Kitabı oku: «Ensayos de hermenéutica»
Ensayos de hermenéutica
Perspectivas para una teoría de la interpretación
Colección
Heterodoxos
Introducción
El presente libro no pretende llevar a cabo una reconstrucción sistemática de la historia de las diversas corrientes hermenéuticas que se han dado a lo largo de la historia; otros autores ya lo han hecho y de manera bastante afortunada (Ferraris, 2002; Grondin, 2002 y 2006). Me propongo, más bien, abordar algunos de los problemas que considero sustantivos desde la perspectiva actual de la hermenéutica contemporánea. Entiendo a la hermenéutica, en primer lugar, en un sentido heideggeriano, como la condición propia de nuestra existencia, la cual nos enfrenta, en cada caso, a la comprensión e interpretación de la experiencia vivida. En segundo lugar, entendiendo que la comprensión está en la base de todas las formas más complejas de interpretación que nos confrontan con las construcciones discursivas, las experiencias de la vida social en todas sus manifestaciones, así como de todas las producciones culturales y, en particular, la de la literatura y de las artes visuales. El pensamiento científico, tal como lo mostraron Heidegger, Gadamer y Ricoeur, también tiene como sustrato fundamental, como punto de partida, los procesos de la comprensión y la interpretación.
Desde esta perspectiva, la hermenéutica no es un asunto puramente teórico, sino, por el contrario, un asunto vital que nos atañe a todos, en todo momento. Partiendo de este hecho básico, la hermenéutica no puede ser vista como un mero método de conocimiento regido por reglas epistemológicamente estructuradas, pues los mismos planteamientos iniciales de la hermenéutica de Heidegger, en su obra temprana (1922-1927), desmantelan toda orientación puramente epistemológica del conocimiento humano, tal como veremos en el segundo capítulo. Heidegger sienta las bases para entender a la hermenéutica, ontológicamente, ya no como una mera forma de conocimiento, sino como una forma de ser en la existencia.
He estudiado con detenimiento las obras de Heidegger correspondientes al periodo comprendido entre 1922 y 1927, con el propósito muy definido de rastrear en ellas las orientaciones filosóficas que permitieron fundar la hermenéutica filosófica y la fenomenología hermenéutica. Todas estas obras son anteriores a su adhesión al nazismo y están completamente exentas de contener elementos de esa ideología. En este aspecto discrepo de los autores que han querido ver un Heidegger nazi de la cuna a la tumba y átomos de la ideología nazi en todas y cada una de sus obras, argumento que es totalmente falaz y desproporcionado: falso. Sobre esta polémica considero que la obra más sensata, cuidadosa y seria al respecto es la del filósofo Jorge Juanes (2013) Historia errática y hundimiento del mundo. Con Heidegger. Contra Heidegger. Sugiero su lectura para formarse una opinión fundamentada al respecto.
Nuestro modo de ser en la existencia se vuelve inteligible gracias al habla, se da por mediación del lenguaje. No obstante, el lenguaje no es transparente, al mismo tiempo que revela, oculta, por lo cual requiere de la interpretación, asunto que se aborda en el primer capítulo. De ahí que el campo de la hermenéutica se extienda a todo el ámbito de la existencia humana que se expresa por medio de lo que Cassirer (1997 [1944]) denominó manifestaciones del pensamiento simbólico: el lenguaje, el arte, el mito, la religión y la ciencia. No es casual que los autores que continuaron el desarrollo de la perspectiva hermenéutica abierta por Heidegger, principalmente Hans-Georg Gadamer y Paul Ricoeur, hayan llevado a cabo las tareas hermenéuticas que Heidegger deliberadamente dejó de lado por considerarlas innecesarias, desde su perspectiva, una vez aclarada la condición ontológica de la hermenéutica.
En el tercer capítulo doy seguimiento a las que considero constituyen las orientaciones hermenéuticas más importantes de Hans-Georg Gadamer, expuestas en su magna obra Verdad y método. No pretendo realizar una exposición exhaustiva de las mismas, sino que he llevado a cabo una selección, con fines didácticos, de modo que puedan ser útiles al lector en los procesos de interpretación de los discursos, los sucesos históricos, las artes visuales y la literatura.
