que nos recuerdan el sentido profundo de lo que hacemos como, por ejemplo, una flor, una vela o una foto de alguien importante para nosotros. De esta manera practicamos y recordamos lo esencial simultáneamente. Centro que, hay que decirlo, no necesitaríamos si entendiéramos profundamente lo que estamos haciendo hasta el punto de amarlo con toda el alma. El amor no es la voluntad, está claro, pero no hay nada tan poderoso como fuerza de transformación.
A continuación encontramos otro elemento a revisar en la voluntad: el enfrentamiento con el esfuerzo. Podemos estar motivados y tener claras las metas pero… ¿quién se levanta al romper el día para hacer sūryanamaskar, el saludo al sol? Aunque lo pintemos de rosa, el esfuerzo, esfuerzo es; sin embargo, no nos damos cuenta de que lo convertimos en sobreesfuerzo, añadiendo una emoción de miedo o pereza que lo sobredimensiona. Nos resistimos a romper el viejo equilibrio de estabilidad y el niño inseguro que tenemos dentro apaga las luces de la razón. Nos giramos en la cama, justificamos nuestro cansancio y postergamos una decisión que nos vendría muy bien, nos daría poder personal y aumentaría nuestra autoestima.
Estigmatizamos la voluntad porque creemos que con su dureza nos reprime y que, con su sólida pisada, espanta nuestra sutil espontaneidad. El deseo quiere el campo libre y no ceñirse a un sendero en concreto. Pero la voluntad no tiene que ver con esa vivencia, sino que emerge como la capacidad de unificarnos en un todo, imantados hacia una decisión que creemos correcta. Debajo de ella, claro está, se encuentran los impulsos y los deseos, las emociones y los afectos pero la voluntad se impone (aunque no sería la palabra) sobre la multiplicidad de lo que nos acontece y canaliza, de la mejor manera, una decisión que posiblemente venga de un yo profundo.
En este sentido, la voluntad nos acerca a la libertad que, a estas alturas, ya no es hacer lo que me venga en gana, sino liberarme de los condicionamientos que distorsionan el fluir de mi decisión. Para cultivar la voluntad hay que tener voluntad, nos diría un sofista, y aunque no le falta razón, no podemos dejarnos ir al albur de lo espontáneo. De la misma manera que una bola de nieve avanza por la ladera engrosándose poco a poco, la incipiente voluntad rompe el ciclo de pereza e inicia un ciclo positivo. Cuanta más perseverancia más seguridad para las acciones voluntariosas.
Es conveniente proponerse pequeños retos; la práctica diaria de los cinco minutos es algo que nadie podría considerar como engorroso o pesado. Estos mini retos refuerzan la voluntad y sientan las bases de los buenos hábitos que, a lo largo de los meses, pueden florecer en la forma de una práctica mucho más sólida. Una buena estrategia puede ganar la guerra. Tendremos que sacar a pasear más a menudo esa voluntad si queremos avanzar en nuestra práctica.
Curiosidad. Si la voluntad alude a nuestra madurez y a la capacidad plena de tomar decisiones siendo resolutivos, la curiosidad se apoya en el niño interior permanentemente asombrado por la vida. La voluntad empuja de frente pero la curiosidad nos tira desde arriba como imantados por una fuerza interior. ¿Qué es lo que mueve al niño o a la niña a subir sigilosamente a la buhardilla, trepar por la escalera de madera, abrirse camino entre los trastos arrinconados y abrir el baúl que está debajo de cajas y cajas de viejos libros? ¿La voluntad o la curiosidad? El niño es el símbolo de lo que permanece en nosotros sensible, todavía tierno, flexible, salvaje e inocente. Practicar desde la curiosidad es recuperar al niño y la dimensión lúdica de la existencia, el placer de aprender y de tejer un tapiz con nuestras experiencias. Tener tiempo para observar, para experimentar y dejar de lado aquella seriedad con la que practicamos a veces porque nos sentimos muy importantes.
La voluntad viene a decir: mis raíces son fuertes y no hay vendaval ni circunstancia que me mueva de mi decisión. La curiosidad, mucho más tímida expresa: ¿qué hay detrás del horizonte, y del horizonte del horizonte? ¿Qué hay detrás de todo lo que puedo percibir y aún de lo que puedo intuir?
