Kitabı oku: «Luis Emilio Recabarren», sayfa 3

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Muy diferente, continuaba Recabarren, era la impresión recogida por una delegación independiente enviada a la región salitrera por el Partido Demócrata, en paralelo a la comisión oficial, integrada por los diputados de esa agrupación Malaquías Concha y Artemio Gutiérrez. Según afirmaba, la iniciativa de hacer una visita oficial a la zona había emanado originalmente de esa representación partidaria en el Congreso, pero el gobierno de Germán Riesco la había recibido con oídos sordos. Pese a ello, el clamor obrero lo había obligado a recapacitar, enviando su comisión “para calmar la efervescencia popular”, por supuesto sin ningún integrante demócrata. En tal virtud, Concha y Gutiérrez, “conocedores de los sufrimientos del pueblo y del criterio con que juzgan los ricos la situación del pobre”, habían viajado por cuenta propia, “para ver por sí mismos lo que iba a ver la comisión del gobierno, y apreciar la situación con el debido mérito”. Tan elogiable iniciativa, dicho sea de paso, coincidió con una breve reunificación del Partido Demócrata acordada en abril de 1904, alimentada según Sergio Grez por el recrudecimiento que durante los últimos meses había cobrado la cuestión social, reflejado entre otras cosas por la propia prisión de Recabarren59. Así se explica la buena disposición con que el encarcelado militante comentaba las acciones de unos correligionarios a los que no mucho tiempo antes había sindicado como “traidores”.

En ese contexto, Recabarren aplaudió sin reservas el reconocimiento por parte de los diputados demócratas de que en las salitreras se vivía “la esclavitud más odiosa, condenados a morir, como deportados del trabajo en esta Siberia Caliente como gráficamente lo expresó don Malaquías Concha”. A diferencia de los “aristócratas” de la comisión consultiva, “los demócratas estuvieron en la humilde choza del trabajador, le arrancaron de su corazón los dolores y sufrimientos que sus labios no eran capaces de expresar, estuvieron entre las diversas faenas, las palparon y apreciaron sus condiciones”. De esa forma, al reanudar sus sesiones el Poder Legislativo, iba a poder confrontarse la opinión de unos y de otros: “El país oirá a ambas comisiones y será el juez inexorable”. La “gran cruzada” iniciada desde la Mancomunal de Tocopilla, concluía orgullosamente, había tenido repercusiones más allá de lo imaginable, haciendo a la postre provechoso el alto costo de las “implacables persecuciones”. “Estamos, entonces, satisfechos de nuestra obra. Nuestra agitación trajo acá esas comisiones”. Y si ni siquiera esto lograba producir resultados benéficos para el trabajador, “estudiaremos otra táctica y daremos otra campaña con carácter decisivo”. Porque el pueblo, advertía a “los señores burgueses”, es como la pólvora: “Le habéis visto tranquilo en sus faenas, pero en el corazón lleva un fulminante. La pólvora sin fuego no arde, ni amenaza. Estalla de improviso”60.

La ya comentada reunificación del Partido Demócrata en su Convención de 3 de abril de 1904, la que puso transitorio fin a tres años de división, parece haber inducido a la agrupación de Tocopilla a iniciar la publicación del periódico El Proletario, que más adelante también quedaría bajo la administración de Recabarren. En su primer número, el encarcelado diarista obrero se hacía presente a través de una carta, fechada desafiantemente el 1º de mayo, en que agradecía al gobernador departamental por los sesenta días que llevaba privado de libertad, cuarenta de ellos en calidad de incomunicado. “De los pesares y alegrías que he experimentado aquí”, afirmaba, “he sacado un innegable provecho. Con ellos he fundido una coraza para mi corazón y cerebro que constituye un baluarte inexpugnable a los futuros ataques”. “Corazones que sufren con los martirios de una prisión”, continuaba, “saldrán templados para seguir con más ardor la lucha por la reivindicación de los derechos del pueblo, que constituirá una era de paz, de amor infinito y justicia eterna”. Lo que lo llevaba a concluir que, gracias al injusto castigo, “mis ideas se sienten hoy más arraigadas y profundas”61.

