Kitabı oku: «Los irreductibles II»
LOS IRREDUCTIBLES II
© del texto: Julio Rilo
© diseño de cubierta: Lois Moreno Graña
© corrección del texto: Equipo Mirahadas
© de esta edición:
Editorial Mirahadas, 2021
Avda. San Francisco Javier, 9, P 6ª, 24 Edificio SEVILLA 2,
41018, Sevilla
Tlfns: 912.665.684
Producción del ePub: booqlab
Primera edición: diciembre, 2021
ISBN: 978-84-18996-74-0
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o scanear algún fragmento de esta obra»
LOS IRREDUCTIBLES II
Julio Rilo
Índice
Adolescencia tardía
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
XVI
XVII
XVIII
XIX
XX
Madurez
I
II
III
IV
V
VI
VII
VIII
IX
X
XI
XII
XIII
XIV
XV
Angustia
I
II
ADOLESCENCIA
TARDÍA
I
A Kino ya había dejado de importarle que le pudieran ver a través de la videollamada liándose un porro. Al fin y al cabo, llevaba ya más de una hora intentando ponerse en contacto con alguien del Banco Cantabria, y después de haber estado un buen rato buscando en la página web y en Google algún teléfono de contacto en el que le contestaran la llamada, se había pasado el doble de tiempo en «espera» mientras lo pasaron primero con el Servicio de Asistencia, luego con el Departamento de Atención al Cliente, luego con el Servicio Técnico y ahora llevaba dos canciones y media esperando a que lo comunicaran con el Departamento de Reclamación y Devoluciones.
Él, lo único que quería era que alguien le explicase en concepto de qué le estaban cobrando todos los meses una cantidad de cincuenta euros como comisión, cuando se suponía que su cuenta bancaria no tenía comisiones (aquel era el principal reclamo publicitario de la «Cuenta Joven del Banco Cantabria»), y después de tanto tiempo esperando una respuesta que no llegaba, Kino llegó a la conclusión de que una de dos: o en aquella empresa multinacional de miles y miles de empleados no había un solo trabajador competente que le pudiera resolver el problema, o le estaban tomando el pelo deliberadamente al pasarlo de un departamento a otro.
Pensándolo bien, se dijo Kino, era un milagro que aún no hubiera reventado ninguno de los escasísimos elementos decorativos de su piso ante la frustración de que la gente que controle su dinero le toree a uno de una forma tan descarada. Era por eso por lo que se había empezado a liar un porro después de dejar la HSB sobre la mesa, de manera que la pantalla se proyectaba hacia arriba en el aire enfrente de él. Así tenía las manos libres.
De hecho, era por su libertad que se había dado cuenta de las irregularidades en su cuenta. Después de haber dejado su trabajo en 5 Minutos la semana anterior, Kino tenía pensado escribir todos los días y disfrutar de su tiempo libre. Aunque lo cierto era que todavía no había conseguido ninguna de las dos cosas.
Se pasaba los días revisando lo que tenía de su texto, releyendo y corrigiendo, aunque sin nuevas ideas, dando vueltas en círculo sin avanzar de forma significativa. Al menos ya había conseguido llegar hasta el punto de la historia en el que Regalt y Nina se conocen y emprenden juntos un viaje lleno de aventuras. El problema era que aún no había ninguna aventura. A Kino le daba la sensación de que su historia no avanzaba, de que la trama era aburrida, los personajes eran pasivos y puramente reaccionaban a lo que pasaba alrededor sin influir proactivamente en el desarrollo del argumento. En definitiva, Kino pensaba que lo que tanto esfuerzo le estaba costando escribir era una mierda y un tostón. Un auténtico coñazo.
Sufriendo una nueva acometida de la tan familiar sensación de ansiedad que le sobrevenía cada vez que se sentía atascado y frustrado en su texto, optó por distraerse, pero solo las veces que no fuera capaz de producir, de manera que se solía pasar los días aburrido y fumado, tirado en el sofá sin hacer nada.
Arrastrado por la dejadez, incrementó bastante la cantidad de porros que se fumaba diariamente. Y fue cuando, preguntándose cuánto se habría gastado en la última semana en fumar, hizo algo de lo que habían pasado meses desde la última vez: revisar el extracto de su cuenta. Y ese fue el detonante.