Si el misterio no tiene un tope, la curiosidad es una manera de vivir, una manera de relacionarse con las cosas, no como algo fijo sino como una relación íntima donde el amante va desnudando a su amado sin prisas.
Si ya en la práctica, con el empujoncito de la voluntad, pudiéramos abrir el abanico de la curiosidad nos daríamos cuenta de que todo tiende a florecer. Si partimos como semilla, ¿acaso no quisiéramos saber en qué flor nos convertiríamos, cuál sería nuestro aroma, nuestro colorido, nuestra delicada forma?. Regamos la práctica con la lluvia de la curiosidad, la convertimos en una película de suspense, boquiabiertos con lo que va apareciendo, ilusionados con lo insospechado.
La curiosidad es la clara convicción de que no estamos completos sino en un proceso de evolución, de que gracias a una profunda inteligencia todo se despliega buscando una mayor organización o una mayor armonía.
Desapego. Al mismo nivel que la práctica (abhyāsa), Patañjali plantea en el sūtra 15 del libro I otro elemento de suma importancia: el desapego (vairāgya). De entrada parece chocante; ¿acaso no bastaba con una práctica constante, intensa, respetuosa, entusiasta, completa y adaptada para tener éxito, para reducir nuestra dispersión, para desplegar nuestras potencialidades? Parece que no. Una práctica tal como la hemos definido puede llevarnos muy lejos en nuestros propósitos pero también puede darnos un poder personal difícil de manejar; puede inflar sobremanera nuestra valía y puede atarnos a las experiencias extraordinarias que se desprenden de ella.
La práctica nos recuerda aquello que hemos de hacer mientras que el desapego nos avisa de lo que hemos de evitar. A través de la primera, buscamos calma y claridad y, gracias al segundo, volvemos al punto cero de nuestra humildad.
Tenemos que practicar sin esperar enriquecernos, sin sucumbir a las experiencias sensuales y sin aumentar nuestra imagen glorificada. Nuestra práctica tiene que evitar el apego a la misma y a las personas que nos orientan o que orientamos; sin quedar atrapados en un collar de verdades filosóficas y sin creernos (por encima de la realidad) nuestras visiones más deslumbrantes. Pero sobre todo, nuestra práctica tiene que evitar cualquier reconocimiento de santidad.
Si ya es difícil aquella práctica, ahora rizamos el rizo con una actitud de desapego que pareciera de otro mundo. Podríamos decir que hay una relación directamente proporcional entre la complejidad del mundo y nuestra práctica. Con un destornillador no puedes arreglar una máquina de última generación, necesitamos una práctica precisa y una actitud ponderada para sortear los reveses de nuestro carácter y las dificultades del mundo exterior.
Obstáculos
Ya sabemos, al menos en teoría, cómo ha de ser nuestra práctica, cómo darle solidez y profundidad; lo que no está tan claro es qué hacer cuando aparezcan los primeros obstáculos, las impertinentes resistencias. Patañjali nos lo pone fácil al enumerar nueve obstáculos con los que podemos encontrarnos durante la práctica. Su lectura nos puede ayudar a reconocerlos y, al mirarlos de frente, mostrarnos la manera de empezar a disolverlos. Veamos aquí una interpretación, entre muchas, desde una perspectiva amplia.
Primer obstáculo. Vyādhi. Enfermedad
La enfermedad se puede interponer en nuestro camino y en la práctica personal porque nuestro cuerpo requiere de todas nuestras energías para restablecer la salud. Es posible que una enfermedad aguda, puntual o circunstancial, no ofrezca gran problema y que, incluso, sea un episodio bienvenido de purificación y de renovación de nuestras fuerzas vitales. Pero la enfermedad crónica, la que se despliega o recrudece a lo largo del tiempo, sí que nos sustrae energía y aumenta nuestro nivel de ansiedad.