En el cuarto capítulo se expone el punto de partida común de las hermenéuticas de Heidegger y Ricoeur y el lugar en el cual sus caminos se separan; dicha exposición nos ayudará a comprender el cómo y el por qué resulta necesario retomar los problemas de la interpretación de documentos y monumentos, propios de la hermenéutica tradicional, que Heidegger había dejado en suspenso, intencionadamente. Eso es lo que harán sus seguidores. Gadamer y Ricoeur abordarán este asunto sin recaer en la anterior perspectiva epistemológica, más bien manteniéndose en el punto de vista ontológico trazado por la fenomenología hermenéutica de Martin Heidegger.
En el quinto capítulo abordo el tema de la “triple mímesis”, piedra basal de la teoría de la interpretación de textos, desarrollada por Paul Ricoeur en su primer volumen de Tiempo y narración (2007 [1985]). Tomando como puntos de partida las concepciones del tiempo de san Agustín en sus Confesiones y de Heidegger en Ser y tiempo, además de la teoría de Aristóteles sobre la épica y la tragedia, expuesta en su Poética, Ricoeur elabora detalladas orientaciones hermenéuticas que sintetizan y, a la vez, resultan en una eficaz aplicación práctica de los principios hermenéuticos expuestos a lo largo de toda su obra anterior.
En el sexto capítulo expongo, con cierto detenimiento, los que considero los principios fundamentales de la hermenéutica simbólica de Gilbert Durand. Me extiendo en algunas partes de mi exposición y comentario de su obra, de modo que sea posible situar la obra de Durand en el contexto de su tiempo y de las polémicas teóricas que se desarrollaron en relación con los asuntos que trata. Cuestiones que continúan teniendo vigencia el día de hoy.
Finalmente, en el capítulo séptimo, expongo mi propia perspectiva hermenéutica de interpretación del mito, la cual vengo trabajado, desde hace años, a lo largo de varias obras: Las raíces mitológicas del imaginario político (2004), El significado de la obra de arte (2008, 2011, 2017), Cosmovisión y cultura (2011) y Comunicación y cultura (2015). Presento aquí una proposición hermenéutica, detallada y sistemática de interpretación del mito que recupera esta ya larga reflexión sobre el tema en una nueva versión, acorde con la problemática hermenéutica actual.
Esta obra está pensada como un todo estructurado que va siguiendo capítulo a capítulo un desarrollo argumental sistemático. Recomiendo que se lea de principio a fin. Sin embargo, los capítulos son también autónomos y pueden ser leídos por separado. Espero que este libro sea útil a lectores con los más diversos intereses y orientaciones teóricas.
Cuernavaca, 14 de febrero de 2019
Table of Contents
Introducción
capítulo I. Breves reflexiones en torno a la universalidad del problema hermenéutico
El pluralismo de la tradición clásica
La hermenéutica como exégesis de textos sagrados
La semiología de Roland Barthes y la interpretación del mito
La fenomenología hermenéutica de Paul Ricoeur
Las ciencias del espíritu como campo propio de la hermenéutica
Heidegger y los fundamentos de la crítica del positivismo y el cartesianismo
La universalidad del problema hermenéutico en la obra de Gadamer
capítulo II. La obra temprana de Heidegger como precursora de la hermenéutica filosófica y de la fenomenología hermenéutica
Introducción
Preguntar acerca del ser
La hermenéutica como lo propio de la condición de ser del Dasein
Heidegger de cara a la historia de las hermenéuticas
El haber previo como estructura de la precomprensión
La facticidad como el asunto propio de la hermenéutica
La conciencia histórica como exponente de lo ya-interpretado
capítulo III. La hermenéutica filosófica de Gadamer: la historicidad de la comprensión de la historia
La hermenéutica filosófica: interpretación y comprensión
La historicidad de la comprensión y el problema de la tradición
El lenguaje como hilo conductor del giro ontológico de la hermenéutica
La hermenéutica de Gadamer y la interpretación de la obra de arte
El epílogo de Verdad y método: la hermenéutica y las ciencias