Quizás si no lo hubiera hecho hubiese seguido viviendo feliz en su ignorancia de fumeta, pero al revisar el extracto de las últimas operaciones se dio cuenta de que ese mes su banco le había cobrado más de cincuenta euros solamente en comisiones. No era una cantidad muy grande, de hecho, si no se había dado cuenta hasta ese momento era por eso, aunque aquello le dio mala espina y se puso a mirar el extracto de meses anteriores. Y para su disgusto descubrió que aquel gasto, en concepto de algo que él desconocía («suplencia de activos», decía el extracto bancario en la línea de al lado del importe), era uno que se repetía todos los meses. Un gasto pequeño, sí (algo menos de lo que costaban dos menús del Burger con refresco y patatas), pero Kino se imaginó que los beneficios no serían tan pequeños si el banco se dedicaba a repetir aquella operación con miles de clientes. De la misma manera que hacían las energéticas, de la misma manera que hacían las operadoras de telecomunicaciones y, en general, de la misma manera que hacían todas las empresas que le regalaban a algún expolítico un puesto vitalicio como «asesor externo». Aquel eufemismo que tan bien servía para encubrir sobornos y hacer como que no pasaba nada.
Kino sabía perfectamente que si mañana entraba en cualquier sucursal del Banco Cantabria y decía que se apellidaba Lázaro, al instante lo recibiría el director de la oficina con la mejor de sus sonrisas, y pensar en eso le enfermaba. Por cosas así, además de que en los últimos años su relación con Ricardo se había ido a pique, era por lo que Kino usaba el apellido de soltera de su madre. No le gustaban los aduladores, y menos los que adulaban a su padre, y los evitaba en la medida de lo posible. Al fin y al cabo, cualquier director de sucursal es un adulador especializado en gente de alto poder adquisitivo, que son los que interesan captar.
Mas era de suponer que al Banco Cantabria también le interesaban Industrias Lázaro por otros motivos, y es que casi un veinte por ciento de las acciones estaban controladas por la familia Botillo, el clan descendiente del emprendedor que fundó en su día el banco. Algunas veces, Kino se preguntaba en cuántas empresas tendrían capital invertido el Banco Cantabria con la intención de controlar mejor los mercados.
No era ningún secreto que el banco cántabro colaboraba generosamente con todos los partidos políticos mayoritarios de España, asegurando así una buena relación con todos ellos, independientemente de la ideología que decían profesar y obedeciendo solo al mismo ideal que todos ellos compartían: el amor por el dinero. Kino solía decir en broma que, al final, eran los bancos quienes no solo habían logrado acabar con la división insondable de izquierdas y derechas como consecuencia del bipartidismo (ahora todos los partidos hacían propuestas de leyes sospechosamente parecidas las unas de las otras, especialmente en ámbito fiscal), sino que además habían logrado terminar con la división de clases convirtiéndonos a la mayoría en pobres. Por desgracia para él, este chascarrillo solía ser recibido con indiferencia e incluso confusión, ya que el público no solía entender a qué se refería Kino, y los que le entendían pues les daba igual aquello. Y en momentos así, cuando la gente contestaba a sus comentarios críticos con silencios confusos, era en los que Kino entendía cómo era que seguían eligiendo cada cuatro años a la misma turba endogámica de inútiles que no era capaz de dedicarse a otra cosa que a la política. Quienes nos gobiernan, vamos.
Como los ecos de un fantasma, las palabras que le había oído a su padre en la penúltima sesión de la AF01 resonaron en su cabeza: «cuanto más cambia algo, más se parece a lo mismo».
En la última sesión en la Caverna habían repasado los que fueron los últimos días de la mili de su padre, y a Kino le resultó muy curioso el ambiente enrarecido que reinó no solo en el cuartel, sino también en Miño cuando volvió a casa. El miedo se palpaba porque la gente no sabía qué era «lo que iba a pasar», y la tensión era evidente. La muerte de Franco también tuvo el efecto de que la gente que estaba en contra del régimen (aunque ya se había empezado a manifestar en los años previos a su muerte) ahora salieron, por así decirlo, de sus escondites. Mucha gente tenía miedo de que estallase otra sublevación armada como la del 36, algo que no cabía en la cabeza de Kino porque, precisamente, la sangría de la Guerra Civil era demasiado reciente. Aunque como su padre se encargó de apuntar, precisamente por eso era por lo que había tanto miedo. «Además —le había dicho Ricardo—, tú porque ya sabes cómo termina esta historia, pero vivirla es un tema muy diferente».