Un ejemplo de ese mayor “arraigo” y “profundidad” puede haber sido la serie de veinte artículos titulada “El derecho popular”, enviada también desde la cárcel a La Voz del Obrero de Taltal62. Se trata de la primera producción intelectual de mayor calibre publicada por Recabarren, en la que a partir de un llamado al pueblo a conocer mejor sus derechos a través de la acción de “los proletarios más ilustrados” (como él), se enumeraban diversas razones para atraerlo hacia las filas del recién reunificado Partido Demócrata. Hasta la fecha, comenzaba, la burguesía se había cuidado de mantenerlo en la ignorancia de tales derechos, apelando a “cuentos religiosos y militares llenos de fanatismo aterrador”. En consecuencia, uno de los primeros pasos del naciente movimiento obrero debía ser el combate a esas supercherías religiosas o patrióticas a través de la instrucción popular, dando a conocer los principios organizativos del “gobierno de la República” y del papel estratégico que en ellos desempeñaba la facultad de elegir a las autoridades. Y siendo “la clase pobre” la mayoría de la nación, en sus manos estaba la posibilidad de adueñarse, a través del voto, de la administración general del país para su propio beneficio. “El derecho de sufragio”, enfatizaba, “es el arma más importante que debe poseer cada trabajador para castigar a sus verdugos”. En tal virtud, “esa arma popular no debe venderse ni darse al primer audaz que la pide”, como ocurría con tanta frecuencia a través del cohecho o la adhesión a candidaturas de origen burgués, que “sirven para desgracia del mismo que la vende”. En suma, “el voto electoral debe emplearse por los pobres para elegir a sus iguales a los puestos de la administración”, porque solo ellos, a través de sus propias miserias, estaban en condiciones de “conocer las necesidades de todos sus iguales y trabajar por su mejoramiento”.

Establecido ese principio que, pese a su preferencia por la fracción más volcada hacia las luchas sociales, Recabarren habría de defender e impulsar durante el resto de su vida política, la argumentación se orientaba a establecer al Partido Demócrata como único representante genuino de la clase obrera, puesto que era “hoy día el único partido formado en casi su totalidad por trabajadores, que se preocupan en buscar prácticamente el mejoramiento de nuestra condición social y económica”. “Es un partido”, abundaba en otra entrega de la serie, “realmente revolucionario, puesto que pretende un cambio radical en todos los órdenes sociales del país”. Ese cambio radical se desglosaba en una serie de reformas específicas, entre las que se destacaba la democratización del régimen judicial a través de la elección popular de los jueces; la radicación en los municipios de las funciones desempeñadas por autoridades regionales designadas, como los intendentes y los gobernadores; la igualdad civil y educacional del hombre y la mujer; la necesidad de legislar en favor de mejores condiciones de trabajo y de vida, y otras.

La serie concluía apelando eclécticamente a las dos almas que atravesaban al recién reunificado Partido Demócrata: “Los pobres no tienen sino dos armas para encontrar su salvación o sea para cortar la cuerda que la burguesía nos tiene en el cuello: la huelga, bien organizada, y el voto electoral”. Dejando el tema de la huelga para más adelante, insistía en su llamado a reconocer que solo su partido “da a conocer al pueblo sus derechos y lo llama a unirse para que entre en pleno ejercicio de ellos”. Fiel a esa convicción, a través de sus artículos había procurado “llamar al lado nuestro a todos nuestros compañeros de trabajo para que nos ayuden a unirnos y a fortalecernos, para resistir esta lucha por la existencia tan llena de amarguras y de peripecias sin cuento”. Esa unión, “la unión de todos los que sufren la explotación del capital y de la autoridad”, solo podía efectuarse en las filas de la Democracia, y por tanto “nos sentiremos satisfechos si las filas del partido”, gracias a su lectura, “han recibido algún aumento”.