Sin embargo, restablecer nuestra salud no implica necesariamente abandonar nuestra práctica. Ésta tendrá que cambiar y adaptarse a nuestra condición física y psíquica y aportar nuevas soluciones para potenciar nuestro vigor y bienestar. Está claro que en el proceso de enfermedad perdemos pie en la práctica, perdemos intensidad y también el entusiasmo necesario para proponernos nuevas metas. De ahí la inmensa importancia de conservar y potenciar la salud con ejercicios adecuados, descanso suficiente y alimentación sana y nutritiva.
Segundo obstáculo. Styāna. Apatía
Nuestros estados mentales fluctúan. Cuando nuestra conciencia ordinaria se sumerge en la pereza abandonamos o descuidamos la práctica. Esa pereza o apatía es una especie de estancamiento mental que nos impide estar frescos y disponibles para la acción, incluso para aquella que deseamos. Dejamos que nuestra vitalidad se vaya por el desagüe y que la claridad mental quede aplastada por un saco de ideas fijas y de hábitos rutinarios que no sabemos frenar. Nos cuesta horrores levantarnos y colocarnos encima de la esterilla. Percibimos antes las molestias o el esfuerzo que el vigor o el bienestar de la práctica. Para evitar caer en la trampa y postergar la acción, es necesario cultivar la voluntad y refrescar nuestras motivaciones.
Tercer obstáculo. Samshaya. Duda
La duda y la incertidumbre también pueden aparecer en nuestro camino, especialmente cuando éste se pone difícil. A medida que profundizamos en nuestra práctica cosechamos, tarde o temprano, un racimo de obstáculos, límites y errores que lógicamente forman parte del proceso que experimentamos. Esta dificultad sobreviene cuando uno no está dispuesto a hacer más sacrificios, o piensa que se ha equi vocado de método o de disciplina y empieza a dudar. Es fácil caer en la tentación de hacer otra cosa que prometa liberación con menos esfuerzo. La duda es una actitud que corroe nuestra esperanza. Es por ello que tenemos que atravesarla con fe y coraje suficientes.
Cuarto obstáculo. Pramāda. Negligencia
Si queremos alcanzar rápido una meta lo que seguramente conquistaremos, paradojas de la vida, son retrocesos. La prisa y la impaciencia son males consustanciales al mundo actual que va tan y tan rápido, aunque muchas veces no sepamos bien dónde… La prisa genera precipitación y, por supuesto, negligencia.
Si estamos demasiado imantados hacia los resultados de una práctica en particular podemos perder la belleza del momento y la escucha necesaria para saber en qué lugar y momento hemos de parar. La impaciencia es íntima amiga de las lesiones y las lesiones el mayor veneno para la continuidad y la confianza en una práctica.
Sólo podremos vencer esa impaciencia cuando confiemos en que, por el hecho de estar en el buen camino, con constancia y con corazón, todo será hecho.
Quinto obstáculo. Ālasya. Desánimo
También se convierte en un obstáculo la falta de entusiasmo. Uno puede tener todo a su favor: medios, conocimiento, personas que nos asesoran con su experiencia pero si falta el entusiasmo la mayor parte permanece en la superficie: algo aguada, sin sustancia ni vitalidad.
Cuando uno se resigna a una realidad dada, a lo que ya se ha conseguido y se deja llevar por la inercia pierde estabilidad en su camino. Es cierto que muchas veces aflora la fatiga tras un desmedido esfuerzo (pues no se han medido bien las fuerzas) y se tira la toalla en el primer round.
El entusiasmo es un pozo inagotable de energía, es una curiosidad sana por el florecimiento que conlleva una práctica, una disci plina. De alguna manera es ponerle un cachito de corazón a eso que uno quiere hacer, a su compromiso.
Sexto obstáculo. Avirati. Distracción
Habitualmente la distracción viene de la mano de la mente que cede a la información que nos traen los sentidos. Lo que vemos y oímos del mundo se vuelve tan poderoso que perdemos de vista nuestro rumbo. El mundo es tentador y nos propone infinidad de caminos cada uno más y más prometedor. Los sentidos son los medios de esta visión del mundo que nos puede transformar en personas cada vez más dependientes. También el mundo del Yoga puede ser, a su vez, tentador y crear dependencia.