Mientras esperaba que le pasaran de una vez con el departamento de reclamaciones y devoluciones, todos estos pensamientos y recuerdos le daban vueltas en su cabeza mientras seguía escuchando su música, eterna compañera en momentos difíciles. Una canción de los Arctic Monkeys terminó para ser relevada por una de los Porretas que, muy apropiadamente para el día que estaba teniendo Kino, se titulaba Mirando el gotelé.
Prendiéndose el porro se preguntaba también si con lo que le había enseñado su padre era suficiente para hacerse una idea de cómo era vivir en aquella época pasada. Probablemente no. Sí que le había comentado desde su punto de vista algunos de los eventos que le dieron forma al país, pero muy por encima, mucho más de lo que le hubiese gustado a Kino. Ricardo parecía que solo le enseñase recuerdos personales. A decir verdad, aunque puede que en un principio le interesase la época en la que vivió su padre más que sus propios recuerdos, lo cierto era que estaba empezando a disfrutar de las historias de Ricardo y ya tenía ganas de que llegase el viernes. Sabía cuáles eran los próximos recuerdos que visitaría.
Kino sabía que Ricardo, poco antes de cumplir veinte años, se fue a Madrid a buscar fortuna, y tenía la esperanza de que ahí sí que empezaría a ver la diferencia y el paso del tiempo ya que, al fin y al cabo, él se conocía Madrid bastante bien y le daba curiosidad saber cómo sería la ciudad de hacía sesenta años. Se preguntaba qué habría querido decir Ricardo con aquello de que cuanto más cambian las cosas, más permanecen igual.
—Departamento de reclamaciones y devoluciones, buenas tardes, le atiende Zuleyma, ¿en qué puedo servirle?
—¡Coño! —exclamó un sorprendido Kino—. Me había olvidado ya de vosotros.
—Buenos días, señor, ¿en qué puedo servirle? —preguntó Zuleyma impávida ante la humareda que flotaba delante de la cara de su interlocutor.
—Buenos días, Zuleyma, pues verás, a ver si puedes ayudarme porque llevo aquí al teléfono más de dos horas.
—Si me dice su problema estoy segura de que seré capaz de solucionarlo.
—A ver si es verdad. Pues verás, el tema es que hay unas comisiones que me están cobrando todos los meses que no sé de qué son…
—No se preocupe, caballero, para eso le ponemos en contacto con el servicio de información financiera, no cuelgue, por favor.
—¿Qué? No. ¡No! ¡Que no quiero información, quiero que me devuelvan mi dinero! —Pero ya era inútil, Zuleyma lo había vuelto a poner en espera y ante la imagen de la pantalla (un dibujo de un florido prado con flores del mismo color que el logo corporativo del banco, algo que se suponía que tenía que ser relajante), Kino solo pudo articular una frase—: Hijos de puta…
Y así, mientras las primeras notas de un riff rockero con mucho blues empezaban a sonar como sucesión a la canción de los Porretas, a Kino le entró la risa. Le entró la risa porque era como si su lista de reproducción escogiese automáticamente la canción que más se ajustase a su situación.
La canción que empezaba a sonar en aquel momento era Por detrás, de Platero y tú.
II
Kino se preparó para el frío que salía de la Caverna cada vez que se abría la puerta, pero tampoco se sorprendió tanto al notar menos frío del que hacía en la calle aquel viernes de finales de enero. Allí abajo hacía frío, sí, pero no era tan cortante y seco como el de fuera, y allí abajo por suerte no corría el viento. De todas maneras, a él tampoco le molestaba el frío. Lo soportaba mejor que el calor, ya que lo único que hay que hacer para sobrellevar el frío es abrigarse más.
Cuando entró, se sorprendió de que aquel día Isidoro le acompañara adentro, y puso un par de muecas cómicas exagerando su conmoción al verlo caminando a su lado, consiguiendo que a Spiegel le diera la risa cuando los vio a los dos por fin. Raúl estaba a su lado, con la misma cara agria de siempre, e Isidoro se dirigió hacia él.