capítulo IV. La vía corta y la vía larga en la hermenéutica:de Heidegger a Ricoeur
Fenomenología y hermenéutica
La hermenéutica y la cuestión del método
El giro ontológico radical como crítica de la epistemología
El conflicto de las interpretaciones: semiótica, semántica y hermenéutica
La vía larga
capítulo V. Paul Ricoeur: la triple mimesis
Introducción
Mimesis I
Mimesis II
Mimesis III
capítulo VI. Gilbert Durand: fundamentos para una hermenéutica simbólica
La imaginación simbólica: el trayecto antropológico
La hermenéutica simbólica de cara a la comprensión de los símbolos
Durand y la crítica de la iconoclastia
Hermenéuticas reductivas y hermenéuticas instaurativas
La hermenéutica simbólica y la interpretación de la obra de arte
La mitocrítica paso a paso
capítulo VII. Perspectivas para una hermenéutica del mito
Introducción
Orientaciones hermenéuticas para la interpretación de los mitos
Análisis de las interpretaciones
Funciones sociales de los mitos
Recapitulación final sobre la hermenéutica del mito
El mito en la modernidad
Bibliografía
Aviso legal
capítulo i
Breves reflexiones en torno a la universalidad del problema hermenéutico
El pluralismo de la tradición clásica
¿Cuándo y dónde nace la conciencia hermenéutica en la filosofía de Occidente? En verdad no lo sabemos; no obstante, podemos proponer un hipotético origen a partir de lo que conocemos. Ya desde Heráclito está presente la inquietud, la necesidad del preguntarse sobre la comprensión; para él, la correspondencia que sigue manteniéndose entre el lenguaje y el ser “no es ya una identidad inmediata sino mediada y, por así decirlo, oculta, pues se acepta que la reflexión sobre el ‘logos’ del lenguaje como un todo puede mostrar el ‘logos’ de la totalidad en devenir del cosmos” (Garagalza, 2006:180). Para su filosofía, “La dicción particular es al mismo tiempo descubrimiento y encubrimiento, por lo que requiere interpretación, y tiene un sentido que va más allá de lo que propiamente dice, un sentido oculto a la visión directa y al que se accede transversalmente, por la interposición de la imagen y la metáfora” (Garagalza, 2006: 180). Tales ideas están contenidas en sus famosas sentencias: “A la naturaleza le gusta ocultarse” (Heráclito, 2011: 51) y “El Señor cuyo oráculo está en Delfos, no dice ni oculta, sino indica por medio de signos” (Heráclito, 2011: 65[136 (22 B 93)]).1 Ricoeur hace referencia a esta misma sentencia de Heráclito para mostrar que el símbolo, en el sentido griego del término, es un enigma mas éste no bloquea la comprensión, por el contrario, provoca la interpretación (2014 [1965]: 20).
Cassirer formula esta cuestión de manera similar:
Cuando se designan al lenguaje, al mito y al arte como “formas simbólicas”, esta expresión parece presuponer que todas ellas, como modalidades espirituales de configuración, se remontan a un último estrato de lo real que en ellas sólo se vislumbra como a través de un medio extraño. Parece que nosotros sólo podemos captar esa realidad en la peculiaridad de esas formas; sin embargo, esto implica que ella no sólo revela, sino también se oculta en ellas (2013b [1923-1929]: 12).
Para Heráclito, alcanzar la sabiduría plantea dificultades y el conocimiento humano es limitado: “Los límites del alma no los hallarás andando, cualquiera sea el camino que recorras, tan profundo es su fundamento” (2011: 83 [22 B 45]). Por tal razón, aconsejará: “No hagamos conjeturas al azar acerca de las cosas supremas” (2011: 83 [22 B 47]). Para él, “Una sola cosa es lo sabio: conocer la Inteligencia que guía todas las cosas a través de todas” (2011: 82 [22 B 41]). Las referidas sentencias nos encaminan hacia la necesidad de una comprensión más profunda de las cosas que nos permita ir más allá de lo evidente, para hallar lo que se oculta detrás de ellas y de los discursos que hablan de ellas, por eso afirma que “se equivocan los hombres respecto del conocimiento de las cosas manifiestas” (2011: 84 [22 B 56]). Más aún, dirá: “La armonía invisible vale más que la visible” (2011: 84 [22 B 54]).