En definitiva, la distracción es una debilidad por la que pasa todo individuo y en la que hay confusión, confusión entre lo circunstancial y lo esencial, entre el tener y el ser. Tanto el sexo como el dinero, la fama como el poder son difíciles de manejar y pueden acrecentar aún más nuestra distracción.
Cuando queremos ver sólo la parte placentera de la vida y caemos en un exceso de complacencia perdemos fuerza en nuestro camino. Por eso hemos de contemplar la dimensión creativa de nuestra vida que requiere de una dirección, pues en la mente dispersa, distraída o torpe no se enciende ninguna luz.
Séptimo obstáculo. Bhrānti-darshana. Visión errónea
A menudo, tenemos una falta de criterio para ser ecuánimes en nuestro verdadero progreso espiritual. Nuestra ilusión nos hace interpretar ciertos avances como culminación de un camino y algunos poderes como consagración de nuestro desarrollo espiritual. En general somos víctimas de un orgullo sutil difícil de desenmascarar. Creemos ver a Dios mismo cuando apenas hemos subido un par de peldaños en nuestra escalera de crecimiento personal. Es aquí donde se impone la humildad, una humildad que se gesta con la conciencia de la propia realidad, con la validación de las medidas de control que tiene todo linaje y con los resultados que encontramos en nuestro hacer.
Esta arrogancia y obstinación es una visión ciega sobre uno mismo y sobre el misterio de la vida que transitamos. Nos imaginamos en un pedestal cuando en realidad estamos atados a la noria del deseo persiguiendo una vulgar zanahoria.
Octavo obstáculo. Alabdha-bhūmikatva. Estancamiento
Es cierto que a veces echamos una mirada hacia atrás y vemos orgullosamente todo lo que hemos progresado, aunque también, cuando podemos mirar hacia delante, vemos todo lo que nos queda por progresar. Descorazonados por todo lo que aún nos falta, somos incapaces de dar un paso más y nos cuesta horrores caminar en el sendero marcado porque cada paso tiene el peso del tiempo, del tiempo futuro. Es precisamente el ego el que vive en ese tiempo lineal que va del pasado al futuro sin apenas detenerse en el presente, un tiempo que habla de causas y efectos. Y sin embargo, la vida nos enseña a no ofuscarnos en la rentabilidad, a percibir que cada momento es un fin en sí mismo, pues la meta no está en un futuro posible sino en el eterno presente.
Eso es precisamente lo que acaba por congelar los ánimos, no ver todavía tierra firme cuando estamos cansados de navegar. La falta de perseverancia nos bloquea cuando sentimos que no avanzamos, aunque internamente se esté cociendo un proceso fértil de crecimiento espiritual.
Noveno obstáculo. Anavasthitatva. Regresión
En este último obstáculo cabe el riesgo de echarlo todo a perder. Cuando todo lo anterior ha ido dejando poso y la motivación ha perdido consistencia, podemos sin darnos cuenta ir marcha atrás, entrar de pronto en una regresión y perder todo lo conquistado. El problema no está tanto en esos momentos (que los hay) en los que nos tomamos un respiro, nos damos un tiempo de asueto y logramos reflexionar sobre los pasos andados.
Este obstáculo es la falta total de confianza que nos hunde en un pozo oscuro del cual nos es cada vez más difícil salir. Sin confianza no hay apertura y sin apertura uno no ve más que su propia proyección, sus propios miedos.
Estrategias
A menudo la distancia más “corta” entre dos puntos no es la línea recta. En toda práctica hay que tener mano izquierda, hay que sortear las rocas más duras dando un pequeño o gran rodeo. Desde los pequeños retos a la evocación de la interioridad que produce nuestro espacio de práctica, desde la creatividad para renovar los ejercicios y evitar así el aburrimiento, hasta la plasmación en nuestra conciencia de los objetivos claros, todo ayuda a nuestro proceso en el Yoga.
Veamos algunas estrategias que pueden incidir en la práctica para hacerla más amena y efectiva.
Orientación de la práctica. Nuestra práctica puede estar basada en el aprendizaje de técnicas concretas para ampliar nuestro repertorio y poder así ajustarnos mejor a lo que necesitamos, o también podemos orientarla en nuestra mejora de la condición física, mental o espiritual.