Esta larga profesión de fe doctrinaria se cruzó con una de las polémicas más conocidas de Recabarren durante esta etapa temprana de su carrera, como fue la que sostuvo con el todavía anarquista Alejandro Escobar y Carvallo. La literatura ha hecho bastante caudal de este episodio, calificándolo como uno de los primeros hitos de diferenciación dentro de un pensamiento obrero que hasta la fecha había combinado más o menos indistintamente elementos democráticos, socialistas y anarquistas. Jaime Massardo identifica esta etapa de la vida de Recabarren como la de mayor cercanía a la ideología libertaria, en tanto que Sergio Grez se inclina más bien a interpretarla como el inicio de un distanciamiento respecto de dicha corriente63. En consonancia con la lectura de Massardo, hay que reconocer que en el pensamiento temprano de Recabarren pueden identificarse algunas afinidades anarquistas, además de reconocimientos explícitos a próceres de dicha orientación como Tolstoy, Reclus, Kropotkin y Malatesta, por no mencionar a los mártires de Chicago cuya inmolación dio origen a la efeméride del 1º de mayo64. Sin embargo, y refrendando en este caso la interpretación de Grez, es un hecho que las primeras referencias concretas de Recabarren al anarquismo –descontando las diatribas de carácter no precisamente doctrinario prodigadas a Luis Olea en aquel lejano artículo de 1898– fueron precisamente las escritas en la cárcel de Tocopilla en agosto de 1904, cuya intención fue básicamente polémica.

A propósito de ciertas denuncias formuladas por los ácratas luego de su exclusión de la convención realizada por las mancomunales del país en mayo de ese mismo año, Recabarren escribió a su correligionario Anacleto Solorza que sin perjuicio de convencerse de que “el ideal anarquista es realizable y es bueno”, y de considerar que “las aspiraciones ácratas son las mismas de los demócratas y socialistas y otros luchadores libres”, enfatizaba que su militancia demócrata le impedía ser anarquista. Precisando esta afirmación, y en consonancia con lo que escribía por esa misma fecha en su serie “El derecho popular”, señalaba que el llamado a valerse del “medio político”, entendiendo por ello la organización partidista y la participación en comicios electorales, era un recurso perfectamente válido para “hacer prácticas nuestras aspiraciones”.

Para los anarquistas, sin embargo, esa opción era sinónimo de charlatanería, embuste y traición, y lo que era peor, expresaban tales juicios por medio de “insultos groseros y soeces, reñidos con la lectura y con el arte que encarna el ideal libertario”. De esa forma, en lugar de sumar fuerzas en torno a una causa común, caían en una labor divisionista y descalificatoria que le hacía el juego al enemigo burgués que por esa misma fecha arremetía contra el movimiento mancomunal. Tan triste papel en el plano ideológico se acompañaba además de una total esterilidad en materia de logros concretos en beneficio de la clase obrera: “Mientras en el Norte, con la acción de las mancomunales, se ha conquistado en dos años un 50% de comodidades y beneficios de todo orden”, y más aún, se había verificado “una verdadera revolución que ha conmovido todo el país y ha hecho temblar a los tiranos que aún temen”, los anarquistas solo podían exhibir a su haber “el desastre de los tipógrafos y los panaderos”, en alusión a movimientos huelguísticos recientemente derrotados. Y concluía: “Mancomunados del norte; todos los que habéis derramado sangre, los que habéis sido torturados, encarcelados, todos los que habéis sufrido por la inaudita persecución autoritaria en Iquique, Taltal, Chañaral, Coronel, Antofagasta, y aun en Tocopilla, perdonad a esos obreros anarquistas que nos insultan y nos calumnian, haciendo causa común con la burguesía”65.

Por esos mismos días se desarrolló la polémica entre Recabarren y Escobar y Carvallo, publicada en el periódico Tierra y Libertad de Casablanca. Abrió los fuegos el segundo de los nombrados, criticando al encarcelado Recabarren por los juicios vertidos en contra de los anarquistas, y criticando las corruptelas de politiqueros demócratas y mancomunados oportunistas. “En cuanto a las Mancomunales en general”, fulminaba Escobar y Carvallo, “debo decirle que no valen siquiera lo que la persona que se ocupa de ellas”. Salía también al paso de las críticas al divisionismo ácrata señalando que “luchar contra el enemigo oculto en nuestras filas, que mañana nos hará traición, calumniándonos y atacándonos por la espalda, es necesario, aunque doloroso”. Proseguía emplazando a Recabarren en un pasaje muchas veces citado: “¿Es Ud. socialista? ¿Es Ud. anarquista? ¿O es Ud. demócrata? No lo sé, pero me lo figuro las tres cosas a la vez”. Y concluía invitándolo a estudiar más a fondo la cuestión social, pues “hasta la fecha Ud. no ha hecho otra cosa que organizar a los trabajadores de las pampas, pero ni Ud. ni ellos saben el objeto de tal organización”66.