—Aquí tiene, señor Lázaro —dijo el asistente disimulando su frío. Lo que le entregó fue una tablet transparente.
—Muchas gracias, Isidoro.
—¿Algo más, señor?
—No, Isidoro. Por hoy ya está bien, si quieres puedes irte a casa.
—Gracias, señor Lázaro, pero creo que me quedaré un rato más a revisar las hojas de envíos de los audios de Oslo.
—No corre prisa, tranquilo.
—No es molestia, señor.
—Como quieras —terminó concediendo Raúl con una sonrisa—. Gracias, Isidoro. Te veo luego en el despacho.
—Hasta luego, señor Lázaro.
Y con una breve inclinación de cabeza se fue sin decir nada más, ni siquiera para contestar a Kino quien, con voz pomposa, también se había despedido de él. En cuanto su hermano abrió la boca, la sonrisa desapareció de la cara de Raúl, y esta volvió a estar igual de agria que hacía un rato.
—Qué bien enseñado lo tienes, da gusto —dijo Kino para pinchar.
—Pues sí, da gusto trabajar con él. —A Kino no se le escapó el énfasis que su hermano hizo en la palabra «él»—. Y no lo tengo enseñado, venía aprendido de casa. Procuro rodearme de gente preparada y con la que se pueda trabajar.
—Vaya, gracias. Creo que es lo más bonito que me dices en años.
—Sí, bueno… he dicho que intento rodearme de gente así, no que lo consiga siempre —contestó Raúl, dejando asomar un atisbo de sonrisa en una de las comisuras de sus labios.
Se acercó caminando hasta donde estaba Kino con la tablet transparente y la accionó, con lo que empezaron a aparecer las imágenes de un menú en la superficie vítrea. Pulsó varios botones y la tablet empezó a proyectar los menús hacia arriba en forma de hologramas.
—Pon tu HSB aquí —le dijo Raúl señalando un círculo holográfico que flotaba sobre la pantalla y entre los dos. Kino obedeció extrañado por la petición, y después de un par de segundos con el brazo suspendido encima de la tablet, el círculo se volvió de color verde y se oyó un sonido como de una campanita—. Ya está. Con esto tienes acceso tanto a los niveles inferiores de la torre como a la Caverna.
—Anda. ¿Ya no me va a tener que acompañar Isidoro todos los días? —Raúl negó con la cabeza—. Vaya, qué decepción se va a llevar. ¿No crees que vas a conseguir que se sienta inútil?
—Seguro que se sabe mantener ocupado —intervino Spiegel para prevenir un nuevo pique entre los dos hermanos.
—Bueno, pues ya no soy un visitante, sino un fijo. Es oficial.
—Qué remedio… —dijo Raúl entre dientes—. Oye, Kino, hay otra cosa sobre la que te quería hablar.
—Dime.
—¿Has hablado con alguien de este proyecto?
—¿Quieres decir además de los directivos de Sony con los que me voy de copas todos los jueves? —Raúl no contestó—. No, no se lo he dicho a nadie. Aunque la verdad es que, ahora que lo dices, sí que me han preguntado.
—¿Cuando yo pregunte que quién ha preguntado me vas a decir «el que tengo aquí colgado»? —preguntó Raúl cansinamente.
—No —contestó Kino con una sonrisa y apuntándose mentalmente aquella treta para más adelante—, no, lo digo en serio. Me han preguntado que si tenemos un proyecto nuevo en Industrias Lázaro.
—¿Y tú qué les dijiste?
—Pues que yo no trabajaba aquí.
—Bien.
—Aunque no coló. Sabía que venía aquí todos los viernes.
—Mierda. Pero… ¿de quién me estás hablando?
—Del Jefe. Bueno, el jefe en 5 Minutos, Agustín Ortega.
—¿Ortega? —preguntó extrañado Raúl—. Qué raro… ¿Y qué le dijiste?
—Pues nada. Le contesté con evasivas, pero al final me terminó pillando al ver mis reacciones cuando empezamos a hablar de temas de confidencialidad.
—Umm, o sea, que le confirmaste lo que ya sabía.