Medios auxiliares. No tengamos vergüenza en utilizar sillas, cintas, bloques, mantas, pelotas, bastones o incluso la pared si con ellos podemos ajustar mejor los apoyos, las proyecciones, la intensidad o la regulación en cada una de las posturas que hacemos.
El entorno nos ayuda. Si el espacio donde practicamos está limpio y ordenado, ventilado y luminoso, cálido y silencioso y además prevenimos las interrupciones, seguramente nuestra concentración ganará en calidad. De todas maneras hemos de recordar que, incluso en las condiciones más adversas, somos capaces de centrarnos en una práctica si hay voluntad y entusiasmo. No se trata tampoco de renunciar a una práctica porque las condiciones no sean las más adecuadas. Tenemos que prestar atención a nuestro entorno de práctica, aunque tampoco es muy recomendable obsesionarnos con él, lo importante siempre es lo que ocurre en el interior de esa práctica.
Nada que demostrar. Aunque nuestra práctica sea personal y practiquemos en solitario, a menudo mantenemos una especie de juicio acerca de lo que podemos o no podemos hacer. Es el crítico que siempre se sienta en la primera fila de butacas. Pero ya hemos insinuado que el Yoga constituye una evolución interna e íntima que no es posible comparar con otras personas y otros procesos. Merece la pena, eso sí, ver los avances y las resistencias dentro de una misma práctica, no tanto para juzgarla como para ajustarla.
Evitación inconsciente. Cuando hacemos las primeras revisiones, nos damos cuenta de que, de forma inconsciente, evitamos ciertos ejercicios que nos ponen en aprietos o que nos recuerdan demasiado nuestros límites. Hay ejercicios que consideramos demasiado simples o demasiado complejos y que descartamos aunque podrían ser muy adecuados a nuestras necesidades. Practicar lo que no te implica ningún reto es una pérdida de tiempo. Hay que realizar lo que nos conviene aunque necesitemos tiempo y medios auxiliares.
Abordaje creativo. Los ingredientes que utilizamos en una cocina son limitados pero las posibilidades de combinación y de cocción son ciertamente ilimitados. Lo importante en nuestra práctica es tener claro los objetivos y los puntos donde tenemos que insistir. Ahora bien, los ejercicios y los protocolos de nuestra práctica pueden cambiar para hacerla menos monótona y más rica en matices.
Calidad de presencia. La práctica no se puede medir por el tiempo que marca el reloj. Una duración de dos horas puede resultar insustancial si no hemos indagado en profundidad, y en cambio quince minutos puede ser suficientes si hay una gran calidad de presencia.
Pequeños retos. Aquí reside la clave de una práctica inteligente: si nos dejamos llevar por nuestra ilusión plantearemos retos casi imposibles pero si gestionamos bien nuestros límites y nuestro esfuerzo podremos avanzar mucho aunque sea pasito a pasito. Como dice el refrán, hay que ir sin prisas y a la vez sin pausas.
Mente en el infinito. Es cierto que la práctica tiene que ser real, concreta, con unos objetivos claros, pero no podemos olvidar que el verdadero objetivo del Yoga tiene una profunda interiorización. Mientras practicamos tenemos que tener los pies en la tierra y también la mente en el infinito. Recordar esa unión con la totalidad es la base para que nuestra práctica sea sagrada.
Compartir la práctica. Es cierto que la práctica base es en solitario pues buscamos una interiorización a través de un ritmo muy personal, pero en determinadas épocas, sobretodo cuando nuestra voluntad flaquea es útil, y hasta agradable, quedar con alguien y compartir nuestra práctica. Uno puede supervisar y/o ayudar al otro en aquellos ejercicios que plantean una mayor dificultad.
Simplemente practicar. Leyendo todo lo anterior quizá se nos quitarían las ganas de arrancar una práctica, dada la complejidad del proceso, por la anticipación de los obstáculos o a causa de las numerosas herramientas o estrategias que tenemos que tener en cuenta. Es cierto que vale la pena practicar porque nos aporta salud, vigor, armonía y poder personal, pero incluso sin todo eso, tenemos una vía mucho más directa: simplemente practicar. Practicar porque sí, porque nos apetece, porque es el momento y basta.
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