Sin embargo, para él, la comprensión es algo inherente al ser humano:
103 A todos los hombresles es dado por igual conocerse a sí mismosy pensar con sentido. [F 116] (Heráclito, versión de Álvarez y Hülsz, eds., 2015: 32)
Según Ernst Cassirer, el concepto del logos tiene una importancia central en la filosofía y comienza a ganar mayor complejidad y riqueza en el pensamiento de Heráclito y, a pesar de que Cassirer no lo mencione explícitamente, en su interpretación de Heráclito se vislumbra la presencia del cuestionamiento hermenéutico sobre lo que podemos conocer:
Esta significación que asignamos al concepto del logos, y la riqueza futura que está llamado a adquirir, se perciben ya claramente en la primera versión que de él nos da la filosofía de Heráclito. A primera vista, la doctrina heraclitiana parece mantenerse todavía por entero dentro de los marcos de la filosofía jónica de la naturaleza. Heráclito sigue considerando el universo como una suma de [materias] que se transforman mutuamente las unas en las otras.2 Pero, en realidad, esto sólo es, para él, la superficie de la realidad, por debajo de la cual trata de descubrir otra más profunda (1982 [1942]: 12).
De acuerdo con la lectura que lleva a cabo Cassirer, “para Heráclito la comprensión del lenguaje se erige en expresión típica y auténtica de la comprensión del universo” (1982: 26).
No sólo las cuestiones más profundas, incluso las cuestiones cotidianas plantean problemas para la comprensión, así lo piensa la filosofía de Heráclito:
10 Aunque este Discurso existeperpetuamente se quedan los hombres sin entenderlo,ya sea antes de haberlo escuchado,ya sea nada más escucharlo.Pues, aunque todas las cosas sucedensegún este Discurso, a gente sin experiencia se parecen cuando experimentanpalabras y accionestal cual yo las expongo,distinguiendo según naturalezay mostrando cómo son. [F 1a]
11 ¡Obtusos! Tras haber escuchado,a sordomudos se parecen;de ellos da fe el refrán:“Presentes, están ausentes”. [F 34]
12 ¡Incrédulos!No sabiendo escuchar, tampoco saben hablar. [F 19]
13 Con cuanto continuamente tratan,el Discurso *que habita todo el universo*,de eso se apartan.Y las cosas que se topan todos los días,esas les parecen extrañas. [F 72] (Álvarez y Hülz, eds., 2015: 20-21)
Me abstengo de comentar las sentencias de Heráclito, recién citadas, para permitir que el lector reflexione sobre ellas, libremente. Si eso se dificulta, podemos recurrir a la interpretación de Cassirer, quien indica que para Heráclito el mundo “está sujeto a una regla universal que une a todo ser y a todo acaecer individuales indicándoles su justa medida” (2016: 86). Más aún: “esta ley del cosmos en sí inmutable se expresa en forma distinta pero intrínsecamente igual a sí misma en el mundo de la naturaleza y en el del lenguaje” (2016: 86). Pero este complejo de sentido no se nos revela si lo pretendemos aprender de manera fragmentaria, “despedazado en una multiplicidad de ‘cosas’ particulares, sino sólo cuando lo contemplamos y aprendemos como un todo viviente” (2016: 86).
Otro autor que nos permite, desde la perspectiva actual, considerarlo como iniciador del pensamiento que más tarde dará origen a la hermenéutica es Parménides. Entre los hexámetros que parecen haberse recuperado de lo que él recitó y escribió, encontramos el siguiente: “Un solo camino narrable queda: que es. Y sobre este camino hay signos abundantes” (2011: 35 [32 (28 B 8, 1-3)]). El enunciado nos conduce hacia la idea de polisemia, que proviene del griego: pολυσημία, es decir, polὑ (poli): muchos y σῆμα (sema): signo, señal; a lo anterior podemos agregar: σημασἰα (semasia): significación. La polisemia nos lleva, por sí misma, tanto a la pluralidad de signos con los cuales podemos referirnos a lo “que es” como, al mismo tiempo, a la pluralidad de significados que esos signos contienen, es decir, a la interpretación de su significado. Queda, así, planteado de raíz el problema hermenéutico implícito en el lόgoς (logos), en el decir: lἐgειν (legein), en el pensar: νοεῖν (noein).