En su respuesta, Recabarren volvía a repudiar “el insulto y la grosería” que a su juicio tanto abundaban en la prensa libertaria, pero sobre todo defendía la causa mancomunal a la cual se había consagrado en cuerpo y alma, y en la que tan altas expectativas cifraba: “La creación Mancomunal, es hoy la sociedad más poderosa de Chile y ha caído como pan fresco entre los pobres. Ella es obra de esos hombres que Ud. se atreve a tratar mal”. Y en cuanto a su propia alineación doctrinaria, insistía en que el fin perseguido por socialistas, demócratas y anarquistas era el mismo: “La felicidad proletaria, para llegar a la felicidad universal”. Por tanto, no aceptaba la pretensión anarquista de imponer una práctica excluyente solo en función de los medios que las distintas corrientes estimaban adecuados para alcanzar esa meta. Por su parte, definiéndose como “socialista revolucionario”, reivindicaba el parlamentarismo para hacer la revolución, “y como estoy convencido de esto, a nadie le concedo derecho para que me insulte y me ofenda por dicha causa”.

Defendía también Recabarren la obra que había venido realizando en el norte, uniendo y organizando a los trabajadores, convenciéndolos de “su existencia como hombres iguales a todos, pero despojados”; mostrándoles el fin hacia el cual debía encaminarse “la hueste trabajadora” y señalándoles los obstáculos que para tal efecto se debían superar, tal cual lo había demostrado gráficamente la ola represiva de la cual él mismo había sido y continuaba siendo víctima. Gracias a ello, “ha visto Ud. que el sacudón que dimos en el Norte ha repercutido hasta Valdivia. Toda la clase obrera abrió los ojos para mirar el desarrollo de este drama iniciado aquí”. Y aun si así no fuese, al menos quedaba la evidencia de que “hacemos algo práctico, por poco y deficiente que sea, mientras que Uds. solo se ocupan en criticarnos a nosotros”. Peor aún: las veces que los anarquistas habían conducido alguna lucha de magnitud, como en Valparaíso en mayo de 1903, los resultados habían sido catastróficos: “Encendieron la mecha la noche del 11 y en el tren nocturno se fueron a Santiago, huyendo de las responsabilidades. ¿Qué resultó? Que el pueblo se asesinó solo”. Así, “si los ácratas chilenos no reaccionan en sus métodos, no habrán conseguido sino distanciarse de las masas obreras del país y desprestigiar un ideal bueno y bello pero que al paso que van, solo consiguen destrozarlo”67.

Escobar y Carvallo no se atuvo pasivamente a esta réplica, repitiendo en una nueva carta pública sus acusaciones anteriores y calificando de particularmente inaceptable la exclusión de los anarquistas de la Convención Mancomunal, lo que corroboraba la corrupción de dichas organizaciones. Insistía también en la falta de claridad ideológica de su interlocutor, quien a su juicio “todavía ignoraba lo que son la Democracia, el Socialismo y la Anarquía”. Por eso mismo, no era capaz de entender que “no se debe esperar nada de las masas; tampoco de las organizaciones ni esfuerzos colectivos”, y que “entre la lucha política y la emancipación del proletariado hay un divorcio absoluto”. Y por último, que “toda esa farsa del Congreso Obrero, de las Mancomunales de reciente creación, y otros movimientos de menos importancia, son nada más que resultado directo, o indirecto, de nuestra semilla arrojada en tierra inculta o estéril, que Uds. han emprendido, agarrando el árbol por las hojas”68.

Recabarren no quiso continuar este intercambio específico con Escobar y Carvallo, pero igual continuó denunciando la obra divisionista del anarquismo, lamentando que “el ejército proletario de hoy día sea un campo de discordia: es más el fuego que se gasta en la guerra mutua que el con que se combate a la burguesía”. “Desgraciadamente en Chile”, señalaba, “han dado en llamarse apóstoles de las ideas libertarias, que son la esencia de la poesía, de la ternura y de la libertad, personas, que creyendo comprenderlas bien, pretenden ‘obligar’ a aceptar ideas libertarias por ‘medio’ de la tiranía de una crítica grosera y pesada, acompañada de calumnias y de insultos para los que no acepten ‘ipso facto’ dichas ideas”. El resultado de semejante sectarismo, aseguraba, no podía ser otro que “desprestigiar la bondad de un ideal junto con la persona que en esa forma lo propaga”. Por otra parte, llamaba su atención la condescendencia que a su juicio exhibían las autoridades frente a los ácratas, libres hasta ese minuto de las persecuciones que sufrían los mancomunados. ¿La explicación?: “Bien saben ellas que son inofensivos, y temen mucho más a los demócratas y mancomunales porque ven en éstos hombres que hablan poco y ‘hacen más’, en materia de organización y ‘medios’ conducentes a la felicidad proletaria”69.