—Pues, supongo.
—Vale, no pasa nada. Ortega no tiene ni idea.
—¿De qué?
—De nada. Es una persona bastante básica, y lo único que le importa es conseguir beneficio.
—¿Está en la Junta de Accionistas?
—Sí, pero solo de adorno. Siempre he tenido la sospecha de que las acciones suscritas a él pertenecen en realidad a alguien más. Es decir, que quien le controla intenta conseguir más control sobre Industrias Lázaro por medio de él.
—¿En qué te basas para decir eso?
—Conozco a Ortega. Mucha ambición, pero poca visión. En la Junta de antes de Navidades, gracias a nuestro brillante departamento de contabilidad, fuimos capaces de apaciguar a los tiburones como él que exigían dividendos al presentarles nuestras Cuentas Anuales, por lo que me intriga que muestre interés ahora en nuestro proyecto estrella cuando sus beneficios ya están asegurados. Además, el grupo «Hush» no dispone de un patrimonio lo suficientemente grande como para cubrir su cuota de acciones.
—Vale, entiendo… No sabía que os anduvieseis con estos rollos de espionaje y sospecha. ¿Hay alguien de quien sospeches que controla a Ortega, alguien que ponga la pasta?
—Algún que otro nombre, pero nada tan seguro como para decantarme. De todas maneras, te tengo que pedir que te andes con cuidado con quién hablas y de qué.
—Descuida.
Raúl hizo una pequeña pausa, ya que la contestación de su hermano pequeño le había descuadrado. Por el tono en que la dijo más que nada, y es que por raro que pareciera, cuando Kino dijo «descuida», Raúl no reconoció ni una pizca de burla ni sorna en la voz de su hermano. Algo que no le pasaba en años.
—Em… bien. Eso, ándate con cuidado. Y ten una cosa presente. Si hay alguien por ahí que se pone en contacto contigo para preguntarte sobre la AF01 probablemente sea quien está detrás de esto.
—¿Y cómo lo sabes? —le preguntó Kino.
—Pues porque ya me avisaron de que esto podría pasar.
—Vaya… la trama se pone interesante —intervino Spiegel, que hasta ahora había estado escuchando en silencio.
—Interesante no, mujer —replicó Raúl recuperando su acento gallego que tan pocas veces salía a la luz—. Estresante. —Kino no entendió por qué Spiegel se rio tanto de lo que acababa de decir su hermano—. Bueno, os dejo, ya me contarás, Spiegel. Ten cuidado, Kino.
Y sin más, Raúl salió de la Caverna, muy feliz y satisfecho consigo mismo de haber compartido una referencia a una película que Spiegel había entendido y Kino no1. Las puertas metálicas se cerraron tras él mientras se desabrochaba su chaquetón de piel, y se dirigió en dirección a la habitación del montacargas, mientras las luces del pasillo se iban apagando tras él a medida que las pasaba de largo.
Una vez salió del montacargas a los pisos inferiores de la sede de Industrias Lázaro se dedicó a atravesar los pasillos de I+D lo más rápido que pudo, aunque procurando que tampoco lo pareciese. No le gustaba que sus empleados lo vieran en el ambiente de trabajo, ya que la mitad de ellos se acercaba para estrecharle la mano o hacerle innecesarios updates de sus tareas, y la otra mitad se lo quedaban mirando como si fuera alguien famoso o algo así («que lo eres», dijo una vocecita en su cabeza). En cualquier caso, estaba más que demostrado que su eficiencia disminuía cuando él se encontraba por esos lares, y ese era el motivo por el que solía citar a sus subordinados en su despacho. Menos a Spiegel.
Devolvió cordialmente todos los saludos que enviaron en su dirección y despachó de la manera más educada que pudo a todos aquellos que se le acercaban con ganas de charlar, y antes de que se diera cuenta, ya estaba en el ascensor que lo llevaría hasta el último piso. Hasta su despacho. La cabina se puso suavemente en marcha con su silencio habitual, y Raúl contempló la gris ciudad que se extendía bajo la puesta de sol mientras el ascensor ascendía y él pensaba en todos los asuntos que le turbaban.