De acuerdo con Mauricio Beuchot, “la hermenéutica interviene donde no hay un solo sentido, es decir, donde hay polisemia. Por eso, la hermenéutica estuvo, en la tradición, asociada a la sutileza. La sutileza era vista como un trasponer el sentido profundo, incluso oculto, o cómo encontrar varios sentidos cuando parecía haber sólo uno” (2015: 17-18).
Los propios versos de Parménides hacen referencia a la polisemia:
Las yeguas que me llevan tan lejos como mi ánimo alcance,me transportaron cuando, al conducirme me trajeron al camino, abundante en signos, de la diosa, el cual guía en todo sentido al hombre que sabe.
Ahí fui enviado, pues ahí me llevaban las yeguas muy conocedoras,tirando del carro, y las doncellas iban delante en el camino (2011: 34 [30 (22 B 1, 1-5)]).
Destacamos del fragmento la frase: “me trajeron al camino, abundante en signos”, evidentemente, se trata de la referencia a la polisemia.
Según Heidegger, la diosa a la que se refiere Parménides es la verdad: “¿Quién es la diosa? La respuesta que nosotros anticipamos proporciona en primer término el todo del ‘poema didáctico’. La diosa es la diosa ‘verdad’. Ella misma –‘la verdad’– es la diosa. Por eso evitaremos el giro que hablaría de una diosa ‘de la verdad’” (2005 [1982]: 10). Vemos cómo, para Parménides el desocultamiento de la verdad no se da directa y explícitamente, sino por medio de un rodeo, sólo se puede alcanzar, o mejor, sólo podemos hablar de ella valiéndonos de un lenguaje enigmático, metafórico.
Al respecto debemos referir una distinción, establecida por Parménides, entre dos tipos de discurso; Jean Grondin la pone de relieve en su Introducción a la metafísica:
El reino de las opiniones es aquel en que, escribe Parménides, “el ojo ciego, el oído sordo y la lengua (glōssa) todavía lo gobierna todo”. Lo que los mortales ven nacer y perecer no son sino apariencias suscitadas por el poder del lenguaje y de los nombres. El Poema distingue aquí dos tipos de discurso: de un lado el decir (legein) “lo que es”, esto es, el discurso verdadero que corresponde con lo pensado (noein) y del otro, el discurso vacío que se queda en el plano de entidades nominales (frag. 8, 38: onomasthai) que depende de la charlatanería y de la glosolalia (2006 [2004]: 47).
Su texto versificado nos lleva a pensar que es la diosa quien se lo revela:
Y ahora es necesario que te enteres de todo:por un lado, el corazón inestremecible de la verdad bien redonda;por otro, las opiniones de los mortales, para las cuales no hay fe verdadera (Parménides, 2011: 33 [28 (28 B 1, 28-32)]).
Queda implícito, aquí también, el problema hermenéutico: saber distinguir entre discurso verdadero y discurso vacío. El problema hermenéutico queda situado de cara a la interpretación de los discursos. Al respecto, Gadamer afirma: “La lingüisticidad le es a nuestro pensamiento algo tan terriblemente cercano, y es en su realización algo tan poco objetivo, que por sí misma lo que hace es ocultar su verdadero ser” (1999 [1960]: 457). Tal ocultación es la que da lugar a la interpretación, a la hermenéutica como disciplina sistemática de la interpretación. Grondin completa esta idea comentando: “Desde la plena concepción del έρμηνεύειν [expresar, interpretar, traducir] parece claro que detrás de lo literalmente enunciado hay algo diferente, algo más, que requiere un mayor esfuerzo hermenéutico justamente porque el sentido inmediato y verbal resulta incomprensible” (2002 [1994]: 50).
Al inicio de su obra sobre Parménides, Heidegger afirma: “Parménides y Heráclito son los nombres de los pensadores, contemporáneos en las décadas entre 540 y 460 a. C., que piensan lo verdadero en una única copertenencia al comienzo del pensar occidental. Pensar lo verdadero significa: experimentar lo verdadero en su esencia y saber la verdad de lo verdadero en dicha experiencia esencial” (2005 [1982]: 5).