Tanto el calor de la polémica con los anarquistas como los otros escritos resumidos hasta aquí sugieren que los meses de prisión sirvieron para ratificar en Recabarren su convicción sobre las bondades de su adscripción demócrata de tantos años, y de la opción mancomunal a la que se había consagrado desde su traslado a Tocopilla. De hecho, y como ya se ha mencionado, la Convención Mancomunal celebrada durante el mes de mayo parecía inaugurar una era de consolidación organizativa para las sociedades de esa filiación distribuidas entre Tarapacá y Valdivia, tal como lo expresó un memorial que sus máximos dirigentes depositaron personalmente en manos del presidente de la república al término de sus deliberaciones70. Ello tal vez explique el tono desafiante con que Recabarren finalmente recuperó su libertad en octubre de 1904, previo pago de una muy tramitada y diferida fianza. En un artículo titulado “Sin arriar bandera”, aparecido en un periódico El Trabajo nuevamente autorizado para circular, atribuía explícitamente su castigo a su costumbre de “expresar ideas que bullen en mi cerebro, que transcritas al papel se esparcen por los pueblos”. En un país que se ufanaba de ser republicano y libertario, fulminaba, se había pretendido prohibirle pensar, tildándolo de subversivo, anarquista y sedicioso. Sin embargo, tras siete meses de encierro salía “con las mismas ideas y si se quiere más convencido de la pequeñez de los burgueses que persiguen y hostilizan a la clase trabajadora”. Volvía así a la actividad “sin arriar bandera [...], sin pensar ni en un nuevo sacrificio, ni en un nuevo obstáculo”71.

Dando prueba inmediata de dicha voluntad, en la misma edición de El Trabajo inició una nueva serie de artículos doctrinarios (siete esta vez) titulada “Hermano, abre tus ojos”, encaminada a demostrar que el régimen social existente, construido íntegramente a partir del brazo del obrero, era a la vez la principal causa de las miserias e injusticias que lo agobiaban. “El pueblo, la masa trabajadora”, argumentaba, era, en su condición de productor, “el único factor indispensable para la vida de las sociedades”. Sin embargo, el fruto de su trabajo no solo se desviaba en su mayor parte para enriquecer precisamente a sus explotadores, sino que de él se costeaban también los instrumentos de su persecución y opresión: gobernadores, jueces, policías, carceleros, espías “y demás caimanes que nos han perseguido durante un año”. De modo que si ese orden basado en la injusticia y el absurdo subsistía, era solo por el desconocimiento popular de los principios en que se sostenía, y de su propio derecho a levantar un mundo mejor. A ese mundo mejor Recabarren lo nombra aquí por primera vez con la palabra “comunismo”, y lo define de la siguiente manera: “vivir en comunidad de intereses iguales, sin opresores y oprimidos, sin ricos ni pobres, sin señores ni sirvientes; todos bajo un techo de fraternidad sirviendo a la obra común de embellecer a la humanidad para recoger cada uno individualmente el estímulo de la satisfacción de haber contribuido a un bien común, a una parte más de vida feliz y libre”. El vehículo para avanzar hacia esa “grandiosa aspiración” era, naturalmente, la unión obrera, cristalizada bajo el alero de la Mancomunal72.

Esta primera tentativa de describir la utopía comunista se plasmó también por esos mismos días en dos artículos publicados en el periódico penquista El Eco Obrero, bajo el título “La vida en común”. “Yo considero”, señalaba allí Recabarren, “que un pueblo sin gobierno, sin leyes, sin soldados, sin frailes, sin patrones, sin dinero, sería mucho, pero mucho más feliz que lo que hoy pueden suponer los que poseen dinero”. Al tener todas las personas aseguradas sus necesidades básicas, añadía, desaparecerían todos los vicios y males sociales, y las energías humanas podrían consagrarse íntegramente a realizar cosas útiles, cultivar las artes y las ciencias, disfrutar de las bondades de la naturaleza y a la vez aportar al progreso humano. Era solo el egoísmo, “el egoísmo desgraciado de los ricos”, el que por el momento obstaculizaba el avance hacia esa “vida feliz que soñamos”73.