Mucha gente le había llamado paranoico todas y cada una de las veces que había promovido el secretismo en las operaciones de Industrias Lázaro, pero es que como su padre bien le había dicho en tantas ocasiones, siempre había filtraciones. Siempre. Y Raúl no pretendía que las hubiese con el último proyecto de su padre, el que Ricardo había dicho que era el más importante de todos los que había llevado a cabo hasta la fecha. Y mira que habían sido unos cuantos.
Raúl pensaba que él sí era capaz de atisbar el potencial que una máquina como la «Ánima Fenestra» podía tener, aunque tampoco estaba plenamente seguro de comprenderlo en su totalidad. Mientras su comprensión fuese suficiente para conseguir sus objetivos, tampoco era que importase demasiado aquello.
Quizás si fuese capaz de comprender la auténtica magnitud del proyecto AF01 no le hubiese inquietado tanto lo que le acababa de contar su hermano, pero Raúl se temió desde el principio que ninguna otra persona que no fuese Ricardo Lázaro sería capaz de comprenderlo. Ni siquiera Spiegel, y aquello ya eran palabras mayores. Había que seguir trabajando para ver si aquello era cierto o no, pero tanto misterio y secretismo por parte de Ricardo les había dificultado, y todavía les dificultaba bastante, la tarea.
Hacía algo más de un año, cuando su padre se apartó definitivamente de la empresa pocos meses antes de morir, había ido a hablar con él a su despacho una mañana soleada para charlar de todo un poco. Aquella mañana su anciano padre parecía estar de bastante buen humor, ya que por fin había terminado de plasmar su memoria y su consciencia en la AF01. Aquella había sido una tarea extenuante tanto para él como para Spiegel, y ambos le habían dedicado muchísimas horas quedándose a trabajar hasta tarde la mayoría de los días durante los últimos meses. A Raúl le hubiese gustado ayudar, pero su desconocimiento en la materia se lo impidió. No obstante, fue desde que su padre y Spiegel comenzaron a trabajar en la máquina a tiempo completo cuando Raúl comenzó a cobrar auténtico protagonismo dentro de la empresa y a ejercer de pleno derecho como presidente de Industrias Lázaro en respuesta a las ausencias cada vez más habituales y definitivas de Ricardo.
Aquel día, después de contestar a todas las preguntas que su padre le hizo sobre cómo estaban su marido y sus hijos, terminaron hablando del futuro incierto de Industrias Lázaro. Algo que evidentemente derivó en hablar sobre la AF01. Aunque ahora que Raúl lo pensaba, mientras el ascensor seguía subiendo, por aquella época su padre todavía se refería al proyecto como MV3.0. Raúl sonrió imaginando el posible significado de aquellas siglas. Otro secreto que su padre se había llevado a la tumba.
—Verás, Raúl —había empezado a decir Ricardo con su ajada voz—, no pretendo meterte miedo y desde luego no deseo que te eches atrás. Pero debes de tener cuidado con este proyecto. Hay fuerzas en marcha, hijo, que se escapan a nuestro control.
—¿A qué te refieres? —preguntó distraído Raúl sin echar mucha cuenta, más bien por darle a su padre el gusto de que le siguieran la corriente.
—Un poder en la sombra, por así decirlo. Hay gente que tiene su interés puesto en esta máquina. Y no deberíamos dejar que se hiciesen con ella.
—¿Por qué?
—Porque la máquina tiene un potencial enorme para convertirse en una herramienta fundamental para dicha mano negra.
—Pero ¿cómo va a tener nadie su interés puesto en la máquina si los únicos que sabemos que existe somos Spiegel, tú y yo?
—Como te decía, hijo, fuerzas que escapan a nuestro control —dijo Ricardo con una enigmática sonrisa como única réplica a su hijo. Raúl suspiró, no le molestaba la teatralidad deliberada de su padre, pero tampoco era algo nuevo, precisamente—. Hazme caso, Raúl. El secretismo es fundamental… qué digo fundamental: ¡De vital importancia! De vital importancia para que no se vaya todo a la mierda. No podemos permitir ningún rumor, ningún informe, ninguna filtración, la construcción de la MV3.0 debe de ser un secreto absoluto. El problema es que, como bien dice el refrán, la única manera de que tres personas guarden un secreto es con dos de ellas muertas.