Parménides y Heráclito piensan de una manera original que no se ha vuelto a dar en la historia occidental. Tal es la dificultad que enfrentamos a la hora de interpretar su filosofía. En ese sentido, Heidegger explicitará la perspectiva hermenéutica desde la cual él interpreta el pensamiento de Parménides. En primer lugar, aclara que la propia traducción del griego al alemán que él realiza es ya un primer momento de la interpretación, aunque no contiene el todo de la interpretación (2005: 8). En segundo lugar, que “ni la traducción ni la explicación tendrán peso alguno mientras lo pensado en la palabra de Parménides no nos interpele por sí mismo” (2005: 8). Desde una perspectiva hermenéutica, Heidegger nos conduce a poder distinguir la distancia que existe entre los horizontes históricos del pensar original de Heráclito y Parménides y el nuestro: “Lo pensado en dicho pensar es justamente lo histórico por excelencia, lo que precede y, con ello, lo que anticipa toda historia subsiguiente” (2005: 5). Para alcanzar un mejor entendimiento, nuestra interpretación debe desmontar la tradición en la cual nos movemos, lo cual nos permitirá acercarnos a su pensamiento. La tradición aparece como un obstáculo a nuestra comprensión, asunto del cual debemos ser conscientes.
Heidegger señala que la dificultad radica en que en las interpretaciones posteriores (tradición) nos encontramos con “un modo de pensamiento que se ha consolidado en Occidente desde hace dos mil años y que en cierto sentido es, incluso, una consecuencia aberrante del pensar expresado en el ‘poema didáctico’ de Parménides”. Más aún: “Nosotros nos movemos en la larga tradición de este modo de pensar, y por eso lo tomamos como el modo ‘natural’” (2005: 11). Se ponen de manifiesto, de esa manera, algunos de los problemas hermenéuticos que conlleva la interpretación de los autores que podemos considerar como precursores de un modo de pensar que al paso de los siglos irá dando forma a lo que hoy llamamos hermenéutica.
El destacado estudioso de la mitología griega Carlos García Gual relata que el primero en proponer una interpretación alegórica del mito fue Teágenes de Regio, “un sagaz comentador de Homero del siglo vi a. C.” (1989: 48). Teágenes salva a Homero de las críticas que se le hacen por presentar en la Ilíada un comportamiento escandaloso de los dioses, contrario al canon ético griego de comportamiento cívico y cotidiano, argumentando que Homero hace uso de un modo críptico de expresión, valiéndose de un lenguaje poético que se refiere a verdades profundas, cuya literalidad contiene un sentido oculto,por referencia alegórica: “Con tal lenguaje alude y devela a los entendidos verdades profundas ocultas tras un velo de metáforas, tras un ropaje embellecido por imágenes plásticas […] Así, el mito queda visto como un lenguaje cifrado que vela un saber profundo que hay que interpretar y descifrar […] ese lenguaje mítico posee un código propio y unas referencias reales, que los sabios saben encontrar y rastrear” (García Gual, 1989: 50-51).
De acuerdo con Grondin, “La práctica de la interpretación alegorizante de los mitos consistía, por tanto, en encontrar algo más profundo detrás del sentido literal escandaloso. Lo chocante o absurdo del sentido inmediato es justamente un indicio de que se refería a un sentido alegórico que el lector u oyente [avezado]3 tenía que descifrar”. Más adelante agrega: “La palabra enunciada no se basta a sí misma, sino que remite a algo diferente, de lo cual es signo” (2002: 50-51). Grondin da cuenta de la manera en la cual tiene lugar esta etapa de la hermenéutica:
La necesidad de una reflexión explícita sobre la explicación, sobre el acontecer primario del lenguaje en tanto interpretatio o como reproducción del pensamiento, se debe –y no hay nada más humano que eso– a la experiencia de la incomprensibilidad.
Esta reflexión surgió sólo cuando el comprender se vio ante el desafío de pasajes y elementos de la tradición religiosa y mitológica que se habían convertido en oscuros o escandalosos (2002: 49).
Al respecto, indica Cassirer:
Percibimos, dentro todavía del círculo mágico del mito y la religión, el sentimiento de que la cultura humana no constituye algo dado y obvio, sino una especie de prodigio que necesita de explicación. Pero este sentimiento mueve al hombre a una reflexión más honda cuando no sólo siente la necesidad y el derecho de plantearse esta clase de cuestiones, sino que, dando un paso más se pone a cavilar un procedimiento propio y sustantivo, a desarrollar un “método” para poder contestarlas.