Marcando una suerte de contrapunto frente a esta digresión utópica, y casi como un desmentido a los cargos de falta de preparación ideológica que pocas semanas antes le prodigase Escobar y Carvallo, aparecía durante esta misma coyuntura en La Claridad del Día de La Unión su célebre escrito sobre la cuestión social. Esta condición, cuya existencia en Chile muchos todavía negaban, era a su juicio indesmentible, y respondía aquí como en todas partes a esa “miseria que se revuelca y se conmueve airada en el fango de sus desgracias a la vista de la abundancia acaparada”. Pero la cuestión social, agregaba, no era solo “cuestión de estómago”, y por tanto no podía resolverse con meros avances materiales, tales como mejores salarios, jornadas laborales más cortas, alimentación más barata o habitaciones más higiénicas. Sin negar la conveniencia de estos últimos, en tanto aportaban a una mejor calidad de vida popular, lo que verdaderamente originaba la cuestión social era la desigualdad y la injusticia, y en tanto estas subsistieran no cesaría ese estado de “constante intranquilidad que aminora los goces superficiales de que puedan gozar los acomodados”. En su opinión, y haciendo un nexo con sus reflexiones utópicas esbozadas más arriba, la única solución efectiva y duradera consistía en “el cambio completo del régimen social por medio de la abolición del dinero, del gobierno, leyes y demás cadenas que aprisionan las libertades individuales”. En ese contexto, las actuales agitaciones “buscando mejoras de salarios, disminución de horas, buenas comodidades”, eran solo una etapa inicial en el camino hacia “un estado social libre que trabaje por la perfección de la humanidad para alcanzar la parte que como átomo de la humanidad le corresponde”74.

En un plano más práctico, su liberación significó para Recabarren volver a ocuparse personalmente de la edición de El Trabajo, suspendida como se dijo durante los meses de cárcel, y también del nuevo periódico demócrata El Proletario, todo lo cual reforzaba su creciente reputación como periodista obrero. “Se nos secuestró una imprenta para enmudecer la voz de un periódico”, comentaba irónicamente, “y como consecuencia de esta maldad, hoy son dos las voces periódicas que defienden los fueros de la clase obrera en Tocopilla, propagando sus sanos ideales para instruir a los que aún ignoran la verdad”75. Aparece también el 19 de noviembre convocando a un desfile para celebrar el 17º aniversario del Partido Demócrata y algunas semanas después figura como presidente de la Mancomunal de Tocopilla, al parecer por el traslado de Gregorio Trincado a trabajar en las borateras de Santa Rosa, al interior de la provincia. A un año de su llegada a la localidad, alcanzaba así el cargo máximo en su tan admirada organización76.

El año 1905 sorprende a Recabarren haciendo un recorrido de varias semanas por las oficinas salitreras del cantón El Toco, testimoniando “la impresión penosa que el alma de un socialista recibe al apreciar de cerca lo que ocurre en las pampas, verdaderas fuentes de oro donde el esfuerzo único del operario eleva fortunas inmensas que aprovechan los malagradecidos patrones y autoridades”. Aunque la gran mayoría de sus visitas debió verificarse a escondidas, ante la previsible oposición empresarial, igualmente pudo reunir testimonios suficientes para denunciar las malas condiciones de trabajo y de vida que allí imperaban –con contadas y honrosas excepciones como la oficina Iberia, cuyos dueños Lacalle y Cía. fueron públicamente reconocidos en uno de los artículos de la serie–. Particular preocupación le causó la persecución concertada contra los socios de la Mancomunal, quienes “sufren ante una tiranía que les priva de manifestar libremente sus ideas y pensamiento que a nadie perjudican”. Ya al cierre de su recorrido, y junto con dar cuenta del ensañamiento de las autoridades contra una cruz que señalaba el lugar donde meses antes había sido asesinado un huelguista, expresaba sus votos “por que los patrones y las autoridades abandonaran la ingrata misión de expoliar y explotar tanto a los que les aumentan sus riquezas”77.