—Está bien, papá, no te preocupes por eso —dijo Raúl intentando quitarle hierro al asunto.
—Grábate a fuego mis palabras, Raúl. En el momento en el que comencemos a hacer avances con la máquina y a establecer las bases para un mapa de los recuerdos, en ese momento y no antes, verás que hay gente que estará intentando descubrir nuestros secretos —vaticinó Ricardo.
—¿Y cómo sabes que esa profecía se cumplirá? —preguntó Raúl con una sonrisa burlona.
—Porque ya me conozco cómo va esto. Recuerda mis palabras, Raúl. Esto es de vital importancia. Si alguien que no somos nosotros se hiciese con esta máquina, las consecuencias podrían ser desastrosas, realmente funestas. No podemos permitirlo. Antes habría que destruirla.
—Bueno, no te preocupes. No dejaremos que eso pase. No después de todo el tiempo y recursos que hemos invertido en la máquina que se supone que nos salvará de la bancarrota.
—Raúl. Prioridades. Antes de que alguien se haga con los datos de la investigación, destruirás la máquina. Prométemelo.
Raúl dejó pasar un rato largo en el que le dio tiempo a respirar profundamente dos veces, y aunque se pensó mucho la respuesta, esta tampoco le convenció demasiado cuando se oyó a sí mismo pronunciar las palabras en voz alta:
—Vale. Te lo prometo. Aunque también te prometo que no dejaré que lleguemos a eso.
—Es suficiente —contestó Ricardo complacido.
Después de prometerle a Ricardo esto último, su padre le dijo a Raúl que lo próximo que tenían que hacer para establecer una conexión neuronal y trazar un mapa de la memoria con sus recuerdos era contactar con Kino. Y aquello sí que no.
Raúl se negó en redondo a aquello por motivos más que obvios. Al menos para él. Y eso fue lo que retrasó el avance con la AF01. Aquel fue el motivo por el que su padre jamás podría ver funcionar su último invento. Durante meses estuvieron buscando alternativas para no tener que llamar a Kino, pero al estar tanto tiempo dando vueltas en círculo y sin hacer ningún avance, finalmente Raúl tuvo que ceder ante la insistencia de Spiegel y se puso en contacto con su hermano, una vez que su padre ya estaba enterrado. Debería haberlo hecho antes, y lo sabía. Pero hacía años que no podía ni ver a Kino.
Por suerte, por aquellos días ya se le estaba empezando a pasar. Los avances que habían hecho en el último mes eran más de lo que él esperaba conseguir en un principio, y hacía que valiera la pena el tener que verle una vez a la semana. De hecho, la predisposición que Kino acababa de mostrar en la Caverna a ayudarle le había sorprendido de una manera muy grata. ¿Sería posible que las cosas entre ellos pudieran cambiar? Y lo más importante, ¿sería verdad que Kino era realmente necesario para el avance del proyecto?
Cuando su padre se lo dijo, Raúl se enfadó e inmediatamente achacó semejante petición por parte de Ricardo al deseo de un padre anciano de reconciliarse con el hijo pródigo. Pero ahora, que aún era tan pronto y ya empezaban a poder trasladar los datos a archivos con audio y vídeo de manera que más adelante los podría revisitar cualquiera, estaba dispuesto a admitir que Kino estaba haciendo un buen trabajo. De haberlo sabido, Raúl no habría desperdiciado tanto tiempo buscando lo que él erróneamente había llamado en su día «una solución más viable».
Además, fue gracias a su hermano que acababa de confirmar la profecía de su padre, ya que fue Kino quien le confirmó sus peores sospechas: por ahí había alguien que ya sabía de la existencia de la AF01.
Era una sensación que había tenido desde poco después de contactar con Kino al principio, pero que se manifestó de manera evidente por primera vez en la última Junta de Accionistas de diciembre. Al poco de empezar y antes siquiera de meterse en materia propiamente dicha, fueron varios de los asistentes los que preguntaron a Raúl acerca de las novedades que pensaba lanzar Industrias Lázaro la próxima temporada. A lo que él respondió comenzando con los pitch de todas las senseries que estaban programadas para el 2040, así como todas las que tenían pensado empezar a producir para la próxima temporada basándose en los modelos estadísticos de las preferencias de los usuarios.