Este paso lo da por primera vez el hombre en la filosofía griega, y a ello se debe precisamente el gran viraje espiritual que esta filosofía representa (1982: 10-11).
Richard Buxton nos permite ver a través de su obra El imaginario griego que la sociedad griega se caracterizaba por el intercambio de narraciones, entre las cuales los relatos sobre los orígenes jugaban un papel fundamental y su carácter era eminentemente dialógico y plural: “las ficciones y los contextos sí tuvieron al menos una característica común: la pluralidad de la voz. En la sociedad de la polis arcaica y clásica, en una serie de ámbitos, la narración fue una empresa competitiva” (2000 [1994]: 24). Tal carácter provenía de su antigua tradición oral, anterior a la escritura. En referencia a ella, Eric Havelock señala que la literatura griega había sido poética porque la poesía había jugado la función social de preservar la tradición a partir de la cual los griegos vivían y eran instruidos en ella; lo que quería decir que la tradición era enseñada y memorizada oralmente (1986: 8). García Gual señala que “es la comunidad entera del pueblo quien guarda y alberga en su memoria esos relatos. Los mitos circulan por doquier. Las instituciones se apoyan en los mitos; se recurre a ellos para tomar decisiones; se interpretan hechos de acuerdo con ellos” (1989: 27). Kirk sostiene que “Los mitos tradicionales eran, a fin de cuentas, el hecho cultural dominante de la vida griega” (1992 [1974]: 92).
La narración mítica está presente en la educación de los niños, desde pequeños, en el ámbito doméstico; en la educación de los jóvenes, en un ámbito socialmente sancionado; en celebraciones públicas y privadas de ciudadanos, acompañadas del canto y la recitación especialmente en Atenas. Adquiere una cualidad relevante en la tragedia (Buxton, 2000: 31-53; García Gual, 1989: 27-28, 37), tal como pensadores de la talla de Aristóteles, Hegel, Nietzsche, Heidegger y Gadamer lo han destacado. Carlos García Gual, especialista en el tema, pone de relieve esta cuestión:
La épica y la tragedia –y también la lírica coral doria– fueron no sólo formas de arte, sino también instituciones sociales con valor educativo.
Los mitos hablaban de héroes y de dioses, que habían actuado en un tiempo remoto, pero en sus dramáticas escenas plantean conflictos de valores en los que se muestra paradigmáticamente la trágica condición del hombre. Ese cruce de dos tiempos –el del mito y el presente ciudadano– y la imbricación de lo humano en lo heroico, y viceversa, sirve a la educación mediante la reflexión y la purificación afectiva, que Aristóteles supo reconocer tan admirablemente (1987: 37).
De acuerdo con Paul Diel, el tema central de los mitos griegos, y en especial de la tragedia, es el de las transformaciones energéticas entre el deseo exaltado y su deseable orientación armónica. La satisfacción armoniosa de los deseos es el sentido último de la vida, su sentido espiritual (1991 [1966]). Sobre la tragedia, Buxton subraya algunas de sus características que me parecen sustantivas; por ejemplo, que cuando hacia finales del siglo vi a. C. surge la tragedia, ésta significa “una forma de narración mítica sin precedentes en cuanto a la participación de toda la polis” (2000: 43); la tragedia ateniense revela “una ciudad discutidora y obsesionada con la palabra” (2000: 43); “la tragedia formula preguntas molestas” (2000: 43); concluye que “A pesar de su intensa y fantástica exageración, pero también debido a ella, la tragedia demuestra, con fuerza sólo comparable al de la Ilíada, que los ‘simples relatos’ pueden despejar zonas de experiencia más extrañas y profundas que todas las indagadas por la cultura griega” (Buxton, 2000: 45).
Así, resulta que los sucesos presentados por el mito y la tragedia son profundos y trascendentes, en términos de la experiencia humana, y por eso, mueven las emociones, cuya catarsis deben provocar. Tragedia y mito tienen el mismo fin: que el ser humano pueda conocer el thelos divino que subyace y estructura al cosmos. Por lo cual, dirá Gadamer: “Frente al poder del destino el espectador se reconoce a sí mismo y a su propio ser finito” (1999: 178). Se trata de “una especie de autoconocimiento del espectador, que retorna iluminado del cegamiento en el que vivía como cualquier otro” (1999: 179).