De regreso en Tocopilla, Recabarren anunció la aparición del folleto antes mencionado Proceso oficial contra la Mancomunal de Tocopilla, el primero de los muchos que publicaría en formato mayor, y que fueron estructurando de manera más elaborada que los escritos periodísticos su pensamiento político y social. Como él mismo dijera al recomendar la adquisición de dicho texto, su propósito fundamental era tanto relatar ordenadamente los hechos de que había sido víctima como “hacer propaganda en pro de nuestra causa, porque en ella se sostiene tanto el derecho de asociación, como la libertad de pensamiento expresado por la prensa, cosas que se atropellaron esta vez por la llamada justicia, incluso las ilustrísimas cortes y el gobierno mismo”. Se imprimieron diez mil ejemplares para distribuir por todo el país, y se destinó el 25% de su recaudación a beneficio de la recién creada Mancomunal de Valdivia (“para que adquiera una imprenta”), en tanto que el 75% restante quedaba “para editar otras obras de propaganda obrera”78.

Como ocurriría tantas veces a lo largo de su carrera, y como lo reconocerían todos los que tuvieron la oportunidad de trabajar a su lado, Recabarren destinaba así a la promoción de “la Causa” los pocos dineros que arrojaba la venta de sus escritos, reservando para su propio sustento, que los mismos testigos coinciden en calificar de extremadamente frugal, solo lo que le deparaba su sueldo como periodista obrero, precariamente solventado por las entidades que editaban dicha prensa. Haciendo alusión a una experiencia muy posterior, el dirigente comunista Salvador Ocampo señalaba que los periódicos dirigidos por Recabarren frecuentemente carecían de dinero para pagar los sueldos, pero que “comida no faltaba, porque teníamos amigos que nos mandaban azúcar, que nos mandaban porotos, que nos mandaban arroz. ¡Carne, a veces, cuando nos daban los carniceros!”79. Pese a ello, su condición de asalariado de las organizaciones obreras frecuentemente sirvió a sus detractores para sindicar a Recabarren como un “zángano” que vivía a costa del esfuerzo de sus propios compañeros de clase.

Al cumplirse un año desde la incautación de la imprenta de El Trabajo, cuyos enseres por cierto aún no les eran devueltos, Recabarren hacía un balance triunfalista del movimiento mancomunal representado por ese órgano, el que pese a todas las persecuciones sufridas seguía de pie y luchando: “Nuestro triunfo moral y material hasta hoy es indiscutible, y la frente altiva de los mancomunales se levanta en todas partes señalando la derrota, la debacle de la sociedad burguesa, pigmea y enclenque”80. Poco tiempo después, y firmando nuevamente como presidente de la Mancomunal de Tocopilla, hacía un llamado a sus compañeros de trabajo a unirse a las filas de esta organización, única capaz de “salvarnos de la pobreza y de los abusos de patrones y autoridades”. Las dieciséis secciones ya fundadas entre Iquique y Valdivia, con sus once periódicos mancomunales y una militancia autoatribuida de unos diez mil asociados, eran testimonio vivo de los beneficios que aportaba este baluarte de la unión obrera, “verdadera Sociedad de Seguros sobre la vida del trabajador”. “La unión hace la fuerza”, concluía, “y la fuerza hace el respeto”81.

Por esos mismos días, Recabarren publicó en el periódico demócrata El Proletario una serie de artículos de orientación doctrinaria titulada “La tierra y el hombre”, cuyo epígrafe era la famosa frase de Proudhon “la propiedad es un robo”. Con el propósito de denunciar la ilegitimidad de cualquier forma de propiedad, incursionaba aquí por primera vez en la Historia de Chile, fuente a su juicio de las desigualdades y opresiones contra las que se debía lidiar en la hora presente. El despojo originario se hacía coincidir con la Conquista española, siendo sus primeras víctimas “los indios que aquí vivían tranquilos disfrutando de la vida natural”. La unión entre los hijos de estos “esclavos criollos” y los “esclavos españoles”, continuaba, había dado forma al pueblo actual, a los que “siempre se han llamado rotos chilenos”, en tanto que “las familias burguesas que formaban la colonia española en Chile” constituyeron lo que él denominaba “la burguesía feudal chilena”, todo esto corroborado por la obra de Barros Arana, Luis Orrego Luco “y otros burgueses que no se ruborizan al comprobar en los datos históricos el origen de sus riquezas de hoy”